De allí que se sienta al leerlo estar muy por encima de la literatura como oficio, que ésta queda por debajo de lo que él significa. Incluso, midiéndola con aquella consagrada y de éxito, otro es su valor que rebalsa lo meramente literario. Llega mucho más al fondo o más lejos que el mero arte. Valiente, además, para no medrar, para no comercializar con su genio. Honesto para no departir ni conciliar con la mezquindad del mercado, para no ser un escribidor a sueldo que trabaja según el beneficio que le pueda aportar lo que el negocio editorial asegura como rentable y exitoso. Él es un poeta de valor heroico por su renuncia a las comodidades; deviene en un ser de inmenso poder moral para éste mundo y para cualquier otro.
8. La evolución de un poeta
Con relación al poema "A mi hermano Miguel" es importante ver también la evolución de César Vallejo como creador, en vínculo a otro poema inspirado por el mismo acontecimiento. Aunque en principio se trate del mismo poema reescrito hasta por lo menos dos años después, resulta a la postre tan diferente que se convierte en otro completamente distinto al primero, que había ido publicando en diarios y revistas de Trujillo entre 1915 y 1917.
El poema al cual estamos aludiendo se titula "A mi hermano muerto" y fue publicado en la revista Cultura Infantil (Trujillo, N° 33, agosto de 1917) texto escrito en los primeros meses del año 1916 en Santiago de Chuco, de cierto en la casa paterna –como lo expresa en un verso– donde el recuerdo de Miguel era reciente y, en consecuencia, inmensamente doloroso e inconsolable.
A MI HERMANO MUERTO
¡Contemplo desde el muro que el tiempo cruel tortura, los últimos rubíes del sol que muere ya; y el bronce de la iglesia comprende mi amargura en la quejumbre humana que el firmamento da!
¡En la enlutada casa paterna aún perdura un mundo de memorias de ti, que has muerto… ¡Ay! Aún en mi alma tiembla la luz de tu ternura como una golondrina que viene y que se va…
¡En la lejana aldea se eleva el cementerio, por donde se robara la mano del Misterio, cual nítida custodia, tu dulce corazón!
¡Advierto a nuestra madre! Y al entonar mi ruego la Tierra que en el Cielo da golpes de esquilón, ¡Dios llora un sol de sangre, como un abuelo ciego…!
Es este un bello soneto, perfecto en forma y fondo, en donde todos los versos son sentidos, plenos de imágenes, de música y colorido magistrales, pero escrito bajo los moldes de una estética y de una tradición en uso, en efervescencia y consagrada por el canon oficial de aquella época.
De allí a la versión definitiva hay un salto inmenso, un impulso audaz al vacío y un cambio supremo. Por eso, César Vallejo, además de la voz universal que ha alcanzado a ser, en su poesía podemos acercarnos a ver con meridiana claridad el magisterio de lo que es hacerse grande sobre la base de ponerlo en riesgo todo; de lanzarse hacia la tierra incógnita, incluso de la expresión, como puede demostrar la comparación de los dos poemas expuestos. El primero magistral, seguro y firme para su tiempo sobre la base de una estética reconocida y aceptada. El segundo, absolutamente situado en otra orilla, habiendo atravesado ya los torrentes indomables de lo ignoto, recién creado y desconocido.
Con César Vallejo vemos la progresión de una estética desde el estado del dominio pleno de las formas literarias, para pasar a una expresión libre, congénita y de realización total y plena en la perspectiva de lo nunca visto, de lo jamás oído, ni siquiera presentido o imaginado. Se libera desde una situación de cautiverio de formas consabidas y deudora de toda una corriente de moda –mucho más difíciles de deshacerse de ellas cuando se ha alcanzado su pleno ejercicio como lo demuestra el poema reproducido y que deja de lado– para afrontar e inaugurar lo inédito, original y sorprendente.
El poema "A mi hermano Miguel", en algunos aspectos es una reescritura que se superpone, y reemplaza al poema anterior, donde se constata que hay algunos elementos comunes como el muro (en el poema final es el poyo de la casa). A su vez, son los mismos: el dolor, la ternura, la hora vespertina, la madre. Sin embargo, se han suprimido varios otros elementos, cuales son: el crepúsculo del sol ("rubíes de la tarde"), las campanas, la iglesia, las golondrinas, la loma lejana, el cementerio, la mano del Misterio, todos ellos –como se puede comprobar– más bien referencias del mundo exterior. Pero, algo muy importante y revelador de la búsqueda estética en la cual él se ha comprometido es el cambio del impersonal del título "A mi hermano muerto" para llegar al personalísimo: "A mi hermano Miguel" que, como decíamos anteriormente, tiene el atributo de ser un poema donde predomina el fondo sobre la forma.
Hay, al mismo tiempo, otro poema de ese mismo período, escrito en las vacaciones de enero, febrero y marzo del año 1916 en Santiago de Chuco, apenas seis meses después de la muerte de Miguel Ambrosio, que inicialmente se publicó con el título de "Despedida" y después se recoge en Los heraldos negros con el título de "Sauce" que tiene la sombra y la melodía de los poemas en donde se evoca a Miguel, haciendo una yuxtaposición de la muerte del hermano con la propia muerte, a la par que expresa la despedida del propio Vallejo de su pueblo y de su hogar:
SAUCE
Lirismo de invierno, rumor de crespones cuando ya se acerca la pronta partida; agoreras voces de tristes canciones que en la tarde rezan una despedida.
