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Lema: El jardín de los deseos (página 3)

Enviado por Sixto Sanz Cabrera


Partes: 1, 2, 3, 4, 5

ingrato, quiero.

JUAN CARLOS -. (Canta).A esta dama

guapa y altiva,

yo mis cariños

bien la demuestro,

por ser mi vida,

mi ilusión perdida

por un mal entendido,

que me ha perdido,

con ella misma,

C A N T A N T O D O S

¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!;

qué cosas pasan en el querer:

Se cuece algo,

se sirve algo,

con mucha fe.

Mas de ilusiones

se vive también,

que el que quiera

ser correspondido,

se aflige sólo

con sus deseos

de ser Morfeo,

o tal vez musa

de algún cuento,

que hable cosas

del corazón

sin mucha pena,

y gran contento

de algún día

ser todo cierto,

lo que el pensamiento,

en un buen rato,

te dicte tanto

cariño puedas:

Querer sin llanto.

ESTRIBILLO -. ¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!;

qué cosas pasan en el querer:

Se cuece algo,

se sirve algo,

con mucha fe.

Cariño ingrato,

cariño fiero;

saber yo puedo

quererte tanto

como te quiero,

amamantando

todos tus deseos,

de ser una dama

tan hermosa

como ninguna,

tan grata y pérfida

a la vez, alguna

cosa se ha dudado

en el amor

correspondido

como el que amo,

a esta moza,

yo la confiese

quererla tanto.

ESTRIBILLO -. ¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!;

qué cosas pasan en el querer:

Se cuece algo,

se sirve algo,

con mucha fe.

Aquí yo expongo,

suspiro intenso,

todos mis cariños

en este medio

con confianzas

de ser amante,

de ser tu dueño.

¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!…

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SEGUNDO ACTO

Aparece un puesto de bebidas refrescantes, por primera vez, y en caso de que la compañía sea corta, la misma castañeda vende la bebida refrescante, con dos veladores puestos para tal servicio.

En escena todos los protagonistas.Anacleto, Graciela, Antonio Pedro, sentados en un velador.Mari Paz y Juan Carlos, sentados en otro velador, frente a los otros actores.

Como en la escena se ve gente cerca de la tómbola y las castañas, hay la presencia policial.

MARI PAZ -.Va cogiendo ya fama,

esta verbena tan buena,

que de nuestro barrio es emblema,

por gracia y por su hacienda.

ANTONIO PEDRO -. Hasta ha aparecido

un puesto de bebidas frescas,

y refrescarnos podemos

a todas horas en el olvido.

ANACLETO -. Ha aumentado el personal

y con ellos la discordia;

así que se puede ver

al orden poniendo forma

de paz, con toda la porra.

Se oye la tómbola y un murmullo de personas alrededor de ella. La castañeda en el puesto con la paleta da vueltas a las castañas y mientas en los veladores se mueven con gran recelo sus personajes comedidos y en la barra se alza alegre el botijo para calmar la sed del sediento. El chico juega con el aro y molesta a la vigilancia policial, que sale haciendo gestos detrás de el. La rosaleda, ha florecido con gran fuerza y unos jardineros terminan sus tareas, acercándose al botijo y quedándose recostados a la barra. En compañías pequeñas, se puede suprimir todo esto. Aquí puede un cantaor o cantaora, conocido, lanzar sus coplas al viento, en términos de tres o cinco minutos.

Después de un silencio, hecho en toda la escena y acoplarse, como se ha dicho, al personal; replican los actores.

ANTONIO PEDRO -. En esta mesa estamos

los mejores, sin pena,

haciendo cábalas

para el futuro,

de nuestras damas prendados

por ver el amor correspondido,

en lo que en si apostamos.

MARI PAZ -. Pues, digamos, en esta otra,

los personajes que estamos,

no somos mal de ver,

que nuestra fama y figura

maniquíes pueden ser.

ANTONIO PEDRO -. Aquí somos figurines

por completo, de una vez,

con lisonja

no se hace el cuerpo,

que se tenga

por doquier.

MARI PAZ -. Pues dime, tú, a mi, ese

que es lo que puede ser;

si los cincuenta no los cumple,

que los cumplió anteayer.

Cascarrabias y machacón

un hombre: ¿Qué puede se?.

Con esos atributos,

si también su corazón,

no le dicta de buena fe.

ANACLETO -. (Nervioso y moviendo el velador).

Me ha llamado

a mi viejo

esa mujer ahora mismo;

mas que ella se vea

su forma

lana de ovino:

Una modorra, dura,

sus carnes ni para el cocido,

teniendo ya espolones,

la gallina clueca

no para ni en el nido.

MARI PAZ -. (Nerviosa y levantada).

Ese gallo no me medra

con sus requiebros,

mal consentidos;

que es cosa de pensar

sea la edad

y no el genio fingido.

ANACLETO -. ¿Fingido?.

MARI PAZ -. Fingido; ¡si!.

Se van uno al otro seguidos de sus parejas entablando una disputa con los gestos y separándolos los jardineros, en este intermedio, llega la policía, dando con la porra al aire

POLICÍA -. ¡Quito al orden!.

ANTONIO PEDRO -. Esto no es nada.

POLICÍA -. ¿Quién ha empezado?.

MARI PAZ -. Aquí apostamos,

mas bien, ya, un juego,

que el que salte

aquí ya, esto – (Señala al velador)

se gana un beso.

POLICÍA -. Mas con fuerza no es eso;

que los juegos se ganan

apostando primero

y mas tarde ganando

al adversario con celos.

Será una contienda

amistosa, yo creo:

Sentaros en las mesas

y estarse quietos.

Se retiran los jardineros haciendo gestos con las manos al aire, como de que hubiese pasado si no hubiesen llegado ellos y el orden, a ese lugar. En ese momento, entran por la izquierda unas chicas bien ataviadas, yéndose para la barra a donde están los jardineros.

En son de ballet, salen los jardineros al medio del escenario, seguidos de las chicas y bailando rítmicamente, entonan una canción.

6 CANCIÓN

¡Que si!, que si!;

así, así,

así,

así, así, así.

Aquí se puede ver

fluir claro el amor,

sin trabas ni tapujos,

con una buena dama.

¡Que si!, ¡que si!;

así, así,

así,

así, así, así.

