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Indígenas, españoles y piratas en el nuevo mundo: una guerra en el Caribe (página 2)

Enviado por geniber cabrera p.


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Para la operatividad y aplicación de todos estos artículos bélicos, se necesitaba tiempo y, eso es precisamente, de lo que no gozaba el gobierno español; mientras se preparaba el personal para el manejo eficaz de todos y cada uno de los utensilios y herramientas de forja armamentística, y mientras se edificaban los fuertes para el resguardo costero, el enemigo aprovechó, que estando ya preparado militarmente, se aventajó en sus ataques y asaltos sobre las posesiones hispánicas en América, primordialmente, en las Antillas caribeñas, consiguiendo así, ser también habitantes de estas tierras generándose, lo que con anterioridad se ha denominado pueblos de piratas los cuales se sucedieron, o porque desplazaron a los pobladores imponiéndose ellos o, simplemente, convivieron entre los colonos, sometiéndolos a sus designios.

A pesar de que el Caribe en sus particularidades geográficas presenta igual oportunidad para los asaltantes piratas, como para sus perseguidores, los españoles; estos últimos, pudieron haber sacado mejor partido frente a la piratería practicada en sus posesiones sí hubiesen logrado mantener la supremacía naval durante largo tiempo. Pero, lo que comenzó siendo una potencia hegemónica marítima, sufrió sus reveses, aproximadamente, ya entrada la segunda mitad del siglo XVI, porque a la política defensiva española se le sobrevino el desastre de la Invencible (1588) y, también, por la manera de construir sus buques de guerras que, en su ambición por amedrentar al enemigo, perdió sus perspectivas. Comienzan así a fabricar naves excesivamente pesadas por sus enormes tamaños, acortaron las quillas y acrecentaron los castillos (llamado así los espacios sobre el barco) y, mientras tanto, los adversarios utilizaban flotas más ligeras, alargadas en forma de veleros, de gran velamen, con las cuales apoyaron sus guerras y a sus piratas, resultando estas naves más rápidas. Las inmensas embarcaciones españolas serán, así, presas fáciles ante cualquier enfrentamiento naval; además, las poblaciones hispanoamericanas se verán afectadas por esta situación, porque, difícilmente, podían recibir ayuda por mar o por tierra, quedaban verdaderamente indefensas ante el acecho de cualquier aventurero salteador que hasta ellos llegara para despojarlos de sus pertenencias y de sus tierras. Los enfrentamientos serán de tal magnitud que estarán implícitos en ellos: indígenas, conquistadores, colonizadores, piratas, corsarios, filibusteros, bucaneros, pechelingues y demás forbantes; disputándose cada cual, y en sus tiempos, señoríos en un mar y una tierra que funge como la llave que abre el dominio de un mundo tan real, como los propios mitos y fábulas que sobre él se tejieron. El espíritu de la guerra se cierne sobre estos reinos por más de dos largas centurias que, a su vez, permitirá reeditar su historia aborigen, en un episodio de zozobras y sobresaltos para los que estaban y los que después llegaron. La muerte es la amiga más segura que se podía tener.

En pocas décadas mueren en combate, enfermos o por decisión propia la inmensa mayoría de los primeros pobladores de las Grandes Antillas, tanto los arawaks llamados taínos como infinidad de pueblos de otras culturas independientes. Durante ese período, los caribes de Tierra Firme y los insulares se convierten en el eje de la resistencia indígena de la región. En numerosas oportunidades incursionan contra Santo Domingo, Puerto Rico, Cuba y Jamaica, o apoyan a los aborígenes de dichas Antillas en sus desesperadas sublevaciones. De igual forma apoyan la insurgencia de los esclavos africanos acogiendo a los fugitivos y enseñándolos a sobrevivir en el medio americano. (Britto García, 2001, p. 304)

Continúa explicando este autor que:

Por su parte, durante las dos centurias de la Guerra por el Caribe los Demonios del Mar desmantelan el monopolio ibérico sobre el Nuevo Mundo. Gracias en parte a su acción pionera, a finales del siglo XVII las potencias competidoras de España dominan Canadá, la franja de colonias llamadas Nueva Inglaterra, Luisiana, Virginia y otras partes de América del Norte; dominan Santo Domingo y Jamaica, las Bahamas, Aruba, Curazao y Bonaire y parte de las Guayanas, y han conseguido ocupar transitoriamente importantes enclaves del litoral brasileño. No es menos decisivo el impacto de estas dos centurias de guerra por el Caribe en los conquistadores y sus descendientes (…) la amenaza pirática y corsaria ya ha influido en el carácter militar de las principales edificaciones públicas del Caribe las Provincias; ha determinado en parte la estructura de su sistema de contribuciones; requerida la creación de resguardos navales permanentemente y la integración de milicias dotadas de notable autonomía de acción. (Op. cit.p 305).

