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Diez Relatos (página 4)


Partes: 1, 2, 3, 4

Burgos sale con otra carga: Las novelas de Roberto Arlt: Juguete Rabioso, Los Siete Locos y los Lanzallamas, Amor Brujo, El Jorobadito Criador de Gorilas. Bioy Adolfo Casares: La Invención de Morel, La Trama Celeste, Cuentos Fantásticos Argentinos, El Sueno de los Héroes. Leopoldo Marechal: Adán Buenosayres. Todo se lo come en una noche insomne. Lee, arranca las hojas con fruición, degusta su platillo de letras con tinta Inksaver, Vicky, Bureau, Print-box, Hp y a veces Epson. Bueno, realmente Burgos no discrimina entre tintas, el sabor dulce lo percibe en todas. Es como un ortodoxo catador de vinos que olfatea, saborea, disfruta al máximo un éxtasis de dioses, un placer casi orgásmico; y traga, come, engulle y se indigesta. Su estómago cruje, se expande, se prepara para una emisión de gases tóxicos. Es imparable lo que siente Burgos después de la cena. Observa los libros roídos dispersos en todos los resquicios de su casa. Son como seres sin órganos. Se nota el puro cuero, el pellejo sin relleno, sin vida. Fueron libros alguna vez pero ahora son solapa. Burgos se comió la tripa de todos.

Burgos sigue observando todo lo que se ha engullido, los retorcijones le avisan que algo malo le sucede en sus adentros. Camina varios pasos y se marea, siente una presión repentina en el brazo izquierdo, dolor de estómago, sabor amargo, su lengua se entumece. La casa le da vueltas, el mareo es indetenible, se ve en medio de un torbellino rápido, tormentoso, doloroso. Cae al piso inconsciente, con la lengua negra salida de un lado, como los frailes medievales que a veces morían envenenados. Una saliva negra y viscosa le sale por la boca abierta. No reacciona. No se mueve. No vive.

La ausencia de Burgos se siente en las calles, sobre todo en las librerías. Los libreros extrañan su cara de centavo como parte del decorado de las vitrinas. Siempre allí, inmóvil, acechando con sus grandes pupilas cualquier libraco. Su fantasma vuela, pulula por los centros literarios, pretende emular el hábito de su cuerpo vital, recopilando las huellas de su historia. De pronto, se convierte en mito, y como mito, vive en las mentes, en el cuchicheo de los tertulianos parisinos, en el eco sordo de los que leen y emiten un sonido inaudible, o apenas perceptible a través de sus labios.

¿Qué quiere señor Burgos, que titulo desea? Dice un librero tembloroso que cree ver su fantasma oscuro a través de la vitrina. El espectro escudriña, hurga como roedor el papel, huele la tinta deliciosa, palpa la solapa, y dice, dame tantos; el librero, tiembla: _Como no señor Burgos, ya se los busco, aunque creo que ya los leyó todos. El comedor de libros sonríe y dice, no me los busquéis, tenéis razón, y desaparece repentinamente habiendo recogido la última huella de su historia.

El asesino de la maestra

"Una remembranza atroz de la vieja escuela"

Ildebrando se fumaba descaradamente una colilla de cigarro maltrecha que sacó de sus blue jeans reglamentarios. Lanzaba bocanadas de humo que se dispersaban con aquel olor raro a plantas quemadas. Todos le tenían miedo porque era un niño con bigotes y voz cavernosa, que peleaba a cada rato dentro o fuera de la escuela. Tenía la cara como una avispa ovalada con pómulos que emergían de aquel rostro oscuro, de cejas muy pobladas, de ceño muy fruncido, con aquella mirada filosa que evaluaba a sus oponentes, midiendo la proporción de sus músculos, la dimensión de sus estructuras óseas, el peso de los nudillos de sus manos. La maestra Alma Rosa pasó por el patio y le vió lanzando bolitas de humo con aquel desparpajo. Entonces, le alzó por la oreja y le arrancó la mortaja de un zarpazo. Así mismo le llevó por enésima vez al cuartucho de los lamentos, donde se lamentaría otra vez de todos sus males. Sin embargo, él no le importaba, ya estaba acostumbrado a los golpes, a las laceraciones que se aplicaban sobre la piel con diversos implementos, donde la carne casi se rostizaba y se percibía un olor a fiambre calcinada. Esa era una de las pocas causas de la admiración de sus compañeros, el chico malo no lloraba en el cuartucho de los lamentos, no se percibían los chillidos de un chicuelo desesperado.

