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Deleuze en Nietzsche: fuerza, voluntad y metafísica (página 2)


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El universo ya no es una laguna de racionalidad infinitesimal, en donde la caída de un alfiler reacomoda todas las magnitudes. No hay un continuum armónico y compacto, sino diversos juegos de fuerza distribuidos en campos de relación.

Las relaciones de poder que se despliegan horizontalmente tienen en cada campo, sus lógicas de variación y sus dinámicas específicas.

Hay una relacionalidad constitutiva de las fuerzas, esa confluencia se da por cualquier lado del universo y se plasma –distributivamente- en conglomerados coexistentes.

Lo característico de toda relación de fuerzas es disimularse como tal y lograr congelar la relación en una estructura de dominación o regularidad.

La relación asimétrica de poder es tanto más potente cuanto mejor se disimula cuanto más se naturaliza, de ahí la utilidad política de una teoría de las fuerzas y la voluntad pues desnuda la dominación allí donde mejor se esconde. Evidentemente, el ser es político: en su devenir se expresan tensiones entre fuerzas de transformación y fuerzas de conservación.

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Conceptualmente debemos distinguir dos niveles: el de las fuerzas y el de la voluntad. Las fuerzas son de dos tipos: hay fuerzas activas con poder de transformación y afirmación diferencial, y hay fuerzas reactivas que se aplican a las maquinaciones de la conservación, adaptación y supervivencia. Esta diferencia cualitativa es el efecto de choque entre fuerzas bajo una situación determinada, los encuentros distribuyen las cantidades y determinan jerarquías entre fuerzas dominantes y fuerzas dominadas. Toda sensibilidad corporal no es más que un devenir de fuerzas, el cuerpo se encuentra atravesado por corrientes de fuerza que tensan su constitución sensorio-motriz.

Es importante recordar que el concepto de fuerza implica un poder de ser afectado. La fuerza tiene una expresividad y una receptividad constitutivas.

Toda fuerza posee un poder de afección propio que determina lo que es capaz de absorber e incorporar (afección pasiva), y lo que es capaz de exteriorizar activamente (afección activa). Un cuerpo tiene tanta más fuerza cuanto mayor es su poder de ser afectado, y en este sentido las afecciones pasivas son también contempladas como potencias activadoras de una voluntad que se afirma en forma múltiple.

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El segundo nivel es el de la voluntad de poder. Las fuerzas se presentan como instrumentos de una voluntad que afirma o niega. La voluntad de poder es el principio de razón suficiente que Deleuze encuentra en Nietzsche: es el elemento genético de las fuerzas, su diferencia interna, es decir, un impulso vital que determina las relaciones.

Ahora bien, ella también manifiesta un doble poder de afección: (a) emerge en la relación de fuerzas provocando las distribuciones de calidad (activa/reactiva) y de cantidad (dominante/dominada); (b) pero, a la vez, es colmada y determinada por las condiciones del campo, por la confluencia de las fuerzas en una relación específica.

En suma, hay una doble génesis, la voluntad es a un tiempo determinada y determinante; por ello es una excelente razón suficiente: principio esencialmente plástico y muscular que impulsa a la vida en correlación a las condiciones de su actualización.

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Debemos cuidarnos de no confundir los dos niveles, pues de lo contrario caeríamos en el mecanicismo de creer que la voluntad se subsume a la cantidad de fuerza.

La voluntad de poder también tiene cualidades: o bien la voluntad es afirmativa y transformadora (busca afirmar su diferencia); o bien es negativa y nihilista (busca negar lo que difiere). No obstante, su lugar solo puede hallarse en una superficie de variación e inestable movilidad. No hay fuerzas ni voluntades en estado puro.

Tanto la afectividad de la fuerza como su expresividad se encuentran en devenir, en una transformación sensible (devenir-activo, devenir-reactivo) que es la expresión y la síntesis de su propia voluntad. El poder de afección de cada fuerza se re-actualiza en el eterno retorno de los encuentros, expresando en cada momento tendencias de transformación y grados de conservación.

