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Que hacer para que los hijos salgan ingeniosos y sabios (página 2)


Partes: 1, 2

Conviene, pues, luego en naciendo el hijo de padres holgados (atento que sus carnes tiene más frialdad y humidad de la que conviene a la puericia), lavarlo con agua salada caliente; la cual, en opinión de todos los médicos, deseca y enjuga las carnes, y pone firmes los nervios, y hace al niño robusto y varonil, y por la humidad superflua del celebro le hace ingenioso y le libra de muchas enfermedades capitales. Por lo contrario, siendo el baño de agua dulce y caliente, por cuanto humedece las carnes, dice Hipócrates que hace cinco daños: carnis effaeminationem, nervorum imbecillitatem, mentis torporem, profluvia sanguinis, animi deffectionem; como dijera: «el agua dulce y caliente hace al hombre mujeril, con flaqueza de nervios, nescio, aparejado para flujo de sangre y desmayos». Pero si el niño sale con demasiada sequedad del vientre de su madre, conviene mucho lavarle con agua caliente dulce; y, así, dice Hipócrates: infantes diu sunt calide lavandi, quo minus tentent convulsiones, ipsique crecant et melioris coloris fiant; por la cual sentencia mandaba lavar con agua caliente muchas veces a los niños, porque no se vengan a espasmar y crezcan con más facilidad y se hagan de buen color. Esto cierto es que se entiende de los niños que salen secos del vientre de sus madres y a los cuales conviene enmendarles su mala temperatura aplicándoles las calidades contrarias.

Los alemanes, dice Galeno, tenían por costumbre lavar sus niños en el río luego en naciendo, pareciéndoles que, así como el hierro que sale ardiendo de la fragua se hace más fuerte metiéndolo en el agua fría, de la mesma manera, sacando al niño ardiendo del vientre de su madre, se hacía de mayor fuerza y vigor lavándolo con agua tan fría. Esto condena Galeno por gran bestialidad, y tiene mucha razón; porque, puesto caso que por esta vía se haría el cuero duro y cerrado y no fácil de alterar de las injurias del aire, pero ofenderseía de los excrementos que se engendran dentro del cuerpo, por no estar patente y abierto por donde poder exhalar y salir. Mejor remedio y más seguro es lavar a los niños que tienen humidad superflua con agua caliente y salada; porque, gastándoles humidad demasiada, quedan muy propincuos a la salud, y cerrándoles las vías del cuero no se ofenden con cualquiera ocasión, ni los excrementos de dentro quedan tan cerrados que no les resten caminos abiertos por donde salir. Y Naturaleza es tan poderosa, que si le han quitado una vía pública busca otra acomodada, y si todos le faltan, sabe hacer caminos de nuevo por donde expeler lo que le daña. Y, así, de dos extremos, más conviene a la salud tener duro y algo cerrado el cuero que blando y abierto.

Lo segundo que conviene es que en naciendo el niño le hagamos amigo con los vientos y con las alteraciones del aire y no le tengamos siempre en abrigo, porque se hará flojo, mujeril, nescio, de pocas fuerzas, y en tres días se morirá. Ninguna cosa dice Hipócrates que tanto debilita las carnes como estar siempre en lugares tépidos, guardados del frío y calor. Ni hay mayor remedio para la salud que hacer el cuerpo a todos los vientos, calientes, fríos, húmidos y secos; y, así, pregunta Aristóteles qué es la causa que los que viven en las galeras están más sanos y tienen mejor color, que los que viven en tierra paludosa. Y crece más la dificultad considerando la mala vida que pasan, durmiendo en el suelo vestidos, al sereno, al sol, al frío y al agua, comiendo y bebiendo tan mal. Los mesmo se podrá preguntar de los pastores, cuya sanidad es la más firme que tienen los hombres. Y es la causa que han hecho ya amistad con todas las calidades del aire, y no se espanta Naturaleza de nada. Por el contrario, vemos claramente que, tratando un hombre de regalarse y procurar que no le dé el sol, el frío, el sereno ni el viento, en tres días es acabado, por el cual se podría decir: qui diligit animam suam in hoc mundo perdet eam. Porque de las alteraciones del aire nadie se puede guardar; y, así, es mejor acostumbrarse a todo, para que el hombre se pueda descuidar y no viva siempre con recato. El error de la gente vulgar está en pensar que el niño nace tan tierno y delicado, que no sufrirá pasar del vientre de su madre (donde hay tanto calor) a la región del aire frío sin que le haga mucho daño. Y, realmente, están engañados, porque con ser Alemania tan fría, metían los niños hirviendo en el río; y con ser un hecho tan bestial, no se les hacía de mal ni se morían.

Lo tercero que conviene es buscar un ama moza, de temperamento caliente o seca, o (según nuestra doctrina) fría y húmida en el primer grado, criada a mala ventura, acostumbrada a dormir en el suelo, a poco comer y mal vestida, hecha a andar al sereno, al frío y al calor. Esta tal hará la leche muy firme y usada a las alteraciones del aire, de la cual manteniéndose muchos días los miembros del niño, vernán a tener mucha firmeza. Y si es discreta y avisada, le hará mucho provecho al ingenio; porque la leche de ésta es muy enjuta, caliente y seca, con las cuales dos calidades se corregirá la mucha frialdad y humidad que el niño sacó del vientre de su madre. Cuánto importe a las fuerzas de la criatura mamar leche ejercitada, pruébase claramente en los caballos, que, siendo hijos de yeguas trabajadas en arar y trillar, salen muy grandes corredores y duran mucho en el trabajo; y si las madres están siempre holgando y paciendo en el prado, a la primera carrera no se pueden tener. El orden, pues, que se ha de tener con el ama es traerla a casa cuatro o cinco meses antes del parto y darle a comer los mesmos manjares de que usa la preñada; para que tenga lugar de gastar la sangre y los demás humores que ella tenía hechos de los malos alimentos que antes había comido, y para que el niño, luego en naciendo, mame la mesma leche de que se mantuvo en el vientre de su madre, a lo menos hecha de los mesmos manjares.

Lo cuarto es no acostumbrar el niño a dormir en cama blanda, ni traerlo muy arropado, ni darle mucho a comer; porque todas estas tres cosas dice Hipócrates que enjugan y desecan las carnes, y las contrarias las engordan y ensanchan. Y haciendo esto, se criará el niño de grande ingenio y vivirá muchos días por razón de la sequedad. Y de lo contrario, verná a ponerse hermoso, gordo, lleno de sangre, y bobo; el cual hábito llama Hipócrates atlético, y lo tiene por muy peligroso.

Con esta mesma receta y orden de vivir se crió el hombre más sabio que ha habido en el mundo, que fue Cristo nuestro redentor, en cuanto hombre; salvo que por nacer fuera de Nazaret, por ventura no tuvo su madre a mano agua salada con que lavarlo. Pero ello era costumbre judaica y de toda el Asia, introducida por algunos médicos sabios para dar salud a los niños; y, así, dice el profeta: Et quanto nata es in die ortus tui, non est praecisus umbilicus tuus, et aqua non es lota in salutem, nec sale salita, nec involuta pannis. Pero, en lo demás, luego en naciendo comenzó a hacer amistad con el frío y con las otras alteraciones del aire. Y su primera cama fue en el suelo y mal vestido, como si quisiera guardar la receta de Hipócrates. A pocos días caminaron con él a Egipto, lugar de mucho calor, donde estuvo todo el tiempo que Herodes vivió. Andando su madre de esta manera, cierto es que le daría la leche bien ejercitada y hecha a las alteraciones del aire.

Lo que le daba a comer fue el manjar que los griegos hallaron para dar ingenio y sabiduría a sus hijos. Éste dijimos atrás que era la parte butirosa de la leche comida con miel. Y, así, dijo Isaías: Butyrum et mel comedet, ut sciat reprobare malum et eligere bonum. Por las cuales palabras parece que quiso el profeta dar a entender que, aunque era Dios verdadero, había de ser juntamente hombre perfecto, y que para adquirir sabiduría natural había de hacer las mesmas diligencias que los otros hijos de los hombres. Aunque esto parece dificultoso de entender, y aun es disparate pensar que, porque Cristo nuestro redentor comiese manteca y miel siendo niño, había de saber reprobar lo malo y eligir lo bueno cuando mayor, siendo Dios como era, de infinita sabiduría y habiéndole dado en cuanto hombre toda la ciencia infusa que podía recibir según su capacidad natural. Por donde es cierto que sabía tanto en el vientre de su madre como cuando había treinta y tres años, sin comer manteca ni miel, ni aprovecharse de otros medios naturales que requiere la sabiduría humana.

Pero, con todo eso, hace gran fuerza que el profeta haya señalado el mesmo manjar que los troyanos y griegos acostumbraban dar a sus hijos para hacerlos ingeniosos y sabios, y que diga ut sciat reprobare malum et eligere bonum… para entender que, por razón de aquellos alimentos, adquiriese Cristo nuestro redentor (en cuanto hombre) más sabiduría adquisita de la que alcanzara si usara de otros manjares contrarios; o es menester explicar aquella partícula ut para saber qué es lo que quiso decir hablando por tales términos.

Y, así, hemos de suponer que en Cristo nuestro redentor había dos naturalezas, como es verdad y así nos lo muestra la fe: la una divina, en cuanto era Dios verdadero; y la otra humana, compuesta de ánima racional y cuerpo elementado, dispuesto y organizado como lo tienen los otros hijos de los hombres.

Cuanto a la primera naturaleza, no hay que tratar de la sabiduría de Cristo nuestro redentor, porque era infinita, sin aumento ni disminución, ni depender de otra cosa ninguna más de que, por ser de Dios, era tan sabio en el vientre de su madre como lo era siendo de treinta y tres años, y lo era ab aeterno.

