- Resumen
- A modo de introducción
- Características del cine en relación con la sociedad actual
- Cine como educación social
- Cine, valores y educación social
- Conclusiones
- Bibliografía
El presente artículo trata de demostrar cómo el cine puede ser un elemento claramente formativo, además de un apoyo metodológico en la intervención pedagógica y hace incidencia en algunas profesiones que pueden aprovecharse del séptimo arte como soportes de complementación profesional.
La historia y desarrollo del cine como arte e industria y la pléyade de directores que han hecho películas que ayudan a la conformación de una escala de valores son argumentos suficientes para que podamos contar con el cine como un recurso didáctico para hacer una pedagogía más acorde con la realidad de los tiempos que vivimos.
ABSTRACT.
The article tries to show how the cinema may be a formative element, moreover, cinema is a methodical support in the pedagogic participation and incises in some vocations that they can make good use of the cinema like supports of profesional completion.
The history and the development of the cinema like art and industry and all the film directors have produced films that help to make a range of values are enough reasonings to take the cinema like a didactic resort and do a pedagogy more linking with nowadays´ reality.
Mi vocación más auténtica creo que es representar cuanto veo, siempre que me impresione, me fascine, me sorprenda.
Federico Fellini
Si fuera necesario justificar la relación entre el cine y la Educación Social, empezaríamos por recurrir a los que se podrían considerar los elementos más visibles y exteriores de la misma; de una parte, a la enorme relevancia que ambos han tomado en un período de tiempo reciente; de otra, a su incidencia socializadora en sus respectivos campos. En cambio, encontraríamos nexos más profundos atendiendo, con respecto al cine, a su potencialidad educadora en un sentido amplio e informal; y, con respecto a la Educación Social, en la conveniencia de intervenir con medios formativos no convencionales.
El cine, como trataremos de mostrar a continuación, es el arte social de nuestro tiempo. También a la Educación Social se le podría asignar, en el ámbito educativo, esa caracterización social de nuestro tiempo. Sin minusvalorar la trascendencia de cuanto se hace dentro de los sistemas educativos, a la Educación Social le viene correspondiendo el reconocimiento de una importancia cada vez mayor. En la actualidad, se ha superado la visión de la educación como la de un fenómeno circunscrito a una etapa de la vida de las personas y vinculado solamente a unas instituciones que, además, en demasiadas ocasiones, están absorbidas en exceso por la educación permanente. Por eso la Educación Social se manifiesta como el enfoque actualmente imprescindible a fin de que la educación responda a las amplias necesidades que plantean nuestras sociedades.
A su vez el cine ha protagonizado la revolución que ha supuesto la superación de la lectura / escritura como prácticamente el único vehículo de información / comunicación y el paso a una cultura fundamentalmente audiovisual, especialmente a partir del refuerzo que han supuesto la televisión y, cada vez más, las nuevas tecnologías. De ahí que nos propongamos abordar el análisis de las características que hacen del cine un agente educador, y también un recurso de aplicación imprescindible en el ámbito educativo, especialmente en la educación no formal.
Características del cine en relación con la sociedad actual
Como hemos expresado, el cine es el arte social de nuestro tiempo. Ello es debido no sólo a que en él se juntan diversas artes hasta convertirlo en un arte total, sino también al interés y aceptación que suscita en cualquier parte del planeta y entre personas de cualquier edad o condición. Es lo que ha resaltado Hauser que ya consideraba superadas las resistencias que inicialmente pudieron tener ante él algunos círculos elitistas:
Se evidencia un cambio de opinión desde los inicios del cine cuando se interpretaba como amenaza por un reducido colectivo de intelectuales al dudar sobre el valor formativo y cultural de lo popular, que se mantenían fieles al poder de la literatura y las artes mientras valoraban las películas como meros y superficiales pasatiempos. Aunque sigue permaneciendo alguna tendencia en esta línea, el cine ha ofrecido auténticas muestras de arte a toda la población, al margen de su capacidad o edad y desde las más variadas zonas y culturas del planeta. Hoy el cine se valora de arte y de social en su totalidad, incluso hay quien lo cataloga como arte del siglo XX. [1]
Hoy día es innegable su condición de arte, y no es menos cierto que en la actualidad uno de los rasgos que caracterizan a nuestra sociedad es la omnipresencia en ella de lo audiovisual. Y dentro del mundo audiovisual es justo destacar la importancia del cine. Calificado como séptimo arte ha logrado constituirse no sólo en un medio de distracción, extendido a todo lo ancho de la tierra, sino que, tanto por las demandas de sus espectadores como por la ambición de sus creadores, ha llegado a ser una muestra donde observar, analizar y comprender nuestro mundo. En el cine aparecen la mayor parte de sus rasgos, ya sean comunes o extravagantes, reflejo de la realidad o producto de la imaginación de las personas, pero, precisamente por ello, en él encontramos una reproducción tan fiel de la existencia, las pasiones y los sueños de la humanidad actual. No es de extrañar, por lo tanto, que se la estudie a través de él.
