- Presbítero Don Vicente Castro Ramírez
- Presbítero Don Miguel de Bonilla
- El Presbítero Don Félix de Velarde
- El Presbítero Don José María Esquivel
- El Presbítero don Félix de Alvarado
Tomado de la Revista ANALES 1964-1965 – Academia de Geografía e Historia de Costa Rica – 1966 Imprenta Nacional, San José, Costa Rica – Págs. 24-33
Por RICARDO BLANCO SEGURA, Historiador
Tanto en la época colonial como durante los años en que se efectuó la independencia de América, la influencia de los clérigos fue decisiva; unas veces funesta aun para la misma Iglesia, otras de positivo valor espiritual y material para el progreso de las nuevas naciones.
En nuestra patria, el aporte clerical fue más positivo que negativo y es precisamente desde las postrimerías del siglo XVIII al siglo XIX entero, cuando actuaron en nuestra historia sacerdotes de brillante personalidad, con muy pocas excepciones superados en nuestros tiempos.
De esos clérigos, escogemos cinco que con otros tantos, forman parte de una colección que bajo el nombre de "Semblanzas Ilustres" tenemos inédita y cual, por razones comprensibles, no nos es dable publicar aquí completa.
Presbítero Don Vicente Castro Ramírez
El Padre "Arista"
En los años del período independiente casi todos los ciudadanos sin tinción de credos tuvieron un solo empeño: forjar la patria nueva. Y entre descolló un buen número de sacerdotes seculares cuya memoria conviene remozar a las generaciones presentes, como justo homenaje a los primeros y como para las segundas. Juzgada la actuación de aquellos hombres dentro del marco su tiempo, tuvo la hidalga marca del patriotismo y del progreso, encaminados darnos las que actualmente son hermosas conquistas de nuestro pueblo.
Uno de aquellos clérigos laboriosos e inquietos fue el presbítero don Vicente Castro Ramírez. Nació este sacerdote en 1790 y en el hogar formado por don Nicolás Castro Alvarado y doña Juana Ramírez; tuvo tres hermanos: José nacido en 1791 y más tarde sacerdote como Vicente; Pío, Ildefonso, nacido en 1778 casado Flora Bonilla; y una hermana, María del Rosario Castro, casada con Ramón Florencio Ramírez.
En su niñez hizo don Vicente sus primeros estudios en Cartago y pasó al Seminario de León, en Nicaragua según el informe del Obispo en 1815 era subdiácono y ejercía corno maestro de primeras letras en San Jose. Renunció el magisterio en enero de 1816, probablemente con motivo de su ordenación sacerdotal, y fue sucedido por don Juan Mora Fernández.
Ya Presbítero dividió el padre Castro sus actividades entre la h política y el ministerio sacerdotal, cuyos frutos recogió la ciudad de San José.
Fue elector de Partido para nombrar los Diputados a la Asamblea del Estado en 14 y varias veces diputado él mismo.
Lo más trascendental de la actuación del padre Castro, reside en ser quizá el más acabado modelo del espíritu de su tiempo, que acopló perfectamente todo nuevo en materia política, filosófica y científica con el espíritu religioso tradicional. Esta actitud, denominada por nuestros abuelos como "liberalismo", se entendía como amplia visión de todo lo novedoso e ilustrativo que por acá nos llegaba. El padre Vicente fue algo así como un "cabecilla" de aquella modalidad intelectual que, tanto en clérigos como en laicos, ha evolucionado en el modo de ser costarricense mediante la amplitud para ver los problemas humanos y la fidelidad a las creencias religiosas. Por su cultura, notable para aquellos tiempos, por su inteligencia, agudeza de ingenio y amenidad en la conversación, mantuvo d padre Castro estrecha amistad con las más conspicuas personalidades de su época, entre ellas don Juan Mora Fernández, don Braulio Carrillo, don Manuel Aguilar, el Pbro. Miguel Bonilla, don Juan de los Santos Madriz y otros muchos de parecidos méritos. Fue así como se formó un círculo intelectual alrededor del sacerdote, especialmente a raíz de una larga enfermedad que le retuvo postrado el lecho; a su casa iban a visitarlo los amigos, y acostumbrados éstos a deshacer y arreglar el mundo cabe don Vicente, dieron origen a la celebérrima "Tertulia del Padre Castro", a la cual iban a parar todos los asuntos de interés nacional buscando discusión, solución o embrollo.
