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La globalización: entre la realidad local y el espejismo de la neo-modernización (página 2)


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Para otros sectores, y en estrecha concordancia con lo anotado anteriormente, la globalización va acompañada de una agenda que incluye la reducción de las barreras fronterizas y arancelarias, los procesos de integración, la liberalización de los mercados, y la defensa de la propiedad intelectual. De esta manera, se asimila la globalización con la gradual desaparición del Estado-Nación y con un proceso de fragmentación de la producción en escala mundial, en la búsqueda de maximizar la ganancia, especialmente en aquellas regiones en las cuales la mano de obra es barata.

En Alemania, por ejemplo, según Ulrich Beck (1998), la globalización está asociada de manera unilateral con la supresión de puestos de trabajo dentro del país y con el traslado de personas a otros países donde el nivel salarial es mucho más bajo.

En el marco de la globalización, la liberalización de la economía ha significado correlativamente, en muchos países, una baja gradual de los impuestos directos y los aranceles; ha eliminado las fuerzas sindicales y la negociación colectiva, y la política benefactora del Estado asistencial keynesiano ha desaparecido casi totalmente, originando un creciente estado de desprotección de los sectores más débiles de la sociedad.

Más allá de lo que simplemente parece, el problema ha sido el avance hacia la configuración de un Estado mínimo en lo social, pero fortalecido en los cimientos que garantizan la concentración y la centralización de la riqueza, a través del proceso de las privatizaciones de la mayor parte de las empresas estatales a favor del gran capital y de un reducido sector de la sociedad, configurando una sociedad con crecientes desigualdades sociales y más violenta en muchos sectores. El Estado nacional ha significado para muchos un lugar o un espacio, unas gentes, unas leyes protectoras y unas fronteras y, si se quiere, un mercado nacional que, en ocasiones, se ligaba a algunos conceptos como el de la defensa o la protección de la industria nacional.

En la actualidad y en apretado resumen, los contenidos más sobresalientes del fenómeno de la globalización se encuentran marcados por la voluminosa corriente de información en escala mundial y en los mercados financieros internacionales. En la perspectiva de la economía real de la producción de bienes y servicios, la globalización se expresa en un crecimiento sin precedentes del comercio internacional, a tasas mayores que las de la producción.

En materia de comunicaciones, como se aprecia continuamente, el fenómeno de la globalización es un hecho real y cierto en la medida que en cualquier parte del mundo se pueden apreciar imágenes de hechos sucedidos simultáneamente en cualquier otro lugar.

En muchos círculos aún, la apreciación que se tiene sobre el fenómeno de la globalización está limitado a un hecho enteramente económico; y, tan cierta es esta afirmación de circunscribir el fenómeno a esta dimensión, valga decir, tránsito libre de capitales y de mercancías, que muy pocas veces se observa, por lo menos en nuestro medio, que la temática sea esclarecida desde otros diversos ángulos diferentes del arriba anotado. Esto no significa, en modo alguno, restarles importancia a la movilización de capitales y al influjo que tiene en la generación y la propagación de las crisis financieras internacionales.

En juiciosa interpretación, tal como la propia expresión lo sugiere, el estudio del fenómeno debe ser asumido desde una perspectiva amplia, ya que sólo así se podrá deducir todo el conocimiento que se precisa para potenciar un entendimiento referido y referente a esta nueva interdependencia que se vive, y obtener así las respuestas necesarias a muchos interrogantes planteados con respecto al futuro de la nación, de la geografía nacional y de los derechos esenciales de los habitantes de esa geografía.

Aproximaciones analíticas al fenómeno

Aunque se suele admitir que el fenómeno de la globalización está inmerso con tanta fuerza en la realidad cotidiana, con mucha ligereza, y de manera corriente, se admite también, desafortunadamente, su vigencia, pasando por alto las implicaciones que corren parejas con tal proceso, siendo ellas mismas, como lo deben ser al mismo tiempo, objeto de un amplio análisis.

El término globalización se contrapone a lo local y lo regional, y no es extraño encontrar que sea ligado a la idea de lo moderno y lo modernizante, para diferenciarlo peyorativamente de lo tradicional y atrasado, con lo que se suele calificar su antónimo.

