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El evangelio de Judas y el conocimiento sobre Jesús


    Monografía destacada

    1. El evangelio de Judas y el disparate revestido de criterio científico
    2. El Evangelio de Judas es un documento anticristiano
    3. El Nuevo Testamento es la única versión fiable para todo lo concerniente a Jesucristo y a su obra de salvación
    4. El conocimiento de Jesús

    El evangelio de Judas y el disparate revestido de criterio científico.

    Al final de la década de los setenta fue hallado en Egipto un códice escrito en el dialecto sahídico, del idioma

    copto, en el que aparece un texto que se creía perdido y que parece corresponder al "Evangelio de Judas", mencionado en la literatura patrística antigua. Dicho texto, que forma parte de un códice en el que hay otras tres obras gnósticas, ha sido datado por varios métodos, entre ellos el del carbono14, estableciéndose para el mismo una fecha de redacción aproximada entre la última mitad del siglo III y la primera del siglo IV d.C.

    El papiro se encuentra muy deteriorado ya que algunas partes del texto se han perdido y otras se conservan sólo fragmentariamente. Sólo 26 de las 66 páginas de que consta el códice corresponden al "Evangelio de Judas". De las 13 que han podido traducirse hasta aquí, se desprende que se trata de unas presuntas revelaciones que Jesús hizo en privado a Judas tres días antes de la Pascua, en las que Judas Icariote es presentado como el discípulo favorito de Jesús que entrega a su maestro a los romanos siguiendo las órdenes del propio Jesús.

    En este año de 2006 la National Geographic Society hizo público a bombo y platillo su trabajo de restauración y traducción del manuscrito. Sus conclusiones ha llevado a la prensa a dar un tratamiento sensacionalista al asunto de manera que se han dicho entre otras las siguientes cosas: 1) El evangelio según Judas sería uno de los descubrimientos arqueológicos más sensacionales de los tiempos modernos. 2) Diversas pruebas han demostrado que, en cuanto a la antigüedad del texto, su autenticidad está fuera de toda duda. 3) Judas Iscariote ha sido un hombre vilipendiado durante dos mil años, el papiro revelaría la verdadera relación de Cristo con Judas y que en realidad fue todo un héroe. 4) La Iglesia alberga el temor de que el manuscrito ponga patas arriba muchas de las creencias más profundamente arraigadas del cristianismo. ¿Qué tenemos que decir ante esto?

    1. El Evangelio de Judas es un documento anticristiano.

    El documento original, del cual el encontrado en Egipto es sólo una copia del siglo IV, fue compuesto a final del siglo II d.C. Sabemos por los Padres de la Iglesia,

    Ireneo de Lyón, Epifanio de Salamis y Teodoreto de Ciro, que el Evangelio de Judas es un texto gnóstico tardío, rechazado y condenado como apócrifo y herético por la Iglesia.

    Este documento apócrifo es semejante a la mayoría de los hallados en Nag Hammadi en 1945, y como la mayoría de los textos gnósticos no trasmite tradiciones que se remontan al Jesús histórico, sino que son reelaboraciones posteriores, en clave esotérica, que reinterpretan los relatos evangélicos más antiguos de manera que concuerden con creencias particulares o sincréticas, tan apartadas de la visión consensuada del dogma cristiano que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que eran anticristianas.

    Que los gnósticos no eran cristianos es algo evidente en sus escritos. Su doctrina iba dirigida a una élite capaz de salvarse a sí misma mediante la gnosis o conocimiento introspectivo de lo divino. Esta capacidad de conocimiento era para ellos superior a la fe y al sacrificio de Cristo, por lo que los iniciados gnósticos no esperaban obtener la gracia del perdón y salvación mediante el arrepentimiento y la fe en Cristo. Según ellos el hombre puede salvarse a sí mismo mediante una mística secreta de la salvación en la que se mezclan sincréticamente ideas orientales y de la filosofía griega, principalmente platónica.

    En su visión dualista, los gnósticos veían la materia como el anclaje y origen del mal, por lo que no podían concebir las dos naturalezas de Jesucristo (divina y humana), ya que para ellos la materia era contaminante. Esto les llevaba a formular la doctrina del "cuerpo aparente de Cristo", que establece que Jesucristo no era más que un espíritu con apariencia de un cuerpo material (docetismo). Otros grupos gnósticos sostenían que Jesucristo fue un hombre corriente que en algún momento fue adoptado por una fuerza divina (adopcionismo).