Está claro el amor

en este jardín florido,

se respira concordia

entre sus personajes;

con un gran pudor,

se respira cariño,

que en el aire resuena

ya en si su voz.

¡Que si!, ¡que si!;

así, así, así,

así,

así, así, así.

Sea como una tómbola,

cada uno que le toque

bailará con su pareja

en son y buen compás,

sin demostrar en si ya pena

de con quién pueda bailar,

el otro su vecino,

con la pareja ideal.

¡Que si!, ¡que si!;

así, así, así,

así,

así, así, así.

Aquí unas papeletas

repartimos a todos

los de las mesas están

sentados en este sitio

para en si demostrar

su grandeza en el baile

y a su pareja conquistar.

¡Que si!, ¡que si!;

así, así, así,

así,

así, así, así…

Reparten unas papeletas y salen a bailar cada uno con la pareja que le ha tocado, quedándose en el centro del escenario, más cerca de las personas, la pareja que bailan; mientras las otras parejas, hacen como que hablan entre ellas.

ANACLETO -. ¿Serán estas mariposas

las que revuelan por mi,

alrededor de mi cuerpo;

o será visión borrosa,

que con mi sólo alieno

provoco yo en si?.

GRACIELA -. ¿Haber qué va ha ser eso?:

Lo que usted ve por ahí;

visión contemplo en secreto

y no por yo decir:

Que la veo por ahora;

ya que verla no es posible,

mi persona se desvela

y hasta miedo me da a mi.

ANACLETO -. Si tú quisieras, hermosa,

yo te haría un trono

de virtudes y de rosas;

mas de joyas un tesoro.

Te pusiera a ti en medio

de tu paso tan gracioso,

ese cuerpo, esa vara,

ese nardo tan moderno,

como mimbre se cimbrea

al son de todos los vientos.

GRACIELA -. No entiendo ni una palabra,

de lo que usted me dice;

será que no he estudiado lenguas

y en la vernácula no finge,

esas palabras tiradas

al son y al aire, se aflige

el que con suspiros

al tiento, lanza su quejido,

y nadie, en si, lo entiende.

ANACLETO -. Entender, es poca cosa,

que es mas bien de cuentos,

el entendimiento pone

pena y no mas bien sentimientos

en el amor, este arde

su cuerpo como una rosa;

desesperado me veo.

GRACIELA -. Pues arda usted,

algún tiempo,

y después, con sentimientos;

le digo que se calme

y no provoque al fuego.

Se van para sus pasos, mas bien para atrás, Anacleto y Graciela y se adelantan en medio del escenario, Mari Paz y Juan Carlos.

MARI PAZ -. Será, que la brisa sopla

con más fuerzas todavía,

será, que mi mente piensa

en mil maneras y tonterías.

JUAN CARLOS -. Será; será, alguna tontería

como usted ahora dice

y yo he dicho en mi vida.

MARI PAZ -. Será, el confín de amante

o será cosa de envidiar;

la que a mi me tienen,

esas mujeres encima.

JUAN CARLOS -. Será; será, envidia maldita,

la que a usted la tienen,

esas damas, tan marchitas.

MARI PAZ -. ¿El por que, ya en si, las flores,

se postergan a ese viento,

que aun suave, no endereza

ni sus mismo pétalos?.

JUAN CARLOS -. No hay que tentar a la suerte

de por vida ya celosa,

para ver lo que revierte

en su cariño esa moza.

MARI PAZ -. De mi estoy yo hablando;

y no de ninguna otra:

Por ser cariño el mío

lo que profeso por ti,

o por ser, tal vez, confianza

de una dama a este hombre.

JUAN CARLOS -. ¡Señora Paz!; por Dios, yo digo:

Que en secreto nos retiremos

cada uno a su nido.

Mientras tanto, lo están todos observando, Antonio Pedro; al que no ha tocado bailar con nadie y en son de desacuerdo, finge ser correspondido y a la vez a no estar de acuerdo con lo que él ha oído.

ANTONIO PEDRO -. ¡Qué insensatez he oído!,

en esta hora, señores;

aquí algunos se crecen

más que el bicarbonato en la harina.

Aquel, que quiere aquella,

aquella no quiere a ese;

esa otra dama quiere

y el galán no la aporta

ese cariño sincero

como ella se merece.

¡Haber a quién quiero yo!;

si mi dama no responde

como manda la ocasión.

Salen otra vez los jardineros y las chicas, en son de ballet, cantando y balando.

7 C A N T A N

¡Que si!, ¡que si!;

así, así, así

así,

así, así, así.

No se por quién suspiro,

ni por quién está mi vida;

si por aquella o la otra:

Pero en si no respira

mi voluntad ya cohibida

por el sentimiento amoroso,

que provoca la ocasión

de verse entre las dos.

¡Que si!, ¡que si!;

así, así, así,

así,

así, así, así.

En este jardín las flores,

no se sabe cuales son;

o aquella carita en pos

de buena compañía,

como manda la ocasión.

Esa carita de ángel,

que reluce más que el Sol;

con sentimientos amorosos,

buscando su perdición.

¡Que si!, ¡que si!;

así, así, así,

así,

así, así, así:

Estando contigo la Gloria

está más cerca todavía,

pues con la mano la alcanzo

sentado y sin porfía.

Sublimidad en el Alma,

la persona siente alivio

de ver en su dama presente

y su querer, correspondido.

Así, así, así…

Salen por la derecha los jardineros y las chicas, por la izquierda sale Anacleto, Mari Paz y Antonio Pedro; quedándose en escena, y sentados frente a frente, en sendos veladores, Graciela y Juan Carlos, no mediando ni una sola palabra.

No se oye ni un solo ruido, ni de la Castañeda, ni de la tómbola, ni el crío; solamente una "sonanta" lanza sus notas al viento, desgarrando el sentimiento de los dos enamorados.

Se va apagando las luces y con una sola luz intensa, se alumbra al velador donde está Juan Carlos.

JUAN CARLOS -. Este amor, que a mí me abrasa,

y que arde en todo mi cuerpo,

esta cosa; ¿Qué me pasa?:

Si adivino ya, que es cierto

este cariño, el mío

y este fuego intenso.

Me muero, yo, por querer

a esta moza altanera,

de cara angelical

y confianza sincera.

Estoy pensando y pensando,

estoy entre dos fuegos;

querer, cariño y ardiendo:

¿Qué me conviene luego?

