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Viñas, el cazador de Traiciones

Enviado por Luis Saez


    El cazador de traiciones – Monografias.com

    El cazador de traiciones

    Me cruzo con Viñas en la vereda de Losada; lleva un diario bajo el brazo (La Nación, doblado en cuatro). No Puede ser otro: el mismo cabello blanco, el mismo andar cansino de los últimos tiempos. Chau Viñas, le digo, y me sonríe, sin detenerse. Debo andar tan curado de espanto y perplejidad últimamente que ni siquiera este encuentro me asombra, aun sabiendo que Viñas murió hace mas de un año, y que escasa relevancia mereció el hecho en los grandes medios, mas allá de las desafortunadas reflexiones de Asís, calificando a Viñas como "un enemigo menos".

    Llovizna. Lo sigo, con una mezcla de fascinación e incertidumbre, sin saber muy bien porqué. También con miedo al desencanto de confirmar que sigo a un fantasma (cosa que de todos modos está ocurriendo…)

    En Lavalle al 1500 entra a un edificio tipo década del´70, uno de esos impersonales edificios del microcentro porteño, con pasillo largo y ascensor al final. Apuro el paso para no perderlo mientras la puerta del ascensor se cierra y se lo lleva; así Viñas regresa a su condición de recuerdo y misterio, en ese orden. Mientras desando el pasillo me pregunto si lo inexplicable tendrá un porqué. Llueve con fuerza, se diría con esmero. Como si el cielo quisiera decirnos algo y la indiferencia de la ciudad lo desesperara. Me refugio en un barcito tipo socucho, uno de esos barcitos que por capricho del tiempo y del destino –que en estas cosas suelen ponerse de acuerdo- no ostenta en su fachada ninguna palabra en inglés. Viñas me deja tomar ubicación (ahora lo sé, ahora que todo pasó y no encuentro mejor forma de ponerlo en palabras) y reaparece, con el cuello de la campera subido y el pelo blanco echado hacia atras, empapado (entonces los fantasmas se mojan? Se humedecen? Persiguen a sus perseguidores?) Me echa un vistazo como al descuido y se sienta en otra mesa, como disfrazando de casualidad este insólito encuentro. Pero no puedo dejar de sospechar que todo esto es de mentira. La más genuina mentira que me ha tocado en suerte.

    Despliega el diario y reanuda su vieja obsesión por desmadejar furcios y trampas de corresponsales-esbirros. No puedo evitar pensar esto: ni aún después de muerto es fácil engañarlo; será por eso que alguien por ahí lo llamó el cazador de traiciones.

    – Me permite Maestro? –pregunto, antes de sentarme en su mesa.

    – Usted me ha seguido –me contesta, sin alzar la vista de su diario- supongo que merezco una explicación.

    Ahora sí, alza la vista y me mira con esa especie de furiosa lucidez que lo sobrevive.

    – Supone bien –respondo- pero el caso es que no sé por dónde ni cómo empezar.

    – Empiece por donde quiera, le doy esa libertad –me dice, como quien concede un amable ultimátum.

    – Usted está muerto, Viñas –le digo, con una especie de vergüenza ajena.

    – Podríamos discutirlo –responde- eso no le daba derecho a seguirme como si fuera mi sombra.

    – No, claro que no –intento, con la vista gacha- la gratitud que le debo está mas allá de la muerte.

    – Vea, si se refiere a lo que oportunamente publiqué sobre su obra, le advierto que la deuda es mucho más con usted mismo que conmigo… de veras me siguió por eso?

    – No –respondo, rendido- tampoco fue por eso.

    – Entonces pregunte y terminemos de una vez –me apremia- la muerte, ya lo sabrá a su tiempo, es un asunto que requiere dedicaciòn… como una patria nueva– me dice, rematando la ocurrencia con una inesperada sonrisa.

    – Entonces podemos decir que dejar la vida tambien es un exilio? –pregunto, siguiendo una lógica que le tomo prestada, poniendo a prueba su paciencia una vez más.

    La mirada de Viñas excede largamente el paisaje lluvioso de la tarde-noche. Ya es el Viñas de las fotos que hace rato lo inmortalizan. Es nuevamente esa mirada que convierte su partida en un trámite doloroso pero casi de segundo orden, comparado con lo esencial de su legado.

