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Lema: El jardín de los deseos (página 4)

Enviado por Sixto Sanz Cabrera


Partes: 1, 2, 3, 4, 5

será mas bien para pensarlo,

si acometiendo con esta, (Señala la gorrota)

alguna que otra vez,

a los forasteros con ella:

Nos quedamos mas claritos

que la una, se queda.

GRACIELA -. Mujer: Tal vez ya, puede ser;

que alguna vez, en fiestas

los forasteros elijan

llegar a esta verbena.

MARI PAZ -. Los papeles y escupidos,

por el suelo, ya, se quedan;

ni ahí te pudras, cuando se han ido,

ni dicen ahí te quedes.

GRACIELA -. Mas se dejan sus dineros

en las tómbolas esas, gentes;

y aun, también, se dejan

la dulzura de sus cuerpos

con su Espíritu de fiesta.

Se dejan, su trato humano,

que ya es bastante dejarse,

con la bondad de querer

y ver, al otro año,

estas, las fiestas nuestras.

MARI PAZ -. Mas; que veo, yo, entrar ahí:

Una cabra con su amo

y una orquesta tras de ella…

GRACIELA -. Será, que con una mano

toca, sólo, la trompeta;

mientras, en si, la cabra

cabriolas va que aprieta,

el trasero en la escalera

y sube con todas sus fuerzas,

hasta conseguir su meta.

MARI PAZ -. Arriba de la escalera,

esa chica la hace fiesta

para, que en si, la cabra

se encabrite y revuelca

sus carnes; brinco, tras brinco,

salto, tras salto, ella.

GRACIELA -. ¡Pardiez!, si es un hervidero

la fiesta, toda ella:

Con tantas atracciones, veo,

revivir esta gran fiesta.

Dura poco lo de la cabra. Sale el ballet y según en la región que se represente la obra, se baila al son de su música… Muñeiras, Abertxales, Sardanas, Valencianas, Canarias…etc. Y si es en televisión se da una recopilación de todas ellas. En seguida salen, al terminar el ballet, todos por la izquierda. Se ve entrar por la derecha a Antonio Pedro, muy agitado, y a Juan Carlos.

ANTONIO PEDRO -. Señora Mari Paz, a verla

venimos corriendo,

para decirla

cosa muy buena.

MARI PAZ -. ¿Qué es eso?.

JUAN CARLOS -. Al llevar a su Anacleto

a su casa, ya, corriendo

y cerca del baño puesto;

se ha desnudado el pobre

y como sus fuerzas son dobles,

ha levantado el asta la bandera,

presentando armas, él firme…

ANTONIO PEDRO -. Y venimos a decírselo

por si acaso le interesa;

coger la forma al pobre

y hacer de ella lo que quiera.

Se levanta Mari Paz con todas sus fuerzas e ilusión.

MARI PAZ -. ¿Cómo no me ha de interesar

coger la forma aquella?:

Sino la cojo yo,

quién la cogerá primero;

si es mi Anacleto, no.

Y yo no se la diese al primero

que se presentase en la tierra,

ni a nadie se la doy,

que mi Anacleto es primero,

y al único que se la doy.

Sale corriendo Mari Paz hacia su casa por el lado derecho del escenario.

JUAN CARLOS -. Aquí sentado me quedo,

sin mediar en la cuestión;

que es cosa del matrimonio

y no es cosa de dos,

o mas parejas,

que lo saboreen, en reunión.

ANTONIO PEDRO -. Yo me siento, aquí lo mismo

a esperar contestación;

que si uno ha podido

en tiempos pasados en pos,

lo mismo, ya puede ahora

sin que le ayuden, ya, nadie

a realizar su cuestión.

Se levanta Antonio Pedro y echa un trago del botijo del agua y después se arrima a la tómbola.

GRACIELA -. ¡haber, como sois los hombres!:

Fieros y aguerridos, fuertes

en la lucha y en el trabajo,

mas luego os desinfláis

cuando queréis a una mujer.

Pues saber que el amor

no es un juego

entre dos;

mas bien es la fuerza,

que te da el ser varón.

JUAN CARLOS -. Un requiebro, a mi, me tiras

sin haber hablado yo:

¿Qué mal he hecho, en la vida,

y si en la tuya, perdón,

hiciera mal alguno,

te pido de corazón?.

GRACIELA -. Pienso, que intención no tienes

para hacerme mal; pues yo

te digo de frente y ahora:

Tal vez te de mi perdón,

si como pienso adivino

tu pusiste mediación,

en esos tus viejos quereres

sin salirte del corazón.

JUAN CARLOS -. Mas yo te digo… Graciela:

Eso es lo que pasó,

que otra mentira fina

no resisto yo de amor.

Se acerca el chico y deja una flor encima la mesa de Graciela y ésta cogiendo la se la acerca, con gestos muy femeninos, a las narices, oliéndola…Después de estarse mirando un rato Graciela a Juan Carlos y éste a la doncella, entra Mari Paz, por la derecha, dando suspiros de amor, sosteniendo a Anacleto por la solapa y el brazo izquierdo.

MARI PAZ -. ¡Ay!…¡UHF!…¡Qué alegría!;

si esto lo se yo,

antes me hubiera puesto

a saltar por el balcón,

como, bien, puedo yo hacerlo

hace un rato en pos

mi Anacleto; éste hombre

todo ello, bravucón.

Sienta a Anacleto en la mesa, pues apenas se sostiene de pocas fuerzas como le queda. Se sienta encorvado y con miedo a caerse de la silla; con los brazos caídos y de vez en cuando le levanta la cabeza, que no se la sostiene, por las pocas fuerzas. Antonio Pedro se acerca y al ver a Anacleto, expresa asustado.

ANTONIO -. ¡Qué pocas fuerzas, el hombre,

tiene, por su perdón!:

Se le ha ido como gaseosa

el gas contenido en ella;

esa fuerza que los hombres

tienen al rededor

de todo su cuerpo altivo

y en los músculos de hierro

una fuerza contendida,

mostrándola, de vez en cuando;

pero éste, esa fuerza

se le fue como sifón,

como espuma rabiosa

y nada, en si, le quedó.

GRACIELA -. No puedo ver así un hombre,

como piltrafa humana,

como trapo, ya, muy sucio

al que se le tira de las manos

para no mancharse una

y para, en si, olvidarlo.

JUAN CARLOS -. ¡Por su padre!, que es mi Anacleto,

y él, bien que cumplió

en aquella buena hora,

y por lo menos dos…

JUAN CARLOS -. Me parece a mi, ya muchos.

MARI PAZ -. Y por lo menos dos

minutos ha durado

esa buena sesión.

