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Historia de un conflicto – Palestinos y Judios

    Parecen estar destinados a no entenderse. Judíos y palestinos llevan años de lucha, de guerra abierta, ante la mirada cómplice de las potencias poderosas.

    Los Comienzos del Estado Judío

    Theodor Herzl, fundador del sionismo político, nació en 1860 en Budapest en el seno de una familia de la burguesía vienesa con ascendencia hispano-portuguesa. Estudió en una escuela cristiana.

    Cuando Herzl trabajaba como corresponsal de prensa en París (1891-1895) el caso Dreyfus (1) y el auge del antisemitismo virulento le hicieron cambiar de opinión sobre la cuestión judía: ante el fracaso de la asimilación, la alternativa era la creación de un Estado Judío que atrajera la diáspora. Esta idea dio vida a un plan de acción: el éxodo organizado de judíos para levantar en la Tierra Prometida una sociedad modelo de tipo socialista.

    Presidió el Primer Congreso Sionista y consiguió movilizar a los judíos a través de la Organización Sionista Mundial, pero murió prematuramente en 1904, en parte amargado por las divergencias entre sus partidarios.

    Bajo el lema "dar a un pueblo sin tierra una tierra sin pueblo", Herzl y el Sionismo movilizaron a los judíos de Europa y ejercieron presiones sobre la clase política y los grupos financieros.

    La Organización Sionista Mundial, dirigida por Chaim Weizman con el respaldo de los judíos norteamericanos y británicos, consiguió que el gobierno de Londres publicara la Declaración Balfour (1917), en virtud de la cual Gran Bretaña se comprometía a favorecer la creación de un Hogar Nacional judío en Palestina.

    Pese a las reticencias franco-italianas y a la abrumadora mayoría árabe en Palestina (600.000 árabes frente a sólo 56.000 judíos) los sionistas impusieron sus puntos de vista en la Conferencia de Paz y arrancaron al emir Faisal el consentimiento para acelerar la inmigración.

    Orígenes de las Hostilidades

    En la Conferencia de San Remo (1920) Gran Bretaña recibió un mandato sobre Palestina cuyos objetivos resultaban contradictorios: dirigir el país hacia la independencia, de acuerdo con los deseos de la mayoría árabe, y propiciar la creación de un Hogar Nacional judío en el mismo territorio.

    El antagonismo entre árabes y judíos se manifestó inmediatamente, lógica consecuencia del choque de dos nacionalismos que estaban llegando a su madurez y de dos sistemas sociales instalados en un mismo territorio.

    Conscientes de la importancia decisiva de la demografía, los sionistas fomentaron la inmigración entre las personas desplazadas por los avatares de la Primera Guerra Mundial.

    Las primeras revueltas antisionistas estallaron en 1921 con tal virulencia que el entonces Ministro de Colonias británico Winston Churchill publicó una declaración en la que aseguraba que su gobierno no ha pensado en ningún momento en la desaparición o subordinación de la población árabe, de su lengua y su cultura en Palestina.

    El Papel de Gran Bretaña

    Los sionistas acusaron a los caciques árabes de instigar los disturbios, pero una investigación británica concluyó que la hostilidad hacia los judíos es tan real, tan extendida y tan violenta que no se debe considerar de una manera tan superficial.

    Ante la exasperación de los árabes y la matanza de judíos que se produjo en 1929, tras un incidente en el Muro de las Lamentaciones, Londres publicó un Libro Blanco (1930), en el que reafirmó los límites de la inmigración según "la capacidad económica de absorción". Pero los sionistas ejercieron tales presiones que el primer ministro británico escribió a Weizman exponiéndole una interpretación liberal de las restricciones inmigratorias. Esta "Carta Negra", como la llamaron los árabes, envenenó la situación.

