1. Introducción 2. Dos misiones4. El honor en Le Cid5. El testimonio de la victoria6. Conclusión7. Bibliografía
El sistema de pruebas de los héroes no es nunca un plan simple, ni se cumple en todos los héroes como un plan fijo sin variaciones o en un orden determinado. Pero, eso sí, lo común a todo sistema de pruebas es que cada uno se enfrenta con una prueba principal, que en general se da al final y es la renuncia. En este caso analizaremos en profundidad el sistema de pruebas que atraviesa Don Rodrigue para llegar a su cima.
La misión es la aquella tarea que debe realizar el héroe para lograr su cometido. La recepción de ésta se da al comienzo del camino y, en general, de alguien superior a él (su enamorada, su padre, su maestro). Todos los héroes tienen una misión particular, que se puede enunciar en una oración de predicado simple. Para el cumplimiento de la misión deben superar varias pruebas; la misión es el hilo conductor de éstas. Cuantas más pruebas supera más cerca están de acabar con su misión. Pero la misión también puede surgir por una necesidad interna del héroe. Si éste se encuentra en un momento de riesgo o se ve afectado en su calidad de tal, puede emprender una misión por sí mismo, porque ve necesaria la defensa de su rol social. La afrenta correspondería a este segundo planteo. En resumen, el héroe puede emprender una misión por imposición de algún agente externo o por necesidad frente a su imagen y rol en la sociedad.
En este caso la misión es encomendada por su padre, Don Diègue, y no se trata de otra cosa que defender el honor familiar, mejor dicho, cumplir con el honor. El honor, es visto en Le Cid, como si fuera una misión. Cumplir con la virtud del honor es cumplir con la misión.
Al final, cuando el héroe ya ha superado su última prueba, vuelve, si puede, a quien le encomendó la tarea. Este es un encuentro que suele realizarse a la vuelta de la peregrinatio por sitios extraños, cuando cruza el umbral del regreso. El cruce del umbral es el paso de la vida a la muerte. En este último terreno, el héroe se aventura lejos de lo conocido y realiza allí su aventura. Pasa peligros, pone en riesgo su vida. Explora esa otra dimensión. Cuando regresa victorioso sobre la muerte, debe encontrar a quien le ordenó la tarea para dar testimonio de su victoria. Sólo entonces se cierra el círculo de accionar del héroe: recepción de la misión, cumplimiento a través de pruebas y testimonio de su victoria.
La misión es aquello que le es encomendado al héroe; en general es una tarea difícil y se diferencia de las pruebas porque éstas son el medio o instrumento para cumplir con la misión. Un héroe puede tener una misión (o dos, pero generalmente son pocas) y muchas pruebas, que no son sino escalones que le sirven al héroe para llegar a término. Explicamos en la introducción que siempre hay un agente que empuja a esa labor y suele ser alguien superior al héroe o un guía. En el caso de Don Rodrigue, es el padre quien le encomienda la acción. Y es interesante cómo el discurso de Don Diègue se inicia con el mandato, continúa luego con la explicación de la tarea a realizar por su hijo y finaliza repitiendo el mandato.
En el primer mandato le dice:
"L'insolent en eût perdu la vie ; Mais mon age a trompé ma généreuse envie ; Et ce fer que mon bras ne peut plus soutenir, Je le remets au tien pour venger et punir. "
(Don Diègue, Acto I, escena V)
El mandato está acompañado por la entrega de la espada, que puede tomarse no como un elemento mágico pero sí con características de tradición. La espada ancestral se transmite de generación en generación. Este momento es crucial para el héroe porque es el primer paso hacia su verdadera constitución como tal. La espada es parte del equipo del héroe, que tiene que armarse antes de salir a la aventura y enfrentarse a las pruebas de su misión. Este equipo debe "tener un valor afectivo, ya sea porque lo heredó de su señor, de su padre, de un amigo o porque lo ganó en batalla". Es imprescindible el valor afectivo del equipo, en este caso la espada, porque lo va a acompañar siempre. En la guerra, en la batalla, la espada, con su sentido de trasiego, de fuerzas ancestrales, le va a recordar al hombre detrás del héroe quién es, quiénes fueron sus antepasados, y su obligación, su deber de honrarlos y respetar su nombre. El héroe toma fuerzas de espada para luchar y ganar fama, ganar honra, mediante el ejercicio del honor, de la virtud del honor. En la espada está inscripta su identidad.
