Toda vida, sea grande o pequeña; todo poder, sea grande o pequeño; toda salud, sea grande o pequeña; toda memoria, sea grande o pequeña; toda fuerza, sea grande o pequeña; todo entendimiento, sea grande o pequeño; toda tranquilidad, sea grande o pequeña; toda riqueza, sea grande o pequeña; todo sentimiento, sea grande o pequeño; toda luz, sea grande o pequeña; toda suavidad, sea grande o pequeña; toda medida, sea grande o pequeña; toda belleza, sea grande o pequeña; toda paz, sea grande o pequeña, y si hay algún otro bien semejante a éstos y principalmente los que se encuentra en todas las cosas, lo mismo en las espirituales que en las corporales; todo modo, toda belleza, todo orden, sea grande o pequeño; todo ello solamente puede provenir de Dios[98]
Dios ha ordenado convenientemente la privación del bien en las cosas[99]En el orden de las naturalezas creadas, Dios ha ordenado favorablemente las privaciones de algún bien en estas, de tal forma que siendo así no intervenga en la realización de su misión u oficio como criaturas, ni que afecte su esencia en cuanto poseen en cierto grado privación de bien, puesto que Dios es infinitamente sabio ordeno así dicha creación para que ninguna de sus criaturas se pierda por estar privadas de bien, y vale la pena recordar que todas las criaturas por ser creadas por Dios son esencialmente buenas.
Es tal la sabiduría de Dios para ordenar su creación que haciendo que en determinados lugares y tiempos no existiera la luz, hizo tan conveniente las tinieblas como los días.
Si nosotros tan convenientemente y cuando es necesario en determinados momentos contenemos o regulamos nuestra voz para interponer el silencio en una conversación, "¿con cuanta mayor razón no realizará convenientemente la privación del bien en algunas cosas el que es perfecto artífice de todas ellas?"[100].
Por eso en el himno o cántico de los tres jóvenes, la luz y las tinieblas alaban a Dios: "luz y tinieblas, bendigan al Señor, canten en su honor eternamente"[101]. Tanto la luz como las tinieblas hacen brotar la alabanza divina en los corazones de los que saben contemplarlas.
Así pues, aclara San Agustín: "ninguna naturaleza, es mala en cuanto naturaleza, sino en cuanto disminuye en ella el bien que tiene"[102]. Si el bien que posee desapareciera por completo, al disminuirse, así como no subsistiría bien alguno, del mismo modo dejaría de existir toda naturaleza, pereciendo también cualquier naturaleza que alguien pudiera imaginar.
Ya se ha hablado en repetidas ocasiones de la creación de Dios, y en este sentido es importante hablar ahora de la materia con que Dios forma toda su obra, es materia que necesariamente no tiene forma por si sola; que solo la tiene en las manos del artífice. En el libro del Génesis se hace referencia a dicha materia: "entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo… entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las fieras salvajes y todos los pájaros del cielo…"[103].
Es así como en uno de los relatos creacionistas se hace mención a dicha sustancia de la cual todo ha sido creado, aunque en el relato restante también se debe tener una materia base por la cual todas las criaturas fueron creadas.
Ciertamente que esta materia primera es obra netamente de Dios y por consiguiente es buena, dicha materia de ningún modo puede ser percibida por nuestros sentidos porque necesariamente tiene que concebirse como la privación absoluta de toda forma; esto en una visión en que es la base para que el artífice (Dios) realice su obra.
Tiene, pues, en sí esa materia capacidad o aptitud para recibir determinadas formas, porque si no pudiera recibir la forma que le imprime el artífice, ciertamente no se llamaría materia. "Además, si la forma es un bien, por lo cual se llaman mejor formados los que por ella sobresalen, como se llaman bellos por la belleza, no hay duda de que también es un bien la misma capacidad de recibir la forma"[104].
Porque así como es un bien la sabiduría, nadie duda de que también los es el ser capaz de sabiduría. Y como todo bien procede de Dios, a nadie le es lícito dudar de que esta materia, si es algo, solamente puede ser obra de Dios.
Por ello es necesario afirmar que sólo Dios es el verdadero ser. Así pues magníficamente y divinamente nuestro Dios dijo a su siervo: "Yo soy el que soy", y "dirás a los hijos de Israel: El que es me envió a vosotros"[105]. Él es verdaderamente, porque es inmutable. De esta manera Dios se presenta a su siervo Moisés y con él a todo su pueblo, como el verdadero y único Dios.
Pero de igual forma, con esta presentación nace en el pueblo de Israel la esperanza de un bien único y necesario que constituye la liberación de la esclavitud, la promesa hecha a sus antepasados y la solidificación como el pueblo escogido. Dios único y verdadero bien, transmite por medio de estas palabras de presentación su acogida y por parte del pueblo su regocijo por ser elegidos para llenarse de la eterna bondad. A esta apreciación San Agustín agrega: "Dios es verdaderamente, porque es inmutable"[106].
Todo cambio o mudanza hace no ser a lo que era. Dios siempre ha sido, es y será lo que significa que en Él no existe mutación alguna. Por tanto, aquél es verdaderamente, el que es inmutable, y las demás cosas que por Él han sido hechas, de Él han recibido el ser, según su modo o medida.
Las criaturas han sido hechas de la nada. Todas las cosas que Dios no engendro de sí, sino que las hizo por su Verbo, no las hizo de cosas que ya estaban hechas, sino de lo que no existía de ningún modo; es decir, de la nada. Vale la pena hacer mención aquí, al método utilizado por Dios en la creación según el relato de Génesis 1: «Dijo Dios», la palabra interviene para acentuar la creación de las cosas no de una materia primera o previa sino de lo que aún no era o no existía; es decir, de lo que se constituía en nada; la palabra de Dios que actúa sobre lo no existente y lo constituye en esencia de las cosas impregnando de esa manera su bondad a lo que no era y que ahora por su palabra es. Por eso se expresa así el apóstol: "El cual llama las cosas que no son, como las que son" [107]
Para continuar acentuando la nitidez de Dios en su creación y la belleza, modo y orden existentes en el conjunto de su obra las Sagradas Escrituras en el libro de los Macabeos hacen énfasis a este elemento: "Ruégote, hijo, que mires al cielo y a la tierra, y veas cuanto hay en ellos, y entiendas que no existía aquello de lo cual nos hizo el Señor Dios"[108]. Y como lo aclara el salmista: "El lo dijo y todo fue hecho"[109].
