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Tradiciones paceñas. Ánimas y derrumbes en el primer templo y Un caso de Canibalismo

Enviado por andrea oshin


  1. Objetivo
  2. Ánimas y derrumbes en el primer templo
  3. Un caso de canibalismo
  4. Bibliografía

Objetivo

El objetivo de esta presentación es hace conocer acerca de lo que sucedió después de la fundación de Nuestra Señora de La Paz, ya que no solo se la fundo, posteriormente a su fundación sucedieron muchas cosas tales como la construcción de templos, puentes, los dos cercos que sufrió la ciudad de La Paz, cercos son acontecimientos que no podemos dejar pasar así como si no fueran importantes.

Este trabajo se enfocara a la construcción del primer templo que fue llamado en ese entonces como el Templo de "San Pedro", actualmente nosotros conocemos este templo con el nombre de Templo de "San Sebastián".

También estará enfocado un suceso que es muy conocido por muchos de los paceños y es el cerco que sufrió Nuestra Señora de La Paz en el año 1781 por Tupac Katari y esto provocó que muchos pobladores de la ciudad cometan casos de canibalismo por la desesperación y por el hambre, estos fueron solo algunos factores que provocaron canibalismo, podemos mencionar una centena pero las mas sobresalientes son:

  • Hambre

  • Desesperación por ver a sus hijos morir

  • Falta de víveres dentro de la ciudad

2.- Animas y derrumbes en el primer templo

ÁNIMAS Y DERRUMBES EN EL PRIMER TEMPLO

Nuestra Señora de La Paz fundada en 1548 en el pueblo de Laja y asentada definitivamente en- el CHUQUIAGU MARKA, iba prosperando y extendiéndose despaciosamente. Pues, hubieron Corregidores como don Juan Antonio de Ulloa, que no obstante ser cacereño de origen, llegó a aquerenciarse tanto de PUEBLO NUEVO, que gracias a su iniciativa y energía se construyeron el hospital de San Lázaro de

Buenaventura, bajo la advocación de/ San Juan Evangelista, la iglesia Matriz' y el puente de San Francisco sobre el. riachuelo de APUMALLA, que fue el primero levantado por los hispanos; don Juan Remón que inició la apertura de más calles; don Fernando de los Ríos que hizo edificar el templo de Santa Bárbara en la colina que daba acceso al valle de SAN ISIDRO DE POTOPOTO, y don Juan Ignacio de Aranda, que emprendió la obra del Cabildo.

De modo que en el año 1559, Nuestra Señora de La Paz, iba urbanizándose por diferentes zonas, bajo la dirección del alarife don .Juan Gutiérrez Paniagua, debido al empeño y diligencia de sus corregidores, casi todos españoles, exceptuando a unos cuantos. Dichas autoridades que eran hombres de temple y animosos para el trabajo, jamás claudicaron ante el infortunio, nunca se arredraron ante la adversidad, y por eso, ante las desventuras cotidianas, siguieron adelante. El levantamiento del teniente de milicias castellanas Hernández Girón, secundado por el desfachatado Carrillo y por más de 40 bribones, que no vacilaron con entrar a saco en la población, obteniendo de tal manera, una cuantiosa contribución del vecindario, a los dos años de la fundación de Nuestra Señora de La Paz; o cuando los vecinos de Pueblo Nuevo, tuvieron que ir en socorro de los moradores de La Plata, que eran víctimas del alzamiento" de los autóctonos de aquellos lugares; en realidad, eran sucesos que hubieran acobardado a otros, para continuar con las obras de progreso emprendidas. Pero esas autoridades y los fundadores, refractarios a la decadencia o ruina de la ciudad, sabían que debilidad era cruzarse de brazos, debilidad no seguir adelante, debilidad sucumbir en medio camino, y hasta desalentarse, era debilidad, y sabiendo todo eso, avanzaron, medraron y progresaron.