Después de la explicación del porqué de la misión, Don Diègue cierra su discurso con la repetición del mandato. Su discurso está estructurado en forma circular para que impacte más en su destinatario, lo primero y lo último que escucha Don Rodrigue de boca de su padre es el mandato, la orden de vengarlo. La oratoria del padre es acertada porque en esta reiteración se busca la función conativa del lenguaje. Prevalece la intención de influir, de persuadir al oyente. Es propio de esta función el uso del imperativo:
"Je ne te dis plus rien. Venge-moi, venge-toi ; Montre-toi digne fils d'un père tel que moi. Accablé des malheurs où le destin me range, Je vais les déplorer. Va, cours, vole, et nous venge."
(Don Diègue, Acto I, escena V).
Al imperativo le sigue siempre la duda. Los héroes piensan que no están preparados para la misión. Esta duda inicial es común a todos los esquemas de héroes. El héroe debe poner en duda el mandato para, luego de una reflexión, darse cuenta por sí mismo de la necesidad de su actuar. Esto sucede porque el héroe no se limita a aceptar órdenes de superiores sino que es un hombre con decisión propia que es capaz de llevar a cabo, creativamente, un encargo. El héroe no ejecuta el mandato de una manera trivial o común, el héroe actúa de la mejor manera posible, como nadie, como ningún otro hombre podría haber actuado. La duda inicial lo ayuda a poner en claro su rol de hombre fuerte y decidido con una meta determinada a concretar.
Superada la duda, Don Rodrigue está dispuesto a seguir adelante y actúa. En la afirmación de la necesidad de la misión, se afirma a sí mismo, afianza su identidad y se hace más fuerte. Sabe quién es y, por tanto, qué debe hacer. La conclusión de esta duda inicial es la formación de la identidad heroica: la conciencia de la condición de hombre superior con determinados deberes individuales y sociales.
La segunda misión consiste en la adquisición de una honra personal. Es encargada por el padre, que funciona entonces como agente doble externo: fomenta las dos tareas de Don Rodrigue. Cuando ya está cumplida la primera, se encuentra con su padre y le muestra su desesperación. La virtud está intacta pero la angustia que le causa el dolor de Chimène lo obliga a pensar en la muerte como única salvación. Entonces el padre lo reprende y le impone una salida, una solución que no es otra cosa que una segunda misión:
"Ne borne pas ta gloire à venger un affront, Porte-la plus avant, force par ta vaillance Ce monarque au pardon, et Chimène au silence ; Si tu l'aimes, apprends que revenir vainqueur C'est l'unique moyen de ragagner son coeur. Mais le temps est trop cher pour le perdre en paroles ; Je t'arrête ce discours, et je veux que tu voles. Viens, suis-moi, va combattre, et montrer à ton roi Que ce qu'il perd au comte il le recouvre en toi."
(Don Diègue, Acto III, escena VI).
Podemos dividir las pruebas de Don Rodrigue en dos etapas, según sus misiones,: la primera, la tentación de la mujer que intenta desviar al héroe y la segunda, la demostración de valor frente a los moros. La primera etapa se refiere a la defensa de la honra familiar y la segunda, a la adquisición de una honra personal, para afianzar aquella.
En la primera etapa incluimos las siguientes pruebas:
El equipo: espada entregada por Don Diègue;
La fiera: que puede tomar tres formas, a saber, animal salvaje, animal mitológico o mujer malvada, indomable o atractiva. Chimène es la mujer atractiva, la mujer amada, que le presenta la disyuntiva entre razón (deber) y pasión (amor). Don Rodrigue considera que es una opción, que es posible seguir los pasos de ese amor y desobedecer a su padre. La decisión se le vuelve terrible porque, en definitiva, debe elegir entre dos amores, el filial y el de pareja:
"Réduit au triste choix ou de trahir ma flamme, Ou de vire en infâme, Des deux côtés mon mal est infini. " (Don Rodrigue, Acto I, escena VI)
No quiere elegir porque hacerlo significa vivir con la pena de fallarle a uno de sud grandes amores. Elegir a uno es despreciar al otro y por eso prefiere la evasión, prefiere la muerte:
"Mourir sans tirer ma raison !" (Don Rodrigue, Acto I, escena VI).
Pero, como ya hemos señalado, después de la duda inicial, viene la afirmación de sí mismo y la aceptación de las consecuencias posibles de su decisión y su determinación. El héroe elige y se hace responsable:
"Allons, mon bras, sauvons du moins l'honneur, Puisqu'après tout il faut perdre Chimène.
Oui, mon esprit s'était déçu. Je dois tout à mon père avant qu'à ma maitresse"
(Don Rodrigue, Acto I, escena VI).
