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Democracia y cultura política a la mexicana (página 2)

Enviado por Emilio Velazco Gamboa


Partes: 1, 2

Plantear el problema

Como ya se dijo, he ahí el dilema. El mexicano, ya sea por falta de objetividad, por vergüenza o por algún orgullo malentendido, nunca reconoce sus problemas y sus carencias ya que, además, dirá (y la verdad es que así lo dice el mexicano y cualquier latinoamericano) que ése es su problema y no le interesa a nadie más. Total, la ropa sucia se lava en casa, ¿o no? Y ese es el meollo del asunto: al no plantearse con objetividad el problema, no es posible identificar las causas del mismo, emitir un diagnóstico y darle alternativas de solución, con lo que se vuelve a esa absurda conclusión de que "todo está bien" y el problema sigue creciendo hasta convertirse en un cáncer prácticamente incurable.

"A decir de Javier Patiño Camarena, el planteamiento correcto de un problema equivale al cincuenta por ciento de su solución"[1]. Este axioma, originalmente yo lo había tomado como una premisa de investigación académica, pero poco a poco se fue convirtiendo en un principio elemental de vida.

Se repite: el dilema es –aunque salga en verso– la forma de plantear el problema. Quizá simplemente habría que empezar por preguntarse ¿por qué en México la democracia es un mito, una utopía? En su obra "Teoría de la democracia", el filósofo italiano Giovanni Sartori afirma que "la democracia cayó en una vulgarización y posterior confusión debido a que, entre los años 1950 y 1970, se produjo una profunda transformación en el vocabulario político, pues diferentes autores llegaron a construir sus respectivos conceptos a voluntad, e incluso, manipulando arbitrariamente las palabras"[2].

"Vivimos inequívocamente en una época de democracia confusa", continua diciendo Sartori, "y podemos aceptar que el término democracia comprenda varios significados, pero que pueda significar cualquier cosa, es demasiado"[3].

Hasta ese momento, el Doctor Sartori procedió a aclarar este fenómeno, quedando en que la democracia es, esencialmente, un concepto político a partir del cual surgen sus distintas acepciones en el ámbito social y en el entorno político. Entre ellas, el filósofo italiano distingue la democracia industrial, la democracia económica y la democracia social, por decir algo.

Sin embargo, en México, pese a este esfuerzo desarrollado por Giovanni Sartori –quien ha visitado este país en diversas oportunidades–, por el Instituto Federal Electoral, los partidos políticos –cuyo mérito es sólo teórico, si bien en el terreno práctico esto se encuentra en tela de juicio– y numerosos investigadores de la comunidad académica, la democracia sigue siendo un término nebuloso y confuso. En el peor de los casos, se trata de un término polivalente y mal difundido.

El problema, entonces, radica en que:

  • 1. Debido a su naturaleza y a la posterior poli significación que se le dio, efectivamente, la democracia se volvió un término nebuloso y confuso.

  • 2. A causa de lo anterior, la democracia se convierte en un principio, una institución, una forma de gobierno incomprendida, popular a medias, poco a nada aprovechada, no valorada por la gente y, por tanto, una institución, principio o forma de gobierno tergiversado, mal aplicado y con resultados malos y pobres.

Voy a insistir en que la democracia se encuentra así pese a los esfuerzos de algunas autoridades, partidos políticos, sociedad civil organizada y comunidad académica para difundir los conocimientos y métodos de aplicación y ejercicio de la democracia en pro de establecer una cultura política democrática. Y hago esto con la intención de explicar por qué no ha tenido éxito este esfuerzo realizado por tanta y tanta gente.

Las causas probables

Una parte de responsabilidad en esta incomprensión e ignorancia se le debe al propio ciudadano, porque el mexicano no lee, y cuando lo hace, lee pasquines (entendidos éstos como publicaciones con temas vanos y de mala calidad) y los lee mal, tanto en forma como en fondo.