Continuando con esta idea, queremos subrayar que por ello el cine es probablemente el arte más social. A diferencia de otras artes en las que cuenta más la individualidad del artista, en el cine, desde el momento inicial de su gestación, está presente el gran número de personas a las que se destina la película. Sin duda es una peculiaridad suya la unión de creación artística, función comunicativa y forma de producción más cercana a una factoría industrial que al taller o al estudio de un artista. Precisamente una de las grandezas del cine radica en que, sin renunciar a las más elevadas exigencias del arte, trata de llegar al máximo número de personas al margen de su formación cultural (Leigh, 2002). Y legítimamente puede enorgullecerse de haber sido aceptado tanto por las elites como por las masas populares.
En esta clave se comprende su conexión con una característica social muy propia de nuestra época: nuestra sociedad es una sociedad de masas. En nuestro tiempo se ha producido no sólo el acceso de las masas populares a la vida pública, merced a la creciente participación en la vida política y social, sino que esas mismas masas se han convertido de forma progresiva en público indiscriminado que accede a una serie de medios nuevos.
Si buscásemos las razones que le han permitido este logro en relación con la sociedad y, a su vez, no dejásemos de considerar que nuestro objetivo final es relacionarlo con la educación, debiéramos acudir a algunas de sus características principales. Entre ellas, nos parece destacar, en primer lugar, el solapamiento de sus funciones. Como ya ocurriera con el teatro y, más en general, con la literatura, el cine se presenta -(¿humilde o astutamente?)- , como si sólo pretendiera distraer, divertir, llenar espacios de ocio, para subliminalmente pasar a trasmitir ideas, aflorar reflexiones, provocar sentimientos, modelar comportamientos.
Ciertamente el cine entretiene, distrae, divierte y muchas personas no buscan más en él. Pero que no busquen no quiere decir que no encuentren o comprueben que, además de lo primero, el cine les inculque ideas, influya en sus conductas o logre que se identifiquen con determinados valores. Y su repercusión es mayor porque lo hace sin dejar de ser atrayente pues demasiado bien sabe que al cine se acude libremente, no por obligación y que si pierde su faceta atractiva, dados sus altos costos, no podrá subsistir.
Como ya ha señalado Tarkovski (2002, pp. 44-45), el éxito del cine estriba en conseguir llevar a cabo estas funciones ofreciéndonos un mundo ficticio, reconstruido pero tan similar al que vivimos, tan creíble, que nos induce a olvidarnos de que cuanto vemos en la pantalla no es la realidad sino un entramado artístico hábilmente elaborado. En ello reside la enorme capacidad de manipulación que posee el cine, de hacernos percibir un mundo utópico como si ya realmente existiese; y su gran éxito consiste en lograr que no sólo no rechacemos su pretensión, sino que la busquemos y la aceptemos con agrado. Para este autor la explicación se basa en todo lo que el cine ofrece a las personas a cambio de su entrega confiada.
Aún así, a pesar de su ingenio, de su dominio y hasta de su manipulación, las personas desean ver cine porque por medio de él se recrean, van más allá de lo conocido y establecido, se vuelven libres, se acercan a lo humano y confían en la vida; para vivir y sentir con el cine, desde la risa hasta la tristeza, desde el amor hasta el odio, desde el gozo hasta el dolor, desde el valor hasta el temor, desde el éxito hasta el fracaso.
Y es que el cine obtiene la aceptación social porque conecta con dimensiones plenamente personales, con el interés que les mueve para superar cualquier obstáculo y aspirar a todo lo humano en un alto grado. Es aquí donde se ubican también algunas de las principales posibilidades del cine en orden a la educación. El cine profundiza, plasma o analiza la vida de las personas, sus problemas, sus sentimientos, sus pasiones. Y lo hace con tal fuerza que llega al mundo interior del espectador despertando pensamientos, valoraciones y cambios de actitud. (Mitry, 1990; Casanova, 1998).
