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El Antiguo Egipto (página 2)

Enviado por Jesús Castro


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Los historiadores modernos se basan principalmente en las listas o anales de reyes egipcios. Entre éstos se cuentan: la Piedra de Palermo (incompleta), que presenta lo que se considera como las cinco primeras dinastías de la historia egipcia; el Papiro de Turín (en muchos fragmentos), que da una lista de reyes y sus reinados desde el "Antiguo Reino" hasta el "Nuevo Reino", y otras inscripciones en piedra, también incompletas. Estas listas y otras inscripciones independientes se han coordinado cronológicamente por medio de los escritos de Manetón, un sacerdote egipcio del siglo III a.EC. Sus obras tratan de la historia y la religión egipcias y distribuyen los reinados de los monarcas egipcios en 30 dinastías, distribución que aún utilizan los egiptólogos modernos. Se han empleado estas fuentes, junto con cálculos astronómicos basados en textos egipcios sobre las fases lunares y la salida de la estrella Perro (Sotis), para hacer una tabla cronológica.

Las dudas son múltiples. Las obras de Manetón, usadas para ordenar las listas fragmentarias y otras inscripciones, se conservan sólo en los escritos de historiadores posteriores, como Josefo (siglo I EC), Sexto Julio Africano (siglo III EC, quinientos años después de Manetón) y Sincelo (finales del siglo VIII o principios del IX EC). Como dice W.G. Waddell, las citas que hacen estos historiadores de los escritos de Manetón son incompletas y a menudo distorsionadas, por lo que "es extremadamente difícil saber con seguridad lo que es auténtico Manetón y lo que es espurio o corrupto". Después de mostrar que Manetón se basó en parte en algunas tradiciones no históricas y leyendas que "presentaron a los reyes como sus héroes, sin consideración al orden cronológico", dice: "Hay muchos errores en la obra de Manetón desde el mismo principio: no todos se deben a la desnaturalización de los hechos por parte de los escribas y refundidores. Se ha comprobado que muchas de las duraciones de los reinados son imposibles: en algunos casos los nombres y la secuencia de los reyes que da Manetón son insostenibles a la luz de las inscripciones" (Manetho, introducción, páginas VII, XVII, XX, XXI, XXV).

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El libro Studies in Egyptian Chronology (de T. Nicklin, Blackburn, Inglaterra, 1928, página 39) muestra que muchos de los períodos excesivamente largos de Manetón quizás se deban a reinados concurrentes en vez de sucesivos: "Las Dinastías de Manetón […] no son listas de gobernantes de todo Egipto, sino listas en parte de príncipes más o menos independientes y en parte […] de líneas de príncipes de las que posteriormente salieron gobernantes de todo Egipto". El profesor Waddell (páginas 1-9) observa que "quizás varios reyes egipcios gobernaron al mismo tiempo; […] de modo que no fue una sucesión de reyes que ocuparon el trono uno después del otro, sino varios reyes que reinaron al mismo tiempo en diferentes regiones, de ahí el gran número total de años".

Como la fecha que la cronología bíblica da para el diluvio universal es 2370 a.EC, la historia egipcia tuvo que empezar después de ese año. Los problemas de la cronología egipcia supracitados deben ser la causa de que los historiadores modernos hayan remontado la historia egipcia hasta el año 3000 a.EC.

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Los egiptólogos han depositado más confianza en las inscripciones antiguas. Sin embargo, el esmero, veracidad e integridad moral de los escribas egipcios no es de ningún modo incuestionable. Como dice el profesor J.A. Wilson, "debe hacerse una advertencia sobre el valor histórico preciso de las inscripciones egipcias. Aquél era un mundo de […] mitos y milagros divinos". Más adelante da a entender que los escribas hasta manipularon la cronología para alabar al monarca del momento, y dice: "El historiador aceptará su información sin cuestionarla, a menos que haya una razón clara para desconfiar; pero debe estar preparado para modificar su aceptación tan pronto como otros hallazgos arrojen nueva luz sobre la interpretación previa" (The World History of the Jewish People, 1964, volumen 1, páginas 280 y 281)».

Visita de Abrahán.

El tomo 1 de PERSPICACIA, página 773, expone: «Algún tiempo después del Diluvio (2370-2369 a.EC) y de que comenzara la dispersión de los pueblos en Babel, los camitas ocuparon Egipto. Para cuando el hambre obligó a Abrahán (Abrán) a abandonar Canaán y bajar a Egipto (entre los años 1943 a.EC y 1932 a.EC), un Faraón (cuyo nombre no se da en la Biblia) gobernaba el país.

