Dice un aforismo medieval: "Un hombre sin dinero es la viva imagen de la muerte". La sentencia, untando brutal, no se encuentra, sin embargo muy lejos de la realidad, puesto que, a lo largo de la historia, pocos valores materiales han provocado sobre los individuos transformaciones sociales y morales tan intensas. De hecho, conceptos como riqueza y poder suelen relacionarse directamente con "ese poderoso caballero que es Don Dinero", como bien aseveraba Francisco de Quevedo.
Por su parte, el Arcipreste de Hita apostillaba con ironía en su Libro del Buen Amor: "Al torpe hace discreto, hombre de respetar; hace correr al cojo, al mudo le hace hablar; el que no tiene manos bien lo quiere tomar".
Con el establecimiento, en el IV milenio A. de C., de las primeras dos grandes civilizaciones de la historia, Egipto y Mesopotamia, los sistemas de intercambio de mercancías alcanzaron una mayor sofisticación debido al creciente desarrollo del comercio. Ello propicio que, junto al trueque, convivieran formas toscas de dinero en forma de diminutos objetos, primero a partir del cobre y, más adelante, del oro y la plata.
Aunque los egipcios pagaban sus tributos y sueldos en especie, también solían utilizar en sus transacciones comerciales diversas unidades de intercambio económico. Una de ellas era el deben, un lingote de cobre cuyo peso era de 90 gramos. Así, un ganadero podía ofrecer una vaca cuyo valor era de un deben y medio a cambio de una hectárea de tierra. Otra unidad de cambio era el khar, cuyo valor se expresaba en comparación con un saco de grano de 65 kilos de peso. La moneda propiamente dicha no la utilizaron hasta épocas muy tardías, cuando el rey macedonio Alejandro Magno (356-323 a. C.) ocupó el país del Nilo y dio a conocer la acuñación del metal.
Hasta ese momento los egipcios continuaron desarrollando diversos sistemas de intercambio basados en el trueque, incluso en sus relaciones comerciales con el exterior. Por ejemplo, dado que carecían de madera para sus barcos, muebles y sarcófagos, se veían obligados a intercambiar con Siria o Líano diversos productos autóctonos por ingentes cantidades de madera.
La civilización Mesopotámica, menos aislada geográficamente que Egipto, desarrolló un comercio tan intenso que incluso mantenía rutas hacia el valle del Indo y el Caucaso. Su dinero, al principio, era la cebada, un producto agrícola muy abundante en Mesopotamía"
Pero los caprichos de la economía ya hacían de las suyas por aquel entonces; debido a las fluctuaciones de las cosechas de cereal, la moneda sufría constantes cambios de valor, por lo que finalmente optaron por el cobre y otros metales. De hecho, ya en tiempos del rey babilónico hammurabi (1728 – 1686 a. de C) existían en circulación lingotes de plata llamados ciclos, cuyo peso por unidad era de 8 gramos.
La notable capacidad comercial de que hizo gala Mesopotamia propició también la creación de diversas formas de organización bancaria, ciertamente evolucionadas para la época, tanto que los antiguos mesopotámicos fueron quizá los primeros en instituir los préstamos con intereses. Y un interés, por cierto, bastante elevado: si un préstamo era de productos agrícolas, un 33.33 por ciento anual; si era de metal, el prestamista se llevaba un 20%. De igual modo, también inventaron diversos conceptos financieros, como el depósito, la orden de pago, la fianza o la comisión. El hombre de negocios era un personaje importante en la sociedad y vida mesopotámicas; de él dependían varios o muchos empleados. Con frecuencia trabajaba como agente del tesoro real, pero también podía hacerlo por cuenta de otros hombres libres o en nombre propio. Desde la I dinastía babilónica es el lejano antecesor del moderno banquero.
Aunque como hemos visto, egipcios y babilonios idearon eficaces formas primigenias de dinero, lo cierto es que jamás llegaron a acuñar monedas. Eso sucedió en el siglo VI a.C., en un país del este de Asia Menor: Lidia, los lidios eran inmensamente ricos, o mejor dicho, la monarquía reinante. Poseían numerosos yacimientos de oro y, según relata el cronista griego Herodoto, fueron los primeros kapeloi o revendedores al detalle. En efecto, Lidia se encontraba en plena ruta comercial entre Oriente y las ciudades griegas de la costa, por lo que existía un numeroso colectivo profesional de mercaderes. Estos al parecer, decidieron un día poner un poco de orden en sus operaciones de compraventa. Conscientes del caos comercial –o por lo menos de la incomodidad- que suponía la proliferación de marcas, anillos y lingotes utilizados en las transacciones y cuyo uso se había generalizado desde los tiempos mesopotámicos, idearon un sistema más unitario, práctico y eficaz: la acuñación de monedas en piezas de electro, una aleación natural de oro y plata.
