El pequeño Dudú
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Me crié con mi abuelo Pedro que jamás olvidó esta historia ocurrida en una de mis inolvidables vacaciones. . No tuve la dicha de conocer a mis padres porque siendo muy pequeño murieron en un accidente aéreo. Mi abuelo Pedro se quedó solo cuando mi abuelita Lucía murió de unas fiebres extrañas. Ell andaba por los ochenta años.
Mi abuelo era alto; delgado, canoso, de tez clara, ojos azules, y rostro con pocas arrugas. Su andar era ágil y su vigor, el de un hombre más joven. Era inteligente y sabía mucho pues vivía leyendo libros de todo tipo. Era complaciente, sosegado y sobre todo muy comprensivo. Cuando perdió a su única hija, que fue mi madre, quiso quedarse conmigo que entonces tenía dos años.
Mi abuelo Pedro vivía orgulloso de mí. A todos sus amigos les decía que yo era un chico muy bueno y educado einteligente y por eso yo no hacía muchas maldades que pasaban por mi mente.
No pretendo hacer mi biografía, sino contar cosas que a mi me pasaron y que no le han sucedido a muchos muchachos de mi edad. Parecen insólitas e irreales, pero son verdades.
Mi primo Julito tenía trece, pero parecía que tenía menos porque era medio tonto, miedoso y a nada extraño o misterioso le encontraba explicación. A pesar de todo, en la escuela era muy buen estudiante y con muy buenos resultados en los exámenes. Yo de eso no quiero hablar. Aprobaba, pero no merecía felicitaciones por ello.
Nos gustaba mucho programar excursiones, casi siempre a las cuevas que están en las lomas un poco distantes de donde vivimos. A los montes a cazar; ir al mar a nadar y protagonizar todo tipo de aventuras que nuestra imaginación era capaz de diseñar.
Mi abuelo me compró una lona impermeable de unos dos metros de ancho por tres de largo y con ella mi primo y yo hicimos una casa de campaña. La armábamos en la arena cuando íbamos a la playa o en el campo en las excursiones, y también en el fondo del patio inmenso que tiene nuestra casa. Ese era nuestro campamento de verano.
Alicia y Rosita, dos amigas nuestras y vecinas del barrio, se unían a nosotros y nos acompañaban muchas veces en las excursiones o los viajes a la playa. Rosita y Julito se trataban como si fueran noviecitos. Alicia y yo como hermanos. Alicia es rubia; de ojos claros, de tez rojiza y labios entomatados. Parecía una muñequita rusa. Tenía una sonrisa gozosa que indicaba que siempre estaba contenta.
Rosita, en cambio era su antónimo natural. Trigueña; de pelo lacio muy negro, ojos verdosos vivaces, medio gordita y entretenida. Era una muchacha alegre, pero no como Alicia. Tanto Alicia como Rosita respetaban mucho a mi abuelo.
El nunca permitía que los cuatros estuviéramos mucho tiempo dentro de la casa de campaña. Mi abuelo Pedro era muy celoso y estaba enchapado a la antigua. Cuando nos veía a los cuatro juntos y no pensaba nada bueno.
Julito y yo planificamos ir de pesca el día siguiente; domingo. El sábado por la tarde preparamos los cordeles y los anzuelos. En dos vasijas echamos las carnadas que no eran otra cosa que lombrices.
Por la tarde el cielo se nubló y fue como si la naturaleza nos hubiera puesto el dedo en la llaga. Yo enseguida pensé en mi abuelo. ¨Si llueve no pueden ir a pescar¨, nos hubiera dicho. Afortunadamente el viento espantó las oscuras nubes y de nuevo el sol salió.
Entusiasmados, nos levantamos temprano, desayunamos y después de escuchar el sermón del abuelo sobre los cuidados y los peligros nos fuimos de pesca. Siempre que lo hacíamos competíamos. Unas veces mi primo pescaba tres o cuatro truchas, otras veces yo lo aventajaba. Ese día la picada estuvo mala y sólo pescamos una cada uno. Cansados, recogimos los cordeles y las truchas y los metimos en las mochilas.
Como la pesca había estado mala; sin las emociones de otras veces, decidimos ir a la Cueva de la Lechuza _ así la nombran_, y bañarnos en un charco que hay dentro de la misma. En el centro de la cueva está este charco cuyas aguas son siempre muy frías y cristalinas. El pequeño lago parece un espejo entre las piedras. En él se reflejan las estalagmitas y la escasa vegetación formadas por helechos y bejucos.
Nos bañábamos con mucho cuidado pues este lago ,en el centro, es muy profundo. Nos limitábamos a nadar por las orillas.
Salíamos y entrábamos al agua. Estábamos tan entusiasmados que no nos dábamos cuenta de lo que sucedía. Nuestras pertenencias estaban desapareciendo. Fue Julito quien se percató de eso.
_¿Mayito, dónde está nuestra ropa? _me dijo extrañado y mirado a todas partes.
Entonces me di cuenta de eso y me hice la misma pregunta. Miré a todas partes queriendo encontrarlas, pero fue inútil.
_Julito alguien las escondió.
_Pero aquí no hay nadie mas que nosotros._me dijo asustado.