    Según la doctrina gnóstica, Jesucristo pretendía transmitir a los espíritus de las personas el principio del autoconocimiento, de modo que sus almas se salvasen por sí mismas al liberarse de la materia. El apóstol Juan condenaría estas enseñanzas como anticristianas al decir: "Todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios" (1 Jn 4.1-3).

    En consecuencia, el evangelio apócrifo de Judas encontrado en Egipto no es más que una copia del siglo IV de un documento gnóstico anticristiano de final del siglo II. Es un documento tardío que perteneció a un grupo marginal y sectario que se hizo una fuente normativa a su medida, en abierta oposición al cristianismo fundado en las escrituras apostólicas del siglo I. Por tanto afirmar que su "hallazgo es uno de los descubrimientos arqueológicos más sensacionales de los tiempos modernos" es un absurdo descomunal.

    De lo único que no hay duda es que el texto en cuestión es un "auténtico documento apócrifo del siglo IV", que no tiene más valor que el de documentar algunos de los sincretismos que se dieron en la antigüedad entre el cristianismo, el paganismo oriental y la filosofía griega.

    Durante los primeros siglos no había duda en el seno de la Iglesia sobre cuales eran los libros normativos para el cristianismo. El surgimiento de grupos sectarios, con creencias que no podían fundamentarse en los evangelios y epístolas de los apóstoles de Jesucristo, les lleva a fabricar sus propias versiones de los hechos, atribuyendo su autoría a algún miembro del grupo apostólico, como medio de tener una autoridad documental en la que avalar sus enseñanzas. Es por esa razón que la Iglesia se movilizó rechazando las nuevas reinterpretaciones como apócrifas y fijando los criterios para establecer el canon o lista de los libros considerados inspirados y normativos.

    2. El Nuevo Testamento es la única versión fiable para todo lo concerniente a Jesucristo y a su obra de salvación.

    En las listas apostólicas el nombre de Judas siempre aparece al final, generalmente acompañado de una descripción sobre su infame acción: "el que le entregó" (Mr 3.14-19), "que llegó a ser traidor" (Lc 6.16). El término Iscariote que acompaña a su nombre procede del hebreo ’îš q‛rîyot, cuyo significado es "hombre de Queriot", en relación con la ciudad moabita de este nombre mencionada en (Jer 48.24) o con la ciudad al sur de Hebrón que aparece en (Jos 15.25), de una de las cuales era originario Judas con toda probabilidad.

    Los evangelios le presentan como una persona incapaz de discernir la importancia de ciertas acciones de gran contenido en fe y espiritualidad (Mr 14.3-9), como un hombre hipócrita que aparentaba interés por las personas pobres, llegando a enjuiciar a María por su noble acción al ungir a Jesús con un costoso perfume (Jn 12.4-5), cuando en realidad su única intención era aprovecharse de su condición de tesorero del grupo apostólico (Jn 13.29) para apropiarse del dinero que habían puesto bajo su custodia (Jn 12.6).

    Llevado por su ambición y avaricia acude secretamente a los principales sacerdotes para traicionar a Jesús (Mt 26.14-16), vendiéndole por treinta piezas de plata y escogiendo el beso como señal para su entrega. Los evangelistas Lucas y Juan añaden el detalle de que Satanás estaba detrás de las malévolas acciones de Judas (Jn 13.27) (Lc 22.3-6).

    En contraste, en el evangelio apócrifo de Judas se hace una valoración positiva de la figura de

    Judas Iscariote al presentarle como el discípulo favorito de Jesús que cumple sus órdenes, entregándole a unas autoridades romanas que fueron un mero instrumento para la liberación de su espíritu encarcelado mediante el sufrimiento, todo ello en conformidad con la doctrina dualista gnóstica.

    Esta reivindicación del perverso Judas no sorprende a aquellos que sabemos cual era el grupo gnóstico que elaboró el "Evangelio de Judas". Se llamaban a sí mismo los cainitas, nombre que proviene de aquel malvado y fraticida Caín que mató a su hermano Abel en el Génesis, en quien ellos vieron "la más alta potencia y la fuerza más consistente". Los cainitas, que eran una de las sectas gnósticas más libertinas del momento, afirmaban que, dependiendo la salvación únicamente de la gnosis del alma, no era relevante el comportamiento del cuerpo, el cual no estaba sujeto a ninguna atadura moral y era libre para toda clase de goces.

