- Mi historia religiosa
- Sobre la religión
- Sobre Dios
- Sobre una vida futura
- Sobre la ética y la moral
- Sobre la oración
- Sobre la ciencia y la religión
Del libro DIOS NO EXISTE por Christopher Hitchens.
Albert Einstein (1879 – 1955). Maestro del mundo moderno a quien debemos una ampliación enorme de la idea del universo. Fue un gran humanista humanitario. Siempre rechazó la idolatría e insistió que lo milagroso del orden natural consistía en que no necesitaba de milagros, ya que su funcionamiento se ceñía a regularidades asombrosas. Al igual que Spinoza rechazó la idea de un dios interesado por los quehaceres humanos. Después de su muerte, a pesar de sus abundantes comentarios sobre temas religiosos, algunos de sus biógrafos han intentado encasillarlo en el bando de los creyentes.
Mi historia religiosa
En mi juventud me enfadaba muchísimo la futilidad de las esperanzas y empeños que persigue la mayoría de la gente durante toda la vida. Pronto descubrí además, crueldad, hipocresía, y palabras rutilantes en ciertos ideales, más abundantes años atrás que ahora. Cualquier persona estaba obligada a comprometerse en ellos por necesidades de su estomago. Ideales satisfactorios tal vez para el estomago, pero no para una persona pensante y con sentimientos. Mi primer contacto con la religión, fue el que se implanta en todos los niños a través de la máquina educativa tradicional.
A pesar de que mis padres judíos no tenían nada de religiosos, adquirí una profunda religiosidad que bruscamente llegó a su fin a mis doce años. Esto al convencerme por lectura de libros de divulgación científica, que gran parte de lo que se contaba en la Biblia no podía ser verdad. Luego me sobrevino una orgía fanática de libre pensamiento sumada a la impresión apabullante de que el Estado engañaba intencionalmente a la juventud con mentiras. El paraíso religioso de mi juventud, una vida dominada por deseos, esperanzas y sentimientos primitivos, lo perdí de esta manera, mi primera tentativa de liberarme de las cadenas de lo meramente personal. Fuera se hallaba ese mundo, que existe independientemente de los seres humanos y que se nos plantea como un gran enigma eterno, asequible, al menos parcialmente, a nuestro examen y nuestro pensamiento.
La contemplación del mundo era un llamado a la liberación. Me di cuenta que en esa actividad muchas personas de mi estima y admiración habían encontrado libertad y seguridad. La aprehensión mental de ese mundo extrapersonal, dentro del marco de mis capacidades, se me presentaba consciente e inconscientemente, como un objetivo supremo: Las personas del presente y del pasado, que sintieron el mismo impulso, y las ideas a las que llegaron, fueron desde entonces los amigos que no podía perder. El camino hacia este nuevo paraíso no es tan cómodo ni tan seductor como el del paraíso religioso, pero me ha demostrado ser digno de confianza y nunca me he arrepentido de haberlo elegido. De todas estas experiencias derivé un recelo a cualquier tipo de autoridad y una actitud escéptica ante las convicciones vigentes en cualquier entorno social. Recelo y aptitud que siempre he conservado, aunque más tarde, en forma más moderada al entender mejor las conexiones causales.
Lo que se escribe sobre mis convicciones religiosas es una mentira que se repite sistemáticamente. La experiencia más hermosa que se puede tener es la de lo misterioso. Una emoción fundamental que está en la raíz del verdadero arte, y de la verdadera ciencia. Quien no la conoce no se puede sorprender ni sentir asombro, es ya como un muerto, como una vela apagada.
La experiencia de lo misterioso, teñida de miedo fue lo que engendró la religión. Las manifestaciones más profundas de la razón y más radiantes de la belleza son saber de la existencia de algo que no podemos aprehender. Saber que este conocimiento y esta emoción solo son accesibles a nuestra razón en las formas elementales, es lo que constituye la verdadera actitud religiosa. En este sentido y en ninguno otro, yo soy un hombre profundamente religioso.
El sentimiento profundamente religioso es de un tipo distinto del que suele llamarse religioso. El sentimiento profundamente religioso nace al experimentarse la comprensión lógica de las interrelaciones profundas. Hace sentir sobrecogimiento ante el plan que se manifiesta en el mundo material. No tiene nada que ver con voluntades, objetivos u obligaciones. El sentimiento religioso nos lleva a dar el paso de crear un ser divino a nuestra propia imagen, un personaje que nos exige cosas, y que se interesa por nosotros como individuos.
Mi religiosidad consiste en una humilde admiración de lo infinitamente superior que se revela en lo poco que nosotros, con nuestro entendimiento débil y transitorio, podemos comprender de la realidad.