Salimos del agua, nos paramos en un peñasco, examinados los alrededores y caminamos con cuidado por lo resbaloso de las piedras y no encontramos nada.
Entonces nos sentamos y nos pusimos a pensar en lo sucedido sin llegar a conclusión alguna. Llevábamos unos minutos reflexionando cuando sucedió lo inesperado: escuchamos una risa larga y extraña que nos llenó de incertidumbre.
_JI, ji, ji, ji…
Miramos a todas partes y no vimos a nadie.
De nuevo la risa que parecía de un extraterrestre.
_Ji, ji, ji, ji…
Estábamos tan asustados que sentimos el deseo de salir corriendo de allí de aquella cueva. Julito se abrazó de mí y sentí que su cuerpo temblaba. Yo sentí miedo, pero no tanto como él.
_¿Quién está escondido aquí?_pregunté y no hubo respuesta.
__¿Quién anda por ahí?_preguntó mi primo.
De nuevo la extraña risita.
_Ji,ji.ji.ji…_la risa ahora venía desde otro ángulo de la cueva. Era como si el extraño visitante se moviera de lugar a otro muy rápidamente.
Entonces mi primo, con los ojos desorbitados, temblando de miedo me indicó con su índice derecho y balbució una palabra de golpe que penetró en mis oídos como un disparo de escopeta.
_! Mira!_dijo.
_¿Dónde?_pregunté ansioso.
_! Allí, mira para allí!_dijo indicándome con el índice derecho.
Miré y cuando vi aquello pensé que me moriría del susto. No sabía si era realidad o ficción. Por momentos pensé que era una alucinación o la aparición de un ser del mas allá.
Lo que teníamos delante de nuestros ojos era una figura pequeña de más o menos medio metro de estatura. Su cuerpo tenía forma de un negro africano en miniatura. Sus ojos eran grandes e inquietos, parecían dos moscateles, y su piel tan negra como las plumas de un cuervo.
_!Es un diablo!_exclamó mi primo.
_! Cállate, nos puede atacar!_le dije asustado.
_! Es un güije!_me dijo mi primo mirándome con los ojos desorbitados.
Mi abuelo una vez me habló de los güijes. El me dijo que eran unos diablillos con cuerpo de humanos que venían del más allá y le hacían maldades a las gentes. Decía él que estos seres disfrutaban escondiéndoles los objetos a las personas y haciéndole todo tipo de maldades.
Me contó que una vez un güije se metió en la casa y no los dejaba dormir. Cuando ellos se acostaban los destapaban y le encendían las luces de la casa. Por las mañanas cuando mi abuela se levantaba e iba a colar café no encontraba el colador y cuando lo buscaban lo encontraban en el techo de la casa o en el latón de la basura. Al parecer ahora teníamos frente a nosotros uno de ellos.
_!Lánzale una piedra… espántalo! _exclamó mi primo acobardado.
_No. Si es un güije no nos hará daño.
De repente el extraño personaje se fue acercando a nosotros hasta tenerlo frente a frente. Se paró delante en silencio. Nos miraba y reía con la risita que escuchamos al principio. Nosotros estábamos petrificados. El muñeco aquel no dejaba de reír y bailar. Movía la cintura de un lado a otro con las manos apoyadas en la misma. Sus movimientos eran graciosos. Eso nos hizo perderle el miedo y nos fuimos familiarizando con aquel fenómeno.
Entonces yo comencé el diálogo. Le hice una pregunta que para sorpresa mía me la contestó en español.
_Qué cosa eres; un diablillo, un güije, o un espíritu venido del más allá?
Dejó de reír y bailar y se acuclilló. De su boca de labios gruesos muy negros salió la primera frase:
_No soy nada de eso. Soy malabeño.
Con el seño fruncido le hice la otra pregunta.
_ ¿Ese es tu nombre?
_No. Yo era de Malabo. Malabo…bubis…Soy de Bioko.
Ni mi primo ni yo entendimos nada de aquello.
_No sabemos lo que dices. Explícate mejor._dijo Julito. Bueno…mas bien lo balbució.
_Malabo…nací allí.
_ ¿Eres un fantasma con ese nombre?_pregunté
_No vuelvas a decirlo. No soy fantasma._dijo enojado _ soy de Bioko.
_¿Qué es eso, un país?_pregunté de nuevo.
__Es una isla de África. ¡Viva el Rey Malabo, hijo de Moka!_dijo eufórico. Los de allí nos dicen bubi.
_No comprendemos mucho lo que dices, pero sabemos dónde está África. ¿Cómo te llamas?_le dije.
_No tengo nombre alguno… Bueno…
_Nos gustaría decirte alguno._dijo mi primo.
_Dudú. Soy el pequeño Dudú.
Nos gustó el nombre. No sabemos si lo inventó en ese momento o si tenía que ver con algunos de sus antepasados. Lo cierto es que nos dijo llamarse Dudú y Dudú se quedó.
El pequeño Dudú se puso de pie y fue hasta una inmensa piedra que estaba cerca de nosotros, en la entrada de la cueva, y nos trajo las ropas que había escondido allí. Las puso donde mismo nosotros las dejamos antes de meternos al agua. Entonces nosotros comprendimos que lo había hecho por maldad.