Mas, cuando al albazo de cada día que se esfumaba como sus propias ilusiones, se acordaban que habían venido de allende los mares, cruzando- los océanos para tramontar los picachos de los Andes, al contemplar el inmaculado y albo manto que cubría el vasto fastigio del ILLXMANI, cómo • añoraban sus longincuos lares; y al observar la hoya del CHOQUE APÜ, donde se hallaban, ¡qué de recuerdos, qué de añoranzas y remembranzas! Estaban tan lejos, en tierras remotas, respirando otros aires, sintiendo otras brisas, otros vientos, vislumbrando en el insondable firmamento la majestad del MALLKU, que como, advertido de la vitanda presencia del conquistador ibero, remontaba más y más el azul turquí del empíreo, hasta perderse en los abruptos cerrajones andinos. Entonces, la nostalgia hacía presa de ellos y les desgarraba el alma, por lo que como un lenitivo a su dolor, musitaban férvidas oraciones, que caían como un bálsamo en su tristeza. Santurrones como eran, oraban sin cesar a los santos de su devoción, pidiendo ayuda, y para hacerlo con más devoción, comenzaron a construir templos.

Es así, como el 20 de noviembre de 1548, sólo a los treinta días de la fundación de la ciudad, todo el vecindario de Nuestra Señora de La Paz, presenciaba la colocación de la piedra fundamental del templo de San Pedro, en la planicie de CHURUPAMPA. Tal iglesia, cuya edificación comenzó el 19 de agosto de 1552, cuando Nuestra Señora de La Paz en lo eclesiástico dependía de la silla episcopal de La Plata o Charcas, que fue creada recientemente, llevaba el nombre de San Pedro, seguramente como un homenaje del Cabildo al Presidente de la Audiencia de Lima don Pedro de la Gasca, que fue el que mandó fundar la ciudad. El edificio se levantó en un erial, que no era otra cosa que un chullperío indígena, poblado de los sepulcros de IL»S antepasados de los aymarás, que guardados con celo, por cercos de espinos y setos de CKEHÚAY-LLUS, abundaban en SUPFUKACHI, Potopoto y en los lugares próximos a Nuestra Señora de La Paz. También en ese chullperío que llegaba hasta el río, 'habían sido enterrados sin confesión, muchísimos españoles, mueítos en las primeras disputas civiles.

La edificación se levantaba paulatinamente, en medio de un extenso cementerio de las épocas presolares, donde los CHULLPA TULLUS blanqueaban en su sueño milenario, y conforme sostenían los naturales del lugar, la construcción del templo de San Pedro en tal sitio sagrado, interrumpía el descanso de quienes aunque muertos, seguían viviendo en este mundo en el HURIN PACHA o JATUN MAMA, la madre grande, la tierra, en tanto que sus espíritus vagaban en JANAC PACHA, la tierra de arriba, el tiempo astral. Añadían los CAÑARIS que a esa profanación, se debían los misteriosos e inexplicables sucesos, que ocurrían casi a diario que eran vistos y oídos, tanto de día, como a altas horas de la noche.

Decían que, cuando una tarde, al filo del ocaso, varios campesinos llegados de MOKOLLANA enterraban un cadáver, de repente, detrás de uno de los muros del templo en construcción, escucharon un vocerío, una fuerte algaraza, voces estentóreas que discutían, vozarrones que reñían. Cuando .algunos se aproximaron al sitio, pasmados pudieron observar, cómo varios españoles vestidos con jubones y calzas, se batían armados con sus espadas, en un duelo a muerte. Al punto, fueron a dar noticia a los demás, pero cuando se reunieron todos los campesinos, advirtieron que en aquel lugar no había nadie y sólo reinaba el silencio, por lo que despavoridos, huyeron del lugar, sin cumplir con los ritos de costumbre.

En otra oportunidad, a plena luz del día, en el interior del templo en construcción, casi todos los obreros que trabajaban, vieron cómo a un maestro albañil que caminaba por una andamio colocado en lo alto de un muro, lo empujo un hombre desconocido, vestido con chapeo con pluma y cintillo y una desapareció misteriosamente, mientras entre el desbarajuste reinante en el coro también en construcción, escucharon una diabólica carcajada que los heló de espanto. El albañil i-establecido, más del susto que pasó que de las lesiones sufridas, porque por suerte había caído encima de un montón de paja brava, refirió a los circunstantes, que el que le dio el empellón, tenía por rostro una calavera, con los cuencos vacíos y terriblemente horrorosa.