La mejor emoción de la que somos capaces es la emoción mística. Contiene el germen de todo el arte y toda la ciencia verdaderos. Cualquier persona a quien le sea ajena esta emoción, que haya perdido la capacidad de asombro, y que viva en un estado de miedo, ya está muerto. Saber que lo que para nosotros es impenetrable existe y se manifiesta como la más alta sabiduría y la más radiante verdad, de cuyas formas solo las más rudimentarias son inteligibles para nuestras pobres facultades. En este conocimiento, en esta emoción está el núcleo del sentimiento religioso auténtico. En ese sentido, y en ninguno más, me cuento entre las personas profundamente religiosas.
Claro que la doctrina de un dios personal que interviene en los acontecimientos naturales nunca podrá ser refutada en todo el sentido de la palabra por la ciencia, ya que esa doctrina siempre podrá refugiarse en los ámbitos donde aún no ha podido introducirse el conocimiento científico.
Yo sin embargo, tengo la convicción de que una actitud así entre los representantes de la religión no solo sería indigna sino fatal, ya que una doctrina que puede mantenerse a oscuras, pero no a plena luz, perderá necesariamente su efecto sobre la humanidad, con un perjuicio incalculable para el progreso humano.
En la búsqueda del bien ético, los docentes religiosos deben tener bastante talla como para renunciar a esta fuente de miedo y esperanza, que tanto poder puso en manos de los sacerdotes del pasado. Deberían recurrir en esta labor a todas las fuerzas capaces de cultivar el bien, la verdad y la belleza en la propia humanidad. No cabe duda de que es una tarea más difícil, pero también incomparablemente más valiosa.
Tengo la convicción de que algunas actividades y prácticas políticas y sociales de las organizaciones católicas son perjudiciales, y hasta peligrosas para la comunidad en conjunto, aquí y en todas partes. Solo citaré la lucha contra el control de la natalidad. En este momento en muchos países la superpoblación se ha convertido en un grave riesgo para la salud de la gente, y en un grave obstáculo para cualquier tentativa de organizar la paz en este planeta.
Que no creo en un dios personal, lo he expresado y afirmado claramente. Lo que dentro de mí se puede llamar religioso, es mi admiración ilimitada a la estructura del mundo, en la medida en que la puede ir revelando la ciencia.
Mi postura sobre dios es la de un agnóstico, o sea quien no cree en cosas inaccesibles al entendimiento humano. Una persona convencida de la importancia primordial de los principios morales, para la mejora y el ennoblecimiento de su vida, no necesita la idea de un legislador, y menos de un legislador que actúa basándose en recompensas y castigos.
Me resulta inconcebible un dios que recompensa y castiga a sus criaturas, o que tiene una voluntad como la nuestra, como la que percibimos en nuestro interior. La idea de un dios personal me es ajena y hasta me parce ingenua.
La idea de dios es un concepto humano que no puedo tomarme enserio. Tampoco me siento capaz de imaginar voluntades y objetivos fuera de la esfera humana.
Creo en el dios de Spinoza, la armonía ordenada de lo que existe, no en un dios que se preocupa por los destinos y los actos de los seres humanos.
Me limito a ver con gran tristeza que dios castiga a muchos de sus hijos por una larga serie de estupideces, de las que solo se le puede responsabilizar a él. En mi opinión esto podría excusar el que dios no existiera.
No puedo imaginarme a un dios que recompensa y castiga a los objetos de su creación, y cuyos objetivos se inspiran en los nuestros, un dios, en suma, que no es más que un reflejo de la fragilidad humana.
Los actos de los hombres están determinados por las necesidades externas o internas, de manera que no pueden ser responsables de ellos ante dios, como no pueden serlo los objetos inanimados por los movimientos que experimentan. Por ello me resulta inconcebible un dios que recompensa y castiga a los seres humanos por sus actos.
Nunca he atribuido a la naturaleza algún sentido, objetivo, ni nada que pudiera entenderse como algo divino con características humanas. Lo que veo en la naturaleza es una magnífica estructura, que solo podemos entender de manera imperfecta, y que a las personas pensantes debe llenarlas de un sentimiento de humildad.
Me resulta inconcebible un dios personal que influye directamente en los actos de las personas, o que juzgue directamente a seres creados por él mismo. La idea de un dios personal es un concepto humano, que no puedo tomar enserio.
No puedo aceptar ningún concepto de dios basado en el miedo a la vida, en el miedo a la muerte, o en una fe ciega. No puedo demostrar que no exista un dios personal, pero si hablase sobre él, sería un mentiroso.
Seguro que nadie negará que la idea de dios en las religiones, la existencia de un dios omnipotente, justo y omnibenébolo pueda dar consuelo, ayuda y orientación a las personas, además de su sencillez la hace accesible a las mentes menos desarrolladas.
