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Stalingrado (I): octubre de 1942


  1. Los comisarios, desbancados en el Ejército Rojo
  2. Los francotiradores soviéticos
  3. Los alemanes en el Don
  4. Fuentes y Bibliografía

Si la Unión Soviética vio amenazada alguna vez su existencia por la presión de un poder exterior, lo fue sin duda en el otoño de 1942, durante los primeros compases de la Batalla de Stalingrado, que la Alemania nazi parecía dispuesta a ganar a cualquier precio. Stalin, haciendo uso de un sentido de la necesidad que a Hitler le faltó por completo, estimuló el patriotismo de los rusos y obligó a sus seguidores comunistas, personificados en la ubicua policía política del NKVD, a renunciar a su papel privilegiado en la dirección de la guerra, que la URSS estaba perdiendo a todas luces, en parte debido a su acción contraproducente. Sorprendidos y dolidos, los comunistas soviéticos obedecieron con la misma lealtad de siempre al 'Vozhny', para descubrir cuán odiados eran en las filas de las fuerzas armadas, y qué poca influencia se les dejaba ejercer cuando los militares no se sentían amenazados por su omnímodo y brutal poder.

El otoño de 1942 fue testigo de unas medidas políticas inéditas en la joven Unión Soviética, signo evidente de lo desesperado de su situación, debido a los éxitos arrolladores de la invasion alemana de Rusia, iniciada en junio de 1941. Stalin suprimió entonces las enormes atribuciones de los Departamentos Políticos del Ejército Rojo, que hasta ese momento tenían capacidad legal para vetar e incluso contravenir cualquier orden dada por la cadena de mando militar, además de poder detener a cualquier oficial o jefe sin importar su rango militar sin dar ningún tipo de explicación a nadie. Los comisarios se horrorizaron al descubrir cuánto los odiaban y despreciaban los oficiales del Ejército Rojo. Se decía que los oficiales de los regimientos de aviación fueron particularmente insultantes con ellos. El Departamento Político de Stalingrado deploraba la «actitud absolutamente incorrecta» que apareció en las unidades que luchaban en la ciudad.[1] El coronel jefe de un regimiento dijo a su comisario: «Sin mi permiso, usted no tiene derecho a entrar en mi puesto de mando y ponerse a hablar conmigo.»[2] Otros comisarios encontraron que su «nivel de vida disminuyó», ya que fueron «obligados a comer con los soldados». Incluso jóvenes tenientes sin apenas experiencia en combate se atrevían a comentar que no veían motivos por los que los comisarios siguieran recibiendo el sueldo de los oficiales, «porque ahora ya no eran responsables de nada; leerán el periódico y se irán a la cama». Los Departamentos Políticos en las unidades militares eran considerados ahora un «apéndice innecesario».[3] Sin embargo, decir que los comisarios estaban acabados ?escribía Dobronin a Shcherbakov en un claro intento de conseguir su apoyo? era «un enunciado contrarrevolucionario».[4] Dobronin había ya revelado sus propios sentimientos cuando, antes de octubre, informó sin crítica de que un soldado había dicho: «Han inventado las Órdenes de Kutuzov y Suvorov. Ahora reinstaurarán las Medallas de San Nicolás y San Jorge, y será el fin de la Unión Soviética».[5]

Sin embargo, las principales condecoraciones comunistas (la de Héroe de la Unión Soviética, la Orden de la Bandera Roja, o la Orden de la Estrella Roja) eran todavía tomadas muy seriamente por las autoridades políticas, incluso aunque la Orden de la Estrella Roja se hubiera convertido en algo así como una ración estajanovista otorgada a todo aquel hombre que destruyera un tanque alemán. Cuando en la noche del 26 de octubre de 1942 el jefe del Departamento de Personal del 64º Ejército soviético perdió un maletín que contenía cuarenta insignias de la Orden de la Bandera Roja, mientras esperaba el transbordador para cruzar el Volga, suscitó una tremenda consternación. Podría pensarse que se habían perdido los planes de la defensa de todo el Frente de Stalingrado. El maletín finalmente fue encontrado a 3 km del lugar de su desaparición, al día siguiente. Sólo faltaba una medalla. Pudo haber sido robado por un soldado que llegó a la conclusión ?quizá entusiasmado después de unos cuantos tragos de vodka? de que sus esfuerzos en el frente habían sido poco reconocidos, y que merecía una medalla. El jefe del Departamento de Personal del 64º Ejército fue llevado ante un tribunal militar bajo la acusación de «descuido criminal».[6] Cabe pensar que no sobrevivió.

