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La muerte (Cuento de Ciencia Ficción)


Partes: 1, 2

    Indudablemente, una de las diez mejores películas de ciencia ficción que Hollywood haya producido nunca, Ultimátum a la Tierra, ha gozado de una tremenda popularidad a cada nueva generación que la veía.

    Parte de la razón de su enorme aceptación procede ciertamente de las novedosas ideas presentadas en la historia original. En vez de instilar en su relato de un viajero alienígena horror y amenaza, el autor Harry Bates eligió darle la vuelta al asunto y crear un nuevo tipo de visitante de otros mundos. En vez de lanzar a su alrededor los habituales rayos de la muerte y planear la conquista del mundo, el benévolo hombre del espacio Klaatu llega a la Tierra para promocionar únicamente la paz y la buena voluntad Sin embargo, sus rectas intenciones son acogidas con miedo, suspicacia, y finalmente ciega violencia.

    Del mismo modo, en la película, Klaatu, soberbiamente interpretado por el malogrado Michael Rennie, descubre que los terrestres no son tan civilizados como él creía. En un valeroso intento de salvar a la humanidad de destruirse a sí misma mediante armas atómicas, el hombre del espacio cae víctima de la traición, la injusticia, y finalmente una lluvia de mortíferas balas. Sólo más tarde, con la ayuda de su compañero robot, Gort (Gnut en la historia), es vuelto Klaatu a la vida.

    El guionista Edmund H. North, que ha sido coguionista de Patton y más recientemente de Meteoro, admite que su adaptación libre de la historia de Bates contiene varias referencias religiosas especificas…, incluso más allá de la obvia secuencia de la "resurrección". Por ejemplo, cuando Klaatu escapa del hospital se identifica con el hombre cuyo traje ha tomado. El nombre es Carpenter, carpintero, y lo adopta como suyo. Esto forma parte también del paralelismo con Cristo, un aspecto que la novela original jamás había explorado.

    Pero aunque la historia y el guión difieren en muchos puntos, es curioso señalar que ambas sitúan la mayor parte del interés dramático en la idea de un OVNI aterrizando entre nosotros. En 1940, cuando El amo ha muerto apareció en Astounding Stories, la primera oleada de observaciones de platillos volantes procedentes de pilotos de vuelos intercontinentales estaba en pleno apogeo. En 1951, cuando la versión fílmica llegó a las pantallas, toda América estaba registrando los cielos en busca de las aeronaves en forma de disco.

    El director cinematográfico Robert Wise, genio creativo de Ultimátum a la Tierra, además de otros films fantásticos tales como La amenaza de Andrómeda y Star Trek: el film, cree firmemente en los OVNIS y en las cosas que están más allá de la comprensión humana. Quizá fue debido a esto que no le costó esfuerzo filmar lo que se ha convertido en uno de los hitos del cine de ciencia ficción.

    Desde su posición en lo alto de la escalera, sobre el piso del museo, Cliff Sutherland estudió con cuidado cada línea y sombra del gran robot, y luego se volvió y miró pensativamente a la masa de visitantes llegados de todas partes del Sistema Solar para ver a Gnut y la nave, y oír, una vez más, su asombrosa y trágica historia.

    Sutherland había acabado por sentir un interés casi de propietario en la exhibición, y no sin motivo. Había sido el único fotógrafo de prensa que se hallaba en los terrenos del Capitolio cuando habían llegado los visitantes de lo Desconocido, y había obtenido las primeras fotografías profesionales de la nave. Había contemplado de cerca cada acontecimiento de los siguientes y locos días. Después, había fotografiado muchas veces al robot de dos metros y medio de alto, la nave, y al apuesto embajador muerto, Klaatu, y su imponente tumba Y, dado que aquel acontecimiento seguía teniendo una enorme importancia como noticia para miles de millones de personas de todo el espacio habitable, allí estaba de nuevo, para conseguir más fotos y, si era posible, un nuevo "ángulo".

    Esta vez quería conseguir una foto que mostrase a Gnut como extraño y amenazador. Las fotos que había tomado el día anterior no habían producido el efecto que deseaba, y esperaba lograrlo hoy; pero la luz aún no era la adecuada y tenía que esperar a que se hiciera más tarde.

    Los últimos componentes de la muchedumbre admitida en aquel grupo se apresuraron a entrar, lanzando exclamaciones ante las amplias y nítidas curvas verdes del misterioso vehículo espacio-temporal, olvidando luego completamente la nave al ver la asombrosa figura y la gran cabeza del gigantesco Gnut. Los robots articulados de una burda apariencia humanoide eran bastante corrientes, pero los ojos de los terrestres jamás habían visto nada como aquello. Pues Gnut casi tenía la forma exacta de un hombre… de un gigante, pero humano, de metal verdoso. Estaba desnudo, a excepción de un taparrabos. Se alzaba como el poderoso dios de las máquinas de alguna civilización científica jamás imaginada, y en su rostro se veía una expresión hosca y pensativa. Aquellos que lo miraban ni bromeaban ni hacían comentarios tontos, y los que estaban más cerca de él acostumbraban a no decir ni palabra. Sus extraños ojos rojos, iluminados desde el interior, estaban colocados de tal manera que cada observador creía que estaban fijos en él, y daba la sensación de que en cualquier momento podía adelantarse airado y realizar acciones inimaginables.