Me desvelan mis pensamientos

y no se el camino escogerlo;si el uno, que es más recto

o el otro, que es sincero:

El primero con picardía,

enamorarla yo puedo,

el segundo, tal como soy,

presentarme como dueño,

de su querer altanero.

Me asaltan mil pensamientos

en mi cerebro las notas

de acordeón y Morfeo;

devaneos llevo dentro

mi ser, por todo mi cuerpo,

que la moza se está poniendo.

¡Ay!, desgraciado de mí,

si la dama no me quiere:

¿Cómo aplacaría yo,

esta llama aquí por dentro?.

El querer es devaneo

de un cariño siempre incierto;

del que no está consigo,

ni lo tiene todo recto.

Mas, yo, tengo que saber

si esta moza está por mí

y mi cariño correspondido

se ve de inmediato, así.

Suena la " sonanta " y después de un rato, deja de sonar, para apagarse la luz en el velador de Juan Carlos y encenderse en el velador de Graciela.

GRACIELA -. Este mozo, a mí me ama,

y no responde a mi llamada;

más cortado que la una

está el pobre de espalda.

¿Cómo podré atraerle,

con una buena indirecta,

si el hombre no responde

ni tan siquiera con esa?.

No hay duda, que pase tanto

por conseguir mi querer;

pero, que lo consiga hasta

de tanto ir y tejer

la madeja en el ovillo,

que no pueda desenredar

ese hilo, mi cariño,

esa gracia, mi bondad.

Mas, esa mujer me espanta

con tanta desfachatez que va

por la vida sin decoro,

por esa senda inmortal,

de su gracia, poco correspondida,

de su afecto; ni que hablar.

¿Será que ella pretende,

solita, llevándoselo al Altar,

imaginado en su gloria;

en su gloria particular?.

Mas esto no puede ser,

que ya se llevó a otro

y rana, le salió después;

su hombre, que no su mono,

aquel que todo lo fue

para ella con hinojos,

cayó del palo después

asustando a las gallinas,

que están en el palo y de pie.

Tal vez, la culpa no tenga,

ese galán altanero,

de ese cariño tan fiero,

como muestra esa mujer:

Ese amor no correspondido,

que le pueda yo querer,

y atraerle hacia mí misma,

que me dicte a mí, mi fe.

Suena otra vez la "sonanta" y se da la luz en todo el escenario. Corre el chico con el aro de tal manera, que al dar la vuelta cerca del velador de Juan Carlos, le coge el vaso y se lo lleva, sin querer, al velador de Graciela. Juan Carlos duda si va o no va a por el vaso; pero al final, se levanta y se dirige a donde está Graciela, intentando coger el vaso, él mismo. No obstante, Graciela se ha dado cuenta.

GRACIELA -. Se ve que te atrae algo

en esta mesa tan primordial;

será tu interés

por alguna cosa,

que haya aquí,

o será la fuerza del amor perdido,

lo que te trae a ti

a esta mesa

con buen agrado,

para ver correspondido

tu celo por algo.

JUAN CARLOS -. Ser. ¿No se qué puede ser?:

Tal vez será, ¡eso!;

una quimera,

una faena

me hace alguien,

me acerque aquí.

GRACIELA -. ¿Tu pensamiento,

tu buen deseo

de verme a mí?.

JUAN CARLOS -. No se qué dices,

ni se qué quieres

con esos quiebros

de buen engaño,

me pase a mí.

GRACIELA -. ¿Celoso el joven?.

JUAN CARLOS -. ¿Celoso yo?: No se por que;

mas en si puedo,

mas en si quiero,

verte a ti.

GRACIELA -. Ya ves qué fácil

decir: ¡Te quiero!.

Hablar de amores,

secar ese llanto

de buen encanto,

que traes por mí.

JUAN CARLOS -. Mas, tú no has dicho…

GRACIELA -. Decir, lo puedo.

JUAN CARLOS -. Decir: ¿El qué?

GRACIELA -. Decir te quiero,

sin ninguna traba,

aquí lo expongo

de buena gana.

JUAN CAROS -. Veo, que es fácil,

esa palabra

sin ningún escrúpulo,

en compañía

de buena amada.

GRACIELA -. Mas, aun recelos

me queda a mí.

JUAN CARLOS -. ¿De qué?: Hermosa.

GRACIELA -. De una dama,

no muy graciosa,

en compañía,

de ti a mí.

JUAN CARLOS -. Serán bobadas,

serán recelos

de poco monda,

que no hace al cuento

por no ser cierto.

GRACIELA -. ¿A ti te obligaba,

esa mal dama,

a corresponderla

como la amabas?.

Ya sospechaba

yo bien eso,

de que tú no podías

estarte quieto,

donde querías,

y seguías sus pasos

inciertos, fieros.

JUAN CARLOS -. Lo cierto, es cierto.

GRACIELA -. ¿Entonces has venido?.

JUAN CARLOS -. De buena gana.

GRACIELA -. ¡Haber, Cupido!.

JUAN CARLOS -. Con dardo cierto,

poder, me ha dado,

en mi corazón,

para que en si el cariño

te pida yo.

Entran todos a la misma vez a, indistintamente; unos por la izquierda y otros por la derecha del escenario y cantando.

7 C A N T A N T O D O S

En buena hora,

y en compañía

de esta mujer,

aquí ya estamos

cantando todos

a su querer.

¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!:

Qué puede ser,

lo que se suspira,

lo que se adivina

por ella,

su cabecita

de buena moza,

de buena hembra;

este su fiel,

servidor, ya quiere

verla graciosa,

verla melosa;

su tensa piel.

¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!:

Qué puede ser;

esos sus ojos

ya tan radiantes,

esa boquita de alhelí,

esa carita como una rosa

y ese nardo, su cuerpo si.

Prendado estoy por ti;

por esa dama,

por esa rosa

de este jardín.

¡Haber!, ¡Haber!, ¡haber!:

Esos sus dientes, poder

ya pueden ser de marfil;

esas palabras que saben tanto

a ser melosas,

a ser graciosas,

resuenan a si…

Así de bien, entre mi llanto,

entre mi canto;

yo lo prefiero,

prefiero así…

¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!:

Este mi grato querer,

en si, ya no responde

el eco al llanto,

de estos mis ojos,

lágrimas y penas

de mi querer.

