El término, fue acuñado por el entomólogo de la Universidad de Harvard, E. O. Wilson, quien al publicar, en el 1975, su famoso libro, Sociobiology…, introdujo al mundo de la ciencia los avances teóricos, que hasta entonces, al respecto, existieran.
Un aspecto de lo que Wilson comunicara entonces, y que llamaría mucha atención desde su introducción, fue la importancia del estudio del fenómeno colateral del altruismo animal, el cual, hasta el momento, permaneciera poco entendido y durmiente, en la desidia provista por la ciencia de la biología evolutiva de entonces, a cuyo campo perteneciera.
El altruismo
El altruismo animal, por su parte, hoy se define como cualquier acción que hace que un recipiente de la misma, mejore sus chances de supervivencia, mientras que, a la vez, reduce las posibilidades del éxito reproductivo del otorgante.
En otras palabras, quien confiere, al dispensar, renuncia a algo muy importante: Disipa la oportunidad de reproducirse y de pasar sus genes a generaciones futuras.
Representación artística de la mente
Con esta definición, parece que se contradice el propósito establecido para el rol de la selección natural, ya que se considera que esta última brega solamente para lograr el éxito reproductivo, garantizando el proceso de pasar los genes propios a generaciones futuras. Por la razón expresada, parecería que el altruismo no pudo haber evolucionado para beneficiar otros al detrimento propio. Sin embargo y, a pesar de este razonamiento, el altruismo hacia otros existe, y parece ser fenómeno muy generalizado. éste se evidencia observando desde el cuidado esmerado que los progenitores dedican a sus críos, hasta la abnegada devoción que las hormigas obreras dedican a sus colonias — lo que nos impide pensar que es concepto ilusorio.
Aquí omitiremos el sacrificio heroico de quienes ofrendan sus vidas, en el campo de batalla, para lograr preservar las vidas de otros.
Entonces. Estamos de acuerdo, con que el altruismo existe — de ello, no cabe duda. Pero, ¿cuál es la razón para su existencia?
Veamos explicaciones posibles
En las etapas tempranas de la difusión de este concepto, se ofrecieron dos hipótesis para solventar el problema. La primera explicación fue llamada "la selección del parentesco" (kin selection), propuesta en el 1964 por W. D. Hamilton, quien razonara que la transmisión de los genes no dependía solo en sus efectos en el éxito reproductivo del animal que los pasaba, sino que asimismo estribaba en el efecto positivo que ejerciera en los familiares próximos del mismo individuo, ya que éstos acarrean los mismos genes. En consecuencia, un gen cuya acción le causara a su dueño la posibilidad de costarle la vida para salvar las de varios parientes — cada quien de entre ellos teniendo un chance del 50% de acarrear el mismo gen — se propagaría rápidamente en la población, aun, si como secuela, este acto le causara a quien lo acarrea, la posibilidad de morir sin haberse reproducido — concluyendo con la realización de que genes pueden extenderse ayudando a que se produzcan copias de ellos mismos en los cuerpos de familiares consanguíneos. (Véanse mis artículos acerca de las acciones de la epigénesis).
¿Programa genético o epigenético?
Pero existían limitaciones en esta explicación
La teoría, que Hamilton avanzara, explicaba el altruismo en individuos que estaban relacionados estrechamente, pero no contribuía en nada al entendimiento de la existencia del mismo entre individuos que no son miembros de la misma familia, donde sabemos que también se manifiesta.
He aquí donde entra la segunda conjetura propuesta para explicar este fenómeno.
En el 1971 Robert Travis, planteó la noción de que el altruismo puede ser una actitud facticia, ya que al final resulta ser no más que un intercambio mutuo de favores bilaterales. Trivers lo llamó "altruismo recíproco" y argumentó que la apariencia de generosidad es debido a que la compensación no es siempre inmediata y por lo tanto, no aparenta ser palmaria.
Por ejemplo, un murciélago vampiro puede compartir parte de su comida con un compañero hambriento, en una ocasión determinada, sin evidencia de recompensa inmediata, pero solamente lo hace porque espera que en el futuro, este favor sea devuelto.