Los soldados, por otra parte, tenían una actitud mucho más vigorosa hacia estos símbolos de valor. Cuando uno de ellos recibía una condecoración, sus camaradas la ponían en una jarra de vodka, que el condecorado tenía que beber hasta la última gota, atrapando la medalla con los dientes.[7]

Las auténticas estrellas estajanovistas del 62º Ejército no eran en realidad los destructores de tanques, sino los francotiradores. Se promovió un nuevo culto a la actividad del francotirador, y cuando llegaba el vigésimo quinto aniversario de la Revolución de Octubre [7 de octubre de 1942], la propaganda alrededor de este arte tétrico llegó al frenesí, con «una nueva oleada de competición socialista por matar el mayor número posible de fritzes».[8] Un francotirador que llegara a cuarenta muertos recibiría la medalla «al valor», y el título de «noble francotirador», de curiosas y paradójicas connotaciones aristocráticas.[9]

El francotirador más famoso de todos, aunque no el de máximo palmarés, fue Vasili Zaitsev, de la división de Batiuk, que durante las celebraciones de la Revolución de Octubre elevó su cuenta de muertes a 149 (prometió lograr 150, pero se quedó a una de su apuesta). El de mayor puntuación, conocido únicamente como «Zikan», llevaba a sus espaldas 220 alemanes muertos (y confirmados por al menos un testigo) el 20 de noviembre de 1942. Para el 62º Ejército, el taciturno Zaitsev, un pastor de las laderas de los Montes Urales, representaba mucho más que un simple héroe deportivo. Las noticias de los nuevos puntos añadidos a su marca personal pasaban de boca en boca por todo el frente.

Zaitsev, cuyo cuyo apellido significa «de la Liebre», fue encargado de entrenar a los jóvenes francotiradores de las unidades empeñadas en Stalingrado, y sus pupilos se hicieron famosos como los zaichata o «lebratos». Fue el comienzo del llamado «movimiento de los francotiradores» en el 62º Ejército. Se organizaron conferencias para difundir su doctrina y el intercambio de ideas sobre sus técnicas de acecho y disparo. Los Frentes del Don y del Sudoeste adoptaron el «movimiento de los francotiradores», y produjeron sus francotiradores estrella, tales como el Sargento Passar, del 21º Ejército. Especialmente orgulloso de sus blancos en la cabeza de sus víctimas, fue acreditado con una marca de 103 muertos confirmados.

Los francotiradores no rusos del Ejército Rojo fueron merecedores de elogios: el ucraniano Kucherenko mató a 19 alemanes, y un uzbeco de la 169ª División de Fusileros, a cinco alemanes en sólo tres días. En el 64º Ejército, el francotirador Kobvasa ?que en ucraniano significa «salchicha»? trabajaba apoyado por una red de por lo menos tres trincheras, conectadas entre sí: una para descansar y dos para disparar. Además excavó posiciones falsas al lado de los destacamentos vecinos al suyo, donde instaló banderas blancas que podía izar mediante palancas, y que podía agitar desde lejos tirando de unas cuerdas atadas a ellas. Kovbasa afirmaba orgullosamente que en cuanto un alemán veía que una de sus banderas blancas se agitaba, no podía evitar la tentación de asomar por encima de su parapeto para verla mejor y gritaba: «Rus! Komm, komm!» Kovbasa le disparaba en ese momento al alemán desde un ángulo insospechado.[10] Danielov, del 161º Regimiento de Fusileros, también cavó falsas trincheras y construyó señuelos con pedazos de equipo militar soviético. Esperaba entonces a los soldados alemanes bisoños: cuando atraía su atención con sus cebos, les disparaba desde un ángulo insospechado; mató a cuatro de ellos. El Sargento Mayor Dolimin, de la 13ª División de Guardias Fusileros, instalado en un ático de Stalingrado, buscaba a los artilleros y a los ametralladores alemanes. Los blancos más apreciados eran los observadores de la artillería alemana: «Durante dos días [el Cabo Studentov] siguió a un oficial de observación y lo mató al primer disparo» que le hizo. Studentov juró que haría subir su marca personal de 124 muertos a 170 para el 25º Aniversario de la Revolución Rusa.

Todos los francotiradores tenían sus técnicas preferidas y sus escondrijos favoritos: el «noble francotirador» Ilin, acreditado con 185 muertos confirmados, utilizaba viejos canalones y tuberías destrozadas para ocultarse en ellas. Comisario de un Regimiento de Guardias Fusileros, Ilin operaba en el sector de la Planta Octubre Rojo: «Los fascistas deberían conocer la fuerza de las armas en las manos de los superhombres soviéticos», proclamó en cierta ocasión en que se ofrecía a entrenar a diez nuevos francotiradores.[11]

Algunas fuentes soviéticas aseguran que los alemanes trajeron al jefe de su "Escuela de Francotiradores de Zossen" para dar caza a Zaitsev, pero éste lo despistó. Zaitsev, después de una persecución de varios días, descubrió al parecer el escondite del alemán bajo una chapa de cinc, en el suelo del patio de maniobras de la estación central de Stalingrado, y lo mató de un tiro. La mira telescópica del presunto francotirador alemán, considerada como "el más preciado trofeo de Zaitsev", está expuesta en la colección de recuerdos de la Batalla de Stalingrado en el Museo de las Fuerzas Armadas de Moscú, pero esta historia es poco veraz en lo fundamental.[12] No existe ninguna mención a la historia sobre Zaitsev y el francotirador alemán en los informes remitidos desde Stalingrado a Shcherbakov, en Moscú, por el NKVD en la ciudad por aquellas fechas, aunque casi todos los aspectos de la actividad de los francotiradores eran tema frecuente en dichos informes, que eran muchos y detallados. Por lo tanto, cabe dudar de la veracidad de toda la historia, que bien pudo ser una fábula propagandística o un relato inventado por la imaginación colectiva, como los romances de los héroes de la literatura popular.