Al contraponerse estos dos términos – global y local – tal como sucede con internacional y nacional, la visión o el análisis global, mundial o internacional aparecen del mismo modo contrapuesto a la visión o al análisis local, regional y nacional. No es preciso ahondar sobre las implicaciones que una y otra apreciación tienen. Desde luego, en dimensiones diferentes.

En un primer acercamiento, se recordará que la economía que opera en la escala mundial se diferencia notoriamente de la economía que opera localmente al plantear alternativas que en la mayoría de los casos son opuestas al trabajo nacional, al Estado – Nación y a la justicia nacional. Los intereses, finalmente, se contraponen y la primera termina por socavar los intereses de los segundos.

En otro sentido, si se piensa por un instante en la fuerte interdependencia existente entre los fenómenos de diversa naturaleza sucedidos en el mundo, se llegará con toda seguridad a la conclusión de que muchas cosas no pueden seguir abordándose desde la óptica nacional. Basta con señalar lo siguiente: las múltiples consecuencias derivadas de una creciente y acelerada tendencia a la globalización de asuntos como los del tráfico de mercancías, armas y estupefacientes; de las comunicaciones, de las corrientes financieras, de las innovaciones y transferencias tecnológicas, y de la criminalidad, así como de aquellos casos que tienen que ver con las actividades recreativas, deportivas, del medio ambiente y de las garantías mínimas para la inversión extranjera, son en definitiva problemas insolubles en el marco restringido de la nación.

De otra parte, la omnipresencia y la injerencia cada vez más punzante y abierta de los organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o, en otros casos, como la ONU y la OTAN, bien pudiera llevar a pensar que poco o nada le queda por resolver al viejo Estado.

En la perspectiva actual, como ya se ha anotado, la globalización va acompañada de una agenda que incluye la eliminación o reducción de las barreras fronterizas y arancelarias, por procesos de integración regional, liberalización de los mercados, desmonte de los obstáculos a la libre movilidad del capital y la protección al derecho de propiedad, y a ciencia cierta muchos de estos asuntos deben revisarse a la luz del Derecho internacional público y de los propios intereses nacionales, con el ánimo de ofrecer protección a lo que sea necesario.

Pero, para asuntos que pueden ser tratados en un ambiente de cooperación internacional, ¿qué tan conveniente y necesario es abrir de par en par las puertas del "santuario" nacional? El juego de los intereses nacionales no es cosa del pasado ni es algo sobre el cual pueda decirse que existe homogeneidad en la escala internacional, y, por lo mismo, pensar en una especie de sociedad mundial, con el "nuevo evangelio" del , como una forma paralela de sociedad que ha de corresponderse con la homogeneización de los mercados, es casi un imposible, por no decir una utopía.

La globalización tiene consecuencias inevitables para aquellos Estados que se encuentran en una etapa de estructuración o de reestructuración o con graves problemas sociales, o que se encuentran envueltos en serios conflictos internos para los cuales las fórmulas locales de solución no han funcionado.

En la llamada era de la globalización, para el caso de Latinoamérica, la justicia social, al igual que la identidad cultural, y unos mínimos conceptos de convivencia democrática han pasado a ser considerados cosas del pasado, que poco o nada tienen que ver con la urgencia de la modernización del Estado. En estas circunstancias, para ningún país latinoamericano es garantía de tranquilidad social tal situación.

Del poder local al poder mundial

Se presencia hoy cómo el juego del poder local ha quedado, en definitivas, supeditado al ámbito del poder mundial, a una especie de superpoder que lo sojuzga, así como al juez local, a la autoridad local y al parlamento local. La globalización ha significado para muchos el traspaso de la política parroquial o local a un ejercicio de la misma que se desenvuelve en la esfera global.

El hecho de que los pueblos del mundo se enfrenten hoy en un proceso de globalización económica puede atribuirse, en primera instancia, al desarrollo y al auge de la ideología liberal, a la política librecambista, es decir, a la libre movilidad de las mercancías y del capital en escala mundial, sin que existan obstáculos o barreras para esta libre circulación. El libre cambio es, pues, un primer factor causante de la globalización. Al lado de este primer factor se encuentran la división internacional del trabajo y la especialización internacional.

Como puede deducirse, el fenómeno no es nada nuevo. Si se repasa la historia de la economía del mundo occidental, se encontrará que el desarrollo del sistema capitalista ha estado siempre asociado a la expansión de los mercados y a la integración de los mismos. Esta expansión de los mercados, en un primer momento, como consecuencia del descubrimiento de América; luego, la organización en la escala mundial del sistema colonial y, posteriormente, la expansión imperialista a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, ha originado el desarrollo sin medidas del comercio y las comunicaciones, al tiempo que se convierten en las expresiones más firmes de la forma como el capitalismo se ha movido en el mundo.

