Las relaciones sociales son portadoras de normas que hacen a la convivencia y la calidad de esas normas, conformarán un conjunto de principios que girarán en torno a la existencia.
Teniendo en cuenta esta premisa, la cuestión es saber porque la sociedad ha basado su código moral, entendido como la apreciación de situaciones relativas al entendimiento o de la conciencia, en principios que siempre trata de vulnerar. La cuestión así planteada, exige una respuesta no fácil de contestar, porque la situación actual está mostrando síntomas de decadencia en lo que se refiere a la convivencia entre las personas. Es una decadencia signada por toda clase de valores e infravalores que hace que la sociedad se disgregue en los abismos del pensamiento para encontrar soluciones que no harán más que confundir y cuestionar las acciones individuales.
El caso particular de la Argentina, un país cuyo esquema nacional nunca ha sido construido y ni siquiera delimitado, es paradigmático. El espíritu Argentino nunca ha emergido Con esto me refiero a que la nación nunca ha tenido una forma que permita la configuración del ser argentino. Como consecuencia de esta falta de formas es necesario hacer inteligible el acto de conocer para obtener conclusiones que respondan al porque de nuestra esencia.
El filósofo alemán Emmanuel Kant considera al conocimiento como acción y no como contemplación. Sostiene que en el acto de conocer, el sujeto no es receptivo, sino que es activo y aquí la ley de causalidad cumple un rol muy importante porque es atribuible al sujeto y no al objeto. De esta manera se produce una aproximación a lo real porque el sujeto piensa en términos de causalidad mediante razonamientos, así el objeto de conocimiento se ajusta a normas que el sujeto impone. Como corolario de esta situación se abren dos ámbitos: el objeto en tanto conocido, sometido a las normas del sujeto y el objeto tal como es en sí. A la cosa en sí, Kant lo llama noumeno y es incognoscible y al objeto conocido lo llama fenómeno y corresponde al aspecto elaborado en el objeto por el sujeto en la actividad de conocer.
La actividad de conocer genera nuevos valores que permiten diferentes apreciaciones, supone la desagregación de los componentes de la sociedad. De esto se desprende que los valores, la ética y la moral están en juego como factores determinantes de la conducta. Desde muchos aspectos, los valores de la virtud son enseñados desde la familia como elementos que nos darán la posibilidad de insertarnos en el mundo. La adquisición de hábitos provocará acciones conformes a leyes morales. Teniendo en cuenta esto, se podría decir que la familia, como institución social de primer orden en el proceso de socialización y portadora de los valores de la virtud educativa no ha tenido mucho éxito en la inserción social de sus integrantes, porque los valores dominantes que cubren la sociedad están en una fuerte contraposición con la familia. En este punto se puede observar la emergencia de un nuevo frente signado por la lucha entre la familia y la sociedad. De aquí en mas la pregunta apunta al hombre ¿es el hombre portador de valores culturales uniformes que permitan la convivencia o es portador de valores que están en forma constante cuestionando y transgrediendo los sistemas de valores de los cuales precede el valor de los valores? Paradigmático, porque si es un hombre cuestionador, las crisis de valores deberían encontrar cauce en la sociedad, pero las crisis son recurrentes y sin resolución, esto implica que la sociedad tiene problemas para entender situaciones. El signo de la decadencia argentina está atravesado por la mentira, la hipocresía, la vanidad, la política del corporativismo, la familia sin sentido y la escuela. Aquí hay otro punto que permite apreciar lo difícil que resulta la articulación cultural en Argentina. El país es una estructura social cuyas partes componentes tienen sus propias culturas, todas sin conexión, es decir todas confrontativas.
Es un problema cultural porque en momentos críticos los valores no juegan un papel conducente a la resolución de la crisis. Lo que hay que resaltar cuando se habla de un problema cultural, es que la idea no es dirigirse hacia una suerte de "nacionalismo cultural" o un "nacionalismo de valores" sustentado con una doctrina política. La historia ya nos ha mostrado sucesos que exaltaron la identidad, el espíritu y el alma de una nación y eso desembocó en la emergencia del totalitarismo nacionalsocialista en Alemania con sus componentes racistas y autoritarios que llevaron a millones de personas a la muerte.
La idea transita por la construcción de una identidad filosófica y cultural. Este es uno de los espacios de reflexión que todo país debe proponerse, en especial Argentina. El hecho de que haya una desconexión entre la sociedad y valores implica que filosóficamente el país tiene problemas.