Don Manuel de Jesús Jiménez nos ha dejado en magnificas crónicas varios retratos de la vida de aquel interesante grupo. Allí, el padre Vicente armado de campanilla, abría y cerraba sesiones, concedía la palabra y atizaba las opiniones o imponía la paz cuando caldeábanse los ánimos.
Reflejo del grupo fue el diario de su mismo nombre, "La Tertulia" segundo periódico que apareció en Costa Rica el 21 de febrero de 1814, después del "Noticioso Universal" que salió en 1833. El padre Castro es un precursor del periodismo en nuestro país; en "La Tertulia" firmaba con el seudónimo de "Padre Arista" y en poco tiempo se hizo temible y admirado por su pluma de hábil polemistas, su mordacidad y su franqueza.
En 1834 fue protagonista de un pintoresco suceso motivado por el segundo aniversario de la ley del 17 de mayo de 1832 que garantizaba la libertad irrestricta de imprenta El 17 de mayo de 1834, "La Tertulia del "Padre Arista" patrocinó festejos conmemorativos en honor de aquella "sublime producción del genio de los libres" (sic), según rezaba la invitación profusamente distribuida. En la finca de don Mariano Montealegre, situada por La Sabana, se guardaba un ejemplar reimpreso de la ley, y hasta allá fueron a traerlo el padre Castro y compañeros, llevado aquél en una berlina a causa de su enfermedad.
Ya en casa de Montealegre, el Padre y los otros gritaron ¡viva!, leyeron la ley ante una multitud que llenaba la sala y los alrededores de la finca, y luego de brindar y comer regresaron a casa del padre Vicente en medio del alborozo general.
Los festejos, en los cuales participó lo más granado de la sociedad de la época, incluyeron fiestas, bailes y cenas.
Como educador, el padre Vicente Castro dejó marcadas huellas de maestro de primeras letras, profesor de gramática y filosofía en la Casa de Santo Tomás y profesor de lectura y escritura en la misma institución desde 1818.
Su ejemplo es tina muestra de la deuda que tiene costa Rica con un sinnúmero de sacerdotes que, como él, echaron los cimientos de nuestra cultura. El "Padre Arista", precursor del periodismo, maestro, sacerdote y político fue un resumen de las cualidades de que hacen gala hoy día, ya evolucionados, todos esos aspectos de la vida nacional.
No sabemos con exactitud la fecha de de la erección de la Diócesis de San José, cuando vislumbraba la consolidación de la patria en religiosas.
Presbítero Don Miguel de Bonilla
El Padre "Tiricia"
Serían las cuatro de la tarde del 29 de marzo de 1823, sábado Santo por añadidura, cuando en la tranquila ciudad de Cartago suscitóse un terrible alboroto; el cuartel principal había sido asaltado por un grupo de ciudadanos, ardientes partidarios de la anexión de Costa Rica al Imperio Mejicano presidido por don Agustín de Iturbide. Sorprendidos por la nueva, los miembros del Triunvirato gobernante, optaron por dirigirse al cuartel a constatar lo que estaba ocurriendo; iban entre ellos don José María de Peralta, don José Santos Lombardo y otros republicanos contrarios al Imperio. Un sacerdote de sesenta años, ágil y decidido para su edad, se adelantó al grupo y trató de pasar más allá del campanario de la parroquia, situado frente a la plaza, de cara al cuartel. Don Juan Freses de Ñeco, desde una esquina gritó a pleno pulmón:
– ¡Ese Padre Tiricia que se vuelva, porque lo matamos!
Y el sacerdote optó por retirarse.
¿Quién era aquel presbítero cuyo apodo llenó tantas páginas de nuestra pequeña historia? Se llamaba don Miguel de Bonilla. Nació en Cartago, 30 de setiembre de 1763., hijo del Sargento Mayor don Andrés de Bonilla y de su esposa doña María Gertrudis de Laya y Bolívar, descendientes ambos de lo más florido de la aristocracia colonial.
