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Karl Popper en la filosofía liberal del doctor Carlos Gaviria Díaz (página 2)


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En Kant, conjeturo, encontramos las ideas más acabadas de pluralismo y autonomía, que incluso han llagado a nuestros días casi en su formulación original. Sus ideas de libertad y autonomía eran sólo limitadas por la idea de igualdad ante la ley y por el mutuo respeto a la libertad de los demás. Su ética estaba conciente de la variedad de la experiencia humana y, por tanto, de la diversidad de los fines humanos. Así, para que la libertad de cada uno pueda coexistir con la libertad de todos, debe establecerse la igualdad en aquellas limitaciones a la libertad de los ciudadanos sin la cual sería imposible la vida en sociedad: debemos ser libres sin mancillar la libertad de los demás. Así pues, la libertad -que constituye el mayor de todos los valores sociales y personales-, debe limitarse pues, de lo contrario, resultaría obviamente fácil que mi libertad entre en conflicto con la de mi vecino. La tarea de la legislación debe ser entonces permitirnos la mayor libertad posible en coexistencia con la mayor libertad posible de los demás.

Paralelamente, el Doctor Gaviria sostiene que la primera consecuencia que se deriva de la autonomía consiste en que es el propio individuo quien debe asignarle sentido a su existencia y por tanto, un rumbo. Si a la persona se le reconoce esa autonomía, no se le puede limitar sino en la medida en que afecte el radio de acción de la autonomía de otro individuo. Es decir, que es sólo en función de la libertad de los demás que puede ser restringida mi libertad; en los asuntos que sólo a mí atañen, sólo por mí deben ser decididos.

En estas aseveraciones se siente poderosamente -además de la influencia kantiana- el influjo de J. S. Mill, pensador del siglo XIX muy en boga entre los autores liberales del siglo pasado. Según este, lo único que justifica que la humanidad, individual o colectivamente, se entrometa en la libertad de acción de alguno de sus miembros, es la propia protección. Lo único por lo cual el poder puede ser ejercido sobre un miembro de la comunidad contra su voluntad, es para impedir que perjudique a los demás. "Su propio bien, físico o moral, no es justificación suficiente". Ningún individuo puede ser obligado justificadamente a realizar o no cualquier acto, porque le haría feliz o porque, en opinión de los demás, sería más justo o acertado hacerlo. Se le podría persuadir pero no obligar. La única parte de la conducta de un individuo por la que el mismo es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás. "En la parte que le concierne meramente a él, su independencia es, de derecho, absoluta". Sobre sí mismo, sobre su ser propio, el individuo es soberano.

De igual forma, el Doctor Gaviria centra sus argumentaciones al respecto afirmando que el Estado puede indicarme la forma en que debo comportarme con otros, pero de ninguna manera la forma en que debo comportarme conmigo mismo, mientras que mi conducta no interfiera con la orbita de acción de nadie. Si lo hiciere, atentaría contra mi dignidad y autonomía, esto es, contra mi humanidad.

Comparte cabalmente la sentencia de Rawls quien sostiene que cada persona debe gozar de un ámbito de libertades lo más amplio posible, compatible claro está, con un ámbito igual de libertades de cada uno de los demás individuos, así como el reconocimiento de que en la acción moral cada agente debe tomarse a sí mismo como juez, debe reunir los requisitos de un "juez moral competente".

Carlos Gaviria ¿Popperiano?

En lo precedente, quise demostrar cómo la noción del exmagistrado colombiano en lo concerniente a la libertad humana y autonomía personal, está grandemente influida por la tradición liberal desde Kant, pasando por Mill hasta las décadas inmediatamente anteriores con Rorty, Rawls y otros.

En esta parte del escrito, abordo la segunda intención que declaré en la introducción del mismo, a saber, lo que considero (conjeturalmente) la influencia directa del filósofo vienés K. Popper sobre la idea de libertad y autonomía en el Doctor Gaviria y su decidido rechazo al denominado Estado paternalista (imperium paternale). Deseo dejar sentado que tal posición no la sostengo de manera temeraria y dogmática; la misma es resultado de una insistente contrastación de las opiniones de los pensadores en cuestión sobre los temas particulares a los que me he referido, y que no deja de ser un punto de vista dentro de una variedad de puntos de vista (de donde deviene su carácter conjetural).