    Tras la subida de Hitler al poder y a pesar de las promesas a los árabes, Gran Bretaña abrió las puertas de Palestina a los que huían del infierno nazi, de modo que unos 150.000 judíos llegaron a Palestina en cuatro años (1932-1935). Ante esta riada inmigratoria, estalló la insurrección árabe de 1936. Por primera vez los árabes se agruparon en un Alto Comité presidido por el gran Mufti de Jerusalén Haj Amin Husseini, que decretó una huelga general indefinida hasta que Londres atendiera sus peticiones: gobierno nacional palestino, suspensión de la inmigración y prohibición de vender tierras de los árabes a los judíos.

    Ante la extensión de los disturbios, los británicos impusieron la ley marcial y utilizaron a voluntarios judíos en la represión, lo que sólo sirvió para enconar los ánimos. Cuando la insurrección terminó en octubre más de mil árabes habían muerto a manos de las tropas británicas.

    Una comisión británica de investigación llegó a la conclusión de que los desórdenes se debían a que la Declaración Balfour y el mandato eran incompatibles con la independencia de Palestina, a menos que los judíos llegaran a ser mayoría. En cualquier caso las aspiraciones de los árabes no podían ser satisfechas. Si bien rechazó la solución de un Estado Federal con dos cantones, la Comisión presidida por Lord Peel advirtió: La división ofrece la última oportunidad de paz, no hay otra solución. La propuesta incluía la creación de dos Estados (judíos y árabe) más una zona integrada por Jerusalén y Belén, con salida al mar, que quedaría bajo el mandato de una gran potencia.

    La política británica prosionista arrojaba un balance sangriento y había abandonado el abismo que separaba a las dos comunidades. Frente al inmovilismo tradicional y las estructuras semifeudales de la comunidad árabe, el Yishuv, con medio millón de miembros en 1937, era una sociedad moderna, técnicamente avanzada, que recibía importantes subsidios financieros de los judíos de la diáspora.

    Ante la inminencia de la guerra y puesto que la barbarie nazi dejaba sin alternativa a los sionistas, los británicos buscaron la amistad de los árabes mediante el abandono del proyecto del reparto y la publicación de un Libro Blanco que propugnó la creación de un estado judeo-árabe en un plazo de diez años, limitó la inmigración a 75.000 judíos (en cinco años) y dejó en manos del Alto Comisario la reglamentación de la venta de tierras con el objeto de que no apareciera una población considerable de árabes sin tierras.

    La nueva política británica suscitó vehementes protestas sionistas y la denuncia del Libro Blanco. De hecho, la inmigración quedó estrangulada a partir de marzo de 1940, después de que un barco cargado de inmigrantes, el Atruma, fuera rechazado por los británicos y se hundiera en el Mar Negro, pereciendo 768 personas. Este acontecimiento abonó el terreno para la lucha armada de los sionistas contra los británicos. Ante la persecución de que eran víctimas, los judíos derrocharon tenacidad e imaginación para inmigrar clandestinamente a Palestina, aunque el gobierno británico luchó para detener la masiva riada de refugiados que aumentaba incesantemente.

    Mientras tanto, los árabes, al rechazar las últimas propuestas británicas, cometieron un error de cálculo que confirma tanto su desconocimiento de la realidad internacional cuanto su equivocada valoración de las fuerzas del Yishuv y de la influencia de los judíos en todo el mundo. Persuadidos de la justicia de su causa, los palestinos se encerraron en una indiferencia suicida sin organizarse política ni militarmente, y actuaron siempre a remolque de los acontecimientos.

    Judíos Contra Británicos

    Las atrocidades nazis reforzaron la convicción sionista de que sólo un Estado podría asegurar la supervivencia del pueblo judío. Un congreso sionista reunido en Nueva York (1942) aceptó la propuesta de Ben Gurión, rechazó el Libro Blanco de 1939 y aprobó el programa Biltmore, cuya cláusula esencial era la creación en Palestina de un Estado Judío, con el consiguiente abandono del entendimiento con los árabes que preconizaban los binacionalistas (partidarios de un Estado integrado por dos nacionalidades).