Desde pequeño, el joven Miguel dio muestras de poseer un inquieto e impulsivo temperamento, al cual debió no pocas dificultades en el curso de su vida. No fue ello óbice para los más elevados propósitos: estimulado por el ejemplo de su hermano el presbítero don José Antonio y de su tío el padre don Juan Salvador del Aya y Bolívar agregó Miguel, con su propia persona, un miembro más a esta familia levítica.
En 1782 el padre Antonio llevó a su hermano menor a Nicaragua, y en el San Ramón de León comenzó sus estudios de gramática y adquirió los primeros fundamentos teológicos con miras al sacerdocio. Cuando en noviembre del mismo año Mons. Tristán inauguré las clases de gramática en la Casa los Ángeles en Cartago, nombré maestro al padre Antonio Bonilla, quien tenía bien ganada experiencia desde años anteriores. Trájose a su hermano
Miguel a Cartago como auxiliar docente, pero malos entendimientos con el Gobernador Flores, dieron al traste con sus empeños. Regresaron ambos hermanos a Nicaragua y hacia 1788 Miguel recibió la ordenación sacerdotal en León, de manos del Ilmo. Sr. don Juan Félix de Villegas.
Pocos datos poseemos de las primicias sacerdotales del padre Miguel Bonilla; es probable que no desempeñara cargos estables en la cura de almas, ya que o aparece su nombre en ningún documento con carácter de cura párrafo fijo. Su actividad la dividió entre la enseñanza y el ejercicio del ministerio como coadjutor en 1794 su firma aparece en unas partidas de bautismo de Nicoya y en unas pocas de San José en 1796. Hacia 1814 ayudó en Heredia y también firmó partidas de bautismo. La política fue una de sus mayores pasiones, enfilada siempre hacia el bien del país; junto con don Francisco María Oreamuno, don Rafael García, don Gregorio José Ramírez, el Vicario Alvarado y otros, el padre Bonilla propició la independencia política de Costa Rica, destacándose su mistad con el bachiller don Rafael Francisco Osejo inspirador y consejero del grupo. En casta del padre Bonilla renníanse los amigos a discutir los asuntos de provincia, con notorio sentimiento nacionalista que entendido bajo el nombre "liberal" predominé en aquella época.
El ardor temperamental del padre Miguel no tuvo límites y no hubo suceso notable en el cual no anduviera su nombre en primera línea.
En 1821 representó interinamente a los ayuntamientos de Esparza, Bagaces, Nicoya y otros pueblos en la Junta de Legados; apoyó la creación de la Junta Superior Gubernativa, se declaró enemigo acérrimo de la anexión al Imperio y en esta última actividad lo sorprendió el suceso citado al principio de esta semblanza. Ofreció pagar de su bolsillo un refuerzo para el cuartel de Cartago ante la amenaza imperialista, y aquella memorable tarde del 29 de marzo de 1823 lardé para la historia, por boca de don Juan Freses Ñeco, el apodo con que cocieron sus compatriotas imperialistas al presbítero Bonilla: "El Padre Tiricia".
Con la sotana agujereada por una bala huyó a San José, de allí se fue a Alajuela y con Osejo buscó apoyo en don Gregorio José Ramírez, salvando así la republicana.
En la asamblea de 1823, fue uno de los redactores del segundo Estatuto Político del Estado y en 1825, miembro de la comisión que estudió un proyecto le la misma índole.
No sólo la política causó molestias al padre Bonilla; y sí para aquélla fue Padre Tiricia", su vida sacerdotal ofrece un contraste de humildad y sumisión. En 1817 falleció en Cartago su madre doña Gertrudis, la cual dejó al Padre Miguel como albacea de sus bienes, provocando el resentimiento del resto de la familia y a su hijo no pocas amarguras.
Existen algunas cartas privadas del padre Bonilla relativas a este asunto, y en una de ellas encontramos este rasgo revelador de su personalidad, tan distinta en otros aspectos: "Ya esto se quedará en este estado -escribe a su hermano don Santiago-; todo estaba excusado con que Ud., quedando yo bañado en lágrimas y arrodillado a sus pies se lo supliqué, hubiera procedido corno cristiano, como mayor, como más instruido y como hermano, a la división de esos cuatro escandalosos bienes". Hay en este documento un tono de mesura, de humildad y de prudencia, notable en un hombre del carácter del padre Miguel; y como en éste en otros tantos salidos de su mano.