TODOS -. ¡Ah!… ¡Ah!…¡Ah!…

Se va espabilando Anacleto y alzando la cabeza replica.

ANACLETO -. ¿Qué hago, qué puedo?.

MARI PAZ -. Sentado, no mas;

estás aquí quieto.

ANTONIO PEDRO -. No puedes hacerlo;

mas tú ya lo hiciste

y ves como fiero

te encuentras presente,

entre tus vecinos;y será ya coqueto,

por tu parte, puesto,

hacerlo de nuevo.

Se le ve Anacleto una cagada de pájaro en el hombro de la chaqueta.

GRACIELA -. Limpiarle, a él, eso,

que ya algún pájaro

su gracia le ha hecho.

ANTONIO PEDRO -. Le ha cagado el palomo,

por todo lo alto;

mas eso significa,

ya, algún algo:

Que puesto, el nido;

se ha espurreado.

JUAN CARLOS -. Si: Pero Anacleto,

que no el palomo;aunque se haya cagado

encima él mismo,

y no lo ha notado.

GRACIELA -. Será para reírse…

ANTONIO PEDRO -. Será para mondarse;

aunque, en si, tristeza

da este hecho,

a este hombre:

Cagado le veo.

Sale a bailar todos y Anacleto mas bien sale sostenido por Mari Paz.

ANACLETO -. Estoy que me caigo.

MARI PAZ -. Que no te oigan

decir a ti eso;

pues como estropajo

tienes el cuerpo.

ANACLETO -. Lo ves, tú, mujer,

que yo, en si, no miento:

Que no me sostengo.

Te digo en secreto:

Me caigo yo al suelo,

redondo, lo veo.

MARI PAZ -. Mas yo te sostengo;

unidas las fuerzas,

las tuyas a las mías,

en pie de abolengo,

tu cuerpo parezca

un mozo de ensueño.

ANACLETO -. Un mozo: ¿Me dices?.

Si ya no parezco,

piltrafa alguna:

Será que chocheo.

Se van para atrás Mari Paz y Anacleto y se dirigen hacia adelante Juan Carlos y Graciela, bailando.

JUAN CARLOS -. Mi primera vez…

GRACIELA -. ¿Tu primera vez?.

JUAN CARLOS -. Mi primer baile

contigo, te tengo;

te llevo el compás,

y aun te llevo,

la gracia metida,

metida en el cuerpo…

GRACIELA -. ¿Haber lo que dices?.

JUAN CARLOS -. La forma bailar,

que tienes al hacerlo.

GRACIELA -. ¡Ah!…

JUAN CARLOS -. Y ya que te hablo,

de formas y versos,

de gracia amorosa,

habrá que saberlo,

y que se entero el Mundo;

que yo no me arredro

delante de nadie,

aunque me porfíe

la dama en un verso.

GRACIELA -. Galante has salido:

¿Haber qué es eso?;

lo que tú me dices,

lo quiero saberlo.

JUAN CARLOS -. Saber, es poca cosa

en esta agonía,

que me embarga el Alma

y es toda mía.

Saber, a saber; te digo:

Que mis palabras desean

decirte, a ti, por lo alto;

lo mucho que a ti

te aprecio…

GRACIELA -. Apreciar, sólo…

JUAN CARLOS -. Y más te quiero

decir por lo alto;

mis sentimientos

se están afirmando,

por esa gracia,

por esa hermosura,

que tú, bien, portas

y este galán,

las quiere, ya todas.

GRACIELA -. Aún yo no entiendo…

¿Será que afirmando,

estás una cosa

y yo no comprendo?.

JUAN CARLOS -. Te digo Graciela…

GRACIELA -. ¿El qué?: Dilo bien recto.

JUAN CARLOS -. Te digo Graciela…

Se acerca en ese momento Antonio Pedro y con gesto altivo le pide la doncella a Juan Carlos para bailar y este como caballero, se la entrega en el acto, aunque con cara destemplada, sufriendo Graciela una desilusión.

ANTONIO PEDRO -. En este día me siento,

romántico por supuesto,

y no me cambio por nadie;

aunque esté, yo, incierto

de tus aprecios a mi,

y de tus buenos sentimientos.

GRACIELA -. ¿Haber, si puede ser,

que alguno hable en forma;

pues todos de querer

hablan como si estuviesen en coma?.

Muy malitos, ya los veo,

a estos hombres de goma:

Pues se estiran y se encogen;

si los das el si, se acoplan

a no volverte hablar

de quereres, ni de forma

que de su boca no salgan

palabras de amor…Palabras.

ANTONIO PEDRO -. Mas siempre pagamos los hombres;

mas no pagan las palabras,

que de nuestra boca salen

hablando de amor al ama:

A la mujer de nuestros sueños,

a esa ilustre dama,

que respeto nos inculca

y admiración nos causa.

GRACIELA -. Las palabras, son palabras;

y el viento las lleva adelante:

Se marchitan con el tiempo

y queda el que las dice,

siendo el causante de ellas

y no vocablo que emita

una mal consonante

o un acento mal puesto,

que nuestro entendimiento

ya, agita.

ANTONIO PEDRO -. A fe, que te encierras en si

y no quieres, tú, saber

lo que mis palabras te dicen;

por no decir, que es querer,

este, mi afecto también.

Haciendo, Antonio Pedro, un gesto de despedida, se despide de Graciela, dejándola libe.Se levanta Juan Carlos y antes de aproximarse a Graciela, observa, al igual que todos,

a un mendigo pedir limosna.Es más bien un hombre de mímica, que con suma maestría, llega al corazón de los espectadores.

MARI PAZ -. ¿Y a este, qué le pasa?.

ANTONIO PEDRO -. Que está pidiendo sustancia;

un algo que alimentarse,

un tentempié, con su gracia.

GRACIELA -. Démosle al pobre, un algo

para que puede andar

el camino deseado.

JUAN CARLOS -. En alimentos será

lo que le demos, ya algo.

ANACLETO -. Bien dicho,

lo dicho y dicho,

dicho está;

que es cosa de humanos

ayudarse, y en paz.

Se le llevan al puesto de las castañas y le compran un cucurucho.

GRACIELA -. Mas no solamente castañas,

vende esta mujer, ya;

que al principio, así era

y el populacho demandó

vendiese alguna que otra cosa,

en el puesto que se da.

ANTONIO PEDRO -. ¿Qué más se vende aquí ?.

GRACIELA -. Salchichón y pan, se vende

y se lo vamos a dar,

que el caminante, camine

el camino con bondad;

con alguna sustancia dentro

su cuerpo…Y andar.