    Se oyó un ligero sonido crujiente, que provenía de los altavoces ocultos en el techo, e inmediatamente disminuyeron los sonidos de la multitud. Iba a empezar la explicación grabada. Cliff suspiró. Se sabía aquello de memoria; incluso había estado presente cuando se había efectuado la grabación y conocido al locutor, un joven llamado Stillwell.

    -Damas y caballeros -comenzó a decir una voz clara y bien modulada… pero Cliff ya no la escuchaba.

    Las sombras en el rostro y figura de Gnut se habían hecho más marcadas; casi había llegado el momento de hacer la foto. Tomó y examinó las copias de las fotografías que había obtenido el día anterior y las comparó, con aire crítico, con su modelo.

    Mientras miraba, arrugó el entrecejo. No se había dado cuenta antes, pero ahora, de repente, tuvo la sensación de que, desde ayer, algo había cambiado en Gnut. La pose era idéntica a la que se veía en las fotografías, y todos los detalles parecían exactos, pero, sin embargo, seguía notando aquella sensación. Cogió su lupa y comparó con más cuidado el sujeto y la fotografía, línea a línea. Y entonces vio que había una diferencia.

    Con repentina excitación, Cliff hizo dos fotografías con distintas exposiciones. Sabía que debía esperar un poco y tomar otras, pero estaba tan seguro de que se había tropezado con un misterio importante, que no pudo resistir seguir allí, y recogiendo con rapidez sus equipos accesorios, descendió por la escalera y salió del edificio. Veinte minutos más tarde, consumido por la curiosidad, estaba revelando las nuevas fotos en la habitación de su hotel.

    Lo que Cliff vio cuando comparó los negativos tomados ayer y hoy hizo que se le erizara el cabello. ¡Desde luego, había un cambio de inclinación! ¡Y, aparentemente, era el único que lo sabía! No obstante, creía que, a pesar de que lo que había descubierto hubiera aparecido en todas las primeras planas de cada uno de los periódicos del Sistema Solar, sólo era un inicio. Como los demás, no sabía qué había tras aquella historia, ni lo que en realidad había sucedido. Debía ocuparse de averiguarlo.

    Y aquello significaba que debía ocultarse en el edificio y permanecer allí toda la noche. Aquella misma noche; y le quedaba poco tiempo para regresar antes de que cerrasen. Tomaría una pequeña cámara de infrarrojos con la que poder trabajar en la oscuridad, y conseguiría la verdadera foto y la historia que había tras ella.

    Tomó la pequeña cámara, llamó a un taxi aéreo y se apresuró a regresar al museo. El lugar estaba lleno con otra parte de la omnipresente cola, y la grabación estaba terminando. Dio gracias al cielo de que su convenio con el museo le permitiese entrar y salir a su libre albedrío.

    Ya había decidido lo que iba a hacer. Primero fue hasta el guarda y le hizo una única pregunta, y su rostro se iluminó por la expectación cuando oyó la respuesta que esperaba. La segunda cosa era hallar un punto en el que estuviese oculto de los ojos de quienes fueran a cerrar el local para la noche. Sólo había un lugar posible: el laboratorio montado detrás de la nave. Resueltamente, enseñó sus credenciales de prensa al segundo guarda, que estaba en el pasadizo que llevaba al laboratorio, afirmando que iba a entrevistar a los científicos; y un momento después se hallaba en la puerta del laboratorio. Había estado allí varias veces y conocía bien la sala. Era una gran área burdamente dividida para el trabajo de los científicos dedicados a abrirse camino hacia el interior de la nave, y repleto de una confusión de objetos grandes y pesados: hornos eléctricos y de aire caliente, garrafones de productos químicos, aislamientos de asbesto, compresores, cubetas, crisoles, un microscopio y muchísimo equipo más pequeño, común en un laboratorio metalúrgico. Tres hombres con batas blancas estaban absortos por completo en un experimento que se realizaba en el extremo más lejano. Cliff, tras esperar un buen rato, entró y se ocultó bajo una mesa medio enterrada en un montón de suministros. Se creía razonablemente a salvo de ser descubierto allá abajo. Pronto los científicos se irían a casa.

    Podía oír a otro grupo de gente que entraba a ver la nave… Suponía que serían los últimos de aquel día. Se acomodó tan confortablemente como le fue posible. Dentro de un momento empezaría la explicación grabada. Tuvo que sonreír cuando pensó en una de las cosas que diría la grabación.

    Luego, la oyó de nuevo: la clara y profesional voz de aquel tipo, Stillwell. Los movimientos y susurros de la multitud murieron, y Cliff pudo oír cada una de las palabras, a pesar de que eran pronunciadas al otro lado de la gran masa de la nave.