Que fiero el tema,

que fiero el lema;

decir yo puedo:

¡Te quiero tanto!,

¡te amo tanto!:

Es un decir.

¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!:

Este mi ser,

este lamento,

de mi agonía,

es para ti:

Con este quiebro,

con este lance,

de mi persona,

te lanzo a ti.

Envuelto en manto,

ese tu cuerpo,

de frenesí,

te pido tanto,

como te pido;

te quiero a ti.

¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!:

Qué puede ser;

esos tus ojos,

ya tan hermosos,

me miran amorosos

y yo no puedo

verlos así.

Este mi trance,

de mi agonía,

aquí me pongo

a bien decir:

¡Te quiero tanto!,

¡te amo tanto!;

que mi persona,

está por ti.

¡Haber!, ¡haber!, ¡haber!…

Dan vueltas alrededor del escenario, mientras Graciela y Juan Carlos siguen sentados en el mismo velador y por fin se para Mari Paz, encarándose con Juan Carlos.

MARI PAZ -.¿No se por que me dijiste,

me ibas a comprar a mí algo?:

A mi creencia, yo, digo

que iban a ser tres castañas…

O por lo menos cuatro.

GRACIELA -. ¿Pues no hace un rato,

que me hablabas en secreto,

y me decías, ingrato,

lo mucho de tus deseos?.

JUAN CARLOS -. ¡Mujer!; el que regala

no expone, su voluntad

al deseo,

es mas bien que impone

su impulso, como yo creo.

GRACIELA -. Con tres castañas o cuatro,

tú a mí me das penas;

no hace ni un rato

hablabas de querer con esta,

la moza de todos tus sueños,

la dama de tus deseos.

JUAN CARLOS -. Yo te digo…

GRACIELA -. No lo cuentes;

que tal vez no sea algo

grato para este cuento,

y si mas bien un estruendo

de pena y sin gloria

para tu hombría, haciendo

mariposas de verano

y nada de buen deseo.

JUAN CARLOS -. ¡Mujer!; que no es eso.

GRACIELA -. ¡Que no ha de ser!:

¿Si esta dama te demanda

tu presa consentida,

que un buen día tú la hiciste

en su grata compañía?.

JUAN CARLOS -. De promesas: ¡Eso nada!;

que esta dama se lo saca

de la manga, ahora mismo,

y yo, como si nada,

te lo digo al oído.

GRACIELA -. Oír, no he oído nada;

que no es cosa misteriosa

y en cambio si lo veo,

lo que en si esta moza

pudo decirte luego,

que tú con tus engaños

la sedujeras en secreto.

Salen de escena todos, y hace malabares con el aro el chico y al dejar este; en compañías fuertes, se ve un malabarista en pleno escenario. La idea es; que haya una compañía paralela a la del teatro, de cantores y malabaristas, en condiciones.

Hay un receso de quietud en el escenario y al cabo de un pequeño tiempo, sale Graciela por la derecha y Mari Paz por la izquierda.

MARI PAZ -. El tiempo todo lo tapa,

lleva, también, a su sito

toda trama, que se haya

producido entre nosotros;

y no hay nadie que se vaya

sin su paga por supuesto.

GRACIELA -. ¿Y eso, qué significa?:

Si hay algo, que lo indique

por donde va esa trama;

si por el mismo cariño,

o por decir lo que ama

ese mozo a esa dama: Dama

mas bien será, que la engaña.

MARI PAZ -. La dama, no es engañada,

que el cariño siempre existe

y no hay escapatoria,

si Cupido con sus flechas,

dardo certero, te da en tu ser;

para después aliviarte.

GRACIELA -. Hablas como tú quieres

y no como los demás

quieren, que hables;

piensas en tus quereres

y no en el de nadie.

Comparas el cariño del joven,

haber si lo tienes presente

agarrado por la mano,

y mas bien firmemente.

MARI PAZ -. ¡Ah!…

Sale Mari Paz del escenario y se queda Graciela en un monólogo.

8 C A N T A

GRACIELA -. Me pone inquieta,

me pone tensa,

esta mujer;

a mí me mata

esas sus cosas,

que yo no puedo

verlas así.

Sus hechos malos

de dudosa dama;

ya que ella tiene

un hombre bueno,

tal vez iluso,

pero celoso de su mujer:

Qué nervios pone

a cada uno,

esta su gracia,

esta celosa,

esta mujer.

Mi gracia, puede

verse troncada

con esta dama

por este sito,

si alguna vez

yo la pillara,

la hiciese un mingo,

a demás de un nudo

a esas sus trenzas

ya muy pachuchas,

a esos sus cuatro pelos

de la cabeza… Así, así…

¡Ay!, qué mujer,

¡ay!, qué mujer;

no sabe nadie

lo que depara,

la suerte, si:

Por esos hechos

de poca gracia,

de poca monta,

de fenecí.

Hay que ver, que nervios,

me pone a mí,

esa mujer, esa dama,

que puede se;

tal vez lo sea,

dama refiero,

mas no aparenta

serlo después

de sus acciones

ya muy coquetas,

con otros hombres,

que no es el suyo;

pues te lo digo,

yo, así, a ti.

A ti, te digo,

que en esta trama

pasa ya algo

de drama inquieto

por ser así:

¡Ay!, que ver, que nervios,

me pone a mí.

Que yo la agarro,

que no la suelto,

que yo la hago

un ovillo entero

a esa dama…¡Que si, que si!…

Un público de la clac, se levanta como de improviso lanzando el grito de: ¡Achichárrala!.¡Písala la tripa!, y al parecer se da cuenta de su fallo y se va sentando poco a poco, como avergonzado. Tal hecho, provoca una sensación de admiración a los espectadores, que observan y oyen la obra.

Desaparece Graciela de la escena, por la derecha, y entra Juan Carlos, por la izquierda; el chico al verle, coge un cucurucho, entrando tres castañas en el y dirigiéndose hacia Juan Carlos, estirando el brazo se lo ofrece a Juan Carlos y éste, extrañado replica.

JUAN CARLOS -. ¿Qué significa esto:

Es quizás un regalo,

o es una trama fingida?…

…¿A caso, yo, aquí qué hago,

aceptando esta misiva,

que me lanza este muchacho

llena de veneno?:

Me asombro yo en seguida.

Este, con su recado,

su acometida termina

al darme el cucurucho

con tres castañas, afirma,

que este regalo es cierto.

