- Ignorada
- Representada
- Imprescindible
- Asesinatos
- Dios muerto
- Nacimiento
- Epifanía
- Día del Señor
- La vida sin fin
- Resurrección
En su cántico de loores, Francisco integra a su coro de alabanza al Altísimo a la hermana muerte. La hermana muerte corporal es una entre las creaturas nacidas del útero de nuestra hermana madre tierra y no podía faltar junto al sol, luna, estrellas, agua, flores y hierbas. En el itinerario del hombre a Dios de Buenaventura la muerte no es un impedimento, sino el camino, es puerta abierta que nos permite adentrarnos en el seno de Dios. Por eso, en el palacio del obispo de Asís, a la hora de su muerte, Francisco canta, sabe que Dios le sale al encuentro de la mano de la hermana muerte.
Estando por morir, para confortar su espíritu, le dijo un hermano que iba a vivir poco tiempo: "para que te alegres de continuo en el Señor interior y exteriormente; sobre todo, para que los hermanos y cuantos vienen a verte te encuentren alegre en el Señor, pues saben y. están persuadidos de que vas a morir muy pronto; y con el fin de que, para los que presencien esto y para los que lo oigan, tu muerte constituya un memorial, como lo ha sido para todos tu vida y tu conducta". Francisco, consumido por las enfermedades, alabó al Señor con ardiente fervor de espíritu y gozo interior y exterior, y dijo: "Pues, si pronto voy a morir, llamen al hermano Ángel y al hermano León para que me canten a la hermana muerte" (LeyPer 7). Los hermanos, conociendo que la muerte de Francisco estaba muy cercana, espiritualmente gozosos, cantaron en alta voz las alabanzas del Señor por la muerte que se avecinaba, o más bien, por la vida que era tan inminente (1Cel. 109).
La muerte, hermana, es la que nos lleva de la mano al encuentro con el amigo, el hermano, el esposo.
Conocimientos científicos, avances de la medicina, mejor acceso a vivienda, alimentos y medicamentos, drástica disminución de la mortalidad infantil, control de las epidemias, trasplante de órganos, notable aumento en la expectativa de vida nos hemos ido creando la ilusión de hacer desaparecer, de dominar la muerte. Los riquísimos de los países más ricos se hacen conservar por criogénesis creyendo asegurarse una reviviscencia futura, cuando la ciencia, dueña de salud y enfermedad, pueda devolver la vida. La cirugía plástica hace milagros eliminando los signos del envejecimiento y corrigiendo todos los defectos del cuerpo. Contrapartida: el siglo XX ha producido más muertes que los veinte siglos anteriores: cada nueva guerra aporta armas más letales: baste pensar en Hirosima y Nagasaki. Las películas made en USA se inundan de los terrores de las armas de destrucción masiva, de pandemias incontrolables, de depredadores que acaban con la humanidad. Si quieren podemos mencionar el recalentamiento global, la desaparición cotidiana de centenares de especies, el hambre y la miseria que no paran de crecer… Hasta no muchos años todos teníamos contacto con la muerte ya en la primera infancia, casi todos habíamos visto -besado- el cadáver de un pariente, y visitábamos ritualmente la tumba de los seres queridos. Hoy la muerte ha quedado excluida de la socialización primaria, decisiva para la concepción de la realidad y para la interpretación del hombre y, sobre todo, para su formación emocional y sensitiva.
Morir y ver morir sólo excepcionalmente es un acontecimiento angustioso, los medicamentos facilitan cada vez más una muerte tranquila. Para el manejo del cadáver están las empresas funerarias, y para los deudos ya no está el desamparo, hay garantías sociales y económicas. La muerte de un familiar no resulta tan temible ni traumática.