Pero, en lo que toca a la segunda naturaleza, es de saber que el ánima de Cristo, dende el punto que Dios la crió, fue bienaventurada y gloriosa, como lo está el día de hoy; y pues gozaba de Dios y de su sabiduría, cierto es que no ternía ignorancia de nada, sino que tuvo tanta ciencia infusa, cuanta cabía en su capacidad natural. Pero, con esto, es cierto que, así como la gloria no se comunicaba a los instrumentos del cuerpo (por la razón de la redención del género humano), tampoco la sabiduría infusa, por no estar el celebro dispuesto ni organizado con la calidades y sustancia que son necesarias para que el ánima con tal instrumento pudiese discurrir y filosofar. Porque si nos acordamos de lo que en el principio desta obra dijimos, las gracias gratis datas que Dios reparte entre los hombres piden ordinariamente que el instrumento con que se han de ejercitar y el sujeto en que se han de recebir tengan las calidades naturales que cada don ha menester. Y es la causa ser el ánima racional acto del cuerpo, y no obrar sin aprovecharse de sus instrumentos corporales.

El celebro de Cristo nuestro redentor (siendo niño y recién nacido) tenía mucha humidad, porque en tal edad es así conveniente y cosa natural; pero, por ser tanta en cantidad, no podía su ánima racional discurrir naturalmente ni filosofar con tal instrumento; y, así, la ciencia infusa no pasaba a la memoria corporal ni a la imaginativa ni al entendimiento por ser estas tres potencias orgánicas (como ya lo dejamos probado) y no estar con la perfección que habían de tener. Pero, yéndose el celebro desecando con el tiempo y con la mayor edad, iba el ánima racional manifestando cada día más la sabiduría infusa que tenía y comunicándola a sus potencias corporales.

Y, fuera desta ciencia sobrenatural, tenía otra que se toma de las cosa que oyen los niños, de lo que ven, de lo que huelen, gustan y palpan; y ésta, es cierto, la adquiría Cristo nuestro redentor como los otros hijos de los hombres. Y así como para ver bien las cosas tenía necesidad de buenos ojos y para oír los sonidos de buenos oídos, por la mesma razón tenía necesidad de buen celebro para juzgar entre lo bueno y lo malo. Y, así, es cierto que por comer aquellos manjares tan delicados se iba organizando cada día mejor su cabeza y adquiriendo más sabiduría; de tal manera, que si Dios le quitara la ciencia infusa tres veces en el discurso de su vida para ver lo que había adquirido, halláramos que de diez años sabía más que de cinco, y de vientre más que de diez, y de treinta y tres más que de veinte.

Y que esta doctrina sea verdadera y católica, pruébalo el Texto evangélico a la letra diciendo: Et Jesus proficiebat sapientia et aetate et gratia apud Deum et homines. De muchos sentidos católicos que la Escritura divina puede recebir, yo siempre tengo por mejor el que mete la letra que el que quita a los términos y vocablos su natural significación.

Qué calidades sean las que ha de tener el celebro y qué sustancia, ya dijimos, de opinión de Heráclito, que la sequedad hacía al ánima sapientísima; y de sentencia de Galeno probamos que, estando el celebro compuesto de sustancia muy delicada, hace el ingenio sutil. La sequedad iba adquiriendo Cristo nuestro redentor con la edad, porque dende que nacemos hasta que morimos nos vamos desecando y enjugando las carnes, y sabiendo más. Las partes sutiles y delicadas del celebro se le iban rehaciendo comiendo aquellos manjares que dijo el profeta Isaías; porque si cada momento se había menester nutrir y reparar la sustancia que se exhalaba, y esto se había de hacer con manjares y no con otra materia ninguna, cierto es que si comiera siempre vaca o tocino que en pocos días hiciera un celebro grueso y de mal temperamento, con el cual no pudiera su ánima racional reprobar lo malo y eligir lo bueno si no fuera por vía de milagro y usando de su divinidad. Pero, llevándolo Dios por los medios naturales, mandó que usase de aquellos manjares tan delicados, de los cuales manteniéndose el celebro, se haría un instrumento tan bien organizado, que, aun sin usar de la ciencia ni infusa, pudiera naturalmente reprobar lo malo y eligir lo bueno, como los otros hijos de los hombres.

LAUDETUR CHRISTUS IN ÆTERNUM http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000006.htm – I_44_#I_44_http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000006.htm – I_46_#I_46_[Digresión sobre el fuego] « Pero esto de entrar el fuego por el pulso y la respiración para reparar el fuego perdido que estaba en nuestra composición, no es cosa que se deja entender, ni la experiencia nos lo muestra. Ni tampoco pudo Galeno atinar cómo estando el fuego en el cóncavo de la Luna, según la opinión de los peripatéticos, podía bajar a la generación y conservación de los mixtos, estando muchos de ellos no solamente en la superficie de la tierra, pero en el profundo del mar, y otros en las muy cavidades de la tierra; mayormente siendo su apetito natural subir a lo alto por ser más liviano que el aire, y nunca descender si no es haciéndole alguna gran violencia. Y, así, fingió que el fuego estaba partido en minutísimas partes, a manera de átomos, y trabado con el aire con una liviana mixtión para socorrer a la conservación y generación de las cosas naturales.

Pero realmente la opinión de Galeno es falsa, y mucho más la de Aristóteles en poner la esfera del fuego en el cóncavo de la Luna. Porque es cierto que Dios y Naturaleza nunca hacen cosa baldía y sin fin. Estando el fuego en el cóncavo de la Luna, no sirve de nada. Luego Dios no lo crió, y si lo crió no lo puso en tal lugar. Y que no sirva de nada estando allí, es cosa muy clara discurriendo por todos los aprovechamientos que del fuego se pueden tener.

Lo primero, no alumbra ni calienta ni humea, que son los indicios propios con que se da a conocer doquiera que está, y sin ellos vanamente y de gracia se afirma haber fuego en ningún lugar. Ni dél se componen los mixtos, que es el fin principal para que Dios los crió. Y si no, díganme los peripatéticos: cuando el hombre se engendra en el vientre de su madre, y el pez en lo profundo del mar, y la planta debajo la tierra ¿cómo conoce el tiempo y el lugar donde ha de acudir, y cómo desciende contra su inclinación natural, y sin matarle tanta cantidad de agua como hay en el mar? Paréceme que si no es dándole al fuego un grande entendimiento que le rija y gobierne, que de otra manera no se puede hacer ni entender. Este argumento convenció grandemente a Galeno, y mucho más a Hipócrates, pues llanamente dijo: omne enim quod inter caelum et terram est, spiritu repletum est. Porque le pareció opinión fuera de toda razón y sentido poner fuego encima del aire, viendo que la generación y conservación de los animales y plantas no se puede hacer sin que el fuego se halle presente. Y espántome yo de Galeno, que dijese en medicina y en filosofía natural una cosa tan ajena del sentido y no menos de la razón, y contra lo que dijo Hipócrates, siendo tan su amigo.

El segundo argumento restriba en aquel verdadero dicho de Aristóteles que dice: inter corpora simplicia solus ignis nutritur. La cual nutrición no ha menester la tierra, ni el agua, ni el aire; porque ellos solos por sí se conservan sin ayuda de nadie. Pero si el fuego no está gastando y consumiendo alguna materia, luego se apaga; porque, como dijo Aristóteles, no es otra cosa sino humo encendido, y donde no hay humo no puede haber llama. Porque el humo es de naturaleza de aire, y de este elemento (dijo Hipócrates) se mantiene el fuego doquiera que está, y así dijo: spiritus nutrimentum praebet igni, quo si ignis privetur, vivere non possit. Y así es verdad; porque los mixtos donde predomina el aire son los que sustentan al fuego, como son pez, resina, aceite, sebo, manteca, cera y leña; y donde es superior el agua y la tierra, le matan. Lo cual siendo así ¿qué materia es la que conserva tanta cantidad de fuego como hay en el cóncavo de la Luna? Porque, siendo un agente tan feroz y activo, en seis mil años que ha su creación ya hubiera gastado y consumido toda la esfera del aire, tierra y agua, sin poderse retratar.

A esto podrían responder los peripatéticos (según su opinión) que el fuego en su esfera no tiene actividad, ni calienta ni alumbra ni humea ni gasta materia alguna en su nutrición, y que lo que dijo Aristóteles se entiende del fuego elementado que acá tenemos. En la cual respuesta entiendo que el argumento tiene fuerza, pues les hace responder una cosa que ni el sentido ni el entendimiento les ayuda a su defensa; antes los condena claramente, porque de lo que dicen jamás han tenido experiencia, ni le han visto ni tocado si quema o no, y faltando el sentido en filosofía natural, luego cesan los buenos discursos del entendimiento y en su lugar entra la imaginativa fingiendo montes de oro y bueyes volando. Si preguntamos a los peripatéticos por qué causa la media región del aire es frigidísima, todos responden que, huyendo el frío del gran calor del fuego, se junta y condensa en aquel lugar por vía de antiparistasis. Luego, según esta respuesta, el fuego calienta estando en su esfera, pues el frío huye de su calor. También es común lenguaje de los peripatéticos que de aire fácilmente se hace fuego y de fuego aire. Y preguntándoles la causa, dicen que el fuego conviene con el aire en el calor y es contrario en la humidad, y que el fuego, corrompiendo con su sequedad la humidad del aire, fácilmente le convierte en sí. Lo cual no acontesce haciéndose de agua fuego; porque es necesario corromper primero dos calidades contrarias (que son frialdad y humidad) antes que introduzca su forma, y en esto forzosamente se ha de tardar. También, si los puros elementos no tuviesen actividad en su esfera, es imposible que los mixtos se pudiesen engendrar. Porque juntándose en la mixtión, ninguno perdería sus fuerzas, pues es cierto que cada elemento las ha de perder con la actividad de su contrario; y si ninguno tiene actividad siendo puro, luego cesaría la mixtión, que es mixcibilium alteratorum unio. Y si venidos los puros elementos a la mixtión, tienen actividad ¿cómo sabes que en su esfera no la tenían? También dices falsamente que aquella sentencia de Aristóteles que dice inter corpora simplicia solus ignis nutritur, se entiende del fuego elementado que acá tenemos. Pues es cierto que los libros De generatione et corruptione, donde él puso esta proposición, están dedicados para los movimientos y alteraciones de los cuatro elementos puros, y no a los mixtos. Y si no, díganme los peripatéticos por qué causa quema, alumbra y humea y se nutre el fuego que acá tenemos, y el puro no. Pues es cierto que los mixtos siguen el movimiento y calidades del elemento que predomina en la mixtión; y si él no las tuviera, tampoco se hallaran en los mixtos.

