Entra Osvaldo
Una tarde llegamos a la playa cuando los últimos rayos del sol se extinguían bajo la línea platinada del horizonte. Ese día a William no le tocaba trabajar. Osvaldo caminó con nosotros y añadió a la historia clínica de su amigo el hecho importantísimo de que William había estado muy triste desde la partida de su esposa (hecho éste que coincidiría exactamente con la fecha cuando la aflicción empezara). Ella, por mutuo acuerdo, se había ido a pacer en prados de más verdor, para beneficiarlos a ellos, su joven familia y su progenie.
Ahora el problema estaba finalmente en nuestras manos. No., no era un asunto de la psiquiatría ni de las disorexias (en las cuales nos especializamos). Este era el problema de una persona acongojada por una "pérdida" de gran significado en su vida, necesitando ser renutrida en su vida emocional. Y con ello la flacura y la tristeza de William cesaron. Nos tomó, simplemente, muchas caminatas largas con el amigo de la semblanza triste y del apodo anglosajón.
Corolario
Los nombres de nuestros amigos se han cambiados para preservar sus derechos a la confidencialidad. Ellos nos otorgaron permiso para compartir estos datos.
Aquéllos quienes pretendan "tratar" los trastornos del peso (sobre y bajo), los del comer y los de las emociones humanas; tienen el solemne y grave deber, ética y humanamente, de tratar a la persona en su totalidad; y, no solamente su peso (que se refleja en la balanza); cual, a menudo, se acostumbra en el comercio, a veces indiferente, de las industrias dietéticas.
Fin de la lección
El Buzón Universitario
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Asuntos de salud en breve…
La enfermedad como metáfora de nuestro tiempo
Escribiendo acerca de las varias enfermedades y brotes epidémicos que han plagado este mundo durante su Historia, la humanista norteamericana Susan Sontag, expone en su libro "La enfermedad como metáfora" (Illness as a metaphor) lo que ella supone son los factores que promueven la apariencia coincidencial de ciertas condiciones físicas y emocionales que caracterizan algún período de nuestra historia.
En su obra celebrada, y muy bien acogida, Sontag describe la tuberculosis (la consunción o tisis) del famoso Lord Byron (entre tantos notables de su período quienes la sufrieran), las disorexias de algunas mujeres santificadas, la histeria de los tiempos de Charcot y de Freud y las actitudes victorianas de la Inglaterra puritana las que ella mantiene fuesen la causa de las muchas disfunciones y represiones sexuales del período.
Asimismo Sontag, insinúa el hecho de que actitudes patológicas y desviadas de un período en particular pueden ser interpretadas de un modo similar, si se examinan las ideas que fuesen predominantes durante ese entonces. En esta categoría puede catalogarse la cacería trágica de las "brujas" de Salem, muchas de las cuales fuesen víctimas de una sociedad infundida con valores morales fanáticos y con un sentido puritano malevolente.
De las actitudes y de las actividades con que una sociedad parece adaptar a las exigencias de la vida, en un dado período de la historia, pueden derivarse el entendimiento de aspectos del ser humano que podrían ser utilizados, a su vez, para pronosticar la evolución final de cualquier enfermedad.
Veamos, por ejemplo, el SIDA, el cual se ha considerado una de las condiciones que ha emergido con la fuerza de una metáfora muy poderosa de nuestro tiempo. Trasciende las fronteras geográficas y las llamadas orientaciones sexuales. Desafía en cierto modo la lógica y la razón, ya que, a pesar de que su modo de transmisión es por medio del contacto sexual, ese hecho no ha bastado para convencer a tantas víctimas que, en gestos de omnipotencia falaz, se abandonan a la actividad sexual promiscua e indiscreta, cayendo víctimas, tarde o temprano, de esta enfermedad de transmisión "social."
La obesidad es otra de las condiciones que pertenece de un modo prominente en esta categoría de condiciones. Resumiéndola de un modo sucinto y breve: Dada la campaña intensa con la que el gobierno norteamericano la ha atacado en los últimos veinte años, debería de estar siendo erradicada (como se dice estarlo siendo el vicio del fumar); pero sin embargo, la incidencia de la obesidad sigue aumentando en proporciones alarmantes en ese y en otras naciones las cuales llamamos "los países desarrollados."