Es cierto que "Dios no engendró de sí estas cosas, sino que las hizo en virtud de su Palabra y mandato. Mas lo que no hizo de sí, ciertamente lo hizo de la nada; pues no existía cosa alguna de la cual pudiera sacarlo"[110]. Con estas palabras San Agustín se refiere al poder de la Palabra del Señor para ejecutar su obra enfatizando que estas no son constituidas de su esencia, que no las engendró de si mismo, sino que las hizo de algo que aún no existía. Quedando claro que las criaturas han sido hechas por la Palabra de Dios y de la nada. San Pablo con bellas palabras experimenta este gozo de la creación: "Porque de Él, y por Él, y para Él son todas las cosas"[111].
En el orden de los bienes: los más imperfectos y terrenos son también obra de Dios. Algunos de estos bienes son resaltados y enseñados por el apóstol Pablo en aquel pasaje de la Escritura donde hablando de los miembros del cuerpo dice: "Si un miembro sufre, sufren con él todos los miembros; si un miembro es honrado, se alegran con él todos los miembros"[112]. En este orden los miembros del cuerpo hacen referencia a los bienes terrenales y caducos creados por Dios; y también dice en el mismo lugar de la Escritura: "Dios ha dispuesto los miembros en el cuerpo, cada uno como ha querido… Dios organizó el cuerpo dando más honor al que menos valía, de modo que no hubiera división en el cuerpo y todos los miembros se interesaran por igual unos por otros"[113]. Es así como San Agustín en este pasaje bíblico hace alusión al orden de los bienes con los cuales Dios constituyo sus criaturas al momento de ser creadas, netamente estos bienes mencionados son de tipo carnal y se encuentran organizados en cuando a modo, belleza y orden según la voluntad de Dios, de tal manera que ninguno sea despreciado y todos sean necesarios de igual forma.
Dichos bienes carnales se encuentran por su corporeidad en el hombre y en los animales; tanto en los grandes como los pequeños, pues la carne pertenece a la categoría de los bienes terrenos y, por consiguiente a la de los más imperfectos.
3.3 EL PECADO, ALEJA AL HOMBRE DE DIOS, SUMO BIEN
Cuando oímos decir que "todas las cosas son de Él, por Él y en Él", debemos entender que dicha expresión hace referencia a las cosas que naturalmente existen; es decir, que fueron creadas por Dios de la nada y de su infinita misericordia. De lo contrario deberíamos decir que también existe por Él el pecado, que no conserva la naturaleza, sino que la vicia y corrompe; pero ciertamente afirmar esto es un error.
Respecto a la anterior afirmación las Sagradas Escrituras de muchas maneras atestiguan o prueban que los pecados son obra de la voluntad de los pecadores, especialmente San Pablo cuando dice:
Y tú, que juzgas a los que obran así y haces lo mismo, ¿piensas librarte del juicio de Dios? ¿O desprecias su tesoro de bondad, su paciencia y aguante, olvidando que su bondad quiere conducirte al arrepentimiento? Con tu cerrazón de mente tu corazón impenitente estás juntando castigo para el día del castigo, cuando se pronuncie la justa sentencia de Dios, que pagará a cada uno según sus obras[114]
Nuevamente se debe hacer referencia a la justicia; y como lo recalca el apóstol la justicia humana al juzgar al otro y la justicia divina al obrar rectamente juzgando adecuadamente las injusticias cometidas por los hombres
La expresión "tesoro de bondad" se refiere a la misericordia que Dios tiene al momento de juzgar, pero también a la bondad con que fue hecha su creación pero que por el pecado se corrompe o se disminuye. Ese tesoro está a la espera para que el hombre se acerque a Dios y tome lo necesario para recobrar sus fuerzas y permanecer en la bondad de la obra divina.
Si el hombre cierra su mente y su corazón a la misericordia y la oportunidad de arrepentimiento que es proporcionada por la justicia divina, lo que hace es acumular castigo para el día en que sea llamado por Dios y deba rendir cuentas ante Él por cada una de sus obras. Esto es; recibir castigo por no acercarse al arrepentimiento y posibilidad de recobrar el grado de bondad perdido.
Es necesario recalcar la idea que "el pecado no es obra de Dios, sino de la voluntad de los pecadores"[115], que por su obstinación deciden alejarse de la misericordia y bondad divina y optar por el camino que los conduce a la corrupción de la bondad que poseen desde el momento de su creación.
No obstante- aclara San Agustín[116]que están en Dios todas las cosas que ha creado, no pueden los que pecan mancillarle[117]a él. Como se afirma de su sabiduría: "en virtud de su pureza lo atraviesa y lo penetra todo… por eso nada inmundo se le pega"[118].
Es necesario entonces, que así como creemos y afirmamos que Dios es incorruptible e inmutable, creamos y afirmemos también, consiguientemente, que a Dios nada lo puede deshonrar ni manchar.
Pero como en el mundo las criaturas son corrompidas, porque se alejan de la bondad de Dios y por este mal que las embarga hacen daño no solo a su esencia individual sino al resto del conjunto creado, es necesario aclarar que ese poder de hacer daño tampoco proviene de Dios.
Por eso el escritor sagrado escribe: "Por mí reinan los reyes y por mí los tiranos sujetan la tierra"[119]. Solo se puede afirmar algo que es indudable solo Dios tiene la potestad sobre toda la creación; es decir, ninguna de sus criaturas esta facultada para hacer daño o mal alguno a las de su misma especie.
