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La Ciudad de Dios – San Agustín (página 2)

Enviado por Nabih Samsón


Partes: 1, 2

Capítulo VI

En esta parte se toca el tema del juez, el cual tiene el deber de juzgar lo bueno de lo malo entre los hombres, un personaje impuesto por la política humana, un hombre generalmente sabio y docto en cuestiones filosóficas y jurídicas. Este hombre, dice Agustín, no puede ser juzgado como cruel al impartir justicia, ya sea certeramente o erradamente, porque desconoce la verdadera verdad de lo hechos, sólo posee los elementos para tener una aproximación a lo sucesos que acontecieron en determinado momento. Otro punto muy importante es que juez por más que dicte mal la sentencia, no peca, siempre y cuando en él no esté la voluntad de hacer daño, sino la de poner orden, mas aún debe de dictar una sentencia ya que es un requisito que le exige la "humana política", como la llama el mismo Agustín.

Capítulo VII

El autor señala que en el ámbito familiar existe un orden político, en el ámbito civil también, pero en el ámbito del mundo este orden político es aún más complicado que los otros dos debido a los problemas de comunicación entre las diferentes ciudades a causa del lenguaje. Los diferentes idiomas hacen que los hombres no se puedan comunicar bien entre sí y entenderse en todo sentido, y ello dificulta a la posibilidad de que entre las diferentes ciudades o, talvez, imperios halla confianza. Por este precedente se podría decir que Agustín estaría a favor de la imposición del idioma latín a todas las ciudades subyugadas por los romanos, esto posibilitaría según su razonamiento, a una mayor comunicación y a la posibilidad de que haya confianza, lo que evitaría la guerra, que la considera perversa y mala. Para Agustín lo hombres no necesitan hacer la guerra ya que en sus corazones habita la compasión y la sociabilidad.

Capítulo VIII

Con respecto a la amistad, lo que la hace tan fuerte es la fe y el amor verdadero, ese amor que hace preocuparse de los amigos cuando están lejos y no se los puede ayudar, y sobretodo cuando el mundo en el siglo IV estaba tan lleno de hambre, guerras e injurias. Apresar de ello, Agustín nos dice que es mejor que un amigo muera en cuerpo y no en alma, si bien es doloroso oír la noticia de la muerte de un amigo, y más si este se ocupaba del oficio de la política, que oír la noticia del alejamiento de la fe de ese amigo, ya que morirá eternamente cuando sea el momento de rendirle cuentas al señor.

Capítulo IX

Continuando con el capítulo VIII, sobre la amistad, aquí se exhibe al ángel, un ser amigo del hombre y una figura totalmente confiable, buena y constituida de amor. También, se realza otra critica al mundo antiguo, más precisamente a los dioses del mundo antiguo, a quienes no se tiene que confundir con amigos de los hombres, sino como sus enemigos embaucadores, "demonios", dice Agustín, y lo lleva a esta lógica los sacrificios que hacían los griegos para venerar a sus "dioses", los cuales para los católicos son totalmente sanguinarios y llenos de lujuria y sedición.

Capítulo X

Aquí se ve que los hombres por más que sigan a Dios, siempre se encontrarán con tentaciones a la cuales deberán de pasar, y si lo logran, estarán a un paso más de la bienaventuranza final. La forma con la cual deben los hombres luchar contra las tentaciones y los vicios es mediante la virtud. Los hombres dejarán de luchar contra las tentaciones y los vicios una vez que se hallen en la ciudad de Dios.

Agustín, vuelve a tratar en este capítulo la cuestión de los bienes, y dice que son bienes sólo aquellos que se utilicen para el bien, no se deben de llamar bienes a los que se utilizan mal o para mal, mal entendido obviamente desde el razonamiento agustiniano, que sería falta o escasez de bien.

Capítulo XI

El autor llama a los que se consideran bienaventurados o a los que se les llama bienaventurados, miserables, ya que en realidad esa "felicidad terrenal" no se compara ni un poco a la felicidad final de la ciudad de Dios. El fin de la ciudad de Dios es la paz y la vida eterna, en cambio en la ciudad terrena no hay vida eterna, sino mortal, y con respecto a al paz, a ésta la tergiversamos a nuestro antojo adhiriéndola a vicios y otras acciones que consideramos de muy buen gusto y placenteras pero que en realidad nada tienen que ver con la verdadera paz final de la ciudad de Dios.