John Kenneth Galbraith en su obra El dinero: de donde vino, a dónde fue, "siempre se consideró degradante que judas entregase a Jesús por treinta monedas de plata. El hecho de que fuesen de plata sólo indica que se trataba de una transacción comercial normal; si hubiesen sido tres piezas de oro, proporción plausible en la antigüedad, el trato habría sido algo excepcional".
Dicen que detrás de toda gran fortuna se esconde un crimen, y en el caso de aquellas abultadas cuentas corrientes se ocultaba muchas veces la mano negra de la estafa y la falsificación, lo que sin duda proporcionó a muchos –incluido el Estado– grandes beneficios.
Los romanos fueron grandes maestros cuando se trataba de mermar la cantidad de metal noble de sus monedas o confeccionarlas en calidad inferior, con lo que podían comprar lo mismo con menos cantidad de oro y plata. Ya lo decía el poeta latino Horacio (65-8 a. C.) cuando en sus epístolas aconsejaba, no sin cierto cinismo, lo siguiente: "Procúrate dinero; si puedes, procúratelo honradamente; si no, procúratelo de cualquier modo.
En Génova se crea la primera gran banca de la historia, símbolo de los nuevos tiempos y piedra angular de lo que no tardaría en convertirse –hasta la irrupción de la Bolsa- en el santuario del dinero por excelencia; el sistema bancario. La banca genovesa cambiaba moneda, realizaba préstamos con interés y, con mayor innovación, introdujo el contrato de cambio, antecedente histórico de la letra de cambio. Es decir, la firma de un ciudadano equivalía ya a dinero constante y sonante, siempre y cuando tuviera los suficientes fondos en depósito, es decir, que fuera solvente. Y esto solamente era el comienzo. El desarrollo de las ciudades, la proliferación de las sociedades mercantiles y el comercio establecido con Oriente a través de los grandes puertos europeos transformó el dinero en un potente factor económico y social que como bien señalaba el aforismo medieval antes mencionado, convertía a un a persona sin él "en la viva imagen de la muerte"
Sin duda las clases más desfavorecidas debían contemplar con estupor y perplejidad el vasto mercadeo financiero que bullía en los grandes Wall Street de las ciudades de Brujas, Venecia, Génova, Milán o Florencia. En esta última ciudad desarrolló su influencia, ya en el Renacimiento, la celebre familia Médici, al igual que otros banqueros florentinos, financiaban y manejaban las arcas de las cortes europeas más importantes y remuneraban las sumas confiadas por sus clientes con un interés cercano al 10%, mientras que el de los préstamos podía incluso superar el 25%
Cuando en el año 1492 Cristóbal Colón llegó a América, poco podían sospechar los europeos que con ello aparecería en escena uno de los caballos de batalla –antes y ahora- de la macroeconomía: la inflación. En efecto la conquista del nuevo mundo trajo consigo un gran flujo de metales preciosos de América a Europa. Esto provocó considerables aumentos en los precios, sobre todo en España, a donde llegaba el metal y desde donde se distribuía al resto del viejo mundo. Baste decir a modo de ejemplo, que entre 1500 y 1600 se quintuplicaron los precios en Andalucía y se triplicaron en Francia, Holanda e Inglaterra.
Fue a principios del siglo XVIII cuando el papel moneda, tal como lo conocemos ahora, hizo su aparición en el mercado financiero europeo. Sin embargo, el primer billete de la historia se puso en circulación en China de la Dinastía Ming, en el siglo XIV. Su valor era de mil monedas de cobre e incluía una advertencia que aún hoy puede leerse: "Aquel que falsifique papel dinero o ponga en circulación papel dinero falso, será decapitado. Aquel que denuncie y aprese a un falsificador recibirá 250 monedas de plata como recompensa, además de todo el patrimonio del criminal".
