En la medida en que ambas son las fuentes principales de energía disponible y que presentan tan grandes asimetrías, Georgescu-roegen afirma que como consecuencia de la fuerte presión ejercida sobre el stock de existencias terrestres, debido a la moderna fiebre del desarrollo industrial, así como a la necesidad cada vez más urgente de reducir la contaminación ambiental y de hacerla menos dañina, lo que supone demandas adicionales de esas existencias, el hombre debe redoblar sus esfuerzos para encontrar la forma de utilizar con una mayor intensidad las radiaciones solares.
Afirma, además, que al no existir coste de anulación del daño irrecuperable o coste de reversión del agotamiento irrecuperable (proceso que padece el consumo de materiales en virtud de la Ley de la Entropía, tal y como vimos en el apartado anterior), son necesarias las regulaciones cuantitativas; esto es, establecer cantidades máximas a utilizar de recursos no renovables y de emisiones al ambiente. Hasta donde sabemos, este autor no profundiza en esta cuestión. No obstante, defiende que "lo más que podemos hacer es prevenir cualquier deterioro innecesario de los recursos y del medio ambiente, pero sin pretender que sabemos lo que significa exactamente innecesario en este contexto".
Todo esto lleva implícita una visión particular del proceso civilizatorio. En efecto, la racionalidad y el paradigma de la economía ecológica apuntan a un proceso social neguentrópico24 tendiente a revertir el creciente agotamiento de los recursos y la degradación de la energía disponible a través de la conservación de las estructuras materiales, ecológicas y culturales capaces de generar un desarrollo biológico y sociohistórico sostenible.
De esta forma, una racionalidad productiva fundada en el concepto
heurístico de proceso neguentrópico tenderá a contrarrestar aquella tendencia al agotamiento y a la degradación mediante el máximo aprovechamiento (ecológico y cultural) del proceso fotosintético, como un proceso ecosistémico de generación de orden, de materia vegetal y de energía bioquímica utilizable, orientado hacia el incremento de la productividad social para la producción de satisfactores humanos mediante la creación de un proceso histórico de organización ecológica, de diversidad cultural y de complejidad productiva.
Más allá del simple mantenimiento de una diversidad genética y cultural, esta nueva racionalidad apunta hacia un proceso de complejización de la organización productiva. De esta forma, este proyecto social se opone a las tendencias históricas que tienen determinado la uniformización ecológica, cultural y tecnológica de los pueblos y la unificación positivista del conocimiento, que han sido necesarios para elevar la productividad económica dentro de la racionalidad capitalista de producción.
Un proceso productivo construido a partir de una visión de este tipo
conduce necesariamente al análisis de las condiciones ecológicas, tecnológicas económicas, culturales y políticas que hagan factible un aprovechamiento transformación de los recursos naturales orientado a maximizar el potencial productivo de los ecosistemas (en función de su productividad primaria, de su capacidad de carga, de sus condiciones de resiliencia y sus arreglos productivos que determinan sus tasas ecológicas de explotación) y a minimizar el consumo de recursos no renovables así como la descarga y acumulación de productos, subproductos y residuos de los procesos de producción y consumo.
Para hacer operativos estos conceptos generales es posible enumerar una serie de indicadores del desarrollo sustentable en estrecha conexión con las regulaciones cuantitativas a que nos referíamos anteriormente al citar a Georgescu-Roegen:
1) Para los recursos renovables, la tasa de cosecha no debería exceder a su
tasa de regeneración.
2) La emisión de desperdicios no debería superar a la capacidad asimilativa
del ambiente.
3) Para los recursos no renovales el indicador es más difícil de establecer. En la ausencia de perfecta sustentabilidad entre recursos renovables y no renovables, el consumo de estos últimos difícilmente puede ser compensado mediante la creación de substitutos renovables. En este caso, la regla debe ser su conservación.
En el caso en que la substitución sea posible, los recursos no renovables deben ser explotados a una tasa que no supere a la de creación de substitutos renovables. De ser esta la opción, la regla número 1 debe ser modificada en el sentido de que las tasas de cosecha de los recursos renovables deben ser mantenidas por debajo de las tasas de regeneración en una amplitud necesaria para compensar el agotamiento de los recursos no renovables.