Cuanto venimos diciendo nos lleva de la mano a la consideración de la que querríamos destacar como una segunda característica del cine. Se trata de su ambivalencia, de su carácter bifronte. Posiblemente por ello se nos viene reclamando a los educadores que asumamos como imprescindible la formación para el cine, para el lenguaje audiovisual. Dada la fuerza con la que ha irrumpido en un mundo donde la información llegaba casi exclusivamente a través de la escritura y a un grupo limitado de la sociedad, es comprensible que el cine haya provocado en unas personas una aceptación plena y en otras un rechazo absoluto. Umberto Eco plasmará esta bipolaridad contraponiendo las actitudes que él califica como propias de apocalípticos o de integrados, pues si los unos sólo ven males sin fin que advienen de forma inevitable con la nueva cultura audiovisual, los otros la asumen como si de un fenómeno natural se tratase. Él nos previene y nos urge a imponernos una actitud crítica y reflexiva -en definitiva, personal– si queremos conservar nuestra autonomía y capacidad para pensar y decidir, si queremos evitar que se queden anuladas por la enorme capacidad de seducción con la que nos llegan los mensajes a través de los medios audiovisuales:
La civilización democrática se salvará únicamente si hace del lenguaje de la imagen una provocación a la reflexión crítica, no una invitación a la hipnosis.[2]
Y es que en la actualidad, por lo general, la información nos llega a través de las imágenes más que de las palabras de forma que hemos de considerar que en ella se ha producido un cambio en la jerarquía de los sentidos. Hoy prevalece lo que se ve sobre lo que se lee. Por eso han surgido voces como las del filósofo George Steiner en defensa de la lectura y de la memoria cultural o advertencias sólidamente justificadas acerca del peligro de desvertebración entre la cultura, la información y la educación, como las del lingüista Rafaéle Simone (2001).
Reconociendo el valor de estos pensamientos y la importancia de sus llamadas de atención, nos parece más oportuno que los educadores no pretendamos erigirnos en nuevos Josués que persigan detener el movimiento de un astro, sino aprovechar las virtualidades formativas que ofrece el cine (Richmond, 1991; Urpí, 2000, p. 587). En este sentido, habría que destacar la capacidad de la persona para pasar de ser espectador a convertirse en coprotagonista, como tan bien ha narrado Woody Allen en su película La Rosa Púrpura del Cairo, (1985).
Si esto fue así desde los inicios del cine, con la extensión de la televisión y su presencia a veces multiplicada en los hogares, casi como un miembro más de la familia y, en muchos casos, el principal interlocutor en el interior de ella, se ha conseguido una mayor familiaridad con el mundo de la imagen con la que se convive e interactúa. Gracias a ello ha disminuido la pasividad y el espectador, como señalábamos antes, se ha convertido en coprotagonista interactivo. Pero al igual que la pedagogía activa alcanza más profundamente sus objetivos que aquélla otra que impone una sumisión pasiva, esta nueva forma de llegar el cine intenta con mayor eficacia trasmitir sus mensajes y que se asimilen las actitudes y valores que le acompañan.
Para lograrlo, el cine recurre a todas las posibilidades que encuentra en las técnicas que emplea pues en él toda la importancia de la técnica tiene que estar dirigida en función del proceso de comunicación con el espectador. Lo que pretende el director de una película es que éste se sienta comprometido, que vea reflejada en la pantalla su visión de la realidad. (Dios, 2001, pp. 17-20; Alegre, 2003). De este modo, se obtiene un momento de convivencia mágica, un situarse en la personalidad del otro.
Subrayamos, como una tercera característica, la capacidad del cine para ser a la vez social e individual. El cine no nació en un reducido cenáculo y nunca ha pretendido limitarse a minorías selectas. Desde su origen se orientó hacia toda clase de personas. No es casualidad que entre sus primeras filmaciones estén la salida de una estación o de una fábrica, es decir, masas de gente. Con ello se manifestaba su vocación desde el principio de no ser una espectáculo elitista. Asimismo, se proyectó en locales que pronto buscaron dotarse de los medios técnicos precisos para reunir a grupos numerosos de personas. También muy pronto se inclinó a medir el éxito de sus filmes, no tanto por los juicios de sesudos y aquilatados críticos sino por el número de espectadores que habían asistido a su proyección.
La importancia de este carácter social, incluso sociológico, no debería hacer que se olvide que el cine es fuertemente individual o, mejor aún, personal. El cine es visto simultáneamente por muchas personas, pero sin por ello dejar de pretender comunicarse con cada una de ellas. Cuantos han estudiado el carácter de la comunicación cinematográfica han tenido que resaltar su capacidad para potenciar los sueños, los temores, las esperanzas de cada uno de los espectadores. Sus formas concretas, absolutamente reales, que el espectador relaciona con su mundo habitual, no le impiden avivar la imaginación y fomentar una sensación de libertad, de liberación de una vida en demasiados casos gris y anodina. Se reconoce con los protagonistas del film más allá de la pantalla y terminan por identificarse con las estrellas cinematográficas y compartir sus problemas y hasta su vida tal como los conocen a través de los medios de comunicación. De este modo, el cine potencia la personalidad de los espectadores y facilita que asuman y proyecten aspectos de ella que de otro modo permanecerían ignorados adormecidos en el inconsciente.
