- Hipótesis
- Resumen
- El eje problemático
- El mercado. Las relaciones materiales de intercambio. Fundamentos del mercado
- La dinámica del mercado
- Composición del mercado
- Otros aspectos de la superestructura. El escenario político y la juridicidad
- La acción estratégica y la acción comunicativa
- Conclusión
- Bibliografía
Hipótesis
La reproducción simbólica de la superestructura ideológica del sistema de producción capitalista que consagra la igualdad formal, resulta ser más efectiva que la naturalización de la relación instrumental material en relación con el otro, a los efectos de la continuidad y estabilidad del referido sistema.
Resumen
A la naturalización que se da al considerar como sujeto a las leyes de la física, al sistema de producción e intercambio vigentes, le sigue además la reproducción simbólica de un conjunto de creencias, las que impiden concebir otras probables formas de intercambios que lo sustituyan, so peligro de quedar los hipotéticos planteos de cambios, incluso hasta fuera del lenguaje comprensible. Esta matriz ideológica, que consagra la igualdad formal, no necesariamente surge como precipitado de la realidad material, la que por el contrario se caracteriza por la desigualdad real, sino que, en tanto un camino de doble vía, que va de la materialidad a la superestructura formal, tiene su fundamento en la primera, pero a su vez la refuerza, la oculta y se impone a la vista de quien pretenda elucidar sus particularidades.
El eje problemático
Nuestro sistema positivo de usos y costumbres, es decir aquellos prescriptos por la moralidad imperante, en más o en menos responden al esquema kantiano. Es decir que ante la pregunta práctica ¿qué debo hacer?, nos encontramos constreñidos por el imperativo categórico, el cual nos prescribe seguir los dictados de aquella máxima capaz de ser universalizable de manera tal de sufrir el propio agente las consecuencias de sus hipotéticos actos. De esta forma mediante la autodeterminación legislativa de todos los seres racionales, sólo resta tratar al otro también como un fin en si mismo y no como un medio para los propios objetivos del agente.[1]
De lo precedentemente expuesto podemos extraer el siguiente supuesto subyacente:
1. La relación con el otro, previo paso por el tamiz de la moralidad, es de carácter instrumental, es decir tratamos al otro como medio para la prosecución de los fines propios.
Esta relación instrumental que se da con respecto al otro, previa evaluación de corte axiológica, se presenta prima facie ante la percepción del investigador como trascendente a la evolución histórica, presente en todo tiempo y lugar, más allá de cualquier cambio social o político acaecido a lo largo de la historia, cobrando así visos de naturalidad con características propias de las relaciones causa y efecto que imperan en el mundo de la naturaleza.
Sin embargo, lejos de entrañar necesariedad física alguna, esta relación intrumental entre los hombres es meramente contingente y, propia del o de los sistemas económicos que se sucedieran a lo largo de la saga de la humanidad.
De esto último podemos extraer también la consecuencia de que:
2. Esta relación intrumental se presenta como de carácter físico propia de la leyes de la naturaleza.
Al operarse entonces esta naturalización de la relación intrumental con el otro, se logra incluir el estado de cosas propio de las relaciones sociales entre los hombres dentro de la naturaleza, cobrando así carácter inexorable y casi divino por oposición a la moralidad, que surge de la racionalidad de aquellos mismos hombres, quienes se asoman por encima de las ataduras físicas que los ciñen a las relaciones causales naturales(mercado y modo de producción capitalista incluido) y logran sino consumar, aproximarse al reino de los fines, donde la razón se impone y prescribe el trato del otro en tanto fin en si mismo y no como mero medio como acaece en la naturaleza.
Esta moralidad, responde a un conjunto de creencias con las cuales conforma la superestructura formal, legitimando el estado de cosas materiales existente, pero no sólo ello, sino además posibilitando su existencia al impedir ver incluso la naturalización de la relación intrumental subyacente.