_¿Dónde vives, Dudú?_preguntó mi primo.
_Dónde estamos. Cuando me aburro, me voy a otro lugar donde haya aguas y peces. A veces salgo y recorro muchos lugares, pero no me ven. La gente no quiere nada conmigo. Una vez trataron de cogerme unos estudiosos porque decían que yo era un animal de otro mundo o un güije. Yo no les voy a decir a ustedes todo lo que soy. No lo comprenderían.
_¿Entonces, no tienes amigos?_le pregunté.
_No. No puedo tenerlos.
_¿Quieres ser amigo de nosotros?_preguntó Julito.
_Si, me gustaría. Vivo muy aburrido._en su oscuro rostro se dibujó la tristeza.
_Ya eres nuestro amigo, Dudú._le dije entusiasmado.
Dudú rió y bailó de nuevo. Se veía contento, feliz. Nosotros también. Habíamos perdido el miedo y le habíamos tomado afectos a aquella criatura extraña.
Dudú revisó nuestras mochilas y vio que sólo habíamos pescado dos truchas. Nos dijo:
_¿Eso fue lo que pescaron?
_Si — le dije — la picada estaba mala.
_Síganme.
Salió delante. Nosotros detrás. Salimos de la cueva y fuimos hasta el río. Cuando estábamos en la orilla, Dudú se lanzó al agua y estuvo zambullido un buen rato. Julito y yo pensábamos que se ahogaría pero no, después nos dimos cuenta que al parecer podía respirar debajo del agua.
Cuando menos lo pensamos empezó a lanzar truchas hacia fuera. Nosotros estábamos pasmados. Salía a la superficie y lanzaba una: luego se zambullía y volvía a salir de nuevo y lanzaba otra y así nos lanzó diez truchas. Nosotros nos pusimos muy contentos.
Metimos las truchas en las mochilas y le dimos las gracias a nuestro extraño y nuevo amigo. Estuvimos un rato más con él y nos despedimos de Dudú ya fuera del agua. No queríamos irnos, pero se nos había hecho un poco tarde y mi abuelo seguro estaba preocupado por nosotros.
_¿Cuando quieran verme vengan a la cueva _ dijo Dudú.
_Lo sabemos. Pronto nos volveremos a ver._le dijimos a coro.
Retornamos a la casa comentando todo el tiempo por el camino lo sucedido. Cuando llegamos se lo contamos a mi abuelo. El reía a mandíbula batiente y nos decía que nos habíamos acostado a dormir en la cueva y habíamos soñado con ¨ese tal Dudú¨.
_Mayito, soy muy viejo para que me engañen. Esa historia es un poco extraña y están exagerando. Yo sé que los güijes han existido y que han hecho de las suyas, pero no como ustedes cuentan. No creo en nada de lo que dicen._dijo el abuelo y río a carcajadas.
A mi abuelo le llamó mucho la atención cuando mencionamos lo dicho por Dudú en cuando a Malabo y Bioko.
Como él había leído tanto nos explicó que Bioko era una isla que formaba parte del territorio de Guinea Ecuatorial en Africa. Dijo mi abuelo que Malabo era uno de los principales lugares de Bioko.
En cuanto a Malabo nos contó que fue un rey que hubo en Bioko. Ese asunto era lo único que a mi abuelo le extrañaba un poco de la historia que le contamos, porque mi primo y yo no sabíamos nada de eso. Los dos en Historia éramos regulares en la escuela.
Después se lo contamos a Rosita y a Alicia y éstas nos creyeron a medias. Nos dijeron que sólo nos creían si le ensañábamos al Pequeño Dudú. No le prometimos nada porque teníamos que consultarlo con él.
2
Dos días después de lo sucedido volvimos al río a pescar y para sorpresa nuestra allí nos estaba esperando el nuevo y extraño amigo. Nos dijo que guardáramos los cordeles y las carnadas y nos sacó de las aguas cuatro hermosas truchas. Después los tres nos fuimos para la cueva y nos lanzamos al agua.
Llevábamos un largo rato en el charco, y como el agua estaba muy fría, a Julio se le entumecieron los músculos y se encogió una cuerda tratando de atravesar de un lado al otro el charco. Julito manoteaba en el agua desesperadamente. Yo estaba insultado porque mi primo estaba a punto de ahogarse. Si yo me lanzaba al agua a rescatarlo nos ahogaríamos los dos. Ya Julito había tragado agua.
_! Ayudenme! ¡Me Ahogo! ¡Mayito, ayúdame!
Yo estaba tan desesperado como él, pero no podía hacer nada. Entonces Dudú se lanzó al agua y con la ayuda de una rama que había en el fondo del lago sacó a Julito salvándole la vida.
Mi primo estaba pálido. Tosía y respiraba con dificultad. Su cuerpo temblaba por el susto que pasó. Poco a poco se fue recuperando. Juró que jamás se bañaría en el lago. Entonces Dudú bailaba y reía. Se sentía contento por haberle salvado la vida a Julito.
_Dudú te agrademos mucho lo que hiciste por mi primo. Le salvaste la vida._le dije-
Julio, todavía medio asustado, le mostró su gratitud.
