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Centroamérica y la revolución que no pudo ser (página 2)


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2. La Revolución en germen

Las frecuentes intervenciones militares estadounidenses en Centroamérica y el caribe generarían movimientos contestatarios a lo largo de todo el siglo XX. Seguramente, una de las expresiones más representativas de este proceso fue la guerra de resistencia desatada por Augusto Cesar Sandino en Nicaragua.

En 1926 había estallado la guerra civil entre conservadores y liberales a causa de un golpe de estado conservador. Entonces, Estados Unidos desembarcó tropas en Nicaragua con el conocido argumento de "proteger sus intereses" y, al poco tiempo presionó a los contendientes para llegar a un acuerdo y detener la confrontación bélica. Los liberales cedieron ante la presión norteamericana, logrando concesiones personales para ellos, pero sin que se obtuviera transformar la sociedad nicaragüense sometida por la economías de enclave generadas por el capital estadounidense. En ese momento, Sandino que era parte del ejército constitucionalista de los liberales se negó a levantar las armas hasta que los norteamericanos hubiesen abandonado el país.

De este modo, la guerra civil cobró un matiz distinto. Esta vez era la oligarquía conservadora y las tropas norteamericanas que trataban de someter a los rebeldes encabezados por Sandino que había logrado despertar el sentimiento de la nacionalidad nicaragüense en contra de las tropas de ocupación. De este modo, las fuerzas rebeldes compuestas fundamentalmente por campesinos se refugiaron en la selva de La Segovia y desde allí hostigaron y acosaron a las fuerzas norteamericanas. Sandino había advertido que no levantaría las armas hasta que hubiera abandonado el país el último soldado estadounidense. Para la potencia continental la lucha se había convertido en una cuestión de prestigio y no podía tolerar que un rebelde con un pequeño ejército campesino los expulsara de este modo en momentos en que pretendía convertirse en arbitro de la política regional. Pero la situación se les mostraba cada ves más adversa, puesto que la lucha de Sandino cobraba mayor simpatía en sectores cada ves más amplios de la población y aún en la opinión publica latinoamericana que no podía dejar de ver con respeto a aquel patriota que se había alzado contra una fuerza de ocupación de la potencia más grande del hemisferio.

Finalmente para 1933, se realizaron elecciones en las que salió triunfante el liberal Sacasa que había llegado al acuerdo con Estados Unidos para que retiren sus tropas a fin de pacificar el país. Solo de este modo, Sandino accedió a parlamentar con el nuevo gobernante sobre las condiciones de la pacificación. Sin embargo, la traición se había incubado en el director jefe de la Guardia Nacional Anastasio Somoza, hombre que los estadounidenses habían propuesto a cambio de retirarse. De este modo, Sandino sería asesinado por la guardia nacional, poco después de que levantara las armas. Era la cruel venganza del imperio.

Guatemala, por su parte, viviría otra experiencia frustrante a partir de 1944, cuando un grupo de oficiales pondría fin a un largo período de dictaduras militares como cúspide de un proceso de protestas sociales. De este modo, la junta revolucionaria de militares convocaría a elecciones iniciando lo que se denominaron los 10 años de primavera en el país de la eterna dictadura. Juan José Arévalo asumiría el mando después de haber salido victorioso en las elecciones e iniciaría un proceso de transformación de la Constitución. De este modo, Guatemala obtendría una nueva carta magna inspirada en el constitucionalismo social promulgado en Queretaro, al culminar la revolución mexicana. Se sentaba de este modo las bases para una transformación de la tradicional sociedad guatemalteca.

En 1951 la nueva justa electoral daría la victoria al Coronel Jacobo Arbenz que emprendería una proceso de transformaciones radicales sustentado en la nueva doctrina de la constitución y apoyado por un movimiento sindical cada vez más radicalizado e influenciado por el Partido Guatemalteco del Trabajo (Partido Comunista).

