Descargar

Parrandas Remedianas: religión y rebelión (página 2)


Partes: 1, 2

Al igual que los actores en el escenario griego, los personajes de las carrozas parranderas usan túnicas y vestimentas de colores, plataformas, máscaras… según el cuento o drama que se narre.

La Parranda, a pesar del goce profundo que puede llevar, en mayor o menor medida, al pueblo-actor-espectador, porta en sí misma una fuerte carga dramática. Es el eterno enfrentamiento entre contrarios, con la derrota o la victoria que esto implica para cada uno de los barrios; es la violencia interna de un fenómeno que cobra vida en todos.

Como tantas otras fiestas a lo largo de la historia del homo sapiens, han sido (continúan siéndolo) poseedoras de una fuerte carga dramática que sintetiza a las demás artes.

La Parranda comienza con un prólogo o saludo, donde se exponen los antecedentes del conflicto con la iluminación de los trabajos de plaza y la evolución de fuegos artificiales. Estas demostraciones provocan división en el pueblo, que se parcializa a favor de uno u otro barrio. Desde este momento están dadas las condiciones en el escenario para comenzar, abiertamente, una batalla sin tregua. Casi al unísono ocurre el párodos o entrada del coro, o la interpretación de las polcas. Los piquetes dejan escuchar los himnos de ambos competidores. Le siguen una serie de episodios o entradas donde los barrios muestran sus fuegos artificiales y hacia las tres o cuatro de la mañana sacan sus carrozas, fabulosas escenas móviles que se desplazan ante un pueblo-actor que grita, modifica la arquitectura de la plaza[3]o empuja las carrozas para que alcancen la meta, en una paroxística actitud de rebeldía. Estas entradas están separadas por un stásimon o intervención lírica del coro, donde el pueblo "arrolla" y canta las rumbas de desafío al son del piquete. La fiesta termina con un epílogo o entrada final, que puede ser muy elaborado. Cada barrio reserva para este momento sus mejores fuegos de artificios y las combinaciones más extrañas. De ello depende, en parte, el resultado final.

Al día siguiente, sobre las siete de la mañana, el pueblo-actor-espectador, se va retirando de la escena "arrollando" y cantando las rumbas de victoria, acompañado por el piquete musical, mientras penetra en territorio del contrario. Unos días después, cada barrio enterrará a su enemigo con despedida de duelo y repique. Así queda cerrado el gran teatro, hasta que el próximo 24 de diciembre abra sus puertas a una nueva función.

Esta teatralización, gestada en la iglesia y sembrada en el seno de la comunidad permitió la perdurabilidad de un modo religioso de asumir la tradición, al tiempo que se transculturaba.

La bien llamada fiesta de fuego, que es ahora la parranda, violenta la tradición ancestral del disfrute del encendido de los trabajos de plaza, la observación de las carrozas (que en ocasiones se han retrazado ante la avalancha de fuego y la euforia colectiva desbordada), así como de la belleza de los fuegos artificiales: elementos todos incluidos en la festividad desde el siglo XIX.

El fuego mereció aquí un significante de rebelión que resemantizó la fiesta remediana. Con el tiempo, este elemento descolló como el principal ¿imprescindible? componente de la misma.

Quizás el poblamiento africano en la región remediana y su fuerte huella en nuestra cultura material y espiritual haya legado a la cultura local de esta villa cubana una rebeldía, enriquecida por los siglos.

Argeliers León dice que la influencia hispana y africana son consecuencia «del fenómeno de poblamiento que tuvo lugar en el mundo, y cuyos aportes originarios se desarrollaron en las nuevas tierras, sobre la base que brindaron el desarrollo económico, social y político que históricamente ocurrió en la América»[4]

A finales del siglo XVIII llegó a Remedios un reducido grupo de emigrados de Haití, luego de la ruina en aquel país. Este fue uno de los elementos iniciales en que se manifestó el desarrollo plantacionista en esta parte de Cuba, apoyado en capitales de franceses emigrados, con creciente fuerza de trabajo esclava y producciones para el mercado internacional[5]