Las guerras que tuvieron lugar en el Caribe entre los piratas y los colonos fueron, mayormente, con los españoles representantes del poder monárquico en el Nuevo Mundo, muy poco se enfrentaban con los naturales o con los pobladores que no tuviesen cargos reales, más bien, en muchos casos, éstos eran benevolentes con los piratas cuando los mismos llegaban únicamente a intercambiar mercaderías, y sí las incursiones eran a la fuerza, saqueando e incendiando todo a su paso, entonces los pobladores se replegaban en los bosques o en otros refugios impenetrables, porque aunque con muchos bemoles quisieran hacerle frente a los asedios, no podían, dado su escaso material bélico; el poco resistir se supeditaba a los cañoneos de los fuertes o de los buques de Armada que casi siempre las expediciones piráticas superaban. El botín se alcanzaba en los propios derroteros por donde los barcos traficaban con las joyerías preciosas destinadas a la monarquía española, por ello, en esta misma ruta marítima habrían de asaltarse para conquistar el tesoro; pero, en Tierra Firme se conseguirá lo faltante para el avituallamiento y aderezamiento de las embarcaciones y sus tripulantes, lo que justificaba las incursiones terrestres, o en son de paz, o en son de guerra. Según refiere Francisco Mota (1984) que en muchas ocasiones, supuestas arribadas forzosas determinaban la posible legalidad de una introducción de género y hasta de africanos esclavizados, por lo que se dictaron órdenes rigurosas a los capitanes y tenientes de gobernaciones, como máximos representantes de la Corona española en sus posesiones de ultramar a que persiguieran y reprimieran toda clase de pirata o contrabandistas que intentaran o mercadearan con los colonos, prácticas, totalmente, prohibidas por el gobierno español como represalia contra la piratería y el contrabandismo. Estas eran medidas, prácticamente, de guerra porque el Rey ordenó que todo aquel pirata que fuese apresado, debía ser pasado sin algún juicio más al que tuviere lugar para el momento de la aprehensión, por la horca como muestra para atemorizar a los demás aventureros en el oficio delictivo.

En los enfrentamientos que sostuvieron los piratas contra los colonos y viceversa, el factor de alianza para combatir a los vándalos de la piratería que más atención atrajo fue, insólitamente, el apoyo al combate de los grupos indígenas que, en muchos casos, ayudan a los españoles a repeler al enemigo con sus arcos y sus flechas envenenadas, auxilio que significará para el europeo hispano de gran importancia, los aborígenes manejan muy bien sus utensilios de guerra, eran también diestros navegantes y de mucha ligereza y rapidez, movilizados en las piraguas que eran sus embarcaciones, resultaban de una velocidad increíble ante las pesadas naves utilizadas por los piratas y las de los españoles que se alcanzaban fácilmente por dichas piraguas. El veneno que usan las puntas de las flechas son de un mortífero preparado que los indígenas hacían con ramas y extractos de la misma naturaleza, ese ungüento se llama curare y es tan letal que resulta tan efectivo como la pólvora de las armas de fuego, además, los indígenas conocían muy bien los caminos selváticos y, por eso, ponían en jaque rápidamente a los grupos de aventureros y atrevidos piratas. Tal vez, uno de los factores del tardío respeto a los aborígenes, por parte de los españoles, fue precisamente, por los astazos y las bajas que los primeros provocaron a los colonizadores o porque éstos lograron entender que siendo sus aliados eran más provechosos para enfrentar a los enemigos de la Corona Católica; en fin, muchas pueden ser las hipótesis y las preguntas sin respuesta que sobre este tema habrán de presentarse.

Casi dos largas centurias de combates, ocupaciones, expropiaciones y muerte, marcarán los destinos históricos de un continente que dormitaba ante la creciente y convulsionada sociedad feudal de los reinos, económicamente, suprimidos y sin orientación para superarse. Es el gran botín de la después conocida América, la que sufragaría a costa de la sangre de sus hijos y de su tierra la torrencial demanda del Viejo Continente.

El ocaso de la piratería americana

América, heredera del piraterismo, de esta actividad que en su alba se desarrolló fuertemente en las aguas y tierras del Mediterráneo, es la misma América que no sólo verá llegar a ella la ancestral actividad lucrativa, sino también, cómo se gestaría en su vientre el germen de los nuevos géneros de pillos aventureros: bucaneros y filibusteros. Hijos de los corsarios y piratas aquí llegados. El decurso temporal del nacimiento, desarrollo y muerte de la gran piratería americana abarca más de dos centurias- como se hizo referencia con anterioridad-, desde el primer cuarto del siglo XVI hasta completarse el siglo XVIII, incluso, hay movilizaciones piráticas-contrabandistas entrado el siglo XIX, pero aplacadas ferozmente por un verdadero actuar contra estas, para defender los intereses de las ahora multinacionales colonias americanas, las cuales superados todos los impases entre ellas y con el reconocimiento entre sí mismas, comenzaran una creciente etapa de intercambios de comercio intercolonial y europeo, en el cual no tenía cabida el pillaje marino en ninguna de sus modalidades.

