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La metamorfosis, ¿una diatriba al fenómeno de la cosificación?

Enviado por Luis Ángel Rios


    La metamorfosis, ¿una diatriba al fenómeno de la cosificación? – Monografias.com

    La metamorfosis, ¿una diatriba al fenómeno de la cosificación?

    Así los críticos consideren que Franz Kafka es refractario a las interpretaciones, me propongo, sin mayores pretensiones de hondura literaria, reflexionar someramente sobre su novela La Metamorfosis, correspondiente a una edición de "La Oveja Negra", Bogotá, 1983, con traducción de Julio Izquierdo, de acuerdo con mi manera de interpretarla, sistematizarla y comprenderla. Ésta es mi interpretación, que, obviamente, no tiene por qué coincidir necesariamente con otras. Tratándose de una obra tan compleja en su estructura profunda o subyacente (así su estructura superficial sea sencilla), su interpretación no es fácil, y la mía puede distar sustancialmente de la opinión o de la interpretación de otros lectores de la misma. Bienvenido el disenso, el debate y la controversia.

    Visualizo en su argumento que Gregorio Samsa, un "viajante de comercio", relativamente joven, una mañana cualquiera amaneció transformado en un "monstruoso insecto", y a partir de entonces su vida y la de su familia se alteró drásticamente, hasta el extremo de convertirse en un conflicto, en el que ésta quería deshacerse de Gregorio, y él de sus padres y de su hermana.

    El marco espacio-temporal y sociopolítico en que se desarrolla este breve (pero apasionante) relato lo ubico en los albores del siglo XX, aunque su simbolismo se puede contextualizar desde los albores de la era capitalista hasta nuestros días… Sus personajes se encuentran atrapados en la intrincada red de nuestro sistema productor de mercancías, con su industrialización, su desmesurado consumismo y sus relaciones superficiales bajo el imperio de la razón instrumental que cosifica, aliena y neurotiza.

    Kafka, desde un comienzo, de una manera velada y casi imperceptible, fustiga a la sociedad industrializada, mostrándonos cómo, de un momento a otro, el hombre bajo el insoportable peso del capitalismo, sucumbe inexorablemente, transformándose en un despreciable escarabajo: el "monstruoso insecto" que se alimenta de excrementos…

    La pregunta que se formula Gregorio ante tan absurda realidad, es la misma que nos hacemos las víctimas del torticero sistema de producción capitalista, en donde la única ley que no se viola es la de la oferta y la demanda: "-¿Qué me ha pasado?"

    La imagen de la mujer vestida con piel de animales, la misma que él había recortado de una revista, enmarcada y colgada en la pared de su cuarto, podría ser el símbolo de la voracidad capitalista, que, con tal de satisfacer vanos caprichos y la manía de aparentar, destruye su entorno natural.

    La transformación de Gregorio no sólo afectó su cuerpo, sino su ser entero. Su mundo se nubló. Su visión se opacó. La melancolía se apoderó de su ser. Sin embargo, su ímpetu laboral permaneció incólume, como si estuviera convencido de que el voraz consumismo no permite ningún descanso hasta tanto no se agoten las funciones vitales.

    A pesar de su "monstruosa" transformación, Gregorio pensaba ilusamente que podría proseguir con su trabajo, pues era imperativo satisfacer a sus jefes y sostener a su familia. Consciente de que su profesión era una pesada carga, se sentía atado a ella por cuanto sus padres y su hermana dependían de su salario y de sus cuidados. Desde la quiebra financiera de su padre, cinco años atrás, Gregorio, luego de terminar su servicio militar y realizar algunos viajes, se entregó por completo a su trabajo como vendedor ambulante de telas de un almacén, de propiedad de un "amo" déspota. Su familia, de esta manera, lo encadenaba. El peso de ésta le impedía a sus alas despegar y emprender su vuelo libertario.

    Su cometido era solucionar el problema económico de su familia, lo cual tardaría unos cinco años, para luego renunciar a su empleo, y así poder expresarle al propietario del almacén todo el rencor que sentía por él. Lastimosamente, ese momento nunca llegó… Como ocurre siempre, el obrero tiene que "comerse" sus palabras, porque, tal como está estructurada nuestra cultura en el férreo modelo económico, nunca podrá decir lo que piensa de sus amos. ¿Pero cómo puede hacerlo si en nuestra sociedad capitalista, bajo el imperio de la dialéctica del amo y del esclavo, el esclavo necesita del amo y éste del esclavo?

