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Francisco Izquierdo Ríos y el lenguaje de los pájaros (página 2)


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Yo lo adivino a él con el oído puesto en las copas de los árboles, en el tejado o en la palmera de los techos de las casas donde se posan las aves, interpretando lo que dicen. Y casi siempre sus sonidos tienen un mensaje incluso social y hasta místico:

¡Mañana voy a hacer mi casa! ¡Mañana sin falta hago mi casa!; pero cuando llega el día o pasa la lluvia, el Cacho olvida su promesa, y se duerme en cualquier parte. La hembra pone igualmente sus huevos en cualquier parte, dentro de la arena, de la hojarasca, de un pajal, debajo de una piedra, de un tronco caído, y los abandona a su suerte.

Pájaro bohemio, el Cacho en las noches por los campos vaga y durante el día duerme. Es un tuno.

Los otros pájaros le desprecian: "¡Haragán!", le dicen. Y "¡Dormilón!". Pero él se ríe de los que así lo consideran. Vaga, dice su canción y duerme.

Es él vigilante oidor de pájaros, intérprete de sus trinos, decodificador de sus lenguajes, cronista de sus conversaciones; escribidor de sus reclamos, promesas y lamentos. Vocero, anunciador y representante consular y diplomático de ellos en la tierra. Políglota de sus diversos idiomas, traductor de sus textos, testigo de su alma, de sus dramas y tragedias.

–Dios ha muerto, Dios ha muerto. –¡Qué pena!, ¡Qué pena!

Otros pájaros dicen:

–¡Quién mató a Dios! –¡Quién mató a Dios!

Era un enamorado y contemplador furtivo de toda ave que se posara en un árbol o en una ventana. Suspendía todo quehacer y tarea por muy importante que ella fuera cuando un ave desgranaba su melodía. Dejaba su sillón, y lo más importante que estuviera haciendo con tal de prestarle la debida atención, interpretando lo que anunciara incluso con su aleteo.

Indudablemente, mucho de su actitud y su saber lo recogió de la tradición cultural de la comunidad donde él nació; pero eso fue el sustrato que lo transpuso después incluso a la urbe. En su cuento "El gorrión" un hombre que ha decidido matarse porque no encuentra trabajo, camina hambriento y está desesperado, escucha en lo alto de la copa de un árbol el trino límpido y cristalino de un gorrión. Recuerda entonces su aldea, su casa, su gente, sus seres queridos, sus fiestas. Y con renovado impulso cruza otra vez la avenida para seguir luchando, casi como un mendigo, a fin de conseguir un empleo en la ciudad desalmada.

Es muy posible que él en otra vida haya sido un ave, de aquellas que andaron recorriendo el mundo para saber lo que decían sus congéneres en los diversos dialectos. Es muy posible que ahora le haya pedido a Dios el privilegio de andar por sus bosques como ave estupefacta. Es muy posible que él se presente, si lo invocamos en función de los pájaros del universo a los cuales amaba entrañablemente. 

2. Recuerdos de infancia

En la estantería que teníamos en casa cuando yo era niño, había un libro que leía siempre con asombro; de pasta amarillenta con la estampa de un hombre de rostro rijoso y bigotes en punta, con mechones de cabellos hirsutos y cuyo autor me era inolvidable: Francisco Izquierdo Ríos. El libro se titulaba: "Cuentos del tío Doroteo". No lo he vuelto a encontrar, por más que he apelado por una copia a su familia.

¿Cómo llegó aquel libro a casa? Fue en el año 1946 cuando Francisco Izquierdo Ríos visitó por primera vez Santiago de Chuco, mi pueblo, para escribir sobre el folclore del lugar, pero más para conocer y sentir la fuerza telúrica y la correspondencia de aquella tierra con la poesía de César Vallejo, a quien admiraba fervientemente, ocasión en que escribió el libro César Vallejo y su Tierra, que se inicia así:

Santiago de Chuco –conjunción maravillosa de hombre y de tierra, de paisaje y de espíritu–, ejerce en el visitante una poderosa influencia: aflora de sus entrañas una rara y potente fuerza que todo lo envuelve, lo rebasa. Hay en él de fino, de delicado, como de bravo, de hosco. Árboles y pájaros, rocas y abismos. Madrigal y emoción heroica. Realidad cósmica que explica el brote, la existencia de un genio como Vallejo. Sólo una tierra así ha podido dar un hombre de esa dimensión.