Las teorías de la selección del parentesco y la del altruismo recíproco han desencadenado mucha investigación importante en el área del comportamiento animal. Sin embargo, cuando los resultados obtenidos por estas indagaciones se aplican al proceder humano, muchas controversias se despiertan.
Tomemos el caso del concepto original de la Sociobiología avanzado por Wilson. Este último provocó un torrente de críticas acerbas cuando su libro famoso se publicara. Wilson dedicó en su volumen solo un pequeño capítulo a consideraciones del comportamiento humano, pero, el debate que, a pesar de ello, esto desencadenara enfocó exclusivamente en la posibilidad de poder aplicar las formulaciones sociobiológicas a los seres humanos. Los científicos dedicados a las ciencias sociales, en especial, objetaron a estas especulaciones argumentando que éstas no hacían justicia a la enorme y rica variabilidad de los comportamientos culturales y artísticos de nuestro género.
La disputa por Jan Steen
En otras palabras que aunque seamos animales iguales a los demás. Que en nuestro caso único, parece que, como animales iguales, somos más iguales que los demás.
Cuando las polémicas desatadas se calmaron y los frenéticos representantes de la ciencia retornaron a su juicio, todos aceptaron, de una u otra forma, aunque, a regañadientes, el nacimiento de una nueva disciplina, ahora conocida como la "psicología evolucionista". La psicología evolucionista, aunque retoño directo de la sociobiología, difiere de ésta en que destaca primordialmente el rol de los mecanismos psicológicos que median las presiones selectivas de la evolución y del comportamiento como proceso. Resultando ser más mentalista que la sociobiología, derivando de la última, herramientas de investigación procedentes de las ciencias cognitivas, como sería, por ejemplo, el uso de sus principios para definir la mente.
Difiriendo en muchos aspectos de los científicos cognitivistas, los psicólogos evolucionistas descartan la noción de un elemento ejecutivo central, existente dentro del cerebro, contendiendo en su lugar, que los comportamientos coordinados de este órgano emergen dentro de una colección de mecanismos, ninguno de los cuales está en "control", pero que, se cree, que fueran diseñados por la selección natural para resolver problemas adaptivos que nuestros antepasados confrontaban recurrentemente.
Por ejemplo, se ha teorizado que existen módulos cerebrales para todos los comportamientos posibles. (Véase mi artículo: De cómo la Regla del DNA gobierna un mundo de Incertidumbres Ciertas… en monografías.com).
Síndrome de Williams
Prosigamos con aplicaciones clínicas de estos conceptos
Como animales sociales que ya entendemos que somos, los psicólogos y neurocientíficos cognitivos piensan que han logrado localizar las diferentes partes del cerebro que nos asisten en la interacción y en la comunicación social entre nosotros.
La investigación del cerebro social
Una estrategia importante utilizada para el estudio del "cerebro social" es el análisis de la actividad cerebral de personas que sufren de trastornos del desarrollo neural y que, como consecuencia, evidencian habilidades sociales atípicas, como resulta ser en los casos del síndrome de Asperger, del autismo y del síndrome de Williams — este último reconocido como un trastorno poco común de origen genético. Véanse mis artículos acerca del autismo, y del síndrome de Asperger en especial: Lección 34 – Anorexia y otros temas de importancia, encontrados en ).
Cerebros sociales anómalos
Cuando se estudian en conjunto, el síndrome de Williams y los de Asperger y el autismo éstos nos proporcionan una mescolanza de contrastes informativos muy interesantes. (Véase asimismo mi artículo, El Retardo Mental en monografías.com).
Los individuos con autismo y Asperger tienden a ser distantes, carecen de habilidades sociales y les resulta muy difícil entender los que otros piensan o sienten. (Véanse mis artículos acerca de TOM y de la empatía).
Por contraste, quienes sufren del síndrome de Williams son a menudo híper-sociables, poseen destrezas lingüísticas adecuadas, y sobresalen en el entendimiento de ciertas señales afectivas como son las expresiones faciales. Por estas razones se postula que el síndrome de Williams está situado en el extremo opuesto del espectro de la expresión de emociones — contrapuesto al autismo y Asperger.
Los científicos realizan que el logro de un entendimiento de estas condiciones ampliaría el fondo de nuestro discernimiento en lo que respecta al desarrollo social normativo.