ANACLETO -. ¡Y se lo vamos a dar!.

MARI PAZ -. Y a ti, te podíamos dar

otra sustancia viva

que te ayude, bien, andar

por este angosto sendero,

que te has metido, tú, ya.

ANACLETO -. ¿Dónde está ese sendero?…(Mira para los lados).

MARI PAZ -. El sendero, es la edad

que tienes encima ya;

pues con un soplo se puede

al suelo tirar te, y en paz.

Se le quedan mirando al mendigo todos y de pie, con cara de bondad y ternura, provocando a los espectadores un cierto afán de hacer el bien, ellos mismos.Un efecto muy atractivo en el escenario.Entran las chicas y se las ve muy recogidas con el mendigo, haciéndole reír y poner la alegría en su cara.

GRACIELA -. En compañía, muy buena,

dejemos a ese en paz,

y sentémonos un poco

para poder recordar

algunos de aquellos tiempos,

necesitamos, ni hablar,

que a nadie dijimos nada

y lo pasamos muy mal.

La vida tiene zozobras;

altibajos, que se dan

y algunas veces estamos

mas bajos que altos

en esta, nuestra, sociedad.

JUAN CARLOS -. Y así admitimos todos

de buena gana y en paz,

esta vida que vivimos,

esta vida que se da.

Entran, en escena, unos refugiados vendiendo cortinas, mantas y tapices, poniéndose todos de pie.

MARI PAZ -. Esto es el rastro ya…

ANTONIO PEDRO -. La Verbena la Paloma,

aquí, se puede contemplar;

a diestra, siniestra, pueden

más, bien, ustedes divisar

cómo se mueven las gentes,

cómo aumenta, esto, ya.

ANACLETO -. Ahí, el cartel que pone

en lo alto ese; va

puesto, que a mil todo,

y a mil, tú, vas a comprar

este tapiz dichoso

con fieras y algo más:

Su bordado es una gloria

de dicha, ya, desigual.

MARI PAZ -. Mi Anacleto, quiere comprarme,

del ambulante, un recuerdo

que me haga suspirar

por sus dichas y sus deseos,

y no le pueda olvidar.

GRACIELA -. Haber, si ése moreno,

se acerca todavía más;

para divisar las cosas,

que al hombro lleva, impar,

unas prendas muy preciosas

y una alfombra imperial.

JUAN CARLOS -. ¿A cuanto, pones, hermano,

esta prenda que aquí está?:

Todo a mil tú pones

y luego de eso, ni hablar.

El foráneo echa todo lo que tiene encima del velador y ofrece a Juan Carlos la petición, con una señal de dedos; pues muestra tres dedos.

JUAN CARLOS -. Por lo menos ya son tres,

que no se para en dos;

y aquí dice, que a mil todo,

lo vende, él, a montón.

MARI PAZ -. Déjame a mí, que pida

y prorrateé, en condición,

de que a este buen hombre,

le pueda comprar yo,

una alfombra de esas

que lleva, consigo, y en paz…

¡Haber!:¿Tú cuanto dices que vale

esta prenda que aquí está?.

Ten cuidado, haber qué dices,

y no nos asustes, tú, ya.

Presenta la mano, abre dos dedos y se queda tan tranquilo.

ANTONIO PEDRO -. A esta dama, la ha dicho dos;

que a éste le dijo antes

tres, y en ello se pasó,

por no decirle que cuatro,

con disimulo afirmó.

Abre el monedero Mari Paz y saca unas monedas, por el valor de tres euros.

MARI PAZ -. Tres euros, sólo yo tengo,

y ofrecerte algo más,

sería cuestión de imaginación;

y eso no, tengo, no.

Coge los tres euros el vendedor y le da la alfombra.

Al mismo tiempo, entran unos mozalbetes, corriendo, unos detrás de otros.Hay revuelo en todas las personas en el escenario.

MARI PAZ -. ¡Haber!, muchacho;

¿Qué haces tú?.

Pues, ya, nos tiras

el velador:

Coger los vasos,

que ruedan prestos,

sino tenemos

firmeza todos.

ANTONIO PEDRO -. Mirar, qué hacéis;

sino podéis

estaros quietos

mejor en casa

os viera yo.

¿Y vuestros padres;

ellos qué dicen?:

Tal vez no puedan

con vuestras fuerzas,

con vuestros impulsos,

y fuera os quieran

todo el día,

para, descansar, lo creo,

ellos, sin vos.

GRACIELA -. ¡Pardiez!; qué fieras;

sino dejan en pie

ninguna mesa,

ningún rosal:

Haber, que pueda

correr de aquí,

que estas fuerzas

aquí ya traen,

estos los chicos,

como un huracán

de fiero y grueso,

sin ningún perdón.

Se van poco a poco, hacia las puertas los actores, para irse de la verbena echados por los juegos de los mozos.Mari Paz y Anacleto por la izquierda y los demás por la derecha.

MARI PAZ -. ¡UHF!; qué pesadez,

qué juegos estos;

si parecen que riñen,

que se pelean:

Y puede ser,

que aun parezca

serlo de firme,

si no lo viera

en sus caras jóvenes

esa sonrisa,

que los delata;

juego, ya, ser.

JUAN CARLOS -. Marchemos prestos,

mas sin correr;

porque estoy viendo,

que alguna pavana

se gane alguien,

en esta hora,

aquí presente;

que pueda ser.

GRACIELA -. No te compliques,

tú la existencia

y retirémonos,

en buena hora,

y en buen compás.

Salen por las diferentes puertas los actores.

 

3º. A C T O

Se presenta un jardín mucho mejor preparado y la fuente chapada, con baldosines policromados, las escaleras están mejor cuidadas y a la izquierda de la escena y detrás de la fuente, como siempre, existen dos tómbolas, pero esta vez en mejores condiciones, hechas de buena madera y seguidamente, el puesto de castañas, ya con un mostrador y en condiciones.

Al puesto de castañas y mas a la derecha, aparee un local, con su letrero, de Souvenir y ya a la derecha del todo, existe un bar, hecho local, con mesas en sus afueras.

A cada lado de la escalera están las chicas del ballet, que son las mismas, con los mismos jardineros o el mismo mendigo y las chicas: Una sigue a la otra.Chico y chica con las manos extendidas, y vestidos de galas; de ballet.

10 C A N T A R

Seguimos, aquí ya todos,

juntos y esta vez

les contamos con alegría

lo que ustedes van a saber.

Los amores de estos hombres,

los quereres de estas mujeres,

aquí en este jardín;

será cosa de poder

contarles ya de una vez

la trama, que han de ver.

