ingrato, quiero.
JUAN CARLOS -. (Canta).A esta dama
guapa y altiva,
yo mis cariños
bien la demuestro,
por ser mi vida,
mi ilusión perdida
por un mal entendido,
que me ha perdido,
con ella misma,
C A N T A N T O D O S
¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!;
qué cosas pasan en el querer:
Se cuece algo,
se sirve algo,
con mucha fe.
Mas de ilusiones
se vive también,
que el que quiera
ser correspondido,
se aflige sólo
con sus deseos
de ser Morfeo,
o tal vez musa
de algún cuento,
que hable cosas
del corazón
sin mucha pena,
y gran contento
de algún día
ser todo cierto,
lo que el pensamiento,
en un buen rato,
te dicte tanto
cariño puedas:
Querer sin llanto.
ESTRIBILLO -. ¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!;
qué cosas pasan en el querer:
Se cuece algo,
se sirve algo,
con mucha fe.
Cariño ingrato,
cariño fiero;
saber yo puedo
quererte tanto
como te quiero,
amamantando
todos tus deseos,
de ser una dama
tan hermosa
como ninguna,
tan grata y pérfida
a la vez, alguna
cosa se ha dudado
en el amor
correspondido
como el que amo,
a esta moza,
yo la confiese
quererla tanto.
ESTRIBILLO -. ¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!;
qué cosas pasan en el querer:
Se cuece algo,
se sirve algo,
con mucha fe.
Aquí yo expongo,
suspiro intenso,
todos mis cariños
en este medio
con confianzas
de ser amante,
de ser tu dueño.
¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!…
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SEGUNDO ACTO
Aparece un puesto de bebidas refrescantes, por primera vez, y en caso de que la compañía sea corta, la misma castañeda vende la bebida refrescante, con dos veladores puestos para tal servicio.
En escena todos los protagonistas.Anacleto, Graciela, Antonio Pedro, sentados en un velador.Mari Paz y Juan Carlos, sentados en otro velador, frente a los otros actores.
Como en la escena se ve gente cerca de la tómbola y las castañas, hay la presencia policial.
MARI PAZ -.Va cogiendo ya fama,
esta verbena tan buena,
que de nuestro barrio es emblema,
por gracia y por su hacienda.
ANTONIO PEDRO -. Hasta ha aparecido
un puesto de bebidas frescas,
y refrescarnos podemos
a todas horas en el olvido.
ANACLETO -. Ha aumentado el personal
y con ellos la discordia;
así que se puede ver
al orden poniendo forma
de paz, con toda la porra.
Se oye la tómbola y un murmullo de personas alrededor de ella. La castañeda en el puesto con la paleta da vueltas a las castañas y mientas en los veladores se mueven con gran recelo sus personajes comedidos y en la barra se alza alegre el botijo para calmar la sed del sediento. El chico juega con el aro y molesta a la vigilancia policial, que sale haciendo gestos detrás de el. La rosaleda, ha florecido con gran fuerza y unos jardineros terminan sus tareas, acercándose al botijo y quedándose recostados a la barra. En compañías pequeñas, se puede suprimir todo esto. Aquí puede un cantaor o cantaora, conocido, lanzar sus coplas al viento, en términos de tres o cinco minutos.
Después de un silencio, hecho en toda la escena y acoplarse, como se ha dicho, al personal; replican los actores.
ANTONIO PEDRO -. En esta mesa estamos
los mejores, sin pena,
haciendo cábalas
para el futuro,
de nuestras damas prendados
por ver el amor correspondido,
en lo que en si apostamos.
MARI PAZ -. Pues, digamos, en esta otra,
los personajes que estamos,
no somos mal de ver,
que nuestra fama y figura
maniquíes pueden ser.
ANTONIO PEDRO -. Aquí somos figurines
por completo, de una vez,
con lisonja
no se hace el cuerpo,
que se tenga
por doquier.
MARI PAZ -. Pues dime, tú, a mi, ese
que es lo que puede ser;
si los cincuenta no los cumple,
que los cumplió anteayer.
Cascarrabias y machacón
un hombre: ¿Qué puede se?.
Con esos atributos,
si también su corazón,
no le dicta de buena fe.
ANACLETO -. (Nervioso y moviendo el velador).
Me ha llamado
a mi viejo
esa mujer ahora mismo;
mas que ella se vea
su forma
lana de ovino:
Una modorra, dura,
sus carnes ni para el cocido,
teniendo ya espolones,
la gallina clueca
no para ni en el nido.
MARI PAZ -. (Nerviosa y levantada).
Ese gallo no me medra
con sus requiebros,
mal consentidos;
que es cosa de pensar
sea la edad
y no el genio fingido.
ANACLETO -. ¿Fingido?.
MARI PAZ -. Fingido; ¡si!.
Se van uno al otro seguidos de sus parejas entablando una disputa con los gestos y separándolos los jardineros, en este intermedio, llega la policía, dando con la porra al aire
POLICÍA -. ¡Quito al orden!.
ANTONIO PEDRO -. Esto no es nada.
POLICÍA -. ¿Quién ha empezado?.
MARI PAZ -. Aquí apostamos,
mas bien, ya, un juego,
que el que salte
aquí ya, esto – (Señala al velador)
se gana un beso.
POLICÍA -. Mas con fuerza no es eso;
que los juegos se ganan
apostando primero
y mas tarde ganando
al adversario con celos.
Será una contienda
amistosa, yo creo:
Sentaros en las mesas
y estarse quietos.
Se retiran los jardineros haciendo gestos con las manos al aire, como de que hubiese pasado si no hubiesen llegado ellos y el orden, a ese lugar. En ese momento, entran por la izquierda unas chicas bien ataviadas, yéndose para la barra a donde están los jardineros.
En son de ballet, salen los jardineros al medio del escenario, seguidos de las chicas y bailando rítmicamente, entonan una canción.
6 CANCIÓN
¡Que si!, que si!;
así, así,
así,
así, así, así.
Aquí se puede ver
fluir claro el amor,
sin trabas ni tapujos,
con una buena dama.
¡Que si!, ¡que si!;
así, así,
así,
así, así, así.
Está claro el amor
en este jardín florido,
se respira concordia
entre sus personajes;
con un gran pudor,
se respira cariño,
que en el aire resuena
ya en si su voz.