¿No es, pues, injusto que se dé a los malvados la potestad de dañar para que así sea probada la paciencia de los buenos? Es una pregunta que necesariamente debemos emplear para comprender un poco mejor la idea central a la que nos referimos.
No es entonces, que se esté afirmando que esa potestad provenga de Dios, ni que sea Dios el que lo permita, porque como ya se dijo, solo el Creador, el Sumo Bien es el que tiene poder y autoridad sobre lo que Él ha hecho y es suyo; es decir, su creación.
El hecho de que los malvados aprovechen ese poder para dañar, que simplemente es acuñado por su alejamiento de la bondad de Dios y por la corrupción en la mente de las criaturas, no significa que los justos y buenos necesariamente sean alcanzados por dicha corrupción, que tengan que sufrir necesariamente la opresión del mal; sino que están siendo sujetos a las garras de una ser inferior que es el demonio y como lo dice San Agustín: "por tanto, el mismo Dios ha hecho justamente todas estas cosas por el poder que concedió al demonio…"[120].
Por eso dice el Santo: "Y así, por el poder concedido al diablo, fue probado Job para que apareciera justo, y Pedro tentado para que no presumiera de sí y Pablo sufrió el aguijón de la carne para que no se ensoberbeciese, y Judas condenado para que se ahorcase"[121].
Pero lo anterior no da paso a justificar el daño que causan aquellas criaturas que se alejan de la Bondad Divina y se acercan a la maldad otorgada por el demonio.
No excluye del castigo divino, ni del suplicio eterno al final de los tiempos, puesto que por la inicua voluntad de dañar del demonio, por acercarse a dicha voluntad destructora es que deberán rendir cuentas a Dios y pagar con el castigo necesario el pecado por la maldad cometida. Y está escrito: "Id al fuego eterno, que mi Padre ha preparado para el diablo y para sus ángeles"[122].
3.4 EL DEMONIO CAUSA DEL ALEJAMIENTO DE DIOS
Ya se ha tocado el tema en torno al demonio como causa del alejamiento de Dios; es decir, del Sumo Bien. Pero detengamos un poco a conocer la realidad del demonio desde el punto de vista filosófico y cristiano, como lo concibe San Agustín.
En la antropología de Sócrates se halla un pasaje que hace referencia al demonio y como lo concebía este autor, indicando el motivo del porqué al no preocuparse por los asuntos de cada hombre no se ha ocupado de los de la ciudad, "indica que el motivo de ello reside en que algunas veces emerge de él algo divino y demoníaco, y que desde su infancia una voz, se hacía oír a veces en su interior empujándolo a no hacer lo que había estado a punto de hacer"[123].
seres hijos de los dioses, pero sin ser dioses o héroes"[124].
El demonio de Sócrates es, pues, una voz. Se puede interpretar en el aspecto externo de la voz una entidad divina que providencialmente susurra al hombre ciertos imperativos. Por otro lado en el aspecto interno de la voz puede identificarse con la conciencia moral. Y finalmente puede interpretarse como la expresión de la vocación intransferible de cada hombre.
Frente a esta aclaración hay que tener en cuenta lo que Sócrates declaraba: "la voz «demónica» es negativa, y en vez de proclamar lo que hay que hacer, señala lo que no hay que hacer"[125].
Ferrater Mora[126]frente al término "demonios", dice que son concebidos a veces como «intermediario», a veces como «divinidades inferiores», en ocasiones como «personalidades divinas» a las cuales estamos ligados, de tal forma que cada uno de nosotros tiene su propio «demonio» o «genio».
En la visión del cristianismo el demonio es concebido como «agente del mal». "Los demonios son los ángeles que se han rebelado contra Dios, bajo la dirección del maligno por antonomasia, Satanás"[127].
Siempre que se refiera al demonio necesariamente está ligado a las ideas acerca del mal, del imperio de Dios, de los ángeles, del pecado y de la lucha entre dos grandes fuerzas: la bondad y la maldad.
Existe una gran diferencia entre la maldad existente en el demonio y la que hay en el hombre. El demonio no puede volver atrás, no puede acercarse al arrepentimiento, mientras que el hombre si puede arrepentirse, llegando de esta manera al retorno de la bondad y amor de Dios.
En todo caso, conviene hacer constatar que "para los autores cristianos el demonio no se halla fuera del imperio de Dios: este se sirve inclusive de los demonios para tentar y probar a los hombres"[128]. Así las tentaciones constituyen una parte del plan de la Providencia Divina.
Entonces ya se dijo que en la visión cristiana los demonios son ángeles rebelados contra Dios; por eso San Agustín advierte que "los ángeles malos no fueron pervertidos por Dios, sino por su mismo pecado"[129].
Y porque los ángeles rebeldes no fueron creados malos por Dios, sino que se pervirtieron por su pecado, dice así San Pedro en su epístola: "Si Dios no perdonó a los ángeles pecadores, antes bien los sepultó en el infierno y los sumergió en el abismo de las tinieblas, reservándolos para el juicio"[130]. Con esto prueba San Pedro que a los ángeles pecadores aún les queda la pena del último juicio, puesto que ellos no aceptaron volver a Dios; ni se arrepintieron de sus culpas. Por eso dice el Señor: "Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles"[131].
San Agustín muestra algunas realidades en torno a estos ángeles y el castigo merecido por sus conductas. Por causa de sus pecados y el alejarse de la Bondad de Dios, han merecido el fuego eterno y tiene por cárcel perpetua el infierno.
Dichos ángeles junto con el demonio viven continuamente al acecho de los hombres y espíritus humildes y piadosos que permanecen sumados a la Bondad Divina para ver el momento oportuno en los cuales estén sumisos y sujetos al pecado y de esta manera se alejen del estado actual en que se encuentran.
