Desde que a mediados del siglo XIX Heinrich Schliemann tomó la decisión de excavar un monte turco, con la convicción que estaba descubriendo la histórica ciudad de Troya, comenzó una polémica que hasta el presente no ha terminado: ¿Quién descubrió Troya?
No es de simple respuesta, las dificultades son iniciales. Habrá que dilucidar que es "descubrir", y que es "Troya". El diccionario de la Real Academia Española, autoridad de prestigio en el idioma español sentencia que "descubrir" tiene dos acepciones principales que podemos sintetizar en "revelar lo oculto, escondido o secreto", y por otra parte "poner en evidencia" algo oculto, escondido o secreto.
De tal modo que se puede descubrir una estatua que nadie conocía y estaba enterrada con total ignorancia de los demás, como fue el caso de la Dama de Elche, en España, que surgió cuando un hombre estaba arando, y que hoy se exhibe en El Prado como una de sus joyas; o simplemente quitarle el velo de inauguración de una estatua hecha, emplazada, y cubierta con una tela hasta el momento en que en acto público se "descubre".
Y Troya también necesita aclaración ya que ese asentamiento milenario tiene al menos siete niveles, y pueden ser más. De modo que han existido sucesivamente varias Troyas, una de las cuales corresponde a la que fue la Troya del rey Príamo, que según Homero guerreó diez años contra los griegos.
La guerra de Troya, por otro nombre Ilión, fue relatada épicamente por Homero en la célebre Ilíada escrita, al parecer unos tres siglos después de ocurrida. No es Homero el único que certifica esta guerra, sino que historiadores, filósofos y poetas hacen referencia hasta nuestros días tanto a la guerra como a la ciudad. De tal modo que hablar de "descubrimiento" en su acepción de revelación de lo desconocido no tiene vigencia.
Se conoce el nombre de la ciudad, Troya, su aproximada ubicación, incluso sus principales edificaciones, la situación de sus puertas fortificadas, los aliados de Príamo, su esposa, sus hijos, sus guerreros. Se conocen las playas donde los griegos, danáos, aqueos, acamparon y se escondieron. Es público el origen de la guerra, no tanto la historia romántica de la venganza por el rapto de una mujer hermosa, como el cumplimiento de un pacto político de asistencia a un príncipe agraviado, o la necesidad de controla el estrecho de Dardanelos y del comercio con Asia.
Luego el Caballo de Troya, la estratagema múltiples veces mencionada en los textos antiguos, hasta hacerla frase popular, y la toma de la ciudad, la quema de la misma y la suerte de los sobrevivientes.
De una manera u otro la lista de quienes dan testimonio de la guerra y de Troya es infinita, desde Homero, Eurípides, Herodoto, de alguna manera Heráclito, Píndaro, Horacio, hasta Goethe, Schiller, etc., llegando a nuestros días. De modo que no hay nada que descubrir, si esto quiere decir, como en el caso de Elche, sacar a la luz algo que nadie conocía y que estaba oculto para todos.
Afirmar, entonces, que "fue el genio de un aficionado, el comerciante Enrique Schleimann quién ante la sorpresa del mundo científico de la época descubrió los restos de Troya en la colina Hissarlik…", como lo dice José Alsina, catedrático de la Universidad de Barcelona, es una exageración meridional, que comparte un amplio círculo de especialistas por comodidad o ideología. Si utilizamos "genio" para Schelimann, que nos queda para Leonardo Da Vinci o Pablo Picasso, por ejemplo.
Es que según el moderno mito en boga (porque también hay mitos contemporáneos…) nadie en el mundo científico sabía donde estaba la Troya príamaca, y como llanero solitario, el norteamericano Henry Schleimann, en compañía de su esposa comprada en Grecia, con Homero bajo el brazo como única guía, descubre Troya mitológica. El héroe contra el mundo.
Las cosas fueron algo más modestas e igualmente importantes. Se debe al tesón indiscutido de Schelimann y a su fortuna trabajada dentro del sistema económico al que pertenecía, que se efectuaron las excavaciones que pusieron al descubierto la Troya de Hécuba y Ulises. De eso no hay dudas.
En una de sus miles de cartas, algunas de ellas publicadas en las revistas especializadas de la época, Schleimann describe el emplazamiento de la ciudad de Troya. Frente a la isla Tenedos, a una distancia de tres o cuatro kilómetros, donde se escondió la armada aquea fingiendo que había emprendido el regreso a sus tierras, y a la espera que el Caballo abandonado en la playa con su vientre de armas y soldados, fuera entrado a la ciudad.
La ciudad tiene hacia el poniente, desde las altas fortificaciones, una pared natural casi vertical que cae abruptamente frente al mar; y hacia oriente un suave declive que desciende hasta la llanura, y en ella acampaban los aliados de Príamo como refuerzo y asegurando el abastecimiento durante el largo asedio. Scheilmann describe minuciosamente cada sitio que es escenario de las acciones homéricas, donde murió Patroclo, donde luchó Paris, y también es posible ver "las coronas de torres de la patria" desde la cual "los criminales danáos, como disco violento lanzaron desde la muralla" al pequeño hijo de Hécuba, porque los "aqueos temían, y mataron a ese niño", según el texto poético de Eurípides.
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