Es así que el nuevo presidente emprendería un proceso de Reforma Agraria expropiando tierras a los grandes latifundistas del país, incluyendo tierras no productivas de la poderosa United Fruit Company. Acá, como en el resto de las repúblicas centroamericanas, el epíteto de república bananera se había generado por el terrible predominio de la United Fruit Company, que acaparaba ingentes cantidades de tierra para destinarlas a la producción de bananas, convirtiendo al país en dependiente de la exportación de este producto. Mantenía extensas cantidades de tierra sin cultivar para especular con los precios de su producto, mientras que una inmensa proporción de la población campesina carecía de tierras y, por ende, de medio de sustento. Por este motivo, la expropiación de las tierra de la United Fruit se veía en la población guatemalteca como una medida por demás justificada.

Sin embargo, los sectores conservadores y latifundistas del país no podían ver con agrado el proceso de reformas. Por su lado, Estados Unidos, tampoco podía permitir que un régimen cada vez más identificado con el comunismo, en media guerra fría, no solo tomara el poder, sino que además confiscara las tierras de su principal empresa en la región.

Se instigó entonces la subversión contra el régimen de Jacobo Arbenz desde la vecina Honduras. Allá el coronel Castillo Armas, financiado por el departamento de Estado norteamericano (cuyo titular John Foster Dulles era antiguo abogado de la United Fruit) y la misma United Fruit, al mando de un contingente de mercenarios partió hacia Guatemala para derrocar al régimen reformista de Arbenz. No se sabe hasta que punto la subversión de Armas estaba confabulada con el ejército guatemalteco, pero lo cierto es que el ejército se negó a combatir a los sublevados dando lugar al derrocamiento del presidente Arbenz. De este modo, uno de los intentos más serios de sacar a una república centroamericana de la dependencia de la United fruit y de Estados Unidos fue frustrada y reinstaurados los regímenes dictatoriales, así como el tradicional sistema de economías de enclave.

3. Los Somozas y los sandinistas

La historia de Nicaragua en el siglo XX está marcada por la dinastía de la familia Somoza. Su historia comienza con Anastasio Somoza García, aquél hombre que los norteamericanos habían dejado al mando de la guardia nacional y que tendió la celada que terminaría con la vida de Sandino. Al poco tiempo, en 1937 y gracias a su férreo control de la Guardia Nacional, Somoza asumiría el poder del país. Al año siguiente reformaría la constitución de tal modo que le permitiría gobernar hasta 1947, año en que tuvo que dejar la presidencia. No estaba en su ánimo, sin embargo, dejar el poder por el simple hecho de las formalidades legales, así que lo retomó en 1950 mediante un golpe de estado.

Su nueva dictadura se extendería hasta 1956, año en que fue asesinado, por un opositor político que se había infiltrado en una fiesta que sus adherentes le hicieron en su honor. Tras un breve interinato, el hijo mayor de Somoza, Luis Somoza tomaría el poder en 1957 y gobernaría hasta el año 63. No quedaron entonces ajenos al poder los Somoza, puesto que el nuevo presidente, René Schick era hombre de confianza de la familia. De todas maneras, no era lo mismo gobernar con un títere que hacerlo ellos mismos, así que en el año 1967, el segundo hijo de Somoza, también llamado Anastasio, tomó el poder y lo retendría (con una breve interrupción entre 1972 y 1974) hasta el año 79 en que fuera derrocado por la revolución sandinista.

El hecho de que los Somoza pudieran gobernar durante más de 4 décadas se debía no sólo a su control sobre la guardia nacional, puesto que no siempre fueron golpes de estado los que los encumbraron en el poder. Efectivamente, lograron a veces victorias electorales. Lo cierto es que su control sobre la sociedad nicaragüense no era solamente militar y altamente represivo, sino también económico.

Se trataba de un relación recíproca entre su generación de poder y su generación de riqueza, de tal modo que mientras más se extendía su poder en el tiempo, más se extendía su riqueza en su cuantía y a la inversa, mientras más ricos eran, más tiempo podían gobernar. Tal era su dominio de la economía nicaragüense que la familia Somoza era de lejos la principal propietaria de tierras en un país preponderantemente agrario. Una vez, alguno de los Somoza fue consultado por un periodista extranjero sobre la cantidad de tierras que tenía la familia, a lo que el dictador respondió "Que yo sepa, solo tengo una finca, se llama Nicaragua".

