Sociología de las telecomunicaciones Teorías y líneas de investigación
Enviado por Teodoro Hernández de Frutos
- Los técnicos, protagonistas
- Las grandes teorías sociológicas
- Olvido prolongado del teléfono
- Los temas concretos de la literatura sociológica
- Referencias bibliográficas
Más allá de las dificultades conceptuales, la sociología de las telecomunicaciones es aún una rama en desarrollo. Destacan teorías y líneas de investigación que marcan el camino.
El presente artículo arranca de una notable y bien conocida dificultad conceptual, pues es cada vez más difícil deslindar el campo de las telecomunicaciones, stricto sensu, de otros campos hermanos que han entrado a formar parte de las tecnologías actuales para la información y comunicación (TAIC). Pues, efectivamente, y a fuerza de ser ideas hiperconocidas para el público al que este artículo va dirigido, conviene recordar, como constatación sociológica, los avatares conceptuales de las telecomunicaciones, la informática, las comunicaciones y la información.
En la época de los setenta se hablaba de convergencia entre telecomunicaciones e informática, resultando la contracción telescópica de telemática(el inventor del termino fue Arroyo en 1977, y posteriormente fue profusamente utilizado a partir del informe NoraMing). El primer lustro de los ochenta amplió el binomio telecomunicaciones-informática al de la información-tecnologías de o, más correctamente, para la Información (TI) (Lorente), dando así un carácter vicario e instrumental al hardware tecnológico frente al hecho más sustantivamente humano de la información -logos, inteligibilidad misma, además de conocimiento o «tecnoconocimiento»- (Giner, 1985, Lorente, 1985).
El segundo lustro de los ochenta ha visto cómo nuevas formas electrónicas de difundir información -los clásicos medios de comunicación social- entraban a formar parte de la telemática, acuñándose así la terminología de Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) o, como gusta de llamarse en Fundesco, Hipersector de la Información, dándole así un marcado carácter económico al omnicomprehensivo hecho tecnológico de captar, transportar, difundir, almacenar y procesar información por medios electrónicos y fotónicos. La adición del sector de los medios de comunicación social, coherente en sí misma, ha aportado sin embargo una confusión semántica, pues comunicación se aplica ahora a ellos (sonido, imagen), mientras que telecomunicación parece aplicarse al transporte bidireccional de información en el diálogo persona-persona (voz) o máquina-máquina (datos, texto). Esta confusión semántica viene a añadirse a otra, aún no resuelta, relativa a la palabra misma «información», que es reclamada desde varios sectores con usos claramente distintos: ciencias de la información (periodismo), ingeniería de la telecomunicación (Shannon y Weaber en 1949), informática (similar, pero no idéntico al anterior), filosofía («logos») e incluso ciencia política (concepto aquí más afín con el de las ciencias de la información).
Más recientemente (Lorente, 1985; Sáez Vacas, 1990; Yurick, 1988) se amplía el ámbito espacial por donde fluye la información a más allá del contorno de los satélites geoestacionarios, incluyendo en las actuales tecnologías para la información y la comunicación la radioastronomía y los ingenios espaciales de búsqueda de información, produciendo así un diálogo total –panlalía, en la terminología del primero de los dos autores- de todo con todo y de todos con todos sin casi barreras espaciales, merced a los ingenios electrónicos y fotónicos, único soporte físico que soporta y provoca tal intercomunicación. Yurick aporta la siguiente interesante definición: «Equipos/sistemas (devices) que proveen nexos de comunicación, información y entretenimiento intra/internacional y extraterrestre» (19, 1988). Por el contrario, Morin (1987) habla de «amenaza de homogeneidad» para las culturas humanas, y Lyons (1988), del mito o utopía de la «aldea global» macluhaniana.
Así pues, y ya en los noventa, resulta a todas luces arduo diseccionar, tanto desde el punto de vista tecnológico como desde la actividad de mercado, las redes de los operadores con objeto de analizar si por ellas fluyen moduladamente electrones y fotones portando mensajes informáticos, informacionales, comunicacionales o simplemente telecomunicacionales de personas, máquinas o cosas. Evidentemente, si esto no es del todo posible, tampoco lo será abordar la sociología de las telecomunicaciones con limpieza de linderos conceptuales. Es evidente que los lectores lo saben y ellos mismos afrontan esta dificultad de conceptualización.
