Indice1. Introducción 2. La pequeña aldea 3. San Martín, un general sin Remedios 4. Cristóbal Colón, un viaje redondo 5. Un siglo en un ratito
En este trabajo nos ocupamos del origen y la trayectoria de MUSEO VIAJERO -un grupo de investigadores y actores argentinos, que pone al alcance del público, con sólidas bases históricas y amenidad, el conocimiento sobre el pasado de nuestro país- y comentamos algunas de las obras. Quienes integran el Museo Viajero nos hacen llegar material en el que nos hablan de su origen, su labor actual y sus proyectos. Sobre su objetivo afirman. "El Museo Viajero surge como un intento por rescatar el pasado social argentino, sus costumbres, sus vidas cotidianas. Nuestro viaje por el tiempo nos hizo llegar hasta 1492. Por eso hoy, el Museo Viajero consta de cinco experiencias: La pequeña aldea, Un siglo en un ratito, La trajecomedia del traje, Cristóbal Colón: un viaje redondo y San Martín, un general sin Remedios". El placer de asistir a estas representaciones no es sólo para los chicos de la ciudad de Buenos Aires: "Todos los espectáculos también se trasladan a escuelas, museos, teatros o centros culturales de cualquier punto del país. Sólo necesitamos un espacio cubierto", afirman. Estuvieron, entre otras localidades, en Bariloche y en Mendoza, llevando su bagaje de enseñanzas y despertando la inquietud por el estudio de nuestro pasado. Los interesados en obtener más información sobre esta valiosa iniciativa pueden ingresar a los sitios http://museo.freeyelow.com/ y http://members.xoom.com//umseculo/. Acerca de su trayectoria comentan: "En sus cuatro años de vida el Museo Viajero siempre ha estado atento a las nuevas propuestas en museología que hablan de una integración del objeto al observador, de allí que siempre hayamos recreado el discurso histórico tradicional incorporando tanto la narración descriptiva como la dramatización. La seriedad en la selección de los contenidos y la eficacia en la presentación de los mismos está avalada no sólo por años de ejercicio docente e investigación histórico-literaria sino también por una larga y fructuosa actividad teatral infantil". La historia comienza en 1996: "Desde nuestros inicios con Un siglo en un ratito y La pequeña aldea no hemos dejado de incorporar nuevas obras. El éxito de nuestros espectáculos itinerantes nos llevó en 1997 hasta el Museo Saavedra. Para 1998 emprendimos la construcción de nuestra maqueta estable de 50 m2. La trajecomedia del traje –en coproducción con el Museo Nacional de la Historia del Traje- y Cristóbal Colón, un viaje redondo fueron nuestros estrenos en 1999. En el 2000 La pequeña aldea incorpora la versiones del 9 de julio y el 17 de agosto, Un siglo en un ratito es presentado con éxito en San Pablo, Brasil, y como homenaje al 150° aniversario de su muerte, estrenamos San Martín, un general sin Remedios". Siguen investigando y creando>: "Entre nuestros proyectos futuros se encuentra la construcción en tamaño real de la carabela La Niña, un espectáculo sobre la América India y, en coproducción con el Museo Nacional de la Historia del Traje, Los chocolates virreinales, una tertulia del 1800 en el siglo XXI". Comentaremos a continuación algunas de estas obras.
Domingo del otoño de 2001en el Museo Saavedra. Chicos y grandes se ubican. El Museo Viajero presenta La pequeña aldea, de Héctor López Girondo (Premio Coca Cola 1990 de teatro infantil) y Fabián Uccello (investigador de historia social, anticuario, coautor del libro La pequeña aldea), con los actores Hugo Grosso y Ernesto Dufour, y la dirección y puesta en escena de Héctor López Girondo, sobre una investigación histórica de Uccello y Raquel Prestigiácomo (docente e investigadora de la UBA, autora de varios libros y coautora de La pequeña aldea). Actúan en otras oportunidades Andrea Iacobacci y Fabián Uccello. El diseño de las maquetas y escenografía estuvo a cargo de Miguel Nigro (profesor nacional de Bellas Artes y Escenografía); vistieron a los muñecos Blanca y Ofelia, es la asistente Malena Faletti y la producción general la realizan Uccello y López Girondo, mientras que Juan Carlos Iolli se desempeña como asistente de producción y Claudio Uccello es responsable de la gráfica. La función va a empezar. El director del museo saluda al público; lo secunda su asistente, Gutiérrez, quien lo interrumpirá continuamente para hacer preguntas o acotaciones ingeniosas. Juntos, emprenden un recorrido que se inicia cuando Pedro de Mendoza zarpa hacia el Nuevo Mundo. A partir de ese momento, el pasado surge como un relato sumamente ameno, pleno de humor y de reiteraciones que facilitan la memorización de aquello que se narra. La evocación abarca aspectos cotidianos –la alimentación en el mar, la calma chicha, el cruce de una calle, el baño, la consumición en un