Es importante aproximarse a una periodización histórica de la piratería americana para entender el proceso de su génesis, su desenvolvimiento y su ocaso. Siguiendo a Manuel Lucena Salmoral (1994), se tiene que por más de dos largas centurias durarían los actos piráticos en las tierras y aguas del Nuevo Continente, su origen se remonta casi a la par de la guerra emprendida por Carlos I contra Francia en 1521, llegando a su ocaso final hacia las primeras décadas del siglo XVIII, poco después de firmarse el Tratado de Utrecht en 1722. Los doscientos años, aproximadamente, del auge de la piratería americana, la misma se sometió a variados momentos, siendo muy significativos los años de 1521, 1568, 1621, 1655,1671 y 1722; correspondiente a cada fecha actos particulares. 1521 marca el inicio por el primer acto notable de los corsopiratas a plazas americanas, mientras que en 1568, España controla el paso por el canal de Las Bahamas asegurándoles así a sus flotas las rutas marinas. Puede llamarse al período que va desde 1521 hasta 1568 el del dominio de la piratería francesa. Entre 1569 y 1621 se desarrolló la etapa del gran corso y la aparición en el Caribe del bucanerismo; Inglaterra echó contra España los denominados perros del mar aupados por la Reina Virgen, eran verdaderos corsopiratas. Desde 1622 al 1655 floreció el bucanerismo americano (originario de América), que operaba desde sus bases en la isla de La Tortuga y Santo Domingo; fue la máxima manifestación de los libertarios, también de las correrías de los piratas y corsarios franceses, ingleses y holandeses, concluyendo esta época con la toma de Jamaica en 1655. Luego, los 15 años que van desde 1656 a 1671, quedaron representados por el filibusterismo que incidió fuertemente en los ataques y asedios a los principales puertos y poblados coloniales, actuaciones que llegarían a su fin con la toma de Panamá y su posterior destrucción en manos del temible Henry Morgan. Y lo que se puede entender como la agonía más severa de la actividad pirática, entre 1672 y 1722, cuando las Coronas adversas a España toman posesión de algunas colonias en ultramar y terminaría persiguiendo a los mismos piratas que una vez enfiló contra la Católica Monarquía española, de tal manera que los aventureros serían acosados uno a uno hasta que dejaron de ondear en las pértigas de sus bajeles las negras banderas acicaladas por las ráfagas de los vientos alisios.

La piratería americana tiene una época de hierro que va desde 1520 hasta 1570, aproximadamente, tiempo durante el cual tanto piratas como corsarios franceses aprovechan que su nación estaba en constante guerra contra España y ésta distrae toda su atención en el enfrentamiento bélico, por lo que se abre una brecha para la deliberación pirática en los mares de América, primordialmente en el Caribe, donde se moverá a sus antojos. Las capturas iniciales eran a los barcos cargados de cueros, azúcar y otros rubros alimenticios pero, inmediatamente, la plata y después el oro americano captó la atención de estos piratas cambiando drásticamente sus objetivos a seguir. Se dedicaron a asaltar flotas cargadas con los ambicionados minerales, así como también acecharon poblaciones en las cuales se extraían piedras de oro, plata y otros minerales preciosos. La abertura que dejó España sin querer a los piratas, se irá cerrando en la medida en que esta Corona disponga hacerles frente.

Los siglos XVI y XVII fueron prácticamente para la piratería americana una época dorada, durante este tiempo hicieron dejar, los comprometidos con el oficio de delinquir, a sus antojos, sin conseguir mayores resistencias por parte del gobierno español; pulularon estos piratas como plagas de acecho, siendo tan provechoso el negocio que cada vez más se engrosaban las filas de las tenebrosas flotas de aventureros llegados al Caribe para sembrar en él desolación, miedo y muerte. El fructífero oficio pirático fue tal que arropó incluso a un puñado de fuertes, valientes y atrevidas mujeres; vale la pena mencionar a las aguerridas Anne Bonny, Mary Read, Catalina Erauso, llamada la monja alférez, Alwilda, quien de pirata pasó a ser la reina de Dinamarca, Grace O"Malley, entre otras féminas (algunas con características virago). A la postre son un ejemplo de cómo caló el espíritu de aventura y lucro en los hombres sin distingo de sexo, raza y nacionalidad.