Pero, ¿cómo lograr este propósito?
Entra la técnica que inspecciona el movimiento de los ojos (eye tracking)
Eye tracker
La medición de los movimientos oculares establece, como práctica, el punto donde se estaciona la mirada, o el lugar donde una persona fija la vista. Este método permite a los investigadores monitorear el enfoque atencional del individuo sin necesidad de que éste exprese lo que está haciendo o aun sin que entienda lo que hace. Esta tecnología proporciona una ventana de observación dentro del mundo social de otras personas — quizás siendo lo más próximo a poder ser capaces de ver el mundo a través de los ojos de los demás.
Trabajos previos han demostrado que las personas autistas le prestan menos atención a las partes sociales relevantes de cualquier situación en la que se encuentran. Por ejemplo, una persona con autismo que está viendo una escena, de película cinematográfica, en las que se ven personas en una habitación, dedicará más tiempo observando los objetos no-sociales presentes — como mesas y sillas — estando asimismo más inclinado a prestar atención a las bocas y los cuerpos en lugar de los ojos de a quienes observan.
Adaptando las técnicas de monitoreo de los movimientos oculares usando un electro-oculograma los científicos detectaron que las víctimas del síndrome de Williams, por contraste con las de Asperger y autismo, dedicaban más tiempo dedicando atención a los ojos de otros — lo que nos asiste en comprender la razón por la cual estos últimos gozan de mayor habilidad social.
Asimismo, los hallazgos de los investigadores han sido consistentes con la evidencia de que los movimientos oculares de los pacientes autistas son diferentes de los que exhiben otros grupos. Como era de esperarse, los autistas dedican menos tiempo observando rasgos faciales. Por contraste, los pacientes con el síndrome de Williams, consagran más tiempo a la observación de las expresiones faciales, proporcionando mucha mayor atención a las mismas, especialmente a los ojos.
Los ojos son muy importantes en estos estudios, porque nos permiten entender los estados mentales y emocionales de nuestros semejantes, lo que decisivamente aclaran las diferencias que existen entre los pacientes de Asperger, los autistas y los de Williams, por contraste.
Ahora retornamos a un principio de lógica, ya mencionado en ponencias pasadas.
La Navaja de Occam
La navaja de Occam ("Navaja de Ockham" o principio de economía o de parsimonia) hace referencia a un tipo de razonamiento basado en la simple premisa que reza: "En igualdad de condiciones la solución más sencilla es probablemente la correcta". Este postulado en latín es: "Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem", o "No ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias".
Para proseguir, en el párrafo anterior, hemos invocado algo que nos ayudará a entender las proposiciones que más adelante avanzaremos.
La reciprocidad entre la expresión facial y el cerebro como posible fuerza evolutiva… Así lo observaría Darwin
Por una gran parte de su vida, Darwin demostró un mayor interés en la observación de las facciones humanas, como espejo de nuestras emociones o como (nos dice la vernácula) "como retrato del alma".
En una visita que hiciera al zoológico de Londres, el padre de la teoría de la evolución, le suministró espejos a un par de orangutanes mientras los observara haciendo muecas, frunciendo los labios y distorsionando sus semblantes al tanto que se deleitaban admirando sus propias reflexiones. En otras ocasiones, Darwin dedicaría su tiempo al estudio de fotografías de bebés llorando o de mujeres riendo. Otras veces mostraba a sus amigos fotos de un hombre cuyos músculos faciales fueran retorcidos por varios métodos, incluyendo por choques eléctricos, mientras tanto que los interrogaba acerca de las emociones que el pobre sujeto de la foto sentiría.
Para mejor entender si todos los seres humanos expresaban sentimientos de manera similar, Darwin escribió una lista de 16 preguntas. Las que enviara a docenas de amigos alrededor del mundo.
Así comenzaba la lista:
1. ¿Es la perplejidad, expresada, por los ojos y la boca abierta ampliamente, o por las cejas elevadas?
2. ¿Es posible que el bochorno estimule un rubor cuando el color de la piel lo permite y, especialmente, cuán por debajo de la cara se extiende este sonrojo?