Si uno de estos espíritus buenos llegará a caer en las garras del mal y aceptara apartarse del Dios eternamente bueno, Él en su infinita misericordia ofrece el arrepentimiento y el perdón de sus faltas a través del castigo de purificación que le permite borrar las culpas cometidas e iniciar de cero, es decir, por el castigo y el arrepentimiento nacen renovadas; como nuevas criaturas de Dios llenas de su gracia y bondad.
Agustín escribe una nota aclaratoria diciendo que "el fuego eterno, que atormenta a los impíos, no es un mal"[132]. Pues ni el mismo fuego eterno, que ha de atormentar a los réprobos (condenados), es de por sí una naturaleza mal, porque tiene también su modo, su belleza y su orden, y no ha sido depravado por ninguna iniquidad. La misma luz atormenta a los que tiene alguna enfermedad en sus ojos, pero por esto la luz no es una naturaleza mala.
San Agustín lo dice, "el tormento es un mal para los condenados, que lo han merecido por sus pecados"[133]. Este es el castigo para aquellos espíritus que habiendo pecado contra Dios no se arrepiente de sus faltas y no retornan a su bondad, sino que por el contrario permanecen sumergidos en el mal y las garras del demonio.
Cuando nos referimos al «fuego eterno», no lo hacemos en el mismo sentido que afirmamos la eternidad de Dios, sino que lo decimos para expresar que este fuego no tiene fin.
El fuego es eterno, pero no del mismo modo que lo es Dios; pues aun cuando no acabará nunca, tuvo sin embargo un principio, y Dios no lo ha tenido ni lo tendrá. Además, la naturaleza del fuego eterno está sometida al cambio, pero ha sido sometido a servir de castigo perpetuo para los pecadores.
En este sentido la verdadera eternidad se refiere a la verdadera inmortalidad, o sea, la suma inmutabilidad, que es un atributo exclusivo y propio de Dios, el cual es absoluta y esencialmente inmutable.
Porque una cosa es no cambiar, a pesar de la posibilidad de mutación y otra muy distinta el no poder cambiar. Así se dice de un hombre que es bueno, aunque no lo es con la bondad de Dios, del cual está escrito: "Nadie es bueno fuera de Dios"[134]. Se dice que nuestra alma es inmortal, pero no como lo es Dios… también se dice que el hombres es sabio; mas no lo es como Dios"[135]. El fuego del infierno es eterno, pero no como lo es Dios, cuya inmortalidad es la verdadera eternidad.
La manera más sencilla para luchar contras las fuerzas del mal y sus asechanzas es vivir piadosamente; es decir, sumiso siempre a la voluntad de Dios y con la plena confianza que en Él esta la bondad absoluta de la cual por nuestra condición de criaturas dependemos permanentemente.
El premio para aquellos hombres y espíritus inferiores que finalizando su paso por este mundo terreno o que cumpliendo a feliz termino con la misión encomendada por Dios y que no se hayan alejado de su amor y bondad, es el reino de los cielos; es decir, gozar de la compañía de Dios y de sus ángeles, estando escrito: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo"[136].
Ya se han hecho algunas afirmaciones en torno al pecado pero es necesario aclarar que el pecado no es deseo de una naturaleza mala, sino abandono de otra mejor.
Del mismo modo, porque el pecado no es deseo de naturalezas malas, sino abandono o renuncia de otras mejores o más perfectas se halla escrito así en las Sagradas Escrituras: "Porque todas las criaturas de Dios son buenas y nada es despreciable si se lo recibe con acción de gracias"[137]. Con esta aclaración de que toda criatura de Dios es buena podemos decir entonces que el hombre al aceptar el pecado no está apeteciendo ninguna naturaleza mala, sino que comete una acción mala al dejar una naturaleza más perfecta.
Aparece la respuesta a un interrogante que entorno al mal y al pecado cometido por Adán se ha realizado: ¿El árbol del cual comieron Adán y su mujer era malo? Al respecto San Agustín afirma: "Todos los árboles que Dios plantó en el paraíso son ciertamente buenos"[138].
Y continúa diciendo Agustín para aclarar más esta cuestión del árbol prohibido por Dios:
El hombre, por tanto, no apeteció ninguna naturaleza mala cuando tocó el árbol prohibido, sino que cometió una acción mala al dejar lo más perfecto; pues mejor que todas las cosas creadas es el Creado, cuyo mandato no debió ser quebrantado por gustar de lo prohibido, aunque era buena, porque abandonando lo más perfecto, se apetecía una cosa buena, que era probada contra el precepto del Creador[139]
La acción mala en la caída del primer hombre gira entorno a la desobedecía de la voluntad de Dios y abandono a la perfección de Divina, puesto que la voluntad de Dios era no comer del árbol que había sido prohibido, y al desobedecer se alejaron de Él. Pero en sí, el árbol no era malo puesto que fue hecho por Dios y al igual que toda su creación cuenta con la bondad otorgada por su Creador.
Dios no plantó en el jardín un árbol malo, sino que hizo uno más perfecto a los demás y por eso prohibió al hombre tocarlo, con el fin de demostrarle que la naturaleza del alma humana o racional no es un ser dependiente, sino que debe estar necesariamente sometida a su creador y conservar el orden de la salvación por su obediencia.
Por eso el árbol prohibido fue llamado por Dios «el árbol del bien y el mal» para que cuando el hombre lo tacase contra la prohibición hecha por Dios; de este modo experimentara la pena del pecado y así conociera la diferencia que existe entre el bien de la obediencia y el mal de la desobediencia.
Por consiguiente, el pecado no consiste, como ya se ha dicho antes, en el deseo de una naturaleza mala, sino en el abandono de otra más excelente, de manera que esa misma preferencia es el mal o el pecado y no la naturaleza, de la cual se abusa al pecar.