Capítulo XII

Para resaltar más el pensamiento agustiniano de que el hombre es bueno, vi interesante remarcar el objetivo que persiguen los hombres y que está muy ligado a una característica de la ciudad de Dios: la paz. La paz es lo que anhela todo hombre, inclusive los que hacen la guerra quieren la paz, pero para los suyos, hasta los que pretenden generar una revolución desean la paz, pero simplemente la que su albedrío le indica como la correcta. Eso demuestra que de la paz no sale la guerra, en cambio por la paz se dan las guerras y conflictos ideológicos.

Aún el más despiadado hombre tiene una sombra de paz, y ello se puede ver, por ejemplo, en su casa con su esposa e hijos. Éste quiere que su familia lo obedezca para que él así pueda mantener la paz y la tranquilidad dentro de su propio hogar, independientemente de que quizás afuera sólo quiera la discordia para todos provocando diversos embustes.

Agustín, lo que hace es otorgarle un objeto a la guerra pero no justificarla como lo hará más tarde Santo Tomás diciendo de que es posible una "guerra justa". El objeto que intenta alcanzar la guerra es la paz, pero las disputas simplemente surgen por establecer como se tiene que dar esa paz y por ende surge la discordia transformada algunas veces en guerra.

Análisis sobre los puntos esenciales de la filosofía agustiniana

Biografía

Agustín, nació el 13 de noviembre del 354 d.C. en Tagaste, Numidia (actual Souk-Ahras, Argelia). Su padre, Patricio, era pagano (más tarde convertido al cristianismo) y su madre, Mónica, era una devota cristiana que dedicó toda su vida a la conversión de su hijo, siendo posteriormente canonizada por la Iglesia católica. Agustín se educó en las ciudades norteafricanas de Tagaste, Madaura y Cartago, que en la época en la que él vivía pertenecían al dominio romano. Entre sus 15 y 30 años de edad vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con la que en el año 372 tuvo un hijo llamado Adeodatus, que en latín quiere decir "regalo de Dios". Ya a su edad adulta, Agustín leería "Hortensius", de Cicerón, y se convertiría en un ardiente buscador de la verdad, estudiando varias corrientes filosóficas antes de ingresar a la Iglesia. Durante nueve años de su vida, se adhirió al maniqueísmo (una filosofía dualista de Persia que pensaba la realidad bajo un conflicto entre el bien y el mal), pero el maniqueísmo lo decepcionó y se lanzó al escepticismo.

En el 383 fue enviado a Milán como maestro de Retórica y conocería el neoplatonismo y al obispo de la ciudad, San Ambrosio. En Milán asistió a varios de los sermones del obispo Ambrosio, hasta que se sintió lo bastante atraído por el cristianismo como para en Pascua del año 387 bautizarse junto con su hijo Adeodatus por el mismo Ambrosio. Su madre que se reunió con él en Italia, había encontrado respuestas a todas sus plegarias.

Agustín regresó al África y, tras ser ordenado sacerdote en el 391, fue consagrado obispo de Hipona (en la actual Annaba, Argelia) en el 395, dignidad que desempeñaría hasta su muerte a los 76 años de edad el 28 de agosto del 430 en la misma ciudad africana.

Contexto en el cual Agustín escribe

Los 25 tomos de su obra, "La Ciudad de Dios", Agustín los escribe durante la invasión de los godos al imperio romano, a éstos se los puede considerar como una forma de defenderse ante las acusaciones de los mismos romanos que culpaban al cristianismo de haber afeminado a las ciudades imperiales hasta hacerlas totalmente débiles. Los primeros 10 libros cuentan los procesos que vivía el imperio tras la invasión de los bárbaros, de los libros 11 al 22 muestran las ideas de Agustín y en los últimos libros sus conclusiones finales.

El origen del mal en el mundo (el pecado original)

Agustín, basado en la Biblia, expone su concepción creacionista señalando que Dios creó al mundo de la nada en tan sólo siete días, por lo tanto antes de la creación del todo, no había nada; no había ni tiempo ni historia. Así como Dios creó lo animales, las plantas y todo lo que nos rodea, también hizo al hombre y a la mujer, creada del mismo hombre. Los primeros en el paraíso fueron Adán y Eva, quienes llevados a pecar por el diablo (disfrazado de serpiente), son desterrados del paraíso y enviados al "valle de las lágrimas" en donde "las mujeres parirían con dolor y los hombres tendrían que trabajar con el sudor de su frente para conseguir el pan". Adán y Eva pecan por comer de la fruta del árbol de la sabiduría, árbol del que Dios les había prohibido comer desde un principio, y son éstos los responsables del destierro del paraíso.

Adán y Eva al querer igualarse a Dios, pecan, y el pecado de todos los hombres, desde entonces, es heredado de ellos, apareciendo desde la caída al mundo terrenal, la historia y el tiempo.