Y alguna dama remita

a mi persona su gracia,

a mi voluntad, adivina

ese mi pensamiento

de estar por ella marchita.

Sale contento Juan Carlos de escena y entra Graciela por la derecha como perpetrando asentamiento, como apartada, para ver si Mari Paz compra las castañas; mas el chico, al verla, repite el mismo gesto, que con Juan Carlos y a demás coge algo, entrándolo en el cucurucho de castañas. Extendiendo el brazo, el chico, le ofrece el cucurucho a Graciela y ésta, con mucho amor y feminidad, a la vez que con mucho sentimiento coge el cucurucho y abriéndolo, lo primero que sale de el, es una rosa

GRACIELA -. (Con sentimiento y bondad).

¿A caso con esta rosa,

mi amor quiere comprar;

ese mozo no conoce

a esta moza de verdad?.

Mas aquí, cuatro castañas,

está pidiendo hablar

de amor hacia esta moza

y la quiere conquistar.

¡Qué vergüenza me provoca!,

estas cosas; de verdad:

A la mujer se conquista,

con audacia y nada mas.

Se habla claro al oído

y se la dice en paz,

un par de requiebros,

que la haga bien vibrar:

Su cuerpo estremecido,

como junco se ha de mover

aunque no exista el viento,

ni siquiera soplo del el.

Entra Juan Carlos con el cucurucho en la mano de castañas, y a la vez Mari Paz; ésta, al verle con las castañas en la mano, se pone alegre.

MARI PAZ -. Cumpliste, tú, tu palabra

al mercarme las castañas;

¡qué bueno!, ¡Qué grato!…

GRACIELA -. ¡Qué ingrato!.

MARI PAZ -. ¡Qué grato!, es el destino

por donde vamos andando;

un camino de pétalos,

de rosas y de geranios.

GRACIELA -. Este villano comprando

unas castañas en mano;

está mas bien conquistando,

a esta otra mujer.

JUAN CARLOS -. Yo no he comprando, ni una

castaña, que haya, en si, yo mercado;

creí, que tu voluntad

me hacia algún regalo.

GRACIELA -. ¿Qué dices, tú de regalo?.

JUAN CARLOS -. El chico me las hubo dado,

en mano, estas castañas

y ahora esta señora, me las ha quitado,

fingiendo, que con cariño,

yo se las he comprado.

Deja el cucurucho de castañas en una mesa Graciela, con todo el genio del mundo; replicando.

GRACIELA -. ¡Haber si eso es verdad!:

Un paso adelante he dado,

que la otra de otro paso

y haber, si así, enredados

nuestros pelos en las manos,

este estruendo conquistando

a este joven presente;

a esta moza, el amó.

MARI PAZ -. El amor de alguna dama,

y no de moza fatal;

este joven no prefiere,

que se le hable, ni hablar,

de cariños, nuevos y fieros

y de gentes, sin bondad.

GRACIELA -. Este hombre, prefirió

hace tiempo, alguno ya,

decidió fuese su cariño

por una gacela,

dándola caza, ya,

sin que ella sea esquiva,

ni que se pueda marchar.

Se van los dos, una a la otra, y los presentes, salen a despartirlas la reunión. El agente del orden, sacando la fusta y con mucho respeto la va dando sebo, sin demostrar ningún gesto. Por fin entran los jardineros y Graciela se pone nerviosa, pero gracias a ellos, desparten a las dos mujeres; llevándoselas, una a un rincón y la otra al otro rincón. Graciela a la derecha del escenario y Mari Paz a la izquierda del escenario.

JUAN CARLOS -. (Dando un paso hacia adelante).

Asustado me he quedado

yo en este, mi trance,

y dando un paso adelante,

les digo con gran respeto:

Mas vale, que entre mujeres

no se meta, ya nadie.

¡Qué fieras, en el cariño!,

¡qué fieras, en el querer!;

sus sentimientos expresando,

también se pueda, ya ver

un ardor por todo lo alto

que nadie se podrá hacer,

con las fuerzas de esas damas,

de esas, buenas mujeres,

que demuestran su querer.

Los jardineros limpian el jardín y se marchan por la derecha del escenario y por la izquierda se marcha Graciela.

Entra por la izquierda del escenario Antonio Pedro, muy desairado.

ANTONIO PEDRO -. ¡Pardiez!; como una saeta

pasó, ella, por mi lado,

mas sin hacerme fiesta,

y un poco desairada.

Aquí se coció algo,

sin que estuviese, yo, presente;

al parecer ha frenado

esos aires, de repente

a esa moza con su vuelo,

que la lleva la corriente

de su solo pensamiento

al verse, ella, ausente

del protagonismo cotidiano,

con su hermosura, ardiente

para todos los hombres

amante, de sus quereres.

MARI PAZ -. Esa doncella vive

por su gracia de amar

al que se pone por delante

y no se puede ni hablar

de lo que ella, ya quiere;

ver a los demás

postrados a sus pies;

rendidos a su voluntad.

ANTONIO PEDRO -. Hermosa es la doncella,

mas gracia tiene en paz;

pero eso de rendirse

a sus pies:¡Ni hablar!.

Es cosa de ser prudente,

en el trato equitativo,

de un caballero a la dama

y no poner ya motivo

para descomponer la amistad,

de la dama a ese joven,

que se lleva de verdad.

MARI PAZ -. Mas si tú quisieras,

un audaz caballero,

que suspiras por esa moza

tus sueños cumplirás,

si esta dama te ayuda

pudiéndola conquistar.

ANTONIO PEDRO -. ¿Haber, que es esa trama,

que puedes disimular

en tus palabras ya bíferas

de serpiente y del mal?.

MARI PAZ -. Lo que te quiero decir:

Con una pócima, encima,

conseguirás su cariño

y algo más por descuido.

ANTONIO PEDRO -. ¡Pardiez!; que soy también chulo:

Pero como hombre procuro

enamorar a mis damas

con mis artes y disimulos

de palabras, siempre gratas,

con vocablos hacia el mundo,

que nos hace en el misterio

de ser hermanos profundos.

No quiero, yo, menesteres,

que en otros tiempos pasados

me los echen a la cara

y me llamen pretencioso,

por no obtener sus quereres,

como un hombre lo obtiene.

Sale Antonio Pedro por la derecha, raudo como una flecha y mientras tanto se queda pensativa Mari Paz.