ESTRIBILLO -. No mas…No mas puede ser

se rompa ese querer,

de maldición en la vida,

y haciendo, después, herida

en las fibras, del querer,

ese tu noble corazón.

Aquí, ya, les presentamos

a todos, muy complacientes,

sin protocolo ninguno

y uno a uno

les vamos a invitar,

que pasen por este sitio

con sus quereres, y nada mas.

El uno prendido de la otra,

la otra prendido del uno,

como ustedes sabrán,

que aquí no hay, ya, ninguno

se pueda, en si, salvar.

Sabrán…Sabrán, que algunos

se pueden, bien, confiar

y romperse sus quereres,

que con los mozos se dan.

ESTRIBILLO -. No mas… No mas puede ser

se rompa ese querer,

de maldición en la vida,

y haciendo, después herida

en las fibras del querer,

ese tu noble corazón.

Las flores, ya, están marchitas

brindando bien la ocasión,

al ver lo que aquí pasó;

se rompió este querer,

que entre nosotros se dio.

Los geranios y las rosas,

reviven, nuevo de amor,

con las flores, muy hermosas,

si tú me das la ocasión

de quererme nuevamente,

y ser tu amante, después.

Al filo de esta tarde,

revivirá ya mi flor;

esa nueva primavera,

que en mi frente, ya, salió.

Tu tez, hermosa esa piel,

tu cara limpia de amor;

como demuestras, tú fiel,

ser, digna admiración,

del que te da su cariño

y en ti ya se fijó.

Ábrele, tú, el corazón

a ese nuevo querer

al verle cerca de ti

y a ser tu salvación

en la ilusión del amor.

ESTRIBILLO -. No mas… No mas puede ser

se roma ese querer,

de maldición en la vida,

y haciendo después herida

en las fibras, del querer,

ese tu noble corazón.

Amor; amor no fingido

con ilusión de amar

a la dama, a la doncella

o tal vez se da,

que esa mujer ya ame

a ese apuesto galán,

haciéndole ya, su estrella

en esta vida desigual.

Con estos nuevos quereres,

se puede todo, en si, dar;

hasta se dan los amores,

que nunca se debieron dar.

Van bajando uno a uno por las escaleras, nuestros personajes: El primero que se ve aparecer y bajar las escaleras es Anacleto.

ANACLETO -. CANTA

Como una locomotora

bajo de dos en dos,

estas escalinatas,

me sale del corazón.

Con fuerzas de mil leones,

me encuentro, yo, de verdad,

diciendo de dos en dos

me echen ya las mujeres,

con las fuerzas de la pócima

me encuentro, yo, ya, mejor.

BAJA ANTONIO PEDRO -. CANTA.

Tal vez, de alguna mocita,

me he quedado prendado;

su conversación, infinita,

de palabras y de amor

con su gracia y hermosura,

nos vemos aquí los dos.

Juventud, que de la gracia

a esa chica mi amor,

a esa vara de nardo

oliendo a esencia y perfume;

perfume, que es el mejor.

BAJA MARI PAZ -. CANTA.

La que está comprometida,

que no busque otro amor;

pues ya tiene, en si, su gracia,

pues ya tiene, en si, el ardor

de ser mujer de alianza,

y no mujer de dos.

Esta dama lleva preso

su cariño en el corazón,

demostrando sus quereres

a ese que se los dio.

BAJA JUAN CARLOS -. CANTA -.

Aguerrido en el cariño,

fiero, como león;

busco a mi amada

por estos lares,

para darla, ya, mi amor.

Algún día yo no pude,

decírselo en la cara;

pues fui cortado por otro,

que ya querer pretendía

y de su querer me alejó.

BAJA GRACIELA -. CANTA.

Esta mujer es agraciada

por el cariño de un hombre:

Esta mujer, que le ama

pidiendo, ya, su perdón;

para que los dos juntos

vivan en gracia y en pos.

Cariño, como este cariño

no lo encuentro, yo, entre dos

amantes en la historia,

ni se dan estos quereres,

como los que tú y yo,

tenemos en esta hora;

en esta hora los dos.

Bajan todos de la escalinata y se juntan en el centro.

C A N T A N T O D O S

La alegría, en estos jardines,

se da con antelación,

servida con buena gracia,

y añadiendo a la razón

una muy buena causa,

que sale del corazón.

Cariño, se da, en pos

de todos los comensales

que a la mesa se acercó:

Estos, los veladores,

que ustedes ven aquí puestos,

demostrando sus quereres

al tener admiración

hacia la chica o el chico,

pidiéndola, ya, perdón.

Alegría…Alegría… ¡Alegría!…

Se dice en voz muy alta,

que los cariños son quereres

saliendo del corazón:

Las presencias de estas damas,

la presencia los señores,

lo dicen sin remisión;

que los cariños, tenemos

muy dentro del corazón.

Los hombres del ballet, salen por la izquierda y las mujeres por la derecha; mientras nuestros actores se sientan en los veladores.Graciela con Juan Carlos y Antonio Pedro y en otro velador, Mari Paz y Anacleto.

MARI PAZ -. A fe, que ha cambiado

esta verbena en tiempo;

pues hasta los modernos

han visto cambiar los azulejos,

de esta fuente tan hermosa

como los que ustedes están viendo.

GRACIELA -.A fe, que es para bien

cambiar, ya, la fachada

y lavarse ya la cara

poco a poco en este trecho,

de paso vivo y derecho;

como es este jardín,

que llevo yo en mi pecho.

Una fotografía llevo

para recordarlo,

cuando esté lejos de aquí

y ver su hermosura;

aunque sea con recelos

de verle por un papel,

que pintado esté en el.

JUAN CARLOS -. Eso es cariño, por derecho

y no otros cariños,

que matan y no los veo.

Sentir, tal, afición por su amado

y tanta devoción, encuentro;

como encuentro en estas palabras

tiradas al jardín de recto

como son sus pensamientos,

de esta doncella, diciendo:

Que, cariño como el suyo,

no hay cariño, si no es fingiendo

que lo haya y no pueda

responder ni correspondido,

como el amado está exigiendo.

ANACLETO -. Así se habla; y está bien,

que se hable al respetable

para, que en si, su querer

lo sepan en todas partes.

Se marcha, por la derecha, Anacleto y Antonio Pedro y se quedan solos, Mari Paz en un velador y Graciela y Juan Carlos, en otro velador.

MARI PAZ -. Hay regalos consentidos

de hombres guapos y jóvenes,

como el que en la mano tienes;

esa mantilla bordada,

de hilo fino y suave;

que a la vista da al instante

un placer, desmesurado,

acariciándola con guantes

sus flecos, borlones, hechos

de oro y de diamantes.