También le dio a este sacerdote por la afición literaria; probablemente sea el primer clérigo-poeta que hubo en Costa Rica y fue su inspiración la Virgen de los Angel a la cual dedicó un extenso discurso poético-apologético en 1826, como desagravio por no haber sido mencionada la imagen en la declaración del Patronato en 1824. Obra de versificación más que de poesía, es también el discurso un medio para enterarnos de la cultura teológica y profana, nada despreciable, de su autor.
Ignoramos la fecha exacta de la muerte del Padre Bonilla; falleció probablemente a fines de 1826 o a principios de 1827.
Por sus desvelos a favor de la enseñanza; por su sincera y desinteresada actuaci6n en la política del país y como encarnación del más acendrado sentimiento nacionalista, debe considerársele como uno de los próceres de la Independencia y forjador, junto con otros ilustres sacerdotes y laicos, de la democracia costarricense.
El Presbítero Don Félix de Velarde
Agricultor y Maestro
Nació el presbítero don Félix de Velarde en la ciudad de Cartago en el año E hijo de don Francisco Javier de Velarde y de doña Antonia Umaña Corrales, casados en 1757, en cuyo hogar nació también una hija, doña Juana Manuela, casada luego con don Gregorio Castro.
Hizo don Félix sus estudios primarios en Cartago, y los superiores en León de Nicaragua, donde fue ordenado sacerdote hacia 1783.
Como pastor de almas, ejerció el ministerio sacerdotal en varios lugares del país, a veces corno cura, a veces como coadjutor; las circunstancias en las cuales el clero de su tiempo desempeñaba sus labores, requerían de los sacerdotes una actividad polifacética que iba desde la aplicación pastoral hasta la intervención en la política, las obras de beneficencia y la enseñanza. Muchos ministros del altar procedían de familias acaudaladas, dentro de las posibilidades de la época y del ambiente, y protegidos por el apoyo de las capellanías lograron formar pequeñas fortunas; éstas, las aplicaron al bien de la comunidad dando ejemplo de desprendimiento y verdadera caridad cristiana. La enseñanza, la agricultura, la economía, etc., recibieron el saludable impulso de innumerables clérigos a quienes con toda justicia puede considerarse fundadores de nuestra cultura.
El padre Velarde fue uno de ellos, distinguiéndose especialmente campo de la educación y por ser considerado como el propulsor del cultivo del café en Costa Rica.
Según don Joaquín Bernardo Calvo, el café vino a Costa Rica por primera en 1796, en tiempos del Gobernador don José Vázquez Téllez. Según otra opinión, los primeros granos llegaron a principios del siglo pasado (1804 ó 1808) y respondió a don Tomás de Acosta recibirlos, aunque se ignora si dicho Gobernador se empeñé en el cultivo. Hasta entonces la agricultura nacional obtenía principales ganancias de las legumbres, del cacao, del trigo y de otros productos similares; en un principio no se le dio al café la debida importancia y dice la tradición que fue el Pbro. Don Félix de Velarde el encargado de propagar e impulsar cultivo del grano de oro. El mismo visitaba las casas, repartía los granos y daba instrucciones acerca del modo de sembrarlos. El ejemplo del sacerdote estimuló a muchos y en 1820, cuatro años después de la muerte del Padre, ya existían numerosas plantaciones cuya evolución a través de los años s convirtió en verdadera fuente de riqueza y de progreso mediante el apoyo gubernativo.
En su testamento, dejó el Padre Velarde "un solar que tengo frente a don Manuel Fernández, sembrado de café, con dos lienzos y medio de tapia" (sic), valorado en 225 pesos y cuyo producto en café en 1816 fue de 55 pesos.