Por eso el cine constituye uno de los elementos más valiosos para contemplar y estudiar a una sociedad. Hay una constante interacción entre cine y sociedad de modo que las tendencias, los gustos, las inquietudes, las ambiciones de ésta se reflejan en la producción cinematográfica pues lo particular y lo general acaban estando presentes en la filmografía de una sociedad o de una época. Basta considerar los argumentos y los temas de las películas que se han producido en un período de tiempo determinado para poder encontrar como una reproducción de la sociedad que lo ha vivido. Y es que el cine se esfuerza por conseguir que la sociedad se identifique con sus filmes, se apropie de ellos, los haga suyos y para ello hace que tanto los grandes problemas como los pequeños, los que afectan a masas o a individuos se encarnen en la pantalla con lo que se produce una relación en una doble dirección: el cine acepta las características y problemas de una sociedad y, al proyectarlos, permite que la sociedad se reconozca a sí misma en los filmes y los haga suyos. En este sentido, nos vienen al recuerdo recientes filmes como, 11 de septiembre, (Loach, 2001); El Pianista, (Polanski, 2002); Te doy mis ojos, (Bollaín, 2003); Mar adentro, (Amenábar,2004) y tantos otros.
De ahí que la asistencia de los espectadores se convierte en un auténtico barómetro de la vida de esa sociedad. Es decir, permite que las personas conozcan y se sumerjan en los grandes y pequeños fenómenos sociales y también nos muestra hasta qué punto la sociedad se identifica con ellos.
No quisiéramos terminar este apartado en el que hemos tratado de caracterizar al cine en orden a su relación con la Educación Social sin referirnos de un modo especial a su valor como medio de comunicación y como arte. El cine es un medio de comunicación basado fundamentalmente en la imagen. Por lo tanto, se requiere el conocimiento de unos códigos para captar toda la riqueza comunicativa que nos trasmite.
Si estudiamos la evolución del cine y nos fijamos en la importancia que se concede a la forma de configurarse la imagen, advertiremos que en el último tercio del siglo pasado, posiblemente por influencia de la lingüística, hay un fuerte cambio en la interpretación de los diferentes elementos de la imagen. Por eso se hace imprescindible estudiar esos elementos, su función, los códigos que se encuentran en su base a fin de una interpretación adecuada del filme. Es la gramática del cine que hábilmente utilizan los creadores para alcanzar sus objetivos y que paulatinamente van dominando los espectadores.
Y, por encima de todo, hay que resaltar la imagen. Como hemos señalado, estamos en una época donde predomina la comunicación a través de la imagen. Una imagen potenciada por todo lo que la creatividad del director es capaz de vincular a ella, es decir, además del movimiento, la luz, el color, el enfoque y demás componentes propios de la imagen, los elementos sonoros, como palabras, música, ruidos y hasta silencios. Destaquemos, además, que ya no sólo es en las grandes y sofisticadas salas de cine donde los filmes logran toda su efectividad. Actualmente, recursos técnicos (pensemos por ejemplo en los denominados Home cinema) dotan a una habitación de cualquier hogar de casi el mismo ambiente que el de una sala de proyección.
No quisiéramos dejar de mencionar una idea que consideramos como recurrente en diferentes estudios sobre la sociedad actual y los medios audiovisuales. Se trata de poner de relieve que éstos forman un conjunto y como tal se han convertido en un componente de nuestras sociedades sin el cual sería prácticamente imposible comprender a nuestros entornos sociales y su forma de funcionar y existir. El cine, la radio, la televisión y demás medios audiovisuales son ya imprescindibles (Touriñán, 1999; Freedman, 2002; Esteve, 2003). Podemos decir que la forma de comunicación característica de nuestra época se basa en la imagen y que, gracias a ella, el cine ya es con todo derecho un medio de comunicación, con todas las propiedades características de los mismos.
Ahora bien, el haber resaltado la vinculación del cine a los medios de comunicación social no puede hacerse menoscabando su condición fundamental de arte. Incluso hay que decir que en él se compendian, de una parte, las diferentes formas artísticas que la humanidad ha ido desarrollando a lo largo de los siglos, de otra, es un arte capaz de seguir asimilando nuevas aportaciones artísticas. A los grandes realizadores cinematográficos hay que reconocerles, además, su tesón constante por preservar el carácter de arte global del cine por encima de los condicionamientos del género novelístico, que en algunos momentos ha soportado, y lo que es más difícil, la presión que ejercen sobre él la industria y el mercado cinematográfico. En la producción de una película es imposible no prestar atención a la rentabilidad y, por lo tanto, a la demanda del mercado. Pero el gran mérito de los realizadores está en no sucumbir ante ella, en no renunciar a la búsqueda de una estética que se caracteriza por el dinamismo, por buscar en el movimiento de las imágenes una representación de la vida a partir de sus grandes coordenadas, el espacio y el tiempo. (Hueso, 1998, p. 20; Benet, 2004).