El tercer argumento está fundado en que es imposible haber llama de fuego si no hay humo. Porque el ser y naturaleza suya, dijo Aristóteles, era fumus incensus. Y el humo tiene esta calidad: que si no tiene chimenea y respiraderos por donde salir, él propio ahoga y mata la llama; como parece en el fuego que se enciende dentro de la ventosa, que por faltarle el respiradero en un momento se apaga. Luego si la esfera de fuego no es otra cosa sino humo encendido ¿cómo es posible que se pueda conservar en el cóncavo de la Luna no teniendo respiraderos? Mayormente que el humo no es otra cosa (dice Aristóteles) sino lo térreo y aéreo de la cosa que se quema.

El cuarto argumento restriba en un dicho muy celebrado de Aristóteles y muy verdadero: que este mundo interior se gobierna por los movimientos y alteraciones de las estrellas y cielos, especialmente de la Luna y el Sol, sin los cuales era imposible pasar, ni la tierra fructificar. Y si la esfera de fuego estuviera entre el cielo y el aire, naturalmente no se podía hacer; porque las influencias frías y húmidas del invierno no podían pasar ni alterar estos inferiores, porque primero habían de enfriar y humedecer al fuego, y el fuego al aire, y el aire a la tierra. Pues decir que el fuego puede a tanta frialdad y humidad que enfríe y no caliente, y que humedezca y no deseque, quedándose fuego, yo no creo que habrá filósofo en el mundo que tal ose afirmar. Porque, según la opinión de Aristóteles, todos los demás elementos se pueden extrañar y perder sus calidades primeras y adquirir las contrarias, sin corromperse, si no es el fuego. Y así dice que todos se pueden podrir, y él no, porque no puede recebir humidad, ni hay otro agente en el mundo que sea más caliente que él. La tierra, aunque es fría y seca, se puede calentar y humedecer quedándose tierra; y el agua, aunque es fría y húmida, puede concebir tanto calor, que queme y abrase, sin perder su naturaleza; y el aire vemos que recibe en sí todas las alteraciones del cielo quedándose cielo. Sólo el fuego no lo puede hacer sin apagarse, o vencer al que le altera. La mesma dificultad tienen las influencias calientes y secas, que, para pasar a nosotros, han de calentar primero y desecar al fuego más de lo que él estaba, y el fuego al aire, y el aire a nosotros. Pues decir que el fuego, estando puro y en su lugar natural, se puede calentar y desecar más que lo sumo en que está, es desatino muy grande; pero para adquirir un grado de calor se ha de perder otro de frialdad, y si el fuego estaba caliente en sumo, ningún grado de frialdad tenía consigo cuando las influencias calientes pasaron por él. Sólo podrían decir los peripatéticos que las influencias alteran al aire y no al fuego, que es peor que podían imaginar.

Pero ya que hemos comenzado a tratar de esta materia del fuego, será bien acabarla y desengañar a los filósofos naturales de otros muchos errores que de este elemento hasta aquí han concebido. Uno de los cuales es pensar que el fuego es la cosa más liviana que hay en el mundo; y de ahí les nació el ponerlo encima del aire. Y si lo consideramos bien, hallaremos claramente que el fuego es la cosa más pesada que hay o por lo menos es causa que las cosas sean pesadas, gastándoles en su nutrición el aire que las hacía livianas y porosas, y que apetece el descender y no subir.

La primera razón en que me fundo es ver por experiencia que la llama de cualquier fuego tiene dos movimientos naturales, sin los cuales no puede vivir un momento: el uno es lo alto, con el cual expele de sí los excrementos que hace en su nutrición; y el segundo a lo bajo, para tomar el alimento que es necesario para su nutrición. Este movimiento ningún filósofo natural lo puede negar; porque si tomamos dos candiles, el uno muerto y humeando, y el otro encendido puesto en lo alto, veremos claramente que baja la llama dende el candil vivo por el humo adelante hasta pegarse con la mecha del muerto. Y si Dios pusiese una vela encendida desde el cóncavo de la Luna hasta el centro de la Tierra, bajaría la llama por toda esta distancia sin violencia ninguna. El movimiento a lo alto, aunque Galeno y los filósofos naturales dicen que es el más natural, están muy engañados, porque aquella elevación que hace pirámide a lo alto es propia del humo, donde la llama está sujetada por ser livianísima. Lo cual se prueba claramente viendo que, como se va perdiendo el humo, se va bajando la llama y consumiendo.

El segundo argumento se colige en ver por experiencia que todos cuantos mixtos hay donde el fuego es superior a los demás elementos son gravísimos y pesan mucho más que los térreos. Y si no, discurran los peripatéticos por todos los minerales y fuegos potenciales que llaman los médicos; y hallarán que queman como fuego, y en pequeña cantidad pesan mucho. Y si el fuego fuera tan liviano como dicen, cierto es que los mixtos donde él es superior lo fueran también. Lo cual no se puede negar, porque los mixtos donde el aire es superior, por ser liviano, nadan sobre el agua; y trae Aristóteles por ejemplo los árboles, y de ellos se saca el ébano negro que, por faltarle el aire y tener mucho de tierra, se sume en el agua. Pues ¿qué razón hay que siendo el fuego más liviano que el aire, los mixtos ígneos se hundan tan presto en el agua, y no los aéreos? El tercer argumento es ver y considerar con cuánta presteza sube a lo alto una exhalación caliente y seca, como es el humo, y con cuánta violencia torna a bajar si se enciende y se hace fuego. Y si no, díganme los peripatéticos de qué manera y de qué causa material se hace el rayo, y veremos claramente cómo el fuego es más grave que liviano. La causa material de que se hace el rayo (dice Aristóteles) es una exhalación caliente y seca de naturaleza de humo, la cual por ser liviana subió a lo alto, y, mezclándose con las nubes por vía de antiparistasis y con el movimiento, se convirtió en fuego. Siendo esto así ¿cómo es posible que la exhalación que por ser liviana subió a lo alto, después de encendida y hecha fuego baje, y con tanta furia y velocidad que parta una torre por medio, habiendo dos causas para subir a lo alto y ninguna de bajar? A esto podrían responder los peripatéticos (aunque mal) que aquel descender del rayo es violento y causado por la expulsión de la nube donde estaba encerrado. Pero esto no lo pueden decir. Porque antes la nube no le deja salir, y por estar tan cerrado, el propio rayo rompe la nube y se sale. Pero si es verdad que, la exhalación hecha, es tan liviana ¿por qué causa no rompe la nube por lo alto de ella, siendo aquél su lugar natural? Yo, cierto, no puedo alcanzar con mi entendimiento que la nube, siendo un vapor tan blando, dé un golpe con tanta furia en la exhalación encendida, que le haga bajar y entrar debajo la tierra siete estados. Porque, así como lo grave no tiene ni puede tener de suyo más que un ímpetu, y éste al centro de la tierra, así lo que es liviano impide a lo alto y no puede rempujar a nadie hacia lo bajo.

De manera que, para subir el rayo a lo alto, hay tres causas: la primera, la exhalación; la segunda, el fuego; y la tercera, la nube; y ninguna hay para bajar. Por donde estoy persuadido (hasta que haya quien me desengañe) que el fuego es muy más pesado que la tierra, y que su lugar natural es el que dirá el capítulo que se sigue.

Cuanto al tercer punto, que era decir y firmar que la esfera del fuego naturalmente estaba en el centro de la tierra, se infiere muy bien de haber probado que el fuego es la cosa más pesada del mundo. Mayormente viendo y considerando cuán bien consuenan las cosas poniendo al fuego en este lugar, y cuántos inconvenientes han nacido de ponerlo en el cóncavo de la Luna. La nutrición del fuego, la expulsión del humo, y la generación de los ímpetus, se hace sin ninguna contradicción. Porque el fuego tiene virtud de atraer a sí todas las cosas y las cavidades de la tierra están llenas de aire y de agua. Teniendo junto consigo estos tres elementos (tierra, agua y aire), fácilmente los mezcla, los cuece y altera, y de ellos hace alimento para mantenerse (como es el alcrebite y salitre), y tiene grandes caminos y respiraderos por donde despedir el humo y ventilarse. De lo cual es evidente argumento las Herrerías de Vulcano en Puzol, junto a Nápoles, donde aparecen lagos y montañas de fuego dende que Dios crió el mundo. Y de la manera que se ven éstas habrá otras muchas más por el redondez de la Tierra, donde el fuego se mantiene con mil géneros de minerales acomodados a su nutrición. Y de la manera que este fuego se nutre y mantiene acá en lo exterior, entenderemos fácilmente lo que pasa allá en el centro de la Tierra, porque yo no dudo sino que estas montañas y lagos de fuego son del mismo género, y por ventura respiraderos suyos.