Una de las principales preguntas que le hacen los paganos a Agustín de Hipona es ¿Por qué si Dios es bueno hizo malo al hombre? Si bien en un principio pueda parecer que Dios no hizo bueno al hombre porque éste pecó, Agustín responde que Dios es bueno y perfecto, y de lo bueno y perfecto no puede salir nada que sea su contrario, pero Dios le dio al hombre libertad, libre albedrío, para optar entre el buen camino (de amor a Dios) y el mal camino (de soberbia y el amor a sí mismo).

El mal como privación de ser

Con respecto al mal, que se menciona al final del punto anterior, éste no existe como tal, sino más bien como ausencia del bien. El mal, para Agustín, es visto como una ausencia de ser pero que recibe un nombre para poder identificarlo mejor. Los griegos postulaban que el mal era culpa de la ignorancia, el que hacia mal no lo hacía por quererlo en sí, sino porque no sabia lo que hacia. Esto ya no es relevante para Agustín, en donde la ignorancia no aparece como la "madre del mal". Un hombre puede ser totalmente ignorante, pero si sigue la palabra de Dios y las ordenes que le puedan dar los líderes políticos de su ciudad para encaminarlo hacia el camino de Dios, no haría ningún mal. Entonces, lo que para el griego era una cierta forma de ser y existente por culpa de la ignorancia, para Agustín y los cristianos será una privación de ser, pero conceptualizada para llevar la idea de manera más cómoda al contexto.

En la manera de pensar de Agustín, el mal está presente en el mundo por dos razones:

  1. El pecado original del principio de la humanidad.
  2. La "ausencia de bien" que está prevista en el plan divino que Dios tiene para los hombres, obviamente un plan que no puede ser cognoscible para el hombre pero independientemente de ello no hay que dejarlo de obedecer.

Libre Albedrío

San Agustín reconoce, aún en la situación de caídos, el libre albedrío. El libre albedrío es la indeterminación de la voluntad, como la capacidad de elegir. Todo el mundo, aunque ayudado por la gracia divina para alcanzar la salvación, tiene libertad completa en su voluntad para elegir o rechazar el camino hacia Dios. Aunque hay que reconocer que el Albedrío realmente libre, sólo es obtenido por aquél que esté libre de pecados.

La Ciudad Terrena

Una vez que Adán y Eva son desterrados, tienen dos hijos, Caín y Abel. Caín era un agricultor y Abel un pastor, ambos amaban a Dios pero de diferente manera. Cuenta Agustín que Abel le presentó una ofrenda al Señor de los mejores de su rebaño, en cambio Caín frutas de su huerta, pero reservándose las mejores para él. Dios estuvo complacido con el regalo de Abel pero no tanto con el de Caín, y Caín lleno de envidia mataría a su hermano cometiendo el primer fratricidio de la humanidad y llevando consigo la culpa moral de haber matado a su propio hermano. Por ello Dios condena a andar a Caín errante por el mundo y recibe en su seno a Abel.

Caín aparecería como el primer jefe político y el fundador de la Ciudad Terrena, una ciudad fundada con la envidia, bajo el fratricidio y con un amor distorsionado (envés de a Dios, al hombre mismo). Aquí Agustín hace un alto y establece una analogía entre Caín y Abel con Rómulo y Remo para explicar la fundación de Roma. Cuenta la leyenda de que Rómulo y Remo habían sido alimentados por una loba y cuando se hicieron más grandes disputaron la tenencia de Roma, llegando Rómulo a matar a Remo. Para Agustín, Roma, por entonces, también sería fundada bajo las mismas condiciones de sangre que la Ciudad Terrena, pero habría una diferencia entre la situación de los hermanos Caín y Abel con la de Rómulo y Remo. Caín había matado a su hermano por envidia, la envidia diabólica que apasiona a los malos contra los buenos, en cambio Rómulo había matado a Remo en una disputa por señoríos y gloria, lo que demuestra que ninguno buscaba la gloria de Dios, sino la de cada uno, siendo una disputa entre malos contra malos y lo que indica que Roma, como todo Estado de la tierra, por su misma naturaleza estaría destinada a perecer.

Pero ¿por qué Agustín hace esta analogía entre Caín y Abel y Rómulo y Remo? Por el motivo de defenderse ante las acusaciones de que eran los valores morales cristianos los que habían llevado a Roma a su perdición, siendo que desde su fundación Roma estaba corrompida y lo que querían hacer los cristianos era cambiar esa naturaleza por verdaderos valores morales. Eso por un lado, y por el otro, para hacer notar la diferencia clara de que el que es bueno no compite ni pelea con el otro que es bueno, pero sí en cambio el malo contra el bueno y el mismo malo contra el malo. Por ello la Ciudad Terrena se muestra como un caos de disputas y desorden, ya que hasta entre los mismos malos se hacen la guerra, no así en la Ciudad de Dios, donde sólo aquí hay personas buenas que no compiten entre sí y que viven en razón de la solidaridad y el amor a Dios.