Si nuestra socialización primaria no incluye la muerte familiar, desde la primera infancia la muerte y muerte violenta inunda los medios de comunicación masivos, desde los dibujos animados infantiles hasta los informativos: la TV está saturada de muertes violentas, accidentes, asesinatos, atentados Uno se puede sentar frente al televisor y horrorizarse viendo asesinatos, violaciones, secuestros bombardeos, terroristas suicidas tomando un refresco y acostumbrándose a la muerte representada. El niño se ríe a boca llena cuando ve a Tom sufrir atroces torturas de mano de pequeño Jerry, a veces ayudado por un simpático canarito. Nos reímos tanto como con las muertes atroces del coyote en sus vanos intentos de atrapar al correcaminos. En la despiadada violencia de los dibujos animados nunca se muere realmente, siempre se revive La pena de muerte es aceptada en muchísimas naciones, contando con un aval significativo de la sociedad. La pena de muerte al niño que nace condenado de por vida a una vida inhumana no quita el sueño de la gente buena.
Los gurúes del neoliberalismo han decretado la muerte de la historia. De ahora en más solo habrá más de lo mismo, ya nos hay más opciones ni alternativa, solo existe el mercado en el que se venden hasta las ideas y las religiones. Un idea, una especie, puede sobrevivir si logra competir y ganarle a la muerte, a los que quieren matar las ideas, los árboles, los ríos y hasta los océanos.
La muerte es un tema antropológico básico, crucial a la hora de ensayar una hermenéutica de la condición humana: el enigma de la vida del hombre en el planeta y en el cosmos encuentra su punto crítico en la muerte: El hombre no sólo es atormentado por el dolor y la progresiva disolución del cuerpo, sino también, y aún más, por el temor de la extinción perpetua. Vive en la intolerable sospecha de que su existencia sea un ir de la muerte a la muerte pasando por un simulacro de vida (GS 18).
La meditatio mortis ha sido siempre una de las grandes constantes de la mística y de la filosofía porque la muerte es el distintivo que representa la evidencia brutalmente irrefutable de esa cualidad del ser humano que llamamos finitud: ¿para qué la vida si al fin todo ha de morir? Podemos tener expectativas pero nuestra fragilidad no parece poder soportar una verdadera esperanza. Después de millones, de miles de millones de años, en el cosmos inanimado, surge la vida, y el precio de la vida es la muerte. La muerte no es consecuencia del pecado, es necesidad intrínseca a la vida biológica. La vida es el lento madurar de la muerte. Se muere en la vida, durante la vida. La biblia quedaría trunca si eliminásemos la muerte de su horizonte. Yahveh da muerte y vida, hace bajar al sheol y retornar (1Sam 2:6) y al final eliminará definitivamente a la Muerte y enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros (Is 25:8). Dios no hizo la muerte (Sab 1, 13), es el hombre que ha celebrado una alianza con la muerte, ha hecho con pacto con el sheol (Is 28:15). Dios pone ante el hombre vida o muerte, al hombre corresponde escoger la vida (Dt 30:19).
En el A.T. la existencia no es más que un sueño (Sal 13,4; Dan 12,2): para el muerto ya no hay esperanza, ni conocimiento de Dios, ni experiencia de sus milagros, ni alabanza que se le dirija (Sal 6,6; 30,10; 88,12s; 115,7; Is 38,18). Dios mismo olvida a los muertos (Sal 88,6), una vez franqueadas las puertas del sheol (Job 38,17; cf. Sab 16,13), no hay retorno posible (Job 10,21s). El hombre mientras vive solo sabe que va a morir. La vida es una sombra, un soplo, una nada (Sal 39,5ss; 89,48s; 90; Job 14,1-12; Sab 2,2s); es una vanidad, puesto que todos tienen la misma suerte final (Qoh 3; Sal 49,8). El sheol, lugar de los muertos es un lugar de silencio (Sal 115,17), de perdición, de tinieblas, de olvido (Sal 88,12s; Job 17,13), donde ya no hay esperanza ni conocimiento de Dios ni es posible alabarlo (Sal 6,6; 30,10; 88,12s; 115,7; Is 38,18). Los muertos no pueden alabar a Yahveh (Is 38,11.18-19; Sal 6,6; 30,10; 88,11-13; 115,17), ni Yahveh se preocupa de los muertos (Sal 88,6.11).