Finalmente, antes de que concluyera la construcción del templo, los miembros del Cabildo y el Provisor, recibieron las dos campanas que debían ser colocadas en la torre, pero como la iglesia estaba aún inconclusa, el par de bronces fue depositado a la intemperie, cerca a la portada. Más, una noche tenebrosa, en que el sordo rumor de las aguas del CHOQU EY APU, dominaba todo el ámbito de Nuestra Señora de La Paz, junto al bramido del viento que iracundo, batía las enramadas de los molles que crecían en las hondonadas, y el mezquino ramaje de las KANTUTAS y KOLLIS que se erguían en las cumbres, y cuando el sereno anunciaba la media noche; repentinamente, todo el vecindario, escuchó un melancólico y breve campaneo en le templo en construcción. Los moradores, salieron de sus casas, tomaron la dirección de la iglesia, y en llegados, en medio del palor de los destellos del astro de la noche, que escasamente asomaba por un vacío del nubloso cielo, absortos contemplaron, que las dos campanas seguían junto a la portada, mientras la torre continuaba trunca. Nadie atinaba a explicarse, todos quedaron estupefactos, y entre el silencio que produjo ese suceso extraño y asombroso, los vecinos se alejaron como de estampida, apareciendo luego, en sus hogares.

Y mientras el templo seguía levantándose, cotidianamente, los vecinos eran mudos espectadores de acontecimientos espeluznantes que pasaban fugitivos como un latido; veían macabras estantiguas, u oían en las noches, quejidos lastimeros, aterradores alaridos, ayes de dolor o endemoniadas carcajadas. A partir del ocaso, o desde la anochecida., ninguno caminaba, y hasta los serenos se cuidaban de acercarse al templo o a sus inmediaciones. El terror y nada más que el terror, hacía que los vecinos, serenos y forasteros, huyeran despavoridos de aquella casa de Dios; el terror y nada más que el terror hacia los aparecidos, obligaba a propios y extraños, a caminar con pies de plomo, por los aledaños del templo; y el terror y nada más que el terror, compelía a los devotos a tornarse en irreligiosos.

Es entonces que el Corregidor y Justicia mayor, que era la autoridad suprema en las cuestiones temporales, aprovechó la ocasión para intervenir en los asuntos espirituales, disponiendo que el escribano hiciera pregonar una severa orden. Consistía ella, en administrar de 50 a 100 azotes a toda persona que propalara noticias referentes a las ánimas del Purgatorio que andaban por el templo de San Pedro o lugares adyacentes. Y esa pena de azotes, fue aplicada sin misericordia a muchos forasteros, quienes eran conducidos, desde su prisión al rollo, con el guardaamigo o pie de amigo colocado debajo de la barba, para que irguieran la cabeza y pudiera vérseles el rostro. En llegados al rollo, se les ataba a él por las muñecas, con los brazos en alto, y en seguida, el verdugo que era generalmente un horro negro, descargaba los golpes sobre las espaldas desnudas, con un mango provisto de tres lonjas de cuero. Cumplida la pena por el culpable, este era conducido en unas parihuelas, con el dorso sangrante, hasta la prisión. Eficaz fue la medida, y en Nuestra Señora de La Paz, nadie más se ocupó de aparecidos, aunque los viera.

Pero, al fin en 1559, fue concluida la construcción del templo. Tenía un frontispicio exiguo de piedra berroqueña, portón de madera cedrina, torre chata con dos campanas, circuido todo por arquerías de barro, como formando un patio-, en cuyo centro se alzaba una cruz de piedra, descansando sobre una peana de adobes. Era de una sola nave, con muros de adobes, sobre los que estaban apoyados varios altares, y en el altar mayor, la réplica de la Virgen del Pilar de Zaragoza, obsequiada por el Rey de España y emperador de Alemania Carlos V, que durante los dos últimos años de su vida y luego de abdicar, se retiró, al monasterio de San Jerónimo de Yuste, de la provincia de Cáceres de España. El piso era de tierra apisonada y las paredes enjalbegadas con cal.

