- Antecedentes
- La Epopeya Cristera
- Beatificación y canonización de mártires de la Persecución Religiosa
- Acto de consagración usada por los cristeros
- Bibliografía
"Segunda Cruzada Contra los "Sin Dios Jacobinos"
1. Antecedentes
La persecución liberal y masónica contra la Iglesia Católica en México, que desencadenó la "Epopeya Cristera" en el siglo XX, no era sino continuación de la iniciada en el siglo XIX.
El 16 de septiembre de 1810, en el llamado "Grito de Dolores", el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla iniciaba el proceso de "guerra insurgente o civil" que culminaría con la independencia de México. Los obispos sostenían que no se trataba de guerra por la independencia sino, una lucha injustificada y salvaje contra una clase de la sociedad: la exaltación de las turbas, conocidas como los "chinacos", contra las clases altas de la sociedad, conocidos como los "gachupines". No obstante, la burguesía criolla americana del siglo diecinueve, ansiosa de liberarse del poder de la Corona española y de la influencia de la Iglesia Católica, se agrupó en logias masónicas locales, intervenidas por francmasones del norte anglosajón, que ya entonces buscaban penetrar en el solar iberoamericano. En 24 de febrero de 1821, el Plan de Iguala decide la independencia completa como monarquía constitucional y señala a la Religión Católica como base espiritual de la vida mexicana; el emperador Agustín de Iturbide ocupará el gobierno. Paralelamente, el "Manifiesto Destino" les señalaba a los gobernantes de Estados Unidos el Lejano Oeste como meta; así Texas, Nuevo México, la Alta California y Arizona entraban en los planes anexionistas. Por ello fue comisionado su embajador Poinsett, a la formación de un "Partido Americano" en México; sobre la base de las "logias yorkinas"; el proyecto era "La República Federal y Laica". Con la colaboración de liberales-masones y los constitucionalistas, en 1824 Iturbide será destituido y fusilado en Padilla. El Gral. Vicente Guerrero proclamará así la República en 1824; se sanciona la Constitución. Comienza un período de decadencia: el separatismo centroamericano, la propaganda antirreligiosa, la guerra de Texas y la guerra contra los Estados Unidos, que culmina con el Tratado de Guadalupe, el 2 de febrero de 1848, que lo lleva a la pérdida del 50% de su territorio –Texas, Nuevo México, Arizona y la Alta California-; la política exterior de México quedó así subordinada a los Estados Unidos.
a. Presidencia del Dr. Benito Juárez (1855-72).
En 1855, se desata la revolución liberal con toda su virulencia anticatólica, cuando se hace con el poder Benito Juárez, indio zapoteca, de Oaxaca, que a los 11 años, con ayuda del lego carmelita Salanueva, aprende castellano y a leer y escribir, lo que le permite ingresar en el Seminario. Abogado más tarde y político, impone, obligado por la logia norteamericana de Nueva Orleans, la Constitución de 1857, de orientación liberal, y las Leyes de Reforma de 1859, una y otras abiertamente hostiles a la Iglesia: algunas disposiciones específicas, entre las que sobresalieron: Articulo 3º: Elimina a la Iglesia de la educación; Artículo 13º: Ratifica la Ley Juárez de 1855 que pone fin a los privilegios y tribunales especiales para la Iglesia; Artículo 27º: Ratifica la Ley Lerdo de 1856 que prohíbe a la Iglesia administrar bienes o empresas no destinados al culto religioso; Artículo 56º: Impide a los sacerdotes ser diputados; Artículo 57º: Impide a los sacerdotes aspirar a la Presidencia de la República; y Artículo 123º: Permite al Gobierno controlar la práctica del culto. Su gobierno dio también apoyo a una Iglesia mexicana, precario intento de crear, en torno a un pobre cura, una Iglesia cismática. SS Pío IX condenó estas medidas; envió un comunicado al Presidente de la República Mexicana de cuyo texto tomamos un fragmento que a la letra dice: "levantamos nuestra voz pontificia con la libertad apostólica para condenar, reprobar y declarar írritos y de ningún valor los llamados decretos de reforma y todo lo demás que haya practicado la autoridad civil con tanto desprecio de la autoridad eclesiástica y de esta silla apostólica". Este respaldo absoluto del Papa hacia el clero mexicano auspició un "alzamiento popular católico" en los años 1858-1861, conocido como la "guerra de tres años"; primer precedente de la epopeya cristera. La catolicidad mejicana sostuvo esa lucha contra aquellos laicistas de la Reforma, también jacobinos, que habían impuesto la libertad para todos los cultos -excepto el culto católico, sometido al control restrictivo del Estado-, la puesta a la venta de los bienes de la Iglesia, la prohibición de los votos religiosos, la supresión de la Compañía de Jesús y, por tanto, de sus colegios, el juramento de todos los empleados del Estado a favor de estas medidas, la deportación y el encarcelamiento de los obispos o sacerdotes que protestaran y una represión sangrienta de las manifestaciones de protesta, particularmente numerosas en los estados de Jalisco, Michoacán, Puebla, Tlaxcala; el gobierno liberal prevaleció gracias a la ayuda de los Estados Unidos. En 1860 Juárez expulsó del país a todos los prelados extranjeros, lo cual hizo que los conservadores pensaran en llamar a un rey o emperador de la nobleza que los "acercara a Dios", para sustituir al presidente indígena que los estaba "acercando al diablo".