La Ciudad de Dios

Una vez muerto Abel es recibido en la Ciudad de Dios, pero éste no es el fundador, sino que es el primer habitante de ella. Aquí el amor a Dios es lo que prima, al punto tal de uno no tener valor de sí mismo y estar compenetrado totalmente con Dios. En esta ciudad el hombre va a conocer la felicidad suprema.

Esta ciudad es la que se va a imponer en la guerra contra la Ciudad Terrena. Agustín cree que en el transcurso de la humanidad hay una disputa entre estas dos ciudades, la de Dios (Jerusalén) contra la Terrena (Babilonia), en donde la ciudad celestial se impondrá en el fin de los tiempos cuando el Señor venga a juzgar en el juicio final a los que no han sabido llevar una vida de fe y credo en Él.

Política

San Agustín tiene una visión negativa de la política, él afirma que la política es necesaria porque el hombre es pecador. En el paraíso no existía esa necesidad de dominar al otro, no existía la política, el hombre vivía en paz y era gobernado por Dios.

La política aparece en la vida del hombre, una vez que éste cae al valle de las lágrimas y necesita relacionarse con otros hombres para lograr diferentes objetivos (la paz). El hiponense ve a la política como un medio útil para vivir en paz y virtuosamente. Su fin es hacer más fácil el camino del hombre hacia la bienaventuranza.

Una vez que la Ciudad de Dios se imponga a la Ciudad Terrena en el fin de los tiempos, la política llegará a su fin, los hombres al hallarse bajo el seno de Dios, no la verán como necesaria debido a que estarán siendo gobernados por el mismo Dios.

Por entonces, la política agustiniana aparece como un medio temporal, sólo funciona para mantener el orden y la paz hasta el momento de la Redención.

En la concepción política de Agustín, la ética está ligada a la política, y por lo tanto todo accionar del soberano tiene que ir guiado por un precepto moral.

Estado y obediencia

San Agustín cree que el origen de todas las calamidades del mundo (hambre, guerras, esclavitud, etc.) se debe a que el hombre pecó y éste fue castigado por Dios. Pero como el hombre no puede sobrevivir en ese Estado de guerra hasta que llegue la redención, necesita crear una institución fuerte y autoritaria para salvaguardar la paz y garantizar el orden hasta el fin de los tiempos. Así para salvaguardar la paz crea al Estado, un mecanismo de coerción que le pondría un límite al pecado.

Por lo tanto, al igual que la política, la visión que tiene Agustín para con el Estado es negativa y, además, la considera un ente temporal.

Con respecto a la obediencia y su relación con el Estado, Agustín entiende que el súbdito debe de obedecer sin cuestionar al soberano, porque "el Estado es el brazo derecho de Dios sobre la tierra" y el soberano sólo le tiene que dar explicaciones a Dios. El derecho a obedecer a cualquier costo es entendido en Agustín porque él parte de que la ley que hace el hombre, la ley humana, está en conexión con la ley eterna, que es el plan divino que Dios tiene para el hombre y no puede ser cognoscible para nosotros, mas aún tenemos que obedecerlo. Pero aquí surge una interrogante ¿Quién es el que le dice al soberano qué es lo que Dios quiere? La Iglesia. Es la representante de Dios en el mundo, y es la institución que interpreta la ley eterna para imponérsela a los hombres, y, como la ley eterna es el deseo de Dios, no puede ser ni repudiada, ni desobedecida por nadie.

El Estado (así como la política está subordinada a la ética, que ésta está subordinada a los mandamientos de Dios), aparece como subordinado a la Iglesia.

Virtud

San Agustín, si bien reconoce las virtudes griegas y sus jerarquías (la prudencia, el valor, la templanza y la justicia) a las cuales llama virtudes cardinales, introduce a Dios en la idea de virtud. Las virtudes las considera dones dados por Dios a los hombres, y destaca entre las virtudes teológicas a:

  • La Humildad (la cual ayuda al hombre a obedecer a Dios).
  • La Paciencia (ayuda al hombre a estar calmo en el mundo terrenal lleno de pecado, hasta la hora de rendirle cuentas al Señor).
  • La Fe (para poder conocer es necesario creer, y con la fe, conozco y veo a Dios).
  • La Esperanza (que lleva a los hombres a orar y a dialogar con Dios).
  • Y, también, la Caridad (que concede justicia y amor entre los hombres).

 

Nabih Yussef Samson

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