A pesar de ello, es posible abordarlo, y lo que sigue intentará presentar el estado del arte de esta novel disciplina aplicada a un más novel fenómeno humano, cual es las telecomunicaciones. Se descarta, en el presente artículo, el enfoque sociográfico, esto es, el de la recopilación de datos, primarios y secundarios, así como otros indicadores, relacionados con el mundo de las telecomunicaciones, para ceñirse exclusivamente al enfoque sociológico conceptual. A caballo entre la sociografía y la sociología existen, hasta donde llega nuestro conocimiento, tres fuentes de información, de los cuales sólo una está publicada. Dos corresponden a Lorente («Actitudes y opiniones ante las nuevas tecnologías», que, junto con Navarro, J., se presentó a la Presidencia del Gobierno a petición de ésta, y fue realizado por EDIS; y «Electrotecnologías y Electrogente», ensayo que fue presentado al I Premio Fundesco de Ensayo (1985), y que obtuvo mención especial), y la tercera, un informe pedido por Fundesco a IOPE/ETMAR, y que se publicó en 1984.
Las redes telefónicas son, ante todo, redes sociales, como bellamente las califican Wellman y Wortley (1989). Sáez Vacas, desde hace ya años, utiliza el paradigma de la complejidad para distinguir tres planos: el de los equipos tecnológicos disjuntos, el de los sistemas de equipo y el de los sistemas sociotécnicos o tecno-sociales.
Puesto que de intersección de conjuntos se trata -sociología, por un lado, y telecomunicaciones, por otro-, la primera observación que merece la pena hacer es que la sociología de las telecomunicaciones se hace más por técnicos, desde el lado técnico, que por sociólogos, desde la bibliografía e investigación sociológicas. Y esto es así aquí, en España, y fuera de ella. Notables excepciones existen, como Daniel Bell (cuyo apellido, obviamente, es harto proclive al análisis de los fenómenos telecomunicacionales) y, en España, Manuel Castells y Salvador Giner. La demostración empírica más evidente es que, realizada una búsqueda para este artículo de los descriptores sociología y telecomunicaciones en dos bases de datos automáticas, aparecen 135 referencias en la tecnológica (Inspec) y sólo 25 en la sociológica (Sociological Abstracts).
En España, y para no ser excepción, existen ingenieros con notable preocupación por el análisis sociológico de las tecnologías de la información (Sáez Vacas y Arroyo, sobre todo: ver bibliografía), y la propia Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicación de Madrid tiene en su plan de estudios, contra viento y marea, una asignatura de sociología (enseñada por el primer autor de este artículo), mientras que la Facultad de CC. Políticas y Sociología no trata específicamente lo relacionado con lo que es el gran fenómeno sociológico del último tercio del siglo XX, esto es, las tecnologías de la información y la comunicación. ,
Creemos no pecar de exagerados si afirmamos que el fenómeno de las telecomunicaciones, en particular, y de las tecnologías para la información y comunicación, en general, no constituyen objetos fundamentales de análisis, como fenómenos sociales, para la sociología española. Pensamos que esto es grave.
El análisis sociológico de las telecomunicaciones, tal y como aparece en la bibliografía al alcance, muestra un interés especial por la relación de los nuevos servicios, especialmente los denominados avanzados (SAT) -transmisión de datos, telefonía móvil, videotex, etc.-, así como por las nuevas e ingentes posibilidades de transporte –banda ancha, red digital, fibra óptica, conmutación electrónica, satélites, etc.- relacionadas con el mercado. De una política (policy) de telecomunicaciones se está pasando a una política de servicios, de una de oferta a otra demanda, y sólo así los productos/servicios se tornarán convivenciales y friendly (Monville, Poullet, 1987). Asimismo, se está asistiendo a un cambio cuyo origen está en las tecnologías de laboratorio a una que empieza a tener en cuenta los factores humanos (Bell, 1988).
Ello constituye una constatación de primera índole, sobre la que cabe reflexionar algo más. Efectivamente, la primera preocupación de la industria de las telecomunicaciones parece ser, como es de esperar, la venta del uso de sus redes a los distintos sectores, primario, secundario y, sobre todo, terciario, en donde el volumen de negocio es más sólido y prometedor (concretamente el financiero). El usuario no institucional -el individuo– es un target cuasi-marginal, a excepción del hogar de alto standing (ver, para todo ello, Castilla, 1989; Martínez Pardo, 1986, Las telecomunicaciones y el futuro de Europa, editado por la Comisión de las Comunidades Europeas; Green, 1987, CEPT y otros).