Pero el fiel sabe que Dios puede rescatarlo de las garras del sheol (Sal 49,16), por eso no se cansa de suplicar: Yahveh, estoy sin fuerzas, mis huesos están desmoronados, y tú, Yahveh, ¿hasta cuándo? Vuélvete, Yahveh, recobra mi vida, sálvame, por tu amor. Estoy extenuado de gemir, baño mi lecho cada noche, inundo de lágrimas mi cama (Salmo 6) ¿Hasta cuándo, Yahveh, me olvidarás? ¿Por siempre? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro? ¡Mira, respóndeme, Yahveh, Dios mío! ¡Ilumina mis ojos, no me duerma en la muerte (Salm 13) El ha guardado mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, y mis pies de mal paso. Caminaré en la presencia de Yahveh por la tierra de los vivos. (Salm 116). La primera certeza del hombre bíblico es que el poder divino es superior al de la muerte. Y cuando Dios gobierne efectivamente la tierra, en su reinado escatológico destruirá para siempre a esta muerte que él no había hecho en los orígenes (Is 25,8).
El proyecto eterno del Padre supone que su Verbo eterno, autor de la vida, haga suya nuestra condición mortal: fue el primogénito de entre los muertos (Col 1-18: Ap 1. 5). Junto con toda la creación, la muerte fue un regalo del Padre a su Hijo amado. Glosando el primer relato del Génesis, como toda la creación "vio Dios que la muerte es buena". Pero Cristo, como Abel, no murió, fue asesinado: Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien ustedes ahora han traicionado y asesinado (Hech 7, 52), mataron al Jefe que lleva a la Vida (Hech 3, 15). Su muerte fue extremadamente violenta e infamante lo cual escandalizó a sus discípulos (Mc 8,31 p; 9,31 p; 10,34 p; Jn 12,33; 18,32), y a él lo estremeció (Jn 12,27; 13,21; Mc 14,33 p) hasta el punto de suplicar al Padre que lo preservase del sufrimiento atroz (Heb 5,7; Lc 22,42; Jn 12, 27). Finalmente aceptó el trago amargo (Mc 10,38 p; 14,30 p; Jn 18,11) para iluminar a "los que estaban sentados en la sombra de la muerte" (Lc 1,79); liberando a los hombres de la "ley del pecado y de la muerte" (Rom 8,2; cf. Heb 2,15). La muerte fue "absorbida en la muerte de Cristo" (1Cor 15,26.54ss). La muerte con Cristo es una muerte a la muerte. Cuando éramos cautivos del pecado, entonces estábamos muertos (Col 2, 13; cf. Ap 3,1). Ahora somos vivientes, muertos vuelto a la vida (Rom 6,13) y liberados de las obras muertas (Heb 6,1; 9,14). Quien cree en él no tiene que temer la muerte: aunque haya muerto, vivirá (Jn 11,25). Para el cristiano morir una ganancia (Flp 2,21), desea partir para estar con Cristo (Flp 1,23).
Para los antiguos los infiernos son la estancia de los muertos, que Cristo haya descendido a los infiernos significa que ha muerto realmente y que, según la creencia común, ha permanecido entre los muertos. Se trata así de afirmar la autenticidad de la condición humana de Jesús. Su destino no es diferente al nuestro. Cristo experimenta nuestra condición mortal pero, por ser el Viviente, abre el camino de la vida y subiendo de los infiernos rompe el destino. El Credo constata la realidad de su muerte y la expresa a partir de un símbolo corriente. Cristo no está fuera de la condición humana; la encarnación lo exige y la teología expresa con la palabra kénosis la adecuación perfecta entre nuestra condición histórica y la de Jesús. Kénosis significa "estar vacío de": Jesús está vacío de su gloria divina, participa sin subterfugio alguno de nuestra condición humana.