La explotación del mercado mundial ha originado relaciones en esa misma escala, y los productos regionales, así como el propio sentimiento nacional, han sido reemplazados por una visión y una realidad cosmopolita de la producción y el consumo.

No hay duda, pues, sobre el hecho de que la dinámica económica del modo de producción capitalista ha sido es su relación planetaria, especializando, según las circunstancias, mano de obra en la escala internacional e imponiendo así relaciones de dominación. La división internacional del trabajo y, consecuentemente, la especialización internacional, en el marco de la doctrina librecambista, diseñaron el mundo desde la óptica de la producción, la distribución, el consumo y de las finanzas internacionales.

La hegemonía ejercida por Inglaterra le permitió, en el marco de las relaciones internacionales, estar involucrada simultáneamente en los conflictos y los diseños de políticas en todas las regiones del mundo.

El que Inglaterra tuviese un control imperial sobre el resto de las naciones y hubiese estructurado un sistema monetario internacional cuyo corazón estaba en Londres, no fue un factor que impidiera, sin embargo, unas relaciones interestatales basadas en el principio de hombres libres en países libres, al tiempo que se derrumbaba el régimen colonial y el estado proteccionista con el que se había configurado y fortalecido el Estado – Nación. Naciones pobres, dependientes y sin ningún tipo de cohesión interna o desarticulada en varios de los procesos, pero al fin y al cabo naciones que, hasta cierto punto, actuaban de manera autónoma y en el ejercicio de la soberanía nacional.

Frente al proceso de globalización, la situación es diferente, al menos en lo que concierne a las naciones más atrasadas o con fuertes problemas de cohesión interna. Al lado de una ausencia de resortes para dinamizar o configurar políticamente el sistema interno, se suma ahora con mayor intensidad la ausencia de capacidad para influir en el plano internacional, es decir, para actuar en el espacio universal o en el denominado sistema global.

Aquí se asiste a un proceso de abolición plena y definitiva de la soberanía nacional, ya que estando inmersos en una oleada de prácticas concordantes con el proceso de globalización se crean valores, instituciones y toda clase de reglas y normas que superan el espacio nacional, que trascienden lo local y, por tanto, se establecen obligaciones y limitaciones al ejercicio y la acción del gobierno nacional. Un ejemplo cercano a lo anotado se puede observar en el caso colombiano, en el que por una parte, se debate entre la falta de criterios, capacidad y mecanismos por parte del Estado para ofrecer respuestas y soluciones, con el fin de resolver las urgencias por la convivencia y la justicia social, y, por otra parte, la propia incapacidad para articularse como nación soberana a las exigencias del sistema internacional.

El dependentismo o, si se quiere, la sumisión internacional que se vive, o la estrategia planteada en torno a algunos y muy pocos intereses comerciales particulares, como se observa en algunos Estados latinoamericanos, es una cuestión distinta que merece otro tipo de análisis.

Uno de los principales elementos en los que se materializa la globalización es el mecanismo de la competitividad. Esta competitividad, restándole todos los aditamentos que la explican, queda reducida simple y llanamente a esa especie de capacidad que tienen las mercancías y, desde luego, la mano de obra, para acceder a los mercados internacionales a un precio reducido, con una alta calidad, para cuyo logro en la mayor parte del territorio latinoamericano se recurre al desempleo generalizado. Esta política, recomendada en la mayoría de las ocasiones por los organismos internacionales, es lo que explica el ensanchamiento creciente de las desigualdades sociales encontradas en el área.

Frente a este particular mecanismo de la globalización en el plano comercial, la pregunta obvia es: ¿Acaso se puede seguir resolviendo el problema de la inmersión internacional por la vía de incrementar el desempleo de nacionales y por la de abrir nuevas cárceles para esa especie de sociedad de segunda clase que se ha gestado y desarrollado internamente, mientras las transnacionales y un reducido grupo de la clase gobernante gozan de toda suerte de privilegios para succionar sin límites todas las ganancias posibles en aras de una economía global?