Pero la Comunidad europea, desde los esfuerzos del STAR -y del ORA, si llega a cuajar-, está demostrando que los SAT pueden, con notable efectividad, ser de utilidad para los entornos menos favorecidos, incluídos los rurales, por lo que se convierten en factor de desarrollo, y -lo que es más importante- en factores de equilibrio social. (Fundesco ha realizado varios análisis en esta línea. Ver, asimismo, Hudson, 1988.) Por el contrario, existe toda una línea, muy poderosa y en ocasiones de carácter neo-marxista, que inculpa a las telecomunicaciones por ser elemento de desigualdad social (Morán, por ejemplo, Molini, Perea, 1989), y que se ve patente en el análisis crítico que Fundesco realizó sobre el Libro Verde (por favorecer a los sectores industriales más potentes frente a los más débiles). Otros autores hablan de la «contaminación de las libertades» (Pérez Luño, 1988), «control oligopólico» (González Janzen, 1988), «control social» (Martín Serrano, 1985), o el reto por superar la «distancia vertical», pues la horizontal está prácticamente superada (Arroyo, 1986).
Si por sociología de las telecomunicaciones se entiende la descripción de los grandes impactos que se han dado en el tejido social, parece necesario de todo punto mencionar el proceso de desregulación que, como terremoto, sacudió primero al Bell System, y cuya onda expansiva se está dejando notar en el Reino Unido, Japón, y con toda probabilidad, en la mayor parte de los países europeos. Tradicionalmente, el mercado de telecomunicaciones era un mercado de servicios públicos dominado por proveedores nacionales. La competencia que se deriva de la desregulación no sólo afecta a los individuos -mayor y más amplia gama de opciones entre las que elegir, incluidas redes-, sino a los propios operadores, que tienen que enfrentarse a la llegada masiva y poderosa de proveedores exteriores (López Garrido, 1989).
Pero, al margen de este apasionante análisis de la desregulación como fenómeno sobre todo social (Russo, 1988) -evidentemente, de origen político y con consecuencias eminentemente tecnológicas y económicas-, conviene constatar la casi total ausencia de un discurso crítico, desde la sociología, acerca de la primera derivada social de la desregulación, cual es el servicio público. Pues es evidente que existe relación entre lo uno y lo otro: ¿es el servicio público compatible, in toto, con la total autonomía industrial de los operadores? ¿Está en el ánimo de los operadores desregulados ofertar un servicio universal o sólo ahí donde radique el negocio? ¿Debe el Estado intervenir en ayuda de los sectores, individuos y regiones con menores recursos? ¿Es la competencia el solo motor del progreso o debe ésta ser arropada también por otros criterios tales como la solidaridad, la justicia y, en definitiva, la constelación de valores que, desde la Revolución francesa, han presidido en los últimos 200 años el progreso de la sociedad occidental?
Si bien nadie niega ya la inexorabilidad e incluso la conveniencia de la desregulación (total o, como en España, parcial), no parece que emerja un discurso coherente, incluido el sociológico, sobre la oportunidad de compatibilizar dicha desregulación con el servicio público. La pregunta que surge es obvia: ¿existen en el sistema social prevalente, como pautas de pensamiento, valores conducentes a comportamientos de solidaridad? Sin estudios empíricos que lo avalen, la hipótesis de trabajo bien puede afirmar que no.
Durante el tibio debate previo a la elaboración de la LOT, algunas tímidas voces surgieron planteándose todas estas preguntas, sobre todo desde las dos centrales mayoritarias. Hoy, una vez aprobada esta ley, las voces se han acallado, y la paz de los muertos ha dado paso al gran valor prevalente y arrollador de la actual cultura española: el lucro y la rentabilidad económica.
LAS GRANDES TEORÍAS SOCIOLÓGICAS
Existe una larga y conocida tradición de historia sociológica de la tecnología que intenta explicar el desarrollo de la humanidad precisamente en base a la evolución del hecho tecnológico (Kranzberg, Drucker, White, Mumford, Janne -estos dos últimos hablando de las «eras tecnológicas»-, Heilbroner, Pursell, Giedion), así como de una filosofía explicativa de dicho fenómeno (Heidegger, Ellul, Winner, Mircham, Durbin, Borgmann, Levinson, Ortega y Gasset -su inolvidable Meditación de la técnica-, Quintanilla…). Incluso Julián Marías ha hecho alguna incursión en ello, con escaso acierto debido al pobre conocimiento que revela tener del hecho tecnológico (Cara y cruz de la electrónica, 1985).