La educación pública también ofreció al padre Velarde amplio terreno para realizar sus ansias de servir al país. Desde 1814 y por empeños de los vecinos de San José, se estableció en la naciente Villa una Casa de Enseñanza o colegio, cuya fundación acogió con simpatía el Obispo don Nicolás García Jérez, quien puso bajo la protección de Santo Tomás y regaló un solar para la construcción del edificio, materiales y 450 pesos en efectivo para las mismas obras. Digno de la confianza del prelado fue el padre Velarde, en cuyo poder dejó el obispo el dinero, una imagen de Nuestra Señora del Carmen y un retablo para el oratorio anexo a la futura construcción de la Casa de Santo Tomás. En las juntas "rocadas al efecto el padre Velarde actuó como representante episcopal y desde el primer momento puso sus mejores empeños y buena parte de sus bienes al servicio de aquella obra, cuyos planos presentó el Pbro. Don José María Esquivel al Gobernador el 28 de diciembre de 1815.
En los primeros tiempos, provisionalmente funcionó la Casa de Santo Tomás en los almacenes contiguos a la factoría de tabacos, empezando con unas clases de filosofía a cargo del Bachiller Osejo, teología moral y gramática a cargo del Pbro. Don José Arguedas, maestro de latinidad, y una sección de primeras letras en la cual enseñaban varios sacerdotes, inclusive el padre Velarde.
No permitió la Providencia que el generoso sacerdote tuviese la satisfacción de ver concluida y debidamente instalada la Casa de Enseñanza, ya que fin terrenal estaba próximo; el 17 de marzo de 1816 falleció en San José, a la edad de 58 años. Cercano ya a la muerte, tuvo presente a la Casa de Enseñanza y los beneficios que de ella se derivarían para las futuras generaciones; en su testamento, otorgado el 12 de febrero de 1816, dejó 600 pesos para pagar con sus réditos, a los maestros de latín y de filosofía, disponiendo entre otras cosas: " declaro que es mi voluntad que del remanente de mi tercio se hagan tres
Porciones La otra para el colegio que se está edificando en esta ciudad a favor de los pobres y en su inversión deberá seguirse el mismo método antecedente".
El producto del terreno sembrado de café y de otro que tenía en Las Pavas, fue destinado a beneficiar Zas escuelas y en especial a la de Santo Tomás. Su caridad se extendió también a las iglesias; la de la Merced, cuya primera construcción se proyectaba a principios de 1816, recibió parte de su legado y lo mismo las iglesias de San José y de Escazú.
Justo es recordar a las generaciones presentes la memoria de hombres corno el padre Velarde; vidas sencillas, desprovistas de la gloria pasajera que dan las gestas mundanas, pero intensas en buena voluntad, amor a la cultura y generosidad con el prójimo y con la Patria. Solamente estudiadas a través de los años, podemos entender el valor de aquellas cualidades que hoy sirven de fundamento a las más hermosas conquistas espirituales de nuestro pueblo.
El Presbítero Don José María Esquivel
Maestro y Benefactor
Don Ramón Esquivel Zamora y doña Andrea Azofeifa, fueron los padres de este inolvidable sacerdote, nacido en la ciudad de Cartago en 1770: Hizo estudios eclesiásticos en León y ya ordenado de presbítero dedicó sus actividades al ministerio pastoral, a la beneficencia y a la enseñanza, ésta verdadera pasión de su vida. Neo-presbítero aún, comenzó el padre Esquivel su labor docente mediante la cooperación en las obras del Obispo don Esteban Lorenzo de Tristán, quien fundó en 1782 un colegio gratuito en las piezas de la Cofradía de los Ángeles, destinado a servir como seminario. Pese a ciertas divergencias de criterio surgidas entre el prelado y el Cabildo, aquella institución trabajó a medias hasta 1784, año en el cual la Audiencia de Guatemala falló a favor del obispo, el cual puso el colegio en manos del presbítero don José Antonio Bonilla. En aquel colegio fue maestro de latín el padre José María Esquivel, nombrado por Monseñor Tristán en 1794 para suplir al bachiller don Baltasar de La Fuente, catedrático de filosofía, teología, gramática y artes, mientras éste iba a Guatemala a recibir la ordenación sacerdotal. Más tarde el padre Esquivel estableció su propia escuela en una casa ubicada en el centro de la ciudad, pero cuando regresó el padre de La Fuente surgieron dificultades entre ambos maestros y el padre Esquivel volvió a dar sus lecciones en la Casa de Los Ángeles.