El segundo argumento que me convida, y aun me fuerza, a poner la esfera del fuego en el centro de la Tierra es ver la buena consonancia que hace con esta opinión todo lo que la Iglesia católica nos enseña del fuego infernal. Del cual afirman todos los teólogos que es del mismo género y tiene las mismas calidades que este que acá tenemos, y que Jesucristo descendió a los infiernos donde estaba este fuego. Y no es de creer que, habiéndole Dios hecho livianísimo (porque aquella era su naturaleza), le hiciese aquella violencia de tenerlo en el centro de la Tierra, siendo su lugar natural el cóncavo de la Luna, donde Dios pudiera atormentar la ánimas y demonios con la misma facilidad que en el centro de la Tierra; especialmente habiéndolo criado desde el primer día de la constitución del mundo, donde a cada elemento dio su lugar natural sin hacer violencia a nadie.

Y que Dios criase esfera de fuego luego que formó esta máquina que vemos del mundo es cosa que no se puede negar, conforme aquello: ite, maledicti in ignem aeternum qui paratus est diabolo et angelis ejus ab origine mundi. También nos enseña la fe que el mundo se ha de acabar por fuego, conforme aquello: qui venturus… Y se sigue claramente de los fundamentos de esta opinión, porque siendo la Tierra finita (y los demás elementos), y el actividad del fuego infinita, y gastando de ellos siempre en su nutrición sin poderse reparar, forzosamente se ha de venir a consumir, conforme aquello: omne finitum per ablationem finiti tandem consumitur. Dije que la actividad del fuego era infinita, porque siempre le van añadiendo combustibles: sin cesar durará siempre jamás, que es lo que dijo el sabio: ignis vero nunquam dicit: 'sufficit'.

Estando en que Dios crió esfera de fuego y que la puso en el centro de la Tierra y que tiene necesidad de nutrición, se saca respuesta clara y verdadera a un problema harto vulgar, al cual ningún médico ni filósofo natural ha podido responder hasta aquí, aunque de propósito lo han procurado. Y es por qué causa los pozos están fríos de verano y calientes de ibierno.

Aristóteles con todos sus secuaces dicen y afirman que el frío huye en el estío del mucho calor del sol, y por estar más seguro se mete en lo pozos y cuevas, donde topando el agua la enfría; y lo mesmo hace el calor huyendo en el ibierno de su contrario. Esta respuesta no solamente es falsa, pero contradice totalmente a la doctrina del mismo Aristóteles; y espántome yo de Galeno porque, explicando aquel aforismo de Hipócrates ventres hieme et natura calidissimi sunt, le citase en comprobación admitiendo aquella respuesta por muy verdadera. Y así es de saber que, entre los cinco sentidos exteriores, el tacto (dice Aristóteles) es necesario a la vida del hombre y de los demás animales, y los otros cuatro sirven de ornato y perfección; porque sin gusto, olfato, vista y oído vemos que puede vivir el hombre, pero no sin tacto, cuyo oficio (dice Aristóteles) es conocer lo que es nocivo para huirlo y lo que es amigable para seguirlo. Todo lo cual me parece que hace el frío y el calor, sin tener tacto ni conocimiento animal. Lo segundo contradice a otro principio de Aristóteles muy celebrado de los peripatéticos; y es que el accidente no puede pasar de un sujeto a otro sin corromperse. Y la respuesta suya admite que el frío, conociendo que viene en el estío su contrario el calor, va huyendo por el aire adelante hasta entrar en el pozo, y dende allí al agua por tener más seguridad. Lo tercero contradice a un principio de filosofía: que juntando dos contrarios en su sujeto, el uno al otro se remite. Y en la opinión de Aristóteles por fuerza se ha de admitir que el calor o frío se hace más intenso sobreviniéndose su contrario y sin que preceda antiparistasis.

Galeno probó también a responder al problema, descontento de la doctrina de Aristóteles; y así dijo que el agua de los pozos es siempre de una mesma temperatura, pero por tocarla nosotros con diferente tacto, en el ibierno nos parece caliente, y fría en el estío. Y pruébalo con un ejemplo harto acomodado, diciendo que si el hombre se orina dentro en el baño, su propia orina lo enfría, y fuera lo calienta. Pero esta respuesta contradice a su propia doctrina; porque, explicando aquel aforismo ventres hieme et vere calidissimi sunt, dice que realmente tenemos más calor en el invierno que en el estío, y así lo dice el mesmo aforismo. Y las buenas fuentes (dice Hipócrates) han de estar frías en el estío y calientes en el ibierno; y las malas andan con el tiempo, calientes en el estío y frías en el ibierno. Lo cual nos muestra claramente la experiencia haciendo la prueba con la mesma mano en dos pozos, el uno profundo y el otro somero; y hallaremos claramente que el agua del pozo profundo está más fría en el estío, y la del somero caliente. Y lo que muestra la experiencia no admite razones.

Hipócrates respondió al problema mejor que Galeno, y anduvo más cerca de la verdadera solución diciendo que en el estío está muy abierta la tierra y esponjada con el mucho calor del sol; el cual trae y llama para sí el aire que está metido en las cavidades de la tierra, y al tiempo del salir enfría con el movimiento al agua como si la ventilasen con un paño. En el ibierno acontesce al revés; porque con la mucha frialdad del tiempo se cierran los poros de la tierra, y el aire se queda dentro, quieto y sin menearse. Cuánto importe menear el agua y el aire para enfriar, y estar quietos para calentar, pruébalo el mesmo Hipócrates haciendo experiencia en dos pozos de igual profundidad; y así dice que el pozo muy usado tiene el agua fría, y el no usado, caliente.

Pero la verdadera respuesta del problema es que de la nutrición del fuego que está en el centro de la tierra se levantan muchas exhalaciones y humos calientes y secos, los cuales en el estío, por estar la tierra abierta, como dijo Hipócrates, salen fuera sin detenerse en las cavidades de la tierra; y el agua, como es fría de su propia naturaleza, conserva su frialdad, no habiendo quien la caliente. En el ibierno acontesce al revés: que, por estar la tierra cerrada por la mucha frialdad del tiempo, detiene los humos en los huecos y cavidades de la tierra donde está el agua, y así la calientan; como vemos que, cerrado el cañón de la chimenea, se hinche toda la casa de humo y calor, y abierto se torna a enfriar.

El cuarto punto principal era que el fuego se halla en la generación y conservación del hombre sin bajar del cóncavo de la Luna, ni subir del centro de la Tierra, ni entrar por el pulso y la respiración como dijo Galeno. Para lo cual es de saber que el calor natural del hombre no es accidente de los que se ponen en el predicamento qualitatis; sino una llama de fuego formal de la mesma suerte y manera que es la llama de un candil o de una hacha o vela encendida.

Porque las mesmas diligencias se han de hacer para conservar la vida del hombre, que para tener encendida una vela sin que se muera. La vela, si bien lo consideramos, ha menester cuatro cosas: la primera, sebo o cera para mantenerse; lo segundo, tener respiradero para expeler los humos; lo tercero, que entre aire frío y sople con moderación; lo cuarto, que el aire no corra con vehemencia. Cualquiera de estas cosas que falte, luego se apaga la llama. Esto mesmo, sin quitar ni poner, ha menester nuestro calor natural. Del cual dijo Galeno que se conserva con dos movimientos, uno a lo bajo para tornar alimento, y otro a lo alto para echar de sí los humos y excrementos que nacen de su nutrición. Y que entre aire frío que recoja la llama, y que sople con moderación porque no la disipe, esto no era menester que lo dijese Galeno; porque la experiencia nos muestra que faltando sangre se muere el calor natural; y atapando la boca al hombre se ahoga; y puesto en un baño muy caliente, por falta de aire frío viene a perecer; y con el mucho ejercicio y ventilación se disipa.

Dije mucha ventilación, porque la moderada enciende nuestro calor natural; y así Aristóteles, aunque no era médico, dice que el que tiene calentura no se ponga adonde corra aire, porque se enciende más la calentura: aeger febricitans jacere debet inmotus quoad maxime fieri potest, et quiescere; nam certum est ignem marcescere ubi a nullo movetur. Ne adversus flatui cubet; quoniam flatus excitat ignem, et ignis ex parvo margnus assurgit. Obvelandus aeger operiendusque propterea est, quia si nuIlum igni concedatur spiraculum extinguetur. Nec veste quidam exui debet donec sudari caeperit.

Todo esto que dice Aristóteles, y lo que Galeno ha dicho de nuestro calor natural, presupone que es llama como la del candil, y no calor accidente. Porque éste no ha menester nutrirse; ni tiene dos movimientos sursum y deorsum ni necesidad de ventilarse con aire frío, porque antes le mataría, y cuanto más le cubriesen y atapasen, tanto mejor se conservaría. Pero por ser llama, en quitándole los respiraderos y que no entre y salga el aire frío, luego se muere. Y, así, Galeno, necesitado con esta experiencia, hizo un candil dentro de nuestro cuerpo, con su mecha y aceite ardiendo como lo vemos acá en lo exterior; y así dijo: cor ut funiculus est, sanguis ut oleum, pulmo ut organum ir quo est oleum.