_Gracias, Dudú. Ahora eres más amigo nuestro que antes. Te defenderemos siempre. A nadie le permitiremos que digan que tú eres un diablito o que haces daño.
Mi primo, que de no haber sido por Dudú ahora estuviera muerto debajo de las aguas del charco en la cueva, y yo salimos rumbo a mi casa y cuando llegamos no nos atrevíamos a contarle a mi abuelo lo sucedido, pero por fin lo hicimos.
Mi abuelo se enfureció cuando supo todo lo ocurrido. Cuando le dijimos que el Pequeño Dudú había salvado a Julito nos dijo que lo estábamos engañando nuevamente y que lo hacíamos para dramatizar aún más el hecho.
Nos prohibió que volviéramos a la Cueva de la Lechuza y como castigo nos prohibió salir de la casa por una semana. En vacaciones un castigo así es cruel para cualquier muchacho de nuestra edad. De todas formas él tenía la razón.
Empezamos a extrañar a Dudú. Planificamos varias veces un plan de fuga para ir a verlo, pero no fue posible; mi abuelo no nos perdía ni pies ni pisadas. Vivía velándonos. Pensábamos que Dudú también nos extrañaba y a lo mejor creía que no lo volveríamos a ver jamás.
Esa noche mi abuelo dormía y roncaba como la locomotora de un tren. Julito y yo no nos podíamos dormir. Escuchamos un ruido en el patio y nos asustamos. Creíamos que había un ladrón. Sigilosamente nos levantamos y nos dirigimos a la cocina. Por una rendija que había en la pared de madera que daba al patio nos asomamos y para sorpresa nuestra vimos a Dudú, muy encantado, meciéndose en la hamaca que estaba en la terraza y donde mi abuelo dormía la siesta.
Abrimos cuidadosamente la puerta y lo llamamos. Afuera todo estaba oscuro.
__! Dudú! ¡Dudú!
El miró hacia la puerta y nos vio. Entonces su alegría fue tal que se puso a bailar como siempre lo hacía.
_! Ven, ven, pero no hagas ruido!
El diminuto negrito entró y fue hasta nuestro cuarto. Lo miraba todo. Examinó la habitación iluminada por una débil bombilla que daba una luz amarillosa y se subió a mi cama. Se acostaba, se ponía de pie sobre ella y bailaba y bailaba demostrando que estaba alegre porque nos había encontrado y porque por primera vez estaba sobre una cama.
_¿Qué les pasó, mis amiguitos?_preguntó sentado sobre las sábanas y con las pequeñas piernas cruzadas.
Julito le contestó:
_Estamos castigados por el abuelo. Nos prohibió salir de la casa. Tampoco podemos ir a la cueva ni pescar.
_Mi abuelo es así, pero no es malo. El no cree que tú existes._le dije.
_Si me descubre…
_No te preocupes. Estarás con nosotros. Te mantendremos escondido aquí en el cuarto.
__Sus ronquidos parecen los bramidos de un toro._dijo el Pequeño Dudú y sonrió con su diminuta boquita negra .
_Estamos acostumbrados a sus ronquidos. Otra persona no pudiera dormir en esta casa. Bueno dormirás con nosotros.
_Yo nunca he dormido en esto. Yo vivo en el monte y las aguas. Allí duermo felizmente.
Convencimos a Dudú y se acostó en mi cama. No podía asegurarlo porque me quedé dormido, pero pienso que él también se durmió.
Temprano en la mañana, como de costumbre mi abuelo se levantó, hizo el café y después nos lo llevó a la cama. De no haber sido porque Dudú estaba metido casi debajo de mí, lo hubiera descubierto. Dudú, haciendo mil muecas tomó de mi vaso. Era la primera vez que lo hacía.
Mi abuelo preocupado porque no abríamos la puerta del cuarto, de vez en vez tocaba en la misma y le decíamos que estábamos leyendo. Los tres hablábamos bajito para que no descubriera a Dudú.
Al mediodía nos llamó a almorzar y dejamos al amigo escondido debajo de la cama. En la tarde, cuando nos llamó a comer hicimos lo mismo. Así estuvimos haciéndolo dos días, pero mi abuelo comenzó a sospechar que algo raro estaba ocurriendo y a casa rato nos lo daba a conocer.
_Aquí hay gato encerrado. Algo raro está sucediendo y tienes que decírmelo, Mayito._me dijo una mañana muy enojado.
_No pasa nada, abuelo. Como tú nos prohibiste salir nos pasamos todo el tiempo leyendo y haciendo cuentos que inventamos.
Como él nos conocía muy bien, pensó que lo estábamos engañando. A partir de ese día iba a mi cuarto a cada rato lo que nos ponía en aprietos porque teníamos que esconder a Dudú. Nos poníamos tensos y nos asustaba la idea de que el abuelo lo descubriera y le hiciera daño.
Convencimos a Dudú que se fuera y que nos esperara en el río pues el castigo había llegado a su término y con el pretexto de que iríamos a casa de nuestras amiguitas Alicia y Rosita, iríamos al río a encontrarnos con él.