Aunque la maestra Alma Rosa era casi una experta para infligir dolor, solía exasperarse cuando lastimaba a Ildebrando porque no lloraba como los demás, sólo se le quedaba mirando con una cara de odio. Pero ese día pasó algo que Ildebrando no olvidó nunca, cuando se le cayó su único amigo del bolsillo de su camisa, un crustáceo de franjas amarillas con motas marrones que logró desplazarse sólo unos centímetros sobre el piso corrugado de cemento. Alma Rosa se apercibió, y notó una leve turbación en Ildebrando que no se atrevió a recoger la mascotilla para no evidenciar una debilidad. Entonces puso su pie sobre el crustáceo, y lo trituró dejando caer todo su peso lentamente con un placer que se acrecentó, cuando vio una lágrima descender por la mejilla del chico.

La muerte súbita de su mascota lo crispó de tal manera en contra de aquella despiadada preceptora, que comenzó a urdir una forma de venganza. Leyó con avidez diversos suplementos donde los rufianes inventaban siempre un plan perfecto para lastimar a los paladines de la justicia. Algunas veces, efectivamente, llegaban a lastimarle, pero nunca lograban sacarlos de la escena, volviendo entonces a recargar prodigiosamente sus energías de superhéroes, y asesinaban a sus archienemigos con una crueldad desmedida, donde se veían incluso sus vísceras salir de sus envoltorios humanos. De seguro, para toda la comunidad de la institución exceptuando a los alumnos lógicamente, Alma Rosa era una especie de mujer maravilla por la creación de su ingenioso método del cuartucho de los lamentos, que servía para mantener a raya a los "mocosos", como claramente proferían algunos docentes de la escuela. Ildebrando no creía en los superhéroes, prefería la sinceridad de los malhechores que de una buena vez manifestaban que eran malos, que pretendían la maldad, más no la miserable hipocresía de los héroes que destruían ferozmente a cualquiera, tremolando sus coloridas capitas, dando por sentado de que todos sus actos eran buenos pero, sin embargo, seguían destruyendo lo que su diminuta cabecita les decía que era el bien o el mal. Lo cierto es que estos superhéroes olfateaban el mal en todos lados, por esto Ildebrando no creía suficiente lastimar a Alma Rosa que se había deleitado cuando su mascotilla hizo croch y salió del cuartucho tarareando una canción de Paloma Sambasilio, mientras sus zapatos de tacón alto dejaban impresas las huellas de sangre verdosa y viscosa, que se aglutinaban sobre el piso de concreto, dejando la forma exacta de su calzado por todo el patio de la escuela. Su corazón le pedía a gritos la ley del talión "ojo por ojo, diente por diente", pensaba. Tomó papel y lápiz, y con una letra excedida en faltas de ortografía, le escribió una carta a su victima donde lo único que se entendía medianamente era: ___ ¡Te jorcaré jeñora! Alma Rosa enrolló el papelito que encontró sobre su escritorio con una fuerza desmedida, atisbando enérgicamente a todos los recovecos del salón, pero no encontró a nadie, todos estaban en el recreo, ella sabía que podía ser cualquiera, sentía que todos los chicos la odiaban por sus métodos hostiles, pero deducía que luego se lo agradecerían, así pasaba generalmente con antiguos alumnos.

Al día siguiente, Ildebrando disolvió cauteloso un veneno de ratas en el extracto de guayaba que solía engullirse Alma Rosa. Luego de una hora, su estómago comenzó a abotargarse, dolorosos retorcijones casi eléctricos le hicieron levantarse en una carrera estruendosa al baño. Ildebrando mojaba sus labios casi victorioso. De seguro, la sacarían del baño muerta o agónica, directo a la sección de terapia intensiva o a una de las gélidas cavas de la morgue. Sin embargo, Alma Rosa salió del baño después de cuarenta y cinco minutos con su inconfundible rictus de payaso asesino. Ildebrando suspiró derrotado por la extraña suerte de la maestra, que siguió señalando con el puntero las letras del pizarrón.

Fue al siguiente día cuando encontró la forma más adecuada para desaparecerla. Ella misma le dio la información en la clase de botánica. Los introdujo al pequeño invernadero de la escuela, les mostró las diversas plantas ornamentales y medicinales, les permitió palparlas, olfatearlas, hasta probar algunas infusiones exceptuando el Lauroceraso, que según ella era un veneno mortal cuando se destilaban sus hojas, explicó que lo sembrarían en el parque en la semana del árbol. El Lauroceraso le convenía, era una planta europea poco conocida por la gente común, con efectos mortíferos usada en la medicina moderna.