El escritor judío Vasili Grossman estaba fascinado por el carácter y la vida de los francotiradores. Llegó a conocer bien a Zaitsev y a varios francotiradores más, como Anatoli Chekov. Éste había seguido desde su aldea natal a su padre, un borracho, a la ciudad, donde fue a buscar trabajo en una planta química de nueva construcción, antes de la guerra. Había «conocido los aspectos oscuros de la vida» desde la infancia, pero también había desarrollado en la escuela una gran pasión por la Geografía; en 1942 fantaseaba con diferentes lugares del mundo mientras pasaba largos días en sus diversos escondrijos, esperando a que aparecieran alemanes a los que abatir. Chekov resultó ser uno de esos asesinos de gran talento innato que las guerras hacen destacar. Había brillado por sus aptitudes en su Escuela de Francotiradores y, a sus veinte años, parecía no experimentar el miedo, «así como el águila nunca teme a las alturas». Poseía una rara habilidad para camuflarse en escondrijos situados en los puntos más altos de las ruinas que quedaban en pie en Stalingrado. Para impedir que los fogonazos de sus disparos delataran su posición, improvisó un tapallamas para ocultarlo, colocado sobre la boca del cañón de su fusil: nunca disparaba si había poca luz y podía ser descubierto a pesar de su ardid. Una precaución adicional para reducir la visibilidad de los fogonazos era situar la posición de acecho con una pared blanca o de color claro como fondo.

Un día Chekov invitó a Grossman a acompañarlo a sus expediciones de acecho. Los blancos más fáciles y frecuentes eran los soldados alemanes que llevaban a su espalda perolas de rancho, entre las cocinas de campaña y las posiciones de la primera línea de frente. No pasó mucho tiempo antes de que apareciese uno de estos rancheros para entregar sus raciones a una sección. Utilizando la mira telescópica de su fusil, Chekov apuntó a un punto situado a 5 cm por encima de la nariz del alemán. Éste cayó hacia atrás, abriéndose la perola; Chekov temblaba de emoción. Apareció un segundo ranchero; Chekov lo mató del mismo modo; y luego, otro más. «Tres», murmuró Chekov para sí mismo. La puntuación total sería anotada más tarde: tres muertos aquel día. Su mejor marca fue de 17 muertos en sólo dos días. Acertarle a un alemán que llevara cantimploras con agua era una prima, comentó Chekov, ya que forzaba a los alemanes que dependían de él a beber agua contaminada de los charcos. Grossman se preguntó si ese joven de sólo veinte años, que soñaba con lugares remotos y que en otras circunstancias «no mataría ni una mosca», no era en el fondo «un santo de la Guerra Patriótica».[13]

El culto al francotirador produjo imitadores con armas diferentes. Manenkov, de la 95ª División de Fusileros, adquirió renombre con su largo y pesado fusil antitanque PTR. Fue condecorado como Héroe de la Unión Soviética después de destruir seis tanques en un combate junto a la Fábrica Barrikadi.[14] El Teniente Vinogradov, de la 149ª División de Artillería, se hizo famoso por ser el mejor lanzador de granadas de mano de Stalingrado. Cuando él y 26 soldados quedaron aislados sin comida durante tres días, el primer mensaje que pasó cuando se restableció el contacto con su grupo fue un pedido de granadas de mano, no de rancho. Pese a haber sido herido y haber quedado temporalmente ensordecido, Vinogradov siguió siendo «todavía el mejor cazador de fritzes».[15] En una ocasión había acechado y matado a al jefe de una compañía alemana, y luego había encontrado en su cadáver unos papeles con información militar, que entregó al mando de su unidad.

Cuando las divisiones alemanas se abrían paso desde la Fábrica de Tractores hacia la línea de defensa de la Fábrica Barrikadi, Chuikov, el 17 de octubre de 1942 por la noche, trasladó su cuartel general una vez más. Terminó en la orilla del Volga, a la altura del Mamaev Kurgan. Un nutrido destacamento alemán irrumpió en la orilla del Volga al día siguiente, 18 de octubre, pero fue obligado a retroceder merced a un rápido contraataque.

Las únicas noticias tranquilizadoras en aquellos días eran las remitidas por el Coronel Kaminin, enviado al reducto aislado que había al norte de las Fábricas de Tractores, entre Rinok y Spartakovka. La defensa había sido restablecida, y las tropas soviéticas estaban luchando en aquel sector con bravura. Había sin embargo todavía problemas con el rendimiento en combate de las Brigadas de las Milicias. El 25 de octubre por la noche, una sección entera de la 124ª Brigada Especial, compuesta por «antiguos trabajadores de las Fábricas de Tractores», se disponía a pasarse a los alemanes. Un único miliciano era contrario a la idea, pero al ser amenazado por el resto de sus compañeros, se sometió a participar en el plan. Ya en tierra de nadie, el renuente obrero quedó rezagado a causa de un escarpín, según dijo. Aprovechó la oportunidad para separarse del grupo y corrió de regreso a las líneas rusas. Los desertores le dispararon, pero sin éxito. El hombre, llamado D., volvió sano y salvo a su regimiento, para ser posteriormente detenido y llevado ante una corte marcial «por no haber tomado medidas para informar a sus superiores sobre el crimen proyectado por los traidores e impedirles que desertasen».[16]