En noviembre de 1797 el padre Esquivel fue nombrado por Mons. Tristán rector del colegio en cuestión y continuó dando sus clases de latín, a las cuales renunció en 1800, permaneciendo únicamente como profesor de filosofía, hasta 1802.
Sin abandonar sus lecciones particulares de gramática, dedicóse el presbítero Esquivel a su ministerio pastoral corno Cura Párroco de San José desde el 25 de febrero de 1802, año de su nombramiento; tomó posesión formal de la parroquia el 2 de abril de 1803 y al frente de la misma permaneció basta 1819.
En 1815 Monseñor don Nicolás García Jerez hizo visita canónica a nuestro país, y fue la fundación de la Casa de Enseñanza de Santo Tomás uno de sus principales frutos. Desde el comienzo, pensó el obispo poner aquella obra en manos de una persona apta por su experiencia, su prestigio y su ciencia – El padre Esquivel fue designado, siendo el primer rector que tuvo la Casa. Muy bien ganado tuvo aquel honor; fue él quien presentó los planos del edificio, fue uno de los más generosos contribuyentes en metálico, y desde que el obispo manifestó deseos de fundar la Casa, dedicó sus fuerzas físicas y morales a realizar una obra que sería la plataforma de la futura educación pública nacional. Aneja a la Rectoría aceptó también el padre Esquivel la cátedra de teología moral.
Extensa y fuera de los límites de esta semblanza sería la revisión de los méritos que sacerdotes como el padre Esquivel tienen a su haber en relación con la obra cultural en Costa Rica. Pero basta hacer un pequeño repaso de aquellos años de nuestra historia, para convencerse de que si de algo puede enorgullecerse la Iglesia en nuestra Patria, es de haber sido la máxima propulsora y fundadora de la educación, sea cual sea el grado de olvido en que otras tendencias han pretendido dejarla.
Como la mayoría de sus cohermanos contemporáneos, intervino el padre Esquivel en política, y en 1830 fue diputado. Sacerdote antes que nada, su dedicación a sembrar el bien entre sus prójimos, con especial predilección por los pobres, fue notable durante toda su vida y a la hora de su muerte.
El 14 de julio de 1835 otorgó su testamento, mediante el cual dejó generosos legados a la Iglesia de San Juan del Murciélago (Tibás), entonces en construcción, a la fundación de escuelas de primeras letras en San José y a los pobres vergonzantes. Fundó el primer "Monte de Piedad" destinado a dar ayuda a los agricultores josefinos y a otros desamparados de la fortuna; la regencia del "Monte" estaba a cargo del Alcalde 1º de San José, del Cura Párroco, del Sindico y de un Tesorero recaudador. La ayuda a los labradores no debía subir de 300 pesos ni bajar de 50, con premio anual del 6% que no podía pasar de cuatro de !as ganancias del "Monte", deduciendo el 5% para el Tesorero, debíase dividir el sobrante entre los pobres impedidos (excluyendo a los pordioseros) y las escuelas de primeras letras.
El padre José María Esquivel murió el 17 de julio de 1835. Muy oportuno resulta hoy en día el recuerdo de su obra y de sus ideales, plenamente florecidos en años posteriores a su existencia terrenal. Como el padre Esquivel, actuaron casi todos los sacerdotes de su tiempo en representación de la Iglesia, primordial forjadora de la educación y de la obra social en Costa Rica.