Su estreno tuvo lugar el 20 de octubre del mismo año. y a las once de la mañana de ese día que amaneció con el cielo sereno, no había una sola nube en el insondable infinito, teñido de un azul celeste. En lontanaza, se columbraban en el espacio transparente, las nítidas cumbres del imponente y sempiterno Illimani, que cubiertas con su albo manto nevoso, destacaban sus simas caliginosas. En las lomadas convecinas que circuían la- hondonada del Chuquiágu marka, se divisaban, ora una suerte de alcazabas con alminares, ora torres con chapiteles, ora obeliscos, rematando en una especie de agujas lanceadas; y eran, seguramente, restos de algún" dislocamiento o asentamiento telúrico milenario, que adquirían todo el aspecto de una ciudad pétrea, sumida en un sueño perpetuo.

Cuando la luz cenital anunciaba el mediodía, la misa mayor que comenzó rato antes, aún continuaba, porque el sacerdote oferente del sacrificio del al-, tar, que era el bachiller don Juan Rodríguez, natural de Salamanca, continuaba bautizando a los neófitos adultos y a sus vastagos, sin tregua, extrañando que-en la nave, no estuvieran varios de los principales vecinos. Sorprendido el religioso por tal comportamiento, haciendo gala de su energía militar, como lo demostró al combatir en Huarina contra el insurrecto Gonzalo Pizarro, al lado del obispo Solano, que era su pariente; dispuso que el Cabildo, diera cumplimiento al bando, que días antes se publicó. En efecto, una ronda de alguaciles, aprehendió a muchos vecinos que no asistieron a misa, ' conduciéndolos a la cárcel pública, donde debían permanecer presos el resto del día, además de pagar 50 pesos de oro como multa y 4 reales de plata, al alguacil que los prendió. Medida tan severa, el mismo día del estreno del templo, causó airadas protestas en el vecindario, y extrañeza y recelo en los recién bautizados, por lo que estos últimos, rehuían asistir a las funciones religiosas, evitando acercarse a la iglesia.

Es desde entonces que el templo de San Pedro, quedó casi abandonado, hasta el extremo de que cuando falleció don Juan Antonio de Ulloa, que fue el sexto Corregidor de Nuestra Señora de La Paz, a su entierro que fue en el atrio, exceptuando a los del Cabildo, fueron muy pocos los que concurrieron, difundiéndose, una noticia terrible entre los vecinos y comarcanos. Pues, decían que durante el día, muchos lo habían visto a don Juan Antonio de Ulloa, paseándose por el atrio o parado junto a la cruz de piedra del templo, en actitud asaz inquieta, con el rostro desconsolado. Y todo esto tal vez era cierto, porque una tarde, cuando varios vecinos tomaban el sol, apoyados en las arquerías del templo, uno de ellos al dirigir la mirada al atrio, lo vio a un hidalgo Parecido a don Juan Antonio de Ulloa. Les comunicó a los demás, y entre todos, lo vieron evidentemente al castellano. Al punto, uno de los bravucones, tocándose el cinto donde llevaba un pistolete, ordeno a sus acompañantes: -Aprendamos a ese bergante… y sabremos quién es…

Se dirigieron todos juntos al portón del templo, capitaneados por el perdonavidas, mientras en la nave lo vieron a aquel hombre o aparecido, dirigiéndose a la sacristía, en llegado a cuya puerta, empujándola, penetró. El grupo de vecinos entro a la nave, y junto umbral de la sacristía, el fanfarrón pistolete:

-Abran la puerta… cobardes… -les riño, viéndolos darse diente con diente.

