SraA) «¿En el ojoooo? -extrañada- ¡Nada!».
SraB) «¡Ay mi amor! ¡Pero si tiene el ojo completamente morado! Como si le hubieran dado un golpe. ¡Qué horror! ¡Mi amor! ¡No le habrá pegado ese bruto de su marido!»
SraA) «No mijita, ¡cómo se le ocurre! Debe ser la pintura de los ojos que se me ha corrido».
SraB) «¡Ahhhh! Entonces no es nada, cariño, no te preocupes. Lo mejor será que vayamos al lavabo para que se arregle un poquito la carita. Porque ¡fíjese en aquellas viejas del fondo! ¡Cómo van pintadas! ¡Si parecen payasos! Es que hoy en día algunas no saben estar. ¡Vamos! ¡Apúrese mijita! ¡Vamos al lavabo a retocarnos un poquito! La acompaño».
Se podría prolongar mucho cualquier ejemplo como los antecedentes, porque realmente y con demasiada frecuencia podemos observar a personas que se relacionan de semejante manera y se comportan de ese modo permanentemente unas con otras; lo sorprendente es que se busquen y se junten, y no puedan prescindir las unas de las otras, gozando con la amistad enfermiza.
El goce patológico suele producirse entre personas que se pasan la vida lamentando el haber nacido. El impulso hacia la destrucción, como bien diagnosticó Freud, es originariamente un impulso hacia la autodestrucción, pero el resorte biológico del instinto de supervivencia lo desvía hacia el exterior, lo cual provoca un leve alivio en el sufriente.
El enfermo mental, caso extremo de la patología que comentamos, sufre y padece lo indecible, pero en lugar de suicidarse, mitiga su dolor intentando dañar a todos cuantos le rodean. Como siente dolor, sólo le calma ligeramente el provocar dolor en los demás, porque es insoportable la felicidad de los otros y si se tiene que seguir viviendo tan sólo se puede vivir en un entorno en el que se sufra.
Pero el enfermo no puede ser consciente de semejante operación y, desde luego, no tendría ningún éxito si lo fuese e intentase conscientemente aplicar esa forma de relacionarse como una estrategia. De modo que se engaña y, al encontrar otra persona con la misma sintomatología, establece con ella el tandem de la amistad enfermiza. Los participantes se necesitan mútuamente para mitigar su dolor insultándose y molestándose lo más posible, en la forma sutil antes ejemplificada, anticipando a cada esputo con una declaración de amor incondicional y veneración profunda hacia la otra persona, con la que tratan de obtener carta blanca y licencia absoluta. De nuevo vemos aquí la contradicción que hace que la amistad enfermiza no sea más que la falsa amistad o relación que construyen los depresivos en su entorno. Semejante relación les hace sobrevivir, pero no podemos evitar el pensar que quizá fuese mejor el morir que el vivir de esa forma.
Ancianos y enfermos mentales comparten el fenómeno de la amistad enfermiza. Relación que todos sufrimos esporádicamente, lo que es humano, y que sólo se convierte en indeseable de presentarse como crónica y permanente. A todos nos pasa eso, de vez en cuando, y cometemos alguna falta precisamente con quien más queremos, pero eso es normal que suceda, ocasionalmente, es humano, (pero es una de las peores cosas del ser humano, y algo terrible si se convierte en algo frecuente y cotidiano; en ese sentido de maldad ocasional de todo humano se expresaba Kant siguiendo a La Rochefaucault al decir: "hay algo en la desgracia de nuestros mejores amigos que no nos desagrada del todo" ¿Cómo es posible?, ¡pues no es tan malo!, ¡mientras eso nos suceda como excepción y no como regla!); a todos nos pasa, ocasionalmente, cometemos faltas incluso con los allegados (o precisamente porque otros no nos las aguantarían), somos humanos, y tenemos arrebatos de maldad, aprovechando la confianza que se nos da. Lo preocupante sería que nos sucediese eso a todas horas y en todo momento, con todas las relaciones; entonces no habría derecho a pedir que nadie nos lo aguante, sino que se habría salido de lo que entra dentro de lo razonable y se habría entrado en lo patológico.