La inquietud sobre qué espacio queda a la libertad humana en una sociedad en la que por obvias razones se debe respetar la libertad de los demás y, qué papel juega el Estado para evitar el abuso de la misma, sin caer él en el exceso de la coacción, es una cuestión que ha interesado a no pocos filósofos. Tal cuestión plantea un doble problema: el primero referente a la libertad del hombre en relación con el Estado y el segundo -contenido en el primero-, qué tan poderoso debe ser dicho Estado o qué tan benévolo o paternalista debe ser el mismo sin caer en el despotismo.

El problema de buscar principios generales en qué basar la idea de necesidad del poder del Estado y, al mismo tiempo, determinar sus límites, es estudiado desde hace siglos por graves pensadores, entre quienes sobresalen Hobbes, Kant, Mill y más recientemente Popper. Es un tema, aún hoy de acalorados debates entre quienes defienden la tesis del gobierno paternalista y quienes por el contrario, afirman que, cada uno debe poseer la libertad de hacerse feliz o infeliz a su manera, mientras no afecte a un tercero.

Popper, siguiendo la tradición liberal de línea kantiana y milliana, rechaza enérgicamente el paternalismo. El llamado Estado de bienestar, encarna a su parecer uno de los más decididos ataques al más importante de los derechos humanos: el derecho a la libre autodeterminación, es decir, derecho a hacernos felices o infelices a nuestra manera (que incluye el derecho a autodestruirme si así lo deseo, mientras tal acto no perjudique a otros). Me parece axiomático que deba rechazarse y condenarse toda injerencia paternalista como ilícita -a menos que la misma esté motivada por la amenaza de los intereses de un tercero. Absolutamente nada ni nadie puede arrogarse el derecho de tener bajo su tutela a un adulto y privarle así de su libertad; ningún familiar, ningún amigo, ninguna administración, ninguna institución, ningún funcionario, etc.

A su vez, el exmagistrado Gaviria reconoce la incompatibilidad entre la tendencia paternalista y una auténtica democracia. A su juicio, un Estado paternalista y protector de sus súbditos, que además de pretender ejercer influencia en las más íntimas decisiones de los sujetos destinatarios estime conocer mejor que estos lo que conviene a sus propios intereses haciendo entonces obligatorio lo que para una persona libre sería opcional, llega a un resultado inadmisible: por esta vía benévola se niega la libertad individual, en aquel ámbito que no interfiere con la esfera individual ajena.

La posición de Popper y Gaviria coinciden con la de Mill en que debemos tener claro que los órganos estatales no tienen ningún derecho a obligar a hacer algo (o impedir que lo haga) a cualquier individuo "por su interés propio". Cuando la conducta de una persona no afecta, en lo absoluto, a los intereses de ninguna otra (o si los afecta por su propio gusto) existe perfecta libertad, legal y social, para ejecutar la acción y afrontar las consecuencias de esta. Nadie está autorizado para decir a otra persona de edad madura que no haga de su vida lo que este último juzgue conveniente. Cada uno es el más interesado en su propio bienestar: el interés de otra persona es insignificante en comparación con el que uno mismo tiene para sí. (MILL, J. S. Op. cit. pág.154).

Popper, como Kant, estaba convencido de la necesidad del Estado y de la limitación de la libertad, pero el poder del Estado no debería ser más fuerte de lo necesario y la limitación de la libertad reducida al mínimo. Esta limitación es tan necesaria como inevitable para la sana convivencia de los seres humanos. La libertad absoluta haría sencillamente imposible la vida en sociedad.

Ejemplifica la idea kantiana con la siguiente anécdota: "Un americano estaba acusado porque había roto la nariz de otro de un puñetazo. Se defendía utilizando el argumento de que era un ciudadano libre y, por tanto, poseía la libertad de mover sus puños en cualquier dirección […] Sobre lo que le instruyó el juez: La libertad de mover sus puños tiene límites […] Puede moverlos pero las narices de [los otros deberán estar fuera de su alcance]".

Vemos entonces que la idea del Estado de bienestar puede arrojar dificultades y presentar limitaciones. Resulta peligroso despojar a una persona de su responsabilidad hacia sí misma y hacia las personas que de ella dependen. Personalmente considero que parece sumamente fácil perder la libertad bajo el burocrático Estado de bienestar. Es el Estado un peligro latente, pero necesario. Resulta obvio que para cumplir su función éste deba tener más poder que cualquier ciudadano privado o corporación pública, pero dicho poder no puede multiplicarse más de lo necesario.