¡Que si!, ¡que si!;
así, así, así,
así,
así, así, así.
Sea como una tómbola,
cada uno que le toque
bailará con su pareja
en son y buen compás,
sin demostrar en si ya pena
de con quién pueda bailar,
el otro su vecino,
con la pareja ideal.
¡Que si!, ¡que si!;
así, así, así,
así,
así, así, así.
Aquí unas papeletas
repartimos a todos
los de las mesas están
sentados en este sitio
para en si demostrar
su grandeza en el baile
y a su pareja conquistar.
¡Que si!, ¡que si!;
así, así, así,
así,
así, así, así…
Reparten unas papeletas y salen a bailar cada uno con la pareja que le ha tocado, quedándose en el centro del escenario, más cerca de las personas, la pareja que bailan; mientras las otras parejas, hacen como que hablan entre ellas.
ANACLETO -. ¿Serán estas mariposas
las que revuelan por mi,
alrededor de mi cuerpo;
o será visión borrosa,
que con mi sólo alieno
provoco yo en si?.
GRACIELA -. ¿Haber qué va ha ser eso?:
Lo que usted ve por ahí;
visión contemplo en secreto
y no por yo decir:
Que la veo por ahora;
ya que verla no es posible,
mi persona se desvela
y hasta miedo me da a mi.
ANACLETO -. Si tú quisieras, hermosa,
yo te haría un trono
de virtudes y de rosas;
mas de joyas un tesoro.
Te pusiera a ti en medio
de tu paso tan gracioso,
ese cuerpo, esa vara,
ese nardo tan moderno,
como mimbre se cimbrea
al son de todos los vientos.
GRACIELA -. No entiendo ni una palabra,
de lo que usted me dice;
será que no he estudiado lenguas
y en la vernácula no finge,
esas palabras tiradas
al son y al aire, se aflige
el que con suspiros
al tiento, lanza su quejido,
y nadie, en si, lo entiende.
ANACLETO -. Entender, es poca cosa,
que es mas bien de cuentos,
el entendimiento pone
pena y no mas bien sentimientos
en el amor, este arde
su cuerpo como una rosa;
desesperado me veo.
GRACIELA -. Pues arda usted,
algún tiempo,
y después, con sentimientos;
le digo que se calme
y no provoque al fuego.
Se van para sus pasos, mas bien para atrás, Anacleto y Graciela y se adelantan en medio del escenario, Mari Paz y Juan Carlos.
MARI PAZ -. Será, que la brisa sopla
con más fuerzas todavía,
será, que mi mente piensa
en mil maneras y tonterías.
JUAN CARLOS -. Será; será, alguna tontería
como usted ahora dice
y yo he dicho en mi vida.
MARI PAZ -. Será, el confín de amante
o será cosa de envidiar;
la que a mi me tienen,
esas mujeres encima.
JUAN CARLOS -. Será; será, envidia maldita,
la que a usted la tienen,
esas damas, tan marchitas.
MARI PAZ -. ¿El por que, ya en si, las flores,
se postergan a ese viento,
que aun suave, no endereza
ni sus mismo pétalos?.
JUAN CARLOS -. No hay que tentar a la suerte
de por vida ya celosa,
para ver lo que revierte
en su cariño esa moza.
MARI PAZ -. De mi estoy yo hablando;
y no de ninguna otra:
Por ser cariño el mío
lo que profeso por ti,
o por ser, tal vez, confianza
de una dama a este hombre.
JUAN CARLOS -. ¡Señora Paz!; por Dios, yo digo:
Que en secreto nos retiremos
cada uno a su nido.
Mientras tanto, lo están todos observando, Antonio Pedro; al que no ha tocado bailar con nadie y en son de desacuerdo, finge ser correspondido y a la vez a no estar de acuerdo con lo que él ha oído.
ANTONIO PEDRO -. ¡Qué insensatez he oído!,
en esta hora, señores;
aquí algunos se crecen
más que el bicarbonato en la harina.
Aquel, que quiere aquella,
aquella no quiere a ese;
esa otra dama quiere
y el galán no la aporta
ese cariño sincero
como ella se merece.
¡Haber a quién quiero yo!;
si mi dama no responde
como manda la ocasión.
Salen otra vez los jardineros y las chicas, en son de ballet, cantando y balando.
7 C A N T A N
¡Que si!, ¡que si!;
así, así, así
así,
así, así, así.
No se por quién suspiro,
ni por quién está mi vida;
si por aquella o la otra:
Pero en si no respira
mi voluntad ya cohibida
por el sentimiento amoroso,
que provoca la ocasión
de verse entre las dos.
¡Que si!, ¡que si!;
así, así, así,
así,
así, así, así.
En este jardín las flores,
no se sabe cuales son;
o aquella carita en pos
de buena compañía,
como manda la ocasión.
Esa carita de ángel,
que reluce más que el Sol;
con sentimientos amorosos,
buscando su perdición.
¡Que si!, ¡que si!;
así, así, así,
así,
así, así, así:
Estando contigo la Gloria
está más cerca todavía,
pues con la mano la alcanzo
sentado y sin porfía.
Sublimidad en el Alma,
la persona siente alivio
de ver en su dama presente
y su querer, correspondido.
Así, así, así…
Salen por la derecha los jardineros y las chicas, por la izquierda sale Anacleto, Mari Paz y Antonio Pedro; quedándose en escena, y sentados frente a frente, en sendos veladores, Graciela y Juan Carlos, no mediando ni una sola palabra.
No se oye ni un solo ruido, ni de la Castañeda, ni de la tómbola, ni el crío; solamente una "sonanta" lanza sus notas al viento, desgarrando el sentimiento de los dos enamorados.
Se va apagando las luces y con una sola luz intensa, se alumbra al velador donde está Juan Carlos.
JUAN CARLOS -. Este amor, que a mí me abrasa,
y que arde en todo mi cuerpo,
esta cosa; ¿Qué me pasa?:
Si adivino ya, que es cierto
este cariño, el mío
y este fuego intenso.
Me muero, yo, por querer
a esta moza altanera,
de cara angelical
y confianza sincera.
Estoy pensando y pensando,
estoy entre dos fuegos;
querer, cariño y ardiendo:
¿Qué me conviene luego?