    -Damas y caballeros -comenzaron las familiares palabras-, el Instituto Smithsoniano les da la bienvenida a su nueva Sección Interplanetaria y a la maravillosa exposición que tienen delante.

    Una breve pausa.

    -Todos ustedes deben de saber ya lo que pasó aquí hace tres meses, si es que no lo vieron personalmente en la telepantalla -prosiguió la voz-. Se pueden resumir los pocos hechos: algo después de las cinco de la tarde del dieciséis de septiembre, los turistas de visita en Washington llenaban los terrenos que hay fuera de este edificio en su número habitual, y, sin duda alguna, con sus pensamientos de siempre. El día era cálido y hermoso. Un torrente de gente estaba abandonando la entrada principal del museo, que se halla en la dirección en la que ustedes miran en este momento. Como pueden suponer, este pabellón no había sido edificado entonces. Todo el mundo iba hacia sus casas, sin duda cansados tras pasar muchas horas de pie en las que habían visto los objetos exhibidos en el museo y visitado los muchos edificios que se extienden por los terrenos contiguos. Y, entonces, sucedió.

    "En el área que tienen a su derecha, tal como está ahora, apareció la nave espaciotemporal. Surgió en un abrir y cerrar de ojos. No había bajado del cielo; docenas de testigos lo juraron; se limitó a aparecer. No estaba aquí, y al siguiente momento estaba. Se materializó en el mismo punto en que ahora descansa.

    "La gente que se hallaba más cerca de la nave fue presa de pánico y huyó con gritos y alaridos. Todo Washington fue inundado por una oleada de excitación. La radio, la televisión y los periódicos vinieron a la carrera. La policía formó un amplio cordón alrededor de la nave, y llegaron unidades del ejército que apuntaron cañones y proyectores de rayos contra ella. Se temía que se fuera a producir la más horrible de las catástrofes.

    "Pues, desde el principio, todo el mundo estuvo de acuerdo en que no se trataba de una espacionave llegada de ningún punto del Sistema Solar. Hasta los niños sabían que en la Tierra sólo se habían construido dos espacionaves, y ninguna de ellas en cualquiera de los otros planetas y satélites; y de esas dos, una había sido destruida al ser atraída por el Sol, y la otra acababa de comunicar su llegada a Marte. Además, las construidas aquí tenían un casco de una dura aleación de aluminio, mientras que ésta, como bien pueden ver, está hecha con un metal verdoso desconocido.

    "La nave apareció y se quedó ahí. Nadie salió de ella, y no había signo alguno de que contuviese ningún tipo de vida. Esto, como todo lo demás, hizo que la excitación llegase a un clímax. ¿Quién o qué habría dentro? ¿Serían amistosos u hostiles los visitantes? ¿De dónde venía la nave? ¿Cómo es que llegó de un modo tan repentino a este punto, sin caer del cielo?

    "La nave descansó aquí durante dos días, tal como ustedes la ven ahora, sin que hubiese ningún movimiento o señal alguna de que contuviese vida. Mucho antes de que hubiese pasado este tiempo, los científicos ya habían explicado que no se trataba de una espacionave sino de un vehículo espaciotemporal, ya que sólo un artefacto como éste podría haber llegado de la forma en que llegó… materializándose. Indicaron que tal vehículo, si bien era teóricamente comprensible para nosotros, los terrestres, estaba fuera de todo lo alcanzable por nuestro actual estado de conocimientos, y que esta nave, activada por los principios de la relatividad, podía muy bien haber llegado desde el rincón más lejano del universo, de una distancia que la luz tardase millones de años en cruzar.

    "Cuando se difundió esta opinión, la tensión pública creció hasta un punto que casi resultaba intolerable. ¿De dónde había llegado el vehículo? ¿Quién lo ocupaba? ¿Por qué había venido a la Tierra? Y, sobre todo, ¿por qué no se mostraban? ¿Estarían quizá preparando alguna terrible arma destructora?

    "¿Y dónde estaba la compuerta de entrada a la nave? Quien se había atrevido a acercarse a mirar informó que no podía hallarse orificio alguno. Ni la menor fisura o abertura quebraba la perfecta lisura de la superficie ovoidal de la nave. Y una delegación de altas jerarquías que visitó la nave no pudo lograr, ni aun llamando, conseguir que sus ocupantes dieran señal alguna de que les habían oído.

    "Y al fin, tras exactamente dos días, a la vista de decenas de millares de personas reunidas y que se hallaban a buena distancia, y bajo las bocas de docenas de los más poderosos cañones y proyectores de rayos del ejército, apareció una abertura en la pared de la nave, se deslizó una rampa, y por ella bajó un hombre, de aspecto divino y forma humana, que era seguido muy de cerca por un gigantesco robot Y cuando tocaron el suelo la rampa volvió a deslizarse hacia atrás y la entrada se cerró como antes.

    "Inmediatamente resultó obvio a todos los reunidos que el desconocido era amistoso. La primera cosa que hizo fue alzar en alto su mano derecha, en el gesto universal de paz; pero no fue esto lo que impresionó a aquellos que estaban cerca de él, sino la expresión de su rostro, que irradiaba bondad, sabiduría y la más pura de las noblezas. Ataviado con una túnica de colores delicados, parecía un dios benigno.