Como ninguno le hizo caso, el valentón, asiendo el pistolete con la diestra, de un puntapié abrió la puerta, y pronto a disparar el arma, entro seguido de sus acompañantes, pero ahí, dentro de la sacristia, no había nadie,.. Palideciendo de horror y con la expresión desencajada, se lanzaron en tromba hacia la salida, de estampida, como caballos desembocados, empujándose y lanzando alaridos, encabezados por el presuntuoso del pistolete.

Fanáticos-; intolerantes y hasta cabeza exaltada los iberos, teniendo como divisa el lábaro de Constantino, y cuyas venas corría la sangre de don layo, ese noble visigodo que siglos ha, juntamente con sus compañeros, se refugio en la cueva de Covadonga, en las escabrosas tierras de Asturias, bajo la protección de Santa María; no era extraño, que gazmoños y mojigatos como eran, vieran por todas partes, el producto de su fantasía. Entonces, encontrarse con fantasmas, espectros, animas en pena, no era nada raro; en cualquier parte y a toda hora, los verán como fruto de su imaginación. Y esa alucinación, engaño y ofuscamiento de Los fundadores y vecinos de Nuestra Señora de La Paz, hizo fácil presa entre autóctonos ignaros, con los que a diario estaban en contacto.

Si Dios está en medio de todos los que imploran, de los que le imploran de verdad, cuan lejos estaba de los españoles, fanatizados y santurrones, que así, daban una prueba de su falsía, apartando de esta manera de la religión, a todos los nativos que eran catequizados. Entonces, clérigos y frailes, se desperdigaron por todos los chociles, ranchos y cabañas, llevando la palabra de Dios, para hacer que los que se descarriaban, volvieran al redil; y para dar una prueba de su fervoroso catequismo ejercitado por mucho tiempo, llamaron a todos, para asistir a la misa mayor que debía celebrarse el 21 de enero de 1618.

Ésa mañana a las once, el cielo se presentaba anubarrado, de aspecto plúmbeo, sin embargo de lo cual, la nave del templo se hallaba de bote en bote. El oficiante, revestido con los ornamentos sagrados, llevaba inmaculada alba, casulla, cíngulo y manipulo, y en momentos en que solemne leía" las primeras palabras del introito, de repente, se escuchó un leve crujido en la te-, chumbre del templo. Azorados los fieles, levantaron la mirada arriba, pero al punto, vieron cómo se abrían profundas grietas en el muro izquierdo del templo, que abombándose, amenazaba con desplomarse. El celebrante, despavorido, abandonando el altar mayor, fue el primero en intentar huir, pero el gentío de creyentes, se lo impidió. La gritería asordaba, la confusión era aterradora, y mientras todos querían* escapar al mismo tiempo, la pared amenazante se abatió, con un ruido seco, aplastando a gran cantidad de concurrentes, mientras la polvareda que se levanto, lo cubría todo, haciendo aun mas terrible el cuadro. El religioso que oficiaba, logro salir juntamente con numerosos fieles, dirigiéndose todos, a las inmediaciones del templo, donde el sacerdote improvisó una misa de acción de gracias.

Mientras lo que antes fue el templo, quedaba convertido en un montón de escombros, quienes lograron salvarse de la catástrofe, comentaban a su manera lo ocurrido, fetos, que eran los oriundos, inculpaban a los españoles, por haber construido la iglesia en medio del chullperío, que era un lugar sagrado para ellos, por contener los sepulcros de sus antepasados; aquellos, que eran los hispanos, incriminaban a las autoridades, por haber permitido que en ese chullperío, hubiesen sido enterrados sus compatricios sin confesión, por haber muerto en las primeras luchas civiles, mezclándose sus sagrados huesos, con los de los nativos; los más, aferrados a la opinión del religioso que por milagro estaba aún vivo, declaraban que el desastre ocurrió, porque el templo no fue edificado bajo la advocación de San Pedro, guardián del cielo, sino, como un homenaje a don Pedro de la Gasca, Presidente de la real Audiencia de Lima, quien ordeno a don Alonso de Mendoza, fundar la ciudad de Nuestra Señora de La Paz. Es entonces que los reunidos, acordándose que el día anterior, estaba consagrado a -San Sebastián, que fue muerto asaeteado en Roma, resolvieron que el titular de la iglesia fuera él, edificándose al poco tiempo, y en otro sitio, el templo de San Pedro.

