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Troya: ¿fue descubierta por Schliemann? (página 2)


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Resulta difícil trazar el límite entre la realidad y la fantasía del relato homérico cuando se está frente a la ciudad y la dibuja la pluma de Schleimann.

Nadie puede quitar méritos al hombre que gastó sus mejores esfuerzos y su fortuna para excavar la Troya de Príamo, extenuante tarea seguida después por otros. Al quitar tierra y escombros sucesivos que como negro velo la había cubierto, sin duda que Schleiman, "de-veló", "descubrió" Troya.

Pero este mérito inobjetable no puede extenderse, como se hace habitualmente a novelar el trabajo de arqueología al grado de afirmar que nadie conocía el sitio de Troya, y sólo Schleimann, con Homero bajo el brazo, contra todos los especialistas, halló el montículo que escondía Troya.

Enrique III "El Doliente", rey de León y Castilla envió el 21 de mayo de 1403 una selecta embajada al "Gran Tamorlan de Persia" como se lo conocía en ésa época en Castilla, hombre de enorme prestigio en la Europa del siglo XV, que ha gozado por diversas causas los juicios laudatorios de eruditos y humanistas renacentistas, que ocultan, pudorosamente, los excesos bárbaros de sus crueldades.

Timur-Bec, Tamorbeque, Tamerlain, Timur-Lenk, Tamorlan, Tamerlán, Timur el Cojo, llegó a ser personaje de la literatura inglesa, francesa y castellana, y sujeto de observación de Enrique III que no vacila en enviar a destacados miembros de su Corte a tan largo y peligroso viaje para acercar ambos reinos. Afortunadamente integra dicha embajada Ruy Gonzalez de Clavijo, escritor, poeta y cronista de la embajada, que lleva un cuidadoso diario de la misma, como más tarde haría el caballero italiano Antonio Pigafetta con el viaje de Elcano alrededor del mundo.

El viaje de Clavijo se inició con una navegación que partiendo del Puerto de Santa María, vecino a Cádiz debía depositar a los embajadores y séquito en las costas turcas pasando los Dardanelos. Vientos contrarios y corrientes adversas impiden al barco que los transporta ingresar al Mármara, y no pudiendo cruzar el estrecho, el barco se ve precisado a anclar largo tiempo frente a la isla Tenedos a la espera de condiciones climáticas favorables.

Cuenta Gonzalez de Clavijo textualmente: "El domingo siguiente (7 de octubre de 1403), por la mañana se hallaron más allá del cabo (Santa María) que lo había ya doblado, y apareció a mano izquierda la isla de Tenedos, ahora deshabitada; y más allá, otra, la de Imbrós, poblada y ahora del señorío de Constantinopla. En ese día el viento fue contrario y escaso. Fue creciendo hasta la noche, de manera que navegaron bien poco, y aunque la isla de Tenedos estaba cerca y querían entrar en el puerto, no podían por ser el viento tan poco intenso. Y por la corriente que allí había, tuvieron que echar las anclas en un lugar bien estrecho, entre la tierra turca y la isla de Tenedos, por la boca que dicen de Romania, y enfrente de la ciudad de Troya, Desde allí vieron los edificios de Troya, y pedazos de muro aportellados, y las señales por donde antes iba la muralla rota, fragmentos de torres enhiestas, y de otros edificios como castillos que se encontraban por donde la ciudad fue atacada. Comenzaba la ciudad en un llano que estaba un poco separado del mar, e iba adelante hacia unas sierras altas, y encerraba todo lo que se veía. Por la parte de afuera de la muralla, había muchos valles, y al fin de la ciudad, se erguía una sierra alta y aguda. Allí dicen que solía ser el castillo de Ilión.

La isla de Tenedos que estaba enfrente a la ciudad donde estaba anclada la nave, solía ser el puerto de las naves que iban a la ciudad. Esta es la isla que había poblado el rey Príamo y había construido en ella un gran castillo llamado Tenedos, para defensa de los navíos que a la ciudad viniesen. Esta isla solía estar muy poblada, y ahora se encuentra deshabitada. En cuanto la nave estuvo surta, la barca fue a la isla por agua y leña, y algunos de los hombres de los embajadores fueron a ver la isla, y anduvieron por ella. Y había muchas huertas, viñas y arbolados, abundancia de aguas y tierras de buena sembradura; las huertas y las viñas eran muy fértiles. Encontraron mucha caza, perdices y conejos. Vieron en ella un gran castillo derrocado…"

Más adelante Gonzalez de Clavijo se explaya sobre la ciudad de Troya, las defensas que tenía a su espalda y hasta donde llegaba en su momento de esplendor. Una descripción extensa que coincide, casi a la letra con la de Schelimann; pero realizada unos 450 años antes.

Puede observarse que Gonzalez de Clavijo no menciona las ruinas de Troya como algo novedoso, sino como algo sabido por todos, y escuchando detalles que le proporciona la gente de la zona, de modo que atribuir novedad a Schliemann es imposible.

Sin duda que existe resistencia, para decirlo en moderada expresión, por parte de los intelectuales y eruditos centro-europeos para estudiar el material histórico español o islámico, a pesar que de esas fuentes proviene el trasvasamiento de la cultura griega a Europa efectuado alrededor del 1.100, fundamentalmente desde Toledo, por entonces, junto a Córdoba islámica, las dos ciudades más cultas y refinadas de Europa.

El paralelismo de los textos de González Clavijo y Schleimann nos llevan a preguntarnos, si el empresario norteamericano conoció la "Relación de la Embajada de Enrique III al Gran Tamorlan", que con ese nombre fue publicada en Sevilla en 1582, y se efectuaron otra ediciones hasta que en 1859, C. H. Markham publicó una traducción inglesa, y en 1882 una traducción rusa impresa en San Petersburgo.