"El pecado, pues, es usar mal el bien"[140]. Es por esto mismo que San Pablo reprende a los ya condenados por el juicio divino, que "como cambiaron la verdad de Dios por la mentira, veneraron y adoraron la criatura en vez del Creador"[141]. No condena, pues el apóstol a la criatura; – el que hiciera esto cometería injuria contra el Creador- sino que condena a aquellos que abusaron de un bien, renunciando o abandonando otro de orden superior.
Antes de comenzar a hablar de los errores del maniqueísmo San Agustín cierra este Tratado sobre la naturaleza del bien diciendo que nada puede perjudicar a Dios ni a ninguna criatura sin la justa ordenación de Dios:
Siendo esto así, la fe católica y la verdad bien entendida proclaman o enseñan que nadie puede perjudicar a la naturaleza de Dios, que la naturaleza de Dios no infiere daño injusto a nadie y que no permite que ninguna injusticia quede sin castigo, porque como está escrito "el que hace injusticia recibirá lo que hizo injustamente, porque en Dios no hay acepción de personas"[142].
3.5 LO QUE NOS MUEVE A OBRAR BIEN O MAL
Ya se ha dicho anteriormente que Dios es el Sumo Bien; es decir, la perfección absoluta, en Él no se puede concebir noción alguna de mal. Dios es Ser y ser en plenitud, en Él la idea de no ser no tiene fundamento. Con esto podemos concluir entonces que Dios no es la causa de ningún mal, puesto que en su persona solo se puede afirmar el eterno bien.
Pero entonces ¿Quién es el causante del mal? Necesariamente, tenemos que ver que el Creador, es perfecto y posee la Bondad en plenitud y ha transmitido esa bondad a sus criaturas; dicho bien no se da en plenitud a las criaturas; si fuera así tendríamos que decir que estas también son Dios y caeríamos en un error.
Por eso, el mal se da en las criaturas, ya que estas están sujetas a la imperfección. El mal aparece como abandono de una naturaleza mejor. Todas las cosas son buenas, pero por su voluntad el hombre decide abandonarlas para llegar a otras, que para los sentidos pueden llegar a ser mejor.
Está en la voluntad y libertad del hombre el permanecer en la bondad de Dios o abandonarla para dirigirse a otros bienes que aparentemente son mejores, pero que lo llevan a caer en el pecado.
El pecado solo puede aparecer en la realidad de las criaturas, como muestra del abandono hacia su Creador. Pero recordemos que Dios, como es Padre amoroso y misericordioso, está dispuesto a perdonarnos y a purificar nuestro pecado para que así podamos recobrar la bondad que se manchó por causa de la maldad que cometimos.
En cuanto a este tema y yendo un poco mas a nuestra realidad, desde un punto de vista religioso, podemos plantearnos el siguiente interrogante: ¿Por qué si Dios nos ama tanto nos suceden cosas malas?
Ciertamente, Dios nos ama y nos ama mucho, muchísimo más de lo que podemos imaginarnos, pues nos ama infinitamente. Pero sucede que a veces creemos que Dios no nos ama, porque no nos ama como nosotros creemos que nos debe amar.
Esto es porque pensamos igual que cuando éramos niños y nuestros padres no nos daban todo lo que queríamos. Esto se convertía en motivo de protesta y reclamo. O estamos actuando igual que cuando nos prohibían algo y también protestábamos. O cuando nos causaban un dolor necesario para curar una enfermedad: una medicina desagradable, un tratamiento doloroso, etc. Con eso solo protestábamos y nos enfurecíamos por cosas que aparentemente eran malas, pero que en realidad eran buenas.
Dios también es Padre. Solo Él sabe lo que más nos conviene. Y a veces las cosas que consideramos malas son todo lo contrario: muy buenas. Tal vez mucho mejores que las que consideramos buenas.
Y está en los planes de Dios, la salvación del hombre, por eso Dios sabe lo que nos conviene, entonces, ¿Por qué no confiar en Él?
¡Cómo nos cuesta aceptar un sufrimiento, una enfermedad! Y en el plan de Dios mucho bien proviene del sufrimiento y el dolor, porque como ya vimos anteriormente, este nos purifica y nos retorna a la bondad del Creador. En la persona de Jesucristo su sufrimiento nos trajo la salvación. Por la muerte de Cristo todos tenemos derecho a una vida de felicidad plena y total para toda la eternidad.
Está en la voluntad del hombre el continuar amando a su Padre Dios, Creador de todo cuando existe y Bondad Absoluta, o refugiarse en su terquedad y en las garras del mal que éste mismo causa. Aceptar los planes salvíficos de Dios y refugiarse en el amor. Por eso dice San Agustín: "porque de ti proceden, ciertamente, todos los bienes, ¡oh Dios!, y de ti, Dios mío, pende toda mi salud. Todo esto lo conocí más tarde, cuando me diste voces por medio de los mismos bienes que me concedías interior y exteriormente. Porque entonces lo único que sabía era mamar, aquietarme con los halagos, llorar las molestias de mi carne y nada más"[143].