Luz, color, música… Eucaliptos de las huertas que pintan de verde la clara tela del ambiente. Más allá el candor de las campiñas y las gibas amarillas de los cerros y, más allá aún, las agujas de las montañas de la Cordillera Blanca…

El ejemplar que yo hojeaba de niño estaba dedicado con letra azul y rúbrica firme a mi padre, quien nos contaba que el autor llegó un día llegó de visita a su escuela, de paredes de barro, techos de teja y jardines de plantas humildes y silvestres, donde estudió el autor de Los heraldos negros. Habló con los maestros, se dirigió a los niños formados para la ocasión en el patio y mi padre lo invitó a almorzar a la casa. Fue allí donde él le dedicó el libro que llenó mi infancia de alucinaciones.

En la imagen que guardaba mi padre era un ser sonriente, fresco y vivaz. Vital, con muchos caminos bajo los pies, abierto a acoger todos los sueños en bien de la sociedad, quien tenía una cualidad para desplegar ese arte o esa sabiduría de la vida cual es la sencillez. Fue y se notaba en él ser un amigo fraterno.

Esta estampa coincide con lo que trasuntan sus textos y sus actos. Hizo de la amistad una religión y de la fraternidad una fe. Era afectuoso, protector, comprensivo; un viajero trashumante, quien conservaba una característica de los maestros antiguos cual era visitar lugares solos, con sus colegas o con sus alumnos.

En las fotos se transparenta un rostro dulce, de miel de chancaca. Sufrió cárcel por defender las causas del pueblo. Fue apresado en Chachapoyas y conducido a la colonia penal del Sepa, la más feroz del Perú. Nunca perdió su frescura e inocencia. Al contrario, se hizo más humano.

Vladimiro, su hijo médico, me cuenta que le gustaba pescar en los acantilados de La Perla, cerca de donde vivían. Que al principio los malhechores que rondan el lugar le arrebataron su reloj de plata. Pero luego la gente aprendió a respetarlo. Se hizo muy amigo y compadre de los ladrones y de toda persona requisitoriada. Un día le devolvieron su reloj, de lo cual ya se había olvidado. Cuando se demoraba en venir los mismos bandidos venían a dejarlo en su casa.

3. Filiación e identidad

Nació el 29 de agosto del año 1910 en Saposoa, pueblo a orillas del río Huallaga en la selva alta del Perú, en la provincia de Moyobamba, en el departamento de San Martín.

Mi patria es tan grande y de belleza sin par, la forman la selva, el ande la costa y el mar.

Hay muchas facetas de su personalidad que merecerían ser destacadas. Sólo por mencionar una de ellas: su filiación explícita y declarada por el folclore, siendo el gestor para que se fundara y el animador para que funcionara la Oficina Nacional de Folclore del Ministerio de Educación, habiendo concretado desde allí la obra más vasta y orgánica de recolección de las tradiciones orales de nuestro país.

En su obra la naturaleza está presente en todo su esplendor, con sus tres reinos: mineral, vegetal y animal. La naturaleza no solo en el contexto sino que es tema y personaje principal de su obra, donde ella cobra vida, despierta o anima con determinadas características, cualidades o virtudes:

LAS ESTACIONES 

Por la verde pradera una niña va con flores ¡PRIMAVERA!

Mucha luz hay en cielo y océano El sol brilló ufano. ¡VERANO!

Las hojas caen de su troncos Mi madre coge frutos en el huerto. ¡Otoño!