    – La muerte es la muerte y punto –arriesga, con conocimiento de causa- lo importante es lo que hicimos antes.

    No hay dudas; es él. El polemizador, el repentista genial, pero tambièn el tipo reflexivo y certero. Sigue sièndolo. La muerte es un accidente; tenerlo sentado frente a mí es un oscuro milagro.

    – Ha dedicado gran parte de su vida y de su obra a reflexionar sobre la historia. Ahora le llegó el turno de entrar en ella, qué se siente?

    – Creo que les cabe a ustedes, los que tarde o temprano ocuparán el lugar que dejamos, indagar sobre ese tipo de especulaciones.

    – Decirle que su lugar no lo podrá ocupar nadie le sonará a obsecuencia…

    – Entonces serán ustedes los que se jodan si no pueden escribir una historia mejor…

    Con cuidado, me digo. Este hombre (o lo que de él va quedando) no se lleva bien con los halagos. La lucidez también puede deslumbrar, quemar de lejos. ¿Qué veíamos en él, los que teníamos 20 a sus 50? ¿La corporización de una especie de absoluto? Grosero y contradictorio a veces, lúcido y coherente, casi siempre. Un coloso que hablaba con nuestras palabras y que hasta se permitía el lujo de soplarnos historias de sexo al oído, para horror de la tilinguería doméstica. Un absoluto donde identificarnos, un refugio. Y decir refugio es decir esperanza. Árida, escarpada, a veces abismal. Pero esperanza palpable, ahí, en sus libros que gruñían y salpicaban. Eso era Viñas, exiliado y todo. Una esperanza mutilada, saqueada, con pelotas…

    – Dejemos entonces el exilio y la historia, Viñas, qué siente que dejó pendiente?

    – Es una buena pregunta… -concede- siempre dejamos cosas pendientes, inevitablemente… en lo formal, mas ensayos sobre Libertadores de América; al menos de la América que imaginan defectuosamente muchos argentinos.

    – Y en otro orden?

    – Entre miles de muertes infructuosas, las de mis hijos, la vida que se perdieron, todo lo que nadie pudo hacer por salvarlos…

    Silencio, impostergable. ¿Qué decir del horror que el propio horror no minimice? El silencio viene a lamer una herida, y a decirnos que ninguna palabra le queda bien a lo que sufre. Llueve otra vez. A pesar de todo (o de este horror que todo lo minimiza) se está bien con este entrañable fantasma. Tan bien, que explicarle al mozo porqué pido dos cafés resultará por lo menos infructuoso, incluso banal. Prefiero pasar por excéntrico, o por loco, lo mismo da. El deseo es más, pero tiene su precio.

    – Perdonaría a sus enemigos? –pregunto, un poco a mansalva, y enseguida me arrepiento; el hombre sentado frente a mí acaba de referirme dolores irreparables.

    – Según qué enemigos –ensaya, pensativo-. Algunos nos jerarquizan, los menos

    -aclara- otros justifican nuestros rencores. Y están los mas patéticos, que nos merecen indiferencia, por no abundar en detalles. Gracias a Dios y a la Virgen de Guadalupe, de este lado tambien se cuecen habas… y hasta se saldan cuentas

    – Viñas, usted perdone, pero es difícil sustraerse a la tentación de preguntarle si esperaba este momento…

    – No lo esperaba. Me sospechaba nomás que tarde o temprano llegaría…

    – ¿Será entonces que nos vamos con el dolor a cuestas, Viñas? Será que el desamor y la despasión son los exilios peores?

    – Digamos, por darle un marco, que el dolor es mas sabio que la pasión, me comprende? El dolor sabe esperar. La pasión es caprichosa y tirana, cuando sopla buen viento nos arrasa, pero llega el tiempo de inventarle tempestades para que no decaiga, y en esos menesteres se nos va la vida… el dolor, en cambio, qué sabio y paciente es… escuche a su dolor, tiene mucho que aprender de él…

    – Venimos a eso, Viñas? A perdonar lo perdonable y a sufrir por lo que no?