Por eso también exclama San Agustín, al reconocer en Dios la verdadera bondad y el amor infinito con el que acoge al hombre para brindarle la salvación:
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz[144]
Finaliza San Agustín su tratado sobre la naturaleza del bien, con la oración por la conversión de los maniqueos y de aquellos que no ven en Dios la figura de la Bondad Absoluta y de un Padre amoroso que quiere la salvación de sus hijos:
¡Oh cuán grande es tu paciencia, Señor piadoso y compasivo, magnánimo, misericordiosísimo y veras! Tú, que haces salir el sol sobre buenos y malos y haces caer la lluvia sobre justos y pecadores; que no quieres la muerte del pecador, sino que se conviertan y viva; que corrigiendo a los extraviados les das lugar a penitencia, para que, abandonada su iniquidad, crean, Señor, en ti; que atraes con tu paciencia a los pecadores al arrepentimiento, aunque muchos por la dureza y pertinacia de su corazón van atesorando ira para el día de la venganza y de la revelación de tu justo juicio, el cual ha de dar a cada uno según sus obras; tú, que, en cualquier día en que el hombre se convierta de su iniquidad a tu verdad y misericordia, te olvidas de todas sus maldades, concédeme, Señor, concédeme que por este ministerio de mi enseñanza, por el cual has querido que refutara este execrable y horribilísimo error, que así como muchos se han visto ya libres de él, se vean también libres los demás, y haz, Señor, que todos, sea por el sacramento de tu Santo bautismo o por el sacrificio del espíritu compungido y del corazón contrito y humillado, por el dolor de la verdadera penitencia, merezcan recibir el perdón de todas sus blasfemias y pecados, con los que, sin saber lo que hacían, te ofendieron. Pues tan eficaces, son Señor, tu, misericordia y tu poder y la verdad de tu bautismo y pueden tanto las llaves del reino de los cielos confiadas a tu Santa Iglesia, que no se debe desesperar de la conversión de todos aquellos que, mientras viven en la tierra, sufriéndolos tu paciencia y conociendo ellos mismo cuán grande es el mal de sentir y decir de ti tales blasfemias, se mantienen todavía en su maligna profesión por la costumbre o por la adquisición de alguna comodidad temporal y terrena; y haz que, amonestados por los suaves avisos de tu gracias, se refugien en el seno de tu bondad inefable y antepongan a todos los halagos de la vida carnal el bien de la vida celestial y eterna[145]Amén.
Siendo así como se concluye este corto recorrido por el pensamiento agustiniano sobre la concepción del bien, reconociendo a Dios como el Bien Absoluto del cual todo los demás bienes proceden, además cabe resaltar la presencia en el pensamiento y obrar humano del pecado como alejamiento de Dios, y la figura del demonio como causa de dicho alejamiento.
Pero es necesario reafirmar la idea que el hombre no es movido por Dios para actuar a favor del mal, sino que es decisión propia y por su plena libertad que puede optar por el camino del mal, pero Dios Sumo Bien siempre quiere y querrá lo mejor para sus hijos, es decir; la salvación del hombre y de todos los hombres por el camino del bien que solo Él puede brindar.
Conclusiones
Mediante el desarrollo de esta investigación, en la cual se estudio la concepción agustiniana sobre la naturaleza del bien, se ha logrado descubrir en el autor, la profundidad con la cual ha abordado este tema de gran interés y que durante toda la historia de la humanidad ha sido reflexionado no solo por autores cristianos sino por gran diversidad de pensadores que interesados en este problema han ido descubriendo elementos importantes que fueron vitales para este estudio.
Aunque el tema es algo complejo, a través de los planteamientos propuestos por San Agustín, se ha podido conocer de forma clara y metodológica esta cuestión, abarcando en su mayoría los elementos esenciales que nos permiten determinar en gran media la naturaleza del bien y la influencia que este ejercer en el hombre y toda la creación.
Aun en la actualidad, la cuestión del bien se presente en el mundo como un misterio. Esto conlleva a la adopción de muchas posiciones que han sido asumidas por los hombres en las diferentes etapas de su historia, llegando al punto de embarcarse en la indiferencia respecto al tema, o dirigiéndolo por caminos que desvían el conocer el Bien Absoluto que transmite en grados la bondad a todos sus criaturas.
En el Tratado sobre la naturaleza del bien, San Agustín reconoce la fuente de todo el bien existente en el mundo solo en Dios, y por consiguiente la bondad que existe en toda su obra creadora, puesto que esta ha sido hecha por simple y puro «Amor Divino».
Por medio de esta investigación se ha logrado clarificar algunas dudas del tema, sabiendo que es muy extenso, que debe ser estudiado con calma y a profundidad; pero se ha logrado adquirir conocimientos que son vitales para el desarrollo de un pensamiento crítico y centrado en el reconocimiento del bien que se hace presente en el hombre y la naturaleza.
Cabe destacar la importancia que posee el pensamiento agustiniano en la doctrina de la Iglesia no solo en su época sino en la actualidad, que este tema tratado ha sido desarrollado por el autor como respuesta a una serie de dificultades que se presentaban en contra de la fe y que por consiguiente resultaban contradictorias a la doctrina propuesta por la Iglesia.
En la obra presentada por San Agustín -a diferencia de sus antecesores- se logra ver una completa reflexión acerca del bien, un trabajo más elaborado, más crítico y necesariamente empapado por la doctrina cristiana que enmarca al obispo de Hipona.
En San Agustín logramos reconocer a Dios como el padre misericordioso que por amor ha creado el universo y en él al hombre, que lo ha dotado de libertad para que pueda elegir entre los dos caminos: el del bien y el del mal. El bien que se hace presente desde el momento de su creación y el mal que se presenta como ausencia de bien o mejor dicho como alejamiento del Sumo Bien; es decir, Dios.
Todos los bienes tanto grandes, como medianos y pequeños, proceden de Dios y en ellos alcanzan su perfección; Dios es el bien en plenitud, no existe un bien mayor o más perfecto que Él. Desde la creación participa su bondad a las criaturas y éstas se van perfeccionando a medida que buscan bienes mayores que se encuentran en el orden natural.
Por naturaleza las criaturas son buenas, pues fueron creadas por Dios; pero por voluntad propia estas se corrompen al alejarsen del Bien Absoluto optando por naturalezas inferiores o ya corruptas, y es aquí donde aparece el opuesto del bien; es decir, el mal; que es ausencia de bien.
El mal no es obra de Dios, Él no es su creador, sino que este aparece inmerso en las criaturas por alejamiento voluntario de Dios. Ya desde los origines del hombre se ha entendido esta realidad reflejada en los relatos bíblicos o en el desarrollo de la reflexión humana. Dios ha creado al hombre libre para elegir entre lo bueno y lo malo, pero es por su infinita misericordia que acepta el arrepentimiento humano y otorga la salvación y la purificación de su naturaleza; permitiéndole retornar a la bondad perdida a causa del pecado.
