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Análisis de la sociedad argentina en la década de los 90´s desde una mirada sociológica (página 2)


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Aunque desde 1996 y a partir de 1998, se retoma el crecimiento económico, el mismo fue motorizado principalmente por la influencia de créditos externos (la etapa de privatizaciones había ya concluido, y la desregulación estatal limitaba la aplicación de políticas anticíclicas) que ponían condiciones de equilibrio fiscal y competitividad de costos laborales para su ingreso. Ante la imposibilidad de ajustar el tipo de cambio para abaratar los costos del trabajo, se recurrió a la "flexibilización" y precarización de los trabajadores (período de prueba – 1995 – , baja de aportes patronales, reducción de indemnizaciones por despido, etc.) Esto ocasionó que, pese a la recuperación económica, los índices de desempleo se mantuvieron altos (así como los de subempleo, ante la creación de numerosos puestos "precarios" de jornada parcial). Asimismo, dentro del sector no asalariado crecieron las ocupaciones más precarias y generadoras del menor valor agregado, ya que muchos pequeños comerciantes se vieron perjudicados por las reformas estructurales. Esta situación "estructural" no hizo sino agravarse a partir de la recesión de 1998, ante los ajustes fiscales y la profundización de las reformas laborales.

Concentración del ingreso y desigualdad : el coeficiente de Gini de ingresos familiares es un indicador de la dispersión del ingreso per capita familiar mensual, la cual es influida tanto por los cambios en la distribución de los ingresos individuales de los preceptores como por las modificaciones en las tasas de actividad y desocupación en los hogares. La escala se gradúa entre 0 y 1 (siendo 0 la distribución más equitativa y 1 la mayor concentración de ingresos posible).

Hacia 1989 se observaba un deterioro distributivo récord para la época, cercano a 0,5 puntos, debido principalmente al deterioro de los ingresos producto de la hiperinflación, que afectaba mayormente a los grupos asalariados y no asalariados de menores ingresos (debido a la mayor suba de precios de bienes de primera necesidad). Si bien hacia 1991 el control de la inflación logró reducir la desigualdad, a partir de 1992 el aumento del desempleo impidió que el CG siguiera descendiendo; y desde 1994, con la generalización de la desocupación, volvió a aumentar.

A partir de ese año, los valores que asuma el CG se encontrarán asociados con los niveles de desocupación. Luego de la recuperación de la recesión en 1996, el CG no mejoró, debido a que este crecimiento fue motorizado por la entrada de capitales externos y no por una modificación sustantiva del mercado laboral. Al contrario (y con especial fuerza a partir de la recesión de 1998) el CG siguió aumentando, debido principalmente a un fenómeno asociado con el alto desempleo y la existencia de un gran "ejército de reserva": la devaluación educativa y la sobrecalificación (lo cual aumentaba la dispersión de ingresos entre los trabajadores según su nivel educativo). Asimismo, los recortes en los haberes de empleados públicos y asalariados, y el aumento de los empleos precarios y de tiempo parcial hacia el final del período analizado, se reflejaron en una cifra récord del CG (llegó a 0,531 en octubre de 2001). Podemos aseverar que el pico de 0,5 puntos en octubre de 1989 estuvo asociado especialmente a la crisis inflacionaria, mientras que el récord observado hacia 2001 estuvo vinculado al alto desempleo, la precarización laboral y la devaluación educativa: por lo tanto la concentración del ingreso se ha vuelto estructural, no se vincula solamente a una situación de crisis (los valores del CG se mantuvieron muy altos inclusive en 1996 y 1997, existiendo crecimiento económico).

La evolución de la pobreza: luego del pico de 1989 se observó una sostenida disminución de la pobreza hasta 1993, debido a la baja de la inflación y el repunte del nivel de empleo. A partir de 1994 la pobreza vuelve a crecer de la mano de la recesión y la caída de los niveles de empleo. Pero a diferencia de crisis anteriores, luego de retornado el crecimiento la pobreza no disminuyó y se mantuvo en niveles elevados (25,9 % en 1998, luego de dos años de crecimiento).