En la segunda etapa, las pruebas son
La lucha: demostración de fuerza y valor contra los moros. La defensa de la honra familiar no alcanza, su nombre no sólo debe ser símbolo de la fuerza y nobleza de sus antepasados, sino que debe ser reflejo de las proezas propias. Cada generación tiene la obligación de agregar hazañas al apellido. El alcanzar renombre es una tarea constante y, una vez alcanzado, debe ser mantenido y defendido del desprestigio, fruto a veces de los celos y la envidia de quienes rodean al héroe;
La renuncia: Don Rodrigue renuncia a su vida y a su nombre (la honra por la que tanto luchó) a favor de Chimène. Deja su vida y su honra a su disposición.
Antes de dedicarnos al tema que nos ocupa, preferimos aclarar estos dos términos tan importantes para su desarrollo posterior. Esta dicotomía entre honor y honra sucede sólo en el español, que sí hace la diferencia, pero no en el francés porque sólo existe la palabra honneur, que se corresponde con nuestra honor. No existe un término en francés que incluya todas las acepciones que tiene nuestra honra. Por eso, no hay tal problemática entre honor y honra en el original porque utiliza otros términos como gloire, renommée, grand nom.
Frecuentemente se confunde honor y honra en el español. En muchas traducciones pueden aparecer como sinónimos, pero estrictamente no lo son. Pueden serlo en su significado más común pero no en un sentido estricto. Ambas palabras derivan de honor-ris del latín (ornato, gloria, honor), pero con sentidos excluyentes: el honor es interno, privado y la honra es externa, pública. El honor es una cualidad, una virtud moral que nos lleva al más severo cumplimiento de nuestros deberes respecto del prójimo y de nosotros mismos. Es la dignidad. La honra, en cambio, es la buena fama, adquirida por la virtud y el mérito. La honra es el mérito ganado públicamente. Sin otros que nos estimen para bien o mal, no se puede tener honra. Un hombre solitario puede tener honor pero no honra.
La mancha pública, entonces, es ante todo una mancha a la honra, un atentado contra la buena fama ganada públicamente; pero, indirectamente, es un atentado contra la virtud, lo privado, porque es una infamia que la opaca. Una mentira puede, por ejemplo, destruir la honra de una persona, el crédito de una persona en su sociedad, y sin embargo no afectar su interior, porque en realidad nunca perdió el honor. Frente a toda infamia, un hombre debe emprender una lucha para recuperar su honra. Es un deber social.
El honor, en cambio, no es lo que piensa la sociedad de mí, la estimación de mí, sino una virtud individual. El sentido del deber es el honor. Es el comportamiento justo de cada hombre en particular. El honor es patrimonio del alma, es la dignidad de una persona.
Ambos conceptos se relacionan porque el recto actuar de todo hombre consiste en tener honor y volverlo honra, es decir, actuar rectamente y ser reconocido por ello. Por eso, aunque sean nociones bastante diferentes, se relacionan íntimamente en cada hombre.
Corneille retoma el personaje nacional español para su obra. Rodrigo Díaz de Vivar es un héroe que lucha por recobrar su honra. En el Poema del Mio Cid, Rodrigo, desterrado, busca en la guerra contra los moros la manera de lograr el perdón real. Alfonso VI lo ha desterrado y la única manera de lograr la reconciliación es por sus propios méritos. El segundo tema de la honra en la épica española es el de las hijas del Cid, que fueron deshonradas por sus prometidos, los infantes de Carrión, en lo que se denominó la afrenta de Corpes. La mancha en la honra de las hijas se trasalada a la honra del mismo Cid y es él quien luego busca la reparación.
Don Rodrigue, en cambio, es un hombre entre dos fuerzas opuestas: el amor y el deber, el amor y el honor, lo que quiere hacer o evitar y lo que debe hacer. Y ése justamente es el tema de la obra: el conflicto entre el amor y el deber, entre la razón y la pasión. Pero el héroe corneilleano no es simplemente un hombre, puesto que es un héroe. "Ce n’est ni l’homme tel qu’il est, ni l’homme tel qu’il devrait être, c’est l’homme tel qu’il se rêve dans ses moments d’exaltation". Por eso, aunque dude en un primer momento, su conclusión es:
"Allons, mon bras, sauvons du moins l'honneur, Puisqu'après tout il faut perdre Chimène." (Don Rodrigue, Acto I, escena VI)
Y después se lo confirma su padre Don Diègue cuando lo encuentra luego de cumplida la venganza:
"L’amour n’est qu’un plaisir, l’honneur est un devoir" (Don Diègue, Acto III, escena VI).