    "Inmediatamente, pues estaban esperando esta aparición, se adelantó un nutrido comité de altas jerarquías gubernamentales y oficiales militares. Con un gesto digno y mayestático, el hombre se señaló a sí mismo, luego a su compañero robot, y luego dijo en perfecto inglés, con un extraño acento: "Soy Klaatu", o un nombre que sonaba así, "y este es Gnut". Al principio, los nombres no fueron muy bien comprendidos, pero la película sonora de la televisión los grabó, y, todo el mundo los conoció.

    "Y entonces ocurrió la cosa que avergonzará a la raza humana por siempre jamás. De un árbol situado a un centenar de metros de distancia surgió un destello de luz violeta y Klaatu se desplomó. La multitud reunida se quedó anonadada por un instante, sin comprender lo que había sucedido. Gnut, situado un poco por detrás de su amo y a un costado, giró lentamente su cuerpo hacia él, movió un par de veces la cabeza y se quedó quieto, en la posición exacta en que lo ven ahora.

    "Entonces, se produjo un pandemónium La policía bajó del árbol al asesino de Klaatu. Descubrieron que era una persona que tenía alteradas sus facultades mentales; no dejaba de gritar que el diablo había venido a matar a todos los seres vivos de la Tierra. Se lo llevaron de allí, y Klaatu, aunque era obvio que estaba muerto, fue trasladado al hospital más cercano para ver si se podía hacer algo para revivirlo. Las multitudes, confusas y aterrorizadas, se desparramaron por los terrenos del Capitolio, permaneciendo en ellos el resto de la tarde y buena parte de la noche. La nave permaneció tan en silencio e inmóvil como antes. Y tampoco Gnut se volvió a mover de la posición en que había quedado.

    "Gnut no volvió a moverse jamás. Se quedó exactamente tal como lo ven ahora durante aquella noche y los días siguientes. Y cuando fue construido el mausoleo en el Tidal Basin, se efectuaron los servicios fúnebres por Klaatu en el lugar donde se hallan ustedes ahora, siendo atendidos por los más altos dignatarios de todos los grandes países del mundo. No sólo era la cosa más apropiada, sino también la más segura, pues si había otros seres vivos en el interior del vehículo, como parecía posible en aquel tiempo, tenían que sentirse impresionados por la sincera pena por lo sucedido que mostrábamos todos los terrestres. Pero si Gnut seguía aún con vida, o quizá sería mejor que dijese en funcionamiento, no dio señal alguna de ello. Permaneció tal como le ven ustedes durante toda la ceremonia. Y se quedó así mientras su amo era llevado hasta el mausoleo y pasaba a la historia junto con la trágicamente corta grabación en sonido y visión de su histórica visita. Y así se quedó día tras día, noche tras noche, con buen o mal tiempo, sin moverse jamás ni demostrar que se diera cuenta de lo que había sucedido.

    "Tras el entierro se construyó este pabellón comunicado con el museo para cubrir al vehículo y a Gnut. Pues, como se descubrió, no podía hacerse ninguna otra cosa, pues tanto Gnut como la nave eran demasiado pesados para ser transportados con seguridad con los medios de los que disponemos.

    "Ya han oído hablar de los esfuerzos que han realizado desde entonces nuestros metalúrgicos para entrar en la nave, y de su completo fracaso. Tal como pueden ver desde donde están, se ha montado tras el vehículo una sala de trabajo en donde siguen llevándose a cabo intentos.

    "Pero hasta el momento este maravilloso metal verdoso ha resultado inviolable. No sólo no podemos entrar en el vehículo, sino que ni siquiera podemos hallar el lugar exacto del que salieron Klaatu y Gnut. Las marcas de yeso que ven son la estimación más aproximada a la que se ha llegado.

    "Muchas personas temieron que Gnut sólo estuviera temporalmente averiado, y que de volver a funcionar pudiera resultar peligroso. Sin embargo, los científicos han eliminado por completo cualquier posibilidad de que eso se produzca. El metal verdoso del que está fabricado parece ser el mismo que el de la nave, y no podía ser cortado, por lo que tampoco se podía hallar forma alguna en que estudiar sus mecanismos internos; pero los científicos tenían otros métodos. Enviaron corrientes eléctricas de enorme voltaje y amperaje a través del robot Aplicaron un terrible calor a todas las partes de su superficie metálica. Lo sumergieron durante muchos días en gases y ácidos y soluciones fuertemente corrosivas, y lo bombardearon con todos los tipos de rayos conocidos. No tienen, pues, que temerlo ya. No hay manera posible en que pueda haber conservado la capacidad de seguir funcionando.

    "Pero… una advertencia Las autoridades gubernamentales esperan de los visitantes el máximo respeto en el interior de este edificio. Quizá la civilización desconocida e inconcebiblemente poderosa de la que Klaatu y Gnut proceden envíe otros emisarios para ver lo que les sucedió. Lo hagan o no, todos nosotros debemos mantener una misma actitud. Nadie podría imaginarse lo que iba a suceder, y todos lo lamentamos enormemente; pero en cierto sentido, todos somos responsables, y debemos hacer todo lo posible para evitar cualquier represalia.