De paso no puedo dejar de condenar a Galeno porque, siendo opinión de Platón, Hipócrates y Aristóteles que esta llama que está dentro de nosotros gasta y consume en su nutrición nuestra propia sustancia y húmido radical, dijo que todos tres se engañaban, movido con dos o tres razones indignas de tanto ingenio. La primera es diciendo que el calor natural de cualquiera cosa conserva, mantiene, aumenta y perficiona el sujeto donde está; luego no le gasta y consume, porque esto es de calor extraño y no natural. La segunda certifica que si los miembros de nuestro cuerpo no los disipase el ambiente, y el calor natural guardase el punto que había de tener, aunque el hombre estuviese toda la vida sin comer ni beber no se disminuiría. La tercera, si el calor natural nos gastase el húmido radical en su nutrición, seguirseía que cuanto fuese más copioso, tanto más nos gastaría; lo cual no acontece así, porque en el ibierno es muy copioso y nos gasta menos. La cuarta razón es contra aquellos que dicen que nuestro calor natural de per accidens nos consume y de per se nos conserva; lo cual no se puede afirmar, porque ningún agente hace algo de per accidens sin hacer otra cosa de per se; y si no es calentar, ninguna otra cosa puede hacer, y esto es imposible porque ningún calor puede calentar su propia materia.

A la primera razón respondemos que las cuatro facultades naturales son las que nos conservan, mantienen, aumentan y perficionan aprovechándose de aquella llama encendida, con la cual hacen quilo en el ventrículo y sangre en el hígado y leche en los pechos y médula en los huesos y simiente en los vasos seminarios; la cual variedad no pudiera hacer el calor natural, siendo en todas partes uno. Esta llama encendida es proprísimo instrumento para las facultades naturales, porque trae, retiene, expele y aparta; con las cuales obras hacen ellas lo que quieren modificándolo. Y quejarse de que entretanto gasta y consume el húmido radical es como si el cocinero que hace muy buenos guisos con el fuego se querellase de él porque le gasta y consume la leña. La consecuencia de Galeno, cierto, no es buena; porque de los alimentos que comemos se hace lo mesmo que de nuestro calor natural, y ellos mesmos nos matan y echan a perder el húmido radical. La segunda razón presupone un falso notorio. Porque nuestro calor natural tiene dos movimientos en toda la templanza del mundo, el uno deorsum para tomar alimento, y el otro sursum para expeler los fuligines. Y si toma alimento, forzosamente los ha de gastar. El tercer argumento tiene muy pocas fuerzas. Porque el calor del ibierno, aunque es mucho, es muy templado y remiso; y los cocimientos se hacen muy bien con moderación y mal con intensión, como parece en los febricitantes; y siendo el calor templado, forzosamente ha de gastar poco y reparar mucho. A la cuarta razón respondemos que la obra que el calor natural hace de per se en nuestro cuerpo es nutrirse a él y gastar el húmido radical en su nutrición, como todos los fuegos del mundo; y lo que obra de per accidens es ser instrumento de las facultades naturales. Como el fuego de la cocina tiene por intento principal gastar y consumir en su nutrición leña y carbón, y de per accidens hace los guisados, modificados con la industria del cocinero.

Volviendo, pues, al punto principal, decimos que los animados tienen fuego formalmente en su composición, y así no tienen necesidad que entre de fuera por el pulso y la respiración como dijo Galeno. Y poniendo el fuego en el centro de la Tierra, se engendran los mixtos inanimados con gran facilidad, porque donde no alcanza el fuego, alcanza su calor, y donde no llega el calor, alcanza el humo; el cual, detenido en las cavidades de la tierra, fácilmente se convierte en fuego como cuando se encierra en las nubes. Y, así, no falta el fuego cuando es menester.

En las cosas animadas era dificultoso de dar a entender el cómo y cuándo entran los cuatro elementos en su composición; porque la experiencia nos muestra que el hombre se hace inmediatamente de simiente y que en el vientre de su madre jamás entró tierra, agua, aire ni fuego. Y si queremos saber la generación y principio de la simiente humana, ella cierto se hizo de sangre, y la sangre de quilo, el quilo del pan y carne que comemos. Y si queremos averiguar la compostura del pan, hallaremos que se hizo de harina de trigo, y el trigo de la caña, y la caña de otro grano de trigo que se sembró. Y aunque demos mil vueltas en la generación y nutrición de los mixtos animados, siempre hemos de comenzar y acabar en simiente, y no en los cuatro elementos. Que es la a letra lo que dijo la divina Escritura: germinet terra herbam virentem et facientem semen, et lignum pomiferum faciens fructum juxta genus suum cujus semen in semetipso sit super terram.

A esta dificultad responde Galeno que las plantas se mantienen inmediatamente de los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego, porque tienen fuertes estómagos para alterarlos y cocerlos, y así preparados los dan a comer a los animales perfectos, como quien cuece y asa la carne para que nuestro estómago la pueda cocer. Pero porque las plantas no tienen pulso ni respiración, no pudo atinar cómo el fuego se hallase en la nutrición y generación de las plantas y de su simiente.

Y mayor dificultad le hicieron los mixtos inanimados. Para declaración de lo cual es de saber que el medio que Naturaleza tiene para juntar los cuatro elementos en la generación de todos los mixtos, inanimados y animados, y engendrar fuego normal sin que baje del cóncavo de la Luna ni suba del centro del Tierra, es la putrefacción que padecen las cosas antes que se corrompan, con la cual se suelta la mixtión de los cuatro elementos y queda cada uno por sí. Esto, sin controversia, lo admiten los médicos y filósofos naturales; porque por la putrefacción pierden las cosas que se pudren el modo de sustancia que antes tenían, y de secas (dice Aristóteles) se hacen húmidas, y de frías, calientes. La manera como se pudren las cosas, dice Aristóteles, es y acontesce cuando el calor del ambiente es mayor que el calor natural de la cosa que se pudre: entonces le trae para sí y le saca del sujeto donde está; cuyo oficio era tener abrazados los demás elementos en la mixtión. De esta alteración luego se levanta calor y más calor, hasta que se forma llama de fuego, que quema y abrasa como si bajara del cielo; lo cual prueba Galeno por muchos ejemplos. Especialmente cuenta que un montón de estiércol de palomas se pudrió por darle muchos días el sol, y vino a arder en vivas llamas y quemó la casa donde estaba.

Es tan necesaria la putrefacción para las obras de Naturaleza, que, si no precede, es imposible que se engendre nada de nuevo ni se nutra ni aumente. Si la simiente humana (y cualquiera otra de animales y plantas) está mil días en el vientre de la mujer sin podrirse, ninguna cosa se engendrará; porque el modo de sustancia que es bueno para la simiente es malo para los huesos y carne del hombre, y tomar esta manera de sustancia sin desatar primero los elementos que estaban en la simiente y tornarlos a mezclar y cocer es cosa que no puede ser.

A la cual filosofía aludiendo el Evangelio, dijo: nisi granum frumenti cadens in terram mortuum fuerit, ipsum solum manet. Cuando Dios crió el mundo (dice el Texto divino) cubrió la tierra con agua, y después de bien recalada la descubrió para que el sol la pudriese con su calor y de la putrefacción resultase un vapor hecho fuego, de que se compuso el hombre y los demás animales y plantas; y así limus, que fue la materia de que se compuso Adán, querrá decir «tierra mojada con agua, y podrida». Cuán fecunda se haga la tierra cubriéndola primero con agua, y luego descubrirla y aguardar que se pudra con el calor del sol antes que se siembre, nótalo Platón considerando la fecundidad de Egipto con las inundaciones del Nilo.

La mesma fecundidad tenía el Paraíso terrenal, porque a ciertos tiempos salían de madre aquellos cuatro ríos y cubrían la tierra, y vueltos a su corriente, se podría con el calor del sol y así se hacía fecunda.

En la nutrición del estómago se echa más claro de ver, que en la generación de los animales y plantas. Y, así, es cierto que para que la carne que comemos pueda nutrir y ser verdadero alimento, conviene que se pudra primero y pierda su calor natural, y se desbarate la unión de sus elementos y adquiera, por la obra del estómago, otro modo de sustancia conveniente a la sustancia del que se ha de nutrir. De lo cual es evidente argumento ver que la carne manida se cuece más presto, en la olla y en el estómago, que la que es recién muerta; y manirse la carne ninguna otra cosa es sino podrirse y apartarse los elementos de la mixtión y composición. De lo cual es indicio manifiesto ver que, en matando la carne, luego cobra un poco de mal olor, y éste va creciendo por horas y días hasta que ya no se puede sufrir; y, con esto, cierta flojedad que enseña la separación de sus partes.

No menos lo demuestran los regüeldos que salen del estómago a una o dos horas después de haber comido, cuyo mal olor no se puede sufrir; y pasado más tiempo salen de mejor sabor y olor. Del cual efeto, supuesta la doctrina que vamos probando, es clara su razón; porque cuando huelen mal, están los manjares en el término de la putrefacción, y cuando bien, han salido ya de la putrefacción y pasado a la concocción, con la cual alteración (dice Hipócrates) las cosas podridas pierden su mal olor. Las heces y excrementos del hombre sano y templado huelen mal por esta mesma razón. Porque en el término de la putrefacción sacó Naturaleza de los manjares lo que era hábil para nutrir, y esto coció y alteró; y los excrementos, por ser inhábiles para cocerse, se los dejó en el término de la putrefacción con una liviana concocción, la cual por su imperfección no los pudo librar del mal olor. Por donde se entiende claramente que la primera obra del buen estómago (después de la fusión) es podrir los manjares y sacarles afuera su calor natural (como ambiente más poderoso), y luego mezclarlos y cocerlos conforme al modo de sustancia que él ha menester. Todo lo cual admite de buena gana la filosofía natural, porque pasar las cosas naturales de una especie a otra sin que preceda corrupción, es cosa imposible.

