4. colonia del sacramentoY El Peso Del Tiempo En Las Venas. Buenos Aires, 5 de mayo de 2001 No tengo nada contra los anticuarios; pero no soy anticuario, soy historiador (dice Marc Bloch que decía Henri Pirenne). Es bueno conservar las cosas del pasado; pero uno tiene que tener claro que con esta actirud no se está conservando el pasado, sino simplemente cosas del pasado. Desde luego que no se puede conservar todo. Imaginemos: todos los hombres del mundo nos proponemos conservar cosas. En primer lugar ¿Cómo? ¿Cómo están ahora? ¿Cómo estuvieron en algún momento? ¿Quién decide que momento? Sigamos imaginando: nos ponemos de acuerdo con las respuestas y decidimos conservar todo de acuerdo con ese acuerdo. ¿Qué ocurrirá entonces si a alguien se le ocurre inventar algo nuevo? ¿Lo tendría prohibido porque rompe el acuerdo de lo conservado? No creo que quede otra alternativa en esta historia imaginaria. Usé esta ficción para empezar a mostrar la diferencia entre un anticuario y un historiador. Un anticuario es un conservador de cosas del pasado (inmuebles, muebles, objetos diversos, papeles, ideas, etc.); pero, para conservarlas tiene que anular el tiempo que pesa en ellas porque, de lo contrario, corre el riesgo de que estos objetos vayan cambiando, y hasta de que desaparezcan. El historiador, en cambio, no tiene miedo de la picota y no siente nostalgia por lo que parece haberse perdido, porque su materia es el tiempo en los hechos humanos, y el tiempo admite la destrucción y la invención, el progreso y el retroceso y, por sobre todas las cosas, impide el dominio de la nostalgia por un pasado perdido. Hace algunos meses pasé un fin de semana en Colonia del Sacramento (aquí mismo, frente a Buenos Aires en la República Oriental del Uruguay). El estado de conservación de la ciudadela es una maravillosa obra de anticuarios. Es hermoso pasear por esas callecitas tortuosas. La obra de reconstrucción y conservación es magnífica, pero a mí me costó mucho sentir las vibraciones del tiempo en ese lugar. Todo parecía quieto y sereno, la quietud sin tiempo de la eternidad, como si la ciudad no hubiese vivido las grandes turbulencias de las pasiones humanas que vivió. Hubo un solo rincón donde sentí el peso del tiempo: la casa del gobernador. Guiado por un mapita llegue hasta la plaza donde debía encontrar la casa del gobernador. Pero ¿qué encontré? Nada, sólo pueden verse los restos desenterrados de los cimientos de lo que en su momento fue la casa del gobernador. Pude imaginarme la bronca del Pedro de Cevallos que lo condujo a destruir el símbolo del poder lusitano que duró casi 100 años en el Río de la Plata (desde que los portugueses fundaron Colonia en 1680, hasta que los españoles la reconquistaron definitivamente, en 1775). No soy especialista en el tema y no puedo respaldar lo que sentí frente a los restos de la casa del gobernador con testimonios de época; pero sí puedo asegurar que sentí la vibración del tiempo, de sus casi aromas vitales, estremecer mi cuerpo. Las cosas humanas están hechas de tiempo, por eso no se quedan quietas y se transforman constantemente. Es interesante reconstruir cómo fue que la milonga la habanera y el candombe, en el último cuarto del siglo XIX, se transformaron en esa danza juguetona que era el primer tango. Pero, racha tras racha, otras influencias lo han seguido transformando (v. g., la melancolía de los inmigrantes italianos en la década del ’20 y el virtuosismo de los intérpretes en los ’60, todo en el siglo pasado). Saber todo eso es muy importante, pero mejor es disfrutarlo, porque sólo podemos reconstruir esa historia, si podemos disfrutar de la vitalidad actual del tango. La ciudadela de Colonia es un objeto que existe en la quietud sin inanimada de la eternidad; el tango vive en el tiempo de su historia, cambiando constantemente. Yo soy historiador y me gusta seguir bailando el tango de mi vida.