    "Pueden ustedes permanecer cinco minutos más y luego, cuando suene el gong, hagan el favor de salir con presteza. Los ujieres robot que hay a lo largo de la pared responderán a cualquier pregunta que ustedes puedan hacerles.

    "Fíjense bien, pues ante ustedes se hallan los símbolos desnudos de los logros, misterios y fragilidad de la raza humana.

    La voz grabada dejó de hablar. Cliff; moviendo con mucho cuidado sus entumecidos miembros, sonrió ampliamente. ¡Si supieran lo que él sabía!

    Pues sus fotografías contaban una historia bastante diferente a la del narrador. En las de ayer aparecía bien clara una línea del suelo junto al borde del pie más adelantado del robot; en la de hoy aquella línea estaba tapada por el pie. ¡Gnut se había movido!

    O había sido movido, aunque aquello era muy poco probable. ¿Dónde estaba la grúa o cualquier otra evidencia de tal actividad? Era casi imposible que hubiera sido movido en una noche y luego se hubiesen hecho desaparecer todos los signos de tal actividad. Y, ¿por qué iba a llevarse a cabo tal traslado?

    Sin embargo, para asegurarse, se lo habla preguntado al guarda. Casi podía recordar su respuesta, al pie de la letra:

    -No, Gnut ni se ha movido ni ha sido movido desde la muerte de su amo. Se tuvo mucho cuidado en mantenerlo en la posición que había adoptado a la muerte de Klaatu. El suelo fue construido bajo él y los científicos que llevaron a cabo su inutilización erigieron sus aparatos a su alrededor, sin moverlo del lugar que ocupa. No tenga ningún miedo al respecto.

    Cliff sonrió de nuevo. No tenía ningún miedo.

    Por ahora.

    Un momento más tarde, el gran gong que había sobre las puertas de entrada tocó la hora de cerrar. Inmediatamente le siguió una voz que decía por los altavoces:

    -Las cinco, damas y caballeros. Es la hora de cerrar, damas y caballeros.

    Los tres científicos, como se sintiesen sorprendidos porque fuera tan tarde, se lavaron apresuradamente las manos, se pusieron sus ropas de calle y desaparecieron a lo largo del pasillo, sin fijarse en el joven fotógrafo escondido bajo la mesa.

    Rápidamente disminuyeron los sonidos de pasos en la sala de exhibiciones, hasta que al fin sólo sonaron los pasos de los dos guardas que caminaban de un lugar a otro, asegurándose de que todo estaba en orden para la noche.

    Uno de ellos miró por un instante desde la puerta del laboratorio, y luego se unió al otro en la entrada. Después, se cerraron con un sonido metálico las grandes puertas, y hubo silencio.

    Cliff esperó varios minutos y luego, cuidadosamente, salió de debajo de la mesa. Mientras se erguía, sonó un débil ruido tintineante en el suelo junto a sus pies. Inclinándose con mucho cuidado, halló los astillados restos de una pequeña pipeta de cristal. La había derribado de la mesa.

    Esto le hizo darse cuenta de algo en lo que no había pensado hasta aquel momento: un Gnut que se había movido podía ser un Gnut que viera y oyese… y que realmente fuera peligroso. Tendría que tener mucho cuidado.

    Miró a su alrededor. La habitación estaba limitada a los extremos por dos separaciones de fibra que, en uno de sus lados, seguía la curvada parte inferior de la nave. Aquel lado de la habitación estaba formado por la misma nave, mientras que el opuesto era la pared sur del pabellón. Había cuatro grandes y altas ventanas. La única entrada era a través del pasillo.

    Sin moverse, y dado su conocimiento del edificio, estableció su plan. Aquel pabellón estaba conectado con el extremo oeste del museo por una puerta jamás usada, y se extendía hacia el oeste en dirección al monumento Washington. La nave se hallaba más cerca de la pared sur y Gnut se alzaba frente a ella, no muy lejos del rincón noreste y en el lado opuesto de la habitación con respecto a la entrada del edificio y al pasillo que llevaba al laboratorio. Volviendo sobre sus pasos saldría al punto de la sala más alejado del robot Y esto era justo lo que deseaba, pues, al otro lado de la entrada, sobre una baja plataforma, se alzaba una mesa artesonada que contenía los aparatos en que estaba grabada la charla, y dicha mesa era el único objeto de la sala que le ofrecía un lugar en el que permanecer oculto mientras contemplaba lo que pudiera suceder. Los únicos otros objetos que había en la sala eran los seis robots humanoides colocados en lugares fijos a lo largo de la pared norte, para responder a las preguntas de los visitantes. Tendría que llegar hasta la mesa.