Visión del entierro de mis ilusiones en la propia tumba de mortal herida Caridad verónica de ignotas regiones donde a precio de éter se pierde la vida.
Cerca de la aurora partiré llorando; y mientras mis años se vayan curvando, curvará guadañas mi ruta veloz.
Y ante fríos óleos de luna muriente, con timbres de aceros en tierra indolente, cavarán los perros, aullando, un adiós!
9. La búsqueda del hermano y el encuentro con Dios
Resumiendo, encontramos en el poema "A mi hermano Miguel" los siguientes ejes básicos: el hermano, la casa como lugar donde ocurre la muerte, la ausencia y la falta del ser amado, el misterio de la muerte, el desencuentro de los destinos, la piedad conmovedora pero que no alcanza a resarcir la fatalidad de la suerte, el juego de los niños como inocencia que hace más implacable el designio de morir, la condición de ser hijos sin culpa en un mundo culpable, un tiempo que entrecruza varios planos en los cuales deambulamos sin encontrarnos, una condición del espacio que pasa de la luz a la sombra y viceversa, un hacernos llorar por el espanto del desencuentro, el poder de las palabras para significar todo, el oír nuestras voces que se buscan, el candor y la ingenuidad que abren las puertas a la esperanza.
Pero la noción, la doctrina y la ideología predominantes es la del hermano, de lo que es ser hermanos, que es finalmente el eje que atraviesa todo el poema, que avanza desde el principio hasta el final no solo en este texto sino que queremos decir en lo que es el evangelio de la vida y obra de César Vallejo hasta desembocar en España aparta de mí este cáliz, donde el hermano ausente es el hermano presente ya en lucha ardorosa por alcanzar el bien y conquistar la dignidad y la felicidad del hombre sobre la faz de la tierra.
Miguel es el hermano; pero hermanos son también sus compañeros del Grupo Norte de Trujillo –así los llamaba él en sus cartas–, hermano es Alfonso de Silva, el músico a quien le dedica aquel hermoso poema que es el canto más hondo a la amistad y que empieza diciendo: "Alfonso estás mirándome lo veo…", y hermanos son los milicianos la gesta heroica de la Guerra Civil Española que él consagra en España, aparta de mí este cáliz.
"A mi hermano Miguel" no es un poema suelto en un libro, sino que esa búsqueda se prolonga hasta el final de su destino, en los campos de batalla de la España legendaria. ¿De batallas? ¡No, de pasiones! Busca al hermano con amor pleno y desesperación suma en las filas de los voluntarios que marchan a morir para hacer que hasta el cielo sea un hombrecito. Es el hermano que se escondió una noche de agosto al alborear pero que en "España…" se lo encuentra, se lo abraza y hasta resucita con el amor unánime de todos. Donde, incluso, el concepto hermano reemplaza desde antes y después al concepto Dios, creando un nuevo Padre Nuestro en el "Himno a los voluntarios de la República", cuando expresa:
¡Obrero, salvador, redentor nuestro, perdónanos, hermano, nuestras deudas!
Se humaniza a Dios desclavándole de su pedestal y de su trono impertérrito, si cabe el término, para transformarlo de padre en hermano, con quien compartimos la responsabilidad del mundo, somos cómplices de errores, de juegos, de amores; hermano que sufre sin poder evitar –o sólo así evitando– la muerte y el sufrimiento de uno y de otro; como en realidad se ve, constata, muestra, enseña y prueba que así es la propia vida. Y por eso Dios –como hermano que sufre– merece entonces nuestra adhesión y nuestra fe, siempre que sea un Dios que padece, que se conmueve y se abraza, legítimamente y con sinceridad plena a nosotros sus hermanos.
Ese Dios sí es supremo, sí merece que le amemos; es la humanidad plena en buena cuenta; es uno mismo asumiendo sus responsabilidades y compromisos en el vínculo y relación íntegra de hermanos. Por eso Vallejo se erige como el poeta de la fraternidad universal, del amor por aclamación, de la unión indisoluble de la vida y de la muerte para redimir a ambas, incluyendo al mismo Dios entre la masa que sufre:
Siento a Dios que camina tan en mí, con la tarde y con el mar Con él nos vamos juntos. Anochece Con él anochecemos. Orfandad….
Pero yo siento a Dios. Y hasta parece que él me dicta no sé qué buen color. Como un hospitalario, es bueno y triste; mustia un dulce desdén de enamorado: debe dolerle mucho el corazón.
Oh, Dios mío, recién a ti me llego, hoy que amo tanto en esta tarde; hoy que en la falsa balanza de unos senos, mido y lloro una frágil Creación.
Y tú, cuál llorarás… tú, enamorado de tanto enorme seno girador… Yo te consagro Dios, porque amas tanto; por que jamás sonríes: porque siempre debe dolerte mucho el corazón.
Danilo Sánchez Lihón
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