Como conclusión de este apartado señalaríamos lo que ha sido la línea que lo ha recorrido: la relación sustancial que une a cine y sociedad. Las manifestaciones humanas, especialmente las artísticas, son, en gran parte, una proyección y una manifestación de la percepción social de unas personas: guionista, director y actores. En el cine esa proyección y manifestación asume un carácter social. Es cierto que, con anterioridad al cine, el teatro había buscado este mismo carácter y bastaría recordar el teatro clásico, especialmente las tragedias griegas, los autos sacramentales o, más recientemente, el teatro social (Úcar, Cortada y Pereira, 2003). El cine, en este sentido, ha seguido el mismo camino que el teatro y procura devolverle a la sociedad lo que en ese momento vive. Lo hace después de convertirlo en arte, en sublimarlo a partir de la belleza, el sentimiento, las ideas, el atractivo de sus grandes protagonistas o el rechazo de quienes representan conductas reprobables. El cine es industria y es arte. Sin su dimensión industrial no habría obtenido relevancia social pero si hubiese dejado de ser arte tampoco habría conquistado y mantenido el apoyo y reconocimiento de la sociedad.
Por lo tanto, como conclusión a este apartado, convendría resaltar la fuerte caracterización del cine como social y de esta forma enlazamos con la finalidad global de estas páginas, la conveniencia de relacionar la Educación Social con el Cine.
Una vez precisado el concepto de Educación Social, dedicaremos este punto al análisis de los beneficios sociales que reporta el cine y la necesidad de una formación cinematográfica; finalmente presentaremos la que para nosotros constituye desde hace tiempo una profunda convicción personal, la posibilidad de combinar cine y educación social.
En relación con el sentido de la educación no formal, recordaremos que, desde el lenguaje pedagógico internacional, desde hace tiempo se ha asociado no formal a una perspectiva altamente positiva de la educación. Concretamente se la ha relacionado con aquella perspectiva que rompe las barreras de la lógica estructura administrativa a la que está ligada la educación formal puesto que se encuentra sometida a las directrices de la oficialidad y, en gran parte, de la obligatoriedad.
Coincidimos con el Profesor Gonzalo Vázquez, entendemos que educación no formal es toda actividad organizada, sistemática, educativa, realizada fuera del marco del sistema oficial, para facilitar determinadas clases de aprendizaje a subgrupos particulares de la población, tanto adultos como niños. (1998, p. 12).
Como es sabido, la educación no formal abarca una serie de ámbitos de actuación educativa (alfabetización, educación de adultos y personas mayores, formación laboral, ocio y tiempo libre, educación para el consumo, educación para la salud, educación urbana, educación ambiental y la conservación del patrimonio, animación sociocultural e intercultural, educación familiar, educar para los derechos humanos, medios de comunicación y desarrollo humano, etc.) que permiten hacer realidad aquel principio de que la educación es una tarea que prosigue después de la escuela y que afecta igualmente a quienes no han podido ir a ella. (Ortega, 1999; Trilla, 2004). Pero sin olvidar que la educación no formal tiene hoy el necesario papel de complementar la educación formal escolar, la cual, lógicamente, no puede atender todas las dimensiones de la compleja educación actual.
Como tantas veces se ha destacado, la prolongación de la esperanza de vida junto con los cambios tecnológicos, económicos y sociales exigen que el aprendizaje y la educación no se limiten al tiempo, más o menos extenso, de la escolaridad primaria, secundaria y superior. En su lugar, hoy hablamos de la educación como proceso permanente vinculado a la mejora de las condiciones de vida de los individuos y las comunidades. (García Carrasco, 1997; Delors, 2001; Requejo, 2003).
Por otro lado, constatamos de que nos encontramos en una sociedad marcada por el exceso de información, donde cobra una importancia excepcional la capacidad de seleccionar los conocimientos y de generar a partir de ellos sabiduría. El exceso de la información y la omnipresencia de lo audiovisual exigen el compromiso de la educación con la empresa de lograr una ciudadanía formada e informada ante una cultura escrita y audiovisual.
Añadamos, además, que, en la sociedad actual, dada la vertiginosidad como acontecen los hechos, resulta difícil, por no decir imposible, su total asimilación y comprensión, por lo que se recomienda la función selectiva de ciertos contenidos atendiendo las necesidades e intereses de cada persona. Igualmente, es conveniente que los contenidos aprendidos se asimilen acompañados de una amplia gama de experiencias cognitivas, afectivas, procedimentales y morales; experiencias que deben estar impregnadas de artes, de diversas corrientes de pensamiento, de ciencia, de tecnología, de cultura, de costumbres, de tradiciones, de valores, etc. Nos situamos ante un currículo donde coinciden la inteligencia, la racionalidad y la creatividad humana. Sin duda, éste sería uno de los retos de la actual pedagogía, conseguir vínculos entre las culturas y los sujetos, enjuiciando de forma activa las informaciones básicas que la persona acoge del medio, transformándolas, adaptándolas, actuando y enriqueciéndose de acuerdo a ellas.
