En esta monografía me refiero a las notas periodìsticas en las que dos grandes escritores –Roberto Arlt y Manuel Mujica Làinez- se refieren a la inmigraciòn que llegò a la Argentina.
Roberto Arlt viajó a Europa en 1935, enviado por el diario El Mundo, y remitió desde allí sus "Aguafuertes gallegas", serie de notas sobre los gallegos y su relación con América, en las que tiene gran importancia el tema de la inmigración a la Argentina (1).
¿Por qué aguafuertes? Sobre el título elegido para las crónicas, nos dice Rodolfo Alonso: "Como en esa técnica de las artes plásticas a la que alude su denominación, el ácido despiadado pero en el fondo siempre compasivo y tierno de su visión desprejuiciada y crítica los convertía en auténticos trozos de vida, retratos de costumbres en la gran tradición de Fray Mocho y Roberto J. Payró, por supuesto, nada complacientes" (2). Alvaro Abós, por su parte, considera que "El aguafuerte literario, en la intransferible manera en que Arlt lo practicó, imprimiéndole su sello, identificándolo con la urbe porteña, destaca unos pocos rasgos que, al ficcionalizar el tema o los tipos descriptos, aboceta para sintetizar y sacudir al lector" (3).
Las "Aguafuertes gallegas" aparecieron en 1997, por primera vez quizás, reunidas en un libro. La edición, prólogo y notas estuvieron a cargo de Rodolfo Alonso, quien tuvo un destacado papel en la publicación de estos artículos en un volumen: "por gentil mediación de Jorge Raúl Pérez –relata Alonso en el prólogo-, pudimos enterarnos de que durante ese mismo viaje, Roberto Arlt había visitado Galicia y enviado desde allí una nueva serie de crónicas: nada menos que sus Aguafuertes gallegas. Cuidadosamente recortadas y pegadas, sin duda por el fervor de algún paisano, esas páginas de hace más de medio siglo me llegaron ahora fraternalmente fotocopiadas, salvadas del olvido".
La difusión de estas crónicas tiene gran importancia. Primeramente –comenta el prologuista-, "Estas Aguafuertes gallegas no son solamente un nuevo ángulo de enfoque para enriquecer nuestra visión, cada vez felizmente más compleja y fecunda, de uno de los más originales escritores de nuestro tiempo". Esta posibilidad, de por sí, justificaría sobradamente la lectura de las crónicas, pero –continúa- "También nos sirven, además, como auténtico lazo de ligazón entre ambas orillas, entre ambos mundos, no sólo para conocer mejor a esa realidad porteña y argentina donde lo gallego se halla tan profundamente entremezclado, como una sutilísima levadura, sino también para recordar cómo era aquella Galicia de hace más de sesenta años, que quizá no sabía que estaba a punto de anegarse (como toda España) en la tragedia heroica de la guerra civil".
Otro de los motivos de interés de los textos –agrega Alonso- tiene que ver con la condición social de Arlt. (Lo recordamos muy lejano de aquel Mujica Láinez que por esos años escribió sus "crónicas andariegas" para La Nación). "Era hijo de inmigrantes (prusiano, su padre; italiana, su madre) –señala Roldán-, apenas llegó a cursar quinto grado y de su padre recibió poco más que golpes, por lo que se fue de la casa paterna a los dieciséis años" (4). Omar Borré, biógrafo del Arlt entrevistado por Roldán, considera que él necesitaba "cambiar su propia imagen, que desde chico había estado signada por el hambre, la miseria y el fracaso".
La relación entre el pasado personal y creación fue uno de los temas que abordó Beatriz Sarlo, en "Un extremista de la literatura", trabajo publicado en el número especial de Clarín, donde expresa: "La hipérbole es una señal de clase en la literatura de Arlt. Es la marca del escritor pobre. Por la exageración y la radicalidad, Arlt busca llenar esa falta original de la cual habló tantas veces: no tener ni capital en dinero ni capital cultural. Su marginalidad no fue institucional, ya que desde muy joven fue un periodista estrella y un escritor de éxito. Pero, pese a los reconocimientos, Arlt se sentía un recién llegado de apellido impronunciable" (5).