    En palabras de Gregorio, Kafka nos dice que en nuestra sociedad las relaciones, además de estar expuestas a la constante metamorfosis, "nunca llegan a ser verdaderamente cordiales" y en ellas "no tienen cabida los sentimientos". Las relaciones tienden a la cosificación: los demás interesan sólo en cuanto sirvan como cosas, como objetos, como trastos útiles. Por supuesto, esta realidad hartaba a Gregorio, a pesar de su estoicismo: "¡Al diablo con todo!

    Gregorio, sin reponerse de su transformación, tenía la quimera intención de salir para el almacén a proseguir con su trabajo, puesto que así evitaría "la reprimenda del amo" y podría seguir siendo el sostén de su familia, la cual, como una sanguijuela, se alimentaba de su sangre. Sensato de que en su "cama no podía pensar con claridad" y de que no era "bueno haraganear en la cama", inútilmente trataba de salir de su cuarto para ir a trabajar. Luchando con su incómodo cuerpo, que le restringía sus movimientos, "recordó que meditar serenamente era mejor que tomar decisiones drásticas".

    Su lamentable situación se empeoró con la presión de sus padres, ignorantes aún de su transformación, para que fuese a trabajar y la presencia inoportuna del gerente del almacén, quien, con mentalidad capitalista, no comprendía a Gregorio, y todavía sin ver su nuevo ser, le hizo saber que los comerciantes tenían que "afrontar a menudo ligeras indisposiciones, anteponiendo a todo los negocios", los cuales no podían detenerse nunca. ¡He ahí al gerente: un hombre práctico en una sociedad pragmática! Primero los negocios, luego el ser humano. De esta manera se olvida al ser por ir en la conquista de los entes.

    La curiosidad de Gregorio por conocer la reacción (de temor o de tranquilidad) del gerente y la de sus padres, cuando lo vieron convertido en insecto, pronto quedó satisfecha: el gerente, tapándose la boca con la mano, retrocedió, "como empujado por una fuerza invisible"; su madre se desplomó, "con la cabeza caída sobre el pecho"; y el padre, amenazándolo con el puño, animado por una emoción hostil, "rompió a llorar de tal modo que el llanto sacudía su robusto pecho". Si se habían asustado, no fue culpa de Gregorio, y éste "no tenía nada que temer". Gregorio, a pesar de su terrible estado, fue el único que conservó la calma, gracias a su estoicismo.

    La extraña determinación del gerente, que había huido despavorido, como si "estuviera pisando brasas ardientes", aumentó la preocupación de Gregorio, que aún conservaba la intención de acudir a su trabajo, temeroso de su despido. Mientras tuviera que atender a su familia, no podía permitir esa posibilidad. Laborar como "viajante de comercio" lo cansaba, pero "no sabría vivir sin viajar".

    En tanto que para Gregorio su nueva condición existencial era todo un drama, un absurdo sinsentido, para su jefe, que estaba asombrado y no entendía, solamente podría estar haciéndose "el loco" y ser presa de la "extravagancia". Ante los reproches, injurias y maledicencias del gerente, Gregorio trató de permanecer tranquilo, por cuánto su firme intención era asistir inmediatamente al almacén, para evitar su despido y seguir con su rol de proveedor familiar, acosada por el pauperismo y las deudas contraídas con el dueño de la casa. Considerando que todavía estaba "incluido entre los seres humanos", esperaba una pronta salida de su estado "anormal" con "acciones insólitas y maravillosas" por parte de los demás.

    No obstante reconocer que al viajante nadie lo quería, por cuanto "todos creen que gana dinero a espuertas, sin trabajar apenas", sumado a las intrigas, las "habladurías, equívocos y quejas infundadas", propias de la cotidianidad laboral, Gregorio sufría ante su inminente insubsistencia, con las concomitantes secuelas que amenazaban su porvenir y el de su familia.

    Gregorio, que dependía de su trabajo –al que se aferraba con todo ahínco-, ya fuera porque en realidad "no sabría vivir sin viajar" o porque tenía que atender a sus padres y a su hermana, no perdía la esperanza de retornar rápidamente al almacén. Su tranquilidad y su optimismo, rayano en lo iluso, eran evidentes:

    "Enseguida me visto, recojo el muestrario y me voy… Uno puede tener un bajón momentáneo; pero es precisamente entonces cuando deben acordarse los jefes de lo útil que uno ha sido y pensar que, una vez superado el contratiempo, trabajará con redobladas energías… Es verdad que hoy me encuentro en un apuro. Pero trabajando sabré salir de él…"

    En ese momento su situación era de honda preocupación. A la incertidumbre suscitada tras la abrupta partida del gerente, se le agregaba la indignación de su padre, quien, bajo amenazas con un bastón, lo conminaba a introducirse en su habitación, donde se sumergió en reflexiones. Se sentía incomprendido, y por ello deducía que su familia pensaba que él no podía entender a los demás.