Una de las principales consecuencias de lo recién expuesto es que el analfabetismo de las sociedades futuras estará asociado no a la falta de información sino a su exceso:
La información se extenderá cada vez más por cauces comerciales y a través de instituciones de enseñanza, (…) Pero el proceso educativo no se paralizará en el tratamiento de la información para generar conocimiento sino que habrá de avanzar hacia la interrelación de esos conocimientos para generar sabiduría. Si con la información sola podremos distraernos y con el conocimiento podemos transformar nuestras condiciones de vida, en cambio con la sabiduría podremos orientar y dar sentido a lo que denominamos vivir. En una sociedad compleja como en la que estamos, la interrelación entre los ámbitos de la información, del conocimiento y de la sabiduría marcarán los verdaderos grados de la promoción educativa del futuro.[3]
Como consecuencia, recogemos la aguda puntualización de Janer:
La gran tarea de la educación, tanto para los ámbitos formales como no formales, se encuentra enmarcada por el dilema de o bien definir de nuevo los objetivos de la escuela y demás agentes sociales, ( ) o bien podemos llegar a construir una sociedad de mafiosos y sectaria, dirigida a la confrontación civil. Nos hemos de enfrentar al quehacer de educar a fin de ser capaces de existir en la pluralidad y en la diferencia. El reto que hemos de afrontar no consiste en sólo existir desde la diferencia sino también desde el pacto social que la convivencia comporta".[4]
Es más, este reto, como señalan Bartolomé y Cabrera (2003) obliga a la construcción de una ciudadanía intercultural en donde los ciudadanos tienen que ser activos y para ello deben desarrollar y aprender unas habilidades y unas competencias que les darán oportunidades de desarrollar su compromiso democrático y participativo.
Y todo ello a partir de esa doble forma de entender que ha hecho necesaria la superposición de la cultura audiovisual a la que venía apareciendo tradicionalmente como la única y que ha reclamado Sartori (1998) en acertada expresión: entender mediante conceptos y entender a través de la vista han de combinarse en una suma positiva, reforzándose o al menos integrándose el uno en el otro. Así pues nos sumaríamos a la tesis de este autor de acuerdo con la cual la persona que lee y la persona que ve, la cultura escrita y la cultura audiovisual, están destinadas a sumarse en una síntesis armoniosa.
Ambas colaboran en una misma función, la formación de la persona, incrementar sus posibilidades y capacidades para comunicarse, para recibir lo que manifiestan otras personas y también expresarse ella misma. De ahí nuestra insistencia en solicitar que las nuevas generaciones no sólo se preparen para formarse a través de una cultura escrita sino también de una cultura audiovisual. Tal como se presenta, casi omnipresente, sería lamentable no aprovechar todas las posibilidades que ofrece para la formación estética, emocional, moral, en una palabra, global de la persona.
Por lo tanto, el cine puede convertirse en una importante ayuda para la humanización de la sociedad y el desarrollo de las personas pero no quiere decir que éste se reciba ingenuamente, de forma meramente espontánea y acrítica. Es demasiado fuerte su presencia y son muy valiosas las posibilidades que ofrece como para rechazarlo, pero también demasiado su poder como para entregarnos a él sin ninguna cautela. Por eso es conveniente ser conscientes de su influencia y desarrollar las capacidades que la persona tiene para beneficiarse del cine y también para situarse ante él como un sujeto independiente capaz de superar una actitud de aceptación espontánea y gregaria.
Todo pues apunta a la necesidad de una capacitación para la lectura audiovisual. De forma similar a como ocurre con el lenguaje escrito, se produce una relación entre el receptor-espectador, el emisor-director y texto-mensaje audiovisual. Recibir un mensaje audiovisual implica comprender, descifrar, interpretar lo que alguien ha expresado. Ahora bien, la riqueza y la calidad de la recepción de ese mensaje dependerán no sólo de la intención del emisor y de las características del mensaje sino también de la capacidad y formación para la lectura audiovisual del receptor-espectador. La lectura precisa de conocimientos, habilidades y capacidades que nos permitan desarrollar estrategias que ayuden a interpretar el significado que conlleva el mensaje. Sin ellas, no lo lograremos o lo haremos de una forma más mediocre y defectuosa. De ahí la importancia de contar con un mínimo bagaje de conocimientos técnicos que nos ayuden a captar los aspectos formales de los que se ha servido el director para organizar lo que estamos viendo y comprender su función. Sólo así estaremos en condiciones de establecer unos juicios valorativos sobre los resultados estéticos y narrativos que se han perseguido por medio de estas aplicaciones tecnológicas.
En el caso del cine hay que resaltar además su carácter global, la pluralidad de dimensiones que contiene. Así, conjuga el lenguaje verbal y no verbal, constituyendo un medio de expresión total; es una verdadera obra de arte, ya que se alberga una demostración creadora y comunicativa; es un instrumento de transmisión de conocimiento, dado que oferta diversidad de capacidades informativas. De ahí que para nosotros la enseñanza con, por y desde el cine representa una exigencia social. Y no sólo para la formación de la persona, sino porque además el cine también es una alternativa de ocio y recreación personal.