    – Venimos a aprender, amigo –me dice- hasta del sufrimiento, y a desaprender lo que deja de servir, y a construir memoria, desesperadamente…

    Ahora la calle es un paisaje oscuro, desgajado. Como si la lluvia persistente le hubiera robado cualquier posibilidad de alegría. La mirada de Viñas recorre despacio lo que quedó, en silencio, como tomando nota de un mundo que empieza a no pertenecerle…

    Por alguna razón (o acaso sin razón) me viene Borges a la memoria:

    "La candente mañana de Febrero en que Beatriz Viterbo murió, noté que las carteleras de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el vasto e incesante universo ya se apartaba de ella, y que ese cambio era el primero de una serie infinita…"

    – Ahí tiene –dice- un buen ejemplo de lo que no quisiera para mí… convertirme en un tótem paralizante. Prefiero que me discutan, hasta la negación si fuera preciso.

    – Eso fue Borges, Viñas? Un tótem, un obstáculo?

    – Le caben dudas? A mi no, mas allá de cualquier historia oficial o incluso del mismísimo cánon

    – Hace un rato me dijo que venimos a construir memoria… y ahora prefiere la negación, que se parece tanto al olvido, o no?

    – Pero no una memoria infame, conveniencia de unos pocos para desgracia de muchos. Eso es falsa memoria. Mejor el olvido, implacable. Ni siquiera piadoso, eh?

    – Borges también postulaba el olvido, Viñas…

    – Sus razones habrá tenido, allá él, me sospecho que distintas a las mías… yo postulo el olvido como último recurso del decoro y la dignidad, si quiere… lo de él era puro snobismo, otra de sus paradojas, no la más feliz por cierto… pero si me dan a elegir, por supuesto, prefiero la memoria, insisto, desesperadamente… Borges quería que lo olvidaran, mientras no muy encubiertamente le hacía un guiño a la eternidad… yo aspiro, modestamente si quiere, a dejar algo, algo que sirva para construir otra cosa, lo que sea… de todos modos, y para cerrar el tema, digamos que Borges no es el gran culpable de este formidable malentendido. Sus idólatras, que han armado una pequeña gran industria de la crítica y de la interpretación de la interpretación son, por lo menos, co-responsables, por no decir partícipes necesarios

    El mozo quiere cobrar y cerrar la noche. De los dos cafés que me trajo, uno se convierte lenta e inexorablemente en una suerte de negra tintura, fría, inexpresiva. Los fantasmas, al parecer, pueden mojarse bajo la lluvia pero no les está permitido compartir cafés en socuchos anónimos. Viñas no parece sufrirlo: contempla la transformación del suyo con indiferencia. El mozo recoge las tasas y me dedica una mirada de soslayo, como dándome a entender que mi excentricidad (o lo que a sus ojos aparece como tal) no le asombra, ni siquiera le resulta original.

    – Y entonces, Viñas? Qué oponemos al tótem deslumbrador? O dicho de otra manera: lo no canonizado está fuera de circulación? ¿O será que para una zona de la literatura argentina no oficializada la suerte está echada?

    – No, a mi entender… porque el cánon, que a veces confunde poder con omnipotencia, no ha tenido mas remedio que rendirse ante ciertas evidencias, como Arlt, o como Quiroga o como el mismo Walsh, que por lo demás a Borges no tiene nada que envidiarle…

    – Otra de sus aventuradas afirmaciones que sigue levantando polvareda…

    – ¿Me comprende ahora cuando le digo que para construir memoria hay que tirar abajo mitos y barrer escombros? –la carcajada es sincera y estentórea, muy a su estilo. Otras cosas termino de comprender: en una época donde la tibieza y una mal entendida sensatez combaten a pie firme contra la honestidad, y demasiado a menudo la dejan sin argumentos, vamos a extrañar las osadías de Viñas, su desenfado, su, insisto, implacable lucidez.

    – Inevitablemente llegamos a otro de sus temas, Viñas: la antinomia civilización o barbarie.

    – Antinomia que no es tal –retruca, encendido- la civilización y la barbarie han convivido y hasta co-habitado a lo largo y ancho de nuestra historia política y cultural.