Sin embargo la idea en sí contiene una serie de flaquezas decisivas que se han hecho sentir dolorosamente desde el principio de la historia. Se trata de lo siguiente: Si este ser es omnipotente, entonces cualquier acontecimiento, incluido cualquier pensamiento, acción, sentimiento y aspiración humanos, también son obras suyas. ¿Si esto es así, a quién se le ocurre que las personas deban responder de lo que hacen y piensan ante un ser tan todopoderoso? Es evidente que al castigar y recompensar dicho ser, en cierto modo, se estaría juzgando a sí mismo, ¿Cómo puede compaginarse esto con la bondad y la justicia que se le atribuye?
No puedo creer en el concepto de un dios antropomórfico que tiene la capacidad de interferir en las leyes naturales. Como ya he dicho antes la emoción religiosa más hermosa y profunda que podemos experimentar es la sensación de lo místico, grado máximo de perfección y conocimiento. Y esta misticidad es el poder de toda la ciencia verdadera.
Para mí la tendencia mística de nuestra época, que se manifiesta especialmente en el crecimiento rampante de eso que llaman teosofía y espiritualismo, solo es un síntoma de debilidad y confusión.
Teniendo en cuenta que nuestras experiencias internas consisten en reproducciones y combinaciones de impresiones sensoriales, el concepto de alma sin cuerpo me parece vacio y sin sentido.
He dicho repetidas veces que, a mi juicio, la idea de un dios personal es infantil. Se me puede llamar agnóstico. Prefiero una actitud de humildad, en correspondencia con la debilidad de nuestra comprensión intelectual de la naturaleza y de nuestro propio ser. Pero no comparto el espíritu de cruzada del ateo profesional, cuyo fervor se debe sobre todo a un acto doloroso de liberación de los grilletes del adoctrinamiento religioso recibido en la juventud.
Otra cosa que no entiendo, ni me gustaría es que una persona sobreviva a su muerte física. Este tipo de ideas son debidas al miedo y egoísmo absurdos de los espíritus débiles. Yo no creo en la inmortalidad de los seres humanos.
Tampoco puedo creer que las personas sobrevivan a la muerte de su cuerpo, aunque las personas de carácter débil alberguen esas ideas por miedos o por egoísmos ridículos.
Sobre la vida
Mi postura en la vida se acerca a la de Spinoza, admiración por la belleza y creencia en la sencilla lógica, del orden que podamos aprehender con humildad, y solo de modo imperfecto. Creo que debemos conformarnos con nuestro saber y entendimiento imperfectos. Me basta en la vida con el misterio de la eternidad, el presentimiento de la maravillosa estructura de la realidad y el sincero empeño por entender, en una parte por ínfima que sea, la razón que se manifiesta en la naturaleza.
Durante sus vidas las personas deberían guiarse por los valores de la ética, y por la consideración que deben tener a los demás.
Sobre la ética y la moral
Legislación (ética) y control (moral) del comportamiento humano.
Creo que debemos tratar los valores y las obligaciones morales como un problema puramente humano, pero como el más importante de todos los problemas humanos. Considero que la ética es un asunto exclusivamente humano, sin ninguna autoridad sobrenatural detrás. Hay que evitar que los cimientos de la moral, o sea el buen juicio y la acción correcta, dependan de algún mito o estén ligados a alguna autoridad. Las dudas sobre el mito o sobre la legitimidad de la autoridad pueden poner en peligro los cimientos del buen juicio y de la acción correcta.
Científicamente el comportamiento ético de una persona debería basarse en los efectos totales de la compasión, la educación, los lazos y necesidades sociales. No hace falta ninguna base religiosa.
Las personas de nuestro tipo ven la moral como algo puramente humano, pero eso sí, como lo más importante de la esfera humana.
Muy mal tendrían que estar las personas, para que hubiera necesidad de frenarlas con el miedo al castigo y la esperanza de una recompensa después de la muerte. De ahí la acusación injusta de que la ciencia socava la moral y que las iglesias siempre hayan luchado contra la ciencia, y perseguido a sus adeptos.
Yo no creo que nadie tenga que controlar sus actos cotidianos por el miedo a un castigo después de la muerte, ni que tenga que hacer las cosas por una recompensa después de la muerte. Esto no tiene sentido. La moral es de máxima importancia para nosotros no para dios.
La investigación científica se basa en la idea de que todo lo que sucede está determinado por las leyes de la naturaleza, se incluye por lo tanto, los actos de la gente. Por eso un investigador científico difícilmente se inclinará a creer que sea posible influir en acontecimientos mediante una oración, es decir, un deseo dirigido a un ser sobrenatural.