    A pesar de su declarado prosionismo, los laboristas británicos mantuvieron las restricciones para la inmigración, a fin de contrarrestar la influencia soviética entre los árabes, y cuando la Agencia Judía solicitó 100.000 permisos para entregar a los judíos que estaban en campos de refugiados, Londres mostró una actitud inflexible: admitir en Palestina a los judíos desplazados significaría encender una mecha en Próximo Oriente.

    El "asunto de los cien mil" sensibilizó a la opinión pública en Estados Unidos, hasta el punto de que el presidente Truman censuró agriamente a los británicos. El descubrimiento de los campos de concentración y las cámaras de gas generó una corriente universal de simpatía hacia los supervivientes sin reparar en que los árabes palestinos nada tenían que ver con la política criminal de los nazis ni debían ser sacrificados a la buena conciencia de los europeos.

    La lucha armada de los judíos contra los británicos se recrudeció en el verano de 1945. El Haganah (ejército clandestino judío), que disponía de 60.000 hombres, colaboró con los grupos terroristas Irgún y Stern. Además de diversos atentados contra las vías férreas y las carreteras, atacaron directamente las instalaciones militares británicas y llegaron a secuestrar a seis oficiales. Los británicos replicaron con la detención de varios dirigentes sionistas y con una orden de detención contra Ben Gurión.

    El 22 de julio de 1946, un comando del grupo Irgún, dirigido por Ménahem Begin, voló con dinamita parte del hotel Rey David en Jerusalén, sede del Estado Mayor británico. En este atentado, que conmocionó a la opinión británica, se registraron 91 muertos y 110 heridos.

    Poco después el plan anglo-norteamericano que preconizó la partición y la prolongación del mandato fue rechazado por ambas partes. La Agencia Judía abandonó el programa Biltmore y aceptó la creación de un Estado Judío en Palestina pero con la anexión de Galilea y el Negev.

    Ante el vertiginoso aumento de los atentados, los británicos recurrieron a la ley marcial y colgaron a varios terroristas a los que el Irgún consideraba como héroes. El 4 de mayo de 1947 los terroristas asaltaron la fortaleza de San Juan de Acre liberando a 200 prisioneros. Tres miembros del comando asaltante apresados por los británicos fueron ahorcados inmediatamente. El Irgún, por su parte, se apoderó de dos policías británicos y los ahorcó después de un simulacro de juicio.

    Intervención de la ONU

    Mientras tanto, una comisión especial de las Naciones Unidas sobre Palestina llegó a la conclusión de que las propuestas árabe y judía eran inconciliables y presentó dos proyectos: la partición en dos Estados y la creación de un Estado Federal formado por dos provincias.

    Finalmente, la Asamblea General de la ONU (29 de noviembre de 1947) se pronunció por el reparto de Palestina por 33 votos a favor (entre ellos los de EE.UU., la U.R.S.S. y Francia), 13 en contra (los 11 estados musulmanes, Grecia y Cuba) y 10 abstenciones (entre ellas Gran Bretaña y China).

    La resolución del reparto encendió la mecha del enfrentamiento criminal entre las dos comunidades. En diciembre, cuando Londres anunció que el 15 de mayo de 1948 pondría fin al mandato, más de 500 personas habían muerto en actos de violencia. Ante la gravedad de la situación, Washington propuso, sin éxito, por la oposición de Moscú, que se revocara el plan de partición y se colocara a Palestina bajo la autoridad del consejo de tutela de la ONU, en un intento desesperado por internacionalizar el conflicto e impedir que las iras árabes tuvieran efectos desastrosos sobre los intereses petroleros norteamericanos.

    Guerra de 1947-1949

    En los primeros meses de lucha, los judíos sufrieron grandes pérdidas en los combates para mantener abierta la carretera Jerusalén- Tel Aviv, pero los árabes estaban demasiado divididos y poco preparados para obtener una victoria decisiva. La comunidad palestina, atrasada y desorganizada, fue presa fácil de la demagogia y el desaliento. Las ruidosas declaraciones de los dirigentes árabes que prometían "arrojar al mar a los judíos" sólo sirvieron para que éstos reforzaran su espíritu de lucha.