Me desvelan mis pensamientos
y no se el camino escogerlo;si el uno, que es más recto
o el otro, que es sincero:
El primero con picardía,
enamorarla yo puedo,
el segundo, tal como soy,
presentarme como dueño,
de su querer altanero.
Me asaltan mil pensamientos
en mi cerebro las notas
de acordeón y Morfeo;
devaneos llevo dentro
mi ser, por todo mi cuerpo,
que la moza se está poniendo.
¡Ay!, desgraciado de mí,
si la dama no me quiere:
¿Cómo aplacaría yo,
esta llama aquí por dentro?.
El querer es devaneo
de un cariño siempre incierto;
del que no está consigo,
ni lo tiene todo recto.
Mas, yo, tengo que saber
si esta moza está por mí
y mi cariño correspondido
se ve de inmediato, así.
Suena la " sonanta " y después de un rato, deja de sonar, para apagarse la luz en el velador de Juan Carlos y encenderse en el velador de Graciela.
GRACIELA -. Este mozo, a mí me ama,
y no responde a mi llamada;
más cortado que la una
está el pobre de espalda.
¿Cómo podré atraerle,
con una buena indirecta,
si el hombre no responde
ni tan siquiera con esa?.
No hay duda, que pase tanto
por conseguir mi querer;
pero, que lo consiga hasta
de tanto ir y tejer
la madeja en el ovillo,
que no pueda desenredar
ese hilo, mi cariño,
esa gracia, mi bondad.
Mas, esa mujer me espanta
con tanta desfachatez que va
por la vida sin decoro,
por esa senda inmortal,
de su gracia, poco correspondida,
de su afecto; ni que hablar.
¿Será que ella pretende,
solita, llevándoselo al Altar,
imaginado en su gloria;
en su gloria particular?.
Mas esto no puede ser,
que ya se llevó a otro
y rana, le salió después;
su hombre, que no su mono,
aquel que todo lo fue
para ella con hinojos,
cayó del palo después
asustando a las gallinas,
que están en el palo y de pie.
Tal vez, la culpa no tenga,
ese galán altanero,
de ese cariño tan fiero,
como muestra esa mujer:
Ese amor no correspondido,
que le pueda yo querer,
y atraerle hacia mí misma,
que me dicte a mí, mi fe.
Suena otra vez la "sonanta" y se da la luz en todo el escenario. Corre el chico con el aro de tal manera, que al dar la vuelta cerca del velador de Juan Carlos, le coge el vaso y se lo lleva, sin querer, al velador de Graciela. Juan Carlos duda si va o no va a por el vaso; pero al final, se levanta y se dirige a donde está Graciela, intentando coger el vaso, él mismo. No obstante, Graciela se ha dado cuenta.
GRACIELA -. Se ve que te atrae algo
en esta mesa tan primordial;
será tu interés
por alguna cosa,
que haya aquí,
o será la fuerza del amor perdido,
lo que te trae a ti
a esta mesa
con buen agrado,
para ver correspondido
tu celo por algo.
JUAN CARLOS -. Ser. ¿No se qué puede ser?:
Tal vez será, ¡eso!;
una quimera,
una faena
me hace alguien,
me acerque aquí.
GRACIELA -. ¿Tu pensamiento,
tu buen deseo
de verme a mí?.
JUAN CARLOS -. No se qué dices,
ni se qué quieres
con esos quiebros
de buen engaño,
me pase a mí.
GRACIELA -. ¿Celoso el joven?.
JUAN CARLOS -. ¿Celoso yo?: No se por que;
mas en si puedo,
mas en si quiero,
verte a ti.
GRACIELA -. Ya ves qué fácil
decir: ¡Te quiero!.
Hablar de amores,
secar ese llanto
de buen encanto,
que traes por mí.
JUAN CARLOS -. Mas, tú no has dicho…
GRACIELA -. Decir, lo puedo.
JUAN CARLOS -. Decir: ¿El qué?
GRACIELA -. Decir te quiero,
sin ninguna traba,
aquí lo expongo
de buena gana.
JUAN CAROS -. Veo, que es fácil,
esa palabra
sin ningún escrúpulo,
en compañía
de buena amada.
GRACIELA -. Mas, aun recelos
me queda a mí.
JUAN CARLOS -. ¿De qué?: Hermosa.
GRACIELA -. De una dama,
no muy graciosa,
en compañía,
de ti a mí.
JUAN CARLOS -. Serán bobadas,
serán recelos
de poco monda,
que no hace al cuento
por no ser cierto.
GRACIELA -. ¿A ti te obligaba,
esa mal dama,
a corresponderla
como la amabas?.
Ya sospechaba
yo bien eso,
de que tú no podías
estarte quieto,
donde querías,
y seguías sus pasos
inciertos, fieros.
JUAN CARLOS -. Lo cierto, es cierto.
GRACIELA -. ¿Entonces has venido?.
JUAN CARLOS -. De buena gana.
GRACIELA -. ¡Haber, Cupido!.
JUAN CARLOS -. Con dardo cierto,
poder, me ha dado,
en mi corazón,
para que en si el cariño
te pida yo.
Entran todos a la misma vez a, indistintamente; unos por la izquierda y otros por la derecha del escenario y cantando.
7 C A N T A N T O D O S
En buena hora,
y en compañía
de esta mujer,
aquí ya estamos
cantando todos
a su querer.
¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!:
Qué puede ser,
lo que se suspira,
lo que se adivina
por ella,
su cabecita
de buena moza,
de buena hembra;
este su fiel,
servidor, ya quiere
verla graciosa,
verla melosa;
su tensa piel.
¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!:
Qué puede ser;
esos sus ojos
ya tan radiantes,
esa boquita de alhelí,
esa carita como una rosa
y ese nardo, su cuerpo si.
Prendado estoy por ti;
por esa dama,
por esa rosa
de este jardín.
¡Haber!, ¡Haber!, ¡haber!:
Esos sus dientes, poder
ya pueden ser de marfil;
esas palabras que saben tanto
a ser melosas,
a ser graciosas,
resuenan a si…
Así de bien, entre mi llanto,
entre mi canto;
yo lo prefiero,
prefiero así…
¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!:
Este mi grato querer,
en si, ya no responde
el eco al llanto,
de estos mis ojos,
lágrimas y penas
de mi querer.
Que fiero el tema,
que fiero el lema;
decir yo puedo:
¡Te quiero tanto!,
¡te amo tanto!:
Es un decir.
¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!:
Este mi ser,
este lamento,
de mi agonía,
es para ti:
Con este quiebro,
con este lance,
de mi persona,
te lanzo a ti.
Envuelto en manto,
ese tu cuerpo,
de frenesí,
te pido tanto,
como te pido;
te quiero a ti.
¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!:
Qué puede ser;
esos tus ojos,
ya tan hermosos,
me miran amorosos
y yo no puedo
verlos así.
Este mi trance,
de mi agonía,
aquí me pongo
a bien decir:
¡Te quiero tanto!,
¡te amo tanto!;
que mi persona,
está por ti.
¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!…
Dan vueltas alrededor del escenario, mientras Graciela y Juan Carlos siguen sentados en el mismo velador y por fin se para Mari Paz, encarándose con Juan Carlos.
MARI PAZ -.¿No se por que me dijiste,
me ibas a comprar a mí algo?:
A mi creencia, yo, digo
que iban a ser tres castañas…
O por lo menos cuatro.
GRACIELA -. ¿Pues no hace un rato,
que me hablabas en secreto,
y me decías, ingrato,
lo mucho de tus deseos?.
JUAN CARLOS -. ¡Mujer!; el que regala
no expone, su voluntad
al deseo,
es mas bien que impone
su impulso, como yo creo.
GRACIELA -. Con tres castañas o cuatro,
tú a mí me das penas;
no hace ni un rato
hablabas de querer con esta,
la moza de todos tus sueños,
la dama de tus deseos.
JUAN CARLOS -. Yo te digo…
GRACIELA -. No lo cuentes;
que tal vez no sea algo
grato para este cuento,
y si mas bien un estruendo
de pena y sin gloria
para tu hombría, haciendo
mariposas de verano
y nada de buen deseo.
JUAN CARLOS -. ¡Mujer!; que no es eso.
GRACIELA -. ¡Que no ha de ser!:
¿Si esta dama te demanda
tu presa consentida,
que un buen día tú la hiciste
en su grata compañía?.
JUAN CARLOS -. De promesas: ¡Eso nada!;
que esta dama se lo saca
de la manga, ahora mismo,
y yo, como si nada,
te lo digo al oído.
GRACIELA -. Oír, no he oído nada;
que no es cosa misteriosa
y en cambio si lo veo,
lo que en si esta moza
pudo decirte luego,
que tú con tus engaños
la sedujeras en secreto.
Salen de escena todos, y hace malabares con el aro el chico y al dejar este; en compañías fuertes, se ve un malabarista en pleno escenario. La idea es; que haya una compañía paralela a la del teatro, de cantores y malabaristas, en condiciones.
Hay un receso de quietud en el escenario y al cabo de un pequeño tiempo, sale Graciela por la derecha y Mari Paz por la izquierda.
MARI PAZ -. El tiempo todo lo tapa,
lleva, también, a su sito
toda trama, que se haya
producido entre nosotros;
y no hay nadie que se vaya
sin su paga por supuesto.
GRACIELA -. ¿Y eso, qué significa?:
Si hay algo, que lo indique
por donde va esa trama;
si por el mismo cariño,
o por decir lo que ama
ese mozo a esa dama: Dama
mas bien será, que la engaña.
MARI PAZ -. La dama, no es engañada,
que el cariño siempre existe
y no hay escapatoria,
si Cupido con sus flechas,
dardo certero, te da en tu ser;
para después aliviarte.
GRACIELA -. Hablas como tú quieres
y no como los demás
quieren, que hables;
piensas en tus quereres
y no en el de nadie.
Comparas el cariño del joven,
haber si lo tienes presente
agarrado por la mano,
y mas bien firmemente.
MARI PAZ -. ¡Ah!…
Sale Mari Paz del escenario y se queda Graciela en un monólogo.
8 C A N T A
GRACIELA -. Me pone inquieta,
me pone tensa,
esta mujer;
a mí me mata
esas sus cosas,
que yo no puedo
verlas así.
Sus hechos malos
de dudosa dama;
ya que ella tiene
un hombre bueno,
tal vez iluso,
pero celoso de su mujer:
Qué nervios pone
a cada uno,
esta su gracia,
esta celosa,
esta mujer.
Mi gracia, puede
verse troncada
con esta dama
por este sito,
si alguna vez
yo la pillara,
la hiciese un mingo,
a demás de un nudo
a esas sus trenzas
ya muy pachuchas,
a esos sus cuatro pelos
de la cabeza… Así, así…
¡Ay!, qué mujer,
¡ay!, qué mujer;
no sabe nadie
lo que depara,
la suerte, si:
Por esos hechos
de poca gracia,
de poca monta,
de fenecí.
Hay que ver, que nervios,
me pone a mí,
esa mujer, esa dama,
que puede se;
tal vez lo sea,
dama refiero,
mas no aparenta
serlo después
de sus acciones
ya muy coquetas,
con otros hombres,
que no es el suyo;
pues te lo digo,
yo, así, a ti.
A ti, te digo,
que en esta trama
pasa ya algo
de drama inquieto
por ser así:
¡Ay!, que ver, que nervios,
me pone a mí.
Que yo la agarro,
que no la suelto,
que yo la hago
un ovillo entero
a esa dama…¡Que si, que si!…
Un público de la clac, se levanta como de improviso lanzando el grito de: ¡Achichárrala!.¡Písala la tripa!, y al parecer se da cuenta de su fallo y se va sentando poco a poco, como avergonzado. Tal hecho, provoca una sensación de admiración a los espectadores, que observan y oyen la obra.
Desaparece Graciela de la escena, por la derecha, y entra Juan Carlos, por la izquierda; el chico al verle, coge un cucurucho, entrando tres castañas en el y dirigiéndose hacia Juan Carlos, estirando el brazo se lo ofrece a Juan Carlos y éste, extrañado replica.
JUAN CARLOS -. ¿Qué significa esto:
Es quizás un regalo,
o es una trama fingida?…
…¿A caso, yo, aquí qué hago,
aceptando esta misiva,
que me lanza este muchacho
llena de veneno?:
Me asombro yo en seguida.
Este, con su recado,
su acometida termina
al darme el cucurucho
con tres castañas, afirma,
que este regalo es cierto.
