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Muertes que la gente presenció


  1. Resumen
  2. Desarrollo
  3. Bibliografía

Resumen

La pena capital o pena de muerte consiste en la ejecución de un condenado por parte del Estado, como castigo por un delito establecido en la legislación; los delitos a los cuales se aplica esta sanción penal suelen denominarse crímenes o delitos capitales. En Cuba, durante la dominación española, la pena capital se utilizaría para frenar las figuras "delictivas", relacionadas con intentos separatistas, anexionistas o abolicionistas. Protagonistas o simpatizantes morirían quemados, agarrotados, ahorcados o fusilados.

Desarrollo

La pena capital o pena de muerte consiste en la ejecución de un condenado por parte del Estado, como castigo por un delito establecido en la legislación; los delitos a los cuales se aplica esta sanción penal suelen denominarse crímenes o delitos capitales.

La ejecución ha sido empleada por casi todas las sociedades en un momento u otro de su historia, tanto para castigar el crimen como para suprimir la disensión política. Desde tiempos inmemoriales se ha practicado, siendo superada en los primeros momentos por la expulsión de la gens, que constituía la muerte misma. A lo largo de la historia la pena de muerte ha sido la pena por excelencia. Quienes han detentado el poder en las distintas épocas y culturas han encontrado en ella un instrumento determinante para imponer su modelo social; o para perpetuar, abiertamente y sin tapujos, sus propios privilegios.

Se aplicaba y se aplica como castigo para crímenes de asesinato, espionaje, traición, o como parte del Derecho militar. En las fuerzas armadas de todo el mundo, las cortes marciales y consejos de guerra han aplicado la pena capital en delitos de cobardía, deserción, insubordinación y motín.

Durante el Medioevo, para los Padres de la Iglesia, la pena no solo debía ser vindicativa, sino pública, para ser ejemplarizante. De ahí que los tormentos y las sanciones siempre revestían un tétrico sentido de escenografita brutal, con asistencia masiva en plazas publicas, erección de patíbulos en las entradas de los pueblos o lugares céntricos, instrumentos de tortura publica como el cepo, etc. En la misma debía emplearse procedimientos dolorosos y traumatizantes.

En Cuba, durante la dominación española, la pena capital se utilizaría para frenar las figuras "delictivas", relacionadas con intentos separatistas, anexionistas o abolicionistas. Protagonistas o simpatizantes morirían quemados, agarrotados, ahorcados o fusilados.

Durante estos siglos de dominación española, los reos morirán en la hoguera, la horca, en el garrote o por medio del fusilamiento. Generalmente los condenados por delitos comunes eran ahorcados o agarrotados, dejándose la descarga de fusilería para aquellas violaciones más agravantes, con implicaciones políticas o donde estuvieran involucrados militares.

Todavía a inicios del siglo XIX la ejecución de la pena de muerte resultaba todo un entretenimiento. Constituía un pasatiempo, una puesta en escena, un teatro macabro, donde los actores eran los condenados y sus verdugos. Incluso existía la deplorable costumbre de asistir, llevando a los niños, a tales espectáculos.

Solía ejecutarse tres días después de su publicación durante los cuales se ponía al reo en capilla[1]Mientras estuviera en capilla al reo se le permitía recibir visitas de su familia y amigos, quiénes podían acompañarlo hasta su salida para el lugar de la ejecución. Inmediatamente que se notifique al reo la sentencia en que se le imponga la pena de muerte, que debe ser a las ocho de la mañana, se trasladará al local de la cárcel que se considere más a propósito en el cual permanecerá hasta la misma hora del día siguiente. La ejecución sería siempre pública, entre las once y las doce de la mañana, y no podía verificarse nunca en domingo, ni día feriado, ni en fiesta nacional, ni en el día de regocijo de todo el pueblo.