Todos buscamos la felicidad, nuestra felicidad principalmente, luego la de los que estimamos, y en tercer lugar la de los seres humanos en general. Tan sólo una detestable y enfermiza concepción cristiana del mundo nos ha llevado a hacernos cargo de lo que nos deteriora y nos hunde, en lugar de tratar de evitarlo y alejarnos de ello buscando tan sólo lo que nos mejora y alienta.
Desde luego el fenómeno de la ambivalencia afectiva (relaciones de amor-odio) lo padecemos todos los seres humanos. Siempre hay al menos un instante en un día en el que odiamos a la persona que más queremos, pero no lo hacemos permanente ni simultáneamente, no caemos en contradicción. Pero en la distorsión de la realidad de la amistad enfermiza la contradicción es manifiesta y permanente, los enfermos quieren y odian simultáneamente, al mismo tiempo y en el mismo sentido; aunque puede que en realidad sólo haya odio y que las manifestaciones de aprecio tan sólo sirvan para conservar al puching ball con el que se descargan y se desahogan. Porque el odio es también un tipo de relación, pero antes de caer en ella es recomendable la indiferencia. La lección más ilustrante que se le puede dar a quien pretende involucrarnos en una relación dañina no es que le odiemos, cosa que retroalimentaría tanto su patología como que le amásemos, sino que nos alejemos de él y le mostremos nuestra indiferencia. Con ello quizá pueda algún día aprender que no se puede maltratar a las personas, porque se las acaba perdiendo, y así llegar a adecuar su actitud y su comportamiento a la conservación de las relaciones.
EL NIÑO Y EL COMIENZO DE LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL.
El niño, que todavía no ha templado y equilibrado sus emociones, siente tanto el dolor como la alegría con una extrema intensidad. Cuando a un adulto que lleva gafas le llaman cuatro ojos, a parte de que pueda resultar algo vulgar, infantil y molesto, no le suele preocupar demasiado; pero probablemente recordará que cuando era niño y le llamaban cuatro ojos, lloraba de rabia y frustración o se sentía profundamente desolado, soñando por las noches la anhelada muerte inmediata de quien había cometido semejante falta. A medida que va creciendo el niño aprende lo que es importante y lo que no, lo que es serio y lo que no lo es, hasta que, tras la recaida en la desestabilidad emocional propia de la adolescencia, al llegar a la madurez los insultos infantiles o las descalificaciones personales no suelen ser más que un importuno incidente, ante el cual o no se hace mucho caso o, en caso de que las faltas de respeto no se consientan, se responde con violencia entre los varones, largando un par de puñetazos al otro adulto. Pero por lo general el niño no conoce la amistad enfermiza, todavía no ha desarrollado esa macabra estrategia, ya que al no tener aún medida de placer y dolor, se encuentra capacitado a sobrevivir a ambos en extremo. Perder su osito de peluche le duele tanto a un niño como padecer un cáncer y un beso de su mamá le da tanta alegría como ser el héroe más admirado del universo. Pero aunque el niño aún no sea capaz de establecer una amistad enfermiza, sí que puede sufrir una serie de maltratos que le lleven más adelante a arribar a ese tipo de relaciones, siendo los adultos quienes determinan, desde la tierna infancia, el devenir de la educación sentimental.
EL ADOLESCENTE EN REBELDÍA Y LA AMISTAD ENFERMIZA.