El sin sentido parece estar enquistado en todas las capas sociales, por ende se hace necesario repensar el porque de la existencia. Y en ese repensar, el argentino se sumerge en la contradicción que hasta el presente no ha podido resolver. Esto es, la elección entre vivir con normas y convenciones sociales aceptadas por todos o vivir en una anarquía valorativa que emerge cíclicamente. Esta afirmación se sustenta en la realidad que contiene el error más grande que cometió Argentina en su camino hacia la constitución del ser argentino. El argentino cree como noumeno y no como fenómeno. El argentino es un animal carente de intención indagadora. Está fuera del proceso del conocer. No es un sujeto activo, es meramente pasivo y receptivo. No domina al objeto para adecuarlo a su necesidad y reivindicar al individuo como ser pensante. No utiliza la política como canalizadora del conflicto. La política es vista como algo de los políticos o del Estado y no de la sociedad.
Nuestra sociedad es una sociedad constituida por un rebaño que espera al pastor y a su perro para cruzar campos lleno de plagas y depredadores peligrosos. Síntoma de decadencia social. Según Nietzsche "la decadencia misma no es algo contra lo que se pueda luchar: es necesaria y propia de todas las épocas, de todos los pueblos". Desde esta perspectiva, se puede decir que la construcción institucional que supone una sociedad en la cual la política cumple un rol fundamental, no ha salido de la oscuridad en Argentina. La justificación es parte de la decadencia sufrida por el país porque se justifica la creencia y el noumeno kantiano.
La metafísica es el ser de nuestra idiosincrasia. La intención indagadora del argentino no actúa como barrera a las decisiones originadas en el Estado. De esta manera, el sin sentido y la existencia vacía emergen y se asientan sobre bases sólidas. Como corolario de esta situación, la actividad de conocer no actúa como mediatizadora entre la sociedad y el estado. Si el pensamiento y la racionalidad no encuentran los caminos políticos para canalizar los conflictos la desestructuración social emerge como consecuencia. Es por esta situación que entre la cultura familiar y la cultura social entran en juego muchas fuerzas que pugnan por un poder de dominación, una lucha constante que supone la vulnerabilidad de los valores de la existencia en la cual los hombres no se hacen cargo de sus propias acciones, sino al contrario, encuentran su desdicha en la existencia que los hace a un lado. La falta de sentido es la subyacencia de esta época en la que todo pasa y nadie es responsable. Y la fe, la esperanza y la caridad no tendrán razón de ser en una sociedad que no encuentra sentido existencial en la cotidianeidad. Si la religión, la justicia, el derecho, la ciencia, la empresa, el empresario y el trabajador son la base actual de una evolución que ha llevado siglos, es porque la esencia humana debe ser conducente a la convivencia social. Pero las contradicciones siguen sin resolverse porque los sucesos que derivan en constantes crisis económicas y sociales en los cuales los valores en danza para sostener en el tiempo una existencia pacifica se vulneran constantemente. Por ende, las instituciones sociales que son producto de la evolución histórica, pierden sentido.
Thomas Hobbes decía que "el hombre es el lobo del propio hombre" y si la historia es un proceso en el que se conjugan factores sociales, religiosos, filosóficos, económicos, culturales y políticos que desembocan en hechos y normas que hacen a la convivencia, los argentinos no hemos aprendido nada porque todos los caminos conducen a la contradicción antes mencionada. El argentino, al no encontrar explicaciones a su existencia, comienza a repartir culpas a diestra y siniestra. La proyección aparece aquí como el mecanismo de defensa mas apropiado. Los culpables serán la situación económica, la educación, los impuestos que son muy altos, Dios que no ayuda, el gobierno, los empleados, los empresarios, la falta de moral, el pensar diferente, el no tener consideración hacia la víctima. Todos los culpables están ubicados en la periferia, pero el núcleo de la cuestión todavía no ha sido abordado.
Como se puede apreciar, estas consideraciones están sujetas al "ensimismamiento de uno mismo". Aquí reside lo paradójico. Nada puede sortear las bondades del nihilismo. La nada es el resultado de acciones basadas en la mentira y en la hipocresía constituida como optimismo moral e ideal. El hecho de experimentar la falta de sentido, es decir el nihilismo, genera situaciones angustiantes porque la interpretación de la existencia con los valores actuales genera desconcierto por no poder responder a la pregunta del porqué las cosas pasan. Cuando los valores superiores, incluidos los de la familia, pierden validez para explicar y hacer inteligible la existencia, la angustia emerge como nihilismo. Y esta sensación es el noumeno, la cosa en si de la que Kant hablaba. A lo mejor vivimos en una sociedad cuya racionalidad es mediocre e ininteligible y la angustia y el nihilismo serían nuestro estado natural.