El segundo aspecto a tener en cuenta es que el honor, el sentido del honor, es hereditario. Y con él, la honra. No sólo es hereditaria la sangre de hombre noble (el honneur) sino que las hazañas del padre se esperan en el hijo. Por eso, antes de que Don Rodrigue actuara y demostrara su gran honor, todos tenían buenas expectativas en él por cómo había sido el padre, Don Diègue. Los hijos reciben la sangre mágica que los hace nobles, fuertes y valientes (que los hace héroes) y también, con su nombre, con su apellido, cargan con las victorias de sus padres como si fueran propias. Por eso el nombre tiene tanta importancia: una mancha al nombre ya no es una ofensa personal, sino a los antecesores, y de ahí la necesidad de que el nombre se cubra de gloria en cada exponente masculino de la familia.
De esta tradición familiar, es ejemplo perfecto el pasaje de la espada ancestral. Dice Sellier que cuando a un héroe le llega el crepúsculo, se produce la entrega de esa espada. La transmisión de la calidad de héroe es a través de sangre mágica y de la tradición de la espada ancestral. El lugar que un héroe ocupa en su sociedad debe ser reemplazado por otro héroe cuando aquél llega a su crepúsculo, cuando alcanza una vejez respetable. En Le Cid de Corneille, hablamos entonces de tres héroes: Don Diègue, el héroe del pasado, Don Gomès, el héroe del presente, y Don Rodrigue, el héroe nuevo:
"Si vous fûtes vaillant, je le suis aujourd'hui" (Don Gomès, Acto I, escena III) Don Diègue comprende que no posee las fuerzas de antaño: "Ô Dieu ! ma force usée en ce besoin me laisse !" (Don Diègue, Acto I, escena III)
Entonces, le encomienda a su hijo el que antes fuera su rol de héroe y le da una misión: la defensa del nombre (honra) y, por tanto, le encomienda la venganza, que debe cumplir sí o sí (honor).
La gloria y la infamia
Hemos dicho que el francés no tiene un equivalente de honra, pero utiliza para referirse al renombre y la fama públicos glorie. La gloria es aquello que rodea a un hombre reconocido. Podríamos decir, en otras palabras, que se trata del prestigio. Y esta gloria se puede obtener de diferentes maneras:
A través de los hechos de los antepasados:
"Don Rodrigue surtout n'a trait en son visage Qui d'un homme de coeur ne soit la haure image, Et sort d'une maison si féconde en guerriers, Qu'ils y prennent naissance au milieu des lauriers. La valeur de son père en son temps sans pareille, Tant qu'a duré sa force, a passé pour merveille ; Ses rides sur son front ont gravé ses exploits, Et nous disent encor ce qu'il fut autrefois. Je me promets du fils ce que j'ai vu du père"
(Elvira, Acto I, escena I)
A través de los propios hechos o hazañas:
"Vous ne croiriez jamais comme chacun l'admire, Et porte jusqu'au ciel, d'une commune voix, De ce jeune héros les glorieux exploits. "
(Elvira, Acto IV, escena I)
Por una muerte patriótica en batalla:
"Je demande sa mort, mais non pas glorieuse, Non pas dans un éclat qui l'élève si haut, Non pas au lit d'honneur, mais sur un échafaud" (…)
"Mourir pour le pays n'est pas un triste sort ; C'est s'immortaliser par une belle mort. " (Chimène, Acto IV, escena V) Venganza de las afrentas: "Ne borne pas ta gloire à venger un affront" (Don Diègue, Acto III, escena VI)
Respeto de los enemigos:
"Mais deux rois tes captifs feront ta récompense : Ils t'ont nommé tous deux leur Cid en ma présence. Puisque Cid en leur langue est autant que seigneur, Je ne t'envierai pas ce beau titre d'honneur. " (Don Fernand, Acto IV, escena III)
Esta gloria o renombre puede ser afectada fácilmente por las habladurías o por una afrenta. La gloria es débil porque la opinión pública puede ser manipulada. Una bofetada o un golpe en la cara con un guante son una afrenta y tiene que ser reparada, generalmente, con un duelo.
Vocabulario del honor y la honra
La lectura de Le Cid nos deja la impresión de que el honor es la ley máxima. Pero para la construcción de esta idea, Corneille no sólo utiliza la enunciación de la supremacía del honor. En la repetición encontramos un segundo recurso del autor para dejarnos esa impresión. Obsérvese en el siguiente cuadro la cantidad de veces que aparecen las palabras relacionadas con el honor y la honra. Es sorprendente que la palabra más repetida es padre y no honor como cabría esperarse y que en realidad las palabras que por cantidad están equiparadas son honor y amor. Es claro que la problemática de la obra es el cumplimiento del deber, el ejercicio de la virtud por sobre las pasiones e inclinaciones del hombre y esto vale tanto para Don Rodrigue cuanto para Chimène. Ambos se ven obligados a cumplir con lo que deben hacer porque saben quiénes son. Y ese deber lo reciben de sus propios padres. Son los padres los que causan el dilema y no el honor en sí o el amor entre ellos. Por eso, honor y amor están equiparados casi pero con mayor importancia del honor (el deber).