    El éxodo de los palestinos que huían de las zonas controladas por la Haganah se convirtió en desbandada general a partir de la matanza de Deir Yassin, la aldea árabe en que los terroristas judíos asesinaron a más de 250 ancianos, mujeres y niños (los hombres estaban ausentes), el 9 de abril en una operación de inusitada ferocidad que minó la moral de los árabes. Éstos se vengaron 3 días más tarde, al aniquilar un convoy sanitario judío, causando al menos 50 muertos.

    El 14 de mayo de 1948, pocas horas antes de que los británicos pusieran fin al mandato, los representantes del sionismo mundial celebraron una reunión en el Museo de Tel Aviv, en el curso de la cual David Ben Gurión proclamó el nacimiento del Estado de Israel. Al día siguiente, en medio de la indiferencia británica, calificada de cínica por árabes y judíos, comenzó la guerra. Los ejércitos de cinco estados árabes irrumpieron en Palestina e iniciaron las hostilidades.

    La contienda se desarrolló prácticamente sin la participación de los árabes palestinos. Los ejércitos árabes, mal preparados, intervinieron más para oponerse a los planes del rey Abdullah de Transjordania que para ayudar a los palestinos, a cuya huída y transformación en refugiados contribuyeron con demagógicas promesas de retorno victoriosos. En contra de todos los vaticinios, los israelíes consiguieron una gran victoria.

    Tras la humillante derrota del ejército egipcio, los acuerdos de armisticio fijaron una situación provisional que sólo satisfacía a los británicos y a sus aliados hachemitas: la partición de Palestina entre un Estado Judío, engrandecido y fortalecido, y unos territorios árabes (Cisjordania y la ciudad vieja de Jerusalén) que fueron anexionados por el rey Abdullah para constituir el reino de Jordania. El éxodo de los palestinos (casi medio millón de refugiados en los Estados árabes limítrofes) fue una consecuencia casi inevitable de la segregación que había prevalecido durante el mandato británico, agravada por la demagogia de los dirigentes árabes.

    Para los árabes en general, el establecimiento del Estado de Israel fue el resultado de una amarga derrota histórica, cuyas múltiples causas se encuentran muy lejos de Palestina y configuran uno de los más enrevesados problemas de la historia contemporánea. La victoria de Israel quedó seriamente comprometida por el rechazo de sus vecinos y el lacerante problema de los refugiados palestinos.

    Guerra con Egipto en 1956

    El problema de los refugiados y la persistente negativa de los países árabes a reconocer el Estado de Israel mantenían en Palestina una tensión que la ONU procuraba impedir que degenerara en enfrentamiento armado. El 19 de octubre de 1954 los británicos llegaban a un acuerdo con Egipto en virtud del cual se comprometían a evacuar sus tropas del canal de Suez. Nasser decidió apoderarse del canal, que quedó cerrado. Contando con el respaldo soviético, Nasser intentó, mediante una serie de acuerdos, arrastrar a Arabia, Jordania y Siria a una cruzada contra Israel.

    El gobierno de Tel Aviv, que veía amenazada su propia existencia, decidió una operación militar preventiva contra Egipto. El general Moshé Dayán, comandante en jefe de las fuerzas israelíes, lanzó tres columnas blindadas a través del Sinaí. Las fuerzas egipcias sorprendidas se retiraron 120 kilómetros, abandonando Gaza y el Sinaí y dejando en manos de los atacantes un importante material de guerra, en su mayoría de procedencia soviética.

    Los cascos azules ocuparon el Sinaí y restablecieron la línea de armisticio de 1949. Las últimas fuerzas israelíes evacuaron los territorios ocupados en marzo de 1957.