Es necesaria la libertad para impedir los abusos del poder del Estado y de manera análoga necesitamos el Estado para evitar el mal uso de la libertad. El exceso del Estado conduce inevitablemente a la falta de libertad, pero ¿y el exceso de ésta? ¿Y la libertad sin ningún tipo de control restrictivo? La libertad absoluta, sin ningún tipo de control, podría conducir a que los fuertes abusen de los débiles. La libertad ilimitada se autodestruye, es incompatible con la sociedad organizada. Por tal razón me parece acertado el argumento que afirma que es necesario el Estado para que restrinja la libertad a ciertos límites (los estrictamente necesarios), para que las leyes (el orden) protejan la libertad de cada uno.

El Estado es el único que puede protegernos de los abusos de los demás, y a los demás del nuestro; tal abuso sería tan espantoso como ser objeto de los desmanes del Estado mismo. Se sigue entonces que el Estado debe poseer el suficiente poder para salvaguardar la libertad y los derechos de cada uno, pero no más que eso.

La doctrina de la soberanía, que tiene como pionero a Kant, pero de la que son deudores y herederos directos Popper y el Doctor Gaviria entre otros, podría ser resumida así: "Atrévete a ser libre, y respeta la libertad y autonomía de los demás; pues la dignidad del hombre está en su libertad, y en su respeto de las creencias autónomas y responsables de los demás, especialmente si éstas difieren mucho de las de uno". Las ideas de libertad y autonomía sólo pueden ser limitadas por la idea de igualdad ante la ley y por el respeto mutuo a la libertad de los demás. Debemos entonces preferir y defender la inexpugnable libertad, pero sin perder de vista los problemas que engendran su mal uso.

Pero, para la defensa de la libertad, se necesita una alta dosis de tolerancia*. Debemos apelar a la honestidad intelectual, debemos aceptar y poner en práctica el principio socrático que afirma que no sabemos nada, o de que sabemos tan poco que podemos calificar ese poco como "nada". Sólo así, podemos salvar una de las principales libertades del individuo, la libertad de palabra. El debate crítico y abierto acrecienta nuestro conocimiento: "Si yo espero aprender de ti -afirma Popper-, y si tu deseas aprender en interés de la verdad, yo tengo no sólo que tolerarte sino reconocerte como alguien potencialmente igual… una discusión puede ayudarnos a arrojar luz sobre algunos de nuestros errores". Si nos reconocemos como iguales, si somos tolerantes y honestos intelectualmente no hay posibilidad de querer arrebatar la libertad de otros. Es lo que el Doctor Gaviria señala como la verdad del pluralismo.

La tolerancia conduce al respeto de toda creencia honesta, a respetar a la persona individual y a sus opiniones. Conduce al reconocimiento de la dignidad del ser humano. Este reconocimiento de la dignidad del otro, nos hace concientes de la urgencia de respetar a los demás individuos y sus convicciones. Necesitamos de la libertad política para que sea posible la libertad de pensamiento. La libertad se convierte así, en condición del pleno uso de la razón de cada individuo.

BIBLIOGRAFÍA

  • GAVIRIA DIAZ, Carlos. Sentencias. Herejías constitucionales. Bogotá: Editorial FCE. 2002.
  • MILL, John Stuart. Sobre la libertad. Madrid: Editorial Alianza, 2001.
  • POPPER, Karl. En busca de un mundo mejor. Barcelona: Editorial Paidós, 1996.
  • POPPER, Karl. La responsabilidad de vivir. Barcelona: Editorial Paidós, 1994.
  • RAWLS, J. Justicia como equidad. Madrid: Editorial Técnos, 1986.
  • THIEBAUT, Carlos. Conceptos fundamentales de filosofía. Madrid: Editorial Alianza. 2002.

DATOS DEL AUTOR

Oscar David Caicedo, nació en Manatí Colombia. Filósofo de la Universidad del Atlántico del mismo país; Técnico en Análisis y programación de computadores. Autor de la monografía "Libertad humana y responsabilidad intelectual a la luz de la filosofía de Karl Popper" entre otras.

 

 

 

Autor:

Oscar David Caicedo Machacón

Barranquilla, Colombia. Junio de 2008.

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