De notable atractivo es el discurso de J. L. Abellán (1985) en el que, después de descartar la dicotomía, por estéril, de ciencias/letras, humanismo/tecnología, aboga por una nueva concepción social o antropológica de la cultura de cariz integrador como conjunto de productos –manuales, artesanales, institucionales, tecnológicos, mentales, rituales, simbólicos- con que una determinada sociedad satisface sus necesidades tanto individuales como sociales.
Desde la antropología social, varios autores analizan focalmente la relación persona máquina. Entre los principales están Sahlins (1983) y Ardrey (1983). El primero insiste en que lo importante es que el instrumento humano, la herramienta tecnológica, expresa una habilidad consciente (simbolización), mientras que el instrumento del insecto sólo expresa una fisiología heredada (instinto). Ardrey, por su lado, en su hipótesis del hombre cazador, mantiene que la cultura precede a la biología, es decir, que toda adaptación biológica es una consecuencia de un avance cultural, y no a la inversa, y centra su atención en la herramienta como constitutivo ontológica del avance cultural: «somos lobos que llevamos los colmillos en las manos» (p. 52).
La inicial y famosa definición de cultura de Tylor de hace casi un siglo y utilizada por la prestigiosa revista Technology and culture es lo suficientemente amplia y rica como para incluirla en nuestra temática «cultura es ese todo complejo que incluye conocimiento, creencia, arte, moral, leyes, costumbre y cualquier otra capacidad o hábito adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad» (19, 1977) y, aunque no menciona expresamente a los objetos y herramientas, parece tener una intuición de la incipiente sociedad de la información cuando escribe: «La humanidad está pasando de la edad del progreso inconsciente a la del consciente» (1960, PP. 274-275). El progreso consciente podría adecuarse al de la sociedad de la información en la que las telecomunicaciones están jugando cada vez un papel más importante de cerebrar la sociedad humana. Malinowski (1944), siguiendo la línea de Tylor, incluye específicamente los utensilio, las herramientas y los objetos materiales en su conceptualización de la cultura.
Más directamente relacionada con la Sociología, existe una tradición de carácter académico, que arranca de Marx, pasando por Ogburn, Parsons, Merton, Coser, Marcuse, Habermas, Bell, Toffler, Masuda, Schiller, Braun, Noble y un largo etcétera de desiguales aportaciones en calidad y cantidad. Ya Marx dedica todo un capítulo de su obra cumbre El Capital a las máquinas y a la industria moderna y hablaba taxativamente que «el molino accionado a mano da lugar a la sociedad del señor feudal, el molino de vapor, a la sociedad del capitalismo industrial» (Misere de la Philosophie, 1847). En dicha tradición se hace patente la indisoluble interrelación entre los fenómenos tecnológicos y la estructura social. Es esta tradición la que, como hemos observado más arriba, no recoge, por lo general, la sociología española actual, salvadas las notables y aisladas excepciones ya mencionadas.
OLVIDO PROLONGADO DEL TELÉFONO
Lorente, en un ensayo por publicar, inicia la teoría del diálogo total usando su neologismo griego panlalia. Según esto, las telecomunicaciones están provocando una ruptura casi total del factor distancia e incluso del factor tiempo, y están poniendo a comunicarse tres tipos de instancias conjuntamente; personas, objetos neo-tecnológicos y cosas, la realidad física. Una intercomunicación a tres bandas que empieza a introducir elementos de «inteligencia, por lo que trasvasa los límites de la mera comunicación y se torna diálogo. Diálogo total, de todo con todo. «Ser es comunicarse, que dijo Jaspers. Estamos ya en la «Gran Conversación» (Castro y Ossorno, 1986).
El teléfono, en comparación con los medios de comunicación social, por ejemplo, ha padecido un descuido de atención sociológica (de Sola Pool, 1977; Hudson, 1984), a excepción de un manual editado por Ithiel de Sola Pool, The Social Impact of the Telephone, no traducido al español. En él, entre otras cosas, se analiza la capacidad de teléfono para facilitar la dispersión geográfica manteniendo la misma intensidad de comunicación, o el hecho de que la tecnología telefónica favorezca las decisiones democráticas, en comparación con los medios de comunicación social que impulsan más el ejercicio de la autoridad. Dicha línea ha sido seguida también por Bradley (1988), quien aventura que los países marxistas del Este europeo han favorecido el incremento de la televisión respecto al teléfono, cuando económica y tecnológicamente no había razón para ello.