La batalla de desgaste continuó alrededor de las Fábricas Barrikadi y Octubre Rojo, con ataques y contraataques por ambas partes. El puesto de mando de un batallón de la 305ª División de Infantería, según un oficial alemán, estaba «tan cerca del enemigo, que el jefe del regimiento podía oír al teléfono el «Urrah!» de los rusos» al avanzar.[17] Los jefes de regimiento soviéticos que se les oponían impartían sus órdenes desde dentro del área de los combates. Uno de ellos, al ser tomado su puesto de mando por los alemanes, pidió a los Katiushas que disparasen una salva sobre las coordenadas de su posición.

Los soldados alemanes tuvieron que admitir que «los perros luchan como leones».[18] Sus propias bajas se incrementaron rápidamente. Los gritos de «Sani! Hilfe!» de los heridos se convirtieron en parte de la escena casi tanto como las explosiones y el rebote de las balas sobre los escombros. El 62º Ejército quedó constreñido en varias cabezas de puente en la orilla occidental del Volga, de apenas unos cientos de metros de amplitud. Las calles fueron tomadas por los alemanes; las posiciones soviéticas, progresivamente arrinconadas sobre la orilla del río; la Fábrica Barrikadi, parcialmente ocupada. El último embarcadero en poder del 62º Ejército quedó expuesto al fuego de las ametralladoras alemanas, y todos los refuerzos disponibles fueron enviados a él para salvar el sector. Las divisiones soviéticas empeñadas en el combate ya habían quedado reducidas a unos pocos centenares de hombres cada una, pero resistían desesperadamente: «nos sentíamos a la vez en casa y en la oscuridad», escribía Chuikov en aquellos días.[19]

«Padre ?escribía un cabo alemán a su familia?, usted siempre me decía: "Sé leal a nuestra bandera y triunfarás". Nunca olvidaré estas palabras, porque ha llegado el tiempo de que todo hombre sensato en Alemania maldiga la locura de esta guerra. Es imposible describir lo que está pasando aquí. Toda persona en Stalingrado que aún conserva la cabeza y los brazos, hombres y mujeres, continúa combatiéndonos.»[20] Un soldado alemán comentaba con humor negro en otra carta: «No os preocupéis, y no os apenéis, porque cuanto antes esté bajo tierra, menos sufriré. Con frecuencia pensamos que Rusia debería capitular, pero este pueblo ignorante es demasiado estúpido como para darse cuenta de ello.»[21] Otro Landser contemplaba las ruinas a su alrededor: «Aquí hay una frase del Evangelio que me viene muchas veces a la mente: "no dejaré piedra sobre piedra"; aquí estoy viendo esa frase hecha realidad».[22]

En la estepa, la rutina de las divisiones alemanas era un mundo totalmente distinto del de los combates en la ciudad de Stalingrado. Los alemanes tenían que guarnecer líneas de defensa y repeler ataques de sondeo, pero la vida ofrecía una existencia mucho más convencional, especialmente de regreso del frente. La relativa calma permitía organizar algunas diversiones: el domingo 25 de octubre de 1942, los oficiales de un regimiento de la 376ª División de Infantería, de origen bávaro, invitaron al general Edler von Daniels, jefe de su división, a una competición de tiro, con motivo de la Oktoberfest de Múnich.[23]

La preocupación en ese momento era la preparación de unos buenos cuarteles de invierno: «No es una imagen atrayente ?escribía un soldado de la 113ª División de Infantería?. A lo largo y a lo ancho no hay aquí aldeas, ni bosques, ni un árbol, ni un arbusto, y ni una gota de agua.»[24] Se ponía a trabajar a los prisioneros rusos y a los hiwis haciendo casamatas y trincheras: «Realmente necesitamos hacer un buen uso de estos hombres, porque estamos muy escasos de personal», escribía un suboficial veterano.[25] Desde las estepas sin árboles, las divisiones de infantería fueron forzadas a enviar camiones y equipos de trabajadores a Stalingrado para traer vigas de las ruinas de las casas destruidas para las cubiertas de los búnkeres de campaña. Al sur de Stalingrado, la 297ª División de Infantería excavó cuevas artificiales en los flancos de las balkas para hacer establos, almacenes, y finalmente, un hospital de campaña al completo, para el cual se trajo todo tipo de equipamiento desde Alemania por ferrocarril. Durante el Veranillo de San Martín, en la primera mitad de octubre de 1942, los alemanes estaban deseosos de terminar sus «Häuser» para el invierno. Incluso los soldados más jóvenes e inexpertos reconocían lo que significaba cavar: permanecer en las obras de campaña realizadas al menos durante todo el inminente invierno.