bar-, patrióticos –el color rojo y blanco de las cintas que repartieron French y Berutti, la entrega de invitaciones para la reunión convocada por Azcuénaga-, o terribles –la antropofagia de los colonizadores, relatados todos con un lenguaje adaptado a cada uno de los niveles de la escolaridad –inicial, primero, segundo y tercer ciclo, polimodal y terciario- e ilustrado con objetos, títeres y una impresionante maqueta (que en 2003 llega a los 88 m2). Al finalizar la obra teatral, el público puede ver de cerca la maqueta y hacer preguntas sobre ella y sobre lo expresado por los actores. La investigación histórica en la que se basó el espectáculo es La pequeña aldea. Vida cotidiana en Buenos Aires 1800-1860 (Buenos Aires, Eudeba, 108 pp.). Sus autores son Raquel Prestigiácomo y Fabián Uccello. De la inteligencia y la dedicación de los investigadores surgió este libro, que tiene como punto de partida el día en que se inicia un cambio de singular importancia: "El 1° de agosto de 1776, por Real Cédula, se crea el Virreinato del Río de la Plata, y Buenos Aires deja de ser una relegada ciudad indiana para convertirse en capital del territorio y residencia de las autoridades reales". El libro se divide en tres partes. La primera de ella apunta a la pregunta "¿Cómo fueron esos cien años en vida cotidiana?" y la responde ocupándose de "clases sociales, costumbres, gustos culinarios, modas, vestimentas, lecturas, paseos, diversiones". En la segunda parte, los ensayistas pretenden "mostrar cómo era la ciudad en la cual vivía aquella gente y de qué modo se comunicaba con el resto del país: la Plaza de Mayo a vuelo de pájaro, los barrios periféricos, las rutas de salida, los viajes y el transporte". Y hay una tercera parte que "está fuera del corte temporal aunque remite al comienzo de todo, a otro sueño, el de Juan de Garay". La excelencia de esta investigación ha sido elogiada por Andrés Carretero, quien expresa en el prólogo al volumen: "el trabajo realizado por los autores es una verdadera exhumación bibliográfica, presentada en muy difícil equilibrio temático, como si fuera en un muy bien armado friso que tiene sus figuras centrales y sus accesorias, pero con la particularidad de que cada una de ellas está tratada con el mismo cuidado y detallismo para rescatar lo valioso, sin ocultar o descartar lo superfluo""
3. San Martín, un general sin Remedios
Los domingos de enero de 2002, en el Museo Histórico Brigadier General Cornelio Saavedra, chicos y grandes pudimos asistir a la representación de esta obra, protagonizada por tres actores que tuvieron a su cargo dos papeles cada uno: Ernesto Dufour fue el director del Museo Viajero y madre (sí, madre) de Remedios; Hugo Grosso, el asistente del director y Carlos María de Alvear, y Andrea Iacobacci, la novia del asistente y Remedios. Entre los tres, desdoblados en seis personajes, nos brindaron una hora de diversión, en la que los chicos –de nueve a doce años- disfrutaron a más no poder y aprendieron mucho. Los padres también aprendimos: supimos que el general utilizó en el Combate de San Lorenzo una estrategia indígena que consiste en avanzar con una cuerda estirada entre dos caballos y derribar a todos los enemigos que se encuentran a su paso. Nos enteramos de que Fray Luis Beltrán ideó unas herraduras para que los animales tuvieran mayor seguridad durante la travesía, y de que San Martín empleó un sistema arriesgado para cruzar mulas y enseres de una cumbre a la otra. La dieta también fue motivo de comentario: estos esforzados guerreros combatieron el apunamiento con ajo y cebolla, y tuvieron como sustento una comida que debe haber sido horrible (charqui con grasa de buey y pimiento, al que mojaban con agua caliente), pero que tenía la importantísima virtud de superar días y días sin echarse a perder. La escenografía creada por Miguel Nigro, que consistía en paneles superpuestos, permitía a los actores encontrarse tanto en una calle de la ciudad virreinal, mirando hacia el puerto, como en medio de los Andes. La maqueta del Convento de San Lorenzo que mostraron, y unos caballitos de juguete con sus respectivos jinetes, fueron el medio ideal para que todos comprendiéramos cómo se llevó a cabo este combate. Dos escaleras de doble hoja le sirvieron al inigualable asistente –transformado momentáneamente en Condarco- para atravesar los Andes y llevar la misiva al gobernador, poniendo en peligro su vida. Imperdible: Dufour haciendo de señora de Escalada. Una sorpresa: lo bien que cantan Andrea Iacobacci y Hugo Grosso, quienes entonaron una canción y un cielito sobre los últimos años del Libertador. La dirección y puesta en escena estuvo a cargo de Héctor López Girondo; la producción general, de Fabián Uccello, y la investigación histórica fue realizada por Uccello y Prestigiácomo.