En la adolescencia también es muy infrecuente, aunque ya suele comenzar, ocasionalmente, lo que llamamos faltas excepcionales hacia nuestros allegados, o patología dentro de lo razonable. Habría que tratar en un apartado el tema de las relaciones familiares, porque desde luego el adolescente adopta una postura de amistad enfermiza hacia sus parientes. Y esto es debido a que la adolescencia es la etapa de la vida en la que, generalmente, mayor potencia alcanza el instinto de autodestrucción. Lo que ocurre es que en lugar de amistad enfermiza quizá estemos simplemente ante una exacerbación del instinto de autodestrucción que se manifiesta como rebelión contra los padres, es decir, contra la autoridad y la sujeción, que culmina si tiene éxito, en un proceso que lleva a la emancipación y la independencia. Los amigos son el único refugio del adolescente, que no es sentimentalmente ambigüo, ya que odia a sus padres y ama a sus amigos con intensidad proporcional. Una adolescencia no superada puede degenerar en la amistad enfermiza y no debemos creernos que la mayoría de los hombres tienen éxito en su desarrollo ya que el mundo está lleno de adolescentes con canas.
El ocasional maltrato recíproco que en el círculo familiar supone el fenómeno cercano a la amistad enfermiza que caracteriza, en un buen número de casos, la rebeldía adolescente, puede tornarse crónica y, sin embargo, nunca rebasar los niveles de lo razonable y entrar en lo patológico. Pero en el caso contrario, si la adolescencia se vuelve crónica, al alcanzar mayor edad cronológica, puede el sujeto perturbado por un clima familiar asfixiante extender las relaciones de amistad enfermiza del ambito familiar, al ambito social, hasta que un adulto con esa tipología llega a configurar absolutamente todas sus relaciones de semejante manera. El amigo enfermizo crónico suele acabar en un sanatorio mental, aunque muchos viven toda su vida de tan horrible forma sin llegar nunca a recibir asistencia médica especializada, dado los escasos recursos sociales en esta materia. Semejante individuo va quemando amigos contínuamente, pues quienes no padecen su mismo mal acaban huyendo de él como de la peste. Y es en verdad una peste contagiosa, ya que esa dinámica puede absorber a quien no estaba en ella. La retroalimentación del dolor y el goce sado-masoquista de la tipología amistad enfermiza, con su necesidad imperiosa de castigar, castigarse y ser castigado, resulta un fenómeno complejo y difícil de aislar en sus partes constituyentes. Pero como nadie es absolutamente sano ni absolutamente enfermo sino que todos somos en un grado equilibrado neuróticos, podemos fácilmente apreciar cómo en ciertos momentos ocasionales u épocas vitales hemos podido experimentar ese goce sadomasoquista y esa configuración relacional.
Es frecuente que quien ha sido maltratado de niño maltrate a sus hijos de adulto, y en esto no se diferencian el maltrato físico del psíquico, pero también suele suceder que quien ha sido maltratado de niño, al darse cuenta de ello, no admita ya en su vida adulta ningún tipo de maltrato y corrija semejante desviación. En las relaciones de pareja el maltrato psicológico llega a veces a ser manifiesto y elevado, además de contínuo, y es frecuente que una pareja se grite y se insulte todo el día; sin embargo, cuando ese tipo de relación se establece cotidianamente, puede llegar a experimentarse como "lo normal" por la fuerza del hábito en ambas partes, y ya no reconocerse como indeseable.
FAMILIA Y ENFERMEDAD MENTAL. PATOLOGÍAS ASOCIADAS A LA AMISTAD ENFERMIZA.