    Una de las cosas que parece evidente, con todo el revuelo que se ha armado con el "Evangelio de Judas", es que vivimos en tiempos difíciles para las enseñanzas y creencias cristianas basadas en las Sagradas Escrituras. Es curioso que quienes no creen en la Biblia, a pesar de ser un documento muy antiguo y fiable, están dispuestos a creer fanáticamente y defender dogmáticamente cualquier otra cosa, por muy absurda que sea, con tal que ésta contradiga la visión que de Jesucristo o del Evangelio tenemos los cristianos, aunque para ello tengan que basarse en documentos tardíos y apócrifos. Así ha sucedido con la obra El Código Da Vinci de Dan Brown. ¡Esto es el colmo del disparate!

    Los cristianos no tenemos miedo a que la mentira disfrazada de ciencia o de best-seller literario socave nuestras creencias, porque nuestra fe es un don de Dios que nos lleva a Jesús en el poder del Espíritu Santo. Nuestra percepción de Cristo como Salvador, y nuestra forma de entender la vida y lo que hay tras ella, se funda en una Escrituras, la Biblia, cuyo poder transformador es algo que queda evidenciado por millones de personas en todo el mundo, tanto en el pasado como en el presente. La mentira y el absurdo sólo encuentran corazones receptivos en aquellos que, viviendo de espaldas a Dios, necesitan legitimar ante sí mismos que andan por el camino correcto.

    El conocimiento de Jesús

    Desde los primeros siglos de nuestra era, sobre todo a partir del siglo IV, surgieron diferentes herejías cristológicas o conceptos extraños sobre la persona u obra de Cristo. Para entender él por qué ocurrió tal cosa es necesario recordar que la iglesia primitiva estaba inmersa en un proceso de búsqueda de una concepción de Cristo que hiciese justicia a los siguientes aspectos: 1) Su verdadera y propia deidad; 2) Su verdadera y propia humanidad; 3) La unión de la humanidad y la deidad en una sola persona; y 4) La adecuada distinción entre la deidad y la humanidad en una sola persona. Como dice L. Berkhof "todas las herejías cristológicas que surgieron en la Iglesia de los primeros siglos, se originaron en el fracaso de combinar todos estos elementos en la formulación doctrinal de la verdad. Algunos negaban, totalmente o en parte, la verdadera deidad propia de Cristo (Ebionitas, Alogitas, Monarquianos dinámicos y Arrianos), y otros disputaban totalmente, o en parte, su verdadera y propia humanidad (Docetistas, Gnósticos y Modalistas)."

    Los evangelios apócrifos son otras formas pervertidas de presentar a Jesús. Estos son escritos de fecha muy posterior al tiempo histórico de los sucesos narrados por ellos. Sus autores suelen escribir con un seudónimo, generalmente el nombre de un apóstol. Nos muestran relatos triviales y extravagantes sobre la vida de Jesús. Como ejemplo tomemos una muestra del evangelio apócrifo de la infancia de Jesús del Seudo Tomas (de final del s. II). El autor presenta a Jesús de niño haciendo pájaros de barro y echándoles a volar, dejando seco al hijo de Anás el escriba, matando a un muchacho que tropezó con él, dejando ciegos a quienes no estaban de acuerdo con la muerte del joven anterior, etc. Todo este "evangelio" nos presenta a un Jesús iracundo, travieso y orgulloso que utiliza sus poderes para divertirse, para mostrar su disgusto o para hacer daño a alguien que le ha importunado. Los demás evangelios apócrifos son igualmente absurdos.

    Más recientemente, Ernesto Renán (1823-1892), un estudiante de teología que apostató de la fe y vocación cristiana cuando tenía 23 años, se dedicó, en palabras de J. Ribera, a "derramar luz en torno a la falsa leyenda del cristianismo… fue una piqueta demoledora contra la Iglesia". Escribió un libro sobre la vida de Jesús en el que afirmó que los evangelios están "plagados de errores y de contrasentidos".

    Partiendo de ese presupuesto, diseñó una biografía de Jesús en la que lo redujo a un gran hombre: "nadie sobrepujará a Jesús", dijo; un hombre en la categoría de los "semidioses", que dio a la humanidad un ejemplo maravilloso: "en él se reconcentró cuanto de noble y bueno se contiene en nuestra naturaleza ". Renán negó en su obra todo lo sobrenatural en la vida de Jesús, negó su divinidad, negó el poder desplegado en sus milagros, negó su resurrección sobre la muerte. El Jesús de Renán no es el Verbo eterno, no es el Hijo de Dios, ni tampoco es el Salvador del mundo; es sólo un gran hombre al que admiró como tal: "y todos los siglos proclamarán que entre los hijos de los hombres no ha nacido ninguno que pueda comparársele".