El pecado aparece inmerso en el hombre como consecuencia al alejamiento de Dios, puesto que abandona su seno paternal para acercarse a realidades que corrompen su naturaleza y cancelan o rompen la relación Creador- criaturas.
En el pensamiento agustiniano el demonio es la causa del alejamiento de Dios, puesto que induce al hombre a cometer actos no deseados pero apetecidos por su debilidad humana, que lo llevan a pecar y a desconectarse del amor y la bondad proporcionadas por Dios Padre. El diablo está al acecho del hombre para encontrar el momento determinado en el cual el hombre caiga en pecado.
Por su infinita misericordia Dios quiere que todos los hombres se salven y recobren la bondad perdida a causa del pecado. Por ello aplica el Juicio Divino para castigar al hombre de acuerdo a sus actos, logrando purificar sus faltas librándose del pecado y retornando a la casa del Padre que con amor lo espera para tomarlo en sus brazos.
Puesto que las criaturas están sujetas a la imperfección es que se da en ellas el mal, Dios como Bien Absoluto esta libre todo mal, en Él la idea de mal no tiene lugar ni pensamiento alguno, solo puede pensarse de las criaturas, puesto que ellas están sujetas a la imperfección, esto las mueve a obrar el bien o el mal. Todas las cosas son buenas pero por su voluntad el hombre decide abandonarlas para llegar a otras, que para los sentidos pueden llegar a ser mejor.
Finalmente, es necesario decir que aunque este trabajo monográfico no es lo suficientemente profundo para un perfeccionamiento en el tema, es fundamental para alcanzar un buen grado de comprensión y claridad acerca de la idea del bien, como realidad presente en el hombre y toda la naturaleza.
San Agustín al escribir el Tratado sobre la naturaleza del bien, aborda el tema como respuesta a una situación determinada, pero esto no significa que este limitado a esta obra; por el contrario, el tema del bien abarca toda el pensamiento agustiniano al encontrar en Dios el Bien Absoluto y por ser un autor cristiano, Dios se convierte en el objeto y método de toda su reflexión filosófica.
Bibliografía
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DE HIPONA, San Agustín. Las Confesiones, Madrid : BAC, 1968. 613. p.
ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco, Barcelona : Orbis, 1984. Vol. I. 186. p.
ABBAGNANO, Nicola. Diccionario de Filosofía. México : Fondo de Cultura Económico, 1206. p.
HIRSCHBERGER, Johannes. Historia de la Filosofía. Barcelona : Herder, 1950. Tomo I. 621. p.
FERRATER MORA, José. Diccionario de Filosofía. Barcelona : Ariel Filosofía, 2001. 3830. p.
LOPEZ DE IPIÑA, Emilio. Historia de la Filosofía. Bogotá : El Búho, 1997. p.
PACOMIO, Luciano. Diccionario Teológico Enciclopédico, 2ª. Edición, Navarra : Verbo Divino, 1996. 1071. p.
SCHÖKEL, Luis Alfonso. La Biblia de Nuestro Pueblo. China : Ediciones Mensajero, 2007. 2015. p.
Diccionario de la Lengua Española. Madrid : Planeta, 1982. 1351 p.
DEDICATORIA
La dedicatoria de este trabajo esta divida en cuatro partes: A mis padres Mario Almeida y Carmen Evelia González. A mi hermano José Antonio Almeida González. A mi familia. A todos mis amigos; que me ayudaron con su apoyo y colaboración a culminar de la mejor manera este trabajo.
AGRADECIMIENTOS
En primer lugar a Dios, que por medio de San Agustín me permitió realizar esta monografía y conocerlo a Él como Único y Absoluto Bien.
A mi madre del cielo; la Santísima Virgen María, quien es y será mi protectora y mi inspiración en cada uno de los momentos de mi vida.
Al Seminario Conciliar San Carlos por brindarme la oportunidad de expresarme y a cada uno de los padres formadores, quienes con esmero y paciencia me han ayudado a discernir en este proceso vocacional.
Al Padre Miguel Ángel Jerez; quien con sabiduría, agrado y mucha paciencia ha dirigido este trabajo monográfico; por su interés, su dedición y todo el apoyo que me brindó para la realización de esta investigación.
A mis compañeros de grupo con los cuales durante estos cuatro años he estado compartiendo este proceso de seguimiento.
A cada uno de mis benefactores; que con mucho esfuerzo y amor hacen posible que continúe este proceso de discernimiento vocacional.
Y a cada uno de mis amigos a los cuales agradezco por brindarme su apoyo y tenerme presente en sus oraciones.
Autor:
Herwin Danilo Almeida González
Seminario Conciliar San Carlos
Sección de Filosofía
San Gil
2010
Director
Miguel Ángel Jerez
Presbítero
Monografía presentada como requisito indispensable para la aprobación de los estudios de la sección de filosofía
[1] HIRSCHBERGER, Johannes. Historia de la Filosofía. Tomo I. Barcelona: Herder, 1968. p. 79.
[2] Ibid., p. 204.
[3] Disponible en: http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymedieval/SanAgustin/bien.htm
[4] AQUINO, Santo Tomás de. Suma contra Gentiles. Madrid: BAC. 1958, p. 107.
[5] Ibid., p. 107.
[6] Ibid., p. 108.
[7] Disponible en internet: http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymoderna/Hume/Principal-Hume.htm
[8] Disponible en internet: http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymoderna/Hume/Principal-Hume.htm
[9] Disponible en: http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymoderna/Kant/Kant-SumoBien.htm
[10] SCHÖKEL, Luis Alfonso. La Biblia de Nuestro Pueblo. China: Ediciones Mensajero, 2007. p. 18.
[11] Ibid., p. 19.
[12] Ibid., p. 19.
[13] Ibid., p. 21.
[14] Ibid., p. 21.