La creación del billete moderno se debe a un curioso personaje escocés llamado John Law, quien llegó a Francia en 1716 tras haber dilapidado su fortuna y cuya profesión era, en esos momentos, la de jugador de cartas. Muy hábil, sin duda, debía ser Law para que al poco tiempo de instalarse consiguiera una autorización, por decreto de ley, para fundar en París un banco con un capital inicial de seis millones de libras facultado para emitir y conceder préstamos con ellos. En sólo tres años emitió papel moneda por un valor de 2,600 millones de francos, cuyo beneficio, al parecer, fue a parar a operaciones comerciales en América que resultaron desastrosas. En 1720 La Banque Royale, que así se llamaba, se declaró en bancarrota, mientras Law huía al extranjero dejando tras de sí innumerables fortunas arruinadas. Sin embargo, su hazaña dejo el camino abonado para la creación de billetes por parte de los propios bancos, en base a sus depósitos de metal, oro y plata.
México y los tributos
Tenochtitlan se convirtió en la potencia más temida y respetada de su época, al combinar dos elementos que estaban firmemente arraigados en los pueblos de Mesoamerica: la religión y el sistema tributario. A cada pueblo que conquistaban, además de victimas para el sacrificio, debía de pagarles un alto tributo si no quería verse aniquilado.
Los calpixque o recaudadores de tributos, recogían infinidad de productos agrícolas, de pesca, materias primas y cautivos.
En los palacios del tlatoani se almacenaban los tributos. Actuaba el Estado como una suerte de banco en el que se depositaban las riquezas obtenidas y que a su vez se encargaban de distribuirlas entre la población, quedándose las clases altas, como es de suponer, con la mayor parte.
El Consulado de la Cd. De México o Universidad de Mercaderes se fundó en 1584. Estos comerciantes se encargaban de introducir en el territorio novohispano, con amplios márgenes de ganancia, las mercancías –vinos, ropa, paños, sedería, mercadería, armas, herramientas, acero, ferretería y demás- que llegaban a Veracruz procedentes de Cádiz, unico puerto autorizado a enviar la flota a la Nueva España hasta 1778 cuando se abrió el comercio a otros puertos de la Peninsula. Tambien comerciaron con los productos –sedería, marfil, porcelana, joyas, especias, telas de algodón– que a partir de 1565 llegaron al puerto de Acapulco desde las Islas Filipinas; productos que en gran parte iban a dar a España, no sin antes haber pasado por sus bodegas. La Nao de China hizo de México punto intermedio de un verdadero comercio mundial que no se vio interrumpido, pese a los piratas, las armadas enemigas y los tifones y huracanes, durante más de 250 años; verdadero record en la historia del comercio.
El crédito en la Nueva España
Para España sus colonias representaban una especie de organismos económicos complementarios, de ellas recibia los productos de que carecía y el oro y la plata que le permitían embarcarse en sus aventuras belicas en Europa. A su vez, enviaba a las colonias los excedentes de las mercancías que se producían en la península, vigilando severamente que no se elaboraran en ellas. Esta política expoliadora y monopolista fue un pesado fardo para la economía de la Nueva España, siempre cargada de restricciones, prohibiciones y gravámenes. Si a esto agregamos su aislamiento del resto del mundo, las pésimas comunicaciones internas y el exceso del circulante
Crédito a los campesinos
Los repartimentos. Eran tiendas oficiales mediante las cuales la Corona, a través de estos funcionarios conocidos como alcaldes mayores, repartía entre las comunidades indígenas bienes de consumo que debían ser pagados con sus respectivos intereses al término de la cosecha. Generalmente los bienes eran caros y de mala calidad y muy altos intereses que les cobraban. Incluso muchas veces inservibles para el indio: cuenta una anécdota que al entrar un español al jacal de un indio, encontró que éste tenía más de quince pares de botines, que le habían dado en los repartimientos. Esta vil forma de explotación disfrazada de crédito desapareció por órdenes reales en 1786.
La tienda de raya. Es sin duda la más conocida forma de crédito a los trabajadores del campo. Esto se debe a que sobrevivió a la Colonia y se siguió empleando durante todo el siglo pasado hasta que desapareció, junto con las haciendas, al triunfar la Revolución. Eran las tiendas de raya almacenes que existían en todas las haciendas; allí los peones cobraban cada semana su salario, la raya. Sin embargo, en realidad no recibían un céntimo: el encargado del almacén se limitaba a abonar el salario del peón en la cuenta del adeudo que éste tenía con la tienda, pues en ella adquiría a crédito sus bienes de consumo.