    Otras obras más actuales que nos muestran perversiones sobre la persona y vida de Jesús son los libros: El caballo de Troya y El Bluf o la Estafa de Cachemira, y las películas: Jesucristo Súper Star y La última tentación de Jesús. En todas estas obras sus autores nos presentan a un Jesús descafeinado, desprovisto de sus atributos divinos y sobrenaturales tanto como de su humanidad perfecta. Nos presentan a un Jesús patético, unas veces, y otras a un Jesús digno de admiración pero cuya obra, mensaje y poder no trasciende a su muerte. Este es el engaño de Satanás para aquellos que, ciegos por el pecado, viven de espaldas a Dios.

    Si queremos conocer a Jesús debemos hacerlo a través del testimonio apostólico. Esto no significa que no existan otras evidencias de la historicidad de Jesús. Muchos son los testimonios seculares que dejan fuera de toda duda este hecho. Veamos algunas muestras de ello en las fuentes seculares: El historiador romano Cornelio Tácito, que nació entre el 52 y el 54 d.C., al escribir del reinado de Nerón, alude a la muerte de Cristo y a la existencia de los cristianos de Roma. (Anales XV.44). Tácito hace una más amplia referencia al cristianismo en un fragmento de sus Historias, en relación con el incendio del templo de Jerusalén en el año 70 d.C., preservado por Sulpicio Severo (Crónicas II.30.6). El satírico del siglo segundo, Luciano, habló con desdén de Cristo y de los cristianos. El historiador judío Flavio Josefo, que nació el 37 d.C., hace una referencia a Jesús en (Antigüedades XVIII.3.3) y otra a Santiago, el hermano de Jesús, en (Antigüedades XX.9.1). Suetonio, 120 d.C., es otro historiador romano que cita a Jesús (Vida de Claudio 25.4). El gobernador de Bitinia en Asia Menor, Plinio Segundo o Plinio el Menor, (112 d.C.) escribió al emperador Trajano pidiéndole consejo de cómo tratar a los cristianos (Epístolas X.96). La carta de Mara Bar-Serapio, es un interesante documento de después del 73 d.C. en el que este autor sirio escribe desde la prisión a su hijo Serapio para alentarle en la búsqueda de la sabiduría. Le menciona diferentes sabios entre los cuales incluye a Jesús (1.114). Los Talmudes judíos también hacen referencia a Jesús en muchas ocasiones. (Babilonia Sanhedrín 43a).

    En cuanto a las fuentes eclesiales, tenemos en primer lugar a Tertuliano, jurista-teólogo de Cartago, que en una defensa del cristianismo (197 d.C.) ante las autoridades romanas de África, hace mención del intercambio epistolar habido entre Tiberio y Poncio Pilato (Apología V.2). Otros autores cristianos de los primeros siglos serían Julio Africano (221 d.C.), que cita a Talo el historiador samaritano que menciona a Jesús en sus escritos (1.113), y Justino Mártir (alrededor del año 150 d.C.) que en su Defensa del cristianismo, ante el emperador Antonino Pío, hace mención del informe de Pilato que suponía debía estar preservado en los archivos imperiales. (Apología 1.48).

    Pero la fuente principal para el conocimiento de Jesús es el testimonio apostólico. Los apóstoles fueron testigos de primera mano de todo cuanto narran en sus escritos. Ellos oyeron, vieron y palparon todo que cuentan en sus escritos (1 Jn 1.1-4) (2 P 1.16-18). Durante tres años estuvieron con Jesús, sin separarse prácticamente de él. Estuvieron a su lado cuando predicaba, cuando sanaba, cuando reprendía, cuando procedía con misericordia. Estuvieron con él en los momentos buenos y en los malos. Ellos fueron testigos presenciales todo el tiempo del ministerio del Señor Jesús (Hch 1.8,21-22). Ellos comieron de los panes y los peces, ellos sufrieron las inclemencias del viento y el mar embravecido, ellos se quedaron hondamente impresionados cuando vieron salir a Lázaro, vivo, del sepulcro.

    Los apóstoles fueron inspirados por Dios para escribir todo cuanto vieron, oyeron y palparon con escrupulosa fidelidad (2 P 1.21). Algunos pocos escribieron lo que otros testigos de primera mano les contaron. Este fue el caso de Lucas, el médico amado, que escribió su evangelio probablemente por el testimonio de María (Lc 1.1-4), y el libro de los Hechos porque fue compañero de viaje del apóstol Pablo (Hch 1.1-5). La inspiración les libraría de error al seleccionar las fuentes. Pero la mayor parte, que eran testigos oculares, fueron guiados a toda la verdad por el Espíritu Santo (Jn 16.13), quien unas veces les enseñaba y otras les recordaba las cosas vistas, oídas y experimentadas (Jn 14.26). De esta manera fueron preservados de seguir cualquier cosa que no fuera la verdad (2 P 1.16).