Schleimann había nacido en Alemania pero por razones de negocios opta por la ciudadanía rusa, residiendo en San Petersburgo, donde se casa y tiene 3 hijos, cambiando su nacionalidad alemana original, decidió ser súbdito del Zar para favorecer su negocio de aprovisionamiento del ejército ruso en la guerra de Crimea. Posteriormente, durante la fiebre del oro californiana en 1840 se hace ciudadano de los Estados Unidos. Dotado de especiales facultades como políglota, habla a la perfección el alemán natal, inglés, griego moderno y arcaico, ruso, turco, español, italiano, etc.

Me pregunto si es demasiado audaz suponer que habiéndose editado en inglés la obra de Clavijo 10 años antes que saliera de los Estados Unidos rumbo a Grecia a buscar esposa, para después ir a Troya, un hombre de gran inquietud intelectual, excelente conocedor de libros y ediciones no habrá tenido oportunidad de leer el informe del cronista español en la edición de Markham, que lo confirmaba en sus decisiones. Schleimann dejó una ordenada obra de su autoría con ciento cincuenta volúmenes escritos y más de veinte mil artículos; solo sus cartas superan las cuatro mil. Su mejor biógrafo Emil Ludwing, que dedicó su vida a estudiarlo, y sin duda conoció su biblioteca de miles de volúmenes, no informa si Schleimann tenía el informe de Clavijo entre sus textos.

A su regreso a Madrid, Ruy González de Clavijo da forma a sus notas, probablemente con añadidos proporcionados por los propios embajadores, y sintiendo próxima su muerte decide la reconstrucción costosísima de la Capilla Mayor del monasterio de San Francisco, donde fue sepultado llegado el día en un rico y suntuoso sepulcro alto de mármol, con una estatua de alabastro en su memoria con letras en torno de él, que dicen así: "Aquí yace el honrado caballero Ruy González de Clavijo, que Dios perdone, camarero de los Reyes Don Enrique, de buena memoria, y del Rey Don Juan, su hijo, al cual el dicho Señor Rey hubo enviado por su embajador al Tamorlan, y finó a los dos días de abril, Año del Señor mil cuatrocientos y doce años", según cuenta Gonzalo Argote de Molina en la edición de Sevilla de 1582.

En las cortas líneas de un epitafio se deja constancia de los más destacados hechos o las principales virtudes, si las tuvo, del que yace. Sin duda entonces, que, para González de Clavijo la embajada a Tamerlán lo fue. Argote de Molina, es el autor de un discurso que precede, en la edición de Sevilla, al texto de la "Relación", 170 años después de muerto el autor, y en él exalta la importancia de esta embajada que tuvo mucha repercusión en su momento. Evaluando el viaje, el Maestro Gil González Dávila, Cronista de Felipe IV, escribe en 1638 " (La embajada)…causó admiración, siendo esto el más sustancial efecto que resultó de tan remoto viaje, quedando los embajadores en gran veneración con los demás vasallos por lo mucho que habían visto, padecido y vencido en tierras bárbaras".

Casi dos 250 años después del viaje aún se destaca la importancia del mismo, de modo que la obra de González de Clavijo tiene una larga tradición continua de alta valoración y aprecio. La "Relación" no fue sólo conocida en el pequeño reino de León y Castilla como podemos pensar ahora. Sino que esos reinos pocos años después, con la suma de Aragón, en el siglo XV llegaron a ser cabeza de Europa.

La embajada que se inscribe políticamente, en los esfuerzos de Europa para expandir sus límites, se produce como preámbulo del descubrimiento de América y los esforzados viajes de los portugueses para doblar el Cabo de la Buena Esperanza contornear África y llegar al Oriente. Cuando las naves portuguesas de Vasco de Gama llegan a la India en 1498, hacía casi un siglo que González de Clavijo habían llegado a Samarcanda y relatado la riqueza de la ciudad, aprovisionada por especies, telas, cueros, oro y seda de la India y China, y que allí también comerciaban venecianos y genoveses que anualmente la visitaban según su texto.

La embajada de Enrique III, fue recibida benévolamente por un Tamerlán de más de 70 años en Samarcanda, con los reflejos políticos intactos, que agradeció efusivamente los regalos enviados por Enrique III, al que definió como: "Mi muy querido Hijo, el Rey de Castilla…" Los embajadores y el séquito tuvieron el curioso privilegio de ser testigo de la terrible batalla en la que Bayaceto, Sultán de Turquía fue derrotado por Tamerlán. Estos hechos enmarcan la trascendencia del viaje, y explican la trascendencia de la "Relación", lectura obligada para las cancillerías europeas ya que aportaba pormenorizados datos de las tierras a las que se pretendía llegar.

Una obra reconocida y apreciada, editada en inglés y confirmando intuiciones, bien pudo llamar la atención de un arqueólogo europeo que preparaba su viaje siglos después, y que además de Homero hace gala de haber leído todo lo relacionado con Troya.

Pero lo más sorprendente de todo es que, una historia separada de nosotros por 3.200 años aproximadamente como lo es la guerra de Troya, siga generando interés suficiente para que miles de viajeros visiten las ruinas de la ciudad y continúen peleando aqueos y troyanos, en la fantasía y la ensoñación; y hombres desocupados de un país periférico a decenas de miles de kilómetros del lugar de los hechos, en una noche de invierno, se interesen por el descubrimiento de "la sagrada Troya".

 

 

 

 

 

Autor:

Hugo Martínez Viademonte

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