MARI PAZ -. (Piensa).

Te digo, que he de conseguir,

esa moza, se enamore,

de tu persona marchita

aunque tú no lo merezcas,

ni tampoco te acoples,

con tus cariños de hombre;

por ser varón engreído

y ser, también, un disloque.

Van saliendo los protagonistas por diferentes sitios, indistintamente, y se van sentando en las mesas. Graciela con Anacleto, Mari Paz con Juan Carlos y Antonio Pedro se aproxima a la barra para coger el botijo del agua.

MARI PAZ -. Esta tarde, ya, relucen

estas flores su colores

con más brillo, se presume

salen todas a favor

de una dama lisonjera

entregando, en si, su amor:

Ese afecto cariñoso,

que produce este honor

de saberse correspondida;

correspondida, o no.

GRACIELA -. ¡Haber, si puede ser ya!;

lo que oigo yo, ¡Señor!.

Pues, no mas lo que dice

de corresponder a su amor,

ese joven aterido,

ese joven casi preso

de esa dama en pos;

está también ese joven

casi atado a los dos

pies, que le tiene,

sentado en el velador.

JUAN CARLOS -. ¡Callaos ya los dos!;

que ni gracia, ya, me hace

ni, estoy pidiendo perdón

a ninguna de las dos.

Por ser este galán inducido

a seguirla a esta dama:

No hay remedio: ¡Así no!.

Van entrando las chicas y se van a la barra, entablando una de ellas, una conversación amena con Antonio Pedro.

Poco después entran los jardineros limpiando el jardín y conservando las plantas.

Empiezan a moverse los jardineros rítmicamente y las chicas al verlos, salen con el mismo ritmo.

9 C A N T A N E L L O S

Amen de todas las fiestas,

se va, y se viene contento;

aquí mas bien se apresta

a ir por uvas al huerto.

Este enredo es diferente

a cualquier otra verbena

de aquellos, muchos, pueblos,

que también se dan quereres.

Mas en este sitio, señores,

no hay nadie, que en si, se escape

de un buen enredo, en las flores,

y le den con el capote.

Al igual, que el toro entra

por el trapo atraído,

estos hombres sin barrera

entran por ser ellos un mico.

Estas damas con ellos hacen

lo que hace, el buen, cupido,

tira recto, ya, su dardo

y luego no se las han visto;

escondiendo bien la mano,

sin que exista el pasado;

pues aquí no hay adivino,

que diga quién ha tirado

la flecha al corazón.

ACTORES -. En el corazón me dio

ese dardo misterioso,

que anda por este sitio

sin aplausos y sin rencor.

Mas nuestros buenos quereres:

Sentimientos amorosos,

que nacen del corazón;

de esta sangre siempre fluye

a borbotones, se dio.

ELLOS -. Así, así, ha de ser

lo que se haga aquí;

así, así, el querer,

de esa buena mujer.

ACTORES -. Aquí…Aquí… No puede se,

se de esta simpatía;

sin que se de el querer,

como tú bien ya decías.

ELLOS -. A mi me suena también

a nueces cascadas, tibia

y algún que oro peroné;

y no se puede saber

su desenlace fatal

de este, ya, su querer.

Se van los jardineros por la izquierda del escenario y las chicas por la derecha; oyéndose las tómbolas, muy atareadas.

MARI PAZ -. Parece se mueve el cotarro

en estas tómbolas, tan finas;

pues las gentes a las gentes llaman

sin enredos, ni porfías,

Acerquémonos al puesto

mercando una papeleta

o dos, para ver qué está tocando

en esos puestos en pos.

JUAN CARLOS -. Será cuestión, en si, verlos

y echar a su tómbola;

para que nos toque el enredo

que marque su papeleta

y diga en el boleto,

lo que, en si, ya nos toco.

GRACIELA -. Nosotros, también, a esa

otra tómbola nos arrimamos,

para ver, que en si, nos toca

esa muñeca pelona.

ANACLETO -. O aquella otra más guapa;

con ojos de esmeralda,

pidiendo, ya, el perdón

de estas gentes compasivas,

que están muriendo de amor.

ANTONIO PEDRO -. A mi, una garrota de dulce

me ha tocado aquí,

será que en si endulce

mi vida, de ti a mi,

con esta chica divina.

JUAN CARLOS -. A mi, también me ha tocado

otra garrota aquí,

en esta tómbola, me han dado

parabienes para vivir

y ver los desalientos,

que se marquen por ahí,

esos chavales mas feúcos,

que nada se parecen a mi.

ANTONIO PEDRO -. Chavales, vas tú diciendo

a hombres más apuestos a ti;

tú que sabes, si diciendo

esas cosas puedes herir.

JUAN CARLOS -. Yo, se lo que estoy diciendo

y decirlo puedo después,

a las gentes de este barrio,

al personal que aquí ves.

ANTONIO PEDRO -. Celoso estás de por suerte,

celoso y sin compañía;

que a ti puede quererte

con agrado y simpatía.

JUAN CARLOS -. Porque vallas, tú acompañado

de esa doncella altiva,

no digas que no es desgracia,

que no te quiera la diva.

ANTONIO PEDRO -. ¿A mi?.

JUAN CARLOS -. Si; a ti.

ANTONIO PEDRO -. ¡Te hago!…

JUAN CARLOS -. ¿ Qué es lo que tú haces?.

ANTONIO PEDRO -. Te hago, yo, a ti algo.

JUAN CARLOS -. ¿Seguro vas ha poder?.

ANTONIO PEDRO -. Pues hombre yo no fuese;

si contigo no pudiese.

JUAN CARLOS -. Haberlo, bien, de inmediato.

Blanden al viento las garrotas y caramelos y se lanzan el uno al oro, sosteniéndolos y separándolos los demás actores. Mientras tanto, el agente de la autoridad, saca la fusta y comienza, delante de ellos y entre los dos, a dar sebo al rabo de toro, con una gran maestría sin igual.

ANTONIO PEDRO -. Por el orden: ¡Que si no!…

JUAN CARLOS -. Si no: ¿El qué?.

ANTONIO PEDRO -. ¡UHF: Si no!.

JUAN CARLOS -. ¡Vamos allá!…

Se sientan todos en las mesas y Mari Paz se queda hablando con la Castañeda un rato y luego se sienta ella también.