4. Cristóbal Colón, un viaje redondo
Asistimos a una de las presentaciones de "Un verano para hacer historia", ciclo del Museo Viajero auspiciado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en 2003. La obra que vimos, Cristóbal Colón, un viaje redondo, fue escrita por Héctor López Girondo y Fabián Uccello, dirigida y puesta en escena por Héctor López Girondo, la investigación histórica correspondió a la Lic. Raquel Prestigiacomo y el diseño de maquetas y escenografía, a Miguel Nigro. Los integrantes del Museo Viajero señalan: "Después de quinientos años resulta indispensable volver a descubrir, no América, sino al gran Almirante, su viaje y su época. Un valiente marino genovés, una Tierra plana, tripulantes reclutados en las cárceles, las joyas de Isabel la Católica… ¿Fue realmente así? ¿Se puede decir algo nuevo? En Cristóbal Colón, un viaje redondo la actual visión de la historiografía permite a Gutiérrez y al señor Director develar los interrogantes materializando el pensamiento científico medieval con maquetas de las diferentes representaciones de la Tierra, instrumentos de navegación, cartas de marear, portulanos, etc.; o recurriendo a una réplica fiel de la Santa María combinada con una impresionante escenografía, en tamaño real, de su bodega y cubierta. Con este marco los preparativos e intimidades de la vida durante la travesía (comidas, pertrechos, lugares de descanso, formas de navegar y fijar el rumbo, etc) se comprenden en toda su dimensión gracias a los datos precisos del señor Director y las disparatadas ocurrencias de Gutiérrez". Como el Señor Director, actuó Fabián Uccello, y, como su asistente Gutiérrez, Andrea Iacobacci. El Señor Director comienza explicando al auditorio las dudas que existen acerca de la nacionalidad del Gran Almirante –o del "Gran Ignorante", como colabora, no muy felizmente, Gutiérrez- y relata lo que sucedió cuando Colón, intentando conseguir quien solventara su viaje, va al reino de Portugal y luego, recurre a los Reyes Católicos. En tono ameno y disparatado, la concurrencia tendrá un panorama real de las vivencias de aquellos navegantes y la conformación de los navíos. Instrumentos de navegación -astrolabios, sectantes y cartas de mareas- pasearán delante del auditorio para ejemplificar cómo se hacía la navegación en aquella época. Los actores nos descubrirán las intimidades del viaje, el por qué de los cantos de los marineros, que no eran -como pensaba Gutiérrez- para matar el aburrimiento, sino para poder levar anclas o alzar las velas. Estas tareas -relatadas por el historiador Uccello y dramatizadas por la desopilante Iacobacci- llevaban dos o tres horas, y el canto era para poder sincronizar los movimientos y los esfuerzos. En la evocación de la vida cotidiana en las embarcaciones, no podía faltar el comer: en las naves se cocinaba una vez al día, y sólo se cenaba, para que la oscuridad no permitiera a la tripulación advertir el color de la comida que se servía. El dormir, para los marineros, era en la cubierta a la intemperie, donde podían ser despertados por las ratas de a bordo. Uno de los asistentes a la obra preguntó, al ver la réplica fiel de la Santa María, dónde estaba el baño, a lo que el Señor Director explicó que los marineros podían hacer sus necesidades ora a babor ora a estribor. Ya acercándonos al fin de esta obra se descubre una impresionante escenografía de tamaño real de la bodega y cubierta de una de las carabelas. En tono didáctico y con datos minuciosos, Uccello y Iacobacci, adentran al espectador a un mundo de hace más de quinientos años. Hacen de la historia un relato donde la seriedad de la investigación va de la mano de la comicidad.
En enero de 2003, pudo verse esta obra en el Museo Saavedra. Sobre ella nos dicen: "Recién llegada de su exitosa gira por San Pablo, Brasil, se presenta esta única muestra de antigüedades que cuenta la vida cotidiana desde 1880 hasta 1980 a través de los objetos y utensilios que usaban los papás, los abuelos y los bisabuelos de los chicos cuando eran chicos. Victrolas, fonógrafos, juguetes, radios, relojes, planchas, triciclos, baleros, trompos, sombreros y máquinas fotográficas son algunos de los casi quinientos objetos con los cuales Gutiérrez –un guía poco convencional- realiza un viaje a través del recuerdo. Las precisas explicaciones del señor Director completan la muestra que incluye el relevamiento de cuáles fueron los grandes inventos que revolucionaron el siglo XX". ….. Entreteniendo enseñan estos actores, investigadores y quienes colaboran con ellos. Enseñan historia y –lo que es más importante- despiertan inquietudes, mostrando a la infancia de nuestro país su original manera de ver el pasado.
Trabajo enviado por Carlos Prebble y María González Rouco
Periodistas Profesionales Matriculados