Alonso se refiere a la condición social del escritor en relación con sus artículos: "siendo el mismísimo Roberto Arlt, como ya dije, también hijo de inmigrantes, estaba en inmejorables condiciones de comprender, fraternizar y valorar a este otro pueblo al que sólo las más difíciles circunstancias económicas y sociales –como él mismo bien señala- habían obligado a la emigración. Y que, sin embargo, sabía amar tan profundamente y como propia a su patria de adopción".
Daniel Molina escribió: "Entre la crónica de viajes y la pintura de costumbres, entre la admiración por un pueblo y el análisis de sus virtudes y defectos, estos textos (…) demuestran que para Arlt su pasión por la escritura no diferenciaba entre los grandes relatos literarios y los géneros ‘menores’, como la crónica periodística" (6). Un crítico afirmó, por su parte: "Lúcida visión de una Galicia que ya no es, a través de unos ojos llegados de una Argentina que todavía era, las crónicas de Arlt reflejan la admiración por un pueblo honrado y trabajador, el dolor de los emigrantes y la lucha de las mujeres que se quedan y se contagian del hechizo de la tierra celta donde el campesino convive, con poética naturalidad, con hadas y espíritus que pueblan veigas, soutos y piñeiros" (7).
Manuel Mujica Làinez realizò innumerables viajes a lo largo de su vida, por diferentes motivos. Durante su adolescencia, viviò en Parìs y en Londres; màs tarde, ya periodista de La Naciòn, los viajes fueron para èl parte de su trabajo. La misiòn oficial tambièn fue un motivo para recorrer el mundo, como lo fue asimismo la creaciòn literaria, que lo llevò a presenciar el estreno de Bomarzo en los Estados Unidos.
Poco antes de morir, Mujica Làinez reuniò algunas de las crònicas que escribiòpara el diario capitalino, en dos volùmenes que titulò Placeres y fatigas de los viajes. Crònicas andariegas. En estos tomos agrupa artìculos publicados entre 1935 –cuando viajò en el Zeppelin- y 1977. En una entrevista realizada en 1978, afirma que cuando escribiò esa primera nota, "Era un niño bien que iba a bailes y a fiestas" y lejos de enorgullecerse por haber sido elegido para realizar esa travesìa, dice: "A mì me eligieron porque como era tan joven y hacìa sòlo tres años que estaba en el diario, no les importaba mucho perderme…".
Las condiciones en las que realiza sus viajes no siempre son las ideales, y muchas veces se lamenta de la velocidad que lleva en sus andanzas, o de otros inconvenientes lògicos, dada la època en que visita algunos paìses. El periodista comenta: "Hubiera querido tener el cuerpo sembrado de ojos, como Argos, pues lo que siempre sucede en estos viajes veloces es que lo màs interesante es lo que uno va dejando a un costado, a la derecha o a la izquierda, (…) se hace lo que se puede con los escasos medios fìsicos de que se dispone".
Ademàs de la premura que lleva, juega contra èl la realidad de los paìses europeos en la posguerra, que obliga a trazar el itinerario de acuerdo a lo posible y no a lo deseable; en Alemania, por ejemplo, debiò alojarse en el albergue de los corresponsales de guerra, en un cuarto diminuto que "debiò nacer cocina, pues conserva en un rincòn una pileta de lavar platos y, en el otro, un caño sospechoso".
Los lugares que recorre lo impresionan siempre, aunque por diferentes razones. En algunos de ellos admira la historia milenaria o el coraje de sus habitantes; en otros, reconoce espacios propios, ya sea por herencia o por vivencias. Los dos paìses a los que màs se siente ligado el periodista son –el lector lo habrà supuesto- España y Francia.
En España vivieron sus ancestros; uno de ellos, hace siglos, se lanzò al mar, en busca de la promesa americana. "Cada uno de nosotros es, en buena proporciòn, consecuencia de la cadena ancestral que le dio vida –afirma-, y mis eslabones hispanos, rotos hace casi dos centurias, siguen unidos invisiblemente a mis eslabones de la Argentina. Hoy los siento trèmulos, vibrantes, dentro de mì".