Parece que Egipto recibía bien a los extranjeros, y no hay registro de que se le tuviera ninguna animosidad a Abrahán, un nómada que moraba en tiendas. Sin embargo, el temor de Abrahán a ser asesinado por causa de su bella esposa debió estar bien fundado, e indica el bajo grado de moralidad que existía en Egipto. Las plagas que le sobrevinieron a Faraón por haber llevado a Sara a su casa tuvieron su efecto y resultaron en que se ordenase a Abrahán que abandonara el país; sin embargo, no se marchó sólo con su esposa, sino con más bienes de los que había llevado. Quizás fue durante su estancia en Egipto cuando Abrahán obtuvo a la sierva de Sara, Agar. Esta le dio un hijo, Ismael (1932 a.EC), que más tarde se casó con una egipcia. Así pues, los ismaelitas fueron en su comienzo predominantemente egipcios, y las regiones donde a veces levantaban sus campamentos estaban cerca de la frontera de Egipto.

El hambre azotó por segunda vez y Egipto se convirtió en el lugar adonde acudir para obtener provisiones, pero en esa ocasión (algún tiempo después de 1843 a.EC, el año de la muerte de Abrahán) Jehová le dijo a Isaac que no planease mudarse a este país».

José en Egipto.

El tomo 1 de PERSPICACIA, página 773, continúa: «Unos dos siglos después de la estancia de Abrahán en Egipto, el hijo joven de Jacob, José, fue vendido en dos ocasiones: primero a una caravana madianita-ismaelita y después, en Egipto, a un oficial de la corte de Faraón (1750 a.EC). Tal como José explicó más tarde a sus hermanos, Dios permitió esto a fin de preparar el camino para la futura mudanza de toda la familia de Jacob en un tiempo de hambre extrema. No se puede negar que la narración de los principales acontecimientos de la vida de José presenta un cuadro exacto de Egipto. La información obtenida en monumentos, pinturas y escritos egipcios corrobora los títulos de los funcionarios, las costumbres, la indumentaria, el uso de la magia y muchos otros detalles. La investidura de José como virrey de Egipto, por ejemplo, sigue el procedimiento representado en inscripciones y murales egipcios.

La aversión de los egipcios a comer con los hebreos, como en el caso de la comida que José ofreció a sus hermanos, tal vez haya sido el resultado del orgullo y prejuicio religioso o racial, o de su desprecio por los pastores. Es muy posible que este último sentimiento se debiera a que un sistema egipcio de castas colocaba a los pastores en uno de los últimos lugares, o quizás a un fuerte rechazo de aquéllos que buscaban pasto para los rebaños, pues escaseaba la tierra de cultivo».

Creencias acerca del origen de la vida.

En la más lejana antigüedad de la historia del hombre, se observa que las distintas civilizaciones primigenias han intentado explicar el origen del mundo a partir de sus creencias religiosas. En los libros de las distintas religiones, la deidad (o las deidades) creaban desde la nada (ex nihilo, ver G009) u ordenaban (ex materia, ver G009) la sustancia primaria inerte, apareciendo en ese instante el mundo. Surgiría más tarde el hombre, como resultado de una acción divina. Así, el ser humano y los animales adquirían la existencia por una creación directa o indirecta de los poderes divinos.

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Las primeras concepciones cosmogónicas de las que hay constancia fueron, en buena parte, función del medio ambiente en el que se desarrollaron. No es extraño, pues, que los dos núcleos culturales que antes entraron en la fase histórica (el egipcio y el sumerio-babilonio) dieran origen a ideas cosmogónicas divergentes. En la cultura egipcia predominó la idea de "continuidad" en su visión del mundo: los fenómenos naturales (crecida del Nilo y cosechas, por ejemplo) se suceden sin interrupciones bruscas, en una serie continua. Por el contrario, en las culturas del valle del Tigris y del Eufrates, sometidos con cierta frecuencia a grandes cataclismos, se generalizó la idea de discontinuidad, la creencia en una creación con interrupciones bruscas, en lugar de un lento y continuo fluir de los acontecimientos naturales.

Todo parece indicar que lo que actualmente sabemos de esas antiguas civilizaciones, al margen del relato del Génesis, es francamente escaso y fragmentario. Lo que ha llegado hasta nuestros días, por la vía secular, es poco más o menos que migajas dispersas de creencias posbabelianas, donde la noción creativa patriarcal amparada en el relato del Génesis brilla por su ausencia o está tremendamente deformada por la leyenda y la mitología.