Y alguna dama remita
a mi persona su gracia,
a mi voluntad, adivina
ese mi pensamiento
de estar por ella marchita.
Sale contento Juan Carlos de escena y entra Graciela por la derecha como perpetrando asentamiento, como apartada, para ver si Mari Paz compra las castañas; mas el chico, al verla, repite el mismo gesto, que con Juan Carlos y a demás coge algo, entrándolo en el cucurucho de castañas. Extendiendo el brazo, el chico, le ofrece el cucurucho a Graciela y ésta, con mucho amor y feminidad, a la vez que con mucho sentimiento coge el cucurucho y abriéndolo, lo primero que sale de el, es una rosa
GRACIELA -. (Con sentimiento y bondad).
¿A caso con esta rosa,
mi amor quiere comprar;
ese mozo no conoce
a esta moza de verdad?.
Mas aquí, cuatro castañas,
está pidiendo hablar
de amor hacia esta moza
y la quiere conquistar.
¡Qué vergüenza me provoca!,
estas cosas; de verdad:
con audacia y nada mas.
Se habla claro al oído
y se la dice en paz,
un par de requiebros,
que la haga bien vibrar:
Su cuerpo estremecido,
como junco se ha de mover
aunque no exista el viento,
ni siquiera soplo del el.
Entra Juan Carlos con el cucurucho en la mano de castañas, y a la vez Mari Paz; ésta, al verle con las castañas en la mano, se pone alegre.
MARI PAZ -. Cumpliste, tú, tu palabra
al mercarme las castañas;
¡qué bueno!, ¡Qué grato!…
GRACIELA -. ¡Qué ingrato!.
MARI PAZ -. ¡Qué grato!, es el destino
por donde vamos andando;
un camino de pétalos,
de rosas y de geranios.
GRACIELA -. Este villano comprando
unas castañas en mano;
está mas bien conquistando,
a esta otra mujer.
JUAN CARLOS -. Yo no he comprando, ni una
castaña, que haya, en si, yo mercado;
creí, que tu voluntad
me hacia algún regalo.
GRACIELA -. ¿Qué dices, tú de regalo?.
JUAN CARLOS -. El chico me las hubo dado,
en mano, estas castañas
y ahora esta señora, me las ha quitado,
fingiendo, que con cariño,
yo se las he comprado.
Deja el cucurucho de castañas en una mesa Graciela, con todo el genio del mundo; replicando.
GRACIELA -. ¡Haber si eso es verdad!:
Un paso adelante he dado,
que la otra de otro paso
y haber, si así, enredados
nuestros pelos en las manos,
este estruendo conquistando
a este joven presente;
a esta moza, el amó.
MARI PAZ -. El amor de alguna dama,
y no de moza fatal;
este joven no prefiere,
que se le hable, ni hablar,
de cariños, nuevos y fieros
y de gentes, sin bondad.
GRACIELA -. Este hombre, prefirió
hace tiempo, alguno ya,
decidió fuese su cariño
por una gacela,
dándola caza, ya,
sin que ella sea esquiva,
ni que se pueda marchar.
Se van los dos, una a la otra, y los presentes, salen a despartirlas la reunión. El agente del orden, sacando la fusta y con mucho respeto la va dando sebo, sin demostrar ningún gesto. Por fin entran los jardineros y Graciela se pone nerviosa, pero gracias a ellos, desparten a las dos mujeres; llevándoselas, una a un rincón y la otra al otro rincón. Graciela a la derecha del escenario y Mari Paz a la izquierda del escenario.
JUAN CARLOS -. (Dando un paso hacia adelante).
Asustado me he quedado
yo en este, mi trance,
y dando un paso adelante,
les digo con gran respeto:
Mas vale, que entre mujeres
no se meta, ya nadie.
¡Qué fieras, en el cariño!,
¡qué fieras, en el querer!;
sus sentimientos expresando,
también se pueda, ya ver
un ardor por todo lo alto
que nadie se podrá hacer,
con las fuerzas de esas damas,
de esas, buenas mujeres,
que demuestran su querer.
Los jardineros limpian el jardín y se marchan por la derecha del escenario y por la izquierda se marcha Graciela.
Entra por la izquierda del escenario Antonio Pedro, muy desairado.
ANTONIO PEDRO -. ¡Pardiez!; como una saeta
pasó, ella, por mi lado,
mas sin hacerme fiesta,
y un poco desairada.
Aquí se coció algo,
sin que estuviese, yo, presente;
al parecer ha frenado
esos aires, de repente
a esa moza con su vuelo,
que la lleva la corriente
de su solo pensamiento
al verse, ella, ausente
del protagonismo cotidiano,
con su hermosura, ardiente
para todos los hombres
amante, de sus quereres.
MARI PAZ -. Esa doncella vive
por su gracia de amar
al que se pone por delante
y no se puede ni hablar
de lo que ella, ya quiere;
ver a los demás
postrados a sus pies;
rendidos a su voluntad.
ANTONIO PEDRO -. Hermosa es la doncella,
mas gracia tiene en paz;
pero eso de rendirse
a sus pies:¡Ni hablar!.
Es cosa de ser prudente,
en el trato equitativo,
de un caballero a la dama
y no poner ya motivo
para descomponer la amistad,
de la dama a ese joven,
que se lleva de verdad.
MARI PAZ -. Mas si tú quisieras,
un audaz caballero,
que suspiras por esa moza
tus sueños cumplirás,
si esta dama te ayuda
pudiéndola conquistar.
ANTONIO PEDRO -. ¿Haber, que es esa trama,
que puedes disimular
en tus palabras ya bíferas
de serpiente y del mal?.
MARI PAZ -. Lo que te quiero decir:
Con una pócima, encima,
conseguirás su cariño
y algo más por descuido.
ANTONIO PEDRO -. ¡Pardiez!; que soy también chulo:
Pero como hombre procuro
enamorar a mis damas
con mis artes y disimulos
de palabras, siempre gratas,
con vocablos hacia el mundo,
que nos hace en el misterio
de ser hermanos profundos.
No quiero, yo, menesteres,
que en otros tiempos pasados
me los echen a la cara
y me llamen pretencioso,
por no obtener sus quereres,
como un hombre lo obtiene.
Sale Antonio Pedro por la derecha, raudo como una flecha y mientras tanto se queda pensativa Mari Paz.
MARI PAZ -. (Piensa).