Las depresiones (o los trastornos afectivos), parecen ser, otras enfermedades que encarnan las metáforas de nuestro tiempo. Cuando nosotros evaluamos pacientes nuevos en las clínicas a donde ofrecemos nuestros servicios de voluntarios, o cuando nos reunimos con el grupo de apoyo mutuo que estamos desarrollando, un tema que corre "como hilo rojo" a través de las narraciones de las personas a quienes escuchamos rendir sus historiales, es la de una sensación de desesperanza implacable. Los pacientes se ven a ellos mismos sumidos en las regiones más profundas del desahucio humano, una experiencia que no está asociada a los síntomas clásicos de la depresión endógena. Esto lo digo, porque la expresión de esta actividad psicológica hace su aparición precisamente cuando el paciente comienza a mejorar.
Usaré dos ejemplos para ilustrar lo que deseo comunicar a quien esto lea.
El caso de un paciente residente de una de las grandes metrópolis norteamericanas. Asediado por las fuerzas tormentosas de una enfermedad maníaco depresiva de ciclos rápidos, el paciente viajaba sin control alguno la góndola de la montaña rusa de sus afectos cíclicos, circulares y extremos. Sin preámbulos, en un instante se sentía que estaba cargado con energía psíquica electrificada, expansiva, opresiva y sofocante; seguido por períodos de melancolía paralizadora, durante los cuales las luces de las calles se obscurecían en pleno día, y durante los mismos su reflexión en un espejo se tornaba surrealista, deformada y fantasmagórica. Este paciente, un escritor talentoso, solía utilizar (cuando la parálisis mental de la que padecía no se lo impidiese) sus talentos imaginativos para cometer sus experiencias a un diario secreto que mantenía, oculto para todos.
Fue, cuando habiendo comenzado a responder al tratamiento específico para su condición, cuando comenzase a ponderar con amarga resignación los tantos problemas serios que infestan a su ciudad, en este caso, Chicago: el crimen, la corrupción, la suciedad y el abandono urbano, las drogas y la pobreza, la falta de un sistema coherente de salubridad pública, las injusticias socioeconómicas, la indiferencia total de algunos políticos y los policías dedicados a la corrupción y a la malversación de fondos; todo estos asuntos desfavoreciendo sus esfuerzos de querer sanarse. Es que cuando la enfermedad se mejora el paciente entonces puede apercibirse de las realidades inmensas con las que tiene que contender. Este estado siendo, aunque no lo parezca, un paso favorable en la dirección de la cura.
El otro caso es más reciente. Se trata de una joven depresiva cuyo tratamiento procedía en una trayectoria irregular y con muchos desvíos y con retrogresiones frecuentes. Se quejaba, de que además del "tener que aparentar ser feliz" para complacer a otros, de que ella había "tragado", con la resignación estoica y característica de su medio ambiente, todas las miserias, similares a las que se refería el paciente de arriba además de la indígena, e injustificada, falta crónica de la energía eléctrica de la capital donde reside.
Puede que exista la evidencia necesaria y suficiente para decir que una ceguera parcial forma parte intrínseca de la metáfora local.
¡Dios mío, y qué solos se quedan los viejos!
Hace muchos, muchos años, durante los tiempos románticos de mi juventud pasada, tenía el hábito de envolverme en el placer infinito derivado de leer los poemas líricos de la lengua castellana.
Esos recuerdos les prestan el título a esta presentación. Se trata de las Rimas del bardo hispánico Gustavo Adolfo Bécquer, que en su poema muy triste repetía cadenciosamente "… Dios mío, ¡qué solos se quedan los muertos! …"
La juventud se considera no sólo un período relativamente fugaz de nuestras vidas; si no que también, puede considerarse como estado evolutivo en el ciclo psíquico de nuestras existencias, como lo es, sin duda, en una mayoría de los casos, un estado de ánimo; o también puede que sea una actitud mental.