En cuanto a Egipto, sus primitivos habitantes fueron descendientes de Cam por medio de Mizraim, según el Génesis, y hablaban un idioma aparentemente separado y distinto de las lenguas semíticas. Esto significa que probablemente provinieron de uno de los grupos que perdió su lenguaje original (el hebreo arcaico o patriarcal) y se descolgó del resto de sus congéneres pasando finalmente a habitar el valle del Nilo. Por lo tanto, los comienzos de la civilización egipcia debieron arrastrar la carga del error epigenético (ver G026) a un grado mucho más elevado que los pueblos semitas de la misma época. Así, el temor de Abrahán a ser asesinado por los egipcios a causa de su bella esposa indica el bajo grado de moralidad que debió existir en Egipto en los días del patriarca, esto es, unos 250 años después de la confusión de las lenguas en Babel.

Nada más hay tomar en cuenta las creencias religiosas egipcias, completamente diferentes a las nociones expresadas en el Génesis y atesoradas consecuentemente por los fieles patriarcas, para comprender la enorme desviación sufrida por los habitantes de las riberas del Nilo respecto al patrón original transmitido por Noé y su familia. Por ejemplo, de acuerdo con el relato egipcio de la creación, al principio sólo existía el océano; entonces Ra, el sol, surgió de un huevo (una flor, en algunas versiones) que apareció sobre la superficie del agua; Ra dio a luz cuatro niños, los dioses Shu y Geb y las diosas Tefnet y Nut; Shu y Tefnet dieron origen a la atmósfera; ellos se sirvieron de Geb, que se convirtió en la tierra, y elevaron a Nut, que se convirtió en el cielo; Ra regía todas las cosas; Geb y Nut después tuvieron dos hijos, Set y Osiris, y dos hijas, Isis y Neftis; Osiris sucedió a Ra como rey de la tierra, ayudado por Isis, su esposa y hermana; Set, sin embargo, odiaba a su hermano y lo mató; Isis entonces embalsamó el cuerpo de su esposo con la ayuda del dios Anubis, que se convirtió así en el dios del embalsamamiento; Los poderosos hechizos de Isis resucitaron a Osiris, quien llegó a ser rey del mundo inferior, la tierra de los muertos; Horus, hijo de Osiris e Isis, derrotó posteriormente a Set en una gran batalla erigiéndose en el rey de la tierra.

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En Egipto, la religión era la base sobre la que se apoyaba toda la vida social. Era la fuente principal de la que se surtieron el arte, la administración y la política. Los dioses más importantes y populares de Egipto fueron Osiris, dios de los muertos y de la vegetación; Isis, diosa protectora de las mujeres y los niños; Horus, dios del cielo que sobrevolaba muy alto y se representaba como un halcón; Ra (Atem), dios solar. Este último, según la tradición, después de haber completado la creación del mundo, se sintió agotado; pero al contemplar su propia obra, sintió una gran alegría que hizo que le brotaran lágrimas de los ojos, que al caer al suelo y mezclarse con la tierra se convirtieron en seres humanos.

La ciencia del antiguo Egipto gozó de gran prestigio desde tiempos remotos. Es enormemente significativo el alto nivel que desarrolló esta civilización y la amplitud de conocimientos que sus escribas habían llegado a dominar. La tradición refleja que los hombres sabios de la antigua Grecia iban a aprender a Egipto, en donde existía una ciencia venerable y un elevado nivel de conocimientos científicos, aunque algunas veces mezclados con prácticas mágicas.

Egipto mantuvo relaciones con los habitantes de Nubia, Libia y Canaán, los pueblos fronterizos, comerciales o bélicas en diversos periodos. También fue influido por los gobernantes griegos ptolemaicos al final, que reinaron en Egipto durante 300 años. Por último, Egipto fue incorporado al Imperio romano, gobernado inicialmente por Roma y posteriormente desde Constantinopla, hasta la conquista árabe.

Los antiguos egipcios creían que cada ser viviente poseía un alma, que moraba en el cuerpo pero que prolongaba su existencia después de la muerte del mismo. Por esta razón, consideraron muy importante embalsamar los cadáveres, pues de no hacerlo así se imaginaban que el alma del difunto se encontraría sin morada de descanso.

Sus ideas creativas eran confusas, pero en términos generales creían que inicialmente existía un vacío acuoso, el cual, al bajar (igual que bajan las aguas del Nilo), dejó al descubierto una loma o tierra primigenia. Allí se encontraba Atón, el dios que es "todo en sí mismo", y sobre dicha loma creó a todos los seres y originó todos los fenómenos del universo.

Razonamientos simplistas.