Lluvia y niebla oscurecen el pueblo, Mi abuelo se peina el blanco cabello ¡INVIERNO!

Y la oralidad enfática, la musicalidad sonora de sus textos, primando en él la oreja, el oído, lo onomatopéyico, quizá favorecida por la actitud silenciosa del provinciano y el andino en la cual a veces se sumía, que le permiten oír el rumor del viento, del agua, en general de todo, como de lo sonoro y musical en el alma de la gente.

La literatura de Francisco Izquierdo Ríos es jocosa en atribuirle algunos mensajes a los animales, respecto a lo que ellos dicen con su sonido, entresacando significados ocultos de esos susurros, chillidos, piítos, graznidos o rugidos.

Este oír la naturaleza le aplica, jugando siempre con la onomatopeya, a los pájaros sino, por ejemplo, a los zancudos. Cuenta que cuando los zancudos llegaban detrás de los mosquiteros a rogarle pasar para chuparle a él o a sus compañeros la sangre le rogaban:

–Tiúuuuuuuu… tiúuuuuuuu

A lo que le respondía:

–Yo no soy tío de nadie… Váyanse a otra parte, condenados.

4. Querendón de su tierra y de su pueblo

Era una persona querendona de su pueblo y muy regionalista, amante de sus costumbres, de su comida, de sus tradiciones. De él se cuenta esta anécdota:

Caminando un día por Lima antigua divisó desde la calle y en una tienda de viejo un mapa inmenso del Perú. Al verlo tuvo la corazonada y le entró la curiosidad de ver si en él figuraba por si acaso el nombre de su pueblo, que nunca aparecía en ningún otro documento, por lo humilde de su comarca.

¡Grata sorpresa fue la suya! Figuraba el nombre de Saposoa, que significa, "lugar de sapos", estampado en letras mayúsculas aunque pequeñas, hecho que juzgó extraordinario.

Le brotaron las lágrimas. Al ver esa emoción el tendero le cobró una fortuna. No le importó. Pagó sin rebajar siquiera. Pidió que lo enrollaran y lo llevó directamente a su oficina, en la Casa de la Cultura situada cerca de la Iglesia de San Francisco. Consiguió clavos, martillo, prestó una escalera y él mismo colocó el inmenso y destartalado mapa detrás de su escritorio.

Para señalar dónde se ubicaba Saposoa, en la provincia de Moyobamba, del departamento de San Martín, situado en el extremo superior del Perú, consiguió una caña o carrizo que ocupaba un rincón de la oficina, y que antes de conversar traía siempre para tenerlo a mano.

Como en todo fabulador a cada amigo que llegaba le contaba historias de personajes, animales y plantas y señalaba ya sin voltear la arcadia donde todo eso acontecía.

– "Tal y cómo figura con letras mayúsculas en el mapa del Perú" –era su corolario o la frase de siempre con la cual rubricaba sus relatos.

Dos amigos que trabajaban con él, cuyos nombres reservo por ser ambos  destacados autores literarios, conversaron entre sí de este modo:

–Si borramos el nombre de su pueblo va a tener que sacar este mapa. –Y botar ese carrizo que da mal aspecto a la oficina.

Una tarde que él salió arrimaron muebles y sillas, uno de ellos subió y con una navaja muy delicadamente raspó las letras donde decía SAPOSOA.

Se desengañaron porque él seguía siempre señalando el sitio automáticamente y sus oyentes no se preocupaban en leerlo desde abajo. Ya impacientes uno de ellos le dijo un día:

–Pero ¿dónde está Saposoa, don Francisco? – Aquí. ¡No lo ves o eres ciego! –La verdad que no lo veo. –¡Aquí está, donde el mapa consigna! –Yo no lo veo. –Yo tampoco, dijo el de más allá. –Tienen que medirse la vista o cambiar de lentes. –¡Señáleme pues! A ver, ¿dónde está?

Y por más que buscó ya no figuraba Saposoa.