    El hecho de que su padre dispusiera de un pequeño caudal, producto de intereses y del ahorro de los aportes mensuales de Gregorio, lo tranquilizaron un poco, aunque era consciente de que esos fondos pronto se agotarían sin su aporte.

    Convencidos de que Gregorio, debido a su transformación, no podía seguir trabajando, su anciano padre, su asmática madre y su adolescente hermana decidieron, en contra de sus deseos, trabajar: el padre como ordenanza de banco, la madre como modista de una tienda y la hermana como dependiente; terminando así la temporada de haraganería a expensas de Gregorio.

    En tanto que la vida proseguía, Gregorio iba perdiendo su visión y su cuerpo se adelgazaba porque comía muy poco, y no recibía ningún tipo de atención de sus padres: comunicación, consideración, aprecio, compañía, alimentación adecuada… Excepto la comida inapropiada que le ofrecía su hermana de manera displicente, no recibía el cuidado de sus progenitores. Como dejó de ser productivo, como no se pudo seguir instrumentalizando, desapareció su utilidad

    Encadenado a su nuevo cuerpo y refundido en su incómoda habitación, su mundo y su futuro se tornaron oscuros; empezó a perder su condición humana. Entonces comenzó a trepar por las paredes y a andar por el techo, como una manera de sentirse libre…

    Su madre, que abrigaba la esperanza de que retornara a su vida normal y superara ese "paréntesis", trató de oponerse a la intención de su hija de retirar los muebles del cuarto de Gregorio para que él pudiera desplazarse sin obstáculos. La decisión de su hermana lo afectó, pues él sentía afecto por ese mobiliario, y por eso se aferró al cuadro de la dama vestida con pieles que colgaba en la pared.

    Cuando la madre observó a Gregorio, que se ocultaba bajo el sofá para evitar ser visto por ella, se desmayó ante la repugnancia que le produjo la visión del desagradable insecto. Su hermana se molestó y amenazó a Gregorio con el puño. Su padre, profundamente indignado, lo persiguió por la vivienda, arrojándole manzanas hasta que una de ellas hizo blanco en su cuerpo y se le incrustó en la piel del insecto.

    La repugnancia que producía Gregorio y la dramática realidad familiar, motivaron a que su hermana decidiera que había que deshacerse de él.

    "-Queridos padres… sólo diré que hemos de liberarnos de él. Hemos hecho todo lo humanamente posible para cuidarlo y soportarlo, y no creo que nadie pueda hacernos el menor reproche".

    Agobiados con la carga laboral no podían soportar más al ahora inútil Gregorio.

    "-Tiene que irse –dijo la hermana–. No hay más remedio, padre. Basta que procures desechar la idea de que se trata de Gregorio. El haberlo creído durante tanto tiempo es, en realidad, la causa de nuestra desgracia. ¿Cómo puede ser Gregorio? Si lo fuera, hace ya tiempo que hubiera comprendido que unos seres humanos no pueden vivir con semejante bicho. Y se habría ido por su propia iniciativa. Habríamos perdido al hermano, pero podríamos seguir viviendo, y su recuerdo perduraría para siempre entre nosotros. Mientras que así, este animal nos acosa, echa a los huéspedes y es evidente que quiere apoderarse de toda la casa y dejarnos en la calle. ¡Mira, padre –gritó de pronto–, ya empieza otra vez!"

    La insoportable carga de la incomprensión de su jefe, de su familia y de los tres huéspedes que se alojaron temporalmente en su casa, lo dejó exhausto, sin fuerzas para seguir viviendo. No obstante que el yugo laboral lo sujetaba, Gregorio "no pensaba ni remotamente en abandonar a los suyos". Se sentía atado por una pesada cadena al deber familiar. Social y familiarmente estaba cosificado. Mientras fue útil, su dimensión laboral representó algún interés para los demás; cuando el infortunio lo convirtió en un ser improductivo, dejó de importar. En el mundo capitalista, la persona vale sólo como fuerza de trabajo, como engranaje lubricado para el sistema de producción de mercancías.

    Gregorio, abandonado a su suerte, esperaba aunque fuera una voz de aliento y comprensión para alimentar su nuevo ser. Sus padres debieron haberlo animado: "¡Adelante, Gregorio!" "¡Adelante!"