Buenos Aires, 25 de mayo de 2001 En abril de 2001 hice un viaje a la ciudad de Mar del Plata. Esos dos días los registré en un pequeño diario de viaje que transcribo en primer lugar (las páginas fueron escritas en el hotel en tres momentos distintos: mientras esperaba a mi prima Silvia el sábado por la mañana, el sábado por la noche antes de dormir y en el desayuno del domingo). Después del diario transcribo algunos esquemas genealógicos y finalmente alguna historias que recogí. 7 de abril de 2001 Es imposible dar cuentas de las causas profundas, del sentido profundo de un deseo… Sin embargo, hay aristas, hay puntas que asoman a la superficie y que, a lo menos, se pueden describir. Lo cierto es que hoy me encuentro en Mar del Plata, sentado en el bar del acogedor hotel de Luz y esperando a mis primos Carlos y Silvia Martínez (nietos de Juan Sáez Sáez) a quienes no conozco. Esta es una ciudad maravillosa, ocho diez veces en mi vida (muchas menos que las que hubiese deseado) anduve sus calles; pero, ahora, la añoraba mucho porque hace quince años que no vengo. Siempre supe que en esta ciudad había una parte de la historia de mi vida, pero nunca cultivé su reconocimiento. Ahora estoy parado en el borde y de cara a la enmarañada selva que es historia. ¿Qué me impulsa a la aventura? Ya he dicho que es muy difícil descifrarlo; pero puedo contar que me siento conmovido por una vaga sensación de que lo que descubra no me condenará la ceguera, como le ocurrió a Edipo; sino que, pondrá luz en algunos rincones de mi alma. Es una buena sensación y no es poco para justificar el entusiasmo y la movilización interior que me empuja hacia delante en esta búsqueda. Podría prescindir de agregarle un interés profesional, para que sólo ello valga para sentirme bien en este camino. Es de noche, pasé un día increíble. Silvia es un encanto, me acompañó todo el día. Su hermano Carlos y su marido Emilio, también, charlamos bastante en el almuerzo (con Emilio compartimos la pasión por Nueva Chicago, porque es de Mataderos). Felisa y Pin nos recibieron con alegría y matizaron sus relatos y comentarios con una gracia singular. Felisa es la alegría de vivir, ni aún el relato de la trágica muerte de su padre (fusilado al terminar la guerra civil), la aparta de este estado de ánimo. La tía Sofía y su marido (Carlos Martínez) nos reciben con agrado y, con paciencia, tratan de enhebrar recuerdo que se resisten a hacerse evidentes en palabras y relatos. Pero, el verdadero golpe, fue volver a ver a Angeles Barea Sáez y a su hermana Carmen. Angeles, tiene 96 años y tiene un perfecto registro de mi vida hasta los 24 años. Carmen me recrimina, con dulzura que no nos hayamos visto en los últimos 23 años; pero la felicidad del encuentro la conmueve. Cuando me despido, Angeles casi se pone a llorar (salí corriendo para no verla). 8 de abril de 2001. He reunido ya cinco horas y media de grabaciones con historias interesantes. Algunas ideas de ordenamiento del material pujan por imponerse:
- La orientación de Igea hacia Navarra (las historias se refieren a familias que han vivido en Tudela, Fitero y Castejón, todas localidades próximas al pueblo).
- Los casamiento endogámicos.
- El tema de la fe religiosas (las mujeres muy creyentes y los hombres agnóstico o anticlericales).
- La guerra civil.
- La pobreza y la falta de horizontes en España hasta por lo menos mediados de la década del ’50.
- La pobreza y la falta de horizontes en la Argentina desde por lo menos mediados de la década del ’70.