JUAN CARLOS -. Yo, a ti, no te he regalado

esa mantilla bordada:

¿Quién ha sido, por supuesto,

el que, así, ha regalado,

a esta moza, este recuerdo

hecho, aun, con flecos?.

GRACIELA -. Creí, que ese regalo…

JUAN CARLOS -. De algún hombre deshonesto;

que tal vez a su señora,

por verónica y con requiebro,

algún capotazo dado

la diera él, por derecho.

GRACIELA -. Juan Carlos… Que no;

te confundes tú a eso.

Juan Carlos levantándose del velador, con cara de pocos amigos.

JUAN CARLOS -. Me confundo, y aquí el motivo

tienes tú, ahí, ya, presto;

en tus manos acariciando

esa mantilla de flecos.

Da media vuelta y se va por el lado derecho del escenario.Entra Anacleto por el lado derecho, del escenario, muy sofocado.

ANACLETO -. Una noticia os doy,

primordial para los dos;esta tarde, entre siestas,

y mientras no haya aquí nadie;

se retarán los galanes

a duelo, pelea importante.

GRACIELA -. (Interesada).

¿Por qué esa pelea

se pueda saber al instante?:

Si hace un rato, confortable

aquí estaban los dos,

y hablando muy amistosos,

aquí, a mi lado en pos.

ANACLETO -. No he podido yo oír,

esa pelea, se da;

mas a las cinco por aquí,

por cualquier parte,

ya habrá

un hombre con otro hombre;

el pecho se partirán.

GRACIELA -. ¡UHF!…Horror, infinito, mío

dado en mi ser inmortal;

este mi buen Espíritu,

que me hace zozobrar

en amores y en cariños,

aunque no los pueda encontrar.

MARI PAZ -. Detrás de estos setos,

a las cinco vemos, ya,

esa pelea se pueda,

mas bien parar;

que el cariño no es la fuerza

para, en si, demostrar

los quereres de un hombre,

a una mujer en su faz.

ANACLETO -. Bien hablado, está ya, Paz,

por tu parte y sin recelos;

esta tarde, a las cinco;

aquí veremos se da

esa pelea furtiva,

que estos jóvenes se van

afrontar con sus recelos,

en una lucha infernal.

Van cerrando los diferentes locales, mientras se han ido los actores por la izquierda y después de quedarse sin gentes el escenario, entran por la izquierda, Graciela, Mari Paz y Anacleto, escondiéndose detrás de unos setos y de unos rosales.

ANACLETO -. Aquí; detrás de esto

más, bien, nos escondemos.

MARI PAZ -. Si, hijo, eso es tu signo;

esconderte del vecino:

Mas coraje, yo, quisiera

entrases pronto en tino.

GRACIELA -. Mas las cinco van a ser

y aquí apostados esperamos

acontecimientos humanos,

que estos mozos, ya, prestos

nos proporcionarán por algo,

que ellos están creyendo.

MARI PAZ -. (Mirando a la mantilla).

Sino fuese por el ribete,

diría, yo, que conozco

esta mantilla de algo,

o que es como la mía.

Entra Juan Carlos por la derecha del escenario y comienza a dar vueltas a paso fuerte y nerviosos alrededor de los veladores Al poco tiempo entra Antonio Pedro con un poco de recelo.

ANTONIO PEDRO -. Aquí estoy de momento,

a las cinco en punto

yo llego.

A tu reclamo he venido;

mas sin ningún miedo

a enfrentarme, ya, contigo,

por algo que ni he cometido

JUAN CARLOS -. ¡Pardiez!; que eres tú terco:

¿Quién regaló la mantilla

a esa doncella en secreto?.

ANTONIO PEDRO -. Una vez más te digo:

Yo no he regalado mantilla,

ni siquiera ningún fleco,

que con ella ya fuese

un regalo en secreto.

JUAN CARLOS -. Ponte en guardia; te lo pido,

y con ello no recelo

de ese regalo tú hiciste,

o no lo hicieses por derecho.

Se está poniendo nervioso Anacleto entre los rosales y por fin sale de entre los setos y rosales, al quite.

ANACLETO -. ¿Quietos todos…Aquí quietos!;

que eso no fue regalo,

ni fue siquiera requiebro,

de ningún mozo a su amada,

que es poco entendimiento.

MARI PAZ -. ¿Tú, tal vez, sabes algo?.

ANACLETO -. Lo se; tal vez, por cierto.

MARI PAZ -. Desembucha a ambas partes,

qué es lo que estás diciendo.

ANACLETO -. Esa mantilla, yo, antes,

después que me fui del puesto,

del velador a tu lado,

y después de hablar de relente,

que por la tarde va cayendo;

te traje yo la mantilla,

para que tú no pasases

el frío que está haciendo.

MARI PAZ -. Terminemos de una vez

esta trama, que teniendo

mal entendimiento,

a estos mozos aquí puestos

para batirse el pecho:

No saben, qué están haciendo.

Por algo, parece ser

creí conocerla antes,

a esta mantilla, en litigio;

mas ese fleco me confunde,

como me confunde de nuevo.

GRACIELA -. Porque, tú, viéndolo fleco;

no lo ves como pañuelo de cuello.

Anudado a la mantilla

le puse yo ahí luego,

para que esta, al desplegase,

no diese en el suelo.

JUAN CARLOS -. Y yo creyendo era tuya,

te la alargué con recelos;

del que alarga una cosa

a la doncella en secreto.

GRACIELA -. Por eso, creí que tú

regalándomela, ya, veo

ni era regalo alguno;

sino, mas bien, un recuerdo

de algo, que pudo ser

y no lo fue luego.

ANTONIO PEDRO -. Aquí termina ya todo;

este mal entendimiento:

Del que cree tener la razón

y no tiene el pensamiento,

que primero es pensar

y comprobar, ya, luego.

Se sientan en los veladores, Graciela con Juan Carlos y Antonio Pedro, Mari Paz con Anacleto.Un frasco de colonia forma la nueva conversación.

MARI PAZ -. Otra vez, tenemos bronca;

pues aquí esta esencia

significa, se ha prestado,

alguien, mas bien, a ella.

GRACIELA -. Y que lo digas, o no,

veremos quién puede ser esa;

la que a mi me da

un disgusto en las puertas

de esta bella verbena.

ANTONIO PEDRO -. Alguien ha regalado

este frasco a una dama,

sin pedir su consejo

a las demás; sin problemas.

JUAN CARLOS -. Otro litigio, tenemos

en este, nuestro vecindario;

esto no puede ser

seguir en este camino,

por ver lo que conseguimos

entre todos en reunión.