El clima de afectividad familiar admite un mayor grado de ocasional maltrato psicológico sin que ello suponga un exceso enfermizo. Hay muchas familias en las que el trato es mayoritariamente cordial y afectuoso con sus ocasionales disturbios de rigor. Sin embargo, también es en extremo frecuente que la familia entre en una dinámica de destrucción recíproca y constituya un núcleo de pasiones y rencores encontrados, que alcanzan niveles y duraciones inusitados. La película francesa Un air de Famille (Director: Cédric Klapisch; Francia, 1996) es un buen ejemplo de familia donde las relaciones se aproximan mucho a la amistad enfermiza, si es que no la representan plenamente. Traducida al español con el título: Como en las mejores familias, el film es un buen ejemplo de tortura psíquica interfamiliar. Se trata de una familia que se reúne todos los viernes a comer para amargarse la vida los unos a los otros. Todos saben lo que más les duele a los demás y, además, gozan de la impunidad necesaria para decirlo. Los personajes son todos arquetípicos: el hermano rico, nº4 en su empresa y su mujer tonta, el hermano bruto, dueño del bar donde se reúnen, la hermana en paro, despedida de la empresa en la que había colocado el hermano rico y su novio, único extraño a las torcidas relaciones de esa familia, camarero del bar donde se reúnen y empleado del bruto, la madre viuda y viperina, el paralítico perro Caruso. La familia Ménard no es especial, es un arquetipo que refleja magistralmente el arte cinematográfico.
Numerosos psiquiatras se han dado cuenta desde hace mucho tiempo de lo perjudicial que resulta para un enfermo su propia familia, con los que tiene más vinculos afectivos complejos, sin embargo el sistema Sanitario de régimen abierto español, deja a los enfermos en manos de la familia (o en la mendicidad), antes de que estén lo suficientemente restablecidos como para poder relacionarse socialmente, lo que no facilita su curación y obliga a los no profesionales a enfrentar problemas psiquiátricos. Las familias han de hacer de psiquiatras, asistentes sociales, policías y enfermeros, sin tener ninguna preparación en esos campos y sin que nadie les ayude ni les pregunte si tienen medios, energías y posibilidades de hacer algún bien. En Bélgica, donde existe una ciudad con un gran centro psiquiátrico en la que todas las familias acogen enfermos extraños en régimen abierto, éstos evolucionan muy favorablemente, pero cuando su familia natural los visita, reaparecen síntomas que habían desaparecido y la situación del paciente empeora.
En España, la sacrosantidad de la Familia, impide reconocerla como perjudicial para quien sufre enfermedades psíquicas, es decir, para todos los adultos en edad de poder volar del nido que dispongan de alas o de la posibilidad de repararlas estando éstas averiadas. Enfermo mental es todo ser humano adulto, que padece neurosis o depresiones ocasionales y leves, pero los que generalmente llamamos de ese modo son los enfermos mentales que ocasionan desordenes públicos y tienen dificultades para adaptarse a la convención vigente de lo que es lo socialmente admitido. Todos tenemos fobias, paranoias, depresiones, arrebatos irracionales, etc, etc, pero a la mayoría no nos llevan esas alteraciones psíquicas a que alteremos el orden social público y privado en el que nos desenvolvemos. Hay una arbitraria y falsa correlación entre: enfermo mental leve, con no crear desordenes, violencias, o agresiones sociales; y enfermo mental grave, con ocasionar desperfectos en el mobiliario público y privado.
Un individuo que pague su alquiler, vaya a la compra, se relacione con otras personas y cumpla con su trabajo, declare la renta y vote, jamás será ingresado en un psiquiátrico e improbablemente tratado por un psicólogo, aunque salga en la televisión declarando que oye voces de los extraterrestres lunares que le dicen canciones, y que los de marte le quieren asesinar, pero los de saturno y la virgen le protegen…, o tantas cosas semejantes, que estamos tan acostumbrados a escuchar. Cosas que oimos de la boca de auténticos enfermos mentales graves, aunque sociales y por tanto, sin tratamiento. Los seres que caen en la amistad enfermiza crónica son auténticos enfermos mentales que no reciben tratamiento ninguno. Generan acontecimientos debido a las cuales, el sujeto pierde trabajos, amistades, actividades y demás medios de socialización, teniendo que empezar siempre de nuevo, desde cero, su proceso de reinserción social y raramente reciben ayuda médica.