En fin, un material riquísimo que vale la pena trabajar. Se parece mucho al punto de partida que imaginé que podía tener. Dejemos de lado el diario de viajes y veamos algunos esquemas imprescindibles para ubicar los personajes de estas historias. Empezaremos por tres hermanos Sáez y tres hermanas Alvarez. Aquí se presentan dos dudas: ¿Cuál era el hermano de Martín Sáez y de la madre de Sebastián Espada, Hilario o Apolonia? Francisca Alvarez, madre de mi abuela Natividad Obejas, ¿Era hermana de Vicenta y Teodora?
Sáez | ||||||||
Madre de Sebastián Espada | Apolonia Sáez | Hilario Sáez | Martín Sáez | Teodora Alvarez | ||||
Sebastián Espada (mi abuelo) (*) | Pilar Sáez (*) |
Alvarez | |||||||||
Ricardo Sanz | Vicenta Alvarez | Martín Sáez | Teodora Alvarez | ¿Francisca Alvarez? | |||||
Jesús Sanz (*) | Pilar Sáez (*) | ¿Natividad Obejas? (mi abuela) (*) |
Ahora las dos familias Sáez
Apolonia Sáez | Hilario Sáez | ||||||
Juan (*) (abuelo de Silvia y Carli) | Paz (*) (esposa de Juan Jiménez, el "Pico-les") | Abundio (*) | María Jesús (madre de Felisa y Pilar). | Dolores | José | Angel (vive en Tudela) | María Cruz |
Teodora Alvarez | Martín Sáez | ||||||
Fortuna-to | Pilar (*) (esposa de Jesús Sanz) | Juan (Sacerdote Esculapio) (*) | Vicente (hermano esculapio) (*). | Concep-ción | Juliana (*) | Emilio | Mateo (esposo de Rosa Alvarez) (*) |
Los que están marcados con un asterisco (*) han vivido en la Argentina, el las ciudades de Buenos Aires, Mar del Plata y 9 de julio (Provincia de Buenos Aires), Rufino (Provincia de Santa Fe), entre otros lugares. El esfuerzo de reconstruir estos esquemas genealógicos apenas alcanza para establecer un sistema de vinculaciones sanguíneos; pero no alcanza para entender esa historia de una identidad. Vienen en su ayuda las historias personales que he recogido. Hace 20 años podría haber hablado con los primeros actores, con los jóvenes de 20 años que dejaron Exea en 1911; pero la inquietud me picó ahora. No voy a contar ahora la crónica de estas familias que he mostrado aquí y de su vinculación con otras (v. g., con la familia de Cristina Sáez de Barea que su hija Carmen refiere con una historia ligera: papá era vasco, de Fitero; mamá era igeana y estaba emparentada varias generaciones atrás con el tío Sebastián, explicación que a Silvia le bastó… y a mí también). Voy a aprovechar esas historias para tratar de reconstruir los ambientes en que esas personas vivieron. Cristina Sáez y Manuel María Barea se casaron en Fitero y decidieron probar suerte en la Argentina. Cinco veces cruzaron el Atlántico y vivieron en la ciudad de Tandil (Prov. de Buenos Aires) y en la misma ciudad de Buenos Aires. Apenas la fortuna les sonreía volvía a Fitero, donde no les iba nada bien. En una oportunidad pusieron un comercio en Fitero; pero se equivocaron, relata Carmen con delicadeza; si lo hubieron puesto en Pamplona, donde nadie los conocía, les hubiera ido bien. Finalmente cuando Angeles tenía unos meses de vida se afincaron definitivamente en la Argentina, era el año de 1906. Carmen relata también como fue la vinculación con la familia de Sebastián Espada y Natividad Obejas. Con Sebastián había parentesco carnal; pero la que fortaleció la vinculación con Cristina Sáez fue mi abuela Nati. Carmen relata y, cada