ANACLETO -. Otra vez, tenemos las mismas,

pues otra vez os diré:

Que esa esencia maldita

para vosotros dos,

se la traje yo a mi dama,

esta, Mari Paz, se aflija

dándose esa esencia

en su tensa piel marchita.

MARI PAZ -. Marchita, tu piel de anciano,

tu poco tacto en el trato;

sin saber que estás haciendo

daño, con lo que estás hablando.

GRACIELA -. Terminemos, ya, pues

este litigio, enfrentados,

los unos a los otros,

por un mal entendimiento,

que en si, nos haya pasado;

de creer sea una cosa

y luego se haya borrado,

con pelillos a la mar

y a otra cosa, volando.

Se acerca el chico jugando y Mari Paz, le llama para mandarle un recado.

MARI PAZ -. Toñito…Hijo…Aquí presto;

atiéndeme a los labios

y ve lo que estoy diciendo.

Con este dinero te entrego,

vete a la cazuela

y me traes un puñado

de esas tostadas al fuego.

¡Haber si te vas corriendo!.

Viene con una escarola en las manos el chico y se la da a Mari Paz.

MARI PAZ -. ¡Vaya con el muchacho!:

El caso me está haciendo.

¿Pues, no mas, con una escarola,

se ha presentado el fresco?.

ANACLETO -. Tal vez, en vez de cazuela;

en los labios te leyó,

que trajese una escarola

apretadita y del montón.

MARI PAZ -. A él, si que le voy apretar

unos capones, queriendo;

pues en los labios ha de fijarse

este muchacho…Zopenco…

ANACLETO -. Mujer; que si te oye la madre,

mas bien, no le gustarán

esas palabras, ya siendo

de tu boca, una fresa,

de tus labios, sale, ardiendo,

ese frenesí que pones;

al decir al muchacho eso.

Se levanta Mari Paz y se dirige al puesto de castañas, presentándose mas tarde con un cucurucho hecho.Mientras tanto el muchacho, agachado cerca de ellos, recoge algo, que se le había caído.Se levanta Antonio Pedro para beber un trago del botijo, mientras entran las chicas y se queda hablando con una de ellas.

JUAN CARLOS -. Esta tarde, ya, la brisa

sopla con más furor;

pues las rosas se alegran

como se alegra tu cara:

Tu belleza, ven, ya todos.

GRACIELA -. No te pases, que no creo

ni una palabra, me digas;

de tu boca salga presta

esa intención perdida.

JUAN CARLOS -. Mi voluntad es tratarte

como a una rosa; me digas,

que mi trato es exquisito,

y mi intención supina.

GRACIELA -. ¿Cómo te puedo creer,

para verlo en seguida,

que lo que tú me dices;

es tan cierto como se afirma?.

Llamando Juan Carlos a Anacleto con la mano, se molesta Graciela.

GRACIELA -. ¡Muchacho!:

¿Tú qué haces?;

al llamar a ese, tú.

Aquí nadie entra al cuento,

ni enciende esta luz.

JUAN CARLOS -. Delante de ese lo afirmo,

y te pido comprensión;

que lo que estoy diciendo,

me sale del corazón.

Se levanta Anacleto y por poco se cae, al suelo, dándose un buen susto.

ANACLETO -. ¡Vaya, muchacho ese!;

vaya golfo se ha escapado:

Pues no, que me ha atado

los cordones los zapatos,

y por poco me la pego,

besando presto el polvo.

Le alerta Graciela a Juan Carlos para que no llame a Anacleto.

GRACIELA -. Juan Carlos ¿Qué vas hacer?.

JUAN CARLOS -. Le llamo, para que como testigo,

valga en lo que estoy diciendo.

GRACIELA -. Estate quieto, te pido,

y no cometas imprudencias,

que a lo mejor te pesan

algún día en la fiesta.

Haciendo un gesto Juan Carlos a Anacleto, para que se siente.

ANACLETO -. Vaya si está pesado

este mozo en este día;

me llama y luego decide

me siente yo en seguida.

Se acerca Antonio Pedro a la concurrencia y muy decidido para hacer una cosa.

ANTONIO PEDRO -. Esa apuesta a la tómbola,

no es rifa, sino lotería;

que ese puesto juega fuerte,

y no será tontería,

comprar algunos boletos

y probar la suerte mía.

MARI PAZ -. Yo, por lo menos quiero dos

y, éste, Anacleto, te pide

lo que él quiera pedirte;

pues éste a la suerte adivina

en el número que va a toca,

y lo tocado espabila.

ANACLETO -. Ahora me haces adivino

de algo que no se yo

si nos tocará por derecho,

o el derecho de echar:

Pues, mas bien, no toca a nadie,

que eche por devoción.

Se levantan todos y van a la tómbola haciendo murmullo y a la vez grupo inquieto.Vuelven a los veladores y por fin hablan ellos de la lotería, mas bien porfiando.

ANTONIO PEDRO -. Como mira este el boleto,

con ojos de buey saltón;

si por lo menos adivina

le ha tocado ya el gordo:

Anacleto: ¿Qué estás pensado

hacer con tanto dinero?.

MARI PAZ -. No te metas con este hambre,

que nada él, ya, pensó;

pues su mirada está fija…

ANTONIO PEDRO -. En el boleto.¿No?.

MARI PAZ -. En lo que ya se pensó:

En echar a la lotería,

y esperar un rato o dos,

a que la suerte sea mía.

GRACIELA -. ¡Vaya fe tiene la tía!.

MARI PAZ -. Para eso yo misma,

te reto hacer un postre

de dulces, en esta hora,

para poder celebrarlo

nos toque a todos,

los boletos de esta lotería.

GRACIELA -. Acepto el reto corriendo

y en mi casa ahora mismo

nos vamos, mas bien, hacerlo,

ese postre, dulce almíbar.

Se quedan Juan Carlos y Anacleto, mientras Antonio Pedro, vuelve a la barra con las chicas.En ese momento, llega el mendigo mímico.

ANACLETO -. Este, otra vez aquí.

JUAN CARLOS -. ¿Y haber, ahora, qué le damos?.

ANACLETO -. La mano para saludarle,

a este chico de mímica.

Tiene una actuación brutal ese joven con la mímica, en el escenario.Exaltado Anacleto le da la mano y con ella el boleto de la lotería.

ANACLETO -. ¡Bravo!; bravo, señor:

Así se hace en la vida;

te salga como te salga,

mas vale expresión,

que no callárselo todo.