Así lo hicimos una y otra vez. A mucho ruego de nuestras amigas, tuvimos que llevarlas para que lo conocieran.
Les advertimos que a la más mínima burla no las perdonaríamos y jamás lo verían. Ellas, cuando lo vieron por primera vez se impresionaron un poco, pero luego les resultó simpático Dudú e hicieron amistad con él.
El Pequeño Dudú se sentía muy feliz porque ahora tenía dos amigas. Los cinco caminábamos por el monte; nos sentábamos a escuchar los relatos que nos hacía Dudú de sus ancestros y su tierra y nunca le preguntamos cómo llegó a esta tierra ni de qué manera. Siempre nos abstuvimos de indagar sobre su actual existencia.
Todo marchó bien hasta que la tonta de Rosita le contó a sus padres lo que ocurría y éstos, a su vez, a otros vecinos. La noticia de la existencia del Pequeño Dudú se diseminó por todo el pueblo.
Como siempre ocurre, se tejieron mil versiones; unas buenas y otra malas. Muchas personas comenzaron a sentir miedo porque decían que era un diablo o un güije malvado que podía causar muchos daños.
Nosotros entonces teníamos que encontrarnos a escondidas con Dudú. El estaba muy triste por todo lo que estaba ocurriendo. Muchas veces íbamos al lugar de la cita y él faltaba.
Una noche en el pueblo hubo un incendio. Se hicieron cenizas: la iglesia vieja de madera carcomida, varias casas y un establo. Nadie dijo que había sido porque hubo un corto circuito en un tendido eléctrico. No. Todos dijeron que había sido el diablillo nombrado Dudú.
Mi abuelo y varios hombres formaron una cuadrilla para buscar y capturar a Dudú. Varios días estuvieron buscándolo infructuosamente. Nosotros, cuando podíamos, le avisábamos para que se escondiera.
Aquella búsqueda duró casi una semana. Una noche lo capturaron. Aquello causó tremendo escándalo en el pueblo. A Dudú lo trajeron encerrado en una jaula de hierro. Parecía como si estuviéramos en el zoológico frente a la jaula de un macaco.
Todo el mundo salió de sus casas para verlo. Algunas beatas se persignaban porque crían que era un hijo del diablo. El cura de la iglesia, con una cruz de madera en sus manos, reprendía una y otra vez a Dudú y pedía lo peor para él. Otros lo culpaban de cuanta cosa mala había ocurrido en esos días.
Dudú gritaba, brincaba, y se lamentaba del estado en que se encontraba. Julito y yo salimos y nos acercamos al lugar donde lo exhibían. Estábamos asustados y temíamos por él.
_¡Hay que matarlo! ¡Mátenlo!_gritaban muchos de los vecinos indignados.
Como había varios hombres armados, entre ellos mi abuelo, sentimos miedo de que lo mataran.
_Tenemos que hacer algo, Julito _ le dije desesperado y triste.
_No se me ocurre nada….ahh, ya sé lo que vamos a hacer.
_¿Qué se te ocurrió, Julito?_le pregunté ansioso.
_Saliendo del pueblo hay un viejo rancho abandonado. Le daremos candela y cuando todos vayas a apagarlo aprovechamos y rescatamos a Dudú. El me salvó la vida, ahora yo tengo que salvar la suya.
_Es muy buena idea; lo haremos.
No lo pensamos más. Fuimos a la casa buscamos lo necesario y nos encaminamos al lugar. Poco a poco le prendimos fuego al rancho por los cuatro costados.
Al poco rato las llamas casi llegaban al cielo. Hubo tremenda algarabía. Todos corrieron para allá para sofocar el incendio. Dudú se había quedado abandonado donde lo tenían y nosotros aprovechamos esa oportunidad para romper la pequeña puerta de la jaula donde lo tenían encerrado y lo sacamos. El se puso muy contento.
Dudú fue con nosotros para nuestra casa y lo escondimos de nuevo en mi cuarto. Cuando el incendio fue sofocado todos retornaron enardecidos para donde tenían a nuestro amigo con intenciones de liquidarlo, pero se quedaron asombrados cuando encontraron la jaula vacía.
Muchos le atribuyeron el hecho al mismísimo diablo. Otros dijeron que Dudú se había hecho invisible. A mi abuelo y su cuadrilla no les quedó más remedio que guardar la jaula y aceptar la derrota.
Lo que mi abuelo nunca se imaginó fue que esa noche durmió en compañía del Pequeño Dudú. De haberlo descubierto el castigo que nos hubiera puesto hubiera sido difícil de calcular.
Temprano en la mañana le dijimos al abuelo Pedro que íbamos a cazar jutías y metimos a Dudú en un saco y nos lo llevamos. A mitad de camino lo sacamos y anduvo junto a nosotros hasta la cueva.
Allí donde lo encontramos; donde después de asustarnos hizo que le tomáramos cariño, no bailó como aquel día, tampoco rió con su risa singular, sino que con sus dos moscateles negro_ sus ojos_ llenos de lágrimas se despidió de nosotros.
Mi primo y a mi se nos hizo sendos nudos en las gargantas y la tristeza provocó lágrimas en nuestros ojos.