    Se volvió y comenzó a caminar cautelosamente, de puntillas, saliendo del laboratorio y recorriendo el pasillo, que ya estaba oscuro, pues la luz que aún entraba en la sala de exhibiciones era obstruida por la gran masa de la nave. Llegó al extremo de la habitación sin hacer ningún ruido. Cuidadosamente, se deslizó hacia adelante y atisbo por debajo de la curva de la nave, en dirección a Gnut.

    Tuvo un momentáneo estremecimiento. ¡Los ojos del robot estaban clavados en él!… O así parecía. ¿Era sólo el efecto producido por la forma en que estaban colocados los ojos? ¿Acaso había sido descubierto? De cualquier forma, no parecía haber variado la posición de la cabeza de Gnut Probablemente todo fuera bien, pero le hubiera gustado no tener que cruzar aquel extremo de la sala con la sensación de que los ojos del robot lo iban siguiendo.

    Se echó hacia atrás, se sentó y esperó. Tendría que ser totalmente de noche antes de que recorriese el camino hasta la mesa.

    Esperó una hora, hasta que los débiles rayos de las lámparas que había en los terrenos exteriores dieron la impresión de que la sala estaba más iluminada. Se alzó y miró de nuevo desde detrás de la nave. Los ojos del robot parecían estar clavados directamente en él, como antes, sólo que ahora, sin duda a causa de la oscuridad, la extraña iluminación interna daba la sensación de ser mucho más brillante. Era algo aterrador. ¿Sabía Gnut que él estaba allí? ¿En qué pensaba el robot? ¿Cuáles podían ser los pensamientos de una máquina construida por el hombre, aunque fuera una tan maravillosa como Gnut?

    Era ya hora de atravesar la sala, así que Cliff se colgó la cámara tras la espalda, se puso a gatas y, con gran cuidado, se movió hasta el borde de la pared de entrada. Allí se acurrucó tanto como pudo contra el ángulo que formaba con el suelo y avanzó, centímetro a centímetro. Sin hacer una pausa, sin arriesgarse a mirar a los aterrorizadores ojos rojos de Gnut, fue reptando. Le costó diez minutos cruzar la distancia de treinta metros, y cuando al fin tocó el estrado de treinta centímetros de alto sobre el que se alzaba la mesa, estaba cubierto de sudor. Con la misma lentitud y tan silencioso como una sombra, subió al estrado y se acurrucó tras la protección de la mesa. Al fin había llegado.

    Se relajó por un momento y luego, ansioso por saber si había sido visto, se giró con mucho cuidado y miró por detrás del costado de la mesa.

    ¡Ahora los ojos de Gnut estaban clavados de lleno en él! O así parecía. En la oscuridad reinante, el robot se erguía formando una sombra misteriosa y aún más oscura que el resto, y, a pesar de hallarse a unos cincuenta metros de distancia, parecía dominar la sala. Cliff no podía saber si había variado o no la posición de su cuerpo.

    Pero si Gnut lo estaba mirando, al menos no hizo nada más. No pareció ni efectuar el menor movimiento que pudiera detectar. Su posición era la misma que había mantenido en aquellos últimos tres meses, en la oscuridad, bajo la lluvia, y, aquella última semana, en el museo.

    Cliff tomó la decisión de no dejarse dominar por el miedo. Comenzó a darse cuenta de lo que pasaba en su propio cuerpo. El cauto reptar había tenido su efecto: le ardían las rodillas y los codos, y no le cabía duda de que se había estropeado el pantalón. Pero aquello eran naderías, si sucedía lo que esperaba que pasase. Si Gnut se movía, y él lo podía fotografiar con su cámara de infrarrojos, tendría un artículo con el que podría comprarse medio centenar de trajes. Y si además podía enterarse del propósito que había tras los movimientos de Gnut, suponiendo que hubiera algún propósito, aquello sería un relato que conmovería al mundo.

    Se dispuso a una larga espera; no podía saber cuándo se iba a mover Gnut, ni siquiera si se movería aquella noche. Los ojos de Cliff se habían adaptado a la oscuridad y podía divisar bastante bien los objetos más grandes. De vez en cuando atisbaba al robot: lo miraba mucho tiempo y con gran fijeza, hasta que se desdibujaba su silueta y parecía moverse, y tenía que parpadear y dejar descansar sus ojos para estar seguro de que sólo se trataba de su imaginación.

    De nuevo el minutero de su reloj recorrió la totalidad de la esfera. La inactividad hizo que Cliff se fuera confiando más y más, y durante períodos más y más largos mantuvo su cabeza oculta tras la mesa, sin mirar. Así que cuando Gnut se movió, casi se desmayó del susto. Amodorrado y algo aburrido, de repente se encontró con el robot en medio de la sala, yendo en su dirección.

    Pero aquello no era lo más aterrador. ¡Lo peor era que, cuando miró a Gnut no lo vio moviéndose! Estaba tan quieto como un gato que acecha a un ratón. Ahora, sus ojos eran mucho más brillantes, y no cabía duda alguna acerca de dónde estaban enfocados: ¡miraba fijamente a Cliff!

    Sin apenas atreverse a respirar, medio hipnotizado, Cliff le devolvió la mirada. Su mente era un remolino. ¿Cuál era la intención del robot? ¿Por qué se había quedado tan quieto? ¿Lo estaba acechando? ¿Cómo podía moverse con tal silencio?

    En la profunda oscuridad, los ojos de Gnut se acercaron aún más. El sonido casi imperceptible de sus pisadas tamborileaba en los oídos de Cliff con lentitud, pero con un ritmo perfecto. El fotógrafo, que habitualmente tenía recursos, se halló en esta ocasión paralizado por el miedo, resultándole totalmente imposible huir. Permaneció donde se hallaba mientras se le acercaba el monstruo de metal de brillantes ojos.

    Por un momento Cliff estuvo a punto de desmayarse, y cuando se recuperó, allí estaba Gnut alzándose junto a él, con sus piernas casi al alcance de su mano. ¡Estaba algo inclinado hacia él, clavando sus terribles y ardientes ojos en los suyos!

    Era ya demasiado tarde para salir corriendo. Temblando como cualquier ratón atrapado, Cliff esperó el golpe que lo iba a aplastar. Gnut lo escrutó durante lo que le pareció una eternidad, sin moverse. Y durante cada segundo de aquella eternidad Cliff estuvo esperando la aniquilación repentina, rápida y completa. Y luego, de forma repentina e inesperada, todo hubo terminado. El cuerpo de Gnut se enderezó y dio un paso hacia atrás. Se volvió. Y después, con el ritmo nada mecánico que sólo él poseía entre todos los robots, regresó hacia el lugar del que había venido. Cliff casi no podía creer que no le hubiera ocurrido nada. Gnut podría haberlo aplastado como a un insecto… y se había limitado a darse la vuelta y regresar. ¿Por qué? No podía suponer que un robot fuera capaz de mostrar consideraciones humanas.

    Gnut fue directamente al otro extremo del vehículo. Se detuvo en un cierto lugar y produjo una curiosa sucesión de sonidos. Y, de pronto, Cliff vio aparecer en el costado de la nave una abertura, más oscura que las penumbras del edificio, y a esto siguió un débil sonido deslizante cuando apareció una rampa que bajó hasta el suelo. Gnut subió por ella e, inclinándose un poco, desapareció en el interior de la nave. Entonces, por primera vez, Cliff recordó que estaba allí para tomar fotos. ¡Gnut se había movido, pero él no lo había fotografiado! Pero al menos, fuera cuales fuesen las oportunidades que pudiera tener después, podía obtener una foto de la rampa que conectaba con la puerta abierta; así que colocó en posición su cámara, puso la exposición adecuada y apretó el disparador.

    Pasó largo rato y Gnut no salió. ¿Qué podía estar haciendo dentro?, se preguntaba Cliff. Le fue volviendo algo de su valor y consideró la idea de arrastrarse hacia delante y atisbar a través de la compuerta, pero se dio cuenta de que no tenía valor para ello. Gnut le había perdonado la vida, al menos por el momento, pero no había forma de saber hasta dónde llegaría su tolerancia.

    Transcurrió una hora, y luego otra. Gnut estaba haciendo algo dentro de la nave, pero Cliff no se podía imaginar el qué. Si el robot hubiera sido un ser humano, sabía que se hubiera atrevido a dar una ojeada; pero tal como estaban las cosas era una incógnita totalmente irresoluble. Bajo ciertas circunstancias, incluso los más simples robots terrestres resultan artefactos inexplicables; por consiguiente, aquél, llegado de una civilización desconocida e incluso inconcebible, y que era, con mucho, el artefacto más maravilloso jamás visto, podía estar dotado de poderes sobrehumanos. Todo lo que le habían hecho los científicos de la Tierra no había podido averiarlo. Acido, calor, rayos, terribles golpes demoledores… Lo había soportado todo; y ni siquiera había sido dañado su acabado exterior. Quizá fuera capaz de ver perfectamente en la oscuridad. Y tal vez, sin moverse de donde estaba, pudiera oír o notar, de algún modo, el menor cambio en la posición de Cliff.

    Pasó más tiempo, y entonces, en algún momento después de las dos de la madrugada, sucedió algo que no tenía nada de extraordinario, pero que resultaba tan inesperado que, por un momento, destruyó por completo el equilibrio de Cliff. De repente, se oyó un débil aleteo a través del oscuro y silencioso edificio, seguido pronto por el chillido, penetrante y agradable, de un pájaro. Era un sinsonte, el pájaro burlón. Estaba en algún punto de la penumbra, por encima de su cabeza. Sus notas eran claras y resonantes, y cantó una docena de tonadas, una tras otra y sin ninguna pausa: llamadas cortas e insistentes, trinos, gorjeos y arrullos… La canción de amor primaveral de lo que quizá fuera el mejor cantante que había en el mundo. Luego, de una forma tan brusca como había comenzado, el canto cesó.

    Cliff se hubiera sentido menos sorprendido si un ejército invasor hubiera descendido de la nave. Estaban en diciembre, y ni siquiera en Florida habían comenzado a cantar los sinsontes. ¿Cómo había llegado aquél al cerrado y oscuro museo? ¿Cómo y por qué estaba cantando allí?

