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La metamorfosis de Francisco Solano López


Partes: 1, 2

    1. Un minuto de silencio para López que está muerto
    2. La puta y el mariscal
    3. En busca del patrimonio perdido
    4. Derrotas judiciales
    5. En el nombre del padre
    6. El dolor paraguayo
    7. El Reivindicador
    8. El novecentismo: literatura, política y legitimación social
    9. Un héroe "antiliberal" a la medida del nacionalismo autoritario
    10. Una guerra ganada, resignifica una guerra perdida
    11. El antídoto para la enfermedad del cosmopolitismo liberal era el nacionalismo lopizta
    12. Un líder antiimperialista
    13. La proeza de un matón, sangrienta
    14. Bibliografía

    Crónica de la larga operación histórica que transformó a un individuo nefasto para su pueblo en el prócer paradigmático de la nación

    Desgraciado el país que necesita héroes

    Bertolt Brecht

    Un minuto de silencio para López que está muerto

    Eran las 11.30 horas del domingo 1 de marzo de 1970 cuando a lo largo y ancho de la geografía guaraní miles de paraguayos detuvieron sus actividades y guardaron un minuto de silencio en homenaje a la memoria de Francisco Solano López, muerto exactamente un siglo atrás. Tras el colectivo y gregario silencio se escuchó por la red de radio y televisión la voz del general Alfredo Stroessner, autoritario presidente del país desde 1954, quien expresó que "[…] acallados los últimos disparos de la guerra que libró la Triple Alianza contra el Paraguay, se amontonó la ignominia, la calumnia y el ultraje contra nuestra Patria, porque fueron los vencedores los que escribieron la historia a su manera pero, en el fondo del alma popular siempre se mantuvo intacta la memoria del Héroe, descubriendo con certero instinto la intención secreta de una confabulación internacional, cuya trama está siendo esclarecida hasta lo más recóndito de un revisionismo histórico […] el General Bernardino Caballero […] recogió el legado inmortal del mariscal Francisco Solano López, de quien fue su amigo leal y valiente colaborador […] y que en la paz tuvo a su cargo la honrosa misión de fundar la gloriosa Asociación Nacional Republicana, [o] Partido Colorado, fuente inmarcesible del nacionalismo paraguayo".

    Este discurso expresaba en el presente de 1970 la utilización del pasado como fuente de legitimación de la ideología del gobernante partido colorado. Una fuente tal vez no tan "inmarcesible" como el coloradismo según el gusto de Stroessner, pero con suficiente eficacia discursiva para poder presentar a su autocrático régimen como continuador de una línea histórica determinada. Un esquema muy sintético de esa operación puede ser enunciado de esta manera: "la guerra de 1864-70 fue el fruto de una conspiración internacional contra el Paraguay cuya consecuencia fue la destrucción de uno de los países más avanzados de América. Los extranjeros vencedores y sus cómplices paraguayos declararon tirano al mariscal Francisco Solano López, pero el revisionismo histórico ha reparado esa injusticia histórica. Algunos ex colaboradores del mariscal López, como el general Bernardino Caballero, recuperaron la tradición patriótica del mariscal. El partido colorado, fundado por Caballero en 1887, es el continuador y defensor en 1970 a través de la figura de Alfredo Stroessner de esa tradición".

    Culminaba así un proceso vindicador de la figura del mariscal López que ciertamente habría sorprendido a la exigua clase dirigente paraguaya sobreviviente a la guerra que en la década de 1870 se apoyaba alternativamente en argentinos y brasileños, tratando de ganar estrechos espacios de actuación al moverse alternativamente a favor y en contra de los contradictorios intereses de los vencedores para que estos no hicieran desaparecer a su patria de la órbita de las naciones independientes de la tierra.

    En ese tiempo de angustias nadie ponía en duda en Paraguay que el gran culpable de la desastrosa situación en que se hallaba el país era Francisco Solano López, dictador que con sus manejos discrecionales había arrastrado por apetencia personal a la nación a una guerra imprudente contra vecinos más poderosos.

    La derrota había dejado al Paraguay a merced de estos, especialmente de una triunfal y expansiva Argentina que esperaba hacerse con los despojos territoriales del vencido para transformarlos en un apéndice administrativo similar a los espacios que con voraz apetito obtendría a principios de la siguiente década en la Patagonia a consecuencia de medir con eficacia geopolítica la circunstancial debilidad de su contrincante chileno, el que enredado en una guerra contra Bolivia y Perú en el Pacífico, no estaba en condiciones de aceptar el reto de un segundo frente en su oriente trasandino.

    Solo una oportuna reacción del gabinete de Río de Janeiro impidió que Buenos Aires terminara convirtiendo a Asunción en subalterna cabecera de uno de sus flamantes territorios nacionales, con idéntico status político al del Chubut o la Tierra del Fuego.