Los precios de estos bienes y los intereses sobre los préstamos estaban calculados de tal forma que siempre sobrepasaban por mucho la capacidad de compra del salario del trabajador; esto lo orillaba a estar endeudado de por vida. En la mayoría de los casos, el adeudo pasaba de padres a hijos, quienes desde que empezaban a trabajar ya cargaban el lastre de una deuda que les impedía abandonar la hacienda. La tienda de raya de triste memoria, está considerada como uno de los más oscuros y vergonzosos capítulos en la historia del crédito de nuestro país.
El crédito piadoso. En solemne ceremonia, el 25 de febrero de 1775 fue inaugurado el Monte de Piedad de Ánimas. Cristalizaba así un viejo sueño de su fundador y promotor, don Pedro Romero de Terreros. Se avecindo en la Nueva España en la década de los treinta. En 1743 se asocio con José Bustamante, dueño de varias minas en Real del Monte, Pachuca, y al morir su socio, en 1750, Don Pedro quedó como único propietario de las minas; de ellas obtendría en pocos años una inmensa fortuna.
Hombre en extremo devoto, gastó una buena parte de sus bienes en limosnas, obras piadosas y generosas donaciones a la Iglesia, siempre ávida de dinero para construir sus magníficos edificios. Pero pronto comprendió que por cuantiosa que fuera su fortuna, no duraría mucho si la dedicaba a la caridad, ya que aunque con ello beneficiaba a mucha gente, muchisimos más continuaban desvalidos. De ahí la idea de crear un Monte Pío que pudiera aliviar por la vía del préstamo, por un módico premio, las necesidades de todas las clases sociales.
El monte de Piedad empezó a trabajar con un patrimonio de 300 mil pesos, cedido por su fundador. Su funcionamiento era prácticamente el mismo que hoy en día: se valuaba el objeto entregado en prenda; con ello se determinaba el importe del préstamo, y se le entregaba al interesado junto con una papeleta. Si al cabo de cierto tiempo de seis a ocho meses, no se recogía la prenda o no se refrendaba el préstamo, ésta era subastada. El importe recibido de la almoneda se entregaba al dueño de la prenda, después de hber sido descontado el monto del préstamo. Podrá acudir al Monte cualquier persona, sin importar su rango o clase social.
El Monte de Piedad de Ánimas, hoy Nacional Monte de Piedad, junto con la Loteria Nacional para la Asistencia Pública, son de las pocas instituciones fundadas en la Colonia que han subsistido hasta nuestros días; y, a diferencia de lo ocurrido en las tiendas de raya, el del Monte de Piedad es uno de los capítulos más luminosos y generosos en la historia del crédito en el país.
Por lo que respecta a "la era del dinero de plástico" comienza en 1949, a raíz de la iniciativa de Frank Mc Namara, un hombre de negocios de New York, quien un día al asistir a un lugar a comer, a la hora de pagar se dio cuenta que había olvidado el dinero, e ideó un procedimiento que le permitiría comer en alguno de los mejores restaurantes de la ciudad sin tener que llevar en el bolsillo dinero en efectivo: creo una organización que garantizará el pago de los consumos realizados por sus socios y la llamo Diners Club (en español podría traducirse como el Club de los Comensales). Muy pronto se incluyeron hoteles y grandes almacenes entre los establecimientos afiliados al club. Hacia 1951 eran tantos los agremiados, que fue necesario fabricar tarjetas de cartulina que contenían el nombre y la firma del socio, así como una lista de los establecimientos en donde eran aceptadas. A partir de entonces el concepto de tarjeta Diners se extendió rápidamente, rebasó los limites de la Urbe de Hierro y las propias fronteras de los Estados Unidos, para dar vuelta al mundo.
El uso de tarjetas con banda magnética represento un notabilísimo avance en términos de automatizar el proceso de las transacciones y reducir los riesgos de operaciones fraudulentas. No obstante las cintas magnéticas se pueden llegar a borrar y son relativamente sencillas de falsificar; esto les da una confiabilidad de aproximadamente 80%, altísima si se compara con aquélla que reporta el uso de listas impresas, además hay que agregar los altísimos costos que implican la instalación y la utilización de los sistemas de telecomunicaciones que permiten hacer funcionar la red.