Pero su riqueza no estaba exclusivamente concentrada en el campo. También tenía la familia empresas en las ciudades. En este contexto es conocido su monopolio sobre la industria lechera, puesto que impusieron una prohibición de vender leche no procesada, de tal modo que en Nicaragua sólo se podía consumir leche de las empresas de los Somoza. Así también retenían el control de la marina mercante y de la aviación civil, para mencionar solo algunas ramas bajo el control de los Somoza. Esta terrible acumulación de riquezas era naturalmente fraudulenta.

Su práctica corrupta adquirió dimensiones inauditas en 1972, cuando Nicaragua se vio sacudida por un fuerte terremoto. Las donaciones que llegaron de la solidaridad internacional fueron guardadas en los almacenes de la familia Somoza y posteriormente vendidas a la población que requería urgentemente de alimentos por la carestía generada por la catástrofe. Lucraron de este modo, con la tragedia del pueblo.

No era pues raro que la familia Somoza se ganara enemigos. Por ello tuvieron que estructurar una aparato policial terriblemente represivo, con cárceles y campos de concentración repletos de opositores políticos. Pero una situación de esta naturaleza no podía durar por siempre.

El germen de la destrucción del sistema somocista fue creándose a partir de 1961 cuando un grupo de estudiantes universitarios de clase media baja, inspirados en la lucha de Sandino y con ideas marxistas, formaron el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).

Desde un comienzo el Frente Sandinista comprendió que la derrota de los somozas solamente podía producirse mediante una revolución armada, así que iniciaron una guerra de guerrillas bajo la estrategia de una guerra popular prolongada, inspirada en la Revolución China. De este modo, los destacamentos del Frente Sandinista se internaron en los montes, formaron bases de apoyo entre la población campesina y hostigaron a la guardia de Somoza.

La lucha guerrillera era, sin embargo, lenta y terriblemente sacrificada, puesto que el ejército hacía constantes operaciones de cerco y aniquilamiento y los guerrilleros sandinistas, con frecuencia, llevaban la peor parte en los enfrentamientos. Para comienzos de la década del 70, la guerrilla estaba atravesando su peor etapa, puesto que había sufrido varias derrotas frente a la Guardia somocista y, además, varios de sus principales líderes habían caído presos a manos del aparato represivo del régimen.

La situación de inminente derrota llevó a los sandinistas a realizar una audaz, a la vez que desesperada, acción. El año 1974, una reunión de prominentes hombres del régimen se llevaba a cabo en la casa de uno de ellos. Entonces irrumpieron comandos sandinistas en la casa tomando rehenes a todos ellos, exigiendo liberación de sus compañeros, altas sumas de dinero, así como la publicación de una proclama revolucionaria sandinista. El régimen de Somoza tuvo que ceder ante la inminente posibilidad del ajusticiamiento de los rehenes y la espectacular acción guerrillera tuvo una resonancia no sólo nacional, sino también internacional.

Los sandinistas habían logrado recomponerse con la liberación de sus principales cuadros, habían generado fondos para sus labores subversivas y, lo más importante, obtuvieron una victoria política de consecuencias incalculables puesto que toda la población nicaragüense comenzó a tomar en serio a los herederos de la lucha de Sandino.

No todo fue, sin embargo, favorable al Frente Sandinista, puesto que la victoria política de la acción tuvo el efecto de generar una nueva tendencia dentro de la organización que preconizaba el cambio de estrategia, de la guerra popular campesina a la lucha clandestina en las ciudades. La nueva tendencia había generado la división del frente, conformándose la fracción "proletaria".

De todos modos, el régimen salió duramente golpeado y la lucha antigubernamental experimentó nuevamente un ascenso que paulatinamente debilitaba al gobierno.

En 1976, el creciente desprestigio del régimen ante sectores cada vez más amplios de la población generó dentro del frente Sandinista una tercera fracción, la de los "terceristas". Los representantes de esta nueva fracción Sandinista sostenían que la única manera de triunfar sobre Somoza consistía en aglutinar en torno a un gran frente unido a todos los sectores de la oposición, incluyendo a la burguesía que cada vez en mayor proporción le restaba su apoyo al dictador. Esto fue, por demás evidente cuando el empresario Pedro Joaquín Chamorro, dueño del periódico opositor "La Prensa", apareció asesinado y la opinión pública acusó a Somoza de ser el autor intelectual del asesinato. Por otro lado, las clases empresariales también se veían afectadas por los monopolios que la familia somoza ejercía en varios rubros de la economía. De este modo, el régimen iba quedando cada vez más aislado y, en esta situación, reaccionaba con mayor brutalidad ante la oposición.