El mercado. Las relaciones materiales de intercambio. Fundamentos del mercado
El hecho por el cual los individuos concurren al mercado se origina en dos causas principales:
1. La carencia originaria.
2. La división social del trabajo
La carencia orginaria reviste mayor profundidad que el simple hecho de considerar desde un punto de vista material cualquier tipo de necesidad vital que deba satisfacer el sujeto. Tampoco agotan el concepto, todas aquellas necesidades que lejos de ser vitales son de neto corte espiritual o artificialmente originadas por la producción misma, característica de las sociedades modernas de consumo. Por otra parte, la diferenciación entre necesidades vitales y artificiales lejos de ser clara, es sumamente imprecisa o mejor dicho evolutiva, aquellas necesidades consideradas superfluas en la actualidad, pueden llegar a ser vitales el día de mañana. No es difícil imaginar ejemplos de ello, tales como muchos dispositivos electrodomésticos o los teléfonos móviles, antes considerados como artìculos suntuarios y hoy como objetos imprescindibles. Pero el concepto que trasunta la expresión: "carencia originaria" se relaciona con el deseo humano, deseo que nunca se detiene y una de cuyas derivaciones o especificaciones la podemos encontrar en el amor propio o deseo de diferenciación, tema ya abordado tanto por Hobbes como por Rousseau.[2]
La división social del trabajo, en diversas escalas y con diferentes grados de complejidad, se ha configurado en todo tipo de sociedad. Unicamente podríamos excluir aquellas proto comunidades sumamente primitivas, en las cuales todos los individuos realizaban todas las tareas, las asignaciones de funciones específicas sólo se basaban en distinciones de sexo o edad y, los productos o servicios eran entregados y no intercambiados, es decir la tradición de las cosas o la prestación de los servicios no implicaban necesariamente bilateralidad alguna. La división social del trabajo, por consiguiente, tiene como consecuencia principal, más visible y corroborable empíricamente, que los individuos suelen especializarse en determinado tipo de producción de cosas o prestaciones de servicios, los cuales intercambian por todo el resto de productos y servicios de los cuales carecen, en la medida de sus posibilidades. Este intercambio puede estar mediado o no por la existencia de una medida de valor común, como lo fueron en principio la sal y las especias, para finalmente instalarse el dinero metálico [3]que ostenta sus tres funciones características como medio de pago y medida y reserva de valor. En la actualidad y, a nivel mundial el dinero ya no guarda relación alguna con el metálico existente, es de carácter fiduciario.
Salvo la autosuficiencia y el aislamiento ideal, no hay opción alguna, debemos entrar en el mercado para no sólo procurarnos la subsistencia sino para afirmar la propia personalidad mediante la satisfacción del deseo. Al nacer, el juego, con sus reglas un tanto vagamente delimitadas, ya estaba en proceso, parecería no haber otro juego y jugándolo existimos al paso que vamos delineando nuestro ser.
La dinámica del mercado
Los individuos se interrelacionan intercambiando (con o sin mediación dineraria), al menos parecería ser la lógica de interrelación no sólo imperante sino determinante del carácter racional de los hombres. Estas interrelaciones, concedamos por el momento, el hecho de que son eminentemente de intercambio, se dan a partir de las respectivas carencias de los sujetos, ya en su oportunidad comentadas. Estos hechos de intercambio tienen lugar simultáneamente[4]en dos planos de la realidad: El de la materialidad o estructuralidad y el de la formalidad o superestructuralidad. Al separar, a los efectos interpretativos los dos planos, es fácilmente avisorable el hecho de que mientras que para la formalidad, las relaciones de intercambio se dan entre sujetos iguales, carentes por igual en tanto que registran formalmente deseos insatisfechos; en el plano de la materialidad las carencias son sustancialmente diferentes, quedando esto último oculto tras la igualdad formal. Por otra parte la juricidad formal considera a los individuos como sujetos autodeterminantes, que saben acerca de sus necesidades y actúan (entre sus acciones se encuentran las de contratar) desde y de acuerdo a fines, preordenando la causalidad para ello, de manera más o menos eficiente. Sin embargo la materialidad nos muestra que la autodeterminación es una mera forma vacía, sólo aplicable a casos ideales, dado que los sujetos no se encuentran en igualdad de libertad de acción como consecuencia de una amplia gama de circunstancias que pueden constreñir en diferentes grados su capacidad de autodeterminarse. Estas circunstancias pueden ir desde una incapacidad física originaria, pasando por desgracias naturales imprevisibles o inevitables, hasta la diferencia de riquezas en su posición originaria.
La igualdad formal sin embargo tiende a ocultar, siempre que sea posible, las desigualdades referidas, las que de ningún modo pueden serle atribuibles al sujeto y; la operación que lleva a cabo consiste principalmente en legitimar la desigualdad real, justificándola mediante la instalación de la creencia de que las desigualdades se deben en lo primordial a causas de corte subjetivo, tales como la pereza en algunos, las diferentes habilidades adquiridas o el ascetismo ahorrativo de algunos individuos o grupos de ellos.[5]
Composición del mercado
Podemos distinguir claramente en el mercado dos diferentes clases de sujetos:
Aquellos que llevan sus mercancìas para intercambiar.