3. Cuando un hombre está indignado, ¿es típico que éste frunza el entrecejo, mantenga su cuerpo y la cabeza erectos, cuadre sus hombros y cierre con estreches los puños?
Darwin tomó las respuestas que recibiera de correspondientes de lugares tan remotos como Borneo, Calcuta y Nueva Zelanda y los combinó con el resto de sus propias anotaciones acerca de las expresiones faciales, para publicar, en el 1872, su famoso libro: The Expression of Emotions in Man and Animals.
La mayoría de los científicos durante los tiempos de Darwin consideraban la cara un misterio, creyendo que sus expresiones habían sido establecidas, por Dios, durante la Creación. Pero, sin embargo, el prominente sabio discutía que las manifestaciones de tristeza o felicidad en el semblante de una persona era un producto de la evolución, de igual manera que nuestras manos se desplegaron de las aletas de los peces.
Como resultado de su encuesta, Darwin concluyó que todas las personas por todas las partes del mundo usan los mismos patrones básicos de contracción muscular para expresar emociones, comenzando en la infancia. En su libro Darwin incluyó láminas de personas recibiendo choques eléctricos, tomadas por el galeno francés Guillaume-Benjamin-Amand Duchenne, durante sus propios experimentos.
Este último, pasando corrientes eléctricas a través de distintas regiones del rostro de una persona lograría reproducir expresiones de felicidad, miedo, ira y disgusto artificialmente.
Estas expresiones, de acuerdo a lo que Darwin creyera, no eran más que resultado de la actividad de patrones instintivos, inscritos en nuestras caras y cerebros — lo que confirmaba que Duchenne estaba muy por delante de la ciencia de sus días.
Para trazar la historia de nuestras fisionomías, Darwin escribió, que solamente tenemos que observar nuestros animales domésticos. Aunque las facciones humanas son únicas en algunos respectos, las mismas proyectan semejanzas conspicuas a las de otras especies: "Quien observa un perro preparando un ataque contra otro perro o ser humano, y el mismo animal, cuando está siendo acariciado por su dueño; o evalúa la expresión de un mono cuando es molestado por alguien o cuando es mimado por su cuidador, será forzado a admitir que los cambios de expresiones y gestos en ambas situaciones son casi tan expresivos como los nuestros".
Darwin describió las expresiones faciales como el "lenguaje de las emociones". Aduciendo que éstas nos servían en el pasado remoto como un modo de comunicación antes de que fuésemos capaces del uso de la palabra hablada. Los cambios en la fisiognomía no solo nos permitirían comprender las emociones de otros sino que nos permitían compartirlas con los demás — proponiendo, en anticipación, la teoría de la mente y la existencia de las neuronas espejo, sin entender la trascendencia premonitoria de sus ideas.
Darwin asimismo anotó que "la expresión espontánea, por medio de la manifestación visible de una emoción, la intensifica"; añadiendo que "aun la simulación de una emoción tiende a estimularla reflejamente en nuestras mentes".
Las ideas postuladas por Darwin fueron proféticas. De modo palpable, cuando se lee The Expression of Emotions… uno queda impresionado por la originalidad de sus investigaciones.
Lampreas
Hoy, los científicos que exploran las expresiones faciales recurren a métodos más precisos, como son, el proceso del desarrollo total de la cara en embriones, grabando escáneres cerebrales mientras se estudian cambios en la fisionomía de sujetos voluntarios, calibrando las actividades eléctricas de los músculos de esta región, y contrastando emociones, sonrisas y gestos de disgusto grabados en videos de alta velocidad.
Nuestros rostros se cree que evolucionaron sus características básicas hace de ello más de 500 millones de años. Entonces eran los tiempos cuando los precursores de los peces conocidos, evolucionaron músculos en sus cabezas para absorber agua y comida. Todos los músculos faciales, por su parte, emanaron de una cinta celular situada en la base de la cabeza del embrión — exactamente como sucede en las lampreas — uno de los linajes de vertebrados más antiguos que aun existen entre nosotros.