El día del árbol, todos los preceptores lucían sus trajes de campamento, menos Alma Rosa, siempre impertérrita embutida en su eterno vestido negro hasta los tobillos y el ceño fruncido, aunque a veces obsequiaba su sonrisa funesta a los concurrentes. De una manera discreta Ildebrando logró escindir algunas hojas del Lauroceraso mientras ayudaba a sembrarlo. Con la ayuda de Lino el ocioso, que manipulaba un pequeño alambique experimental de su padre difunto, donde ponía a bullir casi cualquier cosa, generalmente arañitas, cucarachas y moscas, logró destilar el follaje acumulando en un frasco unos cincuenta mililitros del líquido, la suficiente proporción para producir un paro al miocardio fulminante. Lino lo miró con desconcierto al ver su actitud misteriosa, como si en efecto planeara envenenar a alguien, y no usarlo para liquidar a los bulliciosos periquitos del vecindario que le atormentaban por las mañanas, como él mismo le reveló que haría balbuceando palabrotas.

Alma Rosa notó al día siguiente que a la planta le faltaba follaje, así que empleó su método acostumbrado para sacarles la verdad a sus alumnos. Los pasó uno por uno al cuartucho, les haló los cabellos de las sienes, les dio con ramas escabrosas, correas de cuero, reglas filosas, hasta casi escocerles la piel. Sólo la presencia del director Eustaquio la frenó abriendo la puerta abruptamente:__ ¿Es que los quiere matar Alma Rosa? ¡Ya basta, ya esta bueno de reprimendas! ¿Me entendió? Ella sudada con la cara roja del arrebato musito que sí, que ya estaría bueno por hoy. Pero no, sólo lo dijo por decirlo porque yéndose Eustaquio, cerró nuevamente la puerta del cuartucho de los lamentos, y sacó un vetusto pote con arroz que abrió y lo vertió en el suelo.__De rodillas, no hablo más, les dijo.

Ildebrando llegó tarde a la escuela subiendo directamente al aula, pero no había nadie. Oteó el escritorio de la maestra, y allí, como esperaba, estaba su acostumbrado vaso de aluminio con extracto de guayaba, se aproximó impávido y vertió sin temblarle el pulso el contenido mortífero. Completamente los cincuenta mililitros del Lauroceraso. Alma Rosa lo sorprendió en ese momento sin captar sus movimientos: __ ¿Es que aquí estabas fortachón? Ahora me dirás ¿por qué llegases tarde hoy? ¿No querías venir porque sabes que eres el responsable de lo que le pasó a mi planta, verdad? Ildebrando le dijo que no, pero no importaba, para ella era lo mismo una afirmación que una negación, siempre que viniera de un "mocoso" que no merecía crédito. Lo haló por la oreja mientras se engullía con placer el extracto de guayaba, luego, descendió las escaleras hasta el cuartucho donde estaba el resto del curso arrodillado sobre granos de arroz emitiendo chillidos desconsolados. Alma Rosa comenzó a darle planazos a Ildebrando con una tabla de cedro fortísimo sobre las piernas y glúteos desnudos. Él, trataba de mirarle la cara, no entendía de donde salía tanta fuerza después de tomarse aquella carga de veneno diluida en su jugo. Pero ella siguió moviendo su mano como loca, agitando sus brazos, ladeando la cabeza de un lado a otro, cambiando de posición y de implemento para infligir mayor daño, hasta que de pronto, sintió un dolor insoportable en el pecho que la precipitó al suelo cayendo inconciente, con los brazos abiertos, y sin la peluca color castaño que solía ponerse. Ildebrando tuvo lastima cuando la oteó enrollada como su antiguo crustáceo, muriéndose sobre el suelo de cemento gris.

Diario de un chipriota

(La historia de Elimás el mago)

Basado en el libro ¨Hechos de los Apóstoles¨ Cap.13:4-12

Pafos. Provincia de Chipre. Año 46 Siglo I d.C

Día uno

Había una torrencial tormenta en la isla, por eso los pescadores se retiraron de la playa antes de que las negras nubes descargaran toda su potencia. La ventisca era tan fuerte, que casi me empuja al mismo precipicio, pues me encuentro muy alto en la montaña de los dioses. Desde aquí atisbo las barcas volcadas por el oleaje, el estruendo de los cielos se une con el estremecimiento del mar embravecido. Todos los aldeanos permanecemos impotentes ante la fuerza sobrenatural de Poseidón, aunque no abandonamos la esperanza. Al alba, cuando se hayan calmado los dioses, una gran abundancia estará en toda la playa como suele suceder. Como si todos los peces del Mar Grande se hubiesen reunido aquí para alimentarnos.