Hitler emitió sus propias instrucciones para el invierno que se aproximaba: esperaba «una defensa muy activa» y un «orgulloso sentido de la victoria».[26] Los tanques debían ser protegidos del frío y de los bombardeos en búnkeres de hormigón especialmente construidos para ellos, pero los materiales necesarios para su confección nunca llegaron de Alemania, de modo que los vehículos permanecieron a la intemperie. El Cuartel General del 6º Ejército también trazó elaborados planes para el invierno. Incluso se ordenó proyectar en las unidades una película finlandesa de contenido práctico, titulada Cómo construir una sauna en el campo,[27] pero ninguno de estos preparativos eran muy convincentes. «El Führer nos ha ordenado defender nuestras posiciones hasta el último hombre ?escribía Groscurth? algo que no era necesario ordenarnos, ya que la pérdida de una posición difícilmente mejoraría nuestra situación. Sabemos que sería como quedarse varado sin cobijo posible en medio de la estepa pelada.»[28] El Cuartel General del Führer también decidió que la mayoría de los animales de tiro del 6º Ejército debían ser enviados a retaguardia, a una distancia de 160 km. La medida ahorraría muchos trenes de suministros y el transporte hasta primera línea de enormes cantidades de forraje. En total se habían reunido entre el Don y el Volga unos ciento cincuenta mil caballos, así como cierta cantidad de bueyes, e incluso algunos camellos bactrianos. El transporte motorizado y los talleres móviles de reparación de vehículos también fueron enviados a retaguardia. Las razones de traslados eran comprensibles para reducir los exorbitantes costes logísticos del ejército, pero su puesta en práctica podía traer fatales consecuencias si se desataba una crisis y los servicios que prestaban tanto las bestias como el mantenimiento de vehículos se hacían perentoriamente necesarios.

En el 6º Ejército en concreto, casi todas las baterías de artillería y las secciones de sanidad militar dependían de los caballos para poder trasladarse. La moral, según un sargento mayor de la 371ª División de Infantería, «sube o baja en función de la cantidad de correo que llega».[29] Casi todo el mundo parecía atacado por una acusada nostalgia del hogar: «Aquí uno está obligado a convertirse en una persona completamente diferente de uno mismo ?escribía un suboficial veterano de la 60ª División de Infantería Motorizada? y no resulta nada fácil. Es exactamente como si estuviéramos viviendo en un mundo irreal. Cuando llega el correo, todo el mundo sale de sus "casitas", y se desata la impaciencia. Lo único que cabe hacer de momento es disculpar a los hombres: me limito a mirarlos con una sonrisa indulgente.»[30] Las tropas sólo pensaban en una cosa: la Navidad, la «fiesta más bonita de todo el año».[31] Los soldados comenzaban a escribir casi compulsivamente sobre regalos y tradiciones hogareñas en sus cartas. El 3 de noviembre de 1942, una división alemana envió a casa sus «pedidos de instrumentos musicales, juegos, adornos para el árbol de Navidad y velas de colores».[32] Se distribuyeron los turnos de permiso, una cuestión que suscitaba por aquel entonces mayores esperanzas y decepciones que ninguna otra.

Paulus insistió en que se diera prioridad a los soldados «que habían prestado servicio en el Frente Oriental sin pausa desde junio de 1941».[33] Para los afortunados que emprendieron el larguísimo viaje en dirección a Alemania, el tiempo pasaba sin apenas notarlo, en medio de una sensación de irrealidad. El hogar poseía la naturaleza irreal de un sueño; sus recuerdos, los de una vida terminada para siempre, lejana en el tiempo. De regreso con sus familias, los civiles de antes de la guerra, entonces soldados marcados por experiencias traumáticas y prolongados sufrimientos, no encontraban las palabras necesarias para compartir con los suyos las privaciones que jalonaban sus vidas en guerra. Muchos quedaban consternados cuando se percataban del inmenso poder corruptor que ejercía la propaganda del régimen nazi, y de cómo dominaba las mentes de sus familiares, de sus conocidos, y de toda la sociedad civil alemana; poquísimos civiles en Alemania tenían una idea remotamente aproximada de cómo eran las cosas en el Frente Ruso. Lo más desesperante para estos soldados era comprobar que era inútil tratar de contar las cosas como realmente eran, porque con ello sólo lograban echar un pesar y un miedo tremendos sobre la imaginación y la conciencia de sus esposas y sus seres queridos. La única vida posible para estos hombres marcados por el fuego de demasiadas batallas, manchados por la sangre de demasiadas víctimas, legítimas o inocentes, era una existencia de pesadilla de la que no era posible escapar. Sentirse tentado por la idea de desertar era una reacción perfectamente comprensible, pero pocos soldados alemanes pensaban en ella seriamente: sabían el odio que les profesaban los soviéticos, y que en sus manos no sobrevivirían. El recuerdo más perdurable de los permisos con la familia era el duro momento de decirle adiós: para muchos, sería la última vez que la vieran. Todos sabían que habían de volver al infierno cuando veían pasar el letrero que indicaba el camino a los trenes en dirección a Stalingrado.