    – Recuerdo, si me permite, la frase de Walter Benjamin: "En la base de todas las obras de arte de importancia hay un cimiento de barbarie".

    – Hágaselo entender al cánon… hay una tradición, me comprende?, mal llamada estética, y que para mí es ideológica, que condiciona juicios y preferencias a partir de patrones académicos estrechos y desde luego, limitantes. ¿Qué es estético? Y –lo mas delicado- qué no lo es?, en eso habría que intentar ponerse de acuerdo… pero aceptando el disenso, las porosidades, y sobre todo aceptando que cualquier lectura de la historia de nuestra cultura que prescinda del correlato político será incompleta y servil a determinados intereses, porque el apoliticismo, como todos sabemos, no existe… en fin, permítame que insista con aquello de que ustedes, los que vienen atrás, deben tomar estas banderas y ponerle el cuerpo al asunto…

    Más y más lluvia. Como no queriendo quedarse fuera del cuento.

    – Le gusta ver llover, Viñas?

    – Me gustaba más antes, cuando la naturaleza agredía menos. Ahora caen dos gotas y desaparece un pueblo entero. O sopla un tornado y se lleva puestos a un montón de pobres. ¿Sabe qué pasa? Antes la lluvia venía sola, ahora viene con rabia…

    – Será que tambien a ella la muerte le otorga otro sentido?

    – Mire, le voy a decir algo, la muerte no otorga ni quita nada. Y sabe porqué? Porque no llega de golpe, me explico? De golpe se enteran los que se quedan. Pero el principal involucrado, por asi decirlo, se va enterando de a poco. Digamos que en algun momento le cae la ficha, pero no al principio. Al principio todo sigue (todo parece seguir) igual. Se despierta en una terapia intensiva, llama a la enfermera y como nadie le responde, se quita las sondas y sale así, medio en pelotas, a vestirse de cristiano y mandarse a mudar, recordando todo lo que dejó por hacer antes de internarse: trabajo pendiente, entrevistas, correcciones, reuniones, más trabajo… hasta los sentidos lo engañan, sabe? Se ha despertado engañado, creyéndose curado porque ya no siente dolor. El problema es que ya no siente dolor porque en verdad ya no siente nada. Y porqué no siente más nada? Porque dejó de existir. Pero todavía no lo sabe. Digamos que le falta muy poco para empezar a sospecharlo. A lo mejor en la puerta del sanatorio, cuando descubre que tampoco los tacheros parecen dispuestos a pararle. O cuando se cuelga del primer bondi que lo lleva para el centro y el chofer, en vez de preguntarle de cuànto, lo ignora, como los tacheros y las enfermeras y el resto del mundo. Y entonces el fulano, el flamante occiso, ya algo extrañado, se sienta en el primer asiento y descubre, por el espejo retrovisor del colectivo, que en el asiento donde viaja no se ve a nadie. Como si en el asiento que ocupa no hubiera (no hay) nadie. Recién ahí, a bordo de un colectivo ciento cuarenta, como a las once y media de la noche, es posible que le empiecen a caer las fichas. Pero todas, eh: la ficha de la muerte, la ficha de todo lo que deja para siempre y la mas agobiante de todas: la ficha de las despedidas.

    – Despedida de quiénes?

    – De todos los que lo recordarán en los días posteriores al luctuoso suceso de su partida, si me permite el barbarismo televisivo. Discípulos, admiradores, enemigos, usurpadores, profanadores, caranchos, amantes, advenedizos, adversarios, colegas, gente que pasaba … todos y todas quieren quedarse con un pedacito del extinto. Todos, sin excepción. Como si no quisieran que parta. Y asi comienza la ronda de homenajes, notas al pié, notas al margen, contratapas, semblanzas, despedidas, lo que se le ocurra. Y el flamante finado ahí, sonriendo como si alguien lo viera, para nadie, ni siquiera para la posteridad, que para eso Borges se murió antes. Por eso cuando me empezó a seguir intuí en usted, y no me equivocaba, a otro acreedor.

    – Yo, acreedor suyo, Viñas? Hay que tener imaginación…

    – Déjeme hablar: cuántas veces en los últimos tiempos intentó entrevistarme, sentarse a tomar un café conmigo, darme las gracias?