El filósofo mexicano Joaquín Antonio Peñalosa, en su obra "Vida, pasión y muerte del mexicano" da los siguientes puntos desde su peculiar pero objetivo enfoque; puntos que me parecen muy adecuados dado el tema puesto en la mesa de análisis:

  • a) "Gracias a los infinitos medios con que hoy cuenta la pedagogía, resulta bastante sencillo hacer que un analfabeta lea. Lo que no se ha logrado todavía es que lea un alfabetizado. Unos no leen porque no saben, y otros, aunque sepan no leen. En conclusión, nadie lee"[4].

  • b) "Si se trata del periódico", consigna Peñalosa, "el mexicano promedio no lee, sino que lo hojea. Unos prefieren la página deportiva; otros, la de sociales; otros más, el aviso clasificado; la mayoría, por morbo, la sección policíaca. En cambio, la página editorial está más desierta que casillas en día de votación"[5].

Y con esto, Joaquín Antonio Peñalosa dijo todo sobre procesos electorales. Lo malo es que, veintitantos años después, las cosas no han cambiado mucho.

  • c) En general –y la experiencia personal me ha permitido verlo de manera directa–, el mexicano, cuando lee, lee baratijas. Peñalosa dice que la gente prefiere "monitos", pues "la mucha imagen t el poco texto hacen llevadera la pesada carga de la lectura"[6].

No obstante, he de aclarar que esos monitos a los que se hacía referencia algunas líneas atrás, son revistillas con temas morbosos y ordinarios, y es mejor no dar nombres.

Porque aunque fueran monitos, como lo eran en la época de Peñalosa o antes, se leía a "Los Supermachos", a Rius y a "La familia Burrón" entre otros. Quizá era cultura popular, mero folklore, pero con un profundo mensaje social, no como las barbaridades de ahora, o bien, como las banalidades que suelen leer los niños y los adolescentes.

Hoy, precisamente porque el mensaje social pone a trabajar la mente, el mexicano promedio prefiere otro tipo de "lecturas" –llamémosles así–, tal vez menos profundas pero más entretenidas.

  • d) Como es lógico suponer, los libros no los lee prácticamente nadie, salvo alguna que otra selecta y extraña minoría. Además, los precios de algunas obras son tan altas que resultan prohibitivas, y que, cual inigualable pretexto, el mexicano opta por no pensar en comprarlos. Es más, ni siquiera piensa en pedirlos a préstamo en alguna biblioteca pública.

Si a esto se le añaden las imprudencias –por no decirles por su nombre a las tonterías y ocurrencias– de algunos gobernantes acerca de gravar los libros y las revistas, pues la buena lectura, o al menos la simple lectura, encuentran más obstáculos cada vez, mismos que se vuelven prácticamente insalvables.

En resumen, el mexicano –y yo pienso que en general el latinoamericano– no lee o lee poco y malo. Por ende, no opina y mucho menos escribe y, eventualmente, no piensa ni se norma un criterio fundado en la objetividad del análisis.

La formación de un criterio

El mexicano, generalmente, aprende escuchando. Esto se puede explicar así:

  • a) El mexicano, y el latinoamericano en general –insisto–, dada su pereza y desapego por la lectura, prefiere oír disertar a otros individuos para, con base en sus particulares opiniones, normarse un criterio y fundar una nueva opinión. El primer problema aquí es que sólo "oye" y nunca intenta constatar los hechos con base en otras fuentes informativas.

Así, si se dice que llovió estiércol y cualquier tipo lo repite, él lo da por confirmado, no importa que el repetidor en cuestión no sea alguien más o menos públicamente conocido o confiable y fidedigno. Así de fácil.

  • b) Además, al mexicano le gusta escuchar temas vanos y triviales, porque si se trata de algún tema académico, inmediatamente se ahuyenta. El mexicano sólo come, vive y sueña fútbol, telenovelas, caricaturas, etc.

La otra parte de responsabilidad de que el mexicano sea como es, se la debemos al gobierno, a los políticos y a los partidos, especialmente, a aquellos que han tenido que ver con la labor de dirigir a la nación. No todos, claro, hay excepciones, pero sí a una buena parte. ¿Por qué?