«El aumento de la esclavitud y la trata ilegal constituyó una preocupación entre los años transcurridos entre 1827 y 1840, período de numerosos levantamientos de esclavos en los ingenios de diferentes zonas azucareras»[6]

La situación de la Colonia, la barbarie de la esclavitud y los signos de inquietud en la población negra, provocaron temor en los propietarios. En 1841 hubo en la jurisdicción remediana «varios incendios y manifestaciones diversas entre las dotaciones de esclavos [que] motivaron la radicación de una causa por la Comisión Militar, que ordenó numerosas prisiones […] Además, crecía el número de esclavos castigados en las dotaciones de los ingenios, en un esfuerzo por impedir que aumentara la rebeldía entre los africanos»[7]

Las sublevaciones de esclavos de 1843 y 1844 fueron un resultado de toda esa rebeldía que se venía gestando. Incluso, el proceso de La Escalera tuvo vinculación con el centro de la Isla.

El despertar del negro no sólo se manifestó en esa incipiente toma de conciencia social. En el siglo XIX las artes y los oficios estaban en manos de negros y pardos libres. Pero desde mucho antes venían tomando participación activa de nuestras fiestas.

Durante las ferias de San Juan los negros tenían su espacio en la plaza para manifestar sus músicas y danzas, acompañados de diablitos. En la siguiente centuria formaron parte de piquetes y bandas musicales, dominaron la artesanía, acogieron y socializaron las incipientes parrandas… demostrando poseer una cultura de la resistencia.

Es incuestionable la importancia de los pueblos subsaharianos en la formación, desarrollo y consolidación de la cultura material y espiritual, así como de la identidad del remediano actual.

En general, la historiografía americanista no ha llegado a abordar la importancia que tuvo la búsqueda de la libertad por parte del esclavo a través de la vía formal, según lo previsto por la legislación, que suponía ingentes esfuerzos por obtenerla o también mediante la huida –el cimarronaje-, con la consiguiente formación de palenques, cumbres o quilombos, que llegaron a enfrentarse al poder colonial. De igual forma, durante las guerras de independencia en fechas posteriores, muchos esclavos pasarían a engrosar los ejércitos libertadores, aportando su vida a la creación de las nuevas repúblicas[8]

[…]

Algo similar sucede con la contribución cultural procedente de África, tratada sólo en trabajos muy especializados que no siempre son apreciados por el mundo académico; mientras que es evidente que la participación africana, o de origen africano, abarca prácticamente todas las facetas de la vida cultural (lengua, literatura, arte, música, religión y creencias, danzas, gastronomía, tradición oral…) y continúa sin ser reconocida en su junto valor[9]

Argeliers León en su Contribución africana a la identificación del hombre americano, aparecido en la Revista Catauro (3) del 2001, pp. 55 y 56 también reflexiona al respecto cuando dice:

«Los elementos culturales del africano permanecieron, durante todo el período de opresión colonialista, bajo una situación de subestimación, permitidos sólo a título de exotismos pueriles, de etiquetas pintorescas, de exhuberancia de la mujer negra, de la mulata, valores cotizables por el blanco». Y luego añade:

La primera rebeldía contra el imperio español en América, y las primeras rebeldías contra los otros dominios que le siguieron, marcarían el punto de partida más lejano de la identidad; es decir, desde el instante que se distinguen intereses opuestos entre los hombres de esta parte del mundo y las metrópolis europeas. Las rebeliones tempranas pudieron apuntar hacia una futura conciencia de identificación.

En circunstancias muy específicas el africano llegado a estas tierras aportó elementos culturales que se integraron a los de otros componentes; legando, sin embargo, la riqueza extraordinaria de su cosmogonía.