A finales de octubre de 1942, las tropas alemanas en el frente de Stalingrado comenzaron a recibir ropa de abrigo especial para afrontar el invierno ruso: «es un conjunto típicamente alemán ?apuntaba un oficial? con guerrera y pantalones reversibles, de color feldgrau por una cara y blanco por la otra.»[34] Pero los soldados en la fría y árida estepa, sin poder bañarse durante meses, estaban cada vez más infestados de piojos: «Por el momento no tiene sentido pensar en bañarse. Hoy maté mi primera patrulla de ocho piojos.»[35] Pronto comenzaron a ser frecuentes las bromas sobre los llamados «partisanillos». Algunos hiwis rusos recomendaban a los alemanes un remedio casero para librarse de ellos: consistía en enterrar cada prenda de ropa bajo tierra con uno de sus extremos por encima de la superficie; los piojos salían y se concentraban en ese extremo, y entonces se los podía eliminar aplicándoles una llama. Los médicos responsables de cada regimiento comenzaron a preocuparse cada vez más por el estado de salud de las tropas a su cargo.

Cuando en Berlín los comités de expertos comenzaron a estudiar la evolución sanitaria en el frente de Stalingrado tras el final de la batalla, en febrero de 1943, observaron a partir de noviembre de 1942 un rápido aumento de las muertes por enfermedades infecciosas: disentería, tifus y fiebres paratifoideas; la ictericia constituía un caso aparte: «La ictericia es muy frecuente por aquí ?comentaba un oficial?, ya que significa un billete de vuelta a casa; así que todo el mundo quiere cogerla o fingir que la ha contraído.»[36] En la Gran Guerra algunos soldados alemanes habían extraído ácido pícrico de las granadas de artillería sin explotar, porque al ingerirlo la piel se volvía amarillenta, simulando la ictericia; los médicos militares alemanes conocían el truco, pero no dejaron constancia de ningún caso descubierto en 1942. Sin embargo, la elevación de la «Fieberkurve», la frecuencia de las bajas por infecciones, había comenzado mucho antes, en julio de 1942.

Aunque el número total de enfermos era aproximadamente el mismo que en la campaña de 1941, los expertos en Berlín se sorprendieron al comprobar que en Stalingrado hubo cinco veces más bajas mortales entre ellos. Incluso los soviéticos habían notado que los alemanes enfermaban más que antes, y hablaban de una posible «enfermedad alemana» de nueva aparición. En Berlín sólo se pudo especular a posteriori que «la reducida resistencia de las tropas» a las enfermedades se debía a la tensión acumulada tras dos campañas estivales más una invernal, y la obligada reducción de unas raciones ya escasas de por sí.[37] Los más vulnerables al parecer eran los soldados más jóvenes, entre los 17 y los 22 años de edad. Sólo ellos representaban el 55% de las muertes por enfermedades infecciosas. Al margen de las causas exactas de esta grave morbilidad, el estado de salud del 6º Ejército era ya un asunto que preocupaba seriamente al comenzar noviembre, cuando el origen de las previsiones más temibles parecían provenir de tener que mantener a los hombres bajo la nieve durante un segundo invierno en Rusia.

Mientras el 64º Ejército soviético lanzaba un ataque tras otro en la ciudad de Stalingrado, el 57º Ejército tomó una colina en campo abierto que dominaba los sectores guarnecidos por la 2ª y la 20ª Divisiones de Infantería rumanas. Una noche, el veterano Teniente Aleksandr Nevski y su compañía de fusileros armados con metralletas PpSh se infiltraron en las posiciones rumanas con la idea de caer sobre el Cuartel General de la 1ª División de Infantería rumana, situado a retaguardia en una aldea, donde finalmente llegaron y sembraron el caos. Nevski fue herido dos veces durante la acción nocturna. El Departamento Político del Frente de Stalingrado, siguiendo la nueva línea impuesta por el PCUS de invocar la Historia de Rusia para ensalzar los éxitos de las tropas, decidió que Nevski debía de pertenecer al linaje de su glorioso tocayo medieval. Este «comandante intrépido, heredero completo de la gloria de su antecesor»[38] fue condecorado con la Orden de la Bandera Roja.

En Stalingrado, la gran ofensiva alemana lanzada para completar la conquista de la orilla occidental del Volga había perdido todo su impulso a finales de octubre debido al desgaste de las tropas y la escasez de municiones. El último ataque de la 79ª División de Infantería contra la Planta Octubre Rojo se vino abajo el 1 de noviembre bajo el intenso fuego artillero que los soviéticos hacían desde la orilla oriental del Volga: «El efecto del fuego masivo de la artillería enemiga ha debilitado de manera decisiva la fuerza atacante de la División», advirtió el Cuartel General del 6º Ejército.[39] Otro tanto sucedió con la 94ª División de Infantería, empeñada en atacar la bolsa soviética situada al norte de Stalingrado, entre Spartakovka y la Fábrica de Tractores Dzerzhinski.

«En los últimos dos días ?decía un informe del NKVD enviado a Moscú el 6 de noviembre? el enemigo ha estado cambiando de táctica. Quizá debido a las grandes bajas que ha sufrido en las últimas tres semanas, ha dejado de atacar con grandes formaciones.» En sector de la Planta Octubre Rojo, los alemanes habían pasado a atacar sólo con «grupos de reconocimiento para sondear los puntos débiles de la defensa situados entre nuestros regimientos».[40] Pero estos nuevos «ataques por sorpresa» no lograban más éxito que los anteriores, precedidos de intensos bombardeos artilleros y aéreos.