Con esto hemos cumplido con el cuarto punto principal; pues es cierto que la cosa que se pudre levanta fuego y calor para que otra se engendre, sin que venga de la esfera inferior ni superior. Pero, antes que vengamos al último punto, no puedo dejar de condenar una sentencia de Aristóteles por ser contra la doctrina que hemos traído y fuera de toda razón y experiencia. Él dice que los manjares que se cuecen en el estómago, que se cuecen en su proprio calor natural y no con el calor del estómago; y según lo que hemos dicho, lo primero que hace el estómago con los manjares es podrirlos y quitarles su calor natural. La razón en que se funda Aristóteles es ver por experiencia que las frutas que se cogen de los árboles por madurar se cuecen y maduran con su propio calor y no con el árbol de donde se quitaron; y el mosto hierve y se cuece con su proprio calor, y no con el calor de la tinaja; y la simiente en el útero se cuece y de ella se hacen las partes seminales, y no con el calor del útero. Y pues la razón formal de la concocción es que se haga de su proprio calor natural y no del ajeno, luego a todo género de concocción se ha de extender.

A esto se responde por aquel principio del mesmo Aristóteles que dice: omne quod movetur ab alio debet moversi. El hervir el mosto y el aceite, y madurarse las frutas cogidas del árbol, cierto es que hierven y se maduran con la virtud y calor del árbol donde primero estuvieron. Porque el ánima vegetativa y sus virtudes naturales son muy partibles, y duran cortadas del árbol muchos días sin perderse. Y la uva lleva consigo el hollejo, la simiente y el escobajo, y con ello su calor natural; todo lo cual, o tiene ánima vegetativa, o virtud impresa de la vid; y con ésta hierve el mosto, como la saeta se mueve con la virtud que la ballesta le imprimió y no con la suya. Esto saben muy bien los que hacen vino: que echando en la tinaja casca mal pisada o medio entera, hierve el mosto con mayor furor.

Los manjares se cuecen en el estómago con aquella llama de fuego que dijimos, la cual está colgada de la sustancia del estómago como la llama del candil de la mecha. Ésta, entremetida con los manjares, los licúa, los corta, los adelgaza, los mezcla y cuece, ayudada y modificada con la industria de las cuatro facultades naturales. Y, así, decimos que la razón formal de la concocción no es que se cueza la cosa con su calor natural, sino con el ajeno moderado y templado; lo cual se prueba claramente discurriendo por todas las especies de concocción, que son: maturitas, elixatio et assatio. Quien madura las frutas es el calor del árbol y del sol; quien cuece la carne en la olla son tres calores, uno que está en el fuego, otro en el barro de la olla, y otro tercero que está en el agua que inmediatamente toca en la carne; quien asa la carne es el calor del carbón. Quien cuece los manjares en el estómago es el propio calor natural del estómago.

Lo que forzó a Aristóteles a decir que las cosas se cuecen con su calor natural fue ver hervir el mosto en la tinaja y hacerse vino apartado de la vid. Y si él advirtiera que en las venas se hace sangre con la virtud enviada del hígado, aunque está apartado, entendiera que el mosto hierve en la tinaja con la virtud concoctriz de la vid y con su calor natural, todo lo cual trujo consigo cuando lo quitaron de la vid; porque omne quod movetur ab alio debet moveri. De la cual proposición y verdadero principio forzado Aristóteles, vino a confesar lo que yo tengo probado; y así dijo: nam et cibi in corpore concoctio elixationi similis est: etenim a corporis calore in humido et caldo fit.

Cuanto al quinto punto principal, dice santo Tomás que ni del aire ni del fuego se hizo expresa mención, tratando de creación de las cosas, porque aquello escribió Moisés a un pueblo rudo y sensual, y estos dos elementos no se perciben de la gente ruda; y por la mesma razón no hizo expresa mención de los ángeles en todos aquellos capítulos. Platón, como lo refiere san Agustín, por aquella dicción caelum entendió el fuego, porque él tuvo por opinión que el cielo era de fuego. Rabí Moisés dice que por aquella dicción tenebris se entiende el fuego, el cual en su propria esfera no da luz. Cayetano responde que por el abismo, que dice Moisés, entendió el fuego y el aire, que son cuerpos diáfanos, y con la luz son transparentes y sin ella oscuros; y por razón de la obscuridad los llamó abismos.

Del aire dicen otros que hizo mención Moisés por aquellas palabras: et spiritus Domini ferebatur super aquas. Y que el aire se llame «espíritu del Señor» pruébalo claramente con aquel Psalmo de David: flabit spiritus ejus et fluent aquae. Porque, aunque es verdad que todas las cosas criadas en este mundo son de Dios y de todas es señor absoluto conforme aquello: Domini est terra et plenitudo ejus, pero algunas llama la Escritura particularmente suyas más que otras, que son las muy grandes o aquellas de que Él más se sirve. Y así llama la Escritura montes Dei; y el Evangelio llama a Cafarnán ciudad de Dios, y no a Nazaret de donde era natural, porque allí se debía cumplir más su voluntad. Del aire se podría decir lo mesmo, porque es el instrumento con que Dios gobierna estos inferiores; y así dijo Hipócrates: spiritus hiemis et aestatis causa est: in hieme quidem frigidus et condensatus, in aestate autem mitis et tranquilus, quum et Solis et Lunae et Astrorum omnium cursus per spiritum procedunt. Otros dicen que por aquellas palabras et spiritus, Domini ferebatur super aquas se entiende el Espíritu Santo. Él sea siempre con nosotros, amén.

La razón que yo daría por que Moisés no hizo mención del fuego en el Génesis es que Dios no se lo quiso revelar a nuestros primeros padres en el principio del mundo; porque estaban en gracia y los procuraba antes regalar y darles contento, que pena y temor, amenazándolos con una cárcel y tormento tan grave y eterno. Lo cual parece claramente considerando que por el pecado que hicieron habían de ir al fuego infernal que tenemos dicho, si Dios no los perdonara; y la pena del precepto no suena más que la muerte corporal. Y esto mesmo quiso representar Moisés en el Génesis, como si Adán no hubiera pecado ».

http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000006.htm – I_45_#I_45_http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000006.htm – I_47_#I_47_[Digresión sobre la sal] « Pero es menester escoger la sal que sea muy blanca y que no sale mucho; porque la tal es de partes sutiles y muy delicadas, y, por lo contrario, la morena es muy terrestre y destemplada y sala mucho en pequeña cantidad.

Cuánto importe la sal echada en los alimentos, no solamente que comen los hombres y brutos animales, pero aun las plantas, notólo Platón diciendo 'que la sal no solamente da gusto y contento al paladar, pero da ser formal a los alimentos para que puedan nutrir'. Sola una falta tiene, y ésta es muy grande: que no habiendo sal, ninguna cosa hay criada en el mundo que supla por ella. Todas las demás cosas de que el hombre se aprovecha en esta vida tienen su lugarteniente si ellas faltan: sola la sal nació sola para el fin que fue criada. Porque si falta pan de trigo, hay de cebada, centeno, panizo, avena y escaña; y si falta vino para beber, hay agua, cerveza, leche, zumo de manzanas y de otras frutas; y si falta paño para vestir, hay pieles de animales, de las cuales vistió Dios a nuestros primeros padres para echarlos del Paraíso terrenal; y si no, lienzos, sedas, cáñamo y esparto. Y, así, discurriendo por las demás cosas, hallaremos que todas tienen quien supla sus faltas, sino es la sal, que nació sola para su fin.

A la cual propriedad aludiendo Cristo nuestro redentor en su Evangelio, dijo a sus discípulos: vos estis sal terrae: si sal evanuerit in quo salietur? Como si dijera: 'discípulos míos y doctores de la Iglesia, mirá que sois sal de tierra, y si vosotros os perdéis ¿en qué otra cosa que tenga las veces de sal salaremos al pueblo cristiano?' Porque sabe que no la hay. Y otro Evangelio dice: in quo salietur ipsum sal? Para darles a entender que si ellos, siendo sal, se pierden, ¿en qué otra cosa los salaremos a ellos proprios? Como si dijera: incantatori quis medebitur? Y pudiera decir el Evangelio: 'Vosotros sois el pan de trigo de mi Iglesia, para sustentar y dar alimento espiritual y doctrina a los fieles; y si vosotros os perdéis ¿en qué otra cosa alimentaremos al pueblo?' Pudiéranle responder: 'En pan de cebada, como vos lo hicisteis en el desierto'. Pero, porque la sal no tiene lugartenientes, la escogió Dios para darles a los discípulos su oficio.

De la sal dicen los médicos: omnis sal in communi calefacit, discutit, adstringit, siccat, cogit ac densat substantiam corporum quibus adhibetur; las cuales propriedades ha de tener también el que fuere sal de la Iglesia, y tales efectos ha de producir en el auditorio cristiano el buen predicador. Y si no, discurra por cada una de ellas el que tuviere invención, y vera cuán al propósito viene llamar Dios sal a los predicadores. Pero una cosa no han considerado los filósofos naturales ni los demás que han procurado buscar las propriedades de la sal. Y es que las cosas que tienen mucha sal, si las queremos brevemente desalar, echándoles sal en cierta medida y cantidad y hasta cierto tiempo, se vienen a desalar, y si pasan del punto, se hacen salmuera. De lo cual si alguno quisiere hacer experiencia, hallará que el pescado salado, puesto a remojar en agua de la mar (hasta cierto tiempo) se desala más presto, que en agua dulce, y si dos pedazos de pescados, igualmente salados, ponemos a desalar en dos vasijas de agua dulce, al que le echasen un puñado de sal se desalará más presto que el otro. El predicador que tuviese buena invención sacaría de esta propriedad una galana consideración para el púlpito.

En todas estas propriedades naturales que hemos dicho de la sal, o en parte de ellas, se debió fundar Elíseo cuando con un vaso de sal enmendó las aguas mortíferas de cierta región y hizo que la tierra fuese fecunda, siendo antes estéril. Lo cual es fácil de probar si convenimos primero en tres principios naturales tan ciertos y verdaderos que ninguno los puede negar.