ANTONIO PEDRO -. ¿Mas esto, qué puede ser?.

MARI PAZ -. Que yo he convidado

a los presentes aquí

aunque no se hubiese dado

ni una pizca por así

decir , que merecido

lo hubiesen, estos señores, hidalgos.

JUAN CARLOS -. Gracias por anticipado

la doy yo por ahora;

veremos si terminamos

las gracias enhorabuena.

ANACLETO -. Esto sabe, mas bien a algo

como de rancio y seco:

¿Será que con un solo trago

uno no puede saberlo,

lo bueno que está el refresco?.

MARI PAZ -. ¡Pardiez!.¿Qué dices al cabo?.

(Piensa) – Esta, mas bien, se ha equivocado

y la pócima le dio

a ese hombre desgraciado.

-. ¿A qué te sabe, Anacleto,

este refresco en mano,

que, en si, estás bebiendo

comodito y bien sentado?.

ANACLETO -. A seco, cuando me pasa

por el gañote, el trago

y mas bien amargo,

cuando llega desolado,

al estómago de inmediato

y me pasa a mi algo;

como un escalofrío,

que me corre por abajo,

este mi cuerpo helado.

MARI PAZ -. Asustarme, tú no puedes…

ANACLETO -. Pues te estoy, ya, asustando,

que el calor se ha trasformado

en todo mi cuerpo helado

y hasta tengo, en si, ganas

de arcadas y de arrojarlo.

MARI PAR -. Llevarle, presto a casa

y en el lecho acostarlo,

que le pase este trago,

en si, mal tomado.

Se llevan a Anacleto a casa entre Juan Carlos y Antonio Pedro.

MARI PAZ -. (Piensa).

Está viejo, el hombre

y no lo ha resistido,

que la pócima está fuerte

y es para hombres aguerridos.

Se oye un revuelo y una disputa en unas de las tómbolas y se ve correr, porra en mano, al agente del orden para poner coto en la contienda. La escena es corta y en seguida se deja.

Se levanta Graciela e intenta irse por la izquierda del escenario, pero se para a contemplar las rosas.

GRACIELA -. Hasta las rosas parecen

más bellas en mi presencia:

¿Será, que las hago algo

y no me doy, yo, ni cuenta?.

Esta abre, ya, sus pétalos,

aquella, sus colores presenta

y esta otra de esmeralda,

mas bien parece que está hecha.

Una a una y en conjunto

el rosal, ya, florecido

parece igual que un nido

donde se apiñan los polluelos

con sus plumas aguerridos.

El día hace a la noche,

y la noche ha venido

sin que nadie la llame

y sin que la hayan traído.

Mi hermosura es por ahora

una gracia de mi cuerpo,

pero poco a poco el tiempo

hará que marchite su gracia,

al igual que estas flores;

se marchitan sus colores.

Sale por fin, Graciela, por la izquierda y el chico

que está jugando con el aro, molesta a las personas que están participando en las tómbolas y salen corriendo detrás de el por la derecha del escenario. Entra Antonio Pedro por la izquierda del escenario.

MARI PAZ -. ¿Qué ha pasado de él?.

ANTONIO PEDRO -. Aquí un grano, allí otro grano;

mas en seguida se le ha quitado

y un picor por todo el cuerpo

mas bien, a él, le ha dado,

seguidos de escalofríos,

creyendo fuese a darle

un patatús al hombre

sin remedio a contemplarlo

de que ese fautor mortífero

se le hubiese, ya llevado.

MARI PAZ -. ¡Por tu padre!; que eres hermano

de dar mal las noticias

y todavía con desagrado;

a la parienta presente,

del pariente que está malo.

Se sientan en el velador Antonio Pedro tomando el vaso donde bebió Anacleto y tomándolo en sus manos le mira a través de la luz.

ANTONIO PEDRO -. Color, tiene, ya un rato

ese vaso opaco;

pues su color no se ve,

ni verse puede contemplarlo,

el que en si se asoma

a este líquido amargo.

MARI PAZ -. Testarudo puedes ser,

mas eres agraciado;

al decir que está amargo

ese líquido ya rancio

y seco por su virtud

de ser bebida fuerte

por algo.

ANTONIO PEDRO -. Porque contenga una esencia…

MARI PAZ -. Y tú no puedes callarlo;

que la bebida para él no era

y si era para ése hidalgo:

Ese joven que yo quiero,

y no me hace ningún caso.

ANTONIO PEDRO -. Con bebidas no se cubre

el cariño desolado,

de una persona a otra,

por ser cariño engañado.

MARI PAZ -. Pero si, te admira en secreto

y después de un buen rato;

te hace las alabanzas,

de un cariño desatado

al que no se le controla

y al que hay, mas bien, que atarlo.

ANTONIO PEDRO -. El cariño no es cariño

si por medio, media algo,

que se oponga a los quereres

nobles, para afirmarlo,

que ese cariño no es grato

pare el ser que repercute,

el cariño desolado.

Entran las gentes corriendo detrás del crío y este desaparece por entre el jardín, mientras las personas se quedan en las tómbolas. Entra a paso ligero y como asustada: Graciela, por la izquierda.

MARI PAZ -. ¡Como Alma en pena!;

como Alma en pena

marchas corriendo

a no se adonde.

¿Qué es lo que pasa?:

Pues yo no lo entiendo,

esa carrera,

que estás haciendo,

si pasa algo.

GRACIELA -. No he visto ojos

como hace un rato,

¡Así de grandes!;

mas abiertos los tiene

como rueda de molino,

que espanto, ya parece

y miedo a todas las gentes

va dando ese hombre

a su paso por la calle.

MARI PAZ -. Mas: ¿De quién se puede tratar?

GRACIELA -. De Anacleto, ése viejo,

que puede que no se halle

remedio para todos sus males.

MARI PAZ -. Aunque viejo, ese hombre

es mi marido y amante,

que yo soy su esposa

y no tiene, en si, ya nade

que hablar de mi Anacleto,

para bien o para males:

Máxime, sino es verdad;

esa boca se calle.

GRACIELA -. Lo comprobarás tú misma

en cuanto aquí se presente,

ese hombre al instante.

Remedios tal vez se halle

para el abuelo a sus males

si tú al encuentro sales;

pues no puede ver mujer

a medio metro, encontrarse

con alguna damisela,

que hay por estos lares.