También durante la primera semana de noviembre, los alemanes comenzaron «a instalar redes de alambres finos en las ventanas de los edificios derruidos, y en los huecos abiertos por las bombas» allí donde ocupaban las ruinas, para que las granadas de mano que les lanzaban los rusos por sorpresa no pudieran penetrar.[41] Para contrarrestar este nuevo truco de Rattenkrieg, las avanzadillas del 62º Ejército necesitaban artillería portátil de pequeño calibre, de la que carecían, pues cada vez era más difícil cruzar el Volga. Los soldados del Ejército Rojo empezaron a improvisar: fijaron ganchos a sus granadas para que quedaran colgadas de las redes alemanas. Los soviéticos contraatacaron allí donde pudieron en esa misma semana: los cañoneros de la Flotilla del Volga, a los que se había montado una torreta de tanque, en popa o proa, de las que se producían en las Fábricas de Tractores de Stalingrado, bombardearon la primera línea de la 16ª Panzerdivision en Rinok; y los «fuertes ataques con bombas por la noche» de los endebles biplanos U-2 de la VVS continuaron minando la moral de los soldados alemanes desde el aire.[42]

3.1. Fuentes: Archivos Históricos y Testimonio Oral.

AMPSB: Arjiv Muzeya Panorami Stalingradskoi Bitvi (Archivo del Museo Panorámico de la Batalla de Stalingrado) Volgogrado.

BAMA: Bundesarchiv-Militärarchiv (Archivo Federal de Alemania-Archivo Militar) Freiburg i. Br. Signaturas: N395-9; RH 20-6-220 y RH 20-6-221 (Serie KTB AOK 6: Diario de Guerra del Estado Mayor del 6º Ejército, M. Friedrich von Paulus); RH 20-6-238 (p. 197); RH 27-24-3.

BZGSS: Bibliothek für Zeitgeschichte-Sammlung Sterz (Biblioteca de Historia Contemporánea-Colección Sterz) Stuttgart.

RGALI: Rossiiskij Gosudarstvennij Arjiv Literaturij i Iskusstva (Archivo Estatal de Literatura y Artes de Rusia) Moscú. Colección "Papeles de Grossman", Signaturas: 618-2-108; 1710-1-100.

TAMO: Tsentralnii Arjiv Ministerstva Oboroni (Archivo Central del Ministerio de Defensa de Rusia) Podolsk. Signaturas: 48-486-24 (pp. 162, 249, 344, ); 48-486-25 (pp. 52, 58, 61, 62, 69, 76, 77, 101, 122, 144, 176, 177, 179, 180, 216, 262).

Lazar Ilich Lazarev (antiguo teniente de la Infantería de Marina Roja), conversación con Antony Beevor, 13 de noviembre de 1995, cit. Antony Beevor, Stalingrado, p. 188, n. 44.

3.2. Bibliografía.

Antony Beevor: Stalingrado. Barcelona, Crítica, 2003 (7ª ed.).

Helmuth Groscurth: Tagebücher eines Abwehroffizieres. [Diarios de un oficial del servicio secreto.] Stuttgart, 1970.

Friedrich Hauck: Eine deutsche Division in Russland: Die 305. Infanteriedivision. [Una división alemana en Rusia: la 305ª División de Infantería.] Friedberg, 1975.

Edgar Klaus: Durch die Hölle des Krieges. Erinnerungen eines deutschen Unternehmers an Stalingrad. [A través del infierno de la guerra. Recuerdos de Stalingrado de un empresario alemán.] Berlín, 1991.

Helmut Pabst: The Outermost Frontier. [La frontera más remota.] Londres, 1957.

Karl-Heinz Schneider-Janessen: Arzt im Krieg. [Médico en guerra.] Frankfurt a. M., 1993.

 

 

Autor:

Jorge Benavent

[1] otas. 1942, noviembre 14, Koshcheev a Shcherbakov, TAMO 48-486-25, p. 179 [TAMO = Tsentralnii Arjiv Ministerstva Oboroni (Archivo Central del Ministerio de Defensa de Rusia) Podolsk].

[2] 1942, noviembre 21, Koshcheev a Shcherbakov, TAMO 48-486-25, p. 262.

[3] 1942, noviembre 14, Koshcheev a Shcherbakov, TAMO 48-486-25, pp. 179-180.

[4] 1942, octubre 18, Dobronin a Shcherbakov, TAMO 48-486-24, p. 249.

[5] 1942, octubre 15, Dobronin a Shcherbakov, TAMO, 48-486-24, p. 162.

[6] 1942, octubre 15, TAMO 48-486-24, p. 344.

[7] Lazar Ilich Lazarev (Teniente de la Infantería de Marina Roja), conversación con Antony Beevor, 13 de noviembre de 1995 (cit. Antony Beevor: Stalingrado. Barcelona, Crítica, 2003 (7ª ed.) p. 188, n. 44.)

[8] TAMO 48-486-25, 1942, noviembre 4, pp. 176-177.

[9] TAMO 48-486-25, 1942, noviembre 10, p. 122.

[10] TAMO 48-486-25, 1942, noviembre 6, pp. 76-77.

[11] TAMO 48-486-25, 1942, noviembre 4, p. 58.