Hoy el fuego es inherente a la parranda como su propia esencia. Es indescriptible la euforia que despierta en Remedios cada 24 de diciembre. Es innegable el halo de atributo que ha adquirido durante la evolución de este complicado proceso cultural de siglos. La eterna dicotomía (siempre actualizada) entre el bien y el mal, la verdad y la mentira, lo justo y lo erróneo, lo bastante y lo poco… se mueve azarosa alrededor de los fuegos artificiales en la norteña ciudad, que se niega a la ausencia de este elemento calatizador de la rebeldía y la resistencia cultural.

Cuando el P. Francisquito "creó" aquel naciente teatro callejero, aunque con un objeto religioso, no se disipó la profanación escandalosa de las "buenas costumbres" sino hasta ya entrado el siglo XX. Sin embargo, había despertado los demonios que los remedianos llevaban dentro.

Las Parrandas, sin embargo, emanciparon a la sociedad remediana de las falsas moralidades; enamorando rendidamente a todos los estratos sociales que, desde entonces, y poco a poco, se lanzaron a beber en las aguas del folklore más genuino.

En Remedios el pueblo es diseñador, attrezzista, bocetista, electricista, carpintero, musicalizador, maquillista, actor, espectador, dramaturgo… de una gran pieza que le pertenece por derecho propio; es como una voz que se siente por siempre dentro y que aflora con frecuencia para recobrar aliento y continuar en esa labor de sostenimiento interior, en ese habitar continuo y místico, que viene desde el fondo. La Parranda es al remediano, como la savia al árbol, como la lluvia a la tierra, como el tiempo a la vida…; porque alimenta, germina y crece día a día.

Bibliografía

Beltrán Repetto, Luis (2001): El V Centenario de la Africanía: un (re)descubrimiento de Iberoamérica, Catauro, año 2, No. 3, Ciudad de La Habana, 2001.

Cabrera Cuello, Migdalia (2002): Las Corrientes Políticas e Ideológicas en Villa Clara en el siglo XIX hasta el Inicio de la Guerra Grande, Editorial Capiro, Santa Clara, 2002.

León, Argeliers (2001): Contribución africana a la identificación del hombre americano, Catauro, año 2, No. 3, Ciudad de La Habana, 2001.

Ortiz, Fernando (1965): Africanía de la Música Folklórica de Cuba, Editora Universitaria, La Habana, Cuba, 1965.

Valdés Sicardo, Carmen (1981): Música, Editorial de Libros para la Educación, MINED, La Habana, 1981.

Venegas Fornias, Carlos (2002): Cuba y sus pueblos, Censos y Mapas de los siglos XVIII y XIX, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, Ciudad de La Habana, 2002.

 

 

 

 

 

 

 

Autor:

MSc. Juan Carlos Hernández Rodríguez

Lic. Erick González Bello

Enviado por:

Asnety Chinea Franco

[1] León, Argeliers. «Continuidad cultural africana en América», Revista Anales del Caribe, No. 6, 1986, Ciudad de La Habana, p. 117.

[2] Ibídem.

[3] Ante la amenaza de que la carroza no pueda cruzar libre y definitivamente la curva final del recorrido, el pueblo modifica la arquitectura de la plaza quitando farolas públicas o podando los árboles que impidan el paso de las personas-maniquíes o figurantes del cuento narrado.

[4] Valdés Sicardo, Carmen (1981): Música, Editorial de Libros para la Educación, MINED, La Habana, 1981, p. 111.

[5] Cabrera Cuello, Migdalia (2002): Las Corrientes Políticas e Ideológicas en Villa Clara en el siglo XIX hasta el Inicio de la Guerra Grande, Editorial Capiro, Santa Clara, 2002, p. 16.

[6] Venegas Fornias, Carlos (2002): Cuba y sus pueblos, Censos y Mapas de los siglos XVIII y XIX, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, Ciudad de La Habana, 2002. 92).

[7] Cabrera Cuello, Migdalia. Ob. Cit. p. 53.

[8] Beltrán Repetto, Luis (2001): El V Centenario de la Africanía: un (re)descubrimiento de Iberoamérica, Catauro, año 2, No. 3, Ciudad de La Habana, 2001, p. 39.

[9] Beltrán Repetto, Luis. Ob. Cit., p. 39.

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente