Acertijos refractarios: El entendimiento y el tratamiento de la obesidad y la hipocondría
Enviado por Felix Larocca
- Los enigmas de la obesidad
- La obesidad, como la adolescencia, es, en esencia, una invención humana
- El luchador Sumo
- La hipocondría como manifestación de un trastorno afectivo
- Bibliografía
Cuando se examina la literatura relacionada a las disorexias, se vuelve aparente un hecho inmediato, y es que la obesidad permanece como la hermanastra desfavorecida de las cuatro disorexias: La anorexia nervosa, la bulimia, la dieta restrictiva y la gordura.
Por considerar que su lugar pertenece dentro de espectro de los trastorno del comer, hoy asignamos a las cirugías el dudoso privilegio de ser "la quinta disorexia".
Las disorexias, dolencias cuyas víctimas moran en las sombras de una sociedad atrapada en el culto que oscila entre el hedonismo oral y la realidad biológica.
Los enigmas de la obesidad
Existe un asunto misterioso que siempre nos despierta la mayor curiosidad, éste consiste en que, a pesar del ataque frontal con que se ha abordado el problema de la gordura en los países civilizados, ésta no sólo ha resistido todos esfuerzos para explicarla y a todos los expertos para encontrarle solución. Porque, a pesar de todos los sistemas dietéticos y teorías avanzadas para darle explicación, su incidencia continúa aumentando en su progresión demográfica como asimismo ha crecido en su expresión, por la presencia exagerada de los gordos que hoy aparecen por doquier.
Es como si fuera, que con todos los métodos de hacer dieta que existen, que con la fundación de nuevos centros y spas para adelgazar, que con el énfasis en la esbeltez conque los medios de noticias nos bombardean, y con la diseminación de conocimientos de los riesgos asociados con la corpulencia, que, en lugar de haber sido incrementada, como lo ha sido, que la gordura debió de haber sido eliminada del mismo modo como se eliminaran la Viruela y la Poliomielitis. Pero, tristemente así, no ha sido.
¿Por qué no hemos desarrollado, sino una vacuna, por lo menos, un remedio eficaz que nos ayude a combatir esta condición?
El problema de mayor importancia en este asunto es el más aparente. Cuando se desarrolla una vacuna, ésta es resultado de una serie de circunstancias paralelas.
La identificación de un agente causativo (agente etiológico) que produzca la enfermedad, el cultivo del mismo agente, la atenuación de éste para que pueda administrarse al ser humano, y las pruebas clínicas para que la vacuna pueda ser usada sin riesgos posibles. Todo ello implica que se ha aplicado la noción del llamado "modelo médico" de las enfermedades. Modelo que postula los siguientes requerimientos, para su efectividad:
? La presencia de un agente patógeno
? La presencia de signos y síntomas característicos de la dolencia, y
? El beneficio de pruebas diagnósticas de laboratorio para confirmarla.
Estos requerimientos, por supuesto, no existen en el caso de la gordura, su tratamiento, muy a menudo quedando en manos de las personas con las menores calificaciones para conducirlo.
Para el psiquiatra, la obesidad es un problema de proporciones muy serias. Como especialista médico, que lo es (aunque a veces no lo aparente), el psiquiatra, no sólo está preocupado con los problemas y con las complicaciones médicas de la gordura, sino que también, le toca a veces tener que lidiar con las repercusiones emocionales de naturaleza negativas que afectan a quienes son obesos.
Es muy triste escuchar a alguien pronunciar las palabras que describen la interminable agonía en la lucha sin treguas que ha emprendido en vano contra de su obesidad.
A pesar de que se han publicado trabajos científicos recientes que le asignan un potencial genético a la gordura (de los animales de laboratorio, eso es), a pesar, de que se ha mantenido (como castillos en el aire ideológico) que la obesidad es el resultado de comer en exceso acoplado con la inactividad física, que la obesidad es esto, o que es la otra cosa … a pesar de todas las explicaciones que abundan … un problema persiste, y éste es que nosotros no sabemos qué hace (simplemente) que las gentes engorden (a los extremos que engordan algunos), y cómo ayudarlos a que rebajen. Este problema es tan peculiar y tan serio, que uno de los "expertos" más citados (más su retrato poco publicado) en la literatura y en la prensa estadounidense, es un psicólogo clínico (no un médico) cuya gordura sólo puede describirse como extrema.