b. Presidencia de Sebastián Lerdo de Tejada (1872-77).
Éste, que había estudiado en el Seminario de Puebla, acentuó la persecución religiosa. Con la restauración de la República se aplicaron al pie de la letra las Leyes de Reforma; el 20 de mayo de 1873, el Gobernador del Distrito Federal, por órdenes del Presidente arrestó a todos los jesuitas, así como a los frailes, monjas y sacerdotes extranjeros. El periódico subsidiado por el Gobierno llamado "el federalista" en su edición del 21 de mayo de 1873 consignó textualmente: "los sacerdotes naturales del país seguirán purgando en la cárcel su desobediencia a las leyes; las monjas no podrán volver a consagrarse y los sacerdotes extranjeros, particularmente los jesuitas, serán desterrados del país como ciudadanos perniciosos". El gobierno federal decidió reformar la Constitución, completándola; el decreto del 25 de septiembre de 1873, incorporaba los cinco decretos, conocidos como Leyes de la Reforma, a la Constitución de 1857. Una enmienda constitucional decidió la expulsión de las Hermanas de la Caridad -a quienes el mismo Juárez respetó-, no obstante que de las 410 que había, 355 eran mexicanas, que atendían a cerca de 15.000 personas en sus hospitales, asilos y escuelas. En cambio, se favoreció oficialmente la difusión del protestantismo, con apoyo norteamericano; asimismo se prohibió que hubiera fuera de los templos cualquier manifestación o acto religioso. Todo esto provocó otro "alzamiento popular católico", llamado de los Religioneros (1873-1876), segundo precedente de la epopeya cristera. Los primeros levantamientos de produjeron en noviembre de 1873 en Morelia, Zinacatepec, Dolores Hidalgo, León; mucho más graves fueron las tragedias en Jonacatepec, Temascaltepec y Tejupilco. En enero de 1874, la "Epopeya religionera" se extendía como mancha de aceite al grito de ¡Viva la Religión! ¡Muera el mal gobierno! ¡Mueran los protestantes! La ciega represión del gobierno produjo un mayor apoyo popular; en tal sentido señalaban: "La conducta de los jefes mandados por el gobierno para sofocar la revolución es más propia para avivar el incendio que para sofocarlo". Al frente de esta guerra popular, verdadera guerra de guerrillas, se encontraban: Jesús González, Benito Mesa, Domingo Juárez, Gabriel Torres, Antonio Reza, Jesús Soravilla, Socorro Reyes. Los prelados, como en muchas ocasiones, no obraron de manera uniforme; mientras unos recomendaban obediencia a las leyes, otros azuzaban en contra del gobierno. El Gral. Porfirio Díaz derribó a Lerdo de Tejada gracias al apoyo popular; el movimiento religionero desaparece, por no tener ya razón de ser pues, Porfirio Díaz se apresuró a pactar con la Iglesia Católica con el aval de El Vaticano: el régimen suavizaría la aplicación de las Leyes de Reforma si el clero se comprometía a concentrarse exclusivamente en su labor pastoral.
c. Presidencia del General Porfirio Díaz (1877-1910).