Ante lo expresado hasta aquí cobra más importancia a la hora de dar alguna respuesta a los comentarios, que a menudo se escuchan, acerca de que las actuales generaciones se mueven entre escenarios caóticos, que navegan sin rumbo ante imágenes equivalentes sin ánimo de discriminarlas pero con efectos de empobrecimiento cultural y emocional. Cuando, por el contrario, se precisa incrementar su concentración, su atención, su paciencia, su capacidad interactiva y abstracta, no tanto impresionista, imaginativa y emotiva. Pensamos que se debería comprobar la exactitud de estas valoraciones para actuar pedagógicamente a fin de integrar dentro de los contenidos educativos a todo el mundo de las imágenes, a la lectura y comprensión de la imagen cinematográfica y aprovechar así toda su virtualidad educativa. (Rodríguez Neira, 1999, pp. 50-51; Mierieu, 2004; González, 2004; Pereira y Urpí, 2004).
Y puesto que las nuevas generaciones forman parte ya de un mundo audiovisual, no se trata sólo de formar para el cine, sino que hay que formar a los educandos también con el cine. Podemos afirmar que ningún medio cultural va a estar tan presente y accesible en la vida de una persona como el cine, lo audiovisual. Y para dar mayor fuerza a nuestro deseo de preparar a los educandos por medio del cine, queremos insistir en que pocos medios nos ofrecen la riqueza formativa que éste reporta.
Como puede deducirse, el cine no es otra cosa que una producción cultural y como tal puede contribuir constantemente a la formación de la persona. Desde luego en lo referente a su formación estética; pero también en lo moral y en los valores; y de un modo especial cuando se busque formar en un sentido global y unitario. (González Lucini, 1996; Muñoz, 1998; Alonso y Pereira, 2000; Escámez y Gil, 2001; Pereira, 2005).
Antes de terminar este apartado quisiéramos detenernos en la idea de que la formación cinematográfica conlleva un conocimiento de las convenciones y códigos de la narrativa audiovisual y un entendimiento del mundo fílmico.
No se puede ignorar que sólo aquellos espectadores más familiarizados con las técnicas, estilos y géneros cinematográficos, pueden reconocer las estrategias de significación que hay detrás de cada elemento del cine y apreciar toda la complejidad que encierran. Por tanto ellos se sentirán mucho más realizados, serán más personas, al comprobar esta formación. Y, por el contrario, quienes carezcan de ella no sólo verán reducidas las posibilidades de formarse a través de este medio, sino que incluso podrán ser objeto de dominio y manipulación por parte de quienes poseen gracias a lo audiovisual un poder tan grande de comunicación e incluso de inducción. Esto es lo que han puesto de manifiesto muchos autores y por eso hemos traído el testimonio de uno de ellos:
La mejor forma de relacionarnos con un mensaje audiovisual, de comprenderlo e interpretarlo, es acercarnos a él dominando sus aspectos formales, los códigos de cuantos elementos utiliza ese mensaje (imágenes, signos escritos, voces, música, efectos sonoros…). Nunca debemos olvidar que cualquier mensaje filmado, hasta el aparentemente más sencillo, ha pasado por la elaboración de la cámara y ha sido reelaborado durante el montaje. En este sentido, todo montaje audiovisual se ha producido siguiendo todas las convenciones y códigos propios de la narrativa audiovisual.[5]
En la actualidad, el cine se entremezcla con los acontecimientos de la vida cotidiana, nos puede proporcionar la idea de que conocemos toda su estructura básica de funcionamiento, cuando esto es imposible de alcanzar sin un aprendizaje. El hecho de contemplar películas no supone aprovechar todas sus posibilidades, ni mucho menos. La comprensión del cine requiere su aproximación continua, especialmente si se intenta un entendimiento del mundo cinematográfico. Dada la existencia de este desconocimiento generalizado, se precisa adiestramiento y sobre todo, formación en la reflexión, en el conocimiento y en el juicio crítico; diríamos que no sólo consiste en entender el mensaje del film, sino también criticar, reaccionar, transformar todo lo que reporta.
Finalmente, como conclusión de este apartado recordar la conveniencia de vincular el Cine a la Educación Social. Son muchas las razones en las que se podría apoyar este aserto pero, de entre ellas, destacamos que se trata de un medio de formación y comunicación genuinamente no formal. Y es importante, y en ocasiones hasta necesario, que los medios formadores a los que se recurra en la Educación Social no queden asociados automáticamente a lo escolar, sino que, por el contrario, aparezcan netamente diferenciados.
Igualmente, subrayamos la enorme capacidad del cine para transmitir un conocimiento directo, vivo, real de acontecimientos y sucesos sociales. El cine no sólo llega a la inteligencia de las personas, sino también conecta con sus emociones, para generar motivaciones y para facilitar el compromiso de las personas con el cambio.