La intuición latente en los salmos místicos transmite la certeza de que quien vive de y para Dios; quien experimenta durante su existencia temporal la presencia vivificante de Yahveh, ve confortada su esperanza con la certidumbre de una vida inmortal. Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno, a los ojos de los insensatos pareció que habían muerto (Sab 3, 1) pero los justos viven eternamente; en el Señor está su recompensa, y su cuidado a cargo del Altísimo. (5,15). El Señor no dejarás a su amigo ver la fosa (Sal 16,9-11) y para el fiel el bien no es vivir, sino estar junto a Dios (Sal 73,23.25s). La tragedia de la cruz no es el sufrimiento atroz en la carne sino la ausencia de Dios, el silencio de su Padre. Bonhoeffer resumía la pasión como un ante Dios, sin Dios, Dios desaparece del horizonte del profeta. Para el mismo Jesús, (cf. Lc 11,49 y 13,33) su muerte fue la culminación del destino trágico de todos los profetas de Israel. Se presentaban tus palabras, y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y alegría de corazón, porque se me llamaba por tu Nombre Yahveh, Dios Sebaot ¿Por qué ha resultado mi penar perpetuo, y mi herida irremediable, rebelde a la medicina? ¡Ay! ¿serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas? (Jer 15, 16-18) El mismo Jesús parece reconocer que el destino de la sangre justa es ser derramada sobre la tierra. El destino de los profetas, de los sabios y de los escribas que han sido enviados por Dios es el de ser muertos, crucificados, azotados, perseguidos (Mt 23,3435): Jerusalén es la que mata a los profetas (Mt 23,37). El profeta a la larga resulta intolerable a todo sistema, y sus responsables no tienen otro camino que deshacerse de él. El profeta es el justo asesinado La tragedia se desata cuando el justo pierde la certeza de Dios, cuando se siente abandonado, solo, cuando la duda carcome lo más profundo de sus convicciones: ¿porqué Dios lo ha abandonado? Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¡lejos de mi salvación la voz de mis rugidos! Dios mío, de día clamo, y no respondes, también de noche, no hay silencio para mí. ¡Mas tú eres el Santo, que moras en las laudes de Israel! En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste; a ti clamaron, y salieron salvos, en ti esperaron, y nunca quedaron confundidos. Y yo, gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo, todos los que me ven de mí se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza: «Se confió a Yahveh, ¡pues que él le libre, que le salve, puesto que le ama!» Sí, tú del vientre me sacaste, me diste confianza a los pechos de mi madre; a ti fui entregado cuando salí del seno, desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios. ¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para mí socorro! (Salm 22, 1ss; Mt 27, 45ss; Mc 15, 33ss) Pablo experimenta tanto los poderes de la muerte como la fuerza extraordinaria de Dios: Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal (2Cor 4, 7-12).
Lo trágico no es morir, sino sentir que Dios murió.
La muerte de Cristo y descenso al reino de la muerte es la experiencia del hijo que busca al Padre que de ninguna forma puede ser hallado: el abandono del Padre y el dejarse abandonar del Hijo se realizan en lo íntimo del acuerdo trinitario. El Hijo eterno aprende en su carne la dimensión más honda de la "obediencia" libre a la voluntad del Padre (Flp 2,7ss) es también impotencia del morir y estar muerto. Y el Espíritu, en el proceso de autodonación trinitaria, renuncia a ser el infinito producto del amor entre Padre e Hijo: aunque sea Espíritu de vida y comunidad divina, se exhala en forma de muerte y abandono de Dios.
El nudo hermenéutico es que Jesús muere no sólo porque los hombres lo matamos, sino también porque los hombres morimos.