Se realizaba todo un ceremonial. El sentenciado a la pena de muerte era conducido al patíbulo con hoja negra, en caballería o carro, mientras un pregonero publicaba en alta voz la sentencia en los parajes del tránsito que el juez señalara. La pena se realizaba sobre un cadalso de madera o de mampostería, pintado de negro, sin adornos ni colgadura alguna en ningún caso, y colocado fuera de la población; pero en sitio inmediato a ella, y proporcionado para muchos espectadores.

Existieron tantos métodos para ejecutarla[2]sin embargo se conocen algunos procedimientos universales: la hoguera[3]la horca, el garrote vil español, la guillotina francesa y el fusilamiento.

La hoguera consistía en quemar vivo al procesado. Esta forma de ejecución estaba muy relacionada con ejecuciones por motivos religiosos, dada la idea de purificación que se le ha otorgado históricamente al fuego. Se conoce que pueblos como los celtas, utilizaban el fuego para hacer sacrificios humanos, así como otros muchos pueblos indígenas. También la Santa Inquisición utilizó el fuego como forma de condenar la brujería o la herejía. Fue traída durante la conquista y usada también en América. Fue traída durante la conquista y usada también en América.

La primera ejecución formal de que se tengan noticias en la Historia de Cuba fue la del cacique indio Hatuey[4]Al poco tiempo de apresado, fue juzgado como hereje y rebelde, condenado a ser quemado vivo en la hoguera, castigo reservado para los más viles criminales. Cuando, a punto de ser quemado, el sacerdote franciscano Juan de Tesín le preguntó si quería convertirse en cristiano para subir al cielo, inquirió: "¿y esos hombres blancos también van al cielo?" y al recibir una afirmación dijo "entonces yo no quiero ir a donde esos hombres vayan".[5]Su coraje no admitía súplicas, y así murió…bárbaramente, quemado vivo.

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Quema en la hoguera del cacique Hatuey

La horca se configuró como un modo ignominioso y abyecto de morir. Por siglos estuvo reservada a los siervos y fue el método predilecto para ejecutar a los ladrones. La facilidad para aplicarse la muerte y su exhibicionismo condicionaron su proliferación hasta convertirlo en el método de mayor uso. Inglaterra fue la responsable de difundir este método de ejecución por toda Europa occidental.[6] Llega a España, quien por las facilidades que brinda este nuevo método, la traslada a sus colonias.

Los conquistadores españoles no vacilaron en emplearla. Casiguaya, esposa de Guamá, fue ahorcada en Santiago de Cuba junto a cuatro indias más. Al salir de la cárcel hacia el lugar de ejecución un coro e indias gritaba manicato. La ejecución estaba señalada para las ocho de la mañana. Llegada la hora fueron ahorcadas las cuatro indias y cuando le llegó el turno a Casiguaya esta pidió al padre Fray Pedro Trujillo, que oficiaba en el sacrificio, que si le permitían abrazar y besar a su hija renunciaría a sus dioses y aceptaría al dios de los cristianos. Al recibir a su hija entre sus brazos colocó amabas manos sobre su cabeza y atrayéndola sobre su pecho puso sus manos alrededor de la garganta hasta estrangular; pónese de pie con su hija sujeta por el cuello y lanza un grito de rabia, de guerra, de victoria, arrojando al suelo el cuerpo inerte de su hija y al padre Trillo el crucifijo al rostro, y precipitándose a la horca gritando malditos, ni la hija, ni la esposa de Guamá serán jamás esclavas, y colocándose ella misma la cuerda se dejó caer, columpiándose en el espacio, ahorcada por ella misma.[7]

En 1811; en La Habana se organizó una conspiración abolicionista encabezada por el liberto José Antonio Aponte y sus redes se expandieron hasta Sancti Spíritus, Trinidad, Camagüey, Bayamo, Holguín y Santiago de Cuba. El 11 de marzo de 1812, cuando había estallado la conspiración en Camagüey, Bayamo denunció la existencia de un grupo conspirador en Holguín. Como resultado de la indagatoria se prendieron más de 50 personas y en el juicio sumario se condenó a la horca a los negros libres José Antonio Aponte, Clemente Chacón, Salvador Ternero, Juan Bautista Lisundia, Juan Barbier; y a los esclavos Esteban Tomás y Joaquín Santa Cruz. Sus cabezas fueron cortadas e introducidas en jaulas de hierro para ser exhibidas en lugares públicos.