Pero si agrupamos en honor y honra o fama o gloria, el campo semántico de mayor importancia es este último y no aquel. El honor sumaría 121 términos y la honra, 142, dejando como tercer grupo aislado el amor, con 61.
Cantidad de veces que aparece en la obra | Palabra |
76 | Père. |
65 | Honneur. |
61 | Familia de palabras de amour. |
54 | Familia de palabras de vengeance. |
36 | Devoir. |
26 | Familia de palabras de nom. |
20 | Familia de palabras de honte. |
16 | Familia de palabras de offense. |
15 | Affront. |
14 | Vertu. |
7 | Glorie. |
6 | Noble. |
5 | Mémoire. |
3 | Infâme. |
1 | Déshonorait. |
1 | Fameuse. |
5. El testimonio de la victoria
Al final, el héroe siempre regresa a su maestro, a su guía, a quien lo inició en las aventuras, quien se las impuso. Como se trata de dos misiones, hay dos testimonios de victoria. El primero es frente al padre y tiene un valor intimista, el segundo es frente al rey y ya es público. No es azaroso que sea así: la primera misión era algo familiar, con origen familiar, la segunda, es ya pública porque la adquisición de honra personal involucra sus hazañas que trascienden.
Al ir adquiriendo experiencia, el héroe va cambiando su actitud. En la primera misión, el testimonio de la victoria le resulta doloroso porque todavía el universo está en inarmonía: Chimène no puede amarlo siendo él asesino de su padre. En el segundo testimonio de victoria, Don Rodrigue cambia su actitud y realiza la última prueba del héroe maduro: la renuncia. Ofrece su vida y su fama (que tanto precia) a Chimène, su amada. Y es ella quien tiene que decirle que pelee, porque todavía tiene chances de ganar su amor.
Chimène y Don Rodrigue son personajes especulares porque los dos están obligados a hacer la difícil elección entre razón (deber, honor) y pasión (amor). Ambos eligen lo correcto, el deber, que está por encima de todo, inclusive de las inclinaciones personales. Un hombre se hace hombre en el ejercicio del honor. Y la mayor recompensa para éste es la honra, que es fruto de las propias obras.
Honor y honra no son simples palabras en Le Cid. Corneille las vuelve problemáticas inherentes al hombre. Las convierte en misiones de un héroe, opone el honor y la honra a lo más elevado que pueda pensar el hombre, el amor. Y quien sale ganando es el honor, porque primero están las obligaciones y después el placer, primero está el respeto y agradecimiento a los padres, de quienes se recibe la vida, y después está uno, con sus deseos particulares. Primero están los antepasados y luego uno. El hombre está formado por un pasado forjado por sus antecesores, que debe defender, y un presente nuevo y limpio, en el que debe saber ganarse un nombre. La herencia y lo propio.
Y, aunque tragedia, Corneille deja un haz de luz al final de la obra, deja lugar a la esperanza, porque siguiendo la luz de la razón, cumpliendo con el deber, el universo va a retribuirle al hombre de alguna manera lo que éste le da al universo. La tragedia está en que cumplir con el deber nos enfrenta a seres amados, nos lleva a extremos terribles como el asesinato, pero la esperanza está en que el cumplimiento del deber nunca es equivocado y que el estoicismo del honor puede ser retribuido. Chimène sigue triste por la muerte del padre pero, una vez hecho lo que debe hacerse, sabe que hay lugar para el amor. Y Don Rodrigue puede reparar el asesinato mediante sus propias obras, gracias a la honra personal que se granjee.
Fuentes primeras En español Teatro clásico francés. Corneille – Molière – Racine – Marivaux – Beaumarchais, Buenos Aires, El Ateneo, 1970 En francés http://cedric.cnam.fr/cgi-bin/ABU/donner_html
Fuentes segundas CAMPBELL, Joseph, El héroe de las mil caras, psicoanálisis del mito, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1999 RUSCIO, Verónica Andrea, "Las pruebas del héroe maduro. El esquema del héroe en el Cantar de Mio Cid", en Gramma, Buenos Aires, 1999, Año XI, Número 32 SELLIER, Philippe, Le mythe du héros, Paris, Bordas, 1990
Autor:
Verónica Andrea Ruscio