    Es por esto último que podemos afirmar que los escritos apostólicos son Palabra de Dios (2 Ti 3.15-17), y como tal, son un testimonio fidedigno sobre la vida de Jesús (Jn 21.24). El testimonio apostólico fue escrito por hombres que nunca se propusieron escribir cosa alguna. Lo hicieron porque el Señor se los mandó, porque el Espíritu de Dios les guió a ello, para que se convirtiese en la única fuente para un conocimiento salvador de Jesús (Jn 20.30-31). Los evangelios no sólo trasmiten un conocimiento sobre Jesús a nivel de información histórica, sino que, sobre todo, son un instrumento para el conocimiento en el poder de Dios que se traduce en la fe en él (Ro 10.17). Esta fe en Jesús produce salvación y vida eterna (Jn 3.36).

    La importancia del conocimiento de Jesús está, en primer lugar, en que por él podemos conocer al Dios verdadero, el cual se ha revelado en su palabra y en su Hijo (He 1.1-2): "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Jn 1.18). A través de su testimonio y de sus obras podemos conocer el carácter de Dios: Su entrañable amor (Jn 11.34-36); Su ira (Jn 2.13-22); Su justicia y su misericordia (Jn 8.1-11); Su inmenso poder (Jn 11.38-44), etc. Todos los atributos de Dios fueron manifestados a través de la persona de Jesús. Es por ello que él dijo: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14.9).

    En segundo lugar, conocer a Jesús es conocer al hombre que somos. Como segundo Adán (1 Co 15.45), Jesús nos muestra al hombre perfecto: "¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?" (Jn 8.46) (He 7.26,28), nos muestra al hombre que todos deberíamos ser y no somos; nos muestra que existe una gran diferencia entre lo que creemos ser y lo que somos en realidad: "El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella … pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los mas viejos hasta los postreros" (Jn 8.7-9). Con su poder y luz Jesús nos lleva a descubrir la terrible realidad de nuestro pecado y sus terribles consecuencias de manera que caigamos de rodillas ante él clamando: "Soy hombre pecador" (Lc 5.8), y suplicarle "ten misericordia de nosotros" (Lc 17.13).

    Conocer a Jesús es, en tercer lugar, conocer la salvación (Mt 1.21) (Jn 1.29). La visión de nuestro pecado, producida por la iluminación de Jesús, es una visión en esperanza porque conlleva el arrepentimiento o reconocimiento de nuestra condición de pecador: "Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos los que merecieron nuestros hechos…"; y la fe que ve en Jesús al Salvador provisto por Dios para librarnos de las consecuencias de nuestros pecados: "acuérdate de mí" (Lc 23.41-42). Por tanto quien conoce a Jesús conoce "la verdad" sobre Dios, sobre su pecado y sobre el modo de salir de él; quien conoce a Jesús conoce "el camino" para llegar al Padre, que no es otro que la fe en el propio Jesús (Jn 14.6-7; 3.16). Quien conoce a Jesús sabe que "no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos ser salvos" (Hch 4.12); sabe que "no hay otro mediador entre Dios y los hombres"salvo Jesús (1 Ti 2.5). Quien cree en Jesús tiene vida eterna (Jn 3.16,36; 10.27-28; 17.1-3)

    Conocer a Jesús, por último, es conocer al hombre que debemos ser en el "hoy" de nuestra vida. Dios nos ha salvado para llevarnos a ser como su Hijo, es decir, Jesús es el modelo hacia el cual Dios quiere conformarnos (Ef 4.11-13) (1 Jn 3.2-3) (Fil 3.20-21). Él dijo: "Llevad ni yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mt 11.29-30). Esta lección fue aprendida muy bien por Pedro, unos de sus discípulos, cuando dijo: "Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus pisadas" (1 P 2.21). La "asignatura" que estudiamos los cristianos se llama Jesús. De él debemos aprender a pensar rectamente, a actuar con justicia, a proceder con amor y bondad y a hacer la voluntad de Dios por encima de todas las cosas. Cuánto más conozcamos a Jesús, más nos pareceremos a él: "Viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús" (Hch 4.13). Cuanto más nos parezcamos a Jesús más santos seremos y más cerca estaremos de Dios.

     

    José Luis Fortes Gutiérrez

    Doctor en Teología y Licenciado en Historia