Porque toda sensibilidad corporal no es más que un devenir de fuerzas, ellas mutan bajo un régimen de variación impulsado por las cualidades de la voluntad de poder. Esa dinámica tiene una historia genealógica, un recorrido en el cual se distinguen afinidades variables con la voluntad afirmativa o negativa. La voluntad es un impulso inmanente que convoca y sistematiza las fuerzas para producir una transformación o para reprimir una potencial alteración.

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Ahora bien, Nietzsche parece constatar que el devenir en su sentido más total es un devenir-reactivo (esto es ejemplificado por el cristianismo, la conciencia y el Estado). No obstante, la supremacía de las fuerzas reactivas nunca implica la composición de una fuerza superior a la activa, opera por sustracción, codificación o división, imponiendo mecanismos y finalidades (procedimientos y objetivos).

El triunfo de los mecanismos reactivos obedece a que la fuerza transformadora está separada de lo que puede, y en esa condición deviene energía para procedimientos y objetivos de conservación (devenir-reactivo de la fuerza). Deleuze repasa los hitos de este triunfo caracterizando el resentimiento, la mala conciencia y la culpabilidad como tecnologías autóctonas del cristianismo y su voluntad de negar la vida.

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La cultura capitalista ha engendrado y establecido dos mecanismos altamente dañinos para la vida (personal y colectiva). Ellos la constriñen, desactivan y deprecian. Los enemigos a vencer para cualquier filosofía-política de la vida son la metafísica tecno-científica y la metafísica de la inseguridad.

La primera reinventa un mundo trascendente, altamente sofisticado, donde centellean los expertos, los genios y los técnicos. Ellos producen diagnósticos aparentemente legitimados en su estatus científico y en la autonomía de su disciplina. Como el tema es complejo, tomaremos un caso empírico: la actuación de los técnicos neoliberales en la política económica local. Es –ciertamente- un ejemplo cruel, pero nos servirá para desenmascarar la falsa objetividad técnica, y hacer explícita la relación entre esta supuesta "autonomía tecno-científica" y la realidad política de la vida.

Los centros de investigación del liberalismo tecnocrático (FIEL, CEMA, FM –Fundación Mediterránea) emergen a fines de los ´60, al aparo económico de la Fundación Ford y diversos sectores del empresariado local (SRA, UIA, la Bolsa de Comercio, Esso, Shell, Bunge y Born, Bank Boston y Citibank entre otros). Entre sus cuadros más notables se encuentran: Martínez De Hoz, Juan Aleman, Domingo Cavallo, Pedro Pou, Roque Fernández, Juan Carlos De Pablo, R. López Murphy, entre otros –todos ellos formados en universidades norteamericanas, donde obtuvieron sus postgrados. Sus investigaciones y diagnósticos revelan rasgos sofisticadamente técnicos y hasta crípticos, un perfil académico restringido a empresarios y especialistas.

La matematización, la formalización y la estadística elevan a estos jóvenes al delirio idealista. La arrogancia del saber cuantitativo y la magia que genera en los profanos, así como la coyuntura inflacionaria y el revanchismo empresarial, los catapulta a la cartera económica. Implementan dogmáticamente los esquemas neoliberales más crudos, los más idealistas. Bajo el eufemismo de "modernización", operarán un auténtico devenir abstracto de la economía.

El liberalismo tecnocrático se radicaliza en los noventa y toma literalmente el poder, instalando una biopolítica que favorece la vida de pocos y abandona a los muchos a la muerte silenciosa, su vida desnuda es lanzada a la intemperie del desempleo.

Este ejemplo socio-histórico nos deja dos lecciones. Primero, la metafísica tecno-científica restablece un polo religioso y trascendente en la imaginación social, un otro mundo elevado y desde el cual –se supone- operaría una racionalidad instrumental eficiente.