JUAN CARLOS -. T tú: ¿Qué le has dado al joven?:

Te he visto, que entre la mano

un papel, después la mímica,

le has arrimado al chico

sin saber lo que tú hacías.

ANACLETO -.¡Lo sabía!… Lo sabía:

Que más vale ser hermano,

y no; perro guardián de por vida.

A éste le he dado yo,

un boleto de parte mía;

pues si crees que nos tocara,

esa suerte confundía,

está, con nosotros dos.

Después de un canto o una buena música, llegan Graciela y Mari Paz y se sientan.Se anima a que salgan a bailar a los espectadores en los pasillos del Teatro, o en sus casas, si es Televisada.

GRACIELA -. La nata, yo no la echara

encima del caramelo.

MARI PAZ -. Pero como es sólido, se cuaja

y la nata hace fresco,

al postre, ya, por encima

y el caramelo, la almíbar,

le da el sabor por abajo.

JUAN CARLOS -. Bonita combinación,

caramelo con nata;

pues la almíbar es sabor,

que no admite en su dicha

de llevar, ya, compañía.

MARI PAZ -. ¡Haber si no lo pruebas todavía!;

al decir tú, que dos

sabores están en porfía:

El caramelo y la almíbar

Desde la tómbola se ve alzarse un número y todos buscan su boleto.

MARI PAZ -. Anacleto, que ese es tuyo

y lo tienes tú guardado;

¡saca el boleto en seguida!.

ANACLETO -. (Temblando un poco).

Pues yo te digo, que no.

MARI PAZ -. Mi memoria nunca falla

y ese cero que al final

sólo lo tienes tú

en el bolsillo y en paz.

ANACLETO -. ¿Haber si tal vez es un ocho,

ese cero que tú dices?.

Parece ser que, redondo,

el cero se hace dos.

MARI PAZ -. O tal vez un seis,

con la pata hacia arriba;

entonces, lo tengo yo.

Ven que se acerca el mendigo a la tómbola con un boleto y después de comprobarlo, el señor del puesto, le da al mendigo el dinero.

GRACIELA -. Bastante he visto yo,

de darle a ese mendigo

el de la tómbola el dinero;

pues por lo menos eran tres

billetes , que marrones

me ha parecido, le dio.

MARI PAZ -. ¡Haber!; tú Anacleto:

¿Haber qué has hecho, señor?.

Enséñame tu boleto,

que te lo pido yo.

ANACLETO -. Mujer… Yo…

MARI PAZ -. Titubean tus palabras

y nervioso te has puesto.

¡Anacleto, que te veo!:

¿Dónde tienes el boleto?.

ANACLETO -. En la vida no es todo lujo,

que humanidad se dio

entre nosotros, queriendo

ayudarnos como hermanos

en esta senda de fuego.

MARI PAZ -. ¿Qué quieres tú decirme?.

JUAN CARLOS -. Ese boleto le dio

a ese mendigo, que haciendo

las delicias de los dos,

hace un rato, ahora;

aquí, bien, nos complació.

MARI PAZ -. ¡Qué bondadoso es el tío!;

con el dinero, que no

lo echa ya de menos,

ni falta le hace a él,

se viva como se viva,

en casa, ya, puede haber

un pan o un trozo o poco,

lo mismo le da, al revés.

ANACLETO -. Si tú hubieses visto la mímica

que ese joven echó

hace un rato, aquí mismo,

te ablandase el corazón.

Un pie, para arriba

y otro abajo;

una mano suplicando,

mientras la otra pasando

por su faz, ya, dolorida,

de esa vida que es la suya,

de una parte a otra andando

por estos pueblos, te pida

una limosna con gracia

y con cierta simpatía;

en vez de mostrar su agobio,

te expresa, él, alegría.

MARI PAZ -. Ven para acá, Anacleto,

que te voy yo a expresar,

esa alegría que tengo

metida en mi corazón.

Sale corriendo Anacleto y Mari Paz detrás de él por entre las mesas y dando vuelta por el escenario, hasta que los separa Juan Carlos.

JUAN CARLOS -. ¡Quietos, los dos, ya!;

que parecéis como muchachos

jugando al trompo de paso.

¡Quietos, os digo yo!;

no seáis insensatos,

al portaros con vosotros,

al igual que niños malos.

De repente, las chicas se quedan en vestidos de galas, y de lentejuelas y salen al medio del escenario al igual que aparecen los jóvenes, bien vestidos.

11 C A N T A N Y B A I L A N

Mi corazón ha tocado

el fondo de este querer;

se puede decir le tengo

más alegre que ayer.

Este, mi cariño fiero,

es un león desigual,

cantando lo que te quiero

y diciéndote lo mal,

que está lejos de ti

encontrándose sin amor.

ESTRIBILLO -. Mi cariño, es tormento,

que no puede igualar

las penas que llevo dentro

y el aliento de amar.

Me hierve en lo mas profundo

este ardor desigual,

de hacer el bien por dentro

y el sentimiento de amar.

En este día, señores,

las penas vengo a echar

fuera de mi mismo cuerpo,

con deseos de aliviar,

este mi gran secreto,

que es el arte de olvidar

al que poco me quiere,

y querer a quién me quiere,

con un deseo inmortal.

Amor, te tengo en secreto

y a veces voy a callar

este mi sentimiento,

que me está pidiendo amar,

a tu persona por ello

y a tu forma de mirar.

ESTRIBILLO -. Mi cariño es tormento,

que no puede igualar

las penas que llevo dentro

y el aliento de amar.

C A N T A N L O S A C T O R E S

Amor por dentro yo llevo

metido en mi corazón,

con ardiente deseo

de verme con, ese, mi amor.

Esta alegría, que tengo

la voy, yo a compartir

con el resto de las gentes,

para que puedan decir:

Amor con amor se paga,

y no con desamor.

Me fluye, que llevo dentro

una dicha que no hay igual,

por ver correspondido

ese amor, que tú me das.

C A N T A N L O S J Ó V E N E S

ESTRIBILLO -.Mi cariño es tormento,

que no puede igualar

las penas que llevo dentro

y el aliento de amar.

Amor, es una palabra

algo sublime en si,

amor es una dicha

que me está pasando a mi.

Mis ojos, no ven los tuyos

si me encuentro lejos de aquí,

y si de cerca los miro

los veo con frenesí.

Amor, por decir amor,

es poca cosa en si;

mas si se dice de veras

es otra cosa que a ti

te puede agradar ahora

y te sepa a dulzura,

esa palabra de amor.

ESTRIBILLO -. Mi cariño es tormento,

que no puede igualar

las penas que llevo dentro

y el aliento de amar.