La finitud es constitutiva del ser humano. El hombre es ser para-la-muerte en cuanto que él, y sólo él, no sólo muere, sino que sabe que muere, muere porque pertenece a una especie mortal. Los individuos son mortales, las culturas son mortales, la humanidad es mortal. El descenso hacia el sheol comienza ya en medio de la vida. Si quisiéramos visualizar nuestra vida en dos gráficos, tendríamos que dibujar dos curvas que se oponen. Por un lado lo biológico, descendiente. Por otro lo personal-espiritual, lo que Pablo llama hombre interior, esta curva es ascendiente. "Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día" (2Cor 4,16). Esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, pero sabemos que tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana. Por eso es que deseamos ardientemente ser revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida, es por eso que preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. (2Cor 5,1-8) La ascesis y la mística clásicas hablaban de la mortificación: hay que aprender a morir si uno quiere vivir dignamente. Es la dinámica de la paradoja evangélica, perder la vida y ganarla: El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará (Mt 10:39) quien quiera salvar su vida, la perderá, quien pierda su vida por mí, la encontrará (Mt 16:25). Se aprende a vivir muriendo.
Decisión significa en griego Krisis, crisis, juicio, ruptura. El Nuevo Testamento es taxativo: la crisis tiene lugar durante la propia existencia del hombre; la decisión de su suerte última (Dt 30:19) el optar por la vida o por la muerte depende exclusivamente de la opción libre durante la vida del hombre, y no de una supuesta sentencia judicial divina pronunciada en el último día. La muerte es epifanía, apocalipsis, manifestación es epifanía de la vida, revelación (apocalipsis) del Dios que estuvo escondido en el corazón del hombre, la muerte hace manifiesto (faneroo) el proyecto eterno de Dios: Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto (Lc 8,17). La muerte no sólo implica una ruptura entre el tiempo y el no tiempo (eternidad), en ella se da una decisión radical y definitiva. El hombre se decide por una realización plenificadora o por la absoluta frustración humana. Estamos ante la muerte no solo como acontecimiento biológico, sino como el último acto personal del hombre en su vida mortal. Si el hombre muere encerrado en sí mismo y negado a la luz se enfrente a la muerte segunda: los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre: que es la muerte segunda (Ap 21:8).
Pero el hombre no muere solo: el cielo y la tierra, Dios y sus santos, la Iglesia, están allí solidarios, haciendo parte del juicio acompañado al paráclito, el abogado defensor que hará que su defendido muera cumpliendo la muy santa voluntad, ¡porque de ese modo la muerte segunda no le podrá hacer mal! (Cántico de las creaturas). En esa compañía el hombre se definirá para Dios.
El fin de la historia (el éschaton) es para cada ser humano el día de su muerte: con ella termina el tiempo de las opciones y comienza lo definitivo: «deseo partir (=morir) y ser con Cristo». La comunión con Cristo constituye el objetivo último de la esperanza escatológica.
Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo ( 2Tim 2:11ss) Así como el Padre llevó consigo a Jesús, de la misma manera llevará consigo a quienes murieron en Jesús. El discípulo que muere con Jesús estará siempre con el Señor (1Tes 4:14). Si hemos muerto con Cristo, también viviremos con él. Así como Cristo resucitado ya no muere más, tampoco la muerte tiene poder sobre nosotros (Rom 6:8-9).
La muerte es para cada uno el Día del Señor, que ha de venir como un ladrón en la noche (1Tes 5,2) y nada pude hacernos suponer que ese Día del Señor es inminente (2Tes 2,2). Es el día de la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, para el que el Espíritu nos hace irreprensibles (2Cor 1, 9ss). La vida es el camino en el que se crece día a día La vida del discípulo es un crecimiento en el amor, para llegar a ser irreprochable, hijo de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, presentando la Palabra de vida en el Día de Cristo. (Fil 1,8. 2:15-16) La noche está avanzada. El día se avecina. Para la hora de la muerte hay que despojarse de las obras de las tinieblas y revestirse de las armas de la luz (Rom 13:12), para que el día del Señor no sea día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios (Rom 2:5). Si hemos construido con oro, plata, piedras preciosas la obra de cada cual quedará al descubierto el Día de la revelación: la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego (1Cor 3:12-13) Ignacio de Antioquía ve su próxima muerte como el nacimiento a la verdadera vida en la unión estrecha con Cristo: para mí, mejor es morir en Jesucristo que ser rey de los términos de la tierra. A aquel quiero que murió por nosotros. A aquel quiero que por nosotros resucitó. Y mi parto es ya inminente… No me impidáis vivir; no os empeñéis en que yo muera… Dejadme contemplar la luz pura. Llegado allí, seré de verdad hombre (Ad Rom 6,1-2).