El primero es: de cuatro juntas o combinaciones posibles que se pueden hacer de las primeras calidades (caliente y húmida, caliente y seca, fría y húmida, fría y seca), de la primera dicen todos los médicos y filósofos que es la causa total por donde las cosas naturales se pierden y corrompen. Porque el calor juntamente con la humidad, puesto en el ambiente, relaja y afloja los elementos que están en la compostura del mixto y los saca de la unión, y así cada uno (dice Aristóteles) se va por su parte.

El segundo principio es que no todas las tierras del mundo son de una mesma calidad. Unas, dice Hipócrates, son húmidas, otras secas, unas calientes y otras frías, unas dulces y otras amargas, unas insípidas y aguanosas y otras saladas, unas crudas y otras fáciles de cocer, unas ásperas y otras blancas. Lo cual no hizo Naturaleza acaso y sin pensar, sino con mucha providencia y cuidado, atenta a la gran variedad de plantas y semillas que de la tierra se habían de mantener, porque no todas usan de un mesmo alimento. Si en dos palmos de tierra (dice Hipócrates) se siembran ajos, lechugas, garbanzos y altramuces, los ajos toman de la tierra para su nutrición lo acre y mordaz, las lechugas lo dulce, los garbanzos lo salado, y los altramuces lo amargo. Y así, por consiguiente, no hay yerba ni planta que chupe de la tierra el alimento con quien tiene amor y semejanza y deje los demás en quien no halla familiaridad ni gusto. Pero de tal manera, que no deje de aprovecharse de las otras diferencias de tierra; porque, de todas juntas, hizo Naturaleza un guisado y condimento que lleva dulce, salado, agrio y otra que pica como pimienta y especias, a manera de cazuela mojí; porque de otra manera la experiencia nos muestra que muchas yerbas juntas, aunque sean de diferente naturaleza, la unas a las otras se quitan la virtud. Lo que Hipócrates quiso sentir es que las lechugas toman de la tierra dulce cuatro onzas, y un adarme de las demás; y los garbanzos toman de lo salado dos onzas, y muy poco de lo demás; y así, por consiguiente, de las otras diferencias. Pero si la tierra está insípida y sin ninguna sal, no hay planta que se mantenga de ella; porque el ser formal que tienen los alimentos por donde son aptos para nutrir (dijo Platón) lo toman de la sal, y no como las demás golosinas y sabores, que levantan el apetito para recrearlo y no más. Por donde es cierto que los alimentos y frutas que Naturaleza hizo sabrosas, no es otra la causa sino haberles dado en su formación el punto de sal que habían menester.

El tercer principio es que las plantas tienen gusto y conocimiento de los alimentos que son familiares a su naturaleza; y éstos, aunque estén distantes, los traen para sí, y huyen de los contrarios. Lo cual confiesa llanamente Platón; porque le parece cosa imposible que, estando junto a sus raíces tres o cuatros diferencias de alimentos, que elijan y escojan el que es para sí y semejante, y dejen los demás por desemejantes y extraños; y que saquen, de los que cuecen y alteran, lo puro y ahechado y se mantengan de ello, y lo otro aparten y desvíen de sí hasta echarlo fuera del cuerpo. La cual sentencia contentó grandemente a Galeno, y así dijo: Platonem commendo plantas animalium vocabulo nuncupantem: non enim alia ulla de causa germanum atrabere vel sibi ipsis assimilares, quam ob fruitionem et ingenitam eis voluptatem, dicere possumus. Por las cuales palabras confiesa llanamente Galeno, juntamente con Platón, que las plantas tienen gusto, y que se recrean con los alimentos que tienen buen sabor conforme a su apetito y con los malos y desabridos se afligen y entristecen como si fueran animales.

Con estos tres principios podemos ya responder al hecho milagroso de Elíseo. Porque si la tierra que curó y enmendó sembrando sal por encima estaba insípida y aguanosa, con la sal se hizo sabrosa y aparejada para nutrir; y si por el calor y humidad del aire (que estaba metido en las cavernas de la tierra) las aguas salían malignas y corrompidas, con las calidades que dijimos de la sal naturalmente se remediaron; y si la tierra era infecunda por la mucha sal que tenía, con la mesma sal, sembrada por encima, se vino a desalar. El milagro fue que con sólo un vaso de sal remediase Elíseo tanta tierra y tanta muchedumbre de aguas. Como el milagro del desierto: que con cinco panes de cebada y dos peces hartó Dios cinco mil hombre y sobraron doce cofines; en el cual hecho Naturaleza puso el pan y los peces, cuya propriedad era alimentar y nutrir, y Dios la cantidad que fue menester para hartarlos ».

http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000006.htm – I_46_#I_46_[Digresión sobre el árbol vedado del Paraíso] «Los médicos, viendo por experiencia lo mucho que puede la buena temperatura del celebro para hacer a un hombre prudente y discreto, inventaron cierto medicamento de tal compostura y calidad que, tomado en su medida y cantidad, hace que el hombre discurra y raciocine muy mejor que antes solía. Llamáronla confectio sapientium o confectio anacardina, en la cual, como parece por su receta, entra manteca de vaca fresca y miel, de los cuales dos alimentos dijeron los griegos que, comidos, avivaban grandemente el entendimiento. Pero consideradas las demás medicinas que entran en su composición, realmente son muy calientes y secas, y totalmente echan a perder el entendimiento y memoria, aunque no se les puede negar que avivan la imaginativa en hablar y responder a propósito en motes y comparaciones, en malicias y engaños. Y dan los más en el arte de metrificar y en otras habilidades que descomponen al hombre. Y como el vulgo no sabe distinguir ni poner diferencia entre las obras del entendimiento y de la imaginativa, en viendo a los que han tomado esta confección que hablan más agudamente que antes solían, dicen que han cobrado más entendimiento; y realmente no es así, antes lo han perdido, y cobrado un género de sabiduría que no le está bien al hombre, a la cual llamó Cicerón calliditas, que es un saber contrario de la justicia.

Todas las veces que pasaba por aquel lugar del Génesis que dice quis enim indicavit tibi quod nudus esses nisi quod ex arbore ex quo praeceperam tibi ne comederes comedisti? me sonaba a los oídos que la fruta de aquel árbol scientiae boni et mali tenía propriedad natural de dar conocimiento y advertencia al que comía de ella, y que aquella ciencia no le estaba bien al hombre ni Dios quería que la supiese, porque era un género de sabiduría de quien dijo san Pablo: prudentia carnis inimica est Deo. Pero viendo que la divina Escritura tiene tan profundos sentidos y que con su letra se suelen engañar los que poco saben, lo dejaba pasar; hasta que ya molestado de ocurrirme tantas veces a la imaginación, propuse en mí de leer todos los expositores que hallase de aquel lugar, para ver si alguno lo tocaba.

Y, a pocas vueltas, leyendo en Josefo (De antiquitatibus) hallé que decía 'que la fruta de aquel árbol scientiae boni et mali aceleraba el uso de la razón y aguzaba el entendimiento, atento a la cual propriedad le pusieron tal nombre, como al otro árbol de la vida, que por eternizar al hombre que comía de su fruta le llamaron árbol vitae'. La cual sentencia y declaración no admite Nicolás de Lira, pareciéndole que la fruta de aquel árbol, siendo material, no podía obrar en el entendimiento humano, siendo espiritual. El Abulense no admite la represión de Nicolás absolutamente, si no es con distinción. Y, así, dice 'que aunque el entendimiento humano es potencia espiritual y que no obra con órgano corporal, pero con todo eso no puede entender si no es aprovechándose de las otras potencias orgánicas, las cuales, si tienen buen temperamento, ayudan bien al entendimiento, y si no le hacen errar; y tal templanza podía poner la fruta de aquel árbol en el celebro, que viniese el hombre a saber más por aquella razón'.

Y que la templanza o destemplanza de los alimentos puedan ayudar y ofender a la sabiduría, pruébalo por aquel lugar de la Escritura: cogitavi in corde meo abstrahere a vino carnem meam, ut animum meum transferrem ad sapientiam. También cita a Aristóteles en los libros De physionomia, donde dice que las alteraciones que recibe el cuerpo por razón de alimentos que el hombre come, y por el temperamento de la región donde habita, y por las demás causas que suelen inmutar el cuerpo, que pasan al ánima racional; y así dice que los hombres que habitan tierras muy calientes son más sabios, que los que moran en regiones frías. Y Vegecio afirma que los que habitan en el quinto clima (como son los españoles, italianos y griegos) que son hombres de grande ingenio y muy animosos. Conforme esto, bien era posible que la fruta de aquel árbol tuviese tanta eficacia en alterar las potencias orgánicas del cuerpo, que aprovechasen a los discursos del entendimiento. Y porque Adán era sapientísimo y sin necesidad de otra sabiduría alguna, 'le puso Dios el precepto en esta fruta, guardándola para sus descendientes, los cuales, siendo niños y comiendo de ella, aceleraran el uso de la razón'.