tanto, pide a Angeles aprobación sobre lo que dice. Angles Barea Sáez, circunspecta y dulce, consumida y digna, ratifica o rectifica detalles, a la vez que aporta nuevos datos e impresiones (es una dulzura hablar con ellas). Natividad tomó a la familia de Cristina como modelo y ambas decidieron que una vinculación institucional fortalecería los lazos sanguíneos y rodearía de seguridades a los Espada que iban naciendo. Alfonso Barea, el mayor de los hijos de Cristina, fue el padrino de mi tío Oscar; Angeles, madrina de mi madre y Flora, otra de las hermanas, de mi fallecido tío Carlos. Los vínculos establecidos fueron tan fuertes que, por ejemplo, Titina, la hija de Alfonso Barea, sigue comunicándose periódicamente con mi tío Oscar. Nuestra vinculación con Angeles pervivió en el tiempo. Diez años después de la muerte de mamá, nos hizo una visita y, tal vez, mi regreso a su lado tenga mucho que ver con la fortaleza de ese vínculo. Angeles y Carmen eran docentes. Angeles fue directora del colegio de la medalla Milagrosa en el barrio del Parque Chacabuco. Mi madre me llevaba periódicamente a su casa para que su madrina le diera una lectura crítica de mi desempeño escolar. Lo primero que le vino a la mente a Carmen en cuanto me vio en su casa en abril fue el recuerdo de lo extremadamente exigente que era mi madre conmigo. Juan, Abundio y Paz Sáez Sáez se vinieron a la argentina a principios del siglo XX (no sé si vinieron juntos, creo que primero vinieron los varones y luego Paz). Las esposas de Juan y Abundio (Sofía y Domitila) eran españolas, pero no igeanas. Paz, por su parte se casó con Juan Jiménez Lerín, nacido en Tudela; pero venido a la Argentina después de vivir en Igea. Los tres hermanos vivieron en el campo (los varones en Mar del Plata, Paz en Lincoln) y, luego de enormes sacrificios, pasaron a engrosar las filas de los "chacareros", esa clase media rural que, entre 1940 y 1970, tuvo oportunidad de constituirse y florecer en la pampa húmeda argentina. La abuela Paz murió cuando yo era muy chico; alcancé a tratarla, aunque tuve más oportunidad con don Juan Jiménez, el "Picoles". Se había jubilado y vivía en una casita en San Justo en el Gran Buenos Aires. Yo lo veía bastante porque mi tío Santiago (el hermano mayor de mi madre) estaba casado con mi tía Ñata (Apolonia Jiménez) la hija mayor del "Picoles". Mi tío Santiago, como se ve, se casó con una prima suya en tercer grado. En la vida de provincia en la España de la primera mitad del siglo XX, el casamiento entre primos no sólo era aceptado, sino que también deseado. Pero, el la Argentina ¿qué pasaba? El tío de Marió, la madre de mi hijo, el coronel Galán, fue el último comandante republicano en rendirse durante la guerra civil, era el año 1939. Lamentablemente no llegué a conocerlo; pero había, en casa de la viuda, una serie de recursos que recordaban con mucha fuerza su paso por la vida. Las canciones de la guerra que se cantaban en las reuniones familiares, eran piezas principalísimas en el dispositivo de ese recuerdo. Rescato una que decía: "María Antonia, María Antonia tu no sabes lo que haz hecho, despreciar a un primo hermano por querer a un forastero. No lo desprecias por pobre, ni tampoco por la edad, lo desprecias porque él lleva la corbata colorada."
