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El espacio en diagonal

El gran maestro Federico Fellini, cuando nos cuenta cómo la historia bien se puede asemejar a una nave que va, nos muestra el momento preciso en que el mundo de la épica decimonónica cede su espacio de lírica interpretación, a la terrible posibilidad de un orden distinto. Cuando uno cree que eso es ya suficiente  – contar una anécdota, teorizar sobre la historia -, el director demuestra el poder literario de la imagen, subrayando lo que acaba de decir, al hacernos ver la maquinaria que ha hecho posible tal artificio en la escena final. Revela así el juego de las dimensiones, de la fantasía de lo concreto. De la no perdurabilidad de las cosas, de un orden que está cambiando. El espacio de la escena, que había sido el del teatro, queda alojado de pronto entre las bambalinas de un teatro de celuloide. El cabalgamiento de las dimensiones refleja así también, que la seguridad del espacio fílmico está puesta en duda.

Pareciese que el gran maestro buscó y ubicó  una de esas "rupturas" dentro de la historia del pensamiento de los hombres, relató un conjunto de acontecimientos iniciáticos, partidas, fundaciones, que no remiten a orígenes sino a situaciones de desplazamientos, momentos de incertidumbre, de idas y venidas, que obligan – por temor – a buscar la vertical perdida. La escenificación de la nave  plantea un espacio de reducción interpretativa, un mundo asible para la comprensión de un problema que está "aislado", en un campo que se mueve. El movimiento que tiene una trayectoria, desde un lugar hacia un destino no precisado en una geografía codificada – un punto en el océano donde se esparcirán las cenizas de la lírica -, soporta también el vaivén del movimiento propio del mar, de lo azaroso, de lo que se desplaza.

Las vicisitudes de la travesía, los relatos del que cuenta -siempre alguien le narra algo a alguien-, la intempestiva irrupción del pesado contexto de la preguerra, la aparición de la masa sufriente que viaja oculta a los ojos de esa elite, no por auto marginación, sino porque no ha querido ser vista por esa elite, hasta ese momento en que se sienten a manos de sus "comunes temores", se hacen definitivas cuando el gran maestro abre la cámara y muestra el mecanismo que simulaba el vaivén del mar y de la nave que va. Lo real y lo narrado, el espacio en el que habíamos estado hasta ese momento, se desplaza desde la pantalla, abarca a la platea, penetra en mi realidad, en mi situación hoy – cuando sea -, deshaciendo cualquier tipo de espacio de configuración, del relator, de la escena, del celuloide, el cine, el espectador, la isla de ensoñación. La visibilidad del no-espacio aparece palpable al percibirse una diagonal entre un espacio de configuración y un espacio de localización, que no estarán ya más en una misma vertical.

Lo diagonal es la discriminación para el que lo percibe

La llamada "crisis de la modernidad", ha sido la manifestación de la constatación del desplazamiento  entre el espacio de localización y el espacio de integración de las instituciones por la percepción de un espacio en diagonal.

T. W. Adorno comentó alguna vez que el racionalismo aplicado por Aldous Huxley en la estructuración de sus mundos de utopía era su forma de reacción al trauma del pánico que le provocaba su rechazo a la cosificación que el "nuevo mundo" le ofrecía para integrarse. Esta discriminación padecida por el intelectual desarraigado, sería la causa de lo que emerge en su relato: esa crítica prospectiva a las instituciones.

El espacio propuesto por Huxley en su fantasía proyectada, es el de Julio Verne, el de Isaac Asimov: un espacio ordenado verticalmente – de otra forma, atemporal – , que mitiga el temor a la percepción de lo diagonal. Con independencia de toda gradación valorativa, estos intelectuales buscaron como todos los utópicos – en el momento histórico en que emergieron -, una reubicación de la relación entre el ámbito de acción de las instituciones y el espacio de localización de las mismas. Un intento de ordenamiento de suerte diversa – para bien o para mal de quien juzgue -, que conjure el temor, la incertidumbre de la desnaturalización, del desarraigo, de la discriminación, de esa percepción de espacio en diagonal.