  • 1) Porque, en primer lugar, el gobierno –y hablo del PRI, que ha dirigido durante décadas este país– nos ha tenido sumidos en una situación económica que hace más urgente ponerse a trabajar que estudiar.

Vaya, no se intenta justificar a nadie, pero primero es comer y después ser. Esta es una razón válida por la cual tantos niños y jóvenes no siguen cursando estudios de nivel técnico o medio, y ya no se diga superior. Y si a eso se le añade la flojera y apatía ancestral del mexicano promedio, pues…

Con tal argumento, mexicanos y mexicanas se reprodujeron alegre y desaforadamente hasta convertir a este país en una de las naciones con mayor sobrepoblación del planeta.

Como dijo un sociólogo de cuyo nombre no quiero acordarme, el problema es que sobran 60 millones de mexicanos…

Y claro, hay que tener los hijos que Dios mande, según la Iglesia y los moralistas. El problema es que ni unos ni otros dan cheques para mantener a tanto chilpayate ni dan alternativas de solución para darles acomodo en el sector productivo.

Ahora, efectivamente, Dios provee, pero una cosa es que provea y otra que tenga que tolerar imprudencias y excesos, y peor todavía, que tenga que arreglar los desperfectos derivados de éstas.

  • 3) Volviendo al asunto del gobierno, no hay inversión en México. Por lo tanto, no hay fuentes de empleo. Luego entonces, ¿quién va a emplear a tanto profesionista, a tanto seudo profesionista y, sobre todo, a tantos individuos que no tienen dominio de alguna labor técnica, industrial o comercial específica?

Pero todo ello se debe a que la inversión se ahuyenta de México con tanta violencia política e inseguridad pública. Esto se lo debe el pueblo mexicano a los Echeverría (de aquí en adelante se va a hablar del presidente de la República en turno y sus secuaces), que lo hizo tercermundista; a los López Portillo, que nos hizo tontos con su farsa de la nacionalización de la banca y sus lágrimas de cocodrilo; a los De la Madrid, por su falta de hombría e incapacidad para gobernar bien; a los Salinas, por imponernos sus ideas económicas absurdas, disparatadas y surrealistas para consumar fraudes que hoy nos tienen sumidos en la miseria.

Incluso a Zedillo, que aun cuando fue honrado –al menos desde la óptica de este analista–, continuó con la necedad de defender un modelo económico fracasado, pero sobre todo, a tanto y tanto borrego que permitió que esto sucediera, y a tanto apático que no le importó que esto sucediera, para después estarse quejando de lo que no fue capaz de hacer por sí mismo.

No estoy tirando la piedra porque no estoy exento de culpa, pero hay gente que –por simple cuestión cronológica– tuvo más responsabilidad en haber dejado que todo ello sucediera en este país. Además, hay que decir las cosas como son.

Diagnóstico y epílogo

Volviendo al tema sometido a este debate, se puede diagnosticar que:

  • I. No hay una comprensión y mucho menos una correcta aplicación de la democracia, porque en México no existe una cultura política ni una base que permita educar y formar al mexicano para comprenderla, valorarla y ejercerla correctamente.

  • II. No hay y no puede formarse una cultura política porque no existe una cultura general previa. Evidentemente, si la gente no le, no conoce la historia de México, la Constitución, ni sus derechos; no puede aprender ni comprender lo que es la política, la democracia y sus derechos y deberes cívicos.

  • III. La democracia, al no haber una cultura política y, además, al ser polivalente y no estar bien definida, no es comprendida ni apreciada por la gente en su justa dimensión.

  • IV. Ha habido épocas en que el PRI –y también otros partidos– han usado el concepto de democracia para legalizar sus acciones y sus intereses, incluso consumando algunos fraudes en procesos electorales aparentemente limpios. Y dije legalizar y no legitimar, porque la gente ya no se cree las mentiras que se le cuentan al respecto, de modo que acepta pero no asimila las acciones fraudulentas o impositivas disfrazadas de legalidad.