¡Haber…Que si, que si!;

que yo no puedo ni hablar

esta dicha que yo siento,

no se puede, ya, hallar

en otro cariño así.

¡Haber!…¡Haber!…Ya que si:

Todo es dicha desigual,

con la manera de amar

a la persona que tú das

ese, tu noble querer.

¡Que si!… ¡Que si!… ¡Que si!:

¡Así!…¡Así!…Ya puede ser,

¡Haber!…¡Haber!…Por que no;

se puede amar y querer.

Se va Mari Paz por la derecha y Juan Carlos y Anacleto se arriman a la tómbola.

MARI PAZ -. Para casa voy corriendo

sin perder ningún tiempo,

que el puchero me he quedado,

puesto yo en el fuego.

JUAN CARLOS -. Y nosotros, Anacleto, nos arrimamos

a la tómbola, para ganar algún juego,

que nos reporte beneficios

sin hacer un gran esfuerzo.

Se arriman Juan Carlos y Anacleto a la tómbola, mientas Antonio Pedro se sienta con Graciela.

GRACIELA -. Te veo muy animoso

hablando con esa joven,

y en los ojos y en tu rostro

se te ve la alegría,

que pone el lelo, gracioso,

al tratar de sentimientos

que se llevan en el cuerpo.

ANTONIO PEDRO -. Mujer; por verme no culpes

a ningún hombre en el trato,

que un hombre a una joven

la haga pasar, ya, luego

un rato de buena tensión,

un rato de buen consuelo.

GRACIELA -. ¿Consuelo tú, ya la dabas

a esa muchacha, luego?:

¡Ya decía yo, que por algo,

te quedabas en el puesto!.

ANTONIO PEDRO -. Pero, aquí, yo pensaba;

en este velador, aquí puesto,

cerca de ti me hallaba

y no pensaba en ello,

en cautivar a una joven,

penando en otra: No puedo.

GRACIELA -. Pues deja, tú, de pensar

y piensas tener compañera,

que mujer aquí no encuentras

sentado cerca de mi…

Que te lo digo, y es cierto.

ANTONIO PEDRO -. Veo, que en otro piensas

y nada podré hacer

pensando en ti, ya luego.

Sale Graciela por la izquierda y se sientan, Juan Carlos y Anacleto en el velador, recopilando lo que habían ganado.

ANACLETO – Aquí, una pelota veo

y más allá, yo tengo

una muñeca que da

las gracias con la cabeza,

al darla tú un pellizco

en el brazo que te indico.

JUAN CARLOS -. Me indicas una muñeca,

que con ella, tú, ya juegas;

será por edad o por mayor

te sientes como un enano.

ANACLETO -. ¡Qué poca vista, que tienes!;

al decirme, que soy viejo,

mientras un muchacho, me siento.

JUAN CARLOS -. Perdón…Perdón ante todo.

A mi me ha tocado dos

pelotas y una cesta;

que no sé para que me sirve,

si sirve para algo esta.

ANACLETO -. A la mujer para la compra.

JUAN CARLOS -. ¿A la mujer para la compra?:

Pues dila que has sido tú

el que ganaste en la tómbola.

ANACLETO -. Las gracias te doy yo,

al presentar tu amistad

como si fueses pariente;

y te despojas de ella.

JUAN CARLOS -. ¡Si, hombre!… Tal vez como hermano,

por poco se te escapa,

y en vez de parientes dices:

Somos de la misma madre,

y somos de la misma célula.

Se va Anacleto por la izquierda haciendo un gesto despectivo con el brazo.Entra Graciela por el lado derecho, con gran furor y como con genio.Juan Carlos se asusta al verla y pone cara de esperar algo malo, alguna noticia poco grata, y así fue por supuesto; pues sin sentarse, Graciela y dando pasos para adelante y para atrás, sin saber lo que hace, comienza hablar.

GRACIELA -. ¡Vaya poca vergüenza!.

JUAN CARLOS -. Te veo muy azarada:

¿Qué pasa; por qué es eso,

si puede saberse presto?.

GRACIELA -. Saberse, se va a saber

por qué vengo yo corriendo

en esta hora maldita,

en esta hora de ensueño.

Acude Antonio Pedro, que ha estado pendiente del furor de Graciela.

ANTONIO PEDRO., ¡Esto está mal!; esta joven

aquí no está fingiendo,

y con recelo ella trata

un tema, que va al cuento.

JUAN CARLOS -. Deja expresarse a ella,

y déjala su entendimiento;

que sepamos aquí mismo

qué la trae, aquí, con esto.

GRACIELA -. En mala hora marché;

me fui de aquí, yo, corriendo

a mi casa me dirigí

y al pasar por la de Juan Carlos,

vi como entraba Mari Paz

tan firme, como queriendo

ver algo dentro de ella

y decidida al empeño,

de que había algo interesante,

interesante, por dentro.

JUAN CARLOS -.¿Y después?…

GRACIELA -. ¿Hace falta otra después

para ver, yo, todo esto?.

Ese después fue lento,

que saliendo al cabo del tiempo,

con sonrisa picarona

y su cuerpo todo fresco.

ANTONIO PEDRO -. ¡Pardiez!; noticia tan buena,

se da en estos momentos.

JUAN CARLOS -. ¡Calla!, Antonio Pedro, presto.

GRACIELA -. Si, calla, que no es para bromas

la noticia que os adelanto

en esta hora cualquiera;

qué mas da una hora,

o sea cualquier otra, en secreto

entró la fresca ésa

en casa de Juan Carlos corriendo.

JUAN CARLOS -. Sin mi permiso, entró

y es grave esta noticia;

porque: ¿Será allanamiento o no?.

Pero que no es para risa.

GRACIELA -. ¡Pues eso!…

Entra Mari Paz con recelos y creyendo no ser bien recibida y poniéndose al otro lado de Juan Carlos, espera ser preguntada.

JUAN CARLOS -. ¿Que me dices, a mi, Graciela,

de que en mi casa tú entras,

como en casa cualquiera?.

MARI PAZ -.¡Tardó en contarlo la tía!…

GRACIELA -. Yo no soy tía: ¿Mas tú qué hacías,

buscando en otra casa:

Que la tuya no encontrabas

y esa, ya, tú creías

era la tuya, muchacha,

y tomaste posesión

de la casa en porfía?.

MARI PAZ -. Mas la gata se escapó

y detrás de ella, en seguida

me dirigí yo

para sacarla, encima

de esa casa: ¡Señora!.

GRACIELA -. ¿Y vistes algo tú,

que te llamara la atención?.

MARI PAZ -. Vi la ropa interior,

de Juan Carlos, allá colgada

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