La familia es negativa para el adulto que sufre enfermedades psíquicas, en numerosas ocasiones provocadas por las relaciones interfamiliares, resultando curioso que haya que recordarles el mito de Edipo a los psiquiatras actuales; otro motivo, además de la no competencia profesional, que impide resolver, y en cambio agrava, las situaciones de los enfermos psiquicos, (tanto de los asociales, los que crean disturbios, como de los sociales, los que no), abandonadas en manos familiares. Obviamente la salud mental del enfermo asocial es sumamente importante, ¡porque rompe cosas y perturba el orden público!, pero también lo es la salud mental de las personas que le rodean, no siendo solución el que todos los miembros del núcleo familiar se vuelvan de esos locos que perturban el orden público (ya que al Estado no le preocupa que todos seamos locos de los que no perturbamos el orden público, mejor, así se puede explotar y manipular mejor a las masas; infantilizándolas con televisión basura y mientras trabajen, produzcan y consuman, generándoles todo tipo de transtornos).
A menudo, las relaciones están tan deterioradas por los conflictos con el enfermo, que deberían haber sido enfrentados por los profesionales, que las familias parecen el infierno a puerta cerrada de Sartre, oculto con cristiana hipocresía. ¿Acaso no se podrá llegar nunca a comprender que una madre, con todo su amor instintivo, puede ser enormemente perjudicial para sus hijos, sobre todo si éstos sufren enfermedades mentales asociales y tienen ya 40 años?.
No se trata de que los familiares quieran o no quieran cuidar del enfermo asocial, partimos de que quieren actuar conforme a lo mejor para él, es decir, de que se trata de aplicar con un esfuerzo de objetividad las medidas más favorables para su rehabilitación. Pero ¿quien dictamina qué es lo mejor para el enfermo?. ¿La familia o los expertos?. Obviamente deberían ser los segundos, pero como no quieren, o no les dejan hacerlo, nosotros, los familiares, estamos obligados a convertirnos en expertos o asesorarnos por ellos, ya que la acción científica en la que somos ignorantes recae sobre nuestros aturdidos hombros por ordenes de desentendimiento gubernamentales.
El apoyo familiar puede resultar beneficioso, si se encamina a lograr la libertad y la autonomía del enfermo psíquico, es decir, en la medida en que pueda ayudarle a que se independice y aprenda a vivir en sociedad de forma autoresponsable. Pero resulta nocivo si cumple su papel endógamo y se enfrenta a la emancipación de sus miembros y, en la medida, también, en que tenga que tomar el lugar de los psiquiátras y demás profesionales en la materia, erigiéndose en experto y juez de <lo mejor para el enfermo>, sin disponer de conocimientos suficientes que guíen su actuación.
A la edipización de la sociedad española está colaborando un Estado que delega en las familias los casos para profesionales y dictamina, con hipocresía cristiana, que el amor ciego familiar es mejor guía que la ciencia objetiva y que las luces de la razón. Los ciudadanos pagamos impuestos para que profesionales pagados por el conjunto de la Sociedad se hagan cargo de los enfermos y de quienes necesiten de recursos superiores a los que les pueden proporcionar sus allegados. Pero tal principio de la sociedad moderna y democrática está tan sólo escrito formalmente sobre un papel. La Familia en España es la institución soporte del paro, la toxicomanía, la enfermedad mental, y otra serie de problemas sociales, de los que la administración estatal a la que pagamos impuestos para que habilite recursos y profesionales, sencillamente, se lava las manos.
Pero en su estado crítico el enfermo mental no es responsable de sus actos y tampoco los familiares o amigos, los responsables son los psiquiatras y asistentes sociales que le deberían tratan con regularidad en un Centro de Salud, en corresponsabilidad con los profesionales de los Hospitales supuestamente especializados, donde suele ser ingresado quien padece graves alteraciones. A ellos es a quienes corresponde coordinadamente velar para que los actos antisociales de un sujeto en crisis no lleguen a darse. Algo a lo que se le llama prevención en la ciencia médica, que en psiquiatría consistiría en evitar las crisis cuando éstas son incipientes, pero que no existe en la ciencia psiquiátrica española, que tiende a tomar medidas post factum.