Mediante decreto de 24 de abril de 1832, el rey Fernando VII abolió la pena de muerte en horca y dispuso que, a partir de entonces, se ejecutase a todos los condenados a muerte con el garrote.

El garrote vil o garrote consistía en un collar de hierro que, por medio de un tornillo, con una bola al final retrocedía produciendo la destrucción del cuello a la víctima y por consiguiente su muerte. El éxito del mismo dependía en gran medida de la fuerza física del verdugo y la resistencia del cuello del condenado. El adjetivo "vil" deriva del sistema de leyes estamentales en el medioevo. Para los villanos (habitantes de las villas o integrantes de la plebe), se mantenía la ejecución vulgar mediante la aplicación de garrote o compresión del cuello de la víctima. El uso del garrote se generaliza a lo largo del siglo XVIII, favorecido por la simplicidad de su fabricación, que estaba al alcance de cualquier herrero. [8]

Por este medio recibiría la muerte, a los 47 años de edad, el anexionista Narciso López en la mañana del 1 de septiembre de 1851 en la fortaleza La Punta. López tenía en su contra una sentencia de muerte dictada el 23 de abril de 1849 por el consejo de guerra que entendió en lo relacionado con la Conspiración de Trinidad. Su suerte estaba decidida de antemano y le correspondía la pena capital por esa sentencia.

Por su condición de militar con más de treinta años de servicios distinguidos le correspondía la muerte de soldado, frente al pelotón de fusilamiento, pero le fue negada para humillarlo en todo lo posible.

De madrugada fue trasladado al viejo Castillo de San Salvador de La Punta, cercano a la explanada escogida para su ejecución y del otro lado de la cual estaba el imponente edificio de la Cárcel de La Habana.

Al salir el sol se desarrolló la ceremonia de degradación. Pero no vino a degradarlo el comandante José M. Callejas Pallarés, designado al efecto, el cual alegó una enfermedad repentina y grave, y hubo que excusarlo de aquel triste deber.

Según el código penal de 1848, en la ceremonia de degradación el sentenciado era despojado, por un alguacil en audiencia pública del tribunal, del uniforme, traje oficial, insignias y condecoraciones. El despojo se hacía a la voz del presidente

"Despojad á (el nombre del reo) de sus insignias y condecoraciones, de cuyo uso la ley le declara indigno: la ley le degrada, por haberse él degradado á sí mismo"[9]

Concha queriendo evitar la repetición de lo sucedido en Atarés ordenó la transmitir la siguiente alocución al pueblo, el 31 de agosto.

"Habitantes de esta CIUDAD

A las siete del día de mañana expiará en el patíbulo el traidor Narciso Lopez los horrendos crímenes que ha perpetrado y de que es responsable á la Nación Española. Al tener efecto este solemne acto deseo que se observe en él toda la mesura y circunspección que debe acompañar la acción de la justicia y que es propia y peculiar de la gravedad del carácter Español. Espero por lo tanto que cuantos individuos presencien dicha ejecución guarden el decoro y moderación debidos, pues que un profundo silencio en estos casos es el más elocuente testimonio con que debe revestirse el imponente espectáculo que presenciará esta ciudad"

López recorrió, al paso de sus custodios, el trayecto entre la fortaleza y el patíbulo. Ascendió a la plataforma y comenzó un discurso que se vio acallado por el redoble de los tambores. Fue por sí mismo al banquillo del garrote y dejó que le colocaran al cuello el corbatín mortal. El verdugo, aunque diestro en el manejo del instrumento mortal, hizo varios intentos por romper el cuello de la víctima, por lo que fue extraordinariamente doloroso para esta. Luego de varias horas se logró dar fin al condenado. Se dice que, por voluntad del mismo, su reloj fue detenido a la hora de la muerte.