Dice Benedicto XVI en la Spe salvi que nadie, en realidad quiere vivir eternamente. Queremos sí una vida presente saludable y plena, aplazando la muerte lo más posible pero seguir viviendo sin fin parece más que un don, una condena, un camino aburrido e insoportable. Dice Ambrosio en el sermón fúnebre por su hermano difunto: «Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio […], la vida del hombre condenada a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar un fin a estos males, de modo que la muerte restituyera lo que la vida había perdido." La eliminación de la muerte pondría a la tierra y a la humanidad en una condición imposible y no comportaría beneficio alguno para el individuo mismo. Por un lado, no queremos morir; los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por otro lado, sin embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente, y tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva. En el fondo queremos sólo una cosa, la « vida bienaventurada », la vida que simplemente es vida, simplemente « felicidad ». Sería el momento del sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo –el antes y el después– ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inmensidad del ser, a la vez que estamos desbordados simplemente por la alegría. El libro de la Sabiduría introduce en el pensamiento bíblico una nueva terminología. Escrito originalmente en griego desde el comienzo emplea como referencia antropológica el binomio sóma-psyché (1,4) y ocasionalmente sóma-pneüma (2,3). El primero puede tener como sustrato el nefes que Dios insufla a todo ser viviente (segundo relato de la creación), el segundo la ruah divina que fecunda el huevo primordial informe (primer relato).
En este esquema conceptual aparece en el libro la idea de inmortalidad-incorruptibilidad (athanasía-aphtharsía), términos desconocidos en la Biblia hebrea e inusitados en el griego de los LXX: «la justicia es inmortal» (1,15); «Dios creó al hombre incorruptible» (2,23); la esperanza de los justos «estaba llena de inmortalidad» (3,4); «la inmortalidad acompaña el recuerdo de la virtud» (4,1); etc.
Para Oscar Culmann uno de los mayores equívocos del cristianismo es la fe en la inmortalidad del alma. El dato de fe básico es que si muere el hombre, sobrevive el hombre no una de sus partes queda aún en penumbras si la resurrección es inmediata a la muerte, como en el caso de Jesús y de su Madre o si habrá que esperar a un fin de los tiempos que por otra parte ya se inauguró es la dialéctica de todo el discurso escatológico: ya pero todavía no. En la hora de la muerte no se muere mi cuerpo, muere mi yo. En toda posible hipótesis de la sobrevida es impensable un alma separada del cuerpo.
