las funciones de la razón: el escepticismo antiguo y la filosofía como forma de vida
Enviado por Moris Polanco
1. Los orígenes del escepticismo
2. La función práctica de la razón
3. La reparación de la ruptura
En el Libro III de sus Esbozos Pirrónicos, Sexto Empírico escribió: "El escéptico, por ser un amante de la humanidad, quiere curar en lo posible la arrogancia y el atrevimiento de los dogmáticos, sirviéndose de la Razón". ¿En qué cree el escéptico, si no cree en la capacidad de la razón para descubrir la verdad? Mi tesis es que el escepticismo antiguo ha sido malinterpretado, pues ha sido juzgado con los cánones de la filosofía moderna, que son cánones adecuados para juzgar teorías del conocimiento; pero el escepticismo antiguo no es una teoría del conocimiento: es una doctrina que busca la suspensión del juicio como medio para llegar a la tranquilidad del alma. El escéptico busca una sabiduría práctica, no una sabiduría teórica. Para el escéptico (como en general, para toda la filosofía antigua), la filosofía no es una doctrina sobre la verdad, sino una forma de vida.
Para desarrollar esta tesis procederé, en primer lugar, a trazar una breve historia del escepticismo, tratando de mostrar cuáles eran las razones que movían a los escépticos. Este esbozo nos proporcionará una imagen general del espíritu de la filosofía antigua, muy diferente del espíritu que anima a la filosofía hoy en día. En segundo lugar, procederé a defender una tesis derivada de la principal: que el uso que hacían los escépticos de la razón, es un uso legítimo, aunque tenga muy poco que ver con lo que hoy en día se considera que es la función esencial de la razón. Por último, trataré de hacer ver que en el espíritu de la filosofía antigua podemos encontrar solución a uno de los problemas que enfrentamos los filósofos hoy en día: la unidad entre pensamiento y vida.
1. Los orígenes del escepticismo
Puede sostenerse que el escepticismo antiguo, tanto el pirrónico como el académico, tiene su origen en Sócrates. No en el Sócrates descubridor de esencias y conceptos, sino en el Sócrates agnóstico: el Sócrates que sólo sabe que no sabe nada. Sabido es que la academia platónica derivó hacia el escepticismo con Arcesilao, el sexto sucesor de Platón al frente de la Academia, hacia el segundo tercio del siglo III a.C. Es el período que se conoce como el de la Academia Media. Posteriormente, Carnéades (215-129 a.C.) inaugura la Academia Nueva, que también es escéptica. Con Filón de Larisa (maestro de Cicerón en Roma, director de la Academia del 110 al 79 a.C.), y luego con Antíoco (130-68 a.C.), la Academia es reconducida al dogmatismo platónico. Esta fue la razón por la que Enesidemo, miembro de la Academia en tiempos de Filón, renunció a la misma y se dedicó a revivir el escepticismo, en su variante pirrónica.
Sexto Empírico hace a Pirrón de Elis (c. 365-275 a.C.) el fundador de una versión distinta del escepticismo. De acuerdo con Sexto, existen tres tipos fundamentales de filósofos: los dogmáticos, que creen haber descubierto la verdad; los académicos (escépticos negativos), que no creen que la verdad pueda ser descubierta; y los escépticos (positivos), que continúan investigando. De hecho, la etimología apoya la visión de Sexto, por cuanto la raíz griega skepsis significa investigación o indagación; no tiene una connotación negativa, como la tiene la palabra escéptico hoy en día. También es interesante señalar la conexión entre el pensamiento de Pirrón y el budismo hindú, pues, según la tradición, Pirrón se volvió escéptico al volver de su viaje a la India, en la expedición conquistadora de Alejandro Magno. A Pirrón se deben conceptos que más tarde fueron adoptados por las escuelas helenísticas, como epoché (suspensión del juicio), y ataraxía (tranquilidad del alma).