En 1978, el mismísimo Palacio Nacional fue asaltado por comandos sandinistas, donde tuvieron de rehenes a miembros del congreso. Nuevamente, lograron los sandinistas liberar presos, recaudar recursos económicos y publicitar sus comunicados contra el régimen.

Todo esto se desenvolvía en medio de tremendas protestas populares que exigían la salida de Somoza. Tanto era el desprestigio del régimen que hasta en el exterior comenzaron a manifestarse expresiones contra el régimen, cuando Venezuela cortó los suministros de petróleo a Nicaragua y una reunión de la OEA acordó gestionar para el reemplazo definitivo del régimen.

Para comienzos del año 79, en toda Nicaragua estallaban protestas sociales y sublevaciones. Entonces, las tres fracciones sandinistas decidieron reunificarse y bajo un comando conjunto desataron la ofensiva final al régimen. En julio de 1979, Somoza tuvo que renunciar y huir de Nicaragua, mientras tropas sandinistas hacían su entrada triunfal en Managua, ante la algarabía de una población que veía con regocijo el final de la dinastía de los Somoza.

4. La guerra vuelve.

Cuando los sandinistas tomaron el poder, mediante una junta encabezada por el Comandante Daniel Ortega, emprendieron inmediatamente un programa de reformas estructurales en base a una reforma agraria que confiscó tierras, principalmente a la familia Somoza, pero también a otros latifundistas nacionales y extranjeros. La tierra no fue entregada individualmente a los campesinos, sino más bien se estructuraron cooperativas agrarias para planificar la producción.

Esta política estaba pensada para coordinar el abastecimiento de la población con la Empresa Nacional de Abastecimiento (ENABAS) y los ministerios de comercio interior y exterior. Se comenzaba entonces a establecer una economía centralizada y fuertemente controlada por el nuevo régimen que además había disuelto la Guardia Nacional y establecido el Ejército, así como la Policía sandinistas. En política exterior, el régimen comenzó a alinearse junto con Cuba y los países socialistas de Europa.

Si bien estas políticas eran ya demasiado radicales como para que Estados Unidos pudiera tolerarlas, los sandinistas además comenzaron a colaborar a la guerrilla izquierdista salvadoreña que, ante el influjo de la revolución sandinista, arremetía contra el régimen en ese país. De este modo, la región centroamericana, tradicionalmente aferrada a la tutela norteamericana, amenazaba con desprenderse de su influencia.

En 1980, Ronald Reagan derrotó a J. Carter en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, tras una campaña en la que el nuevo gobernante republicano había acusado a su antecesor de ser el culpable del avance del comunismo en el continente por su política apaciguadora de conflictos. Se diseñó entonces una nueva política desde el pentágono para evitar la expansión de las revoluciones, primero y derrocar a los sandinistas, luego.

De este modo, Estados Unidos comenzó a organizar a los opositores del régimen sandinista, compuesto principalmente por oficiales de la exguardia nacional somocista, y generó con ellos una guerrilla denominada "La Contra" destinada a hostigar al régimen. Inicialmente los sandinistas subestimaron a sus nuevos rivales, pensando que los adherentes de Somoza no podrían nunca generar adhesión popular. Sin embargo, el conflicto tomó las características de una escalada armamentista sin precedentes en la historia de la región. Por un lado, el régimen sandinista recibió el apoyo militar de Cuba y los países socialistas y en pocos años se convirtió en el ejército más fuerte de la región. Movilizó además a la población mediante las Milicias Populares Sandinistas (MPS). Por su parte, el gobierno de Reagan obtenía cada vez mayores presupuestos de su congreso para la Contra convenciéndolos que era la única forma de detener el comunismo.