Te digo, que he de conseguir,
esa moza, se enamore,
de tu persona marchita
aunque tú no lo merezcas,
ni tampoco te acoples,
con tus cariños de hombre;
por ser varón engreído
y ser, también, un disloque.
Van saliendo los protagonistas por diferentes sitios, indistintamente, y se van sentando en las mesas. Graciela con Anacleto, Mari Paz con Juan Carlos y Antonio Pedro se aproxima a la barra para coger el botijo del agua.
MARI PAZ -. Esta tarde, ya, relucen
estas flores su colores
con más brillo, se presume
salen todas a favor
de una dama lisonjera
entregando, en si, su amor:
Ese afecto cariñoso,
que produce este honor
de saberse correspondida;
correspondida, o no.
GRACIELA -. ¡Haber, si puede ser ya!;
lo que oigo yo, ¡Señor!.
Pues, no mas lo que dice
de corresponder a su amor,
ese joven aterido,
ese joven casi preso
de esa dama en pos;
está también ese joven
casi atado a los dos
pies, que le tiene,
sentado en el velador.
JUAN CARLOS -. ¡Callaos ya los dos!;
que ni gracia, ya, me hace
ni, estoy pidiendo perdón
a ninguna de las dos.
Por ser este galán inducido
a seguirla a esta dama:
No hay remedio: ¡Así no!.
Van entrando las chicas y se van a la barra, entablando una de ellas, una conversación amena con Antonio Pedro.
Poco después entran los jardineros limpiando el jardín y conservando las plantas.
Empiezan a moverse los jardineros rítmicamente y las chicas al verlos, salen con el mismo ritmo.
9 C A N T A N E L L O S
Amen de todas las fiestas,
se va, y se viene contento;
aquí mas bien se apresta
a ir por uvas al huerto.
Este enredo es diferente
a cualquier otra verbena
de aquellos, muchos, pueblos,
que también se dan quereres.
Mas en este sitio, señores,
no hay nadie, que en si, se escape
de un buen enredo, en las flores,
y le den con el capote.
Al igual, que el toro entra
por el trapo atraído,
estos hombres sin barrera
entran por ser ellos un mico.
Estas damas con ellos hacen
lo que hace, el buen, cupido,
tira recto, ya, su dardo
y luego no se las han visto;
escondiendo bien la mano,
sin que exista el pasado;
pues aquí no hay adivino,
que diga quién ha tirado
la flecha al corazón.
ACTORES -. En el corazón me dio
ese dardo misterioso,
que anda por este sitio
sin aplausos y sin rencor.
Mas nuestros buenos quereres:
Sentimientos amorosos,
que nacen del corazón;
de esta sangre siempre fluye
a borbotones, se dio.
ELLOS -. Así, así, ha de ser
lo que se haga aquí;
así, así, el querer,
de esa buena mujer.
ACTORES -. Aquí…Aquí… No puede se,
se de esta simpatía;
sin que se de el querer,
como tú bien ya decías.
ELLOS -. A mi me suena también
a nueces cascadas, tibia
y algún que oro peroné;
y no se puede saber
su desenlace fatal
de este, ya, su querer.
Se van los jardineros por la izquierda del escenario y las chicas por la derecha; oyéndose las tómbolas, muy atareadas.
MARI PAZ -. Parece se mueve el cotarro
en estas tómbolas, tan finas;
pues las gentes a las gentes llaman
sin enredos, ni porfías,
Acerquémonos al puesto
mercando una papeleta
o dos, para ver qué está tocando
en esos puestos en pos.
JUAN CARLOS -. Será cuestión, en si, verlos
y echar a su tómbola;
para que nos toque el enredo
que marque su papeleta
y diga en el boleto,
lo que, en si, ya nos toco.
GRACIELA -. Nosotros, también, a esa
otra tómbola nos arrimamos,
para ver, que en si, nos toca
esa muñeca pelona.
ANACLETO -. O aquella otra más guapa;
con ojos de esmeralda,
pidiendo, ya, el perdón
de estas gentes compasivas,
que están muriendo de amor.
ANTONIO PEDRO -. A mi, una garrota de dulce
me ha tocado aquí,
será que en si endulce
mi vida, de ti a mi,
con esta chica divina.
JUAN CARLOS -. A mi, también me ha tocado
otra garrota aquí,
en esta tómbola, me han dado
parabienes para vivir
y ver los desalientos,
que se marquen por ahí,
esos chavales mas feúcos,
que nada se parecen a mi.
ANTONIO PEDRO -. Chavales, vas tú diciendo
a hombres más apuestos a ti;
tú que sabes, si diciendo
esas cosas puedes herir.
JUAN CARLOS -. Yo, se lo que estoy diciendo
y decirlo puedo después,
a las gentes de este barrio,
al personal que aquí ves.
ANTONIO PEDRO -. Celoso estás de por suerte,
celoso y sin compañía;
que a ti puede quererte
con agrado y simpatía.
JUAN CARLOS -. Porque vallas, tú acompañado
de esa doncella altiva,
no digas que no es desgracia,
que no te quiera la diva.
ANTONIO PEDRO -. ¿A mi?.
JUAN CARLOS -. Si; a ti.
ANTONIO PEDRO -. ¡Te hago!…
JUAN CARLOS -. ¿ Qué es lo que tú haces?.
ANTONIO PEDRO -. Te hago, yo, a ti algo.
JUAN CARLOS -. ¿Seguro vas ha poder?.
ANTONIO PEDRO -. Pues hombre yo no fuese;
si contigo no pudiese.
JUAN CARLOS -. Haberlo, bien, de inmediato.
Blanden al viento las garrotas y caramelos y se lanzan el uno al oro, sosteniéndolos y separándolos los demás actores. Mientras tanto, el agente de la autoridad, saca la fusta y comienza, delante de ellos y entre los dos, a dar sebo al rabo de toro, con una gran maestría sin igual.
ANTONIO PEDRO -. Por el orden: ¡Que si no!…
JUAN CARLOS -. Si no: ¿El qué?.
ANTONIO PEDRO -. ¡UHF: Si no!.
JUAN CARLOS -. ¡Vamos allá!…
Se sientan todos en las mesas y Mari Paz se queda hablando con la Castañeda un rato y luego se sienta ella también.
ANTONIO PEDRO -. ¿Mas esto, qué puede ser?.