Situémonos, por un momento, en el año 273 a.C. Dos años antes ha muerto Pirrón. Arcesilao ha tomado posesión de la Academia, gracias a que el otro fuerte candidato, Socrátides, ha decidido no dar batalla. Epicuro tiene sesenta y un años, y morirá dos años más tarde; Zenón de Citio, el fundador de la Stoa, es cinco años menor que Epicuro y le sobrevivirá ocho. Estamos en los inicios del Helenismo. Las escuelas más influyentes ya no son la Academia y el Peripatos, sino el epicureísmo y el estoicismo. Ahora bien, estas dos escuelas son materialistas. La proposición fundamental de la física estoica, por ejemplo, es que nada incorpóreo existe. Los epicúreos, por su parte, adoptan el atomismo de Demócrito, modificando la doctrina de la caída uniforme de los átomos para poder explicar la libre determinación del individuo. Tan importante es este hecho –el materialismo declarado de las escuelas helenísticas– que San Agustín, seis siglos y medio más tarde, interpreta la reacción escéptica de la Academia Media como una defensa contra la amenaza que representa el materialismo. Era preferible no creer en nada (suspender el juicio) a ser materialistas dogmáticos. San Agustín va más allá, y sostiene que en sus enseñanzas esotéricas (hacia el interior de la institución) la Academia seguía siendo fiel a Platón.
El materialismo de los estoicos y epicúreos, por extraño que parezca, también tenía una finalidad ética. Ambas escuelas ofrecían liberar al alma de la ansiedad y la angustia mediante la creencia dogmática en la veracidad de las impresiones sensoriales. Para los estoicos, la phantasia kataleptiké, o representación mental que cumple con los requisitos de claridad, consenso, probabilidad y sistematicidad es verídica, pues es una copia de la realidad tal como es. Sabiendo cómo son las cosas en realidad, seremos capaces de distinguir entre lo que podemos cambiar y lo que no podemos cambiar; entre lo que depende de nosotros y lo que no depende de nosotros; entre lo es valioso y lo que solamente parece valioso. Los epicúreos, por su parte, creían que las cosas emanan idola o imágenes, especie de átomos que, a la manera de una caparazón, conservan la forma de las misas y nos permiten conocer la verdadera esencia de las cosas.
Tanto Arcesilao como Carnéades atacaron la katalepsis estoica y la teoría de los ídolos de los epicúreos, desarrollando argumentos netamente escépticos, pero muy eficaces. La esencia de sus argumentaciones es que todo conocimiento es mediado y que, por lo tanto, no es infalible. Pero el hecho de que no podamos llegar a conocer la realidad tal como es no implica que no tengamos un criterio para actuar: podemos actuar, decía Arcesilao, con base en lo razonable (to eulogon), lo que es razonable pensar o creer. Carnéades, por su parte, propone como criterio de actuación to phitanon, lo probable, adoptando una postura que muchos han interpretado como falibilista o pragmatista. Parece ser que Carnéades estaba inspirado por el ideal socrático de librar a los otros de la ilusión de creer que han alcanzado la sabiduría o el conocimiento.
A pesar de estar más próximo a los académicos que a los estoicos y epicúreos, Sexto Empírico acusará más tarde a los primeros de ser, a su modo, dogmáticos, y de cometer un error fundamental: olvidar que la meta es la tranquilidad del alma. Ahora bien, la tranquilidad del alma no se alcanza como resultado de renunciar a la búsqueda de la verdad, sino como resultado de renunciar a la creencia de que la posesión de la verdad nos dará la tranquilidad. Existe una diferencia sutil, pero importante. Puede decirse que el escepticismo académico es el reverso del objetivismo estoico y epicúreo (y, en nuestros días, del realismo científico), pero que ambos continúan presos de una imagen: la imagen o el sueño del conocimiento absoluto. Unos creen alcanzar la tranquilidad mediante su posesión; los otros, están convencidos de que es imposible alcanzar la verdad, y caen en el nihilismo. ¿Qué pasa si abandonamos la imagen del conocimiento absoluto? En el terreno epistemológico, estamos muy cerca de la posición defendida en la actualidad por Hilary Putnam. En el terreno ético, puede descubrirse una conexión con el budismo Zen. No puedo desarrollar aquí la primera afirmación, pues me alejaría demasiado de este esbozo de los orígenes del escepticismo. En cuanto a lo segundo, sólo me permitiré citar a Thorsrud: al igual que el pintor Apeles que logró representar la espuma de la boca de un caballo sólo cuando renunció a hacerlo y tiró, disgustado, la esponja con pintura sobre su cuadro, "la deseada tranquilidad sólo llega indirectamente, no renunciando a la búsqueda de la verdad, sino renunciado a la idea de que debemos adquirir la verdad para alcanzar la tranquilidad. Es un punto sorprendentemente similar a lo que sostiene el budismo Zen: uno no puede adquirir, proponiéndoselo, un estado de paz y tranquilidad, sino que debe dejar que suceda como resultado de renunciar al empeño".