Aquellos otros que por no tener mercancìas, ofertan su fuerza de trabajo.
Este segundo grupo de individuos no posee mercancìas para negociar, debido a no contar con los recursos necesarios para hacerse de los medios de trabajo, de procurar su subsistencia( de su propia fuerza laboral necesaria) mientras se ejecuta el proceso productivo. Estos sujetos, ofrecen su fuerza de trabajo, producida por el propio cuerpo, el que es en definitiva fuente productora de toda mercancìa, fuerza laboral que es puesta a disposiciòn del primer grupo de individuos referido precedentemente y, por un tiempo determinado, contrato mediante, celebrado en condiciones de absoluta libertad formal. Como contraste, la desigualdad material es evidente y contradice la libertad formal de contrataciòn proclamada en principio. Quien no tiene mercancìas que ofrecer, se encuentra constreñido a cumplir con su contrato laboral tanto como quien lo contrata. Asimismo, el que contrata para adquirir fuerza laboral, siempre en definitiva tiene la opciòn, hasta en el peor de los casos, de ingresar su propia fuerza laboral al mercado, postergada o suspendida hasta el momento, ya sea en una actividad paralela a aquella de la cual es formalmente titular o, incluso puede sumarla al propio proceso productivo y apropiarse asì del valor originado, no sòlo por la fuerza de trabajo ajena ,sino ademàs del mayor valor propio agregado.
Otros aspectos de la superestructura. El escenario político y la juridicidad
Parecerìa insalvable la distancia existente entre los dos grupos de sujetos que componen las relaciones de intercambio dadas en el mercado. La desigualdad material de esta forma es empìricamente verificable entre titulares y no titulares de los medios productivos[6]Mediante este anàlisis podemos separar a aquellos sujetos que tienen capacidad de tomar decisiones, sobre la base de su poder en el mercado, dado que organizan la producciòn, disponiendo de ella y decidiendo en definitiva, quien podrà proveer a su subsistencia a cambio de vender su fuerza de trabajo. Por otra parte, su capacidad en cuanto a sus votos monetarios siempre serà mayor y esta vez, visto desde el lado del consumo y no de la producciòn. La superestructura jurìdica, conforme ya fuera explicitado a lo largo del presente trabajo, no sòlo consagra la igualdad formal de los individuos, sino que ademàs, la reconoce en casos hipotèticos pero restringidos ciertas desigualdades materiales, pero como excepciòn y no como la regla, vg. la legislaciòn que limita la jornada laboral, prohibe y castiga la usura o prohibe ciertos tipos de contratos por considerarlos abusivos por una de las partes contratantes. Este reconocimiento tiene el doble efecto de legitimar la desigualdad estructural, al ocultarla y hacerla pasar como mera manifestaciòn excepcional o no atribuible al sistema mismo que impone la lògica de intercambio vigente y, por otra parte, canaliza a travès de la juricidad formal, las eventuales demandas del grupo social desfavorecido por el intercambio. [7]
La epitomizaciòn de la igualdad formal se encuentra plasmada en el escenario polìtico, el que organiza la democracia representativa liberal y su sistema de partidos. Mediante este sistema, individuos con realidades materiales completamente disìmiles y pertenecientes a los dos grupos señalados, se pueden sentir identificados en la unidad de un representante polìtico, quien difìcilmente podrà serlo de los màs desfavorecidos, como consecuencia de los intereses a los cuales sucumbirà, presa de su propio e infinito deseo. Lo mejor que puede acaecer es que en definitiva termine por no representar a nadie, pero aùn asì sera funcional a la continuidad de la explotación. La democracia representativa liberal se torna asì en la perfecciòn formal de la idea del contrato como fundamento del origen del estado.
La superestructura ideológica por otra parte se reproduce, perpetuándose mediante un mecanismo de internalización que opera sobre los sujetos, quienes de esta manera naturalizan la formalidad ideológica y jurídica. Este mecanismo es tan efectivo que clausura incluso el planteo de otras formas probables de pensar la lógica del intercambio dada en la realidad o, al menos tornan impensable la aplicabilidad de la idea concebida. Esto es así dado la previa naturalización operada con respecto a la realidad estructural.