La resurrección no es la revivificación de un cadáver, como fue el caso de Lázaro. Resucitar es ver realizadas plenamente las potencialidades del hombre en su cuerpo y en su alma. Decía Boros en un artículo de Concilium (10, 1970, 1217): "por la resurrección todo se volverá inmediato para el hombre: el amor florecerá en la persona, la ciencia se volverá visión, el conocimiento se transformará en sensación, la inteligencia se volverá audición. Desaparecerán las barreras del espacio: la persona humana existirá inmediatamente donde esté su amor, su deseo y su felicidad. En Cristo resucitado todo se volvió inmediato, es decir, desaparecieron todas las barreras terrenas. El penetró en la infinitud de la vida, del espacio, del tiempo, de la fuerza y de la luz" La resurrección culmina el proceso evolutivo del hombre en el cosmos. Realiza la utopía humana que desea naturalmente la resurrección. Para los escolásticos la verdadera naturaleza humana aparecerá el día de la resurrección. Cuando resucite entonces es cuando seré hombre, decía Ignacio de Antioquía. La muerte consuma todas las posibilidades contenidas en la naturaleza humana, es el fin del mundo para la persona, suprime las coordenadas del tiempo y del espacio. Resucitar la total y plena realización de las posibilidades latentes en el hombre: unión íntima con Dios, comunión cósmica con todos los seres, superación de todas las ataduras y alienaciones que estigmatizan nuestra existencia terrena en el proceso de gestación. Jesús, "hombre nuevo" y "Adán realizado" (Rom 5, 12-19; 1 Cor 15, 44) fue el primero en llegar a aquello a lo que ninguno antes había llegado, en plenitud definitiva e insuperable, por el poder del Espíritu rompió todas las barreras e irrumpió hacia la absoluta realización humana. En la resurrección se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual (1Cor 15, 43ss). En Juan y Pablo resurrección es algo que ya está creciendo dentro del hombre. La muerte le confiere plenitud porque el mismo espíritu que resucitó a Jesús dará también vida a nuestros cuerpos mortales (1 Cor 6,14). Pero el hombre posee una unión esencial con el cosmos. Con la muerte el alma no se vuelve a-cósmica, sino pan-cósmica. Mientras el cosmos entero éste no sea también cristificado y llegado a su plenitud y total glorificación, podemos decir que el hombre todavía no ha resucitado totalmente. ¿Qué hace inmortal al hombre? Es como preguntar qué es lo humano del hombre. Quien está en diálogo con Dios no muere. El amor de Dios gesta eternidad. El amor no muere.
No es posible que el alma pueda sobrevivir separada del cuerpo, sin menoscabo de la integridad del hombre. Tomás dice que afirmar que Cristo, durante los tres días que siguieron a su muerte, era un hombre es lisa y llanamente un error. Lo único que podemos decir es que durante estos tres días Cristo fue un hombre muerto (Summa Theologica, III, 50, 4). Si, pues, Jesús no puede definirse como hombre durante el breve lapso de tiempo en que su cuerpo permaneció en el sepulcro, es obvio que las almas separadas del cuerpo tampoco lo son. Los cielos nuevos y la nueva tierra, el ésjaton final, ya fue realizado cuando Jesús resucitó de entre los muertos y cuando María fue llevada al cielo: dos hechos que son verdades dogmáticas. ¿Podemos, pues, lícitamente pensar que, después de la muerte, Dios mantendría al alma artificialmente alejada del propio cuerpo, hasta el final de los tiempos? Si, por un lado, debemos creer, con la fe tradicional, que nuestros cuerpos resucitarán al final del viejo mundo, por el otro, hemos de admitir que ignoramos del todo en qué pueda consistir el final del tiempo en un mundo nuevo, ya existente, en el que vive Cristo resucitado. Lo que sí sabemos es que ahora y aquí estamos unidos por el Espíritu Santo al cuerpo de Cristo resucitado. Por ello, creemos que después de la muerte encontraremos en esta unión, que nunca podrá disminuir, la fuente y el medio de nuestra beatitud esencial. De hecho no sido muy original en mi divagar. Consúltese a algunos clásicos: Joseph Ratzinger; Escatología. La muerte y la vida eterna, Herder 1980: J. B. Libanio, Ma. C. Bingemer; Escatologia Cristiana, El nuevo cielo y la nueva tierra; Juan Luis Ruiz De La Peña; La pascua de la creación, Escatología, BAC Madrid 1996. Especialmente me remito a Leonardo Boff, La vida más allá de la muerte, Perspectivas CLAR N 6 1992.
DIVAGUES SOBRE MI HERMANA LA MUERTE, POR JERÓNIMO BÓRMIDA
"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"® www.monografias.com/usuario/perfiles/ing_lic_yunior_andra_s_castillo_s/monografias Santiago de los Caballeros, República Dominicana, 2015.
"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®
Autor:
Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.