La transición de los seres vivientes del agua hacia la tierra trajo consigo cambios de gran magnitud en la anatomía de la cara de nuestros antepasados. Ellos dejaron de extraer oxígeno a través de agallas y los músculos que soportaban las branquias adquirieron nuevas funciones, como sería el desarrollo de una garganta para deglutir lo comido. Simultáneamente los músculos que movían las mandíbulas crecieron a medida que los vertebrados terrestres tuvieron que desarrollar una mordedura más poderosa para defenderse y para atacar sus presas.
Cuando nuestros predecesores se convirtieron en mamíferos, las características faciales cambiaron de nuevo. Nuevas conexiones musculares se establecieron entre los maxilares y la piel. Estas últimas incrementaron las habilidades sensoriales de algunos animales, ya que músculos en los lados de la cara podían apuntar las orejas en la dirección de señales de peligro, mientras que otros músculos, alrededor de los hocicos controlaban los pelos de los bigotes. Pero, los mamíferos no solo podían utilizar dichos músculos para explorar sensoriamente el entorno, sino que asimismo podían usarlos como métodos de comunicación. Por ejemplo, una bestia podía desnudar sus dientes y mover sus orejas hacia atrás para enviar señales específicas a otros animales.
Sin lugar a dudas…
Las expresiones faciales de los simios
Los primates y sus expresiones faciales son las más sofisticadas del reino animal. Cuando estos animales evolucionaron hacen unos 60 millones de años, porciones grandes de músculos faciales se subdividieron en fracciones pequeñas de tejidos especializados. Unos de éstos se concentraron en fruncir el ceño, mientras que otros plisaban los labios. Nuevas prolongaciones nerviosas se desarrollaron a través de la región facial para controlar los nuevos músculos, mientras que de manera simultánea, las regiones en el cerebro que gobiernan los movimientos faciales también aumentarían en tamaño.
Antropólogos físicos, diseccionando las caras de simios, han descubierto que las de los chimpancés poseen músculos, anteriormente creídos que existieran solamente en los seres humanos.
No es tan solo que los músculos en los monos están situados en el lugar donde están los nuestros, sino que estos simios los utilizan para expresar muchas de las emociones correspondientes a las nuestras.
La pregunta que entonces nos formulamos es: ¿por qué solamente un grupo muy pequeño de los mamíferos desarrolló semblantes tan sofisticados?
La respuesta, posiblemente tiene que ver con la vida social tan intensa del grupo de los primates. La selección natural puede haber favorecido monos que pudieran expresar una gama amplia de emociones y que igualmente pudieran leer esas emociones en otros.
Variedad de empatía
La interpretación de la expresión adecuada podría resultar en la cimentación de un nexo afectivo o en intimidar a un adversario hostil.
Igualmente se postula que esa capacidad de comunicación entre simios garantiza sus supervivencias porque les facilita el proceso comunicativo necesario para lograr establecer bandas sociales organizadas.
Pausa
Las neuronas espejos
En este punto de nuestra exposición es conveniente que recordemos que los descubrimientos relacionados a la existencia de las neuronas espejo se hicieron en monos de la familia macaco Rhesus. (Véanse mis diversos artículos al respecto y relacionados a la Teoría de la Mente en el portal www.monografías.com).
Prosigamos
Cuando nosotros reparamos en las caras de personas que nos son familiares, no solamente las reconocemos sino que, a menudo, nosotros imitamos las mismas facciones o repetimos las propias expresiones percibidas. Por ejemplo, si vemos a alguien exhibiendo una sonrisa muy amplia, los músculos de nuestra cara comienzan a contraerse como sonrisa en fracciones de segundos — lo que aflora igualmente cuando reconocemos expresiones de furia o de pena.
Parece ser que imitar los semblantes de otros es un instinto muy arraigado en nuestra especie. Y, es posible, que nuestros antepasados hayan imitado sus expresiones mutuas por millones de años. Los bebés y nuestros familiares cercanos — los chimpancés — son, por su parte, asiduos imitadores.
Para muchos psicólogos sociales, hacer mímicas de las fisiognomías ajenas puede forjar las bases de la empatía.