    – Desde siempre, Viñas, pero…

    – Y cuàntas otras me invitó a sus estrenos y jamás pude o quise ir? Hable con franqueza, vamos…

    – Viñas, perdone la insistencia, le vuelvo a repetir que no me debe…

    – Eso es lo que usted cree: pero hay voluntades más poderosas que la suya o la mía, que han dispuesto lo contrario…

    – Por eso estamos acá sentados, Viñas?

    Viñas se atusa el bigotazo y sonríe, divertido.

    – Es una buena historia, verdad?

    – Hacía rato que no escuchaba nada mejor…

    – Le confieso que nunca la publiqué por pereza, todavía debe andar por ahí, entre mis papeles, espero que cumplan mi voluntad y los hagan correr. Sería –asegura- lo mejor que nos podía pasar, a mis papeles y a mí. Que las ideas circulen, como savia, o que sigan la suerte del desperdicio…

    El vidrio de nuestra ventana se empaña lentamente, la calle cobra un áurea irreal, como de cuadro impresionista. Intento desempañarla con el brazo, Viñas me frena con un gesto:

    – Déjela así.

    Oscuramente, entiendo. Compartir una mesa de café con Viñas es terminar sintiéndose inevitablemente parte del paisaje urbano.

    – Sabe? –me dice- yo nací acá nomás, en Talcahuano y Corrientes. A esta ciudad la ví crecer, incluso violenta, descontroladamente. Contaminarse, metamorfosearse, me tuve que esconder en ella y de ella, o me mataban. La odié con honestidad, la culpé de muertes y desdichas varias. Con los años fui entendiendo que la ciudad es un poco una patria, personal. También un lugar de paso. Pero que en este lugar de paso, los que estamos de paso somos nosotros. Por eso digo siempre, si se pudieran contar las veces que caminé estas veredas a lo largo de mi vida, la cifra lo sorprendería al mismísimo Borges.

    – Tal vez lo deleitaría –agrego.

    Y Viñas ríe, de buena gana. Nos vamos entendiendo.

    Una cifra imposible, pienso, como otro dato que los emparenta, mas allá de las diferencias, o precisamente por ellas: los dos fueron notables polígrafos, lo que imposibilita la lectura parcial de sus obras. En Borges, como en Viñas, la narrativa está teñida de ensayo, y viceversa. Ninguno de los dos se conformó con lo seguro y buscaron (Borges en la poesía, Viñas en la dramaturgia) caminos alternativos para decir lo mismo: Borges, la búsqueda del absoluto, Viñas, la rabia del país de señores ricos y chicos pobres. Y el sometimiento de una cultura signada por los caprichos de una oligarquía autoritaria hasta el exterminio.

    La diferencia, lo irreconciliable, subyace tal vez en los márgenes de la palabra: Borges escribía con el genio, Viñas, con el cuerpo. Cuerpo mutilado de la peor amputación: sus hijos María Adelaida y Lorenzo Ismael, arrancados de la vida por vía de la barbarie mas atroz: el genocidio. Y aquí la antinomia se vuelve coincidencia: civilización y barbarie se aparean y funden en un mismo, imposible horror. "Nadie olvida –dice Viñas- los verdugos, porque torturar es una experiencia límite, feroz, infame. Y las víctimas, o sus sobrevivientes, porque recordamos con espanto y odio"

    – Puedo preguntarle qué cosas extraña y qué cosas no extrañaría jamás?

    Viñas se toma su tiempo para meditar la respuesta. Sabe, como gran conversador que fue y será, que a la hora de mostrarnos, la palabra es tan valiosa como la pausa. Socias inseparables, primas hermanas.

    – Naturalmente, los afectos –dice- Mis seres queridos, unos cuantos amigos y compañeros, algunos amores (permítame obviar nombres propios). Después los cines, el teatro, los libros, la paradoja de sentirme acompañado por desconocidos, que esto y no otra cosa es caminar por Corrientes. También extraño a algunos enemigos. No es que me duelan particularmente; empiezan a resultarme comprensibles, y eso ayuda a entender, incluso lo inaceptable. Sabe, todo se ve diferente de este lado. Estamos sentados frente a frente pero nos separa una distancia insalvable, lo sabemos. Una distancia que excede largamente a la palabra, y que por eso mismo no admite explicación. Le diré que hasta la soledad tiene otro nombre aquí, inclusive ella, tan reina de nuestras angustias.