Este sentimiento alcanza su clìmax cuando el poeta visita, en Villafranca de Oria, pueblo cercano a San Sebastiàn, , la casa de sus mayores, en una "peregrinaciòn a las fuentes": "Con Armendàriz tornè a entrar en la iglesia. Me enseñò, en los registros parroquiales, las anotaciones que consignan los bautismos, matrimonios y muertes, de gente remota vinculada a mì. Y, saliendo del templo neblinoso, me mostrò junto a èl la que fue casa de mis mayores y que, desde 1890, màs o menos, està destinada a escuela, correo, dependencias municipales y què sè yo què. Sobre la puerta sigue intacto el blasòn, como en tantas y tantas casas de Guipùzcoa".
Se refiere a su estado de ànimo de ese momento: "Experimentè, como es lògico, una especie de emociòn difìcil de definir. Ella aumentò cuando, algo despuès, el alcalde nos guiò al cònsul y a mì para que, desde la altura del hospital, abarcàramos la vista del pueblo. Cuatro hermanas de caridad, alegres, parloteantes, sonoras de llaves y de rosarios (la màs àgil, Sor Pastora), nos escoltaron a lo largo de vastas salas llenas de camas vacìas –pues en Villafranca no hay màs que trece asilados en el hospital, y la principal razòn de ser de ese instituto monjil finca en su colegio- para que asomàndonos a las ventanas del primer piso, apreciàramos en su conjunto la hermosura del pueblo. Y entonces, al verlo tan pequeño, tan esmirriado, con sus tejas venerables, sus edificios hidalgos y sus muros pobrecitos, sentì que algo se apretaba dentro de mì".
Recordò entonces a "aquel Juan Bautista de Mujica y Gorostizu, tan vasco, quizàs el tercero o el cuarto hijo de una familia numerosa, de hacienda flaca, que un dìa resolviò irse de Villafranca de Oria, de estas montañas, de este rìo rumoroso, de estas casas soñolientas, de estos pinos velados por la bruma, de esta iglesia que guardaba la historia de los suyos". Se fue "allende el mar, al extremo del mundo, porque –segùn se referìa- se habìa abierto el puerto de Buenos Aires al comercio, en un nuevo virreinato, y acaso allì –pero eso sì, desgarràndose de todo, como quien se cercena una mano a sì mismo- habrìa posibilidades de medrar, para un muchacho sin temor".
El escritor plasma en este artìculo la emociòn que sintiò: "Ese pensamiento me acercò a èl, por encima del tiempo, màgicamente, y a la casa que acababa de ver junto a la iglesia de Santa Marìa. Y al hacerlo comprendì que no me estaba despidiendo de España sino, al contrario, regresando a ella, a mi casa, y aunque me fuera lejos nunca me irìa de aquì, donde las raìces se hunden entre tumbas y el rìo Oria le repite a mi sangre, para siempre, una vieja ronda familiar" (8).
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Así vieron estos escritores la inmigración. Así la vemos nosotros, décadas más tarde, desde sus crónicas, plenas de admiración por los sacrificios de aquellos de los que muchos argentinos descendemos.
- Gonzàlez Rouco, Marìa: "Roberto Arlt, cronista de la inmigraciòn gallega", en www.monografias.com.
- Arlt, Roberto: Aguafuertes gallegas. Santa Fe, Ameghino, 1997. Selecciòn, pròlogo y notas por Rodolfo Alonso.
- Abòs, Alvaro: "El amigo uruguayo", en Clarìn, 2 de abril de 2000.
- Roldán, Juan Martìn: "Arlt frente al espejo" , en Magazine Semanal, Buenos Aires, 2al 8 de julio de 2000.
- Sarlo, Beatriz: "Un extremista de la literatura", en Clarín, Buenos Aires, 2 de abril de 2000.
- Molina, Daniel: en Clarín, Buenos Aires,
- L.C.: "No son chistes de gallegos", en La Nación Revista, Buenos Aires,
- Mujica Làinez, Manuel: Placeres y fatigas de los viajes. Crònicas andariegas. Vol. I. Buenos Aires, Sudamericana, 1984.
Trabajo enviado por
María González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional Matriculada