Habiendo descrito la complejidad del problema, y habiendo anexado a este trabajo las referencias de rigueur, nos gustaría presentar ideas empíricas que han sido sometidas a pruebas de naturaleza clínicas.
Sabemos el hecho de que la obesidad no es indígena en todas las razas, ni en todas las culturas humanas por nosotros conocidas. De hecho, en ciertas culturas, no existe aún una palabra que describa la gordura, porque la gordura es inexistente dentro de esas poblaciones humanas.
Reconocemos igualmente que la obesidad no es adaptativa. Trate un gordo de evadir, mientras corre, una bestia al ataque y sufrirá las consecuencias físicas de los fenómenos penosos asociados con el tener que movilizar una montaña anatómica.
Las complicaciones médicas y del comportamiento de la gordura son legión, entre ellas la disminución de las actividades de las hormonas sexuales rindiendo a los hombres impotentes, a las mujeres anorgásmicas, y presentando a veces problemas de contorsionistas funcionales para lograr la ejecución del acto sexual con la adiposidad interpuesta entre los miembros de la pareja.
La obesidad, como la adolescencia, es, en esencia, una invención humana
Se originó, cuando el ser humano, se rindiese a los placeres epicúreos de la comida, la cual transformó en actividad placentera y caprichosa en lugar de necesidad vital, y la cual enriqueció calóricamente antes de comenzar a consumirla en cantidades descomunales. La función en este caso perdió la forma.
El organismo humano, diseñado para ganar de peso a corto plazo, con mucha eficiencia, peso que se eliminaría con su uso, comenzó a acumular la grasa con mayor rapidez, debido a que centros ejecutivos cerebrales fueron sujetos a una sobrealimentación masiva para la cual no fuesen diseñados.
El corolario fue que esas personas obesas insensibles a los efectos de la insulina terminaran acumulando adiposidad.
Como solución se trataron las dietas, en principio, métodos que se basaron en razonamientos infundados. Por ello las dietas siempre son problemáticas, ya que tienden a estimular la acumulación eventual de más peso.
Los autores, basados en trabajos llevados a cabos con sujetos cuyos planes de adelgazar se diseñaran, teniendo en cuenta la existencias de las funciones mencionadas en estado de de-regulación adaptiva, han podido lograr que estos sujetos pierdan de peso de un modo permanente.
Este sistema se discute en detalle.
El luchador Sumo
Este atleta — si es atleta lo qué es — representa la paradoja de un deporte en el cual, lo mismo que sucede con el fútbol americano, se alienta a los participantes a acumular libras, a menudo, en exceso de lo que se consideraría médicamente prudente para lograr el objetivo de vencer al oponente.
A la inversa, en otras actividades atléticas, competitivas y artísticas, se les obliga a los jugadores a mantener un bajo nivel de peso que es así mismo peligroso.
Siendo (entre otros) el caso de las bailarinas de ballet y con jockeys de carreras de caballos quienes se encuentran entre aquéllos profesionales, los más susceptibles y tal vez los más afectados a largo plazo.
Parece ser como si nuestra especie ha creado para sí misma una capacidad para el martirio muy extraordinaria e inexplicable.
Todos éstos son factores que gravitan contra el hallazgo próximo de una solución a este dilema universal.
La hipocondría como manifestación de un trastorno afectivo
Cuando yo comenzaba a interesarme en la Ciencia y el Arte de la Medicina, hace muchos años, uno de mis mentores describía la hipocondría como unas de las condiciones de más abolengo (ya que Hipócrates la había descrito), pero una de las menos estudiadas. De hecho el ser conocido como un hipocondríaco, siempre se ha considerado una etiqueta peyorativa.
Veremos porqué no lo es
Yo conocí a Albert ("Al") cuando estábamos en nuestra residencia en Washington DC. Él era hijo de misioneros indo-libaneses que planeaba dedicarse a la medicina misionaria retornando a su Líbano natal.
Por disposición y naturaleza, Al era una persona muy tranquila, de pocas palabras, y de semblante triste.