Cuando el presupuesto asignado por el congreso norteamericano se mostró insuficiente, la C.I.A. vendió armas a Irán (rompiendo un embargo de las Naciones Unidas a ese país, que los mismos Estados Unidos habían propiciado) para destinar el dinero a la contra. Se descubrió también que la misma CIA estuvo involucrada en tráfico de cocaina para generar recursos para la contra. De este modo, la maquinaria de guerra que la subversión pudo generar fue tan grande que los sandinistas pronto se vieron imposibilitados de vencer a sus adversarios, más aún si se tiene en cuenta que la contra tenía sus principales bases de operación en la vecina Honduras y el tratar de liquidarlas habría implicado pasar la frontera y desatar una guerra contra el vecino país. La situación del régimen sandinista se vio todavía más afectada por una crisis económica a raíz del embargo tendido por Estados Unidos. Cuando la contra comprendió que el punto débil de los sandinistas era el económico entonces comenzó a realizar sus ataques a las cooperativas agrarias generando desabastecimiento en la población.

Para fines de la década de los 80, la contra tenía más de 25 mil hombres en armas que eran reclutados, aprovisionados y armados por la CIA. Las zonas de guerra, principalmente en la parte norte en la frontera con Honduras desde donde operaba la contra, habían colapsado completamente. La población huía de la guerra y la situación se tornaba insoportable.

Finalmente, los sandinistas accedieron a la negociación auspiciada por los países vecinos en la localidad guatemalteca de Esquipulas. De este modo, los Sandinistas aceptaron convocar elecciones, ante la creencia de que la población que los había apoyado en la lucha contra Somoza nuevamente los apoyaría. Sin embargo, para la población Nicaragüense estaba claro que un triunfo Sandinista en las elecciones implicaría la continuación de la guerra, puesto que Estados Unidos estaba decidido a derrocar al régimen. De este modo, en 1990 las elecciones dieron el triunfo a la UNO (Unión Nacional Opositora) que había agrupado a sectores empresariales de derecha a la cabeza de Violeta Barrios vda de Chamorro.

De este modo, la Revolución Sandinista fue una revolución truncada.

5. La Guerra Civil en El Salvador.

El Salvador, el más pequeño de los países centroamericanos, experimentó durante la década 80, la guerra civil más sangrienta que se tenga memoria en la historia de Latinoamérica. Se trata de un país con las típicas características agrarias y tradicionales del resto del continente. Una oligarquía terrateniente y ligada a inversionistas extranjeros generadores de economías de enclave domina sobre una población preponderantemente indígena y mestiza mediante su control de un ejército que ha sido crecientemente solventado por Estados Unidos para detener la subversión.

Las luchas políticas durante la década del 70 se caracterizaron por los tremendos fraudes electorales que promovieron los militares para encumbrar en el poder al partido político de las élites, irónicamente llamado el Partido de la Conciliación Nacional, el PCN. Tanto el año 1972, como el año 1977, el PCN fue derrotado por la Unión Nacional Opositora (UNO) un conglomerado de fuerzas políticas, que de ninguna manera eran radicales, sino más bien intentaban una tímida reforma del sistema político salvadoreño. En ninguna de las dos oportunidades les fue permitido gobernar puesto que los militares convertidos en árbitros de la política de ese país dieron el triunfo al PCN que continuó gobernando de una manera claramente fraudulenta.

Era natural que una situación de esta naturaleza lleve a muchos a la conclusión que el sistema político no podría ser reformado por la vía electoral y, entonces comenzaron a estructurarse pequeños grupos guerrilleros de clara influencia marxista inspirados en la Revolución Cubana.

De este modo, se creó el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (FARN), Las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) que embarcaron un proceso de subversión armada contra el régimen del PCN. Una de las características de esta lucha consistió en la combinación de la guerrilla en las montañas junto con acciones de protesta en las ciudades desarrolladas por organismos populares creados por estas mismas organizaciones. La situación se tornaba claramente desestabilizadora para el régimen que pronto recibió el apoyo económico y asesoramiento militar por parte de Estados Unidos que veía con mucha preocupación el desarrollo de la subversión política en El Salvador.

Entonces comenzaron a surgir grupos paramilitares organizados por las clases hacendadas y el gobierno con la finalidad de eliminar a todos aquellos que en las ciudades generaban protestas mientras que el ejército arremetía contra las guerrillas en el campo. Como resultado de esta tensa situación comenzaron a cometerse asesinatos a los líderes de las organizaciones populares que organizaban las protestas, mientras que en el campo el ejército cometía masacres contra poblados campesinos que apoyaban a las guerrillas.