–¡Ah, zamarros! ¡Jijunas! –despotricó– ¡Me han borrado el nombre de mi pueblo en el mapa! ¡Desgraciados! –Y cogió una tabla persiguiéndolos.

Tuvieron que desaparecer de la oficina por unos días. Pero él a la mañana siguiente trajo una brocha, tinta y a todo lo ancho del mapa puso el nombre de Saposoa, reafirmando categóricamente con letras furiosas su identidad.

Hasta que un día le tocó ser directora de la institución a Martha Hildebrandt. Al entrar y ver el espectáculo de la oficina con el mapa tremebundo, y aún más con esas letras violentas, gritó:

–¡Qué significa este mamarracho! ¡Descuelguen esta cochinada y arrójenla a la basura! –ordenó a dos guachimanes que obedecieron presurosos dicha orden.

Se cuentan diversos finales de esta anécdota que obedecen al gusto e incluso a la ideología de cada grupo humano y hasta a cada corriente de pensamiento y opinión. Hay quienes dicen que don Pancho montó en cólera y le dijo a doña Martha lo que nadie hasta ahora ha sido capaz de decirle en su vida. Otros refieren que permaneció callado y sumiso y que al día siguiente presentó su renuncia definitiva.

5. Ser maestro

Hay cuentos de don Francisco Izquierdo Ríos que son clásicos de nuestra literatura, como "El Bagrecico", y dentro de ellos "Ladislao, el flautista" donde se pone el dedo en la llaga de la exclusión de la escuela y el contrapunto entre educación y cultura.

Hay quienes desestiman desde el campo del arte la relación de la literatura infantil con la educación en general. La obra de Francisco Izquierdo Ríos, y de los principales autores peruanos de este género, controvierte esta posición y al contrario: la reivindican, defienden y consagran.

Él fue maestro por antonomasia. Se desempeñó durante 40 años en el magisterio nacional. 20 anos como Director del Colegio Nocturno José Sabogal de Bellavista en el Callao y toda su obra está inspirada en la actitud de ser y sentirse maestro:

EL BAÑO

  En una pequeña lagunita que en la calle dejó la lluvia un gorrión se baña en esta mañana. Mete en el agua la cabecita, luego se sacude abriendo las alitas. ¡Qué bien se baña el gorrioncito! Así parece un alegre chico.

Al escribir él sobre el maestro Mateo Rojas, talla esta oración que se aplica perfectamente a lo que él hizo y realizó en la vida. Dice:

Me alegra, sin embargo, la esperanza de que la semilla que hemos arrojado a los surcos florecerá. En medio de esta oscuridad y lluvia ya clarea el alba y están cantando los gallos del futuro en todas las huertas.

En Francisco Izquierdo Ríos se definen y concentran aquellas virtudes fundamentales en la vida y obra de todo escritor perteneciente al tiempo mágico y al espacio legendario del Perú profundo. Nos ha dejado bellas páginas, cuentos, relatos y poemas que constituyen una obra magistral, lamentablemente desperdigada que debemos rescatarla dando pasos en el camino de frecuentar más su obra e ir poco a poco integrándola a la noble tarea de identificarse con nuestro destino como país, glorioso en el pasado, desafío en el presente y henchida promesa en el porvenir.

Finalizo esta semblanza en su 96 aniversario, reproduciendo el poema que le dedicara el poeta y amauta Mario Florián:

A LA ETERNIDAD DE FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS

 Después de tu silencio concluyente, El mítico jaguar de la espesura, Ha empezado con épica bravura, a repetir tu voz de combatiente.

En el pasar del tiempo, como un ente Razonable, con música de dura Piedra, los Andes –vértigo de altura– tu mensaje social harán presente.

En la costa, en la selva, en la montaña, En la pluma, en el nido, en la cabaña, En la figuración del educando, Y en la masa peruana del presente Y del alba, tu espíritu potente Estará, Pancho Izquierdo, retumbando.

 

Danilo Sánchez Lihón

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