En sus relatos, Pin (el marido asturiano de Felisa) ratifica que esta costumbre se tenía en las aldeas cuando ellos eran jóvenes, con mucha gracia cuenta que, cuando un joven pretendía a una chica de otra familia, recibía maltrato de parte de primos y hermanos varones de la cortejada, lo que hacía imposible su conquista. Pin y Felisa no tuvieron ese problema porque se conocieron en la Argentina cuando tenían poco más de 20 años. Santiago y Ñata se casaron en 1941 siguiendo aquella tradición de los padres. De igual modo había ocurrido en Igea en 1929, cuando Jesús Sanz Alvarez y Pilar Sáez Alvarez se casaron. El tío Jesús vivía en la Argentina desde hacía unos cuantos años, por lo que el matrimonio de afincó en la Provincia de Buenos Aires, donde nacieron sus hijas. Con una intensa prédica desde el ámbito de la Iglesia, en la Argentina se desalentó esa práctica. Recuerdo que cuando era chico (tendría unos 8 años), le pregunté a mi madre si un hombre podía casarse con su hermana. Me respondió rotundamente que no. Pero, cuando pregunté por el casamiento entre primos; su respuesta fue que se podía con una autorización especial del Papa. He dicho que no soy anticuario, sino historiador. Por ello, no me horroriza el paso del tiempo; pero no deja de asombrarme que, ahora que las familias tienden a ser unipersonales, en tan pocos años hayamos pasado por tres modelos de organización familiar tan diversos: la familia ampliada endogámica, la familia tipo nuclear y exogámica y la familia unipersonal. Debo subrayar aquí que estoy tratando de aprovechar los testimonios que recogí, no soy especialista en temas familiares; por ello, mis contundentes afirmaciones deben ser aceptadas en el marco opinable del ensayo, no en el de la certeza del conocimiento científico. Aunque, francamente, en tren de reflexiones humanas, muchas veces puede aportar más el ensayo que la ciencia en la búsqueda de la verdad. En temas de religión, también, la historia de la familia tiene continuidades e interrupciones. Al margen de los nudos críticos de la guerra civil en España y de las vivencias religiosas posconciliares en la Argentina, en que las percepciones de lo religioso y lo eclesiástico se han politizado notablemente; percibo, una cierta constante, en las prácticas religiosas de la familia: una gran devoción en las mujeres y un anticlericalismo desenfadado, cuando no un agnosticismo, en los varones. Casi siempre creían en Dios y valoraban a sus parientes religiosos (el padre Juan y el hermano Vicente Sáez y la hermana Pilar Sanz); pero casi nunca pisaban el templo. Esperaban en la puerta y, si la presión femenina era muy grande, se instalaban en los últimos lugares. La excepción fue mi tío Santiago que, en algún momento de su vida, colaboró con la capilla de Mataderos (donde todos los primos tomamos la primera comunión de manos del padre Juan), de la misma manera que fue cooperador escolar en el establecimiento educativo donde cursamos la escuela primaria. Del otro lado, el paradigma del agnosticismo parece haber sido don Juan Sáez Sáez. La tía Sofía, deliciosa como una campanita de cristal, me contó que su padre no los había acristinado cuando nacieron (su hermano Abundio, por ejemplo, tuvo que bautizarse para casarse por Iglesia con la tía Chola). No es muy clara la razón de esa actitud. Carmen Barea Sáez retoma la historia y confirma que el tío Juan no era ateo, ni agnóstico; sino, simplemente, anticlerical. "Sabés, tu abuelo Juan no creía mucho (decía, dirigiéndose a Silvia); pero, cuando estaba muy enfermo, poco antes de morir, yo lo visitaba con frecuencia… El pedía estar conmigo… Yo le regalé una pequeña cruz de plata que solía tener apretada en su mano todo el tiempo… Creo que en los últimos días de su vida pudo reconciliarse con Dios, por eso quería estar conmigo y por eso le di la cruz de plata." Contrastes en la familia. El padre Juan se ordenó en 1941 y se vino a la Argentina, 5 años después vino su hermano, el hermano Vicente (por una actitud de máxima humildad jamás quiso ser sacerdote). Ambos, desde luego, se formaron religiosamente durante los años duros de la guerra civil y de la inmediata posguerra; circunstancias en que amplios sectores de la Iglesia Española sostuvieron una posición de apoyo al naciente franquismo. Nunca