El no ser parte activa en el proceso de conocimiento conlleva a la situación de sentirse víctima de la existencia y en encontrar culpables por la desdicha que la gente sufre en toda una gama de instituciones y hombres.
Ese proceso de conocimiento se puede traducir en la famosa frase de Sócrates "conócete a ti mismo".El conocerse a sí mismo implica poner en tela de juicio los valores que han justificado la existencia del hombre. Una existencia que para el ser argentino es todavía indescifrable debido a su falta de indagación. Si la filosofía es la permisividad hacia la ignorancia, es porque el camino hacia el conocimiento está siempre abierto. La Argentina de los últimos tiempos parece haber resuelto el tema, porque se contenta con transitar el camino sin indagar, creyendo en los poderes "sobrenaturales" de seres que tienen soluciones universales en un mundo cada vez más complejo.
El argentino se resiste a pensar, prefiere la virginidad cerebral en aras de una cotidianeidad sin sobresaltos. Además, este hecho presenta una característica importante para ser analizada porque se lo considera un valor en sí. El argentino está mas allá de las cosas que suceden. Los valores forman parte de una estructura social que no genera sus propios esquemas de convivencia. Todo está dado de antemano. Las creencias y los mitos parecen ser el esquema filosófico que el argentino ha elegido para imprimirle a su vida un destino de grandeza. Hubo un segmento de tiempo en el cual los argentinos vivimos en una burbuja. Al no cuestionar la mentira subyacente de la paridad cambiaria, el argentino actuó en base al noumeno de Kant y prefirió ahorrar en dólares, consumir en pesos y llevar una vida primermundista que volvió a desembocar en la eterna contradicción que no sabemos resolver.
Actuar como si la realidad fuera una entidad independiente de la actividad productora del hombre, es admitir la incognoscibilidad de la realidad en el sentido de que la lógica del cambio es ajena a la acción del hombre. Admitir esta tesis es admitir una moralidad intempestiva y una crisis existencial permanente. Si el cambio social permite la constitución de nuevos esquemas mentales y de convivencia, producto de las acciones de los hombres, las posibilidades de un futuro menos traumático son posibles. De aquí resulta que lo importante es reflexionar acerca de la identidad filosófica y cultural. El argentino debe sentir que es parte de un proceso cultural que el mismo produce. En función de esto podría conceptuar, diagnosticar y pensar las situaciones de crisis. De esta manera podría ser el protagonista activo de la realidad. Una realidad que el mismo tiene la capacidad de modificar a través del conocimiento de los fenómenos. Kantismo puro.
Es importante saber que entre la percepción y el concepto está la reflexión. Argentina está dominada por la razón instrumental, la razón cortoplacista, la razón que desestructura y genera desconciertos sociales y crisis recurrentes. Debería acercarse al pensar profundo, a la "reflexión meditativa", en el decir de Heidegger. Saber el fundamento de la realidad es importante porque genera espacios de reflexión que se conjugan con otros y los resultados pueden ser superadores. La cuestión es salir de la decadencia permanente que no nos permite desarrollarnos como sociedad. "Las sociedades deben juzgarse por su capacidad para hacer que la gente sea feliz" decía Tocqueville. De esta frase se desprende el concepto de sociedad como algo totalizador que está constituido por partes, es decir por personas. La acción de las personas en un reflexionar y pensar conjunto configurarían instituciones sociales con las cuales estamos de acuerdo y tendrían sentido para la existencia.
Tal vez la emergencia de una concepción antropocéntrica vuelva a poner al hombre como protagonista y ese protagonismo será acompañado por un pensamiento y conocimiento crítico de las cosas que suceden a nuestro alrededor. El argentino debe ser el productor cultural de su propia existencia de sus propios valores. Tal vez, algún día, Argentina desista de negar a la Razón como herramienta para conocer el mundo. Llegar a conocimientos correctos que nos permitan razonar que es lo que está bien y que es lo que está mal, es la meta que nos tenemos que proponer, tal como lo hacía Sócrates, cuando salía por las plazas de Atenas para indagar a sus conciudadanos y saber cuanto sabían de verdad y cuan éticos y morales eran.
Gaader, Jostein, El mundo de Sofía, Novela sobre la historia de la filosofía, 29º ed. Ediciones Siruela, Madrid, 1994.
Deleuze Gilles, Nietzsche y la filosofia. Ed. Anagrama, Barcelona (España), 2000. Trad. Carmen Artal
Lic. Sergio Damián Vitella
Categoría: Filosofía