Día dos

Los hombres levantan sus casas con esfuerzo pero pacientemente, como siempre lo hacen, cuando el cielo se precipita y el empuje de un poderoso huracán aplasta la obra de sus manos. Así que nada nos preocupa, somos fuertes y muy testarudos. Lo que nos inquieta son los altos tributos de Roma, y los sórdidos consejos que hace Elimás a Sergio Paulo, que ha sido hasta ahora quizás el único procónsul con buenas intenciones para esta tierra. Es como una especie de embrujo que tomó su voluntad. Algunos chipriotas dicen que son testigos de un pacto de sangre que hizo una noche Elimás con Poseidón. Se oyeron gritos terribles procedentes de la playa, el mago estaba arrodillado frente al mar invocando al mismo dios de la destrucción para que le concediera poder sobre los mortales a cambio de una vida. Un extranjero de las tierras del norte (Salamina), yacía desangrado en medio de un oráculo de polvos y rocas.

Día tres

Se escucha el murmullo de los sacerdotes de Artemisa que suben al Olimpo con ofrendas para que interceda ante Zeus por la protección de los aldeanos. Pero tal vez Afrodita la retrase en el camino, luche con ella hasta el amanecer, los magos dicen que la odia hasta la muerte pues le ganó el amor de un mortal llamado Dionisio. Pero a pesar de su retraso, Zeus se enterará y doblegará una vez más a Poseidón que liberará las especies del mar. Calmados los dioses, el océano se colmará, los montes florecerán, y abundará la comida por un año; hasta que otro conflicto de los inmortales afecte la vida de los hombres.

Día cuatro

Los chipriotas hablan de la visita de un tal Pablo de Antioquia. Dicen que hace prodigios más grandes que todos los magos reunidos en la provincia. ¿Será otro profeta más en busca de posición y fortuna?, la verdad, no lo sé, pero lo que hace es bueno y agrada a la gente. Por eso son recibidos con gran estrépito, incluso el Procónsul ha venido para observarle desde su carro rodeado de una escuadra de centinelas. No sé qué le pasa a Chipre, mi pueblo por lo común es bullicioso y desordenado, pero cuando ven a Pablo levantar su mano hacen un silencio que hasta el sonido del viento se percibe con claridad. Su discurso es impactante y con sólo invocar a su Dios Jesús, suceden cosas muy extrañas que no se ven en la tierra: La lepra desaparece, piernas mutiladas crecen hasta alcanzar su tamaño original, las voces de los mudos retornan, y los ciegos infelices gritan, porque de pronto, abren sus párpados, y un mundo lleno de colores se descubre ante sus ojos. Algunos pronuncian lenguas desconocidas renegando de Zeus y Artemisa, rompiendo decididos sus esculturas.

Día cinco

Puedo observar la discusión de los conversos de Pablo con Elimás. Aunque Sergio Paulo está fascinado y llama a los extranjeros con determinación. El mago aconseja al Procónsul, le advierte, le dice que son unos charlatanes, pero él no le cree, sospecha los celos de su sirviente y no le importa: ¡Te he dicho que los traigas ante mí! Pero el mago testarudo, los retiene, les dice que sigan su camino. Sergio Paulo intuye lo que pasa y manda algunos centinelas. Los soldados traen a Pablo pero Elimás se interpone arbitrariamente: __ ¡Mi señor no tiene nada que escucharte! Bernabé y Juan, compañeros del predicador replican:

Juan: ¿Por qué no podemos hablarle a tu señor?, ¿no lo amas?, ¿no quieres que se salve del infierno?

Bernabé: Tú señor es libre en decidir qué creer

Nunca olvidaré la cara turbada de Elimás cuando veía desaparecer ante sus ojos, el mundo que una vez conoció. La sensación de perder su influencia sobre el Procónsul, arrebatada por la justicia del mismo cielo, y las palabras terribles de Pablo:

¨ ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del infierno, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? ¨

Cayó de bruces sobre el camino rocoso. Ya ciego, vociferaba ¡clemencia!, ¡clemencia! Sus manos llenas de sangre sosteniendo el peso de su caída, parpados entumecidos adheridos como una sola piel. Así terminó Elimás el gran mago de Chipre, hundido en el fango de su propia maldición, como las pitonisas del templo de Artemisa y el supuesto poder del Olimpo.

 

 

 

 

Autor:

Axel Robert Blanco Castillo

edu.red

SOBRE EL AUTOR.

Egresado del Pedagógico de Caracas-UPEL, en las especialidades de Geografía e Historia.

Ha ejercido la docencia desde 1998 en todas las etapas de Educación Básica y Ciclo Diversificado. Actualmente, labora en el ciclo Profesional de la Técnica "Julio Calcaño"-Caracas.

Partes: 1, 2, 3, 4
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