No hubo adioses. Tampoco nos dijo cuando nos volveríamos a ver; quizás nunca más. El Pequeño Durdú se lanzó al agua y desapareció.
Nosotros regresamos a la casa y ese día apenas pudimos ingerir alimento alguno. Dos días después terminaron las vacaciones y mi primo retorno con su familia.
Las clases comenzaron y con Durdú, adueñado de mis recuerdos, andaba de un lado para otro rogándole a Dios que en las próximas vacaciones lo encontráramos de nuevo.
Fin
El último cuadro
1
Lo de la afición por la pintura en Rocco era innato. En su familia no había ni pintores, ni escultores. Su padre era marinero y su madre maestra de Provincia. Tenía una hermana mayor que él_Sofía_que vivía en París, Francia. A Sofía también le gustaban las Artes Plásticas; era escultora. A ella nunca le ocurrió algo tan inesperado y terrible como lo sucedido a Rocco con su último cuadro.
Su abuelo Fiodor_de origen ruso_, tan honesto y cascarrabias como buen agricultor, nunca quiso que él se dedicara a la pintura. Eso de tener un nieto artista lo decepcionaba. Aunque se le explicara una y otra vez, no reconocía que estaba equivocado. Al rudo campesino de cuerpo corpulento y acerado no le quedó otro remedio que aceptar la vocación y dedicación de su único nieto varón.
Su abuela Amalia; excelente tejedora, buena madre y esposa lo complacía en todo. A ella le gustaban mucho los cuadros que él pintaba y era su principal crítica. El punto de vista de su abuela lo había salvado en varias ocasiones cuando los colores y las formas de alguna de sus obras no lograban trasmitir el mensaje propuesto.
Su abuela era algo así como una improvisada y autodidacta especialista a la que Rocco sometía sus pinturas con el mejor de los deseos. Sin embargo lo que pasó con su último cuadro no pudo ser evitado ni por ella ni por nadie. Todo pasó sin premoniciones o presentimientos.
Era muy pequeño cuando la familia decidió ir a vivir en Isla Berenice. Es una isla muy bella. Tiene la forma de una manzana y está situada en el Mar Mediterráneo. En la Costa Este de la misma está Marshal City, su capital. Ese nombre lo lleva porque es el de uno de sus hombres más importantes. Fue uno de sus fundadores. Allí vivió Rocco con sus padres. Luego se fue a la Costa Oeste a estudiar y relacionarse con artistas de renombre. Allí vivió con un tío que era Profesor de idioma Ingles.
Berenice debió llamarse Jardilandia porque está llena de jardines. En cada casa; en los parques, en la orilla de los ríos, en las montañas, donde quiera hay un jardín con variadas flores de perfumes agradables. Muchos habitantes de la Isla piensan que en ella hay todas las variedades de flores que existen.
El paisaje de Berenice es exótico. Hay altas montañas que le arrebatan espacio a las nubes y su cima se viste de blanco por las mismas, caudalosos ríos, rica y muy variada vegetación y una fauna donde abundan desde el más insignificante gusanillo hasta los más poderosos depredadores aéreos y terrestres. En la Costa Este viven familias de muy altos ingresos y sus casas son muy lujosas. En esa zona hay muchas industrias importantes.
En el Sur, imperan los agricultores. En el Oeste viven familias cuyos descendientes eran de Nápoles, Italia, y son gentes muy importantes. Los hay artistas, escultores, pintores, teatristas, científicos etc. En esa zona, como en Nápoles, hay muchos castillos y vetustas mansiones; muchas de ellas tan descoloridas como aburridísimas. Varios castillos de estos están llenos de misterios y algunos escritores de Berenice los han usado en sus novelas de terror.
Rocco vivía en Santa Rosa, en el oeste del país. Allí llegó cuando había cumplido ya los catorce años. Matriculó en una Escuela Secundaria. Estudiaba por las mañanas y pintaba por la tarde. En las noches leía o veía la televisión. Ahora tenía diecisiete años.
Era un muchacho callado; talentoso, aparentemente tonto, soñador y disciplinado. Físicamente atraía a las muchachas con facilidad por su porte atlético, sus ojos verdes, su pelo negro sedoso y su piel clara, y rostro atractivo. Su mirada es la de los buenos pintores; penetrante y escrutadora donde el más mínimo detalle es atrapado. A pesar de todo no era un caza muchachas.
Rocco decía que su novia era la pintura; su amante; la pintura y su mejor amiga; la pintura. Como adolescente primero y joven luego no estuvo exento de resabios, asombros ante lo inesperado o misterioso, y desde luego, gustaba de las excursiones y la fantasía.
Cuando fue por primera vez a la Secundaria los otros muchachos trataron de hacer confianza con él inmediatamente, pero él no hizo intento alguno en complacerlos. Ellos lo tanteaban. El hacía lo mismo. Ellos deseaban conocerlo a fondo.
No soportaba algunos de su grupo. Su seriedad y su carácter altivo provocó en sus compañeros cierto rechazo y una andanada de malas opiniones circularon por el aula y la escuela. Todos decían que era antipático.
Para muchos muchachos era un entretenido. Lo decían porque muchas veces se quedaba pensando y pensando, como ido de la realidad, quizás meditando sobre algún cuadro que estaba pintando o haciendo uso de su imaginación en la elaboración de alguna próxima pintura.