Las diferencias y disputas entre escépticos y académicos no deben ocultarnos, sin embargo, un hecho fundamental: a ambas escuelas les interesa mostrar, por decirlo de alguna forma, los beneficios que se derivan del reconocimiento de nuestras limitaciones epistémicas. Este es el uso de la razón en contra de las pretensiones (ilegítimas) de la razón, que más adelante, como bien sabemos, va a desarrollar Kant.
2. La función práctica de la razón
Como hemos visto, el impulso fundamental que guiaba a la filosofía antigua –y aquí incluimos ahora tanto a escépticos como a académicos, estoicos o epicúreos– era un impulso moral: saber para saber vivir. Las diferentes escuelas discutían apasionadamente sobre cuál debería ser el criterio que guíe nuestra actuación en la vida, pero en lo que estaban de acuerdo era en que la sabiduría consiste esencialmente en obrar bien. "Vana es la palabra del filósofo —decía Epicuro— que no cura los sufrimientos del hombre. Pues así como no hay provecho en la medicina si no sirve para expulsar las enfermedades del cuerpo, no hay provecho en la filosofía si no expulsa los sufrimientos del alma". Incluso Aristóteles sostenía que si buscamos la contemplación es porque ella nos proporciona una felicidad superior. Para los antiguos, pues, "la teoría nunca es considerada como un fin en sí mismo; está clara y decididamente puesta en servicio de la práctica".
Esta visión moral de la sabiduría es la que predomina a lo largo de toda la Edad Antigua. No será sino hasta finales de la Edad Media y comienzos de la Moderna cuando cambie la concepción de la filosofía como forma de vida, y se convierta en un saber puramente teórico. A este respecto, son significativas estas palabras de Kant:
Desde hace mucho tiempo, una Idea oculta de la filosofía estuvo presente entre los hombres. Pero no la comprendieron, o la consideraron una contribución a la erudición. Si tomamos a los antiguos filósofos griegos, como Epicuro, Zenón, Sócrates, etc., descubriremos que el objeto principal de su ciencia fue el destino del hombre y los medios para alcanzarlo. Se mantuvieron pues mucho más fieles a la verdadera Idea del filósofo, que lo que ha sucedido en los tiempos modernos, en los que se encuentra al filósofo sólo como artista de la razón.
—¿Cuándo vas por fin a empezar a vivir virtuosamente? —decía Platón a un anciano que le contaba que escuchaba lecciones acerca de la virtud—. No se trata de especular constantemente, sino que hay que pensar asimismo de una buena vez en la aplicación. Pero hoy en día se considera soñador al que vive de una manera conforme a lo que enseña.
Me parece que el escepticismo antiguo preveía de alguna forma el peligro de lo que hoy en día podríamos llamar la profesionalización de la filosofía, y por eso insistía tanto en volver a Sócrates. La filosofía podía volver a caer, si no se hacía vida, en ejercicio sofístico. Sofistas los hubo en la era de Pericles y también en el siglo I de nuestra era, como atestiguan estas palabras de Séneca: "Considero que nadie prestó peor servicio al género humano que aquellos que enseñaron la filosofía como ejercicio mercenario". Son los que "transforman el amor a la sabiduría en amor a las palabras". Era importante, por ello, insistir, como hacía Porfirio (platónico del siglo III), en que "la contemplación beatífica no consiste en la acumulación de argumentos o en un depósito de conocimientos aprendidos, sino que (…) la teoría debe hacerse vida y naturaleza".
Tanto para escépticos como para platónicos, estoicos y epicúreos, por lo tanto, la filosofía era una forma de vida: doctrina hecha vida, no doctrina simplemente aprendida. Nos enfrentamos ahora con un punto delicado; algo que nuestra mentalidad moderna rechaza como por instinto. Para los antiguos filósofos, los dogmas y los principios metodológicos de su escuela no eran discutibles, ¡incluso los del escepticismo! En la antigüedad, sostiene Pierre Hadot, "filosofar era seleccionar una escuela, convertirse a su forma de vida, y aceptar sus dogmas". Se filosofa buscando una mejor comprensión de los dogmas, no buscando encontrar (como pretende Descartes) unos fundamentos indudables. Los antiguos –sobre todo los escépticos– sabían que el ideal moderno es inalcanzable, pues siempre partimos de certezas y de creencias. "El deseo es el que engendra el pensamiento" , afirmó Plotino en el siglo III. Es un mito la pretensión del conocimiento libre de supuestos y de intereses prácticos, como ahora sabemos gracias a Wittgenstein y a William James.