Mas, el templo de sólo sufrió ese asolamiento, sino" otros más: en 178, cuando el sitio de La Paz por Tupaj Catari, fue incendiado; reedificado, se incendió otra vez el 27 de mayo de 1875, quedando totalmente destruido; reconstruido nuevamente, el 21 de agosto de 1888 sufrió otro siniestro, en que la Virgen del Pilar de Zaragoza, obsequiada por el Rey de España y emperador de Alemania Carlos V, y conocida ya, como la Virgen de la Asunción, se salvó del incendio, porque precisamente la cúpula del altar mayor donde se encontraba, se desmorono encima, protegiéndola.

Tal a vuela pluma, la narración relacionada con la iglesia de San Sebastián enclavada en la exigua llana de Churupampa, desde donde la pequeña efigie de Nuestra Señora de la Asunción, de prístina belleza, afianzada en su peana, ha aliviado, animado y reconfortado, a quienes han acudido a invocarla, pero, a invocarla de verdad.

Un caso de canibalismo

Aquel neblinoso día del 13 de marzo de 1781, cuando la luz auroral iluminaba tenuemente la hoyada donde estaba enclavada Nuestra Señora de La Paz, de repente cuando la niebla se disipó al impulso de la ventolera que sopló de Río Abajo, los iberos y nativos de Pueblo Nuevo, quedaron pasmados al contemplar los cerrejones que circuían la hondonada.

Pues, en las alturas y en todo el redor de la ciudad, vieron un hormigueo de gente oyendo también de rato en rato, el clangor de millares de PHUTHUTUS que vibrantes, lanzaban su reto a los res, mientras miles de nativos, se descolgaban de la ceja de El Alto, con dirección a Nuestra Señora de La Paz.

Los españoles ya intuían de qué se trataba, porque se hallaban compenetrados, de cómo y porqué, el 08 de mayo de 1780 en el Cuzco fue descuartizado Tupaj Amaru, y cómo el 9 de enero de 1781 fue muerto Tomás Catari en la cuesta de Chamaquilla. Entonces, no les quedó otro remedio que armarse de valor, para hacer frente al enemigo que tenían a la vista. Levantaron muros endebles en rededor de Pueblo Nuevo, como un medio de defensa, trasladaron del subterráneo de Santa Bárbara del Cabildo, todos los pertrechos de que disponían, a los sitios más expuestos e inseguros, y ante todo, resolvieron proveerse de abundante cantidad de víveres.

Si bien durante el día, tenían libertad para reunirse y ponerse de acuerdo para resistir a los atacantes, en cambio, en las noches, al contemplar en las cumbres, millares de fogatas y oír el resonar de las caracolas que anunciaban una guerra a muerte, no sabían qué partido tomar. En todas las mansiones, no se sentían otra cosa que desgarradores gemidos, llantos lamentos y ayes de dolor de mujeres y niños, que postrados a los pies de sus santos patronos y vírgenes, clamaban al cielo.

Entretanto los sublevados, decididos a acabar con las expoliaciones y vejámenes de los conquistadores, resueltos a jugarse el todo por el todo, atacaban Nuestra Señora de La Paz a toda hora, con hondas, garrotes, lanzas, puñales y con cuanta arma estaba a su alcance. Los improvisados hospitales, se hallaban llenos de heridos, y faltaban los medicamentos más indispensables, mientras los muertos eran abandonados en el sitio en que habían perecido. El ambiente se hizo pestilente y en los muladares apestosos, no se veían otra cosa que perros flácidos y famélicos, disputándose regañando, los cadáveres insepultos. Pero todo, ello no significaba nada, ante la angustia que reinaba en cada hogar, porque en cada uno de éstos, se habían consumido los víveres.