    Víctima del abandono, Gregorio sentía extraña a su familia, que parecía haber cambiado. El proceder de su padre lo intrigaba profundamente. Cuando Gregorio trabajaba, su padre mostraba una apariencia de hombre fatigado; pero ahora procedía con vigores renovados. Tal vez el haber tomado conciencia de que Gregorio ya no era útil para su bienestar y el nuevo ímpetu que le insufló su trabajo como ordenanza, le habían motivado a asumir una nueva actitud ante la vida. El padre se tornó, de un momento a otro, en un ser hostil y agresivo. ¿Qué motivos serios y fundados tuvo para amenazarlo, primero con el puño en alto, luego con el bastón del gerente y, finalmente, perseguirlo furiosamente por la casa y agredirlo con una manzana arrojada con fuerza sobre su cuerpo? Otro ser neurótico, producto de nuestro sistema de producción capitalista.

    Sometido a la tiranía de su grandeza de espíritu, seguía pensando en que él volvería "a encargarse de nuevo, como antes, de los asuntos de la familia". Pero en el recuerdo de las personas con que había tenido algún tipo de relación por razones laborales no encontró quién pudiera ayudarlo, ni a él ni a los suyos.

    "Eran inasequibles, y se sentía aliviado cuando lograba apartar su recuerdo. Luego, dejaba también de preocuparse por su familia, y sólo sentía hacia ella la irritación producida por la poca atención que le prestaban. No había nada que le apeteciera realmente…".

    Consciente de que nadie lo comprendía ni se fijaban en él, Gregorio, sin fuerzas, producto del hambre que aguantaba y la falta de sueño, falleció de inanición, tres meses después de su transformación, pensando "con emoción y cariño en los suyos… aún más convencido que su hermana de que tenía que desaparecer".

    ¡Qué paradójico! Mientras Gregorio luchaba y se esforzaba por su familia, ésta no le dispensó la atención, no le brindó el alimento vital que necesitaba para sobrevivir en su miserable condición artrópoda. Satisfecho de la vida tranquila que llevaba su familia y "orgulloso de haber podido proporcionar a sus padres y a su hermana tan sosegada existencia, en un hogar tan acogedor", a Gregorio le aterrorizaba la idea de que esa tranquilidad, ese bienestar y esa alegría se acabaran. Quería que su hermana estudiara violín, "porque nadie apreciaba su música como él".

    En sentido literal, los alimentos tradicionales que nutren al ser humano, no eran los que apetecían a Gregorio; sus alimentos eran los que consume un insecto de su especie. Con avidez devoraba alimentos descompuestos, rechazando los alimentos frescos. Así su hermana le prodigara los alimentos de su agrado, sucumbió al poder de la inanición.

    En sentido figurado, traslaticio, los alimentos que Gregorio requería para vivir, para existir, no eran los alimentos que consume cualquiera. Tampoco eran los alimentos que consumían los tres huéspedes, típicos representantes de la burguesía capitalista, que saboreaban provocativas fuentes de carne humeante y patatas.

    "A Gregorio le resultaba extraño oír, entre los diversos ruidos de la comida, el de los dientes al masticar, como si quisiesen demostrarle que para comer se necesitan dientes, y que la más hermosa mandíbula de nada sirve sin ellos. «Qué hambre tengo –pensó Gregorio, preocupado–. Pero no son éstas las cosas que me apetecen… ¡Cómo comen estos huéspedes! ¡Y yo, mientras, muriéndome de hambre!»".

    Pero el hambre, que a la postre le arrebataría la vida a Gregorio, era la que, en su espantoso estado, sólo satisface la comprensión, la consideración, la gratitud, la empatía, los ideales, la libertad, la justicia, el amor, la aceptación de las diferencias… El alimento que lo hubiera rescatado de la indiferencia y del abandono nadie se lo prodigó. Nunca le sirvieron "alimentos adecuados", "algo bueno de comer". El auténtico alimento vital, el que le hubiera nutrido su atribulado espíritu, no pudo saborearlo y digerirlo, porque ese alimento, su alimento, no se lo suministraron, no se lo prodigaron. El alimento que "el apetecía eran motivos, propósitos y razones para vivir, comprensión y nutriente espiritual. Gregorio, incomprendido y abandonado a su suerte, murió por falta de alimento existencial.

    Su madre y su hermana, que inicialmente abrigaron sentimientos de consideración por Gregorio, con el tiempo también se olvidaron de él. Paulatinamente, el agobio laboral las apartó de los cuidados y del afecto por su hijo y hermano, que fue perdiendo su condición humana…

    "¿Quién, en aquella familia agotada por el trabajo, hubiera podido dedicar a Gregorio más tiempo que el estrictamente necesario?"