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Ejecución de Narciso López

También se montaría el garrote para el acaudalado catalán Ramón Pintó, ex director del Diario de la Marina. Detenido en La Habana, pues era el cabecilla del Club de la Habana. En febrero de 1855, fue sentenciado a muerte, y subió al cadalso un día en que los vientos del sur batían con fuerza la capital.

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Ejecución de Ramón Pintó

Otra forma de ejecutar la pena de muerte es por fusilamiento. Esta consiste en que al reo se le mata mediante una descarga de disparos, por un pelotón de fusileros. Es un medio de matar legalmente reconocido durante siglos, especialmente en los delitos que deben ser juzgados por la justicia militar. Es muy común por tanto en tiempos de guerra, como forma de ejecución sumaria. En algunos casos, se suele cargar una de las armas con salvas. De éste modo, se diluye la responsabilidad individual de los miembros del pelotón que pueden pensar que el suyo no fue un disparo fatal. La ejecución por fusilamiento ha de considerarse diferente a otros modos de ejecución por arma de fuego, como el disparo en la nuca. Sin embargo, el tiro de gracia suele darse en los fusilamientos, en especial si la descarga de fusil no ha sido inmediatamente fatal.

Morirían fusilados los acusados en la Conspiración de La Escalera. Junto a diez acusados más, moriría por vía de las armas, el 28 de junio de 1844, el poeta matancero Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido).

Se cuenta que unas 20 mil personas contemplaron el espectáculo horrendo de aquel fusilamiento. Los esclavos de lugares cercanos fueron llevados para que les sirviera de escarmiento. Plácido recitaba con voz clara su Plegaria. Un redoble de tambores ahogó sus palabras y ante los condenados se formó un pelotón de 44 soldados con sus jefes. Cuatro para cada uno de los sentenciados. Dos le dispararían a la cabeza y dos al, pecho. Y un sacerdote para cada supliciado. Rezaron el Credo los curas y los reos y aun tuvo Plácido fuerza suficiente para gritar que emplazaba ante el juicio de Dios a sus verdugos y fiscales, y los mencionó por sus nombres. Se dio la orden de fuego. "Adiós Patria querida…" exclamó. Pero la primera descarga, al alcanzarlo solo en el hombro, lo dejó con vida. A una nueva orden se aprestaron cuatro soldados. Una nueva descarga y voló despedazada su cabeza. [10]

En 1851, en el Camagüey, fueron juzgados por un Consejo de Guerra y condenados a muerte Joaquín de Agüero, José Tomás Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Benavides. Muchas personas relevantes intercedieron ante el gobernador para que conmutara las sentencias de muerte, pero este se negó. Inicialmente se pensó cumplir la condena en el garrote, que se utilizaba en Puerto Príncipe desde 1831, en sustitución a la horca hasta inicios del siglo XX. Pero dicho instrumento fue saboteado en la víspera de la ejecución y el verdugo encargado de efectuarla fue envenenado, por lo que sustituyó el método por el de fusilamiento. La sentencia fue cumplida el siguiente 12 de agosto a la seis de la mañana, en la Sabana de Méndez. Por temor a las reacciones de la población el lugar fue estrictamente vigilado por las tropas. [11]

También lo sería los compañeros de Narciso López. Ubieta indica que los muertos en combate y los fusilados fueron 277 hombres, pero añade que hubo 120 simpatizantes fusilados, cuando pretendían unirse a López. A las siete de la mañana, notificado el fallo, se concedió una hora a los reos para que escribiesen a sus familiares y amigos.[12]

Como a las diez de la mañana fueron sacados de la barra de la fragata Esperanza los cincuenta reos y amarrados de dos en dos se les trasladaron al remolcador de vapor Jor.

Se estima que presenciaron este sangriento espectáculo, por la parte de tierra, sobre 10 000 personas, y por la parte del mar, en unas 300 embarcaciones fletadas a buen precio, de 700 a 800, casi todos españoles y gente de color.