Sale Graciela a paso ligero, por la derecha del escenario, mientras entra corriendo las chicas por la izquierda, como asustadas, saliendo por la derecha corriendo. Al cabo de un rato, entra Antonio Pedro por la derecha del escenario.

MARI PAZ -. Muy movidita está la fiesta;

de aquí para allá

se ven parejas,

se van corriendo:

¿Es que hay apuestas?.

ANTONIO PEDRO -. Si por esta puerta – (Señala a la derecha).

o por aquella puerta – (Señala a la izquierda).

dentro de un momento,

tal vez iluminado,

entre Anacleto.

MARI PAZ -. Mas hay que dejarle

entrar por ellas.

ANTONIO PEDRO -. Si yo le dejo…

MARI PAZ -. ¿Pues tú, qué te quejas?.

ANTONIO PEDRO -. La que tiene que tener

cuidado eres tú y no aquella,

que aquí no se encuentra;

mujer apuesta.

MARI PAZ -. ¿Mas si se encuentra?.

ANTONIO PEDRO -. Con las dos pudiera.

MARI PAZ -. ¡UHF!; que fiera,

este mi hombre,

mi Anacleto:

Que bien le ha dado

la pócima esa.

Entra Anacleto por la derecha con unos ojos descomunales, abiertos a más poder y al ver a Mari Paz, sale hacia ella, con los brazos estirados y las manos abiertas. Al llegar a su lado se arrodilla cerca de ella, suplicando.

ANACLETO -. ¿Será esta dama,

la de mis sueños;

será su gracia

la que contemplo?.

MARI PAZ -. ¡Haber!, Anacleto.

ANACLETO -. Esos tus ojos

como dos perlas,

esos tus pelos

de fino oro,

esa tu boca

sabe a menta,

esos tus labios

poder quisiera;

querer ser míos,

que ya lo fueran

en otros tiempos

de poderío…

MARI PAZ -. Mas tú lo has dicho:

Que ahora quieto

está el gusano

y no se mueve;

ni para arriba,

ni para abajo.

ANACLETO -. De poderío, yo bramo

con una fuerza

de mil venablos:

Me sale firme,

me sale por dentro,

yo que presiento

soy un león…

MARI PAZ -. Mas bien cordero

creí, que eras:

Tus pocas fuerzas,

imploro, yo.

ANACLETO -. Un león me siento

ante tu persona,

ante tu figura

de mujer hermosa…

MARI PAZ -. ¿Me ves así?.

¡Vaya que chasco!;

de este león,

pues la edad no dices

esta que tengo.

(Piensa) – ¿Haber si a caso,

me quita años;

por estar así?.

ANACLETO -. La edad no importa,

pues ya la tuya

está muy justa

a los cuarenta…

MARI PAZ -. ¿No digo yo?.

ANACLETO -. A los cuarenta

y estas por mi.

MARI PAZ -. ¡Si!: Hombre; si.

Entran por la izquierda las chicas y Anacleto al verlas, se levanta con los brazos extendidos y las manos abiertas y al pasar las chicas por su lado, sale detrás de ellas, hablando a una.

ANACLETO -. ¿Por qué corres?:

Preciosa, hermosa,

si ya tus pasos

un rosal florido

hacen nacer

y florecer aquí.

¡Qué piel melosa,

qué piel de miel!;

deja que chupe

de esa tu tez.

Salen corriendo por la derecha, las chicas, y por el mismo lado entra Graciela.

Anacleto, ya no responde por nada ni por nadie, al ver a Graciela, cerca de él.Se acerca a Graciela, da una vuelta alrededor de ella, se para, la mira de arriba a bajo, se restriega los ojos y vuelve a dar otra vuelta alrededor de ella.

ANACLETO -. La gracia, no puede ser,

que sea gracia tan hermosa;

como la que tú tienes

en ese cuerpo de diosa.

Si las flores a tu paso

se marchitan y angostan

y hasta los mismos claveles

hacen guiños a las rosas:

¿Cómo ese cuerpo imperial,

no se acerca a este mío,

que está prendado por el

y está sufriendo delirios?…

Entra Juan Carlos por la derecha y se levanta Antonio Pedro cogiendo le a Anacleto, los dos, uno por el brazo y cuello chaqueta y el otro por otro brazo y cuello chaqueta, sacándole del escenario. Anacleto, en su delirio de Morfeo, al paso de las flores, las hace carantoñas. Mientras se le llevan a Anacleto, conversan Juan Carlos y Antonio Pedro.

ANTONIO PEDRO -. ¿Qué le pasa a este tío?

JUAN CARLOS -. Será la viagra esa,

que le ha puesto, ya, perdido

en las formas y quereres,

y hasta no tiene olvido

para decir lo que siente

a estas damas; con suspiros.

ANTONIO PEDRO -. Pues que no suspire tanto;

haber si acaso al tío,

se le cae esa viagra

en todo el coco; yo digo.

Se ve al chico, al salir con Anacleto, mas bien un poco alegre, jugando con el aro y molestando a las personas.Estropea unas flores y le riñen con sigilo.

MARI PAZ -. Toñito, chico…¡Tú, hijo!:

Como sigas así jugando

vas a caerte rendido.

Aunque tú, en si, no me oigas,

mis labios dicen: Estate quieto

haber, si por causalidad

yo digo; que jugar como tú juegas

por algo, en si, ha sido.

GRACIELA -. Mucho se acercaba al botijo…

MARI PAZ -. Ese botijo no es el mal;

el mal lo trae el otro botijo,

que contiene anisete

y el chico pegado al búcaro,

trago, tras trago echaba

sin que se le cayera el bicho

de las manos sudorosas

por el juego y por el alivio,

que sentía al beber

la frescura del botijo.

GRACIELA -. Por el seto se ha metido,

sin saber por donde anda;

lleguemos, mas bien, a él

a conducirle de ganas

y entregarlo a su madre

para que le zurra a manta;

una buena pavana.

Se levantan, las dos, Graciela y Mari Paz y cogiendo al choco, le llevan al puesto de castañas, viéndose angostado un seto y algunas rosas de un rosal. Se sientan en los veladores, la una enfrente a la otra, en veladores diferentes. Se observa entrar, cada vez, a más gentes, a la verbena.

MARI PAZ -. Este vuelo, que ha tomado

la verbena en su fiesta;

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