Por otro lado, ninguna reforma tributaria parece satisfacer los apetitos desenfrenados de los principales benefactores en este proceso nuevo de acumulación de capital en escala universal, y repetidamente se elaboran nuevas reformas en este campo, que amplían y fortalecen el patrimonio de unos pocos en tanto se imponen nuevas cargas al grueso de la población más pobre.

Aunque poco deseable es estar inscrito en ese amplio y respetable círculo de académicos e intelectuales que sostienen que la globalización también ha adquirido esa especie de categoría satánica, por ser sus efectos considerados contrarios a la democracia y al bienestar humano, tal como ha sucedido con otros tantos fenómenos y realidades políticas y económicas sucedidas en el campo de las relaciones entre los pueblos, con mucha seguridad y firmeza es preciso anotar también, que lo inadmisible de esa serie de medidas es que no sólo configura un sistema basado en la desprotección social de millones de seres humanos sino que también crea una verdadera red de mecanismos para ofrecer seguridad al capital internacional, hacer recaer el peso de las crisis en las naciones más débiles y dificultar las posibilidades de acceder a los beneficios obtenidos en varios campos en esta nueva era de la globalización.

Desde otro ángulo bastante conocido, los continuos desequilibrios de la balanza de pagos que padecen varios países de la región latinoamericana ocasionan respuestas de los gobiernos que afectan sobremanera a las subregiones de los propios países, sumiéndolos en un atraso considerable, al tiempo que algunos polos relativamente desarrollados presencian fuertes corrientes humanas de desplazados que empujan el desempleo hacia niveles nunca vistos, acompañados de una reducción de los salarios con los que se pretende ser competitivos. De manera particular, los mecanismos de ajuste internacional descansan de manera especial sobre los denominados controles directos, haciendo recaer el peso de los mismos sobre la población.

Paradójicamente, la globalización que conlleva este convencimiento por el universalismo viene operando con fuertes limitaciones a las corrientes migratorias humanas que se suceden con ocasión a los desplazamientos por la guerra, la violencia o simplemente por la búsqueda de mejores oportunidades de vida y de trabajo.

A manera de conclusión

En las condiciones descritas, poco probable es que se articule un pensamiento o un programa que facilite el desarrollo económico y social de los pueblos más atrasados del planeta. La brecha entre los países industrializados y los no industrializados continuará expandiéndose, y las posibilidades, así como los espacios para las estrategias políticas, económicas y sociales entre los países, se verán reducidas para la mayoría de los gobiernos.

Sin embargo, en medio de todas estas limitantes, aún es posible un tipo de sociedad con una visión cosmopolita que le dé prioridad, en el interior de cada país, al desarrollo de las regiones como fórmula efectiva para enfrentar el impacto que sobre las comunidades locales ejerce la globalización. Es necesario fundamentar la globalización en políticas de desarrollo local y regional. Actitudes de reconocimiento político y económico a las posibilidades del espacio regional engendran, con toda seguridad, conceptos nuevos de organización y desarrollo, consecuentes con la idea de limar un poco el exceso de centralismo estatal que opera en muchos países de la región latinoamericana, sin pretender eliminar a la nación como médula y razón de ser de las comunidades organizadas.

A la pérdida de autonomía y soberanía que viven las naciones, en el marco de la globalización, ha de anteponerse la lógica de una mayor participación de las regiones en los asuntos y las decisiones nacionales. Este mayor reconocimiento debe ofrecer, al mismo tiempo, posibilidades amplias que superen las desigualdades existentes en ese mismo nivel. Es poco probable que una nación logre articularse como tal en el caótico e inestable escenario internacional, sin antes haber superado las desigualdades que presenta su escenario interno.

Al lado de esta concepción, lo esencial es que se reconozcan las culturas y los sentimientos regionales como fórmula para acrecentar el respeto por la autodeterminación y la soberanía de las naciones, y avanzar por el camino de consolidar una red de colaboración internacional que limite no sólo el poder de las empresas transnacionales sino también esa especie de superpoder que, al operar de manera global, obliga y sojuzga las decisiones y horizontes nacionales.

 

 

 

 

 

Autor:

Leonardo Guti?rrez Berdejo

*Mg. en An?lisis de Problemas Pol?ticos y Econ?micos Internacionales

Docente Universitario. Fundaci?n Universitaria Los Libertadores y U. Central

Miembro del Taller de Escritores Gabriel Garc?a M?rquez.

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