Cuando se analiza la mimesis, o mimetismo facial, asistidos por los escáneres, varias regiones del cerebro se activan, éstas son: El giro pre-central izquierdo, el hipocampo derecho y la corteza cingular posterior. Asimismo se activa el mesencéfalo dorsal que envía señales al resto del cuerpo, despertando los elementos fisiológicos que corresponden a las emociones experimentadas, como sería la aceleración del músculo cardíaco en caso del miedo a un semblante hostil.
Cuando imitamos las expresiones de otros, algo que aprendiéramos a hacer muy temprano en nuestras vidas, no es sólo que imitamos lo que otros sienten, sino que terminamos sintiendo lo que ellos sienten. (ésta reacción consiste en una forma de empatía).
La neurociencia y el cerebro social
El cerebro vibra y se despierta cuando entra en comunicación afectiva y verbal con otros seres humanos. Es como, si, de veras, se establece una relación entre mentes inconscientes. (Comunicación personal del psicoanalista Louis B. Shapiro, 1969).
Un laboratorio empírico para demostrar la validez de este concepto es la apreciación de lo mucho que se transforman los cerebros de los pacientes y de los terapeutas durante el proceso de la psicoterapia. (Véanse asimismo los trabajos de Eric R. Kandel).
Pero, antes de que entráramos formalmente en una relación terapéutica, todos hemos tenido la experiencia de habernos encontrado en la presencia de personas cuyos talantes nos impartían goce y tristezas, dependiendo de cómo ellos se sintieran. Lo que tiene enormes repercusiones en las formulaciones y el entendimiento del apego básico, como hemos visto cuando hemos descrito los experimentos en monos de Harry Harlow, y las de John Bowlby y sus asociados formulados en el niño.
Ya obedecía a una Teoría de Mente
Recapitulando
Todas las relaciones interpersonales con quienes nos asociamos íntima o muy cercanamente — por ser nosotros básicamente seres sociales — nos impactan de alguna manera, ya que, a su vez determinan nuestras respuestas y tono emocional a las mismas.
Estas transacciones, a menudo subliminales, son de la mayor importancia en construir algunas de las bases virtuales de nuestra arquitectura mental, la que está igualmente arraigada en las actividades neuroendocrinas del cerebro — como órgano del pensamiento y de las emociones.
Desde el punto de vista de la neuropsiquiatría o del holograma de la mente, como hemos aprendido de los trabajos de Karl Pribram y de David Bohm, las interfaces sociales que mantenemos forman parte de un todo de dimensiones infinitas que abarca la totalidad nuestras experiencias sumadas.
Las nuevas investigaciones
Hoy sabemos que el cerebro social es la suma de los mecanismos nerviosos que organizan nuestras interacciones, de manera que cada vez que nos relacionamos con otro ser humano cara a cara, o voz a voz, o piel a piel, nuestros cerebros sociales se entrelazan. Estos principios, acoplados al examen de las actividades humorales y eléctricas del cerebro están arrojando nuevas luces en el camino hacia el entendimiento de nuestras emociones y hacia las aplicaciones de estos discernimientos en la práctica de la psiquiatría clínica, especialmente en la psicoterapia con personas víctimas de trastornos de la regulación afectiva y social.
Nuevas vistas
En resumen
Las ciencias del comportamiento están avanzando constantemente y sus áreas de aplicaciones e influencias continúan dilatándose vigorosamente. Lo que nos permite expresar un gran optimismo en el futuro de nuestras labores y en los beneficios que todos derivaremos con la llegada de la alborada del día en que tendremos una verdadera Psicología Científica, como Freud la soñara.
Mientras esperamos, pensemos en otras áreas de interés a ser exploradas como serían la teoría de la mente, la empatía y las neuronas espejo y su desarrollo en personas que son ciegas. (Véase mi artículo, Las anorexias postreras, las precoces, las atípicas y sus sorpresas en psikis.cl).
Bibliografía
· Wilson, E: (1975) Sociobiology: The New Synthesis Belknap Press
· Pinker, S: (1997) How the mind works Penguin
· Larocca, F. E. F: (2008) La Neurocienciade la Psicoterapia (en proceso de publicación)
· Freud, S: (1894 – 1950) Project for Scientific Psychology SE
Bibliografía adicional: Se suministra por solicitud.
Autor:
Dr. Félix E. F. Larocca
República Dominicana
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