Hay distintas versiones a cerca del curso de los fusilamientos. El informe oficial español dice que los reos fueron fusilados en dos grupos de a trece cada uno, y dos de a doce cada uno, sin incidente alguno, y que los cadáveres fueron enterrados en el cementerio de Espada y que no concurrieron actos de profanación.

Según los testimonios de dos ingleses y tres cubanos, "los fusilados lo fueron en grupos de diez u once y que los tiradores empezaban a disparar contra los extremos de la fila, por lo que el último en caer era el reo que estaba en el centro. Critteden fue fusilado aparte, antes del tercer grupo, a petición suya, y que le escupió la cara a un oficial que le había dado un planazo". [13]

El alférez William May, miembro de la fragata Saranac, testigo de los fusilamiento relataría después que "fueron llevados a morir en grupos de a diez y cuando las balas no completaban su misión, se les remató con las culatas de los fusiles. Uno de estos desdichados quedó ligeramente herido, se levantó y salió de entre los cadáveres; pero así mismo los despacharon. Critteden fue como el vigésimo de los fusilados y se le llevó solo ante los fusiles. Si se arrodilló, fue obligado a ello, pero cuando daba la voz de mando para disparar, que fue el único privilegio que se le concedió, trató de volverse de frente al piquete y la pate superior del cráneo le fue literalmente arrancada por la descarga". [14]

Como se puede apreciar innumerable fueron las víctimas de la política represiva española[15]Por lo que lo escrito por Céspedes en el Manifiesto de la Junta Revolucionaria, conocido como Manifiesto del 10 de Octubre no era una sentencia escrita a la ligera, ni mucho menos.

"Nadie ignora que España gobierna a la isla de Cuba con un brazo de hierro ensangrentado; (…) sus desgraciados hijos, se ven expulsados de su suelo a remotos climas o ejecutados sin forma de proceso por comisiones militares establecidas en plena paz, con mengua del poder civil (…)"

No obstante, todas las ejecuciones sirvieron de poco a España. Incapacitada de contener y neutralizar los crímenes comunes, es aún más incapaz para servir de freno a los crímenes sociales, a los de carácter político. Esto sucedía porque la pena de muerte no atacaba la base de sustentación de estos delitos, tan solo intentaba doblegarlos por el efecto del miedo.

Cierto que en algunas circunstancias de tiempo y personas algunas ejecuciones pueden neutralizar o contener la actividad de ciertos grupos o individuos, especialmente cuando ellos no están dotados de una firme convicción. Pero el efecto del miedo, dudosamente, logra expandirse y permanecer en el tiempo. Han sido acusados de reales o supuestos hechos, pero esto no importa. Luego, cuando la ejecución ha tenido lugar y la verdad se ha abierto paso, las victimas son enaltecidas, glorificadas, incluso adoradas.

Existen numerosos ejemplos de condenados que han enfrentado enérgicamente el suplicio, y la muchedumbre expectante, en vez de contenerse producto del temor, se han envalentonado, llegando a enfrentar a los responsables de mantener el orden durante el acto ejecutorio.

Bibliografía

Bianchi Ross, Ciro. Doscientos años de Plácido. Juventud Rebelde, 1 de marzo de 2009.

Bodes Torres, Jorge. La detención y el aseguramiento del acusado en Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996.

Carreras, Julio Ángel. Cuba. Contradicciones de clases en el siglo XIX. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985.

_________________. Historia del Estado y el Derecho en Cuba. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1990.

Centro de Estudios Militares de las FAR. Historia Militar de Cuba. Primera parte (1510- 1898). Ediciones Verde Olivo, Ciudad de La Habana, 2004.

Código Penal de 1879 para la Isla de Cuba y Puerto Rico y Ley Provisional para la aplicación de sus disposiciones. Imprenta de G. Montiel, La Habana, 1879.

Escriche, Joaquín. Diccionario razonado de Legislación y Jurisprudencia. Imprenta de Eduardo Cuesta, Madrid, 1874.

Fernández Bulté, Julio. Historia del Estado y el Derecho. Editorial Félix Varela, La Habana, 2005.