A pesar de todo era muy cortés; educado, de buenos modales y trato para con los personas mayores. Rocco era un muchacho sencillo. No sentía orgullo por nada ni le gustaba llamar la atención por sus vestimentas, sus cuadros o sus atributos físicos e intelectuales. Ellos, los de la escuela no habían descubierto todavía que Rocco tenía un buen corazón.
Llevaba en aquella escuela seis meses y había logrado tener dos o tres amigos, entre ellos Tania, una muchacha cuyo temperamento se parecía al suyo.
La madre de Alex, uno de los tres amigos, enfermó y hubo que ingresarla en una clínica. Alex era muy querido entre los muchachos del grupo y estos hicieron colectas para sufragar los gastos de hospitalización de su mamá.
Los ingresos del padre de Alex y las colectas hechas entre sus amigos de la escuela no eran suficientes para sufragar los gastos de hospitalización de su madre. Rocco buscó uno de sus cuadros, se fue a una plaza donde se vende de todo y lo puso en venta. Un turista griego lo vio y se lo compró. El dinero de la venta del cuadro Rocco se lo entregó a Alex para que pagara los servicios de la clínica donde estaba ingresada su mamá.
La noticia de la acción de Rocco con Alex corrió de boca en boca y toda la escuela se enteró. Eso trajo como resultado que las opiniones sobre él cambiaran y muchos de los que le resultaba antipático se le aceraran y trabaran amistad con él.
Cuando Tania, su amiga, se enteró fue hasta él, lo felicitó, le dio un beso en la mejilla y en sus labios afloró una dulce sonrisa. Ella valoró de muy bueno su gesto y le mostró una vez más su especial simpatía por él. Rocco comprendió, como romántico al fin, que Tania había aprovechado la oportunidad para insinuarle sus sentimientos. Sin hacer absolutamente nada, muchas muchachas de la escuela se enamoraron de él.
Era imposible responderle a tantas por lo que Rocco decidió no acercarse a ninguna. Con Tania era diferente. Sentía un especial interés no declarado por ella que la desesperaba, pero éste quería estar seguro se sus sentimientos por los valores morales que ésta tenía.
__Alex, simpatizo mucho con Tania. No es como las demás. Tiene mis mismas inquietudes, ve la vida como adulto, no como un chiquillo alocado de esos que tanto abundan. No es ninguna chica extraña, lo que pasa es que no es como las demás _ le dijo en cierta ocasión a su amigo.
__Rocco, Tania es muy buena muchacha y muy buena amiga. Todos saben está enamorada de ti y cuando los ven juntos, se quedan mirándolos y comienzan a cuchichear._dijo Alex resueltamente.
Suspiró.
___Algunas han intentado levantar una barrera entre Tania y yo pero no lo han logrado y eso las mortifica. _dijo Rocco sonriendo.
__Están fascinadas, Rocco.
Los dos rieron. Después comentaron sobre el interés de algunas porque Rocco les hiciera un cuadro y su disposición a posar para el mismo en su pequeño taller de pintura.
__Como sólo has pintado a Tania, sienten celos y algunas la miran con malos ojos. Sienten envidia por ella, Rocco.
Rocco se quedó unos instantes pensativo.
__Te soy sincero; estuve muchas horas con ella cuando le hice el cuadro y no pensé en nada que no fuera en lo que estaba haciendo. Quería que me quedara lo mejor posible. No hubo entre nosotros absolutamente nada._dijo satisfecho.
__Ellas piensan lo contrario. Los muchachos alaban tu suerte.
__Se que hay algunos que no me miran con buenos ojos por eso. Alex, no me voy a llenar la cabeza de musarañas por esto. Que piensen lo que quieran. Le hice el cuadro a Tania y no me interesa lo que piensen. No estoy obligado a hacerlo con ellas ._las palabras salieron de su hermosa y expresiva boca con firmeza.
__¿Ya se lo entregaste?
__Todavía. Esta noche voy a darle ciertos retoques para entregárselo mañana._dijo Rocco.
Charlaron un rato más y se despidieron. Elex se dirigió a su casa y Rocco se dispuso a terminar el cuadro de Tania en su pequeño taller de pintura. Era una habitación pequeña de tres metros cuadrados. Las paredes estaban llenas de cuadros colgados desalineadamente. Junto a los mismos había afiches de cantantes y grupos musicales nacionales y extranjeros muy populares. Los Beatles ocupaban el lugar de honor.
En el centro de la habitación había una mesa rectangular y sobre la misma: bocetos, papeles garabateados, libros sobre técnicas de pintura, pinceles, tubos de óleo, acuarelas y alguna que otra fotografía que espera el turno para ser pintada en el lienzo. En una de las esquinas, cerca de la ventana, el caballete donde hacía los cuadros.
El reguero constante en que se encontraba su taller estaba muy distante de los rasgos de su temperamento. Cualquiera diría que era ordenado en todo. En cambio la habitación donde dormía era todo lo contrario. Ordenada, limpia y su cama siempre estaba impecablemente tendida.