Hambrientos los vecinos, a la desesperada, comenzaron a devorar a sus perros, gatos, a los caballos y asnos, y engullidos también hasta sus pellejos, no sabían qué hacer.

A diario, los vecinos morían de inanición, y lo peor era, ninguno podía escapar, porque se hallaban como cautivos. Ver revolotear a los cóndores, oteando los confines de Nuestra Señora de La Paz, y luego dirigirse céleres hacia los contrafuertes andinos y desaparecer; ¡qué desilusión les causaba!

En uña de tantas casonas, situada en la calle de Carcantía, vivía un español, junto, a su esposa y tres tiernos hijos, teniendo como a fámulos a un indio de su repartimiento de Huarina, a su esposa e hijo. Ocho personas, sin poder tomar un bocado, era una cuestión desalentadora que hacía que todos ellos, se entregaran al abatimiento. Saciar el hambre era lo esencial, pero no había cómo, y es entonces que el ibero, en el colmo de su desesperación, hizo remojar sus monturas, luego sus petacas, los calzados y hasta lo más insignificantemente que fuera de cuero, atiborrándose de pellejos resecos, ablandados en el agua.

Pero un día, en que en el caserón ya no había a qué recurrir para) alimentarse, luego de haber pasado tres días sin comer, uno tras otro fallecieron de hambre los dos hijos menores del español, mientras que el hijo del fámulo se hallaba agonizante. El criado iba' a los muladares y allí no encontraba ni siquiera huesos; andaba por los predios vecinos, buscando sapos, lagartijas o gusanos, mas, tampoco encontraba nada. Entones, cuando salió nuevamente una mañana en busca de algo que saciara el hambre de los que vivían en casa, al retornar, encontró a su hijo, muerto de debilidad. Se aproximó a su vástago, depositó un ósculo en su mejilla, y después, ¡Santo Dios! sacando del seno un filoso puñal, decapitó a su hijo. Envolvió la cabeza en algunos arambeles y salió furtivamente, regresando al rato, cabizbajo y cariacontecido y con los ojos llorosos.

Obligó a su esposa a salir del caserón, y durante su ausencia, desmembró el pequeño cadáver, desmenuzándolo completamente, depositando algunas menudencias en las ollas, donde su esposa solía guisar las comidas. Cuando volvió su mujer, le manifestó que había enterrado a su hijo, y que por una suerte encontró un perro muerto,-cuya carne y menudencias puso en las ollas.

Esa tarde cenaron el ibero, su esposa, su hijo sobreviviente, el fámulo y su consorte, bendiciendo a Dios, por haberse acordado de ellos, entregando al criado, .ese perro que halló en el muladar. Los días subsiguientes se disminuyó un tanto la ración, pero no faltaban pequeños {rozos de carne, sobrenadando eh>l caldo que ingerían, hasta que una mañana, escucharon desde la casa, muchos y atronadores vivas, que anunciaban que llegaba a Nuestra Señora de La Paz, el teniente coronel don José Roseguín, enviado por el Virrey don Juan José Vertiz, a la cabeza de 7,000 combatientes. El arribo de esas tropas, desbarató el cerco puesto por Tupaj Catari, desde ese aciago día del 13 de marzo hasta el 14 de octubre, lapso en que ni la llegada del coronel Ignacio Flores con 1.600 hombres, ni la inundación que produjo la reventazón de la represa construida en Achachicala, doblegaron el valor de los sitiados.

Liberada Nuestra Señora de La Paz, todos sus moradores alborozados celebraban el triunfo, y en medio de la algarabía reinante, el ibero preguntó a su fámulo, dónde estaba su hijo, respondiéndole que una noche, a escondidas, lo había enviado a Huarina. Al oír tal respuesta la esposa del fámulo, se dio cuenta de que los despojos que se sirvieron los últimos días que duró el cerco levantado por el sacristán de Ayo Ayo, eran de su hijo.

Bibliografía

  • Tradiciones Paceñas por Ruben Ochoa

 

 

Autor:

Andrea Oshin