    Haber caído entonces tan bajo tras la guerra de 1870 potenció en los paraguayos sobrevivientes, junto al sentimiento de humillación por la derrota, un odio visceral a la figura de Francisco Solano López. Se lo consideraba (junto a su padre Carlos Antonio y a Gaspar Rodríguez de Francia) copartícipe necesario de una tradición de despotismo agresivo que solo había redundado en pobreza y destrucción. Ese odio llegaba a tal punto que al igual que en los países vecinos, se tendía a encontrar en la personalidad y conducta de López las causas de la guerra, dejando para un análisis meramente accesorio el contexto histórico que hizo posible el conflicto.

    Como muestra de esta conversación general omnipresente en la menguada élite paraguaya del último tercio del siglo XIX, están los ineluctables testimonios que el fundador del coloradismo, Bernardino Caballero, emitió (pese a la tergiversación interesada de Stroessner) sobre su ex jefe en 1871: "[…] el Paraguay desde la aparición de su primer tirano, José (sic) Gaspar de Francia, desapareció del catálogo de las demás naciones, olvidado y perdido por muchos años […]. Posteriormente […] el nuevo Nerón americano [López] le arrancó su existencia, su porvenir entero, sacrificando a sus pasiones brutales tantas víctimas ilustres"

    En 1873 Caballero vuelve a la carga de manera admonitoria sobre el tríptico de gobernantes despóticos del siglo XIX, reivindicados hasta la exaltación por los colorados del siglo XX: "Sesenta años de encierro, de oscuridad y tiranía deben ser más que suficientes para que las tristes lecciones de esos tiempos no vuelvan jamás a repetirse en los hoy despoblados bosques de nuestra querida patria. […] Nuestro aislamiento, nuestro encierro, la falta de espíritu público entre nosotros, entregaron los destinos del país a tres tiranos, de los cuales dos [el doctor Francia y el mariscal López] no tienen paralelo en la historia de los siglos"

    Había sin dudas en estas definiciones reprobatorias sobre López y lo que este había significado para el Paraguay, una dosis de medroso oportunismo (el territorio guaraní estaba ocupado militarmente por Brasil para evitar el zarpazo final argentino), pero existía también la convicción generalizada de que el país debía superar su tradición de mandones discrecionales de idéntica conducta política a la del biliático dictador porteño Juan Manuel de Rosas, y gobernarse (como lo estaba haciendo la Argentina una vez liberada del yugo rosista) según principios liberales.

    La participación de Caballero y de otros ex jerarcas del régimen lopizta en un gobierno de posguerra se sustentó en el hecho de que frente al peligro de anexión total a la Argentina, los brasileños aceptaron la inclusión de aquellos lopiztas que consideraban recuperables; en especial de quienes demostraron capacidad de adaptación a los cambios de poder.

    Buena parte de esos dirigentes habían acompañado la demencial aventura del presidente vitalicio casi hasta el fin. Y en el caso de Bernardino Caballero literalmente hasta el fin. En marzo de 1870 al frente de una corta fuerza procuraba en la frontera con el Mato Grosso tomar por asalto a las fazendas para así obtener ganado con el que cual poder alimentar a las famélicas tropas que seguían aún al despótico y ya a esa alturas totalmente desquiciado Francisco Solano López. Una vez capturado, Caballero fue conducido en calidad de prisionero de guerra a Río de Janeiro. Retornó prontamente a su patria en virtud del cálculo político del gabinete imperial que precisaba en Asunción de actores vernáculos dispuestos a contrapesar la influencia de sus compatriotas "argentinistas" que desde el comienzo de la guerra por un error estratégico del gobierno brasileño, se habían agrupado en la Legión Paraguaya prohijada por el presidente argentino Bartolomé Mitre.

    A Bernardino Caballero y a los restantes actores de la clase dirigente paraguaya (más allá de que fueran por mero cálculo de pervivencia, probrasileños o proargentinos) al ver el estado calamitoso en que quedó su país tras la derrota, no les quedó dudas sobre quién era el gran culpable.

    En la década de 1880, terminada la ocupación brasileña y aventada definitivamente la amenaza de absorción argentina, el partido colorado con su creador en la presidencia de la República, reafirmó la condena de la figura de López. Así el acta de fundación de esta agrupación política en 1887 reza textualmente: "Estamos aquí congregados al cabo de diez y siete años de nuestra regeneración política tan penosamente alcanzada y en la que hubo de abatirse a un despotismo terrible". Ninguno de los presentes en ese acto inaugural cuestionó que la regeneración hubiera comenzado con la muerte de López; ni el vaticinio de que los tiempos "en que en la República podía disponerse impunemente de la vida y hacienda de sus habitantes han quedado definitivamente atrás y ya nadie será tan falto de vergüenza como para erigirse en defensor de los déspotas del pasado"; ni que los "principios liberales" fueran los del partido colorado.

    Esta agrupación al igual que su funcional contrincante, el partido liberal, tenía como máximo enemigo simbólico y discursivo a ese mariscal muerto en los septentrionales deslindes serranos del territorio guaraní.

    Sin embargo esta unanimidad reprobatoria de la figura de Francisco Solano López se irá desgajando de a poco en un proceso que hallará origen en intereses económicos antes que en principios ideológicos, siendo estos en todo caso consecuencia de aquellos.

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