Existe una línea clásica de análisis, siguiendo los estudios de Saunders, Warford y Wellenius (1983), o el propio Libro Verde sobre las Telecomunicaciones, así como el exhaustivo Informe de M. Castells (1985) para el presidente del Gobierno, en la que se establece el nexo entre la red de telecomunicaciones y la riqueza de un país, medida con un riquísimo aparato de indicadores clásicos de la economía y de la sociología. En los países industrializados, la importancia del teléfono radica en su contribución a la eficacia al sector servicios y en el poder sustitutorio con respecto al servicio postal y al viaje personal. Además, las telecomunicaciones generan y mantienen un gran volumen de empleo (e influirán en el 60% de él en la Comunidad Europea a finales de siglo). El teléfono, hasta la aparición de los satélites y de las centrales electrónicas de conmutación, era considerado casi como un juguete, y hoy es visto como un instrumento social de una enorme potencialidad tanto en la esfera económica como en la organizativa (Cherry, 1977).
En línea más fundamental con la psicología social, existe toda una corriente de pensamiento, originada a principios de siglo, basada en la teoría del rol o más ampliamente conocida como interaccionismo simbólico, que destaca la importancia del habla, de la interacción lingüística y de la emergencia de la identidad a partir de la parcela de realidad que se interioriza respecto a lo que el otro ha guardado para sí (Cooley, Park, Mead). Este paradigma no ha sido suficientemente testado en el caso de las telecomunicaciones.
LOS TEMAS CONCRETOS DE LA LITERATURA SOCIOLÓGICA
Y para acabar, aparte de lo que hemos denominado grandes teorías, la literatura sociológica, especialmente la extraíble a partir de las bases de datos automáticas, presentan análisis de la relación del teléfono y de las telecomunicaciones con una serie de hechos sociales. Dado el pluriforme abanico de los mismos, y la escasez de espacio, no se puede sino enumerarlos:
A) Los grandes temas de las telecomunicaciones: en unas jornadas organizadas por IDATE, en 1986, se debatieron por expertos los seis grandes temas de las telecomunicaciones en Europa: 1) lo público y lo privado, cuya frontera se difumina; 2) la cooperación, el reto lanzado ante la reestructuración del sistema tanto por las nuevas tecnologías como por la crisis mundial, que obliga a una cooperación de ámbito europeo; 3) la reglamentación o regulación del sector; 4) los desajustes entre la oferta y la demanda; 6) la difícil descentralización; y 6) la experimentación social (ver Martínez Pardo, 1986).
B) Trabajo y teletrabajo: análisis del sector servicios y de las posibilidades para algunas -y sólo para algunas- profesiones del llamado teletrabajo. Existen experiencias que no es conveniente desdeñar, como por ejemplo la cifra de 13 millones de teletrabajadores ya en EE.UU. (Holti y Stern, 1987).
C) Educación: tele-educación y las posibilidades de la open distant learning.
D) Hogar: servicios que, posiblemente, y a medio plazo, puedan tener éxito: telebanca, tele-compra y videotex. El análisis específico del hogar interactivo (automático, inteligente, electrónico, u otras acepciones) es sujeto, en este momento, de investigación, por parte de los autores de este artículo, en Fundesco.
E) Desarrollo comunitario: concretado, especialmente, en el desarrollo rural, existe toda una línea de reflexión y de realidades en los países nórdicos europeos -los llamados Telecottages-, cuya importación, debidamente transculturizada, podría ofrecer matices esperanzadores para el medio rural.
F) Telecomunicaciones para el bienestar social: no es oportuno acabar el presente artículo sin siquiera mencionar toda una línea de actuación, por parte de Fundesco, en materia de bienestar social, centrado especialmente en áreas de salud y discapacitados. Esta actuación se enmarca claramente en la línea de lo que Sáez Vacas llama, como ya hemos visto, «socio-sistema», dentro del tercer nivel del paradigma de complejidad, por lo que, aparte de su obvio interés humano, dicha actuación adquiere asimismo un notable interés teórico desde la sociología.
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Teodoro Hernández de Frutos // Santiago Lorente Arenas