Pero, realmente, las palabras del Texto no admiten esta postrera declaración. Porque, bien miradas, quieren significar que la fruta del árbol, con su virtud y eficacia, les abrió los ojos corporales y les enseñó lo que no sabían: et aperti sunt oculi amborum, et cognoverunt se esse nudos. Lo cual se prueba más a la clara ponderando aquellas palabras que Dios le dijo al hombre cuando le halló tan avergonzado de verse desnudo: quis enim indicavit tibi quod nudus esses nisi quod ex ligno ex quo praeceperam tibi ne comederes comedisti? Nemesius Episcopus, en un libro que escribió De natura hominis, llanamente confiesa que la fruta de aquel árbol tenía propriedad natural de dar sabiduría, y que realmente le enseño a Adán lo que no sabía. Cuyas palabras son estas que se siguen: Et quoniam ei non conferebat ut, ante sui perfectionem, suam agnosceret naturam, prohibit ne gustaret lignum cognitionis. Erant autem, immo vero nunc quoque sunt in plantis, maximae virtutes: tunc autem utpote in initio mundi creationis, cum essent sincerae, potissimum habebant operationem. Erat ergo alicujus quoque fructus gustatio asserens cognitionem suae naturae. Nolebat autem Deus eum suam agnoscere naturam ante perfectionem, ne si cognovisset se multis egere ea curaret quae ad usum corporis pertinent, reliquens curam animi; et propter banc causam prohibuit ne esset particeps fructus cognitionis. Por las cuales palabras confiesa llanamente este autor que la fruta de aquel árbol tenía propriedad natural de dar conocimiento al que no lo tenía; y que esto no solamente se hallaba en el principio del mundo, cuando los alimentos tenían tanta eficacia en alterar el cuerpo humano, pero aún ahora, estando estragadas con el largo discurso del tiempo, hay muchas frutas que lo pueden hacer. Y porque a nuestros primeros Padres no les estaba bien saber en todo su naturaleza ni tener noticia de las cosas de que tenían necesidad, les puso el precepto en este árbol cuya propriedad era poner al hombre en cuidado del cuerpo y apartarlo de las contemplaciones del ánima.

Esta declaración es conforme a la filosofía natural que vamos tratando. Porque no hay alimento (especialmente las frutas, que son alimentos medicamentosos) que no altere el celebro, conforme aquello de Hipócrates: facultas alimenti pervenit ad cerebrum; y tal habilidad pone en el hombre, cual es el temperamento que engendra en el celebro, como es el del vino, que si se bebe en cierta cantidad hace al hombre ingenioso, y si pasa de allí lo enloquece.

Y no se ha de entender que la fruta del árbol vedado diese inmediatamente hábitos de ciencia, como pensó Nicolao; sino temperamento acomodado a tal género de ciencia, con el cual viene luego el hombre en conocimiento de las cosas de que estaba descuidado. Y que la fruta de este árbol tuviese propriedad de abrir los ojos y hacer conocer lo que ignoraban no se puede negar; porque, en comiendo de ella, dice el Texto: et aperti sunt oculi amborum et cognoverunt se esse nudos. Y dije abrir los ojos porque (como tenemos probado atrás) si la imaginativa no asiste con los sentidos exteriores, ninguno puede obrar; que es lo que dijo Hipócrates: quicumque dolentes parte aliqua corporis omnino dolorem non sentiunt, iis mens aegrotat; como si dijera: 'si a alguno le hicieren causas dolorosas (como es quemarle o cortarle la mano) y totalmente no lo sintiere, es cierto, que tiene la imaginativa distraída en alguna profunda imaginación'; la cual, como hemos dicho, si no asiste con el tacto y con los demás sentidos exteriores, ninguna sensación pueden hacer.

De lo cual podríamos traer muchos ejemplos de los que pasan cada día por nosotros. Pero uno que refiere Plutarco de Arquímedes nos lo dará bien a entender. Este Arquímedes era un hombre de tan fuerte imaginativa para componer y fingir maquinamientos de guerra, que él solo era más temido por esta razón de los enemigos, que todo el ejército contrario. Y era tan estimado su ingenio entre los romanos, que teniendo Marcelo cercada la ciudad de Siracusa, donde Arquímedes estaba, antes que la entrase echó un bando en su ejército: que ningún soldado fuese osado a matar a Arquímedes so pena de la vida; pareciéndole que ningún despojo podía llevar mejor a Roma, que un hombre de tanta habilidad. Deste se cuenta que estaba tan ocupado en sus maquinamientos, y tan enclavados los ojos en la tierra (donde tenía rayadas las figuras de su invención), que no veía ni oía lo que pasaba en la ciudad al tiempo de la batalla. Y llegando un soldado romano a él, le preguntó si era Arquímedes; y aunque se lo preguntó muchas veces ninguna cosa le respondió por la ocupación que tenía de los sentidos; y mohíno el soldado de ver un hombre tan traspuesto, le mató.

Al tono de esto, cierto es que nuestros primeros Padres estaban ocupados, antes que pecasen, en meditar y contemplar las cosas divinas, y descuidados de las humanas. Y aunque andaban desnudos no lo echaban de ver, y podríamos decir que tenían los ojos cerrados; porque aunque era verdad que los tenían abiertos, y sana la potencia visiva, pero por la ausencia de la imaginativa estaban como ciegos, pues no podían obrar con ellos. Y la fruta era de tanta eficacia, que sacó a la imaginativa de su contemplación y la puso en la vista; lo cual suenan claramente aquellas palabras que Dios le dijo en acabando de comer: '¿Quién piensas, oh Adán, que te enseñó que estabas desnudo sino haber comido del árbol que te prohibí? Lo cual hice (como si dijera) por tu contento y regalo y porque no te estaba bien saber lo que ahora sabes'.

Dos géneros de sabiduría, si bien me acuerdo, dejamos notados atrás. El uno pertenece al entendimiento, en el cual se encierran todas aquellas cosas que el hombre hace con rectitud y simplicidad, sin errores, sin mentiras y sin engaños. De la cual sabiduría notó Demóstenes a los jueces en una oración que hizo contra Esquino, pareciéndole que el mayor título que les pudo poner para captarles la benevolencia fue llamarles rectos y simples. Y así la divina Escritura, a un hombre tan sabio y virtuoso como Job, lo llamó vir rectus et simplex; porque los doblados y astutos no son amigos de Dios: vir duplex animo, inconstans est in omnibus viis suis. Otro género de sabiduría hay en el hombre, que pertenece a la imaginativa, de quien dijo Platón: scientia quae et remota a justitia, calliditas potius quam sapientia est appellanda; como si dijera: 'las cosas que el hombre hace con embustes y engaños, fuera de lo que dicta la razón y justicia, no es sabiduría, sino astucia'. Como fue aquella conjugación y discurso que entre sí hizo aquel mayordomo que cuenta san Lucas diciendo: Homo quidem erat dives qui habebat villicum; et hic diffamatus est apud illum quasi dissipasset bona ipsius; et vocavit illum et ait illi: quid hoc audio de te, redde rationem villicationis tuae, jam enim non poteris villicare. At autem villicus intra se: quid faciam quia dominus meus aufert a me villicationem? Fodere non valeo, mendicare erubesco. Scio quid faciam: ut cum ammotus fuero a villicatione recipiant me in domus suas, etc. Con el cual discurso hizo un hurto tan mañoso, que dice el Texto: Et laudavit Dominus villicum iniquitatis quia prudenter fecisset, quia filii hujus saeculi prudentiores filiis lucis in generatione sua sunt. En las cuales palabras se contienen dos diferencias de sabiduría y prudencia: la una, dice el Texto, pertenece a los hijos de la luz, que es con rectitud y simplicidad; y la otra a los hijos de este siglo, con dobleces y engaños. Y los hijos de la luz saben muy poco en la prudencia del siglo, y los hijos del siglo menos en la sabiduría de la luz. Estando Adán en gracia, era hijo de luz y sapientísimo en este primer género de sabiduría; y, por perfección suya, le hizo Dios ignorante en el segundo, porque no le convenía. Y el árbol era tan eficaz en dar prudencia de este siglo, que fue menester prohibirle el uso de su fruta, para que viviese descuidado en las necesidades del cuerpo (como dijo Nemesio) y cuidadoso en las contemplaciones del ánima racional.

La dificultad es ahora por qué razón llamaron a este árbol scientiae boni, pues la prudencia y sabiduría que daba antes era más para mal que para bien. A esto se responde que ambas ciencias son para bien usando de ellas en su tiempo y lugar; y así las encomendó Jesucristo a sus discípulos cuando los envió por el mundo a predicar: ecce mitto vos sicut oves in medio luporum: estote ergo prudentes sicut serpentes, et simplices sicut columbae. De la prudencia se ha de usar para ampararse de los males que les pueden hacer, y no para ofender con ella. Fuera de esto, los filósofos morales dicen que una mesma cosa se puede llamar buena o mala de una de tres maneras: o como honesta, o como útil, o como delectable. Como el hurto que hizo el mayordomo de la historia pasada, que fue bueno en cuanto útil, pues se quedó con la hacienda de su señor, y malo en cuanto fue hecho contra justicia, tomando lo suyo a su dueño.

El cubrirse Adán con tanto cuidado y tener más vergüenza de verse desnudo delante de Dios, que haber quebrantado su mandamiento, me da a entender que la fruta del árbol vedado le avivó la imaginativa de la manera que hemos dicho, y ésta le representó los actos y fines de las partes vergonzosas. Pero aunque esta declaración tiene la apariencia que vemos, la común es quod lignum scientiae boni et mali, non a natura hoc nomen acceperat, sed ab occasione rei postea secutae. Quod magis probo ».

A LOOR, y gloria de nuestro señor Iesu Christo, y de su bendicta madre la virgn sancta María, señora y abogada nuestra. Haze fin el preste Libro, intitulado Examen de ingenios, para las Sciencias. Acabosse a veynte y tres Días del mes de Febrero, Año del nascimiento de no saluador Iesu Cho de Mil & quinientos, y setenta y cinco años.

QUÉ DILIGENCIAS SE HAN DE HACER PARA QUE LOS HIJOS SALGAN INGENIOSOS Y SABIOS, POR JUAN HUARTE DE SAN JUAN.

 Revista Electroneurobiología ISSN 0328-0446 vol. 3 (2), pp. 1-322, 1996.

Enviado por: Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®

www.monografias.com/usuario/perfiles/ing_lic_yunior_andra_s_castillo_s/monografias

Santiago de los Caballeros, República Dominicana, 2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®

 

 

 

Autor:

Juan Huarte De San Juan.

Partes: 1, 2
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