MARI PAZ -. Que yo he convidado
a los presentes aquí
aunque no se hubiese dado
ni una pizca por así
decir , que merecido
lo hubiesen, estos señores, hidalgos.
JUAN CARLOS -. Gracias por anticipado
la doy yo por ahora;
veremos si terminamos
las gracias enhorabuena.
ANACLETO -. Esto sabe, mas bien a algo
como de rancio y seco:
¿Será que con un solo trago
uno no puede saberlo,
lo bueno que está el refresco?.
MARI PAZ -. ¡Pardiez!.¿Qué dices al cabo?.
(Piensa) – Esta, mas bien, se ha equivocado
y la pócima le dio
a ese hombre desgraciado.
-. ¿A qué te sabe, Anacleto,
este refresco en mano,
que, en si, estás bebiendo
comodito y bien sentado?.
ANACLETO -. A seco, cuando me pasa
por el gañote, el trago
y mas bien amargo,
cuando llega desolado,
al estómago de inmediato
y me pasa a mi algo;
como un escalofrío,
que me corre por abajo,
este mi cuerpo helado.
MARI PAZ -. Asustarme, tú no puedes…
ANACLETO -. Pues te estoy, ya, asustando,
que el calor se ha trasformado
en todo mi cuerpo helado
y hasta tengo, en si, ganas
de arcadas y de arrojarlo.
MARI PAR -. Llevarle, presto a casa
y en el lecho acostarlo,
que le pase este trago,
en si, mal tomado.
Se llevan a Anacleto a casa entre Juan Carlos y Antonio Pedro.
MARI PAZ -. (Piensa).
Está viejo, el hombre
y no lo ha resistido,
que la pócima está fuerte
y es para hombres aguerridos.
Se oye un revuelo y una disputa en unas de las tómbolas y se ve correr, porra en mano, al agente del orden para poner coto en la contienda. La escena es corta y en seguida se deja.
Se levanta Graciela e intenta irse por la izquierda del escenario, pero se para a contemplar las rosas.
GRACIELA -. Hasta las rosas parecen
más bellas en mi presencia:
¿Será, que las hago algo
y no me doy, yo, ni cuenta?.
Esta abre, ya, sus pétalos,
aquella, sus colores presenta
y esta otra de esmeralda,
mas bien parece que está hecha.
Una a una y en conjunto
el rosal, ya, florecido
parece igual que un nido
donde se apiñan los polluelos
con sus plumas aguerridos.
El día hace a la noche,
y la noche ha venido
sin que nadie la llame
y sin que la hayan traído.
Mi hermosura es por ahora
una gracia de mi cuerpo,
pero poco a poco el tiempo
hará que marchite su gracia,
al igual que estas flores;
se marchitan sus colores.
Sale por fin, Graciela, por la izquierda y el chico
que está jugando con el aro, molesta a las personas que están participando en las tómbolas y salen corriendo detrás de el por la derecha del escenario. Entra Antonio Pedro por la izquierda del escenario.
MARI PAZ -. ¿Qué ha pasado de él?.
ANTONIO PEDRO -. Aquí un grano, allí otro grano;
mas en seguida se le ha quitado
y un picor por todo el cuerpo
mas bien, a él, le ha dado,
seguidos de escalofríos,
creyendo fuese a darle
un patatús al hombre
sin remedio a contemplarlo
de que ese fautor mortífero
se le hubiese, ya llevado.
MARI PAZ -. ¡Por tu padre!; que eres hermano
de dar mal las noticias
y todavía con desagrado;
a la parienta presente,
del pariente que está malo.
Se sientan en el velador Antonio Pedro tomando el vaso donde bebió Anacleto y tomándolo en sus manos le mira a través de la luz.
ANTONIO PEDRO -. Color, tiene, ya un rato
ese vaso opaco;
pues su color no se ve,
ni verse puede contemplarlo,
el que en si se asoma
a este líquido amargo.
MARI PAZ -. Testarudo puedes ser,
mas eres agraciado;
al decir que está amargo
ese líquido ya rancio
y seco por su virtud
de ser bebida fuerte
por algo.
ANTONIO PEDRO -. Porque contenga una esencia…
MARI PAZ -. Y tú no puedes callarlo;
que la bebida para él no era
y si era para ése hidalgo:
Ese joven que yo quiero,
y no me hace ningún caso.
ANTONIO PEDRO -. Con bebidas no se cubre
el cariño desolado,
de una persona a otra,
por ser cariño engañado.
MARI PAZ -. Pero si, te admira en secreto
y después de un buen rato;
te hace las alabanzas,
de un cariño desatado
al que no se le controla
y al que hay, mas bien, que atarlo.
ANTONIO PEDRO -. El cariño no es cariño
si por medio, media algo,
que se oponga a los quereres
nobles, para afirmarlo,
que ese cariño no es grato
pare el ser que repercute,
el cariño desolado.
Entran las gentes corriendo detrás del crío y este desaparece por entre el jardín, mientras las personas se quedan en las tómbolas. Entra a paso ligero y como asustada: Graciela, por la izquierda.
MARI PAZ -. ¡Como Alma en pena!;
como Alma en pena
marchas corriendo
a no se adonde.
¿Qué es lo que pasa?:
Pues yo no lo entiendo,
esa carrera,
que estás haciendo,
si pasa algo.
GRACIELA -. No he visto ojos
como hace un rato,
¡Así de grandes!;
mas abiertos los tiene
como rueda de molino,
que espanto, ya parece
y miedo a todas las gentes
va dando ese hombre
a su paso por la calle.
MARI PAZ -. Mas: ¿De quién se puede tratar?
GRACIELA -. De Anacleto, ése viejo,
que puede que no se halle
remedio para todos sus males.
MARI PAZ -. Aunque viejo, ese hombre
es mi marido y amante,
que yo soy su esposa
y no tiene, en si, ya nade
que hablar de mi Anacleto,
para bien o para males:
Máxime, sino es verdad;
esa boca se calle.
GRACIELA -. Lo comprobarás tú misma
en cuanto aquí se presente,
ese hombre al instante.
Remedios tal vez se halle
para el abuelo a sus males
si tú al encuentro sales;
pues no puede ver mujer
a medio metro, encontrarse
con alguna damisela,
que hay por estos lares.