he hablado con ellos de política; pero me parece que no deben haber sido partidarios de la república. María Jesús Sáez Sáez, prima hermana del padre Juan, estaba casada y vivía en Valverde, cerca de Tudela, con su marido Anacleto Martínez y sus hijas Pilar y Felisa. Felisa tenía 12 años y le cuesta contar la historia, su marido Pin la auxilia, a Anacleto lo fusilaron por republicano. Pero ese no fue el dolor mayor, su cuerpo mutilado fue arrojado a una fosa común en la sierra porque el muerto era considerado un infiel que no tenía derecho a reposar en el cementerio. Pin relata que, gracias a la mutilación, sus restos pudieron ser identificados en épocas de democracia, para recibir, finalmente, cristiana sepultura). La historia es dolorosa, Pin sólo refiere algunos detalles y rápidamente todos pasamos a hablar de otro tema. La hermana Pilar nació en la Argentina en 1932. el Concilio Ecuménico Vaticano II, y su opción por los pobres, la conmovieron a ella y a su congregación (Esclavas de María de Anglais). Viven en pequeñas comunidades de dos o tres monjas en casas que no les pertenecen y en barrios suburbanos. Acompañan el crecimiento de las comunidades en las que viven y, cuando los barrios se consolidan en su estructura de trabajo y de servicios públicos; parten hacia otros barrios. A ellas, las crisis económicas y espirituales de la Argentina de los últimos 25 años les duelen en carne propia. Mientras charlamos de distintos temas, Felisa logra comunicarse con su prima Angelines en Tudela. Quiere saber, para después contarme, como está de salud el último de los Sáez de aquella generación. Angel (hermano de Abundio, Juan y Paz) tiene 86 y Felisa acababa de mostrarme una foto. De regreso a Buenos Aires, vamos, con la hermana Pilar, a ver a la tía Rosa viuda de Mateo Sáez (hermano menor del padre Juan y del hermano Vicente). La tía ha vivido en Igea hasta mediados de los años ’50, y ha estado de visita varias veces. Por ello, me cuenta cosas más recientes; como, por ejemplo, de qué manera las cuadrillas se han transformado en peñas. Le alcanzo una receta que saqué del la página www.cocina.valvanera.com, lee y me mira con tono de quien no quiere desilusionarme. Finalmente dice "pero, si así las preparo yo". ¿Cree que en internet sólo hay cosas extraordinarias? Tal vez, lo que seguramente no sabe hasta que lea esto es que sus palabras hacen lo extraordinario. La receta es genuina. Mi abuelo Sebastián, cada vez que llegaba el invierno usaba un viejo poncho de vicuña como cobija y, recordando las penurias de sus tiempos de golondrina, decía "este poncho me salvó la vida". Refería entonces, se le preguntara o no, la historia de una fuerte nevada que había azotado la provincia de Buenos Aires (tal vez fuera en 1918, no tengo precisión de la fecha). Lo cierto es que la tormenta lo sorprendió en el techo de un vagón de carga y el poncho lo había salvado de morir por congelamiento. Recordaba, también, algunas prácticas sociales de la época. Para evitar que la policía arrestara a los peones que viajaban sobre los techos sin boleto; los maquinistas aminoraban la marcha de los convoyes antes y después de cada estación; de manera que los peones tuvieran tiempo para bajar de los techos, correr al otro extremo de la estación y volver a subir. Los ferroviarios ya tenían entonces una fuerte organización sindical que formaba a sus miembros, como puede apreciarse en el relato, en los valores de la solidaridad. Varias cosas me he preguntado sobre estas historias familiares. ¿Qué los hizo soportar tantos años de penurias en la Argentina y quedarse? Tal vez la situación social en España fuera peor, tal vez el orgullo de haberse largado a conquistar la América les impedía volver. ¿Qué simbolizaba ese poncho de vicuña, esa prenda americana? Tal vez el calor y la protección que una tierra, nueva y generosa, le daba a ese joven cargado de sueños. Ese poncho que le salvó la vida y sus hijos argentinos son tal vez la mejor explicación de por qué soportaron tantas penurias.
Trabajo enviado por. Aiscurri, Mario Alberto;
La Patria… un dolor que se lleva en el costado.; inédito (Hecho el depósito en la Dirección Nacional del Derecho del Autor bajo el número 176432, el 12 de febrero de 2002.)
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