Criterios de valoración agroecológica
En la actualidad, como consecuencia del dominio de un modelo de
desarrollo excesivamente economicista, únicamente se utilizan variables
monetarias para "medir" la viabilidad de las actividades económicas, en general, y de las rurales en particular. De esta forma, para decidir sobre la viabilidad de un sistemas de gestión se tienen en cuanta aquellos bienes y procesos que son objeto de transacción mercantil. El hecho de que los ingresos superen a los gastos y que esa diferencia suponga una tasa lucrativa respecto a la inversión realizada es suficiente para defender la persistencia de una actividad económica.
Sin embargo, desde la economía ecológica se defiende la utilización de
mayor información para decidir en uno y otro sentido. Obviamente, la viabilidad económica, tal y como tradicionalmente se entiende, es una variable fundamental que condiciona la actuación de los agentes económicos.
Sin embargo, no debe ser la única. Pues bien, desde la economía ecológica todo sistema productivo agrario puede y debe ser analizado a través de un conjunto de 5 propiedades.
1.- La productividad.
Lo primero que debemos reseñar es que la productividad puede ser medida en diferentes unidades y que, en función de las unidades elegidas, tendremos un resultado u otro. Por ejemplo, podemos estar delante de un sistema de gestión de recursos altamente remunerador en términos monetarios pero que suponga una utilización ineficiente de los recursos energéticos o que sus rendimientos, medidos en unidades de masa, presenten tendencia decreciente. En consecuencia, dependiendo del tipo de unidades que utilicemos podremos calificar a un sistema de gestión de más o menos productivo.
En general, podemos decir que el objetivo es maximizar la productividad del factor más escaso.
Desde la perspectiva de la economía ecológica se defiende la utilización de unidades físicas para medir la productividad de los sistemas rurales pues ese tipo de unidades son, por definición, invariantes en el tiempo y en el espacio y no están sujetas a apreciación humana. Esto no significa que se rechacen frontalmente las unidades monetarias.
Vamos a comentar, a continuación, algunas de las iniciativas más interesantes que trataron de medir eficiencias no convencionales. Un ejemplo, ya clásico, son los balances energéticos; trasladando a unidades energéticas todos los inputs y outputs, con costo de oportunidad, y comparando sus cuantías se llega a la conclusión de que la modernización agraria estilo revolución verde conduce a la pérdida de eficiencia energética: esto es, mediante la aplicación de variedades de alto rendimiento, mediante la sustitución de métodos tradicionales de gestión por modernas tecnologías estamos, por así decirlo, comiéndonos el petróleo.
La metodología de los balances energéticos presenta un problema y es que no distingue entre la procedencia de los recursos. El coste ecológico propuesto por Punti29, definido como la cantidad de recursos necesarios para obtener un producto dado nos permite tanto distinguir entre recursos renovables y no renovables como comparar la velocidad de consumo de recursos con el ritmo de los ciclos naturales de producción de esos recursos.
De esta forma podremos conocer el balance de las existencias o las variaciones en la velocidad de consumo de los stocks de recursos. Punti llega a resultados patéticos: de los años 50 a los años 70 la agricultura española multiplicó por 29 la velocidad en el consumo del stock de recursos accesibles.
Podemos decir, para concluir, que el objetivo debe ser maximizar la
productividad de los ecosistemas (será aquella que garantice la rentabilidad
económica del sistema de producción mediante un consumo reducido de recursos no renovables, de tal forma que se cumplan las reglas 1 y 3 apuntadas en la sección anterior) no mediante la utilización de cantidades crecientes de insumos de producto (nuevos y caros recursos: abonos industriales, pesticidas, variedades de alto rendimiento, etc.) sino mediante nuevos insumos de proceso (cambios estructurales en los ecosistemas, asociación de cultivos, rotaciones, etc.)
Por ejemplo, el control e plagas mediante plaguicidas (insumo de producto) exige la aplicación reiterada de los mismos para mantener los niveles de productividad. En cambio, mediante la introducción de agentes biológicos que alteren permanentemente las características intrínsecas del sistema (insumo de proceso) podremos garantizar continuamente elevados niveles de productividad.
2.- La sustentabilidad.