Francisco Pacheco, Joaquín. El Código Penal. Concordado y anotado. Academia Española, Madrid, Imprenta de la Viuda de Perinat y Compañía, 1856.

Méndez Martínez, Roberto. Leyendas y tradiciones del Camagüey. Editorial Ácana, Camagüey, 2006.

Suárez Suárez, Reinaldo. Todos los viernes hay horca. Martí y la pena de muerte en Estados Unidos. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2008.

Sueiro, Daniel. La pena de muerte. Ceremonial, historia, procedimientos. Alianza Editorial, Ediciones Alfaura, Madrid, 1974.

DATOS DE LOS AUTORES

Virgilio Companioni Albrisa (Taguasco, 1977). Licenciado en Marxismo Leninismo e Historia (2001) y Licenciado en Derecho (2008). Historiador y escritor, miembro del Taller Literario Demetrio Barrios Gil. Profesor de la UCP Capitán Silverio Blanco. Secretario de Actividades Científicas de la UNHIC en Sancti Spíritus. Tiene publicados en la Revista Siga la Marcha, los trabajos El Movimiento Revolucionario 26 de Julio en Taguasco (2007) y La oposición a la Enmienda Platt en la caricatura política de época (2008). Ediciones Luminarias publicó su libro de cuentos REMAKE (2006).

Octavio Epifanio Pérez Toledo (Taguasco, 1957). Licenciado en Derecho (1997) Coordinador de la carrera de Derecho en la SUM Enrique José Varona de Taguasco. Se ha dedicado a estudios sobre justicia e historia del derecho.

 

 

Autor:

Virgilio Companioni Albrisa.

Octavio Epifanio Pérez Toledo

[1] Oratorio que hay en las cárceles para asistir a los reos de último suplicio con la comunión y demás preparativos. Están en ellas los reos desde que se le notifica la sentencia de muerte hasta que salen al suplicio. Escriche, Joaquín. Diccionario razonado de Legislación y Jurisprudencia. Imprenta de Eduardo Cuesta, Madrid, 1874.

[2] La lapidación, la cruxificción, la decapitación por espada, entre otros. En muchas culturas se estilaba arrojar a los condenados a abismos profundos, o atados o dentro de un saco al agua. También existía la muerte de fuego, la de saeta y la decapitación. Sueiro, Daniel. La pena de muerte. Ceremonial, historia, procedimientos. Alianza Editorial, Ediciones Alfaura, Madrid, 1974.

[3] Sueiro, Daniel. Ob. cit.

[4] Nos referiremos solo a las circunstancias en que fueron ejecutados. El accionar histórico de las personalidades que aborda este trabajo es harto conocido.

[5] Las Casas, Bartolomé de (1552) Brevísima relación de la destrucción de las Indias Axel Springer S.L.

[6] Suárez Suárez, Reinaldo. Todos los viernes hay horca. Martí y la pena de muerte en Estados Unidos. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2008. p. 114- 115.

[7] Fernández Bulté, Julio. Historia del Estado y el Derecho. Editorial Félix Varela, La Habana, 2005. p. 34.

[8] Sueiro, Daniel. La pena de muerte…

[9] Francisco Pacheco, Joaquín. El Código Penal. Concordado y anotado. Academia Española, Madrid, Imprenta de la Viuda de Perinat y Compañía, 1856.

[10] Bianchi Ross, Ciro. Doscientos años de Plácido. Juventud Rebelde, 1 de marzo de 2009. p 11.

[11] Méndez Martínez, Roberto. Leyendas y tradiciones del Camagüey. Editorial Ácana, Camagüey, 2006. p. 86.

[12] Portell Vila, Herminio. Narciso López y su época. 1850- 1851. Compañía Editora de Libros y Folletos, La Habana, 1958. p. 681.

[13] Ídem, p. 684.

[14] Ídem, p. 685.

[15] Por cuestiones de síntesis solo hemos descriptos las ejecuciones más transcendentales llevada a cabo durante la etapa colonial, y anteriores a las guerras por la independencia. La represión española durante las gestas libertarias puede constituir objeto de futuras investigaciones.