[12] En la película Enemigo a las puertas de Jean-Jacques Annaud (2002) se recoge esta historia, en la que al final Zaitsev (interpretado por el actor Jude Law) se enfrenta al francotirador alemán, llamado “Comandante König” (interpretado por Ed Harris) y lo mata en un singular duelo de astucia. Se trata, con todo, de una dramatización ficticia de un hecho no documentado y de historicidad dudosa.

[13] Grossman atravesaba por aquel entonces un período de idealización espiritual, y escribía sobre los soldados del Ejército Rojo en clave casi tolstoyana: «En la guerra ?escribía por entonces en uno de sus cuadernos? el ruso se pone una camisa blanca en el alma. Vive pecadoramente, pero muere como un santo. En el frente, los pensamientos y las almas de muchos hombres son puros, y hay incluso una modestia monacal.» Fuente: RGALI 618-2-108, Papeles de Grossman [RGALI = Rossiiskij Gosudarstvennij Arjiv Literaturij i Iskusstva (Archivo Estatal de Literatura y Artes de Rusia) Moscú].

[14] RGALI 1710-1-100, Papeles de Grossman.

[15] TAMO 48-486-25, 1942, noviembre 17, p. 216.

[16] TAMO 48-486-25, 1942, noviembre 12, p. 144.

[17] TAMO 48-486-25, 1942, noviembre 4, p. 52.

[18] Hauptmann (capitán) Kempter, citado en Friedrich Hauck: Eine deutsche Division in Russland: Die 305. Infanteriedivision. [Una división alemana en Rusia: la 305ª División de Infantería.] Friedberg, 1975, pp. 74-75.

[19] Unteroffizier (cabo) Gelman a su familia, AMPSB [= Arjiv Muzeya Panorami Stalingradskoi Bitvi (Archivo del Museo Panorámico de la Batalla de Stalingrado) Volgogrado], citado en un Proyecto de Investigación Historiográfica, en curso de realización, en la Universidad de Volgogrado (cit. Beevor, 2003).

[20] Papeles de Grossman, RGALI 1710-1-100 [RGALI = Rossiiskii Gosudarstvennii Arjiv Literaturii i Iskusstva (Archivo Estatal de Literatura y Artes de Rusia) Moscú].

[21] Schütze (soldado) K. H. de la 113ª División de Infantería Wehrmacht, 27 de octubre de 1942, BZGSS [Bibliothek für Zeitgeschichte-Sammlung Sterz (Biblioteca de Historia Contemporánea-Colección Sterz) Stuttgart].

[22] Schütze K. H., 113ª División de Infantería, Wehrmacht, 27 de octubre de 1942, BZGSS.

[23] BAMA: N395-9 [BAMA = Bundesarchiv-Militärarchiv (Archivo Federal de Alemania-Archivo Militar) Freiburg i. Br.].

[24] Schütze K. H., 113ª División de Infantería, Wehrmacht, 27 de octubre de 1942, BZGSS.

[25] Unteroffizier H. D., 295ª División de Infantería (Wehrmacht), 6 de noviembre de 1942, BZGSS.

[26] BAMA: RH 20-6-220, 1942, octubre 14.

[27] BAMA: RH 20-6-238, p. 197.

[28] 1942, noviembre 7, Helmuth Groscurth: Tagebücher eines Abwehroffizieres. [Diarios de un oficial del servicio secreto.] Stuttgart, 1970, p. 529.

[29] Unteroffizier W. B., 371ª División de Infantería (Wehrmacht) 1942, octubre 26, BZGSS.

[30] Unteroffizier A. R., 60ª División de Infantería Motorizada (Wehrmacht), 1942, noviembre 19, BZGSS.

[31] Unteroffizier H. B., 371ª División de Infantería (Wehrmacht), 1942, octubre 28, BZGSS.

[32] BAMA: RH 27-24-3, 1942, noviembre 3.

[33] AOK 6 [6. Armee-Ober-Kommando (= Mando Supremo del 6º Ejército)], 1942, octubre 29, BAMA: RH 20-6-220.

[34] Helmut Pabst: The Outermost Frontier. [La frontera más remota.] Londres, 1957, p. 121.

[35] BZGSS: 1942, noviembre 19. Unteroffizier A. R., 60ª División de Infantería Motorizada (Wehrmacht).

[36] Edgar Klaus: Durch die Hölle des Krieges. Erinnerungen eines deutschen Unternehmers an Stalingrad. [A través del infierno de la guerra. Recuerdos de Stalingrado de un empresario alemán.] Berlín, 1991, p. 21.

[37] Doktor Dormanns, epidemiólogo (Sanidad Militar Alemana), 1943, enero 28; cit. Karl-Heinz Schneider-Janessen, Arzt im Krieg. [Médico en guerra.] Frankfurt a. M., 1993, p. 132.

[38] Koshcheev a Shcherbakov, 1942, noviembre 4; TAMO 48-486-25, pp. 61-62.

[39] KTB [Kriegs-Tage-Buch = Diario de Guerra] AOK 6 [6. Armee-Ober-Kommando = Estado Mayor del 6º Ejército]; BAMA: RH 20-6-220.

[40] TAMO 48-486-25: 1942, noviembre 6, p. 69.

[41] TAMO 48-486-25: 1942, noviembre 7, p. 101.

[42] KTB AOK 6: 1942, noviembre 1, BAMA: RH 20-6-221.