En cuanto atañe a la enseñanza, nuestro medio parece haber dejado en injusto olvido a quienes roturaron y escardaron el terreno, para sembrar el grando con grandes fatigas y sacrificios; los méritos de la cosecha, se han dejado casi exclusivamente a quienes, pese a bien ganados títulos de honor, fueron muy posteriores en dedicación y esfuerzo. Por lo que hace a la obra social, tema tan llevado y traído en la actualidad, basta retroceder en la historia para ver cómo se supo hacer el bien sin más doctrina que la cristiana, cabalmente ejercida a través de la caridad
El Presbítero don Félix de Alvarado
Por especial coincidencia, hay en la historia casos de nombres que parecen ligados a un destino especial. En nuestros anales eclesiásticos, especialmente en los siglos XVIII y principios del XIX, el apellido Alvarado fue algo así como un signo levítico; casi diez sacerdotes, más o menos contemporáneos, llevaron aquel nombre estampado en los viejos expedientes con la aureola del mérito. Uno de ellos fue el presbítero clon Félix de Alvarado, nacido en la ciudad de Cartago el 16 de setiembre de 1766 y en el hogar formado por don Domingo de Alvarado González Camino y doña Estéfana Salomón Pacheco. Como era su familia bastante acomodada, pudo don Félix hacer sus estudios desahogadamente, primero en su ciudad natal y luego en el Seminario de León de Nicaragua, donde fue ordenado sacerdote en 1791
En aquel tiempo todo neo-presbítero que pretendiese una situación económicamente estable, debía contar con el apoyo de una capellanía, o sea cierta fundación hecha por persona piadosa de cuyos frutos pudiese vivir el ordenando. De su propia familia recibió don Félix el aporte: en 1792 disfrutaba de una capellanía que rentaba 1.845 pesos sobre la hacienda "La Pacheco", así nombrada por el apellido de su madre, a la cual pertenecía.
Desde joven, dio muestras el padre Alvarado de energía de carácter, capaz de emprender las obras más difíciles. En 1787, cuando era apenas manteísta, quiso ver a su amigo Felipe Chavarría preso en la cárcel de Cartago; se le negó la entrada, y sin más ni más, caballero en mi rocín, se metió al presidio atropellando a un cabo y a cuatro soldados. Su buen castigo le costó la osadía, purgada con varios días de arresto en el Convento de San Francisco del cual salió previa satisfacción y propósito de enmienda. Este último, fue firme y establece: al juvenil impulso siguió la reflexión y la madurez de los años, forjando en el padre Alvarado un recio carácter que honró a 1a Iglesia de su tiempo.
Como ministro de Dios sirvió en varios curatos, incluyendo al de Cartago. San José y Heredia: como hombre preocupado del progreso de su Patria, formó parte de aquella pléyade de sacerdotes maestros que en la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX formaron la plataforma de nuestra cultura.
Fue el Pbro. Alvarado uno de los más empeñados en la fundación de la de Enseñanza de Santo Tomás, a la cual brindó su aporte intelectual y económico.
La generosidad del padre Félix quedó manifestada al ofrecer juntamente con el Alcalde don Joaquín de Oreamuno, la suma de trescientos pesos anuales al bachiller don Rafael Francisco Osejo para que diese lecciones de filosofía en una casa análoga a la de Santo Tomás, pero en Cartago. Esbozó un proyecto, suscrito por distinguidos sacerdotes y seglares en aquel sentido, mas parece que Osejo no aceptó la proposición, sin que pudiesen realizarse las ambiciones del padre Alvarado a favor de la enseñanza en su ciudad natal.
No por eso desmayó el tenaz sacerdote en el empeño de llevar luz al intelecto ajeno; prodigó en cuanto pudo sus bienes y su cultura, los primeros aplicados a la ayuda de los pobres y la segunda a lecciones de gramática y latinidad con especial predilección por los jóvenes candidatos al sacerdocio.
Estimado por su autoridad, más de una vez fue solicitada la presencia del de Alvarado en cargos de importancia. En 1796 el Teniente de Gobernador de Villa Hermosa (San José), Mateo Camacho, y los alcaldes Pedro Miguel Alfaro, solicitaron el nombramiento del padre Alvarado como Juez de la Villa, petición que no fue satisfecha por ser aquél Te- Cura en Heredia, parroquia de la cual fue último Juez Eclesiástico.
El antecedente fue tomado en cuenta citando al morir el 28 de agosto de vicario Foráneo de Costa Rica don Rafael de la Rosa, el anciano padre lo sucedió en aquellas delicadas funciones.
Muy corto fue el período durante el cual don Félix representó al Obispo entre nosotros. Tras un lapso de un año, murió el 16 de agosto de 1820 rodeado de la admiración y del cariño que inspiró a todos el ejemplo consagrada a la Iglesia y a sus conciudadanos.
Editado por el Prof. Oscar Lobo Oconitrillo – 24/02/2011 –
Autor:
Oscar Lobo Oconitrillo