Entró despaciosamente al taller, se acomodó en la butaca que estaba frente al caballete de madera de cedro, y contempló el rostro de Tania, salido de sus manos. ¨Es bella, la más bella del aula¨_pensó.
Tomó la paleta en la mano izquierda y un pincel muy fino en la derecha. Cuando se disponía a retocar los ojos de Tania, se quedó perplejo. Frunció el entrecejo, sacudió su cabeza y se dispuso a examinar bien el detalle.
Monologó:
__Yo me habré equivocado en el color de los ojos de Tania. Ella los tiene azules y así los pinté, ahora en el cuadro son…verdosos. ¿Cómo es posible-…?_una sensación de incertidumbre lo embargó.
Reflexionó unos instantes. Estaba seguro que los había pintado tal como eran los de su amiga preferida. Ahora estaba confundido. Puso la paleta y el pincel sobre la mesa en desorden y contempló unos instantes el cuadro.
Monologó de nuevo:
__No es posible que me haya equivocado. He pintado docenas de cuadros y no me había pasado esto. ¿Cómo pudo ser, Dios mío? No puedo darle este cuadro a Tania con ese error. Se va a reír de mí. Me va a decir que soy un entretenido: un tonto.
Durante el monólogo sus labios se movían lentos, sus seño estaba fruncido, sus cejas arqueadas y su mirada estaba clavada en los ojos del cuadro. No entendía lo que había pasado.
Se puso de pie, quitó el cuadro del caballete y sin pensarlo mucho lo rompió. Estaba visiblemente enfadado. ¨Le diré a Tania que no lo pude terminar y le prometeré que pasado mañana se lo entrego¨.
Rocco estaba seguro que podía pintar nuevamente a Tania pues se sabía de memoria su rostro. De olvidar algún detalle, sólo tenía que apelar a los pedazos del lienzo roto donde estaba la imagen de su amiga.
Optó por ir al baño, darse una buen duchazo, comer y por la noche comenzaría de nuevo el cuadro. En el baño, sentado a la mesa comiendo, luego cepillándose los dientes y en todo momento pensaba en lo ocurrido. No encontraba explicación alguna, como no fuera un descuido suyo, lo cual era poco probable. ¨Yo le pinté los ojos a Tania azules, ahora miro el cuadro y estos tienen un color verdoso.¨ ¨! Qué extrañó!¨_pensaba.
Por la noche comenzó la obra. Estuvo pintando hasta las cinco de la madrugada. Había logrado en tiempo record hacer el trabajo. A medianoche su tío Freddy le llevó _ como de costumbre_ una taza de chocolate caliente y galletitas dulces.
Su tío le daba muy buenas atenciones y siempre estaba pendiente de sus necesidades. A él le simpatizaba doblemente Freddy. Por su dedicación hacia él y por su parecido con John Lennon, músico y compositor y cantante de los Beatles. Freddy era alto, delgado, medio melenudo y usaba espejuelos para miopes de esos que le dicen fondo de botella. Era Profesor de Inglés en la Universidad Central de Berenice.
Una vez terminado el cuadro, Rocco, alelado lo observó buscando algún detalle olvidado; algún rasgo indebido o un color exagerado, pero no encontró nada anormal. Tania había quedado tal y como era. No había diferencia alguna entre el retrato hecho por él y la realidad.
Hasta llegó a pensar que este segundo cuadro había quedado mejor que el primero. Encontraba a Tania más bonita.
Se puso de pie, se estiró y bostezó de sueño. Podía dormir toda la mañana porque era domingo y no había clases. Fue a la cocina, tomó agua del refrigerador y se dirigió a su cuarto. Estaba cansado y cuando cayó a la cama se durmió en el acto.
Había olvidado un compromiso que hizo con Alex de ir de excursión a una montaña donde escalarían y cazarían bellas y extrañas mariposas para la colección de su amigo. Alex fue a buscarlo a media mañana, pero su tío justificó su ausencia.
A Alex no le quedó otro remedio que ir solo. Como conocía tan bien a Rocco, apenas se enojó por lo sucedido.
2
Al mediodía despertó. Se aseó, almorzó y vio un rato la televisión. Estaban dando la película ¨La Guerra de las Galaxias¨, creada por el guionista, productor y director estadounidense George Lucas y decidió verla por segunda vez.
Del imperio cinematográfico Lucas había visto: La amenaza fantasma; El ataque de los Clones y La venganza de los Sith. Las películas de misterios y aventuras le fascinaban.
Permaneció sentado frente al televisor hasta que terminó la película y leyó el último, del aburrido tropel de créditos que tiene la misma. Apagó el SHARP y decidió ir al cuarto taller. Su tío y la esposa habían salido a comer en un restaurante.
Entró, y después de ojear una revista sobre Museos Famosos, se acercó al caballete donde estaba el cuadro de Tania.
Cuando se sentó frente al cuadro y vio aquello se quedó petrificado. Tenía la sensación de que estaba alucinando; que veía visiones o que se estaba volviendo loco. Se puso las manos en la cabeza, abrió los ojos desmesuradamente y respiró profundo. Estaba frente a una imagen que no era la de Tania. ¨! Dios, mío!¨, exclamó muy asustado.
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