En nuestra sociedad se empieza a hablar y a condenar, procurando ponerle freno a través de las instituciones sociales, a las agresiones físicas en la familia, habiendo saltado a la luz el gran número de maltrato físico y violencia que viven sobre todo los niños y las mujeres de numerosos hogares, pero nada se habla de las agresiones psíquicas, más abundantes e igualmente nefastas.
Ha llegado el momento de decir que basta ya del dualismo familia o mendicidad como solución a los enfermos mentales asociales. De exigir que habiliten viviendas para éstas personas en las que tengan un régimen abierto y de progresiva reinserción social, bajo la supervisión de profesionales cualificados. Ha llegado el momento de decir que basta ya de la desatención psíquica de los ciudadanos sociales. De exigir que proporcionen infraestructuras encaminadas a la defensa de la salud mental general de todos, como las hay ya para el cuidado de la salud física en general.
Existen algunas patologías que van ligadas a la amistad enfermiza y que permiten su reconocimiento, la egolatría, la incapacidad de asimilar la frustración y los problemas o dificultades para la comunicación interpersonal suelen encontrarse juntos y laborar en un todo hacia el establecimiento de una distorsionada visión de la realidad. Y esa distorsionada visión de la realidad, fomenta, a su vez, la retroconfiguración de relaciones dañinas que culmina en la amistad enfermiza.
La egolatría es frecuente y normal en la adolescencia, pero luego supone serios transtornos. Consiste en la tendencia a extender el yo como una alfombra y tener el propio ombligo como centro del universo. Ello lleva a la incapacidad de ver a nadie ni a nada excepto a las propias pasiones de uno mismo, a la incapacidad de ponerse en el lugar del otro y a la negativa a considerarse un ser humano como los demás. El principio del placer impulsa al ególatra hacia la única fórmula que queda en su mezquina existencia para considerarse un ser especial, es tanto más especial cuanto más autoestima pierde, cuanto más se autoflagela y cuanto más daña, y fuerza a que le dañen, a los demás. Ello le lleva a serios problemas de comunicación interpersonal, ya que es difícil que alguien cabal entre en su juego o que resista mucho tiempo semejante maltrato. Existe un romanticismo que, en lugar de resultar amante de la vida y exaltante del arte, supone un culto a la muerte y a la destrucción propia y ajena, siendo un reflejo literario de la tipología que estamos describiendo.
MODO DE ACTUAR FRENTE A LA AMISTAD ENFERMIZA.
El modo de actuar más adecuado frente a la tendencia a la amistad enfermiza o a la configuración de las relaciones de tal modo consta de los siguientes elementos: a) no entrar en el juego; b) no favorecer su retroalimentación; c) en caso de persistencia poner al sujeto en manos de un especialista o recomendarle que acuda a un especialista (psicólogo o psiquiátra); d) mostrar indiferencia frente a las agresiones del sujeto; e) evitar al sujeto y negarse a cualquier tipo de relación con él.
Cuando un individuo se maltrata a sí mismo ante sus amigos y padece una depresión severa, en nada se le ayuda con escucharle e intentar animarle, en realidad, en lugar de escucharle y aguantarle, método psicoanalítico copiado del confesonario que sólo consigue enfermar más al enfermo, tendría que recomendársele un tratamiento por especialistas neutrales (en el terreno de la afectividad) de la depresión. Sin embargo, suele haber muy buena voluntad en intentar animarle y aliviarle, porque se le da el tratamiento que se da a quien tiene un bajón ocasional (pero no es recomendable el tratamiento de un bajón ocasional para una depresión severa ni para su secuela, la tendencia permenente a la amistad enfermiza). Porque a quien tiene una espina clavada en nada le ayuda el que le escuchen maldecir y emponzoñarlo todo y a todos por tener una espina clavada, sino que hay que sacar la espina, esto es, modificar la situación que le duele. Por eso el psicoanálisis como terapia es un camelo, un fraude (aunque como teoría acierte bastante más). Porque le falta el factor medioambientalista y así, sólo es útil para los bajones ocasionales (como el amigo o el cura) e ineficiente para cualquier transtorno severo como es el que nos ocupa.