  Esa desubicación territorial, cuya manifestación inmediata es de desarraigo, provoca la desnaturalización y el padecimiento de la discriminación como la que sufre el marginado. Es de pronto la no pertenencia, la no integración. En la historia del vencido – historia escrita con una pluma sin tinta-, hay una recurrencia a ese estado de crisis permanente. Las series de la vigilancia y del castigo de Foucault, los reductos donde sobreviven hoy los hijos de esta tierra – esas reservaciones -, que son campamentos para el resto de sus vidas, lo corroboran. La persistencia de su segregación, desnaturalización y el desarraigo que los obliga a permanecer  dentro de un límite de temor e incertidumbre, es un espacio  en diagonal para ellos, pero es uno de eje vertical para los que decidieron confinarlos en esa situación atemporal.

2.- Las instituciones y sus desplazamientos

Los cambios que se observan en la imagen de la ciudad a través de su historia son el reflejo y la representación de un estado o avance en el proceso de construcción de su realidad. Ese estado de evolución constructivo se corresponde a un cierto estadio evolutivo cultural.

La cátedra no es el aula.

La escuela nació a la sombra del árbol. El espacio designado y nominado para el aula no existió hasta que se construyó el claustro. En nuestra forma de pensamiento, aceptamos hoy que sólo en circunstancias excepcionales el aula pueda ser una habitación, un rancho, un tranvía, un contenedor. Sin embargo, los alcances de la avanzada tecnología actual, han provocado que la cátedra, el espacio de validación de los conocimientos justificados científicamente, se mude del espacio claustral, deje las aulas, se desplace de su ámbito de localización tradicional. En correspondencia, una parte de ese espacio dejado por la cátedra ha sido ocupado por el archivo, porque el proceso de mediatización es tan rápido, que la estructura espacial donde ayer se elaboraban los conocimientos, es hoy, por su pesada materialidad, lugar de registro: documento de las prácticas disciplinares, actualización de la memoria de los procedimientos y los métodos que legitiman sólo la práctica profesional.

La cátedra ocupa hoy el espacio dinámico del mercado, de la ciudad, de la interactividad. Su forma es múltiple y no por eso ha perdido el valor institucional. Su espacio de integración sigue siendo el mismo, responde a los mismos cánones de siempre, sólo que el espacio de localización, como en la mayoría de las instituciones de hoy, está desplazado.

Se ha visto que el temor a la informatización, a la posibilidad de pérdida de la función original de la palabra escrita, del libro; a la pérdida de la supervisión táctil del lápiz por el uso de medios "ortopédicos" para la presentación de las ideas, es infundado. La herramienta es un útil que provoca sólo nuevas prácticas y formas de representación que van de lo analógico a lo digital. En la cátedra de Arquitectura el disco compacto reemplaza a la maqueta.

La ciudad producto de la utopía

Es la realidad construida hoy. Aquel rostro de igualdad pregonado por el movimiento moderno, nunca se pudo contemplar – salvo en preciosos momentos ya irreproducibles -; siempre se manifestaron contradicciones y desigualdades entre los integrantes de estas comunidades.

El desajuste de la relación ciudad-campo – en nuestro tercer mundo -, profundizó una división que hoy perdura: los forjadores, constructores de caminos y de puentes, por una parte y los habitantes "forzados" de las ciudades, que suelen agruparse cerca de fuentes y cursos de agua, por otra. Unos son parte y los otros están aparte. Unos representan el espíritu "ingenieril" del hombre moderno, los otros la "indolente" condición del criollo.

El espacio de integración de la ciudad, que es lo cosmopolita, con sus distintas formas de presentación, sus nuevas herramientas comunicacionales y nuevas prácticas cambian los espacios de atracción, los espacios de localización. Los centros mudados – la ciudad descentrada de Marina Waisman -, el desplazamiento generalizado de los espacios de localización de las instituciones, manifiestan esta tendencia.

Las puertas de la ciudad, por ejemplo, han cambiando de lugar de un tiempo a esta parte: con la llegada del ferrocarril la puerta fue el hall de la estación de trenes; después cuando el automóvil escampó, los arcos en los ingresos viales pasaron a formalizar el umbral citadino; las estaciones de ómnibus, los hoteles fueron salas de recepción; posteriormente, cuando el espíritu constructor nos fue despegando del suelo, se fue hablando de la quinta fachada: eso que se observa desde lo alto. Los aeropuertos se convirtieron en épocas recientes en la puerta de la ciudad.