Este índice de pobreza no se vincula ya a una crisis ni a inflación (como en el pico del 89) sino a una situación estructural de desempleo y precarización laboral. Asimismo, es una pobreza de características distintas: en 1989-90, el 60 % de los pobres eran "nuevos pobres" producto de la crisis, que si bien tenían ingresos inferiores a la línea de pobreza, contaban con necesidades básicas satisfechas, empleo fijo, servicios, etc. En cambio, la pobreza generada a partir de 1994 es cada vez más estructural, vinculada a empleos precarios y carencia de servicios básicos, además de un ingreso insuficiente. A partir de la crisis de 1998 los índices de pobreza vinculados a una mayor incidencia de puestos de trabajo precarios y en un contexto de estabilidad de precios, vuelven a crecer (hasta un 35 % en 2001).

Conclusión: podemos afirmar que los fenómenos de pobreza y concentración del ingreso presentes al principio y al final del período a analizar, difieren notablemente en su origen y características. En 1989 estos índices respondían a una situación de crisis terminal del modelo de industrialización sustitutiva, mientras que los altos valores de pobreza y concentración de ingresos registrados a partir de 1994 no se vinculan ya solamente a una situación de crisis sino a la existencia de un nuevo modelo de acumulación (valorización financiera) cuyo progreso no depende de la evolución del mercado interno y del pleno empleo, sino del crédito externo y los capitales privados: en este modelo, el trabajo y el consumo popular dejan de ser motores de la economía. Así, el desempleo, la precarización laboral, la concentración del ingreso y la alta pobreza se convierten en características inherentes al nuevo patrón de acumulación, que se agravan ante la recesión pero siguen presentes aún existiendo crecimiento económico.

Cambios en las identidades colectivas durante la década del 90

La aplicación durante los años 90 de medidas de apertura y desregulación del mercado interno trajo como consecuencia una fuerte desestructuración social. Siendo la Argentina un país en el cual tuvo un fuerte desarrollo la "sociedad salarial" (esto es, la integración social y la adquisición de hecho de derechos de ciudadanía mediante la vinculación al mundo del trabajo formal) los fenómenos de desempleo y precarización laboral trajeron aparejados no solamente mayores índices de pobreza estructural sino también una creciente exclusión social. Este cambio radical en la estructura de los sectores populares tuvo como consecuencia la decadencia relativa del sindicalismo y la emergencia del movimiento piquetero como un nuevo elemento de recomposición social.

Durante la etapa de industrialización sustitutiva, el sindicalismo cumplió la doble función de canalizar el reclamo de los trabajadores y a su vez fue la expresión política del movimiento que le había dado origen: el peronismo. Este movimiento sindical se caracteriza por una fuerte institucionalidad: el reclamo obrero debía ser trasmitido por los canales orgánicos que el peronismo proveía. A partir de 1989 se dio la paradójica situación de la desarticulación de estos canales orgánicos (desregulación estatal sobre el mercado laboral) a cargo del mismo movimiento al cual los sindicatos respondían. Esto causó una escisión en el sindicalismo: un importante sector de la CGT intentó una política de adaptación avalando las reformas estructurales (e inclusive siendo partícipe de las mismas, reflejo de un desdibujamiento del rol sindical como representante de los intereses de los trabajadores); apareció una central disidente (la CTA, vinculada a sectores de servicios y empleados estatales) y dentro de la CGT un movimiento disidente (MTA, vinculada a sectores transportistas). Pero en estas circunstancias de desestructuración del mercado laboral y creciente desempleo, las medidas de protesta "tradicionales" y vinculadas directamente al ámbito del trabajo (huelgas, ocupaciones, etc.) perdieron relevancia. En cambio, la ganaron nuevas medidas de protesta, fuera del marco institucional y laboral: los "estallidos sociales" en el interior (vinculados al atraso en el pago a empleados estatales) y los cortes de ruta, asambleas y ollas populares llevadas a cabo por un nuevo actor social: el movimiento piquetero.