Con el pasaje de los años nuestras habilidades se reducen, nuestros sentidos disminuyen en su agudeza, nuestros reflejos se prolongan en el tiempo de sus respuestas, nuestros intereses se reducen en su alcance, nuestra importancia comienza a desaparecer progresivamente; volviéndose los llamados "Años de Oro de la Vida", a veces, una penuria prolongada de un modo innecesario.
Relevante a esto, hay dos asuntos de gran importancia que hay que tener en cuenta cuando se trata de entender esta etapa de nuestras vidas. El primero es que para los fines del Siglo XX, una proporción muy alta de la población mundial consistirá de "gentes viejas" y, el segundo, que todas esas "gentes viejas" no van a ajustarse a los moldes estereotípicos que nuestra sociedad les ha asignado.
¿Cuáles son esos "moldes estereotípicos" a los que yo me refiero?:
· Que los viejos son limitados en sus habilidades físicas o atléticas. ¡Error! Los viejos pueden entrenarse a correr maratones y a hacer ejercicios aeróbicos agobiadores; asunto corroborado por el número creciente de aquéllas personas de mucha edad quienes compiten sin dificultades y exitosamente en las olimpíadas que se llevan a cabo por toda Norteamérica anualmente.
· Que los viejos carecen de vida e interés sexual. Otro concepto equivocado que falla en tomar en cuenta que los viejos sí tienen intereses y existencias eróticas basadas en diseños exquisitamente "planeados" para nuestra especie. Lo que sucede es que nuestros estereotipos les asignan a ellos una menopausia prematura y arbitraria a la que ellos a veces se someten, con resignación y sin saber por qué así lo hacen.
· Que a los viejos hay que engañarlos y hay que guardarles secretos. Un ejemplo de una señora quien iba a consultarme: "No le digan que va a ver un psiquiatra para su depresión, díganle que va a ver un médico para el asunto de que el pelo se le está cayendo"… Este engaño siendo un insulto u otra injuria adicional que se comete.
· Que a los viejos hay que tratarlos como si fuesen niños. No sólo se les roba de su significado cuando se les impone la jubilación prematura, si no que cuando se les visita, se hace de modo obsequioso y patrocinador, cargados de golosinas, presentándole "unos dulces" para "que se sientan bien" (¡qué cosa más inconsiderada!)
· Que la pérdida de memoria, que a veces se presenta en algunos seres ancianos es síntoma diagnóstico de la decadencia funcional del individuo. Así se piensa, sin considerar que ésta sea una manifestación de trastornos depresivos, de la mala alimentación o de la falta de estímulo social y emocional. A veces es mejor asignarle a alguien el uso de una "enfermera" (como aquí llaman sirvientas que fungen de médicas) en lugar de dedicarle tiempo con interés y sinceridad a la persona mayor. Comportamiento que, en mi opinión, es simplemente crueldad injustificada.
Habiendo elaborado someramente en aspectos selectos del problema de nuestros viejos. Yo quisiera elaborar en otros aspectos que son consistentes, y característicos de la sociedad dominicana.
En nuestro país el cenit de la ambición de los jóvenes, está ligado al hecho de que la mayoría de los graduados, vástagos de familias adineradas, inevitablemente pararán trabajando para (y en) los negocios de los padres exitosos quienes fueron los fundadores del imperio económico de la familia.
Esta situación significa que luchas internas serán inevitables entre los hermanos, sus cónyuges, los primos (que inevitablemente los habrá) y, por supuesto, la vieja generación, quien ve su prestigio amenazado por la presencia de una "juventud impetuosa", cuyas ideas (aunque sean originales) a veces parecen audaces e impulsivas, o amenazantes en lugar de progresivas.
He aquí el lugar desde el cual estratégicamente los viejos se tornan "muy viejos", se les relegan al lugar de los niños, se les mima, se les engorda, se les retira, y se les encomiendan a la compañía de la proverbial "enfermera", que mencionaba en el párrafo anterior.
Así se lamentaba un señor de mente clara, de visión intacta y de intereses vastos; pero que era viudo y de edad avanzada: "¿Para esto fue que nosotros criamos a los hijos?"
¡Dios mío y qué solos se quedan los viejos!
(Colección "Mis exposiciones en el ocaso del milenio." Dr. Félix E. F. Larocca)
Dr. Félix E. F. Larocca
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