El reinado de la piratería americana fue posible – como es sabido – por la quebrantada fuerza española, pero así como nació y se desarrolló, entró después en una etapa de lenta agonía motivada al hecho de que se instalaron posesiones inglesas, francesas y holandesas en el Caribe y, establecidas como colonias, comenzaron un intercambio comercial. Ya se han superado los conflictos bélicos entre las otras Coronas y España, a la cual no le quedó más opción que compartir con éstas el gran botín, entrarán sin otra salida los españoles a mercadear productos con ellas, generándose así un momento de nuevas relaciones, ahora, entre las distintas colonias americanas y, a su vez, de éstas con las metrópolis europeas.

Al compartir intereses comunes las distintas eurocoronas que alternan posesiones y riquezas en ultramar, con los españoles, unieron sus esfuerzos para combatir y reducir la actividad pirática, vuelta tan ajena y peligrosa para Francia, Inglaterra y Holanda, como fue para la propia España. El piraterismo prosiguió practicándose, era tan fructífero que no podía sucumbir fácilmente ante sus perseguidores, además, fueron doscientos años, aproximadamente, acumulando experiencias traspasadas de unos a otros aventureros como el caso de John Hawkins y su hermano William Hawkins, herederos de un pasado turbulento iniciado por su padre con el negocio del azúcar, vinos y esclavos. La unidad y el carácter hereditario común a los hombres imbuidos en el mundo fascinante del piraterismo; será el blasón del honor y la gloria motivante para fortalecer a los Herejes del paraíso como les llaman Henry Georget y Eduardo Rivero (1994), a los aventureros pillos de los mares.

La piratería floreció en América como una iniciativa oficialista del gobierno francés, seguida por el de Inglaterra y Holanda, aunque muchos piratas se hicieron a la delictiva actividad por cuenta propia. El piraterismo oficial, es decir, el sustentado con patentes de corsos, o cédulas reales, perseguía fracturar la hegemonía ultramarina de España sobre las aguas y tierras americanas y, también, suponía alcanzar el lucro mediante el asalto a los buques que transportaban riquezas al Católico Monarca español. Por su parte, los que pirateaban por su cuenta lo hacían para alcanzar fortunas fáciles y cambiar sus marginales vidas, así como también se motivaban por las aventuras y fantasías. Pero, el gran auge del piraterismo americano fue diluyéndose cuando las posesiones coloniales ya no sólo pertenecían al reino de España porque forzosamente tendría que compartirlos con Francia, Inglaterra y Holanda; y estas Coronas no darían tregua a un mal que ellos mismos una vez utilizaron contra los españoles y que conocían muy bien el daño y los quebrantos que podían causar.

La piratería americana desaparecería cuando los que la auparon den un viraje a las energéticas fuerzas aplicadas contra todo lo que expeliera fragancia española, para arremeter con esas mismas fuerzas, todo lo que suponga aroma de piratería y contrabando. Pero a pesar de ello, como bien refiere Martha de Jármy Chapa (1983): "Mientras existan individuos o naciones que posean bienes que otros ambicionan, seguirá existiendo la piratería". (p. 275).

Conclusiones

Las guerras en el Caribe, en definitiva, se sucedieron por pocas fuerzas de la Armada Real española que no bastaron, junto a las edificaciones de fortalezas en las principales y más notorias plazas de su propiedad, para repeler y domeñar los ataques piráticos, esta debilidad para darle respuesta contundente a los pillos marinos, suponía el auge y desarrollo de lo que históricamente se conocería como la gran piratería americana, la cual llegó a tener vida propia por más de dos siglos. España intentó soportar las escaramuzas con la aplicación de distintos dispositivos bélicos, sufragando los costos para ello, con las riquezas obtenidas en sus colonias de ultramar, pero al no poder sostener las pugnas por el largo tiempo en que se suscitaron, tuvo que aceptar oficialmente la presencia de los ingleses, franceses y holandeses quienes al fin de cuentas fueron los que auparon oficialmente a la corsopiratería como método para quebrantar la supremacía hispana en el Nuevo Mundo. Pero, la suerte de estos pillos iría feneciendo en la medida en que las nuevas Coronas inquilinas consiguieran una etapa de comercio intercolonial, incluso, con los propios españoles a quienes les tocó compartir forzosamente con sus nuevos vecinos. Vale decir, además, que se generaría todo un tráfico comercial entre América y los estados europeos. Las mismas Coronas que echaron a los piratas contra los españoles fueron las que, posteriormente, se alinearon con España para perseguir, someter y eliminar a los merodeadores aventureros ladrones de la mar. Todo motivado a la existencia de intereses comunes por reglamentar y regularizar un verdadero sistema comercial.

Referencias

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11. Mota, Francisco M. (1984). Piratas en el Caribe. La Habana. Editores Casa de Las Américas.

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Autor:

Geniber Cabrera P.

Tiempo y Espacio

versión impresa ISSN 1315-9496

Tiempo y Espacio v.20 n.53 Caracas jun. 2010

Partes: 1, 2
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