Sobre la evolución espiritual de la humanidad
Cuanto más avanza la evolución espiritual sobre la humanidad más seguro estoy de que el camino de la verdadera religiosidad no pasa por el miedo a la vida, el miedo a la muerte y la fe ciega, sino por la búsqueda del conocimiento racional.
Durante el periodo juvenil de la evolución espiritual de la humanidad, la fantasía humana creó dioses a imagen del propio hombre, dioses que supuestamente determinaban el mundo de los fenómenos, o en todo caso influían en él a través de los actos de su voluntad. Las personas intentaban ganarse su favor mediante la magia y la oración.
La idea de dios en las religiones que se enseñan actualmente es una sublimación de aquel concepto antiguo de los dioses. Su carácter antropomórfico se observa, por ejemplo, en el hecho de que las personas apelen al ser divino rezando y rueguen por el cumplimiento de sus deseos.
Sobre la ciencia y la religión
Con respecto a la mecánica cuántica no puedo creer que dios juegue a los dados con el cosmos. La principal fuente de los conflictos actuales entre las esferas de la religión y la ciencia es el concepto de un dios personal.
La ciencia tiene como meta establecer reglas generales que determinen la conexión reciproca de los objetos y los acontecimientos en el tiempo y el espacio. Estas reglas, o leyes de la naturaleza, requieren una validez general absoluta, no demostrada. Lo cual debe hacerse ante todo con un programa, y la esperanza en la posibilidad de cumplirlo se basa solo en éxitos parciales. Aún así, podríamos encontrar a alguien que negase estos éxitos parciales, y los atribuyera a un engaño de la humanidad.
El hecho de que partiendo de estas leyes podamos predecir con gran exactitud y seguridad el comportamiento general de los fenómenos en determinados campos, está muy enraizado en la conciencia del hombre moderno, aunque su comprensión de esas leyes pueda ser ínfima. Se pueden calcular con antelación y gran exactitud las trayectorias planetarias del sistema solar, partiendo de un número limitado de leyes sencillas.
De modo similar, aunque no con la misma precisión, es posible calcular anticipadamente el funcionamiento de un motor eléctrico, de un sistema de transmisión o de un aparato inalámbrico, incluso cuando se trata de nuevos inventos.
Cuando el número de factores implicados en un complejo fenomenológico es demasiado alto, no cabe duda de que en la mayoría de los casos el método científico falla. Basta pensar en el clima, imposible de predecir con unos días de antelación.
Aún así, nadie duda de que nos hallemos ante una conexión causal cuyos componentes causales, a grandes rasgos, no son conocidos. Si los acontecimientos de algún campo quedan fuera del alcance de una predicción exacta, es por la diversidad de factores que intervienen, no por una falta de orden en la naturaleza.
Donde hemos profundizado mucho menos es en las regularidades del reino de los seres vivos, pero ya podemos intuir como mínimo el imperio de la necesidad fija. Podemos pensar, por ejemplo, en el orden sistemático de la herencia, y en el efecto de los venenos, por ejemplo del alcohol, sobre el comportamiento de los seres orgánicos. En este caso, lo que todavía falta es captar conexiones de una generalidad profunda, pero no un conocimiento del orden en sí.
Cuanto más se impregna alguien de la regularidad ordenada de todos los acontecimientos, más se afirma en su convicción de que junto a esta regularidad ordenada no queda sitio para causas de otra índole. Para esa persona, ni el imperio de lo humano ni el imperio de lo divino existen como causa independientes de acontecimientos naturales.
La ciencia solo puede determinar qué es, pero no qué debería ser, y fuera de ese ámbito siguen siendo necesarios toda clase de juicios de valor. Por su parte, la religión trata únicamente con evaluaciones del pensamiento y la acción humanos. No puede hablar justificadamente de hechos y de relaciones entre hechos.
Viendo toda esa armonía del cosmos con mi mente humana limitada, puedo reconocer que todavía haya gente que diga que hay dios. Pero lo que me enfada de verdad es que me citen para respaldar esas ideas.
En relación al rumor de que un cura jesuita me había hecho abandonar el ateísmo, yo no he hablado con cura jesuita en mi vida y me enfada que tengan el atrevimiento de contar esas mentiras sobre mí. Desde el punto de vista de un cura jesuita, soy y siempre he sido ateo, por supuesto. Siempre es engañoso aceptar conceptos antropomórficos, como el de un dios personal, en relación con cosas que quedan fuera de la esfera humana, son analogías infantiles. Debemos es admirar con humildad la hermosa armonía de la estructura de este mundo, en la medida en que podemos aprehenderla, y nada más.
Autor:
Rafael Bolívar Grimaldos