La sustentabilidad, desde la perspectiva de la
economía ecológica, puede definirse como la capacidad que tienen los sistemas productivos para mantener a lo largo del tiempo sus niveles de productividad cuando son sujetos a una presión o perturbación31. La diferencia entre ambos elementos distorsionadores radica en el grado de productividad. La presión es una distorsión regular y continua a la oque están sometidos los sistemas productivos (agroecosistemas, en nuestro caso).
Deficiencias del suelo, toxicidades o crecimiento de la deuda son ejemplos de este tipo de distorsión. La perturbación, por su parte, es una distorsión irregular, infrecuente e impredecible tal como una repentina devaluación (dificultaría la importación de abonos inorgánicos, por
ejemplo) o una inundación.
Un sistema productivo será sustentable cuando esté dotado de abundantes mecanismos internos para recuperar la senda de desarrollo anterior a la actuación del elemento distorsionador.
3.- La estabilidad.
Es definida esta propiedad como la constancia de la
producción bajo un conjunto de condiciones económicas, ambientales y de gestión cambiantes. Por una parte, existen presiones ecológicas que son datos para los productores (régimen de lluvias, temperatura, etc.) y no es posible su modificación.
En otros casos, la estabilidad de los sistemas productivos si puede ser modificada mediante la elección de determinados cultivos o estrategias de manejo que mejores la capacidad de esos sistemas para superar determinadas tensiones.
Altieri32 señala tres fuentes de estabilidad:
3.1.- La estabilidad de gestión. Se deriva de la elección de las tecnologías
mejor adaptadas a las necesidades y recursos de los agricultores.
3.2.- Estabilidad económica. Está asociada con la capacidad de los agricultores para predecir precios de mercado y adaptar sus cultivos y estrategias a los mismos con el fin de sostener su renta.
3.3.- Estabilidad cultural. Depende del mantenimiento de la organización y contexto socio-cultural que creo el sistema productivo a través de generaciones.
4.- La equidad.
Igual que para las anteriores propiedades, no existe una única aceptación del concepto de equidad. Bien podemos concebir la equidad en el sentido de cómo de ecuánime es distribuida la productividad de un sistema entre sus beneficiarios humanos. También es posible definirla diciendo que es alcanzada cuando un sistema productivo puede hacer frente a elevaciones de la demanda de alimentos sin que se incremente el costo social de producción.
Bien es sabido que en la actualidad los sistemas de gestión no incorporan esta variable. Sin embargo, ya a principios del presente siglo había una corriente económica que defendía la necesidad de que junto a la productividad se instaurasen criterios de equidad en la asignación de los recursos productivos.
5.- La autonomía.
Tiene que ver con el grado de integración de los agroecosistemas, reflejado en el movimiento de materiales, energía e información entre sus componentes y entre el agroecosistema y el ambiente externo, y también con el grado de control de esos movimientos.
En consecuencia, la autonomía de un sistema de producción está estrechamente relacionado con su capacidad interna para suministrar los flujos necesarios para la producción. Para entender este concepto resulta operativa la clasificación de los recursos en internos y externos que realizan Francis y King.
Así, la autonomía de un sistema de producción descenderán en la medida que se incremente la necesidad de acudir al mercado para continuar la producción.
Debemos decir, para acabar con esta introducción a las aplicaciones agrarias de la economía ecológica que estas propiedades no son independientes unas de otras. Esto es, si bien el objetivo es alcanzar sistemas de producción que sean simultáneamente productivos, sustentables, estables, equitativos y autónomos existen incompatibilidades entre esas propiedades. Para alcanzar alta productividad se debe sacrificar una parte de la sustentabilidad: sistemas altamente estables pueden gozar de falta de equidad, etc.
Aunque fundamentales, estas cuestiones no las tratamos aquí pues nuestro objetivo ha sido presentar las líneas arguméntales fundamentales que permitan elaborar, posteriormente, estrategias de manejo de los recursos que sean compatibles con los postulados de la economía ecológica y con los condicionantes ineludibles de las comunidades locales.
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Este trabajo forma parte una Tesis de Doctorado. Está originalmente escrito en gallego.
Xavier Simón Fernández
Profesor Asociado del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Vigo.
Facultad de Económicas y Empresariales. Universidad de Vigo
Apartado 874. 36 200 Vigo – Tino: 986-812512
José Carlos Calderón Basauri
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