La acción estratégica y la acción comunicativa
Las categorías elaboradas por Apel y Habermas a través de la ética del discurso pueden servir a los efectos de prestar otro enfoque al problema. La propuesta de la ética del discurso consiste en responder a la pregunta práctica: ¿Qué hacer o cómo debo obrar? Pero no al modo kantiano, es decir sometiendo la máxima de la acción al experimento mental de la universalidad, sino estableciendo diálogos con los terceros involucrados, suponiendo conflictos de intereses, de manera tal de lograr el consenso por el libre consentimiento de todos los involucrados por el peso mismo de las argumentaciones, a este medio de solución de los conflictos de intereses materiales, se lo denomina coordinación comunicativa. No cuesta mucho percibir en este planteo, el aparentemente insoluble conflicto originado por la contradicción entre la desigualdad material, donde se pretende instrumentalizar al otro para los propios fines y la formalidad ideal, en la cual parecería consagrarse el reino de los fines. Este conflicto es inherente a la lógica del intercambio existente, de la cual no se alejan ni el planteo kantiano, el cual le es funcional ni tampoco la ética del discurso. Los denominados sistemas de autoafirmación elaborados por éste planteo ético, sin embargo, podrían ser tenidos en cuenta, en tanto una nueva categorización de la realidad, a través de la cual observarla, estos citados sistemas, vg. la familia, el propio estado, una corporación(siempre en relación a una generalidad más amplia) etc., se presentan como la parte del conflicto más cercana a la materialidad, podríamos considerar la relación del intercambio como una bipolaridad conflictiva que va del sistema de autoafirmación hacia su polo opuesto que sería siempre una generalidad, más amplia como previamente se mencionara, aunque siempre encarnada en un interlocutor cualquiera. Esta bipolarización, también puede ser entendida en términos de materialidad vs. idealidad, donde el sujeto se debatiría siempre entre imponer estratégicamente sus intereses, en la medida de lo posible, dado que asimismo, la idealidad generada por la propia materialidad a veces se lo impide o; por el contrario lograr la coordinación comunicativa con el interlocutor que representaría la opción de la consideración en general de tratar a los otros como fines en sí mismos. De lo expuesto, se puede observar que el planteo elaborado por la ética del discurso, si bien puede prestar un nuevo enfoque para abordar el análisis del intercambio, no se escapa tampoco a su matriz simbólica generada por la superestructura ideal, dando por un hecho natural, el intercambio material instrumentalizador del otro.
Conclusión
Se describió en el presente, como el intercambio se da simultáneamente en dos planos, el real y el formal, con notorios contrastes entre ambos, vg. igualdad formal vs. desigualdad material. La cumplimentación del imperativo categórico, por ello, al menos desde el punto de vista meramente formal no parecería ser problemático, sólo basta con seguir las prescripciones positivas (al menos si no se actúa por deber lo será conforme a éste). Pero el actuar conforme al deber y por ende de acuerdo a los dictados de la razón, la que a guisa de experimento mental universaliza máximas para responder a la pregunta práctica ¿qué debo hacer?, impide el hecho de obviar la realidad material una vez que se ha tomado plena conciencia de ella. ¿No ocurre entonces que la prescripción kantiana que impone tratar al otro no sólo como medio para los propios fines y a la vez como fin en si mismo forma parte de la propia formalidad ideológica ?
Parecería inevitable, caer una y otra vez en el hecho del poder legitimador de la formalidad ideal para con la materialidad, esta última como se podrìa ya concluir, lejos de meramente producir como precipitado ideal, a la superestructura ideológica y jurídica, es reforzada y, sino ocultada, al menos solapada por la primera.
Esta constelación de creencias internalizadas en los sujetos, clausuran el planteo de nuevas probabilidades en cuanto a las formas de intercambio, siempre posibles. ¿Cómo se podría expresar un intercambio basado en la cooperación donde el plusvalor generado por el plustrabajo, vuelva legítimamente a sus productores directos? ¿ Cómo enunciar una nueva distribución de las ganancias de la producción sin tomar en cuenta la parte que le corresponde al capitalista no gerenciador directo? Por acaso, ¿de no haber más capitalistas no gerenciadores, esta nueva clase de administradores o tecnócratas no terminarán por hacerse con los medios de producción en perjuicio de los titulares cooperativos? Es fácil caer en el escepticismo, máxime cuando algunos casos de la realidad histórica parecerían confirmarlo[8]La matriz simbólica se reproduce así internamente en cada uno de los suejetos, clausurándoles el camino intelectivo hacia la consideración de nuevas alternativas a la lógica de intercambio existente.