Sale Graciela a paso ligero, por la derecha del escenario, mientras entra corriendo las chicas por la izquierda, como asustadas, saliendo por la derecha corriendo. Al cabo de un rato, entra Antonio Pedro por la derecha del escenario.
MARI PAZ -. Muy movidita está la fiesta;
de aquí para allá
se ven parejas,
se van corriendo:
¿Es que hay apuestas?.
ANTONIO PEDRO -. Si por esta puerta – (Señala a la derecha).
o por aquella puerta – (Señala a la izquierda).
dentro de un momento,
tal vez iluminado,
entre Anacleto.
MARI PAZ -. Mas hay que dejarle
entrar por ellas.
ANTONIO PEDRO -. Si yo le dejo…
MARI PAZ -. ¿Pues tú, qué te quejas?.
ANTONIO PEDRO -. La que tiene que tener
cuidado eres tú y no aquella,
que aquí no se encuentra;
mujer apuesta.
MARI PAZ -. ¿Mas si se encuentra?.
ANTONIO PEDRO -. Con las dos pudiera.
MARI PAZ -. ¡UHF!; que fiera,
este mi hombre,
mi Anacleto:
Que bien le ha dado
la pócima esa.
Entra Anacleto por la derecha con unos ojos descomunales, abiertos a más poder y al ver a Mari Paz, sale hacia ella, con los brazos estirados y las manos abiertas. Al llegar a su lado se arrodilla cerca de ella, suplicando.
ANACLETO -. ¿Será esta dama,
la de mis sueños;
será su gracia
la que contemplo?.
MARI PAZ -. ¡Haber!, Anacleto.
ANACLETO -. Esos tus ojos
como dos perlas,
esos tus pelos
de fino oro,
esa tu boca
sabe a menta,
esos tus labios
poder quisiera;
querer ser míos,
que ya lo fueran
en otros tiempos
de poderío…
MARI PAZ -. Mas tú lo has dicho:
Que ahora quieto
está el gusano
y no se mueve;
ni para arriba,
ni para abajo.
ANACLETO -. De poderío, yo bramo
con una fuerza
de mil venablos:
Me sale firme,
me sale por dentro,
yo que presiento
soy un león…
MARI PAZ -. Mas bien cordero
creí, que eras:
Tus pocas fuerzas,
imploro, yo.
ANACLETO -. Un león me siento
ante tu persona,
ante tu figura
de mujer hermosa…
MARI PAZ -. ¿Me ves así?.
¡Vaya que chasco!;
de este león,
pues la edad no dices
esta que tengo.
(Piensa) – ¿Haber si a caso,
me quita años;
por estar así?.
ANACLETO -. La edad no importa,
pues ya la tuya
está muy justa
a los cuarenta…
MARI PAZ -. ¿No digo yo?.
ANACLETO -. A los cuarenta
y estas por mi.
MARI PAZ -. ¡Si!: Hombre; si.
Entran por la izquierda las chicas y Anacleto al verlas, se levanta con los brazos extendidos y las manos abiertas y al pasar las chicas por su lado, sale detrás de ellas, hablando a una.
ANACLETO -. ¿Por qué corres?:
Preciosa, hermosa,
si ya tus pasos
un rosal florido
hacen nacer
y florecer aquí.
¡Qué piel melosa,
qué piel de miel!;
deja que chupe
de esa tu tez.
Salen corriendo por la derecha, las chicas, y por el mismo lado entra Graciela.
Anacleto, ya no responde por nada ni por nadie, al ver a Graciela, cerca de él.Se acerca a Graciela, da una vuelta alrededor de ella, se para, la mira de arriba a bajo, se restriega los ojos y vuelve a dar otra vuelta alrededor de ella.
ANACLETO -. La gracia, no puede ser,
que sea gracia tan hermosa;
como la que tú tienes
en ese cuerpo de diosa.
Si las flores a tu paso
se marchitan y angostan
y hasta los mismos claveles
hacen guiños a las rosas:
¿Cómo ese cuerpo imperial,
no se acerca a este mío,
que está prendado por el
y está sufriendo delirios?…
Entra Juan Carlos por la derecha y se levanta Antonio Pedro cogiendo le a Anacleto, los dos, uno por el brazo y cuello chaqueta y el otro por otro brazo y cuello chaqueta, sacándole del escenario. Anacleto, en su delirio de Morfeo, al paso de las flores, las hace carantoñas. Mientras se le llevan a Anacleto, conversan Juan Carlos y Antonio Pedro.
ANTONIO PEDRO -. ¿Qué le pasa a este tío?
JUAN CARLOS -. Será la viagra esa,
que le ha puesto, ya, perdido
en las formas y quereres,
y hasta no tiene olvido
para decir lo que siente
a estas damas; con suspiros.
ANTONIO PEDRO -. Pues que no suspire tanto;
haber si acaso al tío,
se le cae esa viagra
en todo el coco; yo digo.
Se ve al chico, al salir con Anacleto, mas bien un poco alegre, jugando con el aro y molestando a las personas.Estropea unas flores y le riñen con sigilo.
MARI PAZ -. Toñito, chico…¡Tú, hijo!:
Como sigas así jugando
vas a caerte rendido.
Aunque tú, en si, no me oigas,
mis labios dicen: Estate quieto
haber, si por causalidad
yo digo; que jugar como tú juegas
por algo, en si, ha sido.
GRACIELA -. Mucho se acercaba al botijo…
MARI PAZ -. Ese botijo no es el mal;
el mal lo trae el otro botijo,
que contiene anisete
y el chico pegado al búcaro,
trago, tras trago echaba
sin que se le cayera el bicho
de las manos sudorosas
por el juego y por el alivio,
que sentía al beber
la frescura del botijo.
GRACIELA -. Por el seto se ha metido,
sin saber por donde anda;
lleguemos, mas bien, a él
a conducirle de ganas
y entregarlo a su madre
para que le zurra a manta;
una buena pavana.
Se levantan, las dos, Graciela y Mari Paz y cogiendo al choco, le llevan al puesto de castañas, viéndose angostado un seto y algunas rosas de un rosal. Se sientan en los veladores, la una enfrente a la otra, en veladores diferentes. Se observa entrar, cada vez, a más gentes, a la verbena.
MARI PAZ -. Este vuelo, que ha tomado
la verbena en su fiesta;
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