El nacimiento del movimiento piquetero tuvo dos "afluentes": en primer lugar, los piquetes y puebladas del interior, vinculados al colapso de las economías regionales y a la privatización y posterior "racionalización" de las empresas del Estado. Muchos de los afectados por los despidos masivos se encontraban entre los trabajadores mejor pagos del antiguo estado de bienestar. Un primer momento se inicia en los cortes y puebladas de Neuquén, Salta y Jujuy que conformarían una nueva identidad (piqueteros), un nuevo formato de protesta (el corte de ruta) y una nueva modalidad de organización (la asamblea) en la demanda de trabajo. Este movimiento está caracterizado asimismo por el encuentro entre diferentes sectores sociales (desocupados, empleados estatales, pequeños empresarios) afectados por la desestructuración producida por los despidos masivos y la retirada del Estado.

Asimismo, el nacimiento del término "piquetero" dio una nueva identidad (combativa y atractiva de la atención pública) a aquellos a quienes el término "desocupado" resultaba intolerable, luego de haber visto interrumpida su carrera laboral con el consiguiente desarraigo. Esta nueva identidad "tuvo un poder desestigmatizador que facilitó la inclusión de esos sectores en las organizaciones". El crecimiento de este movimiento trajo aparejada la confluencia con acciones de protesta llevadas a cabo en el conurbano bonaerense y otros lugares donde la desindustrialización y el deterioro social venían de más larga data (mediados de los 70). Este proceso de pauperización aparece ilustrado por tomas ilegales de tierras desde fines de la dictadura militar. Estas tomas fueron fruto de movilizaciones cuidadosamente planificadas y con apoyo de actores externos (ONGs, comunidades eclesiales de base, etc). En estos movimientos, el barrio aparece como lugar de acción y organización, en reemplazo de la fábrica. Los reclamos por la regularización de las tierras, servicios y ayuda alimentaria fueron efectuados bajo formas de protesta asimismo no-institucionalizadas y fuera del mundo laboral: la olla popular y las marchas. Esto daría lugar a la conformación de movimientos territoriales de desocupados.

Ambas vertientes confluirían en 1997 ante la generalización de los cortes de ruta por todo el país, con el apoyo también de la CTA y nuevos sindicatos clasistas como la CCC, vinculados a la lucha de los empleados provinciales. Las dos vertientes difieren en cuanto a su vinculación con la estructura social y su modelo de acción: "por un lado, la vertiente que pone al descubierto la brusca separación de los marcos sociales y laborales (…), desencastramiento violento que revela tanto una relación más cercana con el mundo del trabajo formal, como refleja la opción de un tipo de acción sindical disruptiva, ligada a un modelo de acción confrontativo; por otro lado, la vertiente que señala la importancia de la matriz específicamente territorial de la acción colectiva, y da cuenta tanto de una distancia mayor en relación con el mundo del trabajo formal como, en el extremo, de la continuidad de una relación más pragmática con los poderes públicos (…)"

De hecho, el principal conflicto interno del movimiento piquetero es la integración (o no) a los planes sociales estatales, tanto nacionales como municipales; y la relación con las redes clientelares del peronismo.

En resumen, las nuevas características de la organización popular durante los 90, ante la desestructuración laboral y la retirada del Estado, son las siguientes: preponderancia de reivindicaciones defensivas (derecho al trabajo, salarios atrasados), modos de protesta fuera del marco institucional por sobre los modos "tradicionales" (cortes de ruta, asambleas) y corrimiento desde el mundo laboral hacia el espacio público (la ruta y el barrio) en un contexto en el cual el peronismo como identificación del mundo popular y expresión de sus reclamos ha entrado en crisis.

 

Ernesto Petino Zappala

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