Bibliografía
1. Thomas Hobbes. Leviatán. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1990.
2. Norberto Bobbio. Thomas Hobbes. México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1992.
3. Juan Jacobo Rousseau. El Origen de la desigualdad entre los hombres.
4. Immanuel Kant. Metafísica de las Costumbres. Buenos Aires: Losada, 1993
5. Karl Marx. El Capital. Caps I a IX. México: Fondo de Cultura Económica, 1976.
6. Marta Harnecker. Los Conceptos Elementales del Materialismo Histórico.
Buenos Aires: Siglo XXI, 1973.
7. Heler, Mario. La producción de conocimiento en el Trabajo Social y la conquista de autonomía, en Escenarios. Revista Institucional, Año 4, Nº 8, septiembre 2004, La Plata, Escuela de Trabajo Social-UNLP, ISSN 1666-3942, pp. 6-16.
Disponible en internet en:
http://www.catedras.fsoc.uba.ar/heler/practicosfilosocial.htm.
Autor:
Pablo Fernandez Quintas
[1] De todas maneras podemos considarar a los usos y costumbres prescriptos por la formalidad vigente, que responden a la ètica de la convicciòn kantiana, un tanto morigerados por la consideraciòn de las consecuencias de los actos.
[2] En el Leviatán de Hobbes es claro que el deseo ilimitado de los hombres los lleva a la destrucción mutua en el estado de naturaleza, donde paradójicamente las leyes de la naturaleza no son observadas. El deseo ilimitado pesa más que el hecho de los recursos limitados y la igualdad de fuerzas para garantizar la completa inseguridad, esa inseguridad además lleva por otra parte a la necesidad de diferenciación con respecto al otro de manera tal de perseverar en el propio ser y conservar las propias fuerzas. En El Origen de las desigualdades entre los hombres, Rousseau trata el problema del deseo de diferenciación con el otro en tanto amor propio que a su vez es una deformación del sano y primigenio amor de si.
[3] Es difícil concebir la existencia del dinero previo a la aparición del estado, dado que el dinero, cuya génesis fuera la acuñación de la moneda es un acto eminentemente soberano, un acto de imperio, la prueba de ello radica en que en contados casos el valor expresado por la moneda guardaba estrecha relación con su peso en metálico, el cual era degradado adrede e indistintamente por las diversas organizaciones estatales existentes de manera tal de apropiarse de una considerable diferencia.
[4] Por simultaneidad, se entiende a los efectos presentes y específicos, tanto simultaneidad cronológica como ontológica.
[5] No es esta una alusión a la obra de Max Weber, Etica Protestante y Desarrollo Capitalista, dado que conforme Weber se encarga de aclarar su objetivo es analizar en lo fundamental uno de los dos extremos del camino de ida y vuelta entre materialidad y espiritualidad, reconociendo por ello la influencia de la realidad en la superestructura ideológica .
[6] Quizà en la actualidad, a màs de un siglo de las categorìas marxistas empleadas en la descripciòn de la realidad socio-econòmica deberìan ser objeto de un profundo anàlisis en pos de su reelaboraciòn. La evoluciòn del capitalismo, el cual se encaminara hacia una creciente intangibilidad en cuanto a su sustancia y la formaciòn de un nuevo grupo social conformado por la tecnocracia, cuyos miembros disponen de la propiedad en manos de accionistas desconocidos y minoritarios, quienes en definitiva son manejados por sus supuestos empleados- administradores, imponen la necesidad de repensar la relaciòn entre titulares y no titulares de medios de producciòn aunque no necesariamente en su esencia.
[7] El contrato en tanto paradigma de la igualdad formal entre las partes, sin embargo ha sufrido diversas limitaciones en cuanto a la autodeterminaciòn de las partes para prestar su consentimiento, allì es donde el estado aparece prohibiendo ciertas pràcticas incluso contra la voluntad de la parte supuestamente màs dèbil del contrato, por considerar no sòlo que su voluntad se encuentra a merced de la otra parte màs poderosa sino que ademàs por ello mismo lo utiliza como mero medio para sus fines.
[8] Ya se hizo refencia previa al fenómeno de la tecnocracia en las grandes corporaciones del siglo XX