A esta altura de los acontecimientos la situación política ya se había desbordado y La Revolución Sandinista en la vecina Nicaragua triunfante en julio de 1979, se constituía en un aliciente para las fuerzas revolucionarias que encontraban de este modo un aliado en el exterior, además de una muestra de que la vía revolucionaria para la toma del poder era completamente factible. Por este motivo, los grupos guerrilleros se unificaron en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), tomando el nombre de un revolucionario salvadoreño de la década del 30 que había combatido junto con Sandino y que después liderizara una rebelión campesina en El Salvador en 1932 siendo asesinado posteriormente.

Se produce entonces un reacomodo de fuerzas, de tal modo que las presiones estadounidenses llevaron al PCN a levantar su "monopolio de facto" sobre el gobierno dando cabida a políticos de oposición. De esta manera, Napoleón Duarte líder del Partido Demócrata Cristiano de El Salvador, que había sido parte de la Unión Nacional Opositora (UNO) encabezará una junta de gobierno con el propósito de mostrar que las fuerzas tradicionales que habían generado el descontento popular ya habían abandonado el poder.

De todas maneras, era ya tarde para intentar una solución pacífica al conflicto. Las fuerzas revolucionarias tenían propósitos mayores que el simple desplazamiento del PCN del gobierno. La influencia de las revoluciones cubana y sandinista los llevaban a formularse el objetivo de una revolución de tipo socialista.

En Enero de 1981 el FMLN intentará una ofensiva final con el propósito de tomar el poder. Se trató de un esfuerzo descomunal en el que las tropas guerrilleras avanzaron sobre la capital San Salvador mientras que las organizaciones populares intentaron pasar de la protesta al levantamiento popular. El ejército, fuertemente pertrechado por Estados Unidos, respondió a la arremetida con tal fuerza que el intento de tomar el poder fue rechazado. Las fuerzas guerrilleras comprendieron que su intento había fracasado y se retiraron a las montañas para emprender una guerra popular prolongada del mismo modo que los sandinistas habían realizado durante prácticamente dos décadas. Fue el comienzo de la guerra civil.

Las características de esta guerra fueron realmente sangrientas pues no solo se trata del enfrentamiento entre las guerrillas y el ejército salvadoreño. Se trata también de una confrontación de las fuerzas paramilitares contra organizaciones populares que adquirió la forma de una verdadera guerra terrorista en la que se secuestran lideres políticos y se los asesina después de graves torturas.

El ejército, por su parte, arremete contra los poblados campesinos para intentar intimidar a la población y así evitar que preste su apoyo a los guerrilleros. Entre este tipo de actos destacan el asesinato del arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero que públicamente había pedido al gobierno de Estados Unidos que deje de prestar asistencia militar al gobierno salvadoreño. Otro crudo ejemplo es la masacre de "El Mozote" donde se cometió un verdadero genocidio eliminando a 1009 civiles en diciembre del 81. También causó mucha conmoción el secuestro, violación y asesinato de cuatro monjas estadounidenses a manos de las tropas del ejército.

Todo esto muestra que la situación en El salvador había degenerado completamente por la intervención de los paramilitares y su coordinación con el ejército a cuyos mandos medios habían penetrado verdaderos hampones. El mismo embajador estadounidense reconoció que el líder de las fuerzas paramilitares, Roberto D´Aubuisson, era "una asesino patológico".

La guerra se desarrolló durante toda la década del 80, hasta que los contendientes comprendieron que ninguno de ellos podría triunfar. En 1991 se firmó el acuerdo de paz, en México, entre el gobierno del partido ARENA y el FMLN, comprometiéndose el FMLN a levantar las armas para pasar a la contienda electoral y el gobierno a investigar los crímenes de guerra.

La guerra civil en el Salvador se llevó la vida de 75 mil personas, una cifra espeluznante para un pequeño país de 6 millones de habitantes. La Revolución tampoco pudo realizarse.

BIBLIOGRAFÍA

  • Humberto Ortega Saavedra. 50 años de lucha sandinista.
  • Naciones Unidas. Informe para la comisión de la verdad para El salvador "De la locura a la esperanza".
  • Jaime Wheelock. Imperialismo y Dictadura.
  • Gregorio Selser. Sandino, General de hombres libres.

 

Carlos Alberto echazú Cortéz

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