A veces, cuando lo alcanzaba a ver, entrando a la capilla del hospital, la cual mucho frecuentaba, me recordaba la imagen de un monje benedictino que adornaba la alcoba donde él dormía. A veces, cuando estábamos de turno en la sala de emergencias, el amigo, conversaba conmigo, soliendo sollozar por no tener soluciones para la miseria que existía (y que todavía persiste) en nuestro mundo.
Como opositor al servicio militar, nosotros nos separamos cuando me llegó la llamada de servir como oficial médico en la Marina de Guerra estadounidense. Yo me entrené en hospitales universitarios, él se entrenó en hospitales de estado.
Al y yo nos encontramos de nuevo, hace unos cuantos años en una conferencia de la Asociación Psiquiátrica Americana, donde asistió a un taller en las disorexias encabezado por mí.
Se había radicado, luego de contraer nupcias con una pianista, en la ciudad de Charlestón, y quería que yo consultara con su esposa (Patricia) ya que él temía que ella sufriera de la Anorexia Nerviosa.
Así lo hice, y Al tenía razón, su esposa estaba enferma con la anorexia, pero había caído en las manos de un especialista quien le había diagnosticado hipertiroidismo y quien insistía que la delgadez extrema de Patricia, acompañada por una hiperactividad física extraordinaria, por la dieta rigurosa que observaba, por las quejas de que se estaba poniendo gorda si solamente "miraba la comida" y por el gozo manifiesto cuando perdía algún peso, eran parte del cuadro clínico de la disfunción del tiroides. Así es la vida.
Patricia fue eventualmente hospitalizada, para salvarle la vida, sufriendo de una desnutrición incontrolada y avanzada.
Al siempre mantuvo esa presencia melancólica que describiera como una característica de todos sus familiares. No nos volvimos a ver hasta hace un par de años.
Estando nosotros de visita en la ciudad donde vive y ejerce la psiquiatría sexual, Al se enteró de que yo iba a dar una charla acerca de las disorexias en el hospital de la universidad local. Me telefoneó para invitarnos a cenar luego de la charla.
Cuando no apareció como habíamos acordado, nosotros aceptamos otra invitación y relegamos la experiencia al olvido de "las cosas que nos pasan".
Bueno, cuando esperábamos por nuestro vuelo, dilatado por mal tiempo, se nos apareció un Al que lucía muy agitado, triste, y deprimido. Se disculpó por su tardanza en llamarnos para explicarnos la razón por la que no pudo reunirse con nosotros la noche anterior. Nuestro amigo había sido admitido por la quinta vez en un año a la unidad de cuidado intensivo de una clínica local.
Habiendo desayunado más de "lo debido", Al sufrió todo el día de dolores en la región del hipocondrio izquierdo, se sentía muy débil y había comenzado a perspirar profusamente. Sin comunicárselo, ni aún a su esposa, Al fue a chequearse al salón de emergencias del hospital más cercano, al cual fuese ingresado para la observación.
Fue durante esa breve estadía cuando se le ocurrió dar una mirada furtiva a su dossier encontrando que su diagnóstico se resumía a dos palabras muy simples: Hipocondría crónica. Añadiéndose que no se le refería a un psiquiatra para no ofender sus sensibilidades, porque el paciente pudiera ofenderse por ser psiquiatra él mismo.
Al, desde que yo lo conociese en el año del 1960, siempre estuvo preocupado con problemas y miedos acerca de su salud. Nunca se le encontró causa para sus síntomas, a veces de proporciones dramáticas, y siempre había sentido una depresión debilitante y pronunciada que no lo dejaba descansar.
Le sugerí que se pusiera en manos de un colega a quién yo conocía y en quien yo confiaba, y que iniciase el tratamiento de su depresión endógena y hereditaria sin perder tiempo alguno. Así lo hizo.
Al y yo nos encontramos durante nuestra reciente visita a los Estados Unidos el mes de diciembre pasado. Está tomando medicación para su trastorno afectivo, ha hecho cambios en el área de su matrimonio y dice sentirse feliz. Yo le creo.
Cuando la hipocondría sea el problema, siempre piensen en los trastornos afectivos.
Bibliografía
Se suministra por solicitud
Imagen
El enfermo imaginario. Autor desconocido.
Autor:
Dr. Félix E. F. Larocca