Resumen
Francisquito, apoyado en muchachos del pueblo, organizó y animó aquella "orquesta infernal" que daría origen a las Parrandas; llevando, aunque no fueran comprendidos, el mensaje de un Dios que aguardaba en el templo. En ellas, el pueblo celebra su culto anual al buen arte con una fiesta donde el delirio, el entusiasmo y el éxtasis son una constante ante la evolución de la representación, al tiempo que se afirma a sí mismo y disfruta la igualdad perdida en otros ritos sociales.
El surgimiento en Remedios de las Parrandas responde a un proceso de continuidad cultural. Como en muchos ritos africanos, orientales e hispanos… el germen de la parranda exhibió una disposición a la representación desde la que los instrumentos de la muchachada y/o las campanas de la iglesia ritualizaban (¿socializaban?) un destino común que implicaba una respuesta. Esto permitió la perdurabilidad de un modo religioso de asumir la tradición, al tiempo que se transculturaba, dándole al fuego un significante de rebelión que la resemantizó. Desde entonces este elemento fue calatizador de la rebeldía y la resistencia cultural.
Quizás el poblamiento africano en la región remediana y su fuerte huella en nuestra cultura material y espiritual haya legado a la cultura local de esta villa cubana una rebeldía, enriquecida por los siglos. El despertar del negro no sólo se manifestó en esa incipiente toma de conciencia social en el XIX. Desde mucho antes venían tomando participación activa de nuestras fiestas, demostrando poseer una cultura de la resistencia.
Desarrollo
Las Parrandas Remedianas son un exponente atípico dentro del folklore cubano. Con una antecedencia no muy precisa en las ferias de San Juan, que se celebraban desde 1722, surgen en la Remedios del siglo XIX con el motivo religioso de atraer a los fieles a las Misas de Aguinaldo.
Francisquito, que oficiaba en la Ermita de San Salvador en Remedios, apoyado en muchachos del pueblo, organizó y animó aquella "orquesta infernal" que daría origen a nuestra tradición más espléndida: las Parrandas. En ellas, el pueblo celebra su culto anual al buen arte con una fiesta donde el delirio, el entusiasmo y el éxtasis son una constante ante la evolución de la representación.
La Parranda supone desde siempre un momento de exaltación y liberación de las fuerzas vitales del hombre, presupone una ruptura en el espacio y en el tiempo para librase de todas las trabas sociales que lo oprimen e impiden su realización; facilita el travestirse desenfrenadamente, externando su propio yo, sin reparos ni miedos, sin conciencia de su actitud. En este desdoblamiento el pueblo-actor-espectador-parrandista se afirma a sí mismo y disfruta la igualdad perdida en otros momentos y/o ritos sociales.
Como las bacantes del mundo griego, aquella orquesta de niños madrugadores, entregados al repiqueteo frenético de gangarrias e instrumentos rústicos de toda clase, procuraban (¿lo lograban?) convocar al pueblo para las Misas de Aguinaldo; llevaban, aunque no fueran comprendidos, el mensaje de un Dios que aguardaba en el templo. La Parranda es, por tanto, fruto del sincretismo de las fuerzas que intervinieron en su gestación. A la hispanidad aportada por el P. Francisquito, quizás por el conocimiento de otros eventos populares en la España de ultramar, se unió la impronta mestiza y la rusticidad de los instrumentos que aportó la familia Carbonell junto a otros chiquillos de la localidad. Luego se irían sumando, sin duda, la sabia de asiáticos, canarios, franceses… que llegaron a estas tierras. Con el tiempo fue un terreno propicio para el desarrollo del teatro, porque en su esencia conservó elementos miméticos.
Estamos en presencia de una respuesta a un momento histórico-cultural de envergadura «donde los aportes culturales africanos [, europeos y asiáticos] quedaron insertados funcionalmente a formas de vida latinoamericanas y caribeñas»[1]
El surgimiento en Remedios de las Parrandas responde a un proceso de continuidad cultural «del que se desprenden formas cognoscentes de comunicación dada la ancha existencia de un sistema de pensamiento discursivo, de orden retórico, [que ha ido] conformando nuestra identidad»[2]
Como en muchos ritos africanos, orientales e hispanos… el germen de la parranda exhibió una disposición a la representación desde la que los instrumentos de la muchachada y/o las campanas de la iglesia ritualizaban (¿socializaban?) un destino común que implicaba una respuesta.
En ellas siempre existe diálogo. Dialogan los barrios con su alternancia, con la evolución de sus elementos artístico-competitivos y dialogan con las rumbas. Por tanto, estamos en presencia de una representación.
En la Parranda el diálogo está sujeto a improvisaciones en la evolución de los elementos. De ellos depende el curso que va tomando la representación. La música también admite improvisaciones que enriquecen el diálogo. En la fiesta remediana pronto se estableció un escenario para que dialogaran los barrios y comenzaron a introducirse diferentes temas que cobraban forma con las carrozas y los trabajos de plaza. Pero aquí el autor no fue un solo hombre, sino todo un pueblo.
Página siguiente |