    – Puedo preguntarle cómo la llaman?

    – No la llamamos. No es preciso. Ella está ahí, esperando, de brazos cruzados…

    Sonríe apenas. Lo necesario. La piedad no sabe de ostentaciones ni de falsos oropeles. La piedad está donde debe estar, donde no podamos abusar de ella. En un gesto inesperado, intransferible. En lo que no se puede nombrar.

    – A qué volvería, si le fuera dado?

    – Supongo que a disculparme con algunas personas, a confesarles que no supe quererlas mejor. Y a advertirle a otras que mas tarde o mas temprano, la estupidez y la mezquindad cobran comisión.

    – Si pudiera cumplir esa voluntad, ¿aceptaría el fin con menos peso?

    – El fin es inaceptable, váyalo sabiendo. Me resignaría mas pronto, tal vez. Al fin de cuentas nos han puesto aquí sin consultarnos y dándonos explicaciones de ocasión. Después, tambien sin explicación, todo se termina. Qué más pedirle entonces a la vida, no?

    – Viñas, entonces será que el sentido de todo esto aparece cuando llega el fin?

    – Entendámonos: establecerle usos y costumbres a la muerte es tan infructuoso y banal como intentar aceptarla. Le sugiero que disfrute lo que le haya sido dado y no se pregunte cosas que sólo le aportarían confusión; lea, desconfíe, ame, y acepte sólo aquello que le apasione. Lo demás déjelo correr…

    – Viñas, están cerrando, temo que en cualquier momento nos inviten amablemente a retirarnos…

    – A usted, que todavía le debe explicaciones a lo que se ve… abríguese, mire que refrescó…

    – Me da no se qué dejarlo solo con sus recuerdos, no quiere caminar un rato por Corrientes? Ya dejó de llover.

    – Y quién le dijo que me quedo sólo? Y si le digo que el Gordo Soriano está por llegar en cualquier momento? Y le advierto que tenemos asuntos importantes que atender, asi que…

    – Asi que fue un gusto, Viñas, o mucho más que eso, ¿le molesta si publico esta entrevista?

    – Inténtelo, pero dudo que alguien crea que todo esto haya ocurrido, empezando por usted mismo… cuando ponga un pié en la calle, o doblando la primera esquina, empezará a convencerse de que fue lo contrario de un milagro, y lo mas parecido a una mentira.

    Y retoma su rictus de desplegar el diario y olvidarse del mundo. Sin embargo, al mundo le costará olvidarlo. Así lo veo por última vez, antes que el mozo despache a los últimos clientes y la luz se apague sobre la mesa donde Viñas, el implacable cazador de traiciones, me despida desde la mentira que armamos en un barcito covacha, la mejor que me tocó en suerte…

    LUIS ALBERTO SAEZ, Argentino, Haedo, Buenos Aires, 1958.

    Dramaturgo.

    Escribió 35 obras, de las cuales lleva estrenadas veinte, algunas de ellas premiadas en concursos nacionales e iberoamericanos.

    Tambien ha escrito y estrenado monólogos y adaptaciones varias. (Chéjov, Dostoievsky, Gorki, Ibsen, Soriano…)

    Ha publicado un volumen individual de teatro (Corregidor) y varios volúmenes compartidos con pares.

    Ha coordinado numerosos talleres y seminarios de dramaturgia en Buenos Aires e interior del país.

    Jurado en diversos concursos nacionales.

    Publica textos de reflexión dramatúrgica en medios gráficos orientados a la actividad teatral.

    Ha dirigido dos obras: Sara (mi vecina del segundo cé), en el ciclo Teatro por la memoria la verdad y la Justicia, y El Ex Alumno, de Carlos Somigliana, en el Teatro del Pueblo de Buenos Aires.

    4483-1858 // 15 5342 5570

     

     

    Autor:

    Luis Sáez

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