[15] HIRSCHBERGER, Johannes. Historia de la Filosofía. Tomo I. Barcelona: Herder, 1968. p. 53
[16] Ibid., p. 54.
[17] Ibid., p. 56.
[18] LOPEZ DE IPIÑA, Emilio. Historia de la Filosofía. Bogotá: El Búho, 1997. p 31.
[19] HIRSCHBERGER, Johannes, Op. cit., p.78.
[20] Ibid., p. 79.
[21] Ibid., p. 82.
[22] Ibid., p. 84.
[23] Ibid., p. 84.
[24] Ibid., p. 89
[25] Ibid., p. 90.
[26] Ibid., p. 90.
[27] Ibid., p. 91.
[28] Ibid., p. 91.
[29] Ibid., p. 91.
[30] Ibid., p. 91.
[31] Ibid., p. 92.
[32] Ibid., p. 93.
[33] Ibid., p. 94.
[34] Ibid., p. 94.
[35] Ibid., p. 95.
[36] Ibid., p. 95.
[37] Ibid., p. 95.
[38] Ibid., p. 95
[39] Disponible en:http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofía/griega/aristoteles/felicidad.html
[40] ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco. España: Orbis, 1984. Libro I. C. IV.
[41] Disponible en:http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofía/griega/aristoteles/felicidad.html
[42] Disponible en: http://www.cibernous.com/autores/aristoteles/teoria/etica/etica.html#1
[43] ARISTÓTELES, Op. Cit., p. 56.
[44] HIRSCHBERGER, Johannes, Op. cit., p. 203.
[45] Ibid., p. 203.
[46] Ibid., p. 203.
[47] Ibid., p. 202.
[48] Ibid., p. 204.
[49] Ibid., p. 231.
[50] Ibid., p. 245.
[51] Ibid., p. 245.
[52] Ibid., p. 245.
[53] Ibid., p. 259.
[54] Diccionario Enciclopédico de Teología, p. 112.
[55] FERRATER MORA, José. Diccionario de Filosofía I (A-D), p. 371.
[56] HIPONA, San Agustín de. De la Naturaleza del Bien. 2 edición. Madrid : BAC, 1951. V 2. p. 979.
[57] FERRATER MORA, Diccionario de Filosofía, Op. Cit., p. 371. Vol. A-D.
[58] Ibid., p. 371.
[59] Diccionario de la Lengua Española. Madrid: Planeta, 1982. p. 160, 171,182.
[60] HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 979.
[61] Ibid., p. 979.
[62] Ibid., p. 979.
[63] Ibid., p. 979.
[64] HIPONA, San Agustín de. Del Libre Albedrio. 2 edición. Madrid : BAC, 1951. V 2. p. 249.
[65] HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 981.
[66] ABBAGNANO, Nicola. Diccionario de Filosofía. México : Fondo de cultura económico, 1992. p. 815.
[67] FERRATER MORA, Diccionario de Filosofía, Op. Cit., p. 337. Vol. A-D.
[68] Ibid., p. 2646. Vol. K-P.
[69] Ibid., p. 2646. Vol. K-P.
[70] HIPONA, Del Libre Albedrío, Op. Cit., p. 385.
[71] Salmo 101, 27-28.
[72] Ibid., p. 387.
[73] Ibid., p. 387.
[74] Ibid., p. 395.
[75] Ibid., p. 395.
[76] Ibid., p. 395.
[77] HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 983.
[78] Ibid., p. 983.
[79] Ibid., p. 983.
[80] Ibid., p. 985.
[81] Ibid., p. 985.
[82] Ibid., p. 989.
[83] Romanos 5, 8- 10.
[84] Colosenses 3, 25.
[85] Ibid., p. 1025.
[86] HIPONA, Del Libre Albedrío, Op. Cit., p. 507.
[87] Ibid., p. 507.
[88] Ibid., p. 509.
[89] Ibid., p. 511.
[90] Ibid., p. 511.
[91] HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 999.
[92] Ibid., p. 999.
[93] Ibid., p. 999.
[94] Ibid., p. 999.
[95] Ibid., p. 999.
[96] Salmo 15, 10.
[97] Ibid., p. 989.
[98] Ibid., p. 989.
[99] Ibid., p. 991.
[100] Ibid., p. 993.
[101] Ibid., p. 995.
[102] Daniel 3, 72.
[103] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 995.
[104] Génesis 2, 7. 19.
[105] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 997.
[106] Éxodo 3, 14.
[107] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 997.
[108] Romanos 4, 17.
[109] 2 Macabeos 7, 28.
[110] Salmo 148, 5.
[111] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 1007.
[112] Romanos 11, 36.
[113] 1 Corintios 12, 24.
[114] 1 Corintios 12, 18. 24-25.
[115] Romanos 2, 3-6.
[116] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 1009.
[117] Ibid., p. 1009.
[118] Deshonrar, manchar.
[119] Sabiduría 7, 24b.- 25c.
[120] Proverbios 8, 15.
[121] HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 10-139.
[122] Ibid., p. 1013.
[123] Mateo 25, 41.
[124] FERRATER MORA, Diccionario de Filosofía, Op. Cit., p. 809. Vol. A-D.
[125] Ibid., p. 809.
[126] Ibid., p. 809.
[127] Ibid., p. 809.
[128] Ibid., p. 810.
[129] Ibid., p. 810.
[130] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 1015.
[131] 2 Pedro 2, 4.
[132] Mateo 25, 41.
[133] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 1019.
[134] Ibid., p. 1019.
[135] Marcos 10, 18.
[136] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 1021.
[137] Mateo 25, 34.
[138] 1 Timoteo 4, 4.
[139] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 1015.
[140] Ibid., p. 1015.
[141] Ibid., p. 1019.
[142] Romanos 1, 25.
[143] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op. Cit., p. 1021.
[144] DE HIPONA, Agustín. Confesiones. Madrid: BAC, 1968. p. 78.
[145] Ibid., p. 424.
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