Era, como Juárez, de Oaxaca y antiguo seminarista; desencadenó una revolución que le llevó al gobierno de México durante casi 30 años: fue reelegido ocho veces, en una farsa de elecciones, entre 1877 y 1910. El liberalismo del Porfiriato fue más tolerante con la Iglesia. Aunque dejó vigentes las leyes persecutorias de la Reforma, normalmente no las aplicaba; pero mantuvo en su gobierno, especialmente en la educación preparatoria y universitaria, el espíritu laicista antirreligioso. Se movilizó con audacia y obtuvo el apoyo de la Confederación Masónica Internacional y del Supremo Consejo Mundial de Londres que enviaron emisarios a México a dialogar con los integrantes de las logias, de cuyas conversaciones se obtuvo la anuencia de la masonería universal para que el Gral. Porfirio Díaz actuara en busca de la paz y de la reconciliación Iglesia-Estado, con objeto de dejar al país en condiciones de estabilidad para favorecer la inversión extranjera, los créditos y el progreso del suelo mexicano. La conciliación propuesta por el gobierno consistió en no combatir las manifestaciones religiosas externas de la Iglesia mientras ésta colaborase a conservar la paz. Sujeto el acuerdo a la conveniencia mutua, las órdenes religiosas fueron restablecidas, se abrieron escuelas y centros de enseñanza religiosa, se mostró tolerancia a los actos de culto externo, se erigieron los obispados de Tabasco, en 1880; el de Colima, en 1881, y Sinaloa en 1883. Para 1895, el número de templos ascendió a 9.580, aumentando en 4.687 en relación a los que existían en 1878. El clero denominó a esta época de tranquilidad y bonanza "pax porfiriana" que fue muy comentada, controvertida y criticada. Sin embargo, los católicos conservadores manifestaban que no modificarían su posición respecto a la legislación reformista, pues la consideraban un problema de conciencia; por lo tanto, continuaba su condena a lo que consideraban robos sacrílegos de los objetos y propiedades eclesiásticos, a la educación impartida por el Estado y a la secularización del matrimonio. Consolidado en el poder el grupo liberal, se favoreció la difusión del protestantismo, como base liberal radical en el marco de su confrontación con la Iglesia Católica. Con apoyo del gobierno, se reprodujeron las congregaciones reformistas protestantes, las que tenían como característica esencial ofrecer al individuo pautas y modelos organizativos, en ruptura con los modelos corporativos tradicionales, ligados en gran parte al catolicismo.
Pero será a partir de 1910, con la denominada "Revolución Mexicana", la irrupción en el panorama ilustrado de un socialismo y un marxismo rampantes, cuando la situación alcance su punto crítico: entre 1914 y 1917 los obispos fueron detenidos o expulsados, los sacerdotes encarcelados, las monjas expulsadas de sus conventos, el culto religioso prohibido, las escuelas religiosas cerradas, las propiedades eclesiásticas confiscadas. La Constitución de 1917 legalizó el ataque a la Iglesia y lo radicalizó de manera intolerable. En el período de 1914 a 1934, el más cruento de la persecución religiosa en México, obispos, sacerdotes, laicos, hombres, mujeres y niños, ofrecieron sus vidas al grito de ¡Viva Cristo Rey! Tuvo su punto culminante de 1926 a 1929, cuando el entonces Presidente de la República, General Plutarco Elías Calles, promulgó una ley sobre el culto, que llevase a la práctica las disposiciones de la Constitución de 1917. Estas disposiciones, conocidas como "Ley Calles", establecían el número de ministros sagrados por localidad, prohibían la presencia de sacerdotes extranjeros en el país, limitaban el ejercicio de los actos de culto y, entre otras disposiciones más, prohibían los seminarios y conventos. Ante estas restricciones, y tras frustrantes negociaciones por parte de los obispos mexicanos con las autoridades del Gobierno, la Iglesia de México, en señal de protesta, decidió suspender los actos de culto.
La rebelión no se hizo esperar: en la parte occidental de México (especialmente en Jalisco, Aguascalientes, Michoacán, Guanajuato y Colima), muchos católicos tomaron las armas para defender la libertad religiosa. Algunos sacerdotes, aunque en número exiguo, se unieron a ellos; pero la mayor parte optó por una resistencia pacífica. Los estudiosos cuentan sólo veinte sacerdotes entre los adherentes a la lucha armada. Entre los laicos se formaron dos grupos: los favorables a la lucha armada y los que se inclinaban por la resistencia pacífica. Se trataba de la Epopeya de los Cristeros, que, como sus hermanos de La Vendée, se formaron bajo las banderas del Sagrado Corazón: cerca de cien mil hombres armados, apoyados por las llamadas "Brigadas Bonitas" (mujeres que tomaban a su cargo la sanidad, la intendencia y las comunicaciones).
La Epopeya se desarrolló desde 1926 hasta 1929, en que se firma el Pacto Religioso entre el Gobierno y los Obispos, por el que éstos acataban la Constitución y se ponía fin a la lucha cristera. A pesar del decisivo apoyo popular que levantaban los Cristeros en su avance, la orden llegada de la Santa Sede de deponer inmediatamente las armas, fue diligentemente obedecida. Los de la Liga y los cristeros sabían que era una trampa, que el Gobierno no respetaría nunca los arreglos, y que entregando las armas y dejando la clandestinidad la muerte era segura; lo hicieron simplemente porque lo mandaba la Iglesia, por fidelidad. Por obediencia a la Iglesia. Esto supuso una larga y durísima prueba para la fe de los cristeros, que sin embargo se mantuvieron fieles a la Iglesia con la ayuda sobre todo de los mismos sacerdotes que durante la guerra les habían asistido.
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