    Esperó, con gran curiosidad. Luego, de repente, se dio cuenta de que Gnut se hallaba junto a la compuerta de la nave. Permanecía muy quieto, con sus brillantes ojos vueltos en dirección a Cliff. Por un instante pareció que el silencio del museo se hacía más profundo; luego fue interrumpido por un suave golpe en el suelo, cerca de donde Cliff se hallaba. Se quedó asombrado. La luz de los ojos de Gnut cambió, y comenzó a caminar con su paso casi normal en dirección a Cliff. Cuando estaba a corta distancia, el robot se detuvo, se inclinó y recogió algo del suelo. Durante algún tiempo permaneció inmóvil, contemplando el pequeño objeto que tenía en su mano. Aunque no podía verlo, Cliff sabía que era el pájaro burlón. O, mejor dicho, su cadáver, pues estaba seguro de que ya no cantaría nunca más. Entonces, Gnut se volvió y, sin mirar a Cliff, regresó a la nave, introduciéndose en ella.

    Pasaron horas mientras Cliff esperaba que hubiera alguna secuela a aquel sorprendente acontecimiento. Quizá fuera a causa de su curiosidad, pero el caso es que comenzó a perderle miedo al robot Creía que si aquella máquina tenía algo en contra de él, si pensase hacerle algún daño, hubiera acabado con él antes, cuando tenía una oportunidad perfecta. Cliff comenzó a animarse para ir a dar una rápida ojeada al interior de la nave. Y tomar una foto; debía acordarse de tomar una foto. Continuamente se estaba olvidando de la razón que lo había llevado allí.

    Fue en la más profunda oscuridad de la falsa madrugada cuando reunió el suficiente valor para iniciar su acción. Se quitó los zapatos y, con los pies cubiertos sólo por los calcetines y llevando los zapatos atados por los cordones y colgados del cuello, se movió con el cuerpo rígido pero con mucha rapidez hasta un lugar situado tras el más próximo de los seis ujieres robot estacionados a lo largo de la pared, haciendo una pausa para ver si había algún signo que indicase que Gnut sabía que se había movido. No oyendo nada, se deslizó tras el siguiente robot y se detuvo de nuevo. Sintiéndose ya más atrevido, dio una carrera hasta el más lejano, el sexto, situado justo enfrente de la compuerta de la nave. Allí se sintió desengañado. No podía ver ninguna luz detectable en el interior; sólo había oscuridad, y el silencio que lo llenaba todo. No obstante, sería mejor que tomase la foto. Alzó su cámara, la enfocó a la oscura abertura, y tomó la foto con una exposición bastante larga. Luego se quedó quieto, sin saber qué hacer a continuación.

    Durante esta pausa, una extraña serie de sonidos apagados llegó a sus oídos, aparentemente procedentes del interior de la nave. Sonidos animales: primero jadeos y roces, acentuados por varios clics secos, y luego profundos y sonoros rugidos, interrumpidos por nuevos roces y jadeos, como si se estuviese produciendo algún tipo de lucha. Y entonces, de repente, antes de que Cliff pudiera decidirse a volver a la carrera bajo la mesa, una forma baja, robusta y oscura saltó de la compuerta e inmediatamente se volvió y creció hasta la altura de un hombre. Un terrible miedo avasalló a Cliff, aun antes de saber qué era aquella forma.

    Al instante siguiente apareció Gnut en la compuerta y bajó, sin titubear, por la rampa, en dirección a la figura. Mientras avanzaba hacia ella, ésta retrocedió lentamente unos pasos; pero luego se quedó a pie firme, y unos gruesos brazos se alzaron de sus costados e iniciaron un potente tamborileo contra su pecho, mientras de su garganta surgía un terrible rugido de desafío. Sólo había un ser en todo el mundo que se golpease el pecho y produjese un sonido como aquél: ¡aquella forma era la de un gorila!

    ¡Y además, un gorila enorme!

    Gnut siguió avanzando, y cuando estuvo cerca, se abalanzó y aferró a la bestia. Cliff no se hubiera imaginado que Gnut pudiera moverse con tal rapidez. No pudo ver, dada la oscuridad, los detalles de lo que sucedió; lo único que sabía era que las dos enormes formas, el titánico robot Gnut y el más bajo pero terriblemente fuerte gorila se fundieron por un instante, entre el silencio del robot por una parte y los profundos e indescriptibles rugidos del gorila por otra; y cuando los dos se hubieron separado, fue porque el gorila había sido lanzado de espaldas.

    El animal se irguió inmediatamente en toda su altura y rugió ensordecedoramente. Gnut avanzó de nuevo, y volvió a producirse la escena anterior. El robot continuó avanzando inexorable, y entonces el gorila comenzó a retroceder hacia la pared del edificio. De repente, la bestia corrió hacia una de las figuras humanoides que había apoyada contra la pared y, con un rápido movimiento lateral, lanzó al quinto ujier robot contra el suelo y lo decapitó.

    Partes: 1, 2
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