Si, como se sospecha, la ciencia egipcia llegó a descollar en su época y a atraer hacia sí a numerosos individuos de naciones lejanas, amantes de la sabiduría, como por ejemplo a algunos sabios griegos de la antigüedad, es muy posible que las cuestiones acerca del origen de la vida y del mundo salieran a relucir de vez en cuando, pues son interrogantes fundamentales. Tal vez, debido a la propia idiosincrasia de la cultura egipcia, fuertemente supeditada a la mitología y a la religión politeísta, las especulaciones en torno a los orígenes de la vida se vieran envueltas en un halo de misticismo, magia, leyenda y razonamiento lógico, es decir, una mezcolanza poco apta para el avance del conocimiento.

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Sin la inestimable ayuda del relato del Génesis y con una visión simplista de la realidad, propia de toda empresa de investigación humana que comienza su andadura, la ciencia egipcia (si se puede llamar así) debió dar respuestas polifacéticas y quizás hasta contradictorias acerca del origen de la vida en nuestro planeta. Por un lado, atribuiría a la deidad correspondiente la creación del hombre y los animales. Pero, por otro lado, la observación superficial del entorno natural indicaba que surgían gusanos del fango, moscas de la carne podrida, organismos de los lugares húmedos, etc. Así, la idea de que la vida también se estaba originando continuamente a partir de restos de materia orgánica en descomposición se establecería como concepto común en la especulación científica de no pocos maestros. Incluso es posible que algunos eruditos egipcios consideraran, y enseñaran, que los dioses crearon a los seres vivos de características limpias, mientras que las alimañas, los gusanos y los insectos repugnantes que pululan en los pantanos no podrían atribuirse a la obra de una deidad digna, a menos que se admitiera la existencia de deidades sucias y pervertidas.

Estas ideas de autogénesis y generación espontánea debieron sustentarse en procesos como la putrefacción. Era evidente que un trozo de carne podía generar larvas de mosca, aunque ningún organismo viviente se hubiera acercado previamente a la carne. Esta observación, tomada como premisa, sin la menor sospecha de lo superficial que era respecto a las técnicas investigatorias modernas, fácilmente podría haber llevado a la conclusión de que sobre la materia orgánica en descomposición actuaba algún principio vital o generador de vida.

Desde la antigüedad más temprana, pues, este pensamiento se tenía como aceptable. Los pueblos alejados del relato del Génesis, e incluso los que conociendo dicho relato se habían dejado seducir incautamente por argumentos enrevesados de intelectuales dogmáticos, acabarían sosteniendo que la vida podía surgir del lodo, del agua, del mar o de las combinaciones de los cuatro elementos fundamentales: aire, fuego, agua, y tierra. Por ejemplo, Aristóteles afirmaba que era una verdad patente que los pulgones surgían del rocío que cae de las plantas, las pulgas de la materia en putrefacción, los ratones del heno sucio, los cocodrilos de los troncos en descomposición en el fondo de las masas acuáticas, y así sucesivamente.

Conclusión.

¿Cómo mermó, en la antigüedad posdiluviana, la creencia de que el origen de la vida sobre la Tierra se produjo durante el llamado "Tercer día creativo" del Génesis? Esta pregunta, a la luz de lo expuesto, puede generar respuestas borrosas a menos que hagamos una serie de concreciones más finas y precisas del interrogante que se plantea en su enunciado. Por ejemplo, los mismísimos patriarcas que atesoraban el relato del Génesis disponían tal vez de muy poco conocimiento superior y de nulo aporte científico como para poder atisbar la envergadura de las cuestiones que atañen al origen de la vida en nuestro planeta en conexión con el alcance de las palabras del texto sagrado respecto al Tercer Día Creativo. Parece claro, pues, que el devenir de los acontecimientos académicos y su acúmulo y refinamiento, en tiempos posteriores, serían de ayuda inestimable al estudioso de la narración sagrada para poder delimitar con mayor exactitud la significación del relato creativo del Génesis.

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No sabemos si los patriarcas de la antigüedad creían firmemente o no que la vida únicamente proviene de vida preexistente, esto es, que, aunque confesaran que Dios creó a los seres vivos según lo citado en el Génesis, albergaban dudas acerca de si la generación espontánea de organismos vivientes "repulsivos" podía darse en los charcos y pantanos con materia orgánica en descomposición. Decimos esto porque encontramos personajes próximos a nuestros días que dieron la impresión de poseer bastante incertidumbre en este asunto a pesar de expresar fe en la Sagrada Escritura, como Newton, un firme creyente en la Biblia y por ende en el relato creativo del Génesis, que aparentemente admitía implícitamente la generación espontánea de la vida, al menos en el caso particular de los parásitos de cadáveres.

En el próximo artículo (G029) veremos con más detenimiento el proceso que ha llevado a muchos intelectuales, a lo largo de la historia, a creer en la generación espontánea de la vida.

 

 

Autor:

Jesús Castro

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