Lo terrible es que cuando el enfermo mental es un familiar hay una enorme dificultad para quitarse de en medio y dejar el caso en manos de especialistas neutrales. Eso es debido a un fallo social, pues los enfermos mentales están condenados a la familia o a la mendicidad. Producto de las críticas sesentayochistas al sistema psiquiátrico, dado su carácter carcelario, a partir de los años 80, en lugar de crearse centros de atención se desmanteló todo el sistema de atención social minimizándolo hasta lo que vemos en nuestros días. La corriente de la antipsiquiatría, buscando unas mejoras sociales, facilitó el empeoramiento social que vemos en nuestros días.
Cuando alguien nos habla de que hay que decirse las verdades, y en ello quiere basar una relación, ¡cuidado!, puede tratarse de un intento de involucrarnos en una amistad enfermiza. También nuestro mejor amigo o incluso un familiar, cayendo en las patologías depresivas generadoras del impulso destructivo-relacional del que venimos hablando, pueden convertirse en nuestra peor pesadilla, en caso de que nos involucren en una amistad enfermiza. Esto es así, porque al conocernos bien, el enfermo procurará hacer y decir todo cuanto pueda dañarnos, herirnos o molestarnos, en la mayor medida, y logrará mayormente sus objetivos en el caso de que conozca nuestros puntos débiles. Por eso nunca se deben mostrar los puntos débiles a nadie, ni siquiera a los verdaderos amigos; aunque es muy difícil esconderlos. Con la familia los enfermos mentales suelen entablar semejante tipo de relación, como ya se ha dicho, pues aunque los otros miembros de la familia desean sustraerse a ella, se considera socialmente desde una enfermiza concepción cristiana del mundo que están obligados de manera absoluta los padres hacia los hijos, creyendo semejante mentalidad nociva que se tiene que soportar todo del pariente, cuando no del amigo. Cuando al filósofo Aristipo se le recordaba eso de que debía, necesariamente e independientemente de cómo se comportasen, tenerles cariño a sus hijos, por haber salido éstos de él mismo; éste nos recordaba a su vez, que también los hombres engendran piójos y gusanos, no siendo el mero engendrar, motivo suficiente para amar. Cicerón nos recordaba que sólo puede ser firme la amistad en la madurez de la edad y el ingenio. Quizá por eso el poeta Menandro consideraba ya feliz a quien pudiese contar con la sombra de un amigo. Y Montaigne afirmaba que la amistad exime de toda obligación, luego lo obligado ya no es amistad.
Sobra decir (o quizá no sobra y por eso lo decimos) que frente a la amistad enfermiza lo mejor es fomentar y trabajar por la tendencia opuesta, de la que hablaban los filósofos antes citados, por la tendencia a las verdaderas relaciones de amistad, formadas por la estimación recíproca, el conocimiento mútuo, y el trato amable y cordial. Hay que tener claro que quien nos consideran a nosotros o a lo que hacemos mal y nos maltratan, entonces no son nuestros amigos, aunque digan serlo. Si somos amables y educados con los desconocidos, por el mero hecho de que son hombres y dignos de respeto, con mayor razón deberemos mostrarnos mucho más amables y respetuosos para con nuestros amigos. Cuando queramos hablar de ellos, sólo podremos decir de ellos maravillas, ya que son nuestros amigos y, puesto que nadie es perfecto, sus muchas virtudes superan con creces sus pocos defectos.