Frente a esta problemática, lo que se empezó a buscar entonces en el mundo de la electrónica y el dinero de plástico fue sustituir este costoso sistema –que dependía de la comunicación con una central- por otro que redujera o evitará en la medida de lo posible el empleo de las redes telefónicas para autorizar y realizar transacciones: un sistema basado en terminales capaces de leer los datos que la propia tarjeta procese y almacene. Se está hablando pues, de las tarjetas chip y de las tarjetas inteligentes.
El origen de las tarjetas chip se encuentra en Francia, país donde el uso de las telecomunicaciones es particularmente caro. Lo que se hizo fue integrar en las tarjetas un microprocesador o microchip capaz de almacenar datos y, además, de interactuar con un equipo o terminar que –una vez efectuada la operación graba en él nueva información. El proceso es similar al de las tarjetas con banda magnética, pero, a diferencia e éstas, las tarjetas chip registran saldos que se van descontando o aumentando en funci´`on de las transacciones que con ellas se realizan.
Existen, por ejemplo, tarjetas chip para la adquisición de gasolina. El microchip tiene registrado en su memoria el saldo inicial o la cantidad en metálico que se depositó en cuenta al adquirir la tarjeta; cuando el tarjetahabiente va a la gasolinera y llena su tanque de combustible, simplemente inserta la tarjeta en una Terminal que automáticamente registra el pago y lo descuenta del saldo origínal en el chip de la tarjeta.
Por medio de los parámetros y saldos almacenados en el chip, la transacción se efectúa sin necesidad de hacer una llamada telefónica para obtener autorización. Una vez que el consumidor ha agotado los fondos de su tarjeta, simplemente la tira y compra otra, en el caso de que posea una tarjeta desechable, o bien, cuando ésta sea de tipo reutilizable, acude a la institución bancaria para hacer un nuevo depósito y recargar su chip.
Las que están llamadas a ser el instrumento crediticio y financiero del futuro son, sin duda, las tarjetas inteligentes o superinteligentes. Su tecnología es, en principio, la misma que la de las tarjetas chip –de ahí la frecuente confusión de llamar a estas últimas "tarjetas inteligentes", cuando en realidad no lo son-: tienen integrado un microprocesador mucho más poderoso que les permite calcular saldos, restar, sumar y realizar otras operaciones por sí mismas. La gran diferencia con las tarjetas de banda magnética o con las tarjets chip, es que las tarjetas inteligentes no dependen de la Terminal o del comnutador central para realizar las transacciones, sino que todo el procesamiento de datos se efectua en la propia tarjeta, en tanto que las terminales simplemente registran la operación.
En el caso de as tarjetas con banda magnética, para realizar una transacción es necesario insertar la tarjeta en una Terminal conectada por medio de una línea telefónica a la computadora central del sistema. La Terminal lee el número de tarjeta; se le digita el tipo y el monto de la operación, y entonces transmite la información al computador central. Segundos después, una vez recibida la autorización, la Terminal registra la transacción y la envía nuevamente al centro de cómputo para su captura. Este proceso es muy costoso; además depende completamente de las comunicaciones: si éstas se interrumpen, la Terminal no funciona.
Lo que se busca, pues, con tas tarjetas chip y las inteligentes es que la propia tarjeta contenga la información y se realice en ella la transacción. Para ello, es necesario contar con terminales programadas para afectar o grabar información sobre las tarjeta. –sea de crédito, de débito o de prepago-; a través de estas terminales alimentadoras simplemente se "recargan" las tarjetas, pero las transacciones se llevan a cabo en el propio plástico, con lo que se evita la dependencia de toda una red de telecomunicaciones.
Las tarjets inteligentes permiten al usuario realizar todo tipo de comprs y de adquisiciones; efectuar traspasos o retiros de efectivo; calcular saldos; cambiar su número confidencial o de identificación personal (NIP) cuantas veces lo desee; además se pueden conectar en casa a una computadora personal para obtener balances y estados de cuenta, lo que implica obvias ventajas en cuanto a tiempo y costos.
Autor:
L.C. y M.C. Miguel Ángel Bolaños Moreno 1