  • V. Por otro lado, los partidos opositores del PRI –y otros que antes eran sus opositores y que curiosamente hoy son sus aliados–, algunas asociaciones civiles, organismos empresariales y hasta instituciones religiosas, han usado a la democracia como un ariete para golpear a los titulares del Estado. Y no es que aquí pretenda o quiera convertirme en apologista de ellos, pero es justo ser objetivo en el análisis y en la crítica.

Si bien, los gobernantes generalmente dirigen mal los destinos de la nación, haciéndose acreedores a la reprobación y reclamación pública por parte del pueblo y los cuerpos intermedios, aunque a veces no hagan mal algunas cosas, de todos modos reciben los golpes con este ariete.

Aquí, al hacer mal uso del vocablo democracia –y de todo lo que ella implica–, los cuerpos intermedios, esencialmente, agravan la confusión existente en torno de ella.

Así, se puede concluir lo siguiente:

  • 1. El pueblo mexicano no comprende a la democracia, por tanto no recurre a ella como es debido y cae en la incredulidad y la apatía.

  • 2. El gobierno y los cuerpos intermedios hacen mal uso del concepto de democracia, fomentando la situación antes descrita.

  • 3. Por otro lado, la cultura política es la herramienta que el Estado tiene a la mano para difundir y fomentar la democracia no sólo como forma de gobierno sino como un efectivo estilo de vida.

La cultura política democrática ha sido definida y estudiada por diversos autores, y especialmente a iniciativa del Instituto Federal Electoral, pero, empezando por muchos actores políticos que ni siquiera se han preocupado por leer las obras donde se aborda ésta, no la comprenden –al igual que numerosos líderes sociales y organismos civiles–, de modo que el público –que en su mayoría no lee ni se informa– en la mayoría de los casos ni siquiera sabe que existe.

Conviene, entonces, reflexionar algunas cosas, tales como las siguientes:

  • ¿Cómo se forma la cultura política democrática?

  • ¿En qué consiste?

  • ¿Para qué sirve?

  • ¿Cómo se usa o aplica?

  • ¿Cuáles son sus perspectivas y los resultados previsibles de su instauración y difusión en el México contemporáneo?

Hay bastante camino avanzado, pues los principales preocupados por difundir la cultura política democrática son el Instituto Federal Electoral y la comunidad académica, pero falta bastante por hacer. Quizá esta forma de decir las cosas a muchos les parezca cruda, pero en el México contemporáneo hace falta llamarle a las cosas por su nombre, sin maquillajes ni simulaciones, precisamente para terminar con tantos errores y demagogias.

Como dije al inicio de este análisis, el planteamiento correcto de un problema equivale al cincuenta por ciento de su solución. Aquí sólo se ha planteado el problema, pero al saber cuál es la enfermedad se puede empezar el tratamiento de la misma. Lo importante es que el enfermo ahora sabe cuál es el nombre de su enfermedad: Lo único que se puede hacer es desearle éxito en la aplicación del remedio.

Notas: [1] Velazco Gamboa, Emilio (Junio de 1998). Fundamentos políticos de la reelección legislativa en el México contemporáneo. Revista Asamblea N° 9 Segunda Época Vol. 1. México: Asamblea Legislativa del Distrito Federal, p. 12.

[2] Sartori, Giovanni (1997). Teoría de la democracia Tomo 1. México: Alianza Editorial, p. 11.

[3] Ibidem p. 25.

[4] Peñalosa, Joaquín Antonio (1979). Vida, pasión y muerte del mexicano. México: Jus, p. 103.

[5] Ibidem p. 104.

[6] Ibidem p. 106.

 

 

Autor:

Emilio Velazco Gamboa.

Mexicano, 31 años de edad, Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad del Desarrollo del Estado de Puebla (UNIDES).

Tiene los Diplomados en Derecho Electoral y en Derecho Constitucional, por la Universidad Cuauhtémoc. Actualmente es consultor académico e investigador independiente.

emiliovelazco[arroba]hotmail.com

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