Ya sabemos que en el mundo hay tortura y mezquindad, pero además de eso hay literatura y nobleza. No se puede estar completamente seguro de si lo primero no será acaso más fuerte que lo segundo, cuando se tienen ánimos se tiende a pensar que la literatura es más poderosa que la tortura, que la vida vale la pena porque hay poesía y belleza, y eso supera con creces todos los males que existen, entonces no se puede apreciar nada mejor que apostar por ello y colaborar con ello en la medida de nuestras pequeñas fuerzas para que, conscientes de que hay en la tele el Gran Hermano o en el mundo gente que se muere de hambre, no olvidemos de que hay también versos de Heine o en el mundo la sonrisa afectuosa de un amigo de verdad. ¿Un mundo donde los versos de Heine fuesen mayoritarios? ¿Un mundo donde nadie se muera de hambre? ¡Hermosas utopías!. Bello y alegre es seguirlas, y hermoso es entonces vivir. Hasta si, a la manera romántica, pensamos que puede ser una batalla perdida (la tortura más fuerte que la poesía), no por eso es menos hermosa la lucha (sino más) y no por eso merece menos la pena librarla. Lo importante es ponerse una meta elevada y noble, y buscar a los semejantes para caminar juntos en su consecución y luchar codo con codo, en una relación de verdadera amistad o agonísta, que nos lleve al crecimiento mútuo y que vaya acompañada de la dicha conjunta.
Cuando no tenemos ánimos, cuando, ocasionalmente (ya que de ser permanentemente tendríamos que acudir a un psiquiatra), vemos todo negro y nos quedamos ciegos ante el hecho de que puede haber tortura y maldad, pero también estan los verdaderos amigos, o, lo que es lo mismo, también están la poesía, el arte, la literatura y la ciencia, la música, o, lo que también es lo mismo, también están el amor, la amabilidad, la belleza, la justicia, la verdad, la amistad no enfermiza en definitiva, (además, digo, de sus contrarios); y que lo segundo también es mundo y no es negro. Cuando, ocasionalmente, olvidamos eso y creemos que sólo hay tortura y entonces nos torturamos y torturamos a quienes nos rodean, entonces ¡Tenemos un bajón de ánimo, leve depresión pasajera!, puede que demos un poco la plasta y que los amigos traten de que recobremos los ánimos que habitualmente tenemos. Entonces puede que esté bien el que se nos consienta que lloremos un poco, ocasionalmente, en los hombros ajenos y se nos escuche echar pestes contra el universo entero. Lo que nadie me nos debe consentir es que, (si el desánimo se nos vuelve crónico y permanente, y ya no viésemos permanentemente a nada ni a nadie excepto nuestro dolor de ombligo), nos pasemos la vida vomitando a diestro y siniestro maldades dañinas por el mero hecho de, al estar jodidos, querer que lo estén con nosotros todos los demás. Porque en ese caso seríamos enfermos mentales y, los allegados, no podrían sino agravar nuestra enfermedad mental; a causa de que el clima de afectividad la fomenta y retroalimenta, dandole pávulo. En el caso de las enfermedades mentales hay que quitarse de en medio tanto si se está cerca de quien la padece como si se está lejos (la intervención nuestra sólo empeora las cosas) y dejar paso a los especialistas (unos inútiles, pero, lo único que hay). Es mucho más difícil quitarse de en medio cuando el enfermo es allegado o familiar (pero hay que hacerlo por el bien de todos) y muy fácil si es un simple conocido. Lo importante es que procuremos crecer y hacernos mejores y no admitamos a quien nos quiera volver mezquinos, zafios, bajos y ruines, juntándonos con quienes nos impulsan hacia delante y nos hacen la vida más grata, únicos a quienes podemos llamar nuestros amigos de verdad.
Simón Royo Hernández
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