    La insignificancia de Gregorio para los habitantes de la casa, quienes miraban el cadáver "con expresión desdeñosa" se evidenció después de su muerte. La sirvienta empujó "con el escobón el cadáver". El padre pidió que dieran gracias a Dios. "-Qué delgado está… Hacía tiempo que no probaba bocado. Siempre dejaba la comida intacta", se limitó a decir la hermana. La mamá, llamando a su hija, sonrió melancólicamente. El padre y la madre "tenían el aspecto de haber llorado un poco, y Grete ocultaba de vez en cuando el rostro contra el brazo del padre". Los huéspedes, insensibles ante el óbito, se limitaron a exigirle a la empleada el desayuno. Éstos, luego que el padre los conminara a abandonar ipso facto la casa, "cogieron sus sombreros del perchero, sacaron sus bastones del paragüero, se inclinaron en silencio y abandonaron la casa". El padre, la madre y la hermana decidieron tomarse ese día de descanso y de paseo: "no sólo tenían bien merecida una tregua en su trabajo, sino que les era indispensable". El padre pidió a su esposa e hija que se olvidaran de las cosas pasadas y tuvieran consideración con él. "¡Vaya vida!" ¿Ni siquiera los últimos años voy a poder estar tranquilo?", solía exclamar el energúmeno padre.

    Olvidados de Gregorio, su familia salió de paseo disertando sobre el porvenir, que "no era negro, pues sus respectivos empleos… eran muy buenos y, sobre todo, prometían mejorar en un futuro próximo". Como seres prácticos y utilitaristas, decidieron que ya era hora de que su hija consiguiera un buen marido; ésos eran "los nuevos proyectos y sanas intenciones de los padres".

    El relato kafkiano es el testimonio del sinsentido y del absurdo de un ser condenado al fracaso en una sociedad individualista, donde los negocios están por encima de los infortunios humanos. Gregorio sucumbió bajo el peso de la cosificación. No encontró en su mundo el alimento que lo rescatara de las letales garras de la inanición. A la desgracia de su transformación "en un monstruoso insecto", se le aunó la incomprensión, el desprecio, el abandono, la soledad, la angustia, el hambre, la presión laboral, la conciencia de su inutilidad, el sentimiento de culpa y la oscuridad existencial… Un hombre no puede resistir tanto; inexorablemente tiene que colapsar…

    Los seres kafkianos son personas anónimas, almas destinadas al fracaso, al absurdo y al sinsentido. Sólo dos de los múltiples personajes que desfilan por la obra (ya sea de acción o de alusión) tienen nombre: Gregorio Samsa y su hermana Grete. Los demás sólo están envueltos en su rol: el padre, la madre, el gerente, el señor director, las criadas (excepto Ana), el médico, el cerrajero y los huéspedes.

    Ironía y mordacidad encontramos en el pasaje donde se relata que Gregorio no padecía de abandono, porque lo atendía una anciana escuálida y ofensiva.

    "Pero si la hermana, extenuada por el trabajo, estaba cansada de cuidar a Gregorio, no tenía por qué reemplazarla la madre, ni Gregorio tenía por qué sentirse abandonado: para eso estaba la asistenta. Aquella viuda entrada en años, a quien su huesuda constitución debía de haber permitido resistir las mayores amarguras a lo largo de su vida, no sentía hacia Gregorio ninguna repulsión. Sin que ello pudiera achacarse a la curiosidad, abrió un día la puerta del cuarto de Gregorio, que en su sorpresa, y aunque nadie le perseguía, comenzó a correr de un lado para otro; sin embargo, la mujer permaneció inmutable, con las manos cruzadas sobre el vientre".

    Esta impasible viejecita lo llamaba con palabras, según ella, cariñosas: "¡Ven acá, bicharraco!" El cuidado que le prodigaba la impertinente y fastidiosa sirvienta a Gregorio se reducía a importunarle inútilmente, llegando hasta el colmo de amenazarle con una silla. Luego de encontrarlo muerto en su habitación, gritó en la oscuridad: "-¡Ha estirado la pata!"

    Dos de las grandes mentiras sobre las que se ha construido nuestra civilización son evidentes en el relato: el sentimiento de culpa que atribulaba a Gregorio y el mito de la manzana del paraíso. El padre de Gregorio, al incrustar la manzana en el cuerpo de éste y dejarla podrir ahí, le estaba imprimiendo toda la agobiante carga que suscitó la desobediencia divina.

    Este fantástico relato, mezcla de expresionismo, surrealismo y autobiografía, es una alegoría planetaria, rica en complejas imágenes y simbolismos, en donde se narra con hondura psicológica la angustia y la soledad de un ser encadenado al autoritarismo paternal y laboral.

     

     

    Autor:

    Luis Ángel Ríos Perea