Dicha racionalidad-aplicada está determinada por la organización jerárquica del poder, que define qué saber es útil y cual no. Pero no pueden engañarnos, el desarrollo tecno-científico no es desinteresado ni autónomo, su origen profundo (y su financiación) está en el deseo de aumentar la ganancia, producir armas más sofisticadas y desarrollar tecnología-aplicada.

Segundo, esta trascendencia idealista separa a la vida de sus posibilidades. El saber personal que antes emanaba de las experiencias y reconciliaba la vida con su imaginación creadora, así como el saber colectivo que se engendraba en la comunicabilidad social efectiva; se disciplina, se jerarquiza y se consagra en la cofradía de expertos y en la banalidad del espectáculo. La vida se escinde y el idealismo capitalista florea sus mercancías e imágenes.

La relación integral entre deseo, memoria, imaginación y entendimiento, se descalabra. El deseo se codifica en consumo abstracto; la imaginación se opaca frente al fulgor trascendente de las mercancías; la memoria se fragmenta con la velocidad esquizofrénica de las imágenes; el entendimiento se desentiende y deposita su fe en la sociedad de expertos.

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ya por metafísico

el miedo anuncia

su máquina de espantos

al alma vacía

José Paulo Paes

Este poema nos dice mucho sobre la metafísica de la inseguridad (hoy dominante en la biopolítica mundial). La histeria de nuestra cultura audio-visual se ha esmerado en producir innumerables fantasmas y en descubrir por todos lados amenazas latentes. La imposición del discurso paranoico del miedo y el dramatismo perverso como objeto de conversación y circulación comunicativa, patentiza la avanzada de fuerzas reactivas y voluntades nihilistas que se afirman en el temor, el resentimiento y la sed de venganza. La metafísica del miedo ataca a la vida desde adentro: desactiva los impulsos vitales y la voluntad experimental, en provecho de maquinaciones reactivas (instintos de conservación, cálculo y clasificación de amenazas, afecciones paranoicas, desconfianza y resentimiento hacia los otros, etc.). El miedo al afuera refuerza una idea de felicidad replegada en la comodidad y el consumo. Y como nos enseñó Válery: el confort aísla.

La metafísica de la inseguridad se materializa en un dispositivo operante que afirma la necesidad irrenunciable de establecer mecanismos de control, disuasión y represión sofisticados, eficientes y severos. Conjuga fuerzas reactivas, voluntad nihilista e instinto de venganza; por ello es una de las trampas más peligrosas para la vida.

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Estas dos metafísicas se sintetizan en dos figuras, que las concretizan como voluntad política. Actualmente, Blumberg y López Murphy son la personificación y la unificación de diversas fuerzas reactivas que pueblan la sociedad, son como el espíritu absoluto: logran condensar esas afecciones en una voluntad política operante. Con su actividad marcan el pulso y la eficacia política de ambas metafísicas.

Toda filosofía política de la vida debe problematizar y combatir estos dos polos metafísicos: la trascendencia tecno-científica y la inmanencia del miedo. Contra todos los mecanicismos y las voluntades nihilistas que deprecian la vida y la separan de lo que puede; Deleuze desarrolla -sobre el cuerpo de Nietzsche- una metafísica del devenir que se afirma en la vida, una ontología de fuerzas que se afirma en el azar, una estética de la existencia que se afirma en la creación de valores, un empirismo que se afirma en la pasión y una política de la voluntad que se afirma en la acción, el deseo y la alegría.

Constitución, octubre 2006

Bibliografía

-Deleuze, Gilles, Nietzsche y la filosofía, Anagrama, Barcelona, 1985.

-Deleuze, Gilles, Nietzsche, Arena Libros, Madrid, 2000.

-Pucciarelli, A.(coordinador), Empresarios, tecnócratas y militares, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004.

 

Juan Manuel Heredia

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