Nos hacemos una buena idea de lo que significaba ser filósofo en la Edad Antigua con los rasgos que señala Hadot: preocupación por el destino individual y por el progreso espiritual, afirmación sin transigencias de las exigencias morales, invitación a la meditación [sobre todo, de los dogmas de su escuela], invitación a buscar la paz interior. No es de extrañar, pues, que el cristianismo de los primeros siglos fuera considerado como una nueva filosofía; era una nueva forma de vida, sólo que con una nueva pretensión: la de ser una forma de vida revelada. Una concepción de la filosofía como la moderna, que antepone la razón a la fe, o que incluso las contrapone, habría sido totalmente rechazada por el cristianismo. Pero una concepción de la filosofía como la que hemos visto que tenían los antiguos, no ofrecía reparos para el cristiano. Se trataba, solamente, de mostrar que los dogmas revelados eran superiores a los dogmas de las escuelas paganas. Pero el principio fundamental de acuerdo entre el cristianismo y la filosofía antigua radicaba en esto: la filosofía es fe que busca comprensión, según descubrió San Agustín. Se busca comprender lo que se ama, lo que previamente se ha aceptado con amor incondicional. El ejercicio de la meditación no tiene otra finalidad que esa: conocer más, para amar mejor y mejor cumplir la voluntad del amado, o de lo amado.
Decía más arriba que esta concepción de la filosofía es totalmente extraña a la mentalidad moderna y contemporánea. Queda por defender la tesis de que es una concepción legítima de la filosofía. Me parece que aquí tocamos fondo: no podemos juzgar una concepción de la filosofía con los parámetros de otra concepción de la filosofía. La filosofía moderna parte de unos supuestos; la filosofía antigua parte de otros. ¿Qué supuestos son mejores? La pregunta no tiene sentido, pues no existen metacriterios ahistóricos, por así decirlo, que nos permitan juzgar cualquier concepción dada de la filosofía. Pero si esto es así, entonces el sueño de la modernidad de alcanzar el conocimiento perfecto, el punto arquimédico desde el cual juzgar todas nuestras pretensiones de verdad, se viene abajo, y el filósofo antiguo obtiene su revancha: sólo existen formas de vida, que tratamos de justificar de peor o mejor manera. Es preferible creer en los mitos, sabiendo que son mitos (pero reconociendo su importancia para configura nuestras vidas), a creer en los mitos creyendo que son verdad (y forzando a los demás a creen en ellos).
3. La reparación de la ruptura
A manera de conclusión, podemos preguntarnos si es válido recuperar el espíritu de la filosofía antigua y qué relevancia puede tener para nuestros tiempos. Siendo realistas, diremos que lo que hoy en día se hace son trabajos académicos sobre la filosofía antigua, pero que nadie, o casi nadie, se plantea vivir como lo hicieron los filósofos antiguos.
Considero que una recuperación aceptable, apropiada a nuestros tiempos, del modelo de filosofía que tenían los antiguos, pasa necesariamente por Kant. Fue Kant quien sostuvo que "todo interés es finalmente práctico y (…) hasta el de la razón especulativa no es más que condicionado y sólo está completo en el uso práctico". Demasiada importancia se le ha dado a la Crítica de la razón pura, olvidando, como señala Hadot, que "todo el edificio de la filosofía crítica kantiana no tiene sentido salvo desde la perspectiva de la sabiduría, o más bien del sabio, pues Kant siempre tiende a imaginar la sabiduría con la figura del sabio, norma ideal, que nunca se encarna en un hombre, pero conforme a la cual el filósofo intenta vivir".
Todo esto apunta reflexionar sobre los usos de la razón. El filósofo antiguo lo sabía muy bien: debemos usar la razón, sobre todo, "para descubrir el destino del hombre y los medios para alcanzarlo". El hombre moderno necesita recuperar el sentido del misterio que manifiesta Kant en nota hacia el final de la primera Crítica:
Las observaciones y los cálculos de la ciencia astronómica nos han enseñado muchas cosas dignas de admiración, pero lo más importante es que nos han descubierto un abismo de la ignorancia que, sin esos conocimientos, la razón no hubiera podido nunca imaginarse como algo tan grande. La reflexión sobre esta ignorancia debería producir un gran cambio en la estimación de los propósitos por los cuales debemos emplear la razón.
Moris Polanco
Universidad Francisco Marroquín