    Guerra de los Seis Días (5-10 junio de 1967)

    Tras algunos años de relativa calma, volvieron a surgir dificultades entre Israel y los Estados árabes (concretamente en 1963, a propósito de la explotación de las aguas del río Jordán). En 1964 la tensión aumentó con la creación de un mando árabe unificado y del nacimiento de la Organización para la Liberación de Palestina y de su ejército. Las unidades de este ejército, reclutados principalmente entre los refugiados, se instalaron en los estados árabes limítrofes de Israel. Los comandos del ELP y de la organización Al-Fatah, así como los fedayín egipcios del Sinaí, multiplicaron sus incursiones en territorio israelí. Los judíos replicaron con acciones de represalia. Sólo la presencia de los cascos azules impedía que los incidentes desembocaran en lucha abierta.

    Pero la situación sufrió un brusco cambio cuando, a petición de Nasser, los cascos azules se retiraron de la línea de demarcación del Sinaí para ser reemplazados, el 21 de mayo 1967, por tropas egipcias. El día 26, Nasser pronunció un violento discurso en el que se ponía en entredicho la existencia misma de Israel.

    En la mañana del 5 de junio de 1967, El Cairo y Tel Aviv anunciaban el auge de las hostilidades, acusándose mutuamente de haber tomado la iniciativa. La aviación israelí atacó las bases aéreas árabes, sobre todo de Egipto, y en pocas horas se hizo dueña absoluta del cielo, tras haber destruido la casi totalidad de los aparatos egipcios, sirios, jordanos e iraquíes. El general Isaac Rabín, jefe del Estado Mayor israelí, lanzó entonces sus columnas blindadas sobre el Sinaí. Del 5 al 8 de junio, en cuatro días de guerra relámpago, las operaciones llevaron a la reducción de la bolsa de Gaza y luego a la destrucción del cuerpo de batalla egipcio en el Sinaí.

    El 28 de junio, Israel decidió la anexión de Jerusalén a su territorio, pero los estados árabes reunidos en Jartum, proclamaron la voluntad de no firmar la paz con Israel, al que seguían negándose a reconocer como Estado. La ONU condenó casi por unanimidad las iniciativas israelíes de anexionarse Jerusalén y el sur del Sinaí.

    Cuarta Guerra Árabe-Israelí (octubre de 1973)

    El 6 de octubre de 1973, mientras Israel celebraba la fiesta de Yom Kippur, las fuerzas egipcias arrancaron por sorpresa el frente israelí del canal de Suez. Al mismo tiempo, los ejércitos sirios, secundados por unidades iraquíes y jordanas, se lanzaban sobre el Golán. Pero las fuerzas israelíes contraatacaron con vigor, logrando crear una cabeza de puente al noroeste de Suez.

    El conflicto se complicó aún más en virtud de la decisión adoptada en Kuwait por la Organización de los Países Exportadores de Petróleo de reducir su producción petrolera y sus exportaciones hacia Europa y Estados Unidos. Pero tras un viaje de Kissinger a Moscú, el Consejo de Seguridad adoptó una resolución soviético-norteamericana para un alto el fuego inmediato, aceptado al momento por Israel y Egipto y luego por Siria.

    El conflicto, como todos sabemos, no ha terminado. Ojalá vivamos para ver una paz justa en los estados de Israel y Palestina. Ojalá el deseo de Justicia y Paz de los ciudadanos del mundo logre alzarse por encima de los odios y terrorismo de uno y otro lado del conflicto y del silencio cómplice de las naciones poderosas.

    Nota

    Alfred Dreyfus (1859-1935), un capitán del ejército francés de padres judíos, fue condenado a cadena perpetua, degradado y deportado a la isla del Diablo por un delito de espionaje a favor de Alemania que no había cometido. Dreyfus fue finalmente amnistiado, rehabilitado, readmitido en el ejército y condecorado con la Legión de Honor. El caso Dreyfus se presenta como un ejemplo histórico de antisemitismo, de búsqueda de un chivo expiatorio para los males de un país.

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    Juan Pradeshttp://www.revistaesfinge.com/