Y por último, que el cine es también un instrumento rico para la formación inicial y permanente de educadores sociales. Si lo que hemos expresado en el párrafo anterior puede servir para animar al uso del cine en la Educación Social, ahora destacaríamos que donde logra su máximo sentido es en la formación de educadores sociales. Las películas conectan con la parte individual y social de las personas y les ayudan a su crecimiento personal y profesional. Pero además, en el caso de educadores sociales –ya sea en preparación o en ejercicio– les permiten conocer y reflexionar sobre la realidad, constatar las circunstancias por las que muchos seres humanos pasan, reaccionar desde la totalidad de su personalidad y motivarse para prepararse y comprometerse con las personas que serán objeto de su acción educadora. Sin duda, determinadas películas pueden llegar a ser un medio eficaz para que futuros educadores sociales no sólo conozcan problemas, sino que se sensibilicen con ellos, los vivan, capten su dimensión real, humana y quieran comprometerse a trabajar en su mejora o solución.
El gran proyecto que hay detrás de la educación social es el cambio de la sociedad (de todos y cada uno de sus miembros), de su mentalidad, de sus actitudes, de sus leyes, de sus costumbres, de sus conductas. Que madure, evolucione de posturas injustas o inhumanas y considere a toda persona merecedora de derechos y se comprometa a fin de que les sean reconocidos y todos puedan disfrutar de ellos. Y hoy en día y de forma notoria, el cine conlleva un considerable poder sociocultural, artístico y humano, debido a su gran capacidad de acogida a toda la diversidad de sentimientos, deseos, acontecimientos y percepciones. Cualquier aprendizaje transmitido a través de este medio es fácil de asimilar, puesto que representa un producto cultural muy asequible que promociona el desarrollo de la personalidad de los espectadores.
Del mismo modo el cine nos acerca a una diversidad de culturas existentes, con sus filosofías, pensamientos, historias, modos de vida, costumbres y además, de aproximarnos a ellas, lo hace con la intención de conocerlas, comprenderlas, respetarlas y aceptarlas.
Como consecuencia de cuanto venimos expresando, comprobamos cómo la información obtenida por medio de las películas es capaz de conseguir cambios, emociones y llegar sin dificultad a cualquier sector de la población porque conecta con auténticas realidades sociales.
En ese sentido, creemos que algunas películas, sobre todo si somos capaces de organizarlas en ciclos, podrían convertirse en uno de los grandes educadores sociales, en hilos conductores del aprendizaje, pues su influencia se ejerce de forma difusa, pero eficaz, a lo largo de toda la sociedad.
Entendemos que todo aprendizaje se estructura desde la coherencia y la racionalidad significativa. Igual que ocurre con la cultura general, se compone de una estructura sistematizada de saberes que enriquecen y provocan un mayor entendimiento, el desarrollo de la reflexión crítica, la mejora de los comportamientos humanos y el ansia de seguir aprendiendo. Así acontece con el cine que se convierte en un aprendizaje constante, porque facilita la observación con todos los sentidos, incrementa nuestros pensamientos y sentimientos, nos vuelve críticos y sensitivamente abiertos al lenguaje global y nos capacita para embellecer y dar sentido a nuestro modo de ser y actuar, a través de la reflexión y la sensibilidad, al tiempo que nos descubre ante los demás, por medio de la comunicación, entendida en su amplio sentido.
Si el cine posibilita el camino para que la cultura y los sujetos inicien juntos la andadura, también promociona formas de conocer y enfocar la realidad social para que el conocimiento permita la reproducción del orden cultural y la reconstrucción reflexiva y crítica.
Por eso abogamos por la idea de concebir el cine no sólo como un medio de comunicación sin más, sino como un apoyo pedagógico permanente en los procesos de aprendizaje del alumnado que promueve el desarrollo de habilidades sociales, además de predisponer a la reflexión, al análisis y al juicio crítico, así como también a crear y a transmitir actitudes y valores sociales y culturales. (Platas, 1994; Leigh, 2002).
Y apostamos por el cine porque estamos convencidos de que es uno de los medios que puede llegar a la persona en su totalidad, con su individualidad y su sociabilidad. El cine se adapta a cada una de las diferencias individuales de cada espectador, le devuelve a su propia vida y a sus inquietudes más profundas, pero también trata las sensaciones y sentimientos propios de los seres humanos ofreciendo horizontes para vencer los obstáculos. Y por supuesto, el cine nos sumerge y encamina en la emoción, el sentimiento, la sensibilidad, pero también en la percepción, la inteligencia, el juicio crítico para percibir el mensaje en toda su extensión. (De la Torre, 1998).
En definitiva, se trata de seleccionar y servirnos de películas que ayuden al crecimiento personal y profesional de los ciudadanos. (Naval y Laspalas, 2000; Schujman, 2004). Además, si se estima el cine como una obra artística, de inmediato se pensará que éste provoca motivación, incitación y sensibilización hacia los valores sociales y culturales que conlleva.
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