Las imágenes de exterioridad son las pocas y fragmentarias facetas visibles de las últimas tendencias. Imágenes identificatorias, necesarias para las nuevas condiciones de mercadeo de la aldea global, para que lo cosmopolita sea. Se establece así un mismo valor para exterioridad e identidad, cuando son cosas muy distintas. Esas pieles de la exterioridad son un elemento diferenciador de valor incalculable para la generación de negocios, oportunidades comerciales, turismo. Es sabido que esto ha sido  siempre tenido en cuenta para formalizar los ambientes visibles de la ciudad: Puerta, salas de recepción, patio principal, salas. Quedando relegada la identidad de los ambientes no presentables: las habitaciones de servicio, el patio trasero.

En nuestra realidad de tercer mundo, el patio trasero sigue estando ahí. La pluralidad invocada por el acceso a las redes de información, a su universalización, tendría que manifestarse en el respeto por las diferencias, en la integración, en la demolición de los muros que dividen los ambientes de la casa.

La persistencia de la centralidad como modelo y espacio de integración de las ciudades, con su correlativo espacio de localización o centro geográfico, se manifiesta como una pieza para el anticuario. El axioma de "hacer ciudad", forma parte de una visión homogeneizadora que está visto que no da resultados. El territorio es el lugar de la posible expansión de lo mediado, donde la política comunicacional es parte fundamental del modelo a implementar. En él, las ciudades se comportan como nuevo espacio de localización de la comunicación "cara a cara", nodo de conexión de las redes – antes viarias, luego aéreas, ahora informáticas -. Mientras tanto, la institución de la polis no tiene una sola cara visible en la globalidad.

3.- El espacio no mensurable

El desplazamiento de lo visible: la desmaterialización

El avance tecnológico tiene en la industria bélica, su campo de desarrollo. El sistema de las Órdenes, los cuerpos de vigilancia, fueron la base de las fuerzas militares organizadas. Los procedimientos para el envío de mensajes a distancia para la batalla iniciaron el código de señales, signos para traducirse en palabras. Los métodos de vigilancia, observación, auscultación, que se aplican desde el renacimiento por medio de piezas o mecanismos ortopédicos, provocaron el gran desarrollo de la óptica, lo que arrastró consigo un gran cambio en las formas perceptuales.

Hoy día la guerra busca, por el gran desarrollo armamentista de base nuclear, la aplicación de estrategias de disuasión, las que se realizan por medio del envío de imágenes virtuales a velocidades más allá de la luz – por lo que los humanos no podemos verlas -, pero sí las máquinas del enemigo, que descodifican las señales y rastrean los sonidos para evadir los señuelos y reconocer el ataque verdadero. Este recurso de velocidad – imagen real de la luz -, es una forma de acción que se despega más y más de la materialidad, de lo concreto que tenía, para nosotros, la imagen. La que está usada como recurso ensordecedor, con lo que se aleja más y más de la realidad como creíamos que era.

Este desplazamiento notable hacia lo inmaterial parece que es la motivación de las distintas disciplinas que en pos de la especialización profesional, se van corriendo hacia espacios de intangibilidad. Por momentos las cosas son palabras. La arquitectura es signo, se ha desmaterializado. El aula es una red de interactividad. La ciudad es el territorio.

Queda latente la posibilidad de un nuevo ordenamiento institucional que provocaría la estructuración de un sistema otro, de eje vertical, si se detienen los desplazamientos percibidos.

El integrante de lo por venir podría ser imaginado como al paradigma de emperador: un mandarín, que mantiene con orgullo sus largas uñas, pues demuestra así el tiempo transcurrido sin tocar las cosas.

Gustavo     Ceballos

A  r  q  u  i  t  e  c  t  o

Diciembre   de   1997.

Nota: Publicado en el Diario La Voz del Interior, Córdoba, Argentina, en el suplemento Cultura en la contratapa a página completa el día jueves 12 de febrero de 1998.

 

 

 

 

 

Autor:

Arquitecto Gustavo Antonio Ceballos

Institutos de postgrado de la Universidad Nacional de Córdoba y de la Universidad Católica de Córdoba

El autor ha publicado la "Guía de Arquitectura de Córdoba" junto a las arquitectas Marina Waisman y Juana Bustamante; editada por la Junta de Andalucía, Sevilla, España, mediante convenio con la Municipalidad de la ciudad de Córdoba, Argentina, en el año 1997.